29 marzo, 2021

Para más Inri

 

En estos días de Semana Santa, en los que entrar a los templos para venerar a los Titulares de las Hermandades se convierte en algo más que una simple visita, serán muchos, muchos los detalles que llamarán a la atención a cualquier persona curiosa o interesada en la multitud de aspectos históricos o artísticos que rodean a las hermandades. 


Un detalle, no por menos sabido, menos conocido, es el conocido y famoso letrero que corona la cruz de Cristo, el llamado "INRI" y que, como veremos en principio, no es más que una cartela con unas siglas. Pero, como siempre, vayamos por partes. 

En tiempos del Imperio Romano, una de las peores condenas que uno podía recibir era la de ser sentenciado a la muerte de cruz, suplicio cruel y hasta casi "refinado", ideado sin duda por una mente nada benévola y que habitualmente se reservaba para los esclavos o para aquellos que habían cometido terribles delitos, como el de la traición. Baste como ejemplo, el de los 6.000 partidarios del temido y famoso esclavo Espartaco, crucificados tras su derrota en el año 71 a.C. y colocados en una escalofriante y macabra fila a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma.

 La cruz como tal, realizada en madera resistente, se componía de dos piezas, la vertical o "patibulum" y la horizontal o "stipes", y eran elementos independientes, de modo que es casi seguro que Jesús cargó con el "stipes" por las calles de Jerusalén, mientras el "patibulum" aguardaba ya clavado quizá en el propio Monte Calvario

El martirio comenzaba incluso antes, cuando el reo, entregado por las autoridades a manos de sus verdugos, era azotado, flagelado, y sometido a todo tipo de humillaciones. Tras el recorrido oficial por las calles, llegados al punto de la crucifixión, el condenado era fijado al madero inicialmente con sogas, que luego eran dolorosamente sustituidas por clavos de forja que de este modo provocaban un dolor insoportable. 

Izado, el condenado debía luchar entre ese dolor y la angustia por morir asfixiado por la caída de su propio peso, de modo que la ejecución podía durar desde horas hasta días, acentuando el sufrimiento la sed o las picaduras de insectos u otros animales, ya que, como podemos imaginar, el cuerpo del inculpado quedaba completamente desnudo a la intemperie. 

Sobre el "patibulum", se clavaba el "titulus", en el que se escribía la sentencia condenatoria. Se trataba de una tablilla cubierta con cal y sobre la que se escribía, en tinta negra o roja, un texto breve, conciso, tampoco era mucho el espacio para escribir, con la causa de la ejecución; según la tradición, en el caso de Jesús, fue escrito en los tres idiomas habituales en aquel momento, griego (la lengua universal entonces), latín (la lengua de los invasores) y arameo (la lengua de los invadidos). "Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum", o lo que es lo mismo "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos". En ocasiones la tablilla o "titulus" era colgada del cuello del condenado durante el camino al patíbulo.

En el Evangelio de San Juan quedó así reflejado el pasaje: 

“Pilato también escribió un letrero y lo puso sobre la cruz. Y estaba escrito: ‘Jesús Nazareno, Rey de los Judíos’. Entonces muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, en latín y en griego. Por eso los principales sacerdotes de los judíos decían a Pilato: No escribas, ‘el Rey de los judíos’; sino que él dijo: ‘Yo soy Rey de los judíos’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, he escrito’. (Jn 19,19-22)

Tras la Pasión, se le perdió la pista al "INRI", quizá alguien lo conservó, quizá acompañó al cuerpo de Jesús a su sepulcro; lo que parece claro es que en el siglo IV se veneraba uno en Jerusalén y así lo narraron peregrinos de aquel entonces como la monja Egeria en el año 383 o más adelante Antonio de Piacenza en el 570; ambos coinciden en la descripción del texto escrito en lo que reseñan como una tabla de madera de nogal. La reliquia habría pasado a recibir culto en Roma, quizá por la piadosa y "arqueológica" intervención de Santa Elena o quizá por San Gregorio Magno, en cualquier caso, fue ocultada y redescubierta en la romana de la Basílica de la Santa Cruz el 1 de febrero de 1492 durante unas obras de restauración auspiciadas por el Cardenal Mendoza. 


Allí prosigue, siendo venerada en el interior de un valioso relicario en unión de otros objetos relacionados con la Pasión de Cristo, como tres fragmentos del Lignum Crucis, un clavo, dos espinas y hasta parte de la cruz del Buen Ladrón. Como reliquia de indudable interés, en 2002 fue sometida a un análisis con Carbono 14, dando como resultado que podría fecharse entre los siglos X y XI, ¿se trataría de una falsa reliquia? ¿una copia de una más antigua, desaparecida? En cualquier caso, la teóloga y biblista Maria Luisa Rigato, especialista en el tema afirmó:

“Estoy convencida de que es la tabla de Pilato. Mientras no se demuestre que la Sábana Santa es falsa, para mí el Título será absolutamente auténtico. Pienso que el Título estaba junto al cuerpo porque habría sido absurdo dejarlo en el Calvario ya que era la causa de condena. Lo pusieron junto al sepulcro y sigue el mismo destino que la Sábana santa. Insisto, su escritura está hecha conforme a la original de los Evangelios.”

Como dato curioso, veremos el INRI representado en no pocos crucificados de la Semana Santa de Sevilla, incluso con el texto completo en las tres lenguas antes aludidas, pero si nos atenemos a la reliquia romana, el texto se encuentra escrito de derecha a izquierda según la tradición semítica, algo que evidentemente no se cumple en las barrocas representaciones. 


 


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