18 octubre, 2021

A pique.

Lo contaba con gran despliegue de tipografía el diario local "El Noticiero Sevillano" allá por noviembre de 1896, en la madrugada del 7 al 8 se había producido una catástrofe fluvial que impactó a toda la ciudad, sobre todo por la entidad de las personas que habrían fallecido ahogadas en las oscuras aguas del Guadalquivir. Todo comenzó con una actividad cinegética, pero como siempre, vayamos por partes. 

Un grupo de cazadores, deseosos probar su puntería en la zona de la desembocadura del Guadalquivir, decidió alquilar los servicios del pequeño vapor "Aznalfarache", perteneciente a la empresa "Camacho y Compañía" y dedicado a tareas de transporte de mercancías; de este modo, embarcó el grupo en torno a las once y media de la noche con la idea de surcar el río de madrugada y llegar a su destino al amanecer. Al timón se encontraba el Capitán Antonio Martínez, quien llevaba al parecer tres años y medio al mando del navío, contando como tripulantes con un maquinista llamado Joselito, asturiano de nacimiento y vecino de Triana, un fogonero, apellidado Suero, y otro marinero, de nombre José Núñez. La noche se presentaba tranquila y los pasajeros decidieron retirarse a descansar tras la cena con la correspondiente sobremesa. 

Todo se precipitó al llegar a la zona llamada entonces "Callejón o Cabezo de la Mata", de aproximadamente 6 kilómetros de longitud, entre el llamado "Brazo del Este" y el "Canal de la Hambre", con una anchura de unos cien metros, estando más o menos a la altura de Lebrija. El "Aznalfarache" pudo distinguir las luces de otro navío de mayor envergadura que se dirigía directamente hacia él. Se trataba del "Torre del Oro", de la Compañía Sevillana, con 73 metros de eslora y 10 de manga, capitaneado por José Heredia González, el cual regresaba a Sevilla desde Sanlúcar de Barrameda. Pese a las luces de posición, y sin que se supiesen, en principio, las causas, se produjo la brutal colisión, que provocó el casi inmediato hundimiento del pequeño vapor con todo su pasaje y tripulación a bordo, de modo que sólo sobrevivieron el propio capitán del barco y un pasajero, de nombre Juan Fe. La profundidad en aquella zona era de veintidós piés, o lo que es lo mismo, casi siete metros.

Ilustración del pintor José Arpa para la revista "La Ilustración Española"

 Así lo narraba el mencionado periódico en su edición del 8 de noviembre: 

No hay palabras para describir el cuadro. El capitan del Aznalfarache, que es quien nos ha hecho la anterior relación, dijo que vió pasar sobre él aquella mole y se encontró poco después a flor de aguas. Débil y falto de conocimiento a consecuencia de la conmoción, encontró afortunadamente cerca de él una barquilla que en el Aznalfarache llevaban para ir con ella a cobrar las piezas cazadas, y le sirvió de apoyo para sostenerse a flote. Junto a él se encontró a otro naúfrago, el señor Fe, asido a un madero. Ambos señores trabajaron para sostenerse hasta recibir auxilio.

Ilustración de la Revista "La Ilustración Española y Americana"

El capitán del "Torre del Oro", tras salvar a los dos naúfragos y comprobar durante un tiempo prudencial que no se divisaban más supervivientes, puso rumbo a Sevilla. El mismo barco que causó la tragedia fue el encargado de a ambas víctimas junto con la triste noticia a la ciudad, donde en poco tiempo se corrió la voz de la desgracia, sucediendose las escenas de angustia y dolor por el destino de los expedicionarios. Tanto el capitán Martínez como el señor Fe perdieron el conocimiento y tardaron en recuperarse de sus heridas, siendo atendidos médicamente en sus domicilios. 

La prensa local, destacó en sus números siguientes a la tragedia la identidad y personalidad de varios de ellos, entre los que destacaban industriales, empresarios del comercio (propietarios de joyerías, camiserías, sombrererías) funcionarios (del Banco de España, por ejemplo) e incluso el hermano del famoso pintor José Villegas Cordero, Ricardo, también destacado pintor, quien se sumó a la excursión en el último momento. Tampoco merece quedarse en el tintero el nombre del joven Alberto Barrau, miembro de la Directiva (así se decía entonces) de la Hermandad del Valle y cuya muerte a la postre provocó que, impactado por la pérdida, el músico Vicente Gómez Zarzuela compusiera la marcha fúnebre "Virgen del Valle", como investigó José Manuel Delgado allá por 1998. Finalmente, a la hora de hacer recuento, se contabilizaron veintiún fallecidos.

Ricardo Villegas, retrado por su hermano José.

La Comandancia del Puerto y autoridades de la Marina pusieron manos a la obra a fin de rescatar los cuerpos de los infortunados, destacando la labor del ingeniero del Puerto, Luis Moliní como coordinador de la tareas y la del buzo Arroyo, quienes llegaron al lugar del desastre a bordo del remolcador "Destello" una vez fueron localizados los restos del naufragio del "Aznalfarache". Tras sumergirse en las frías aguas, Arroyo pudo alcanzar la zona de la bodega y comprobar que en ella estaban aún los cadáveres de varios de los pasajeros, como si el impacto y hundimiento les hubiese sorprendido durmiendo, mientras que otros cuerpos, al ser sacados a la superficie, mostraban señales de lucha infructuosas por haber intentado alcanzar dicha superficie. 

"El Noticiero Sevillano", martes 10 de noviembre de 1896.

 Durante aquellos días tristes fue también destacable el comprobar cómo varios amigos de los fallecidos había salvado sus vidas al declinar en el último momento la invitación a la cacería fluvial, al igual que las muestras de pésame de toda la ciudad, comenzando por el Círculo Mercantil que organizó un solemne funeral en la Parroquia del Salvador. Poco a poco se fueron rescatando casi todos los cuerpos del fondo del río y también se iniciaron las pesquisas para dilucidar las causas del siniestro. 

Ilustración del pintor José Arpa para la revista "La Ilustración Española"

Por cierto, en el juicio, consejo de guerra, celebrado con posterioridad y analizado por el investigador y marino Manuel Rodríguez Aguilar, quedó demostrado que el capitán del barco hundido apenas había descansado durante la jornada y que una desgraciada "cabezada", provocada por el sueño, durante un momento de la travesía fue la culpable de la catástrofe. La sentencia, dictada el 21 de junio de 1899 en la ciudad de San Fernando, sede del tribunal, lo condenó a la pena de cuatro meses de arresto mayor, inhabilitación para patronear navíos y pago de una indemnización marcada en 333.000 pesetas a repartir entre los familiares de las veintiún víctimas de la tragedia. Ni que decir tiene que el capitán del otro navío quedó absuelto de los cargos de imprudencia que se le imputaban.

Un año después de la tragedia, todavía el periódico La Andalucía, relataba el hallazgo por parte del Cabo de Carabineros de San Juan de Aznalfarache de cuatro escopetas de caza en la zona del naufragio, lo que da idea de cómo los restos fueron aflorando poco a poco, mudos testigos de un suceso que marcó los años finales del siglo XIX en Sevilla.