27 junio, 2022

Leprosos.

   No cabe duda de que si hubo una enfermedad que "eliminaba" socialmente a quienes la padecían fue el ahora conocido como Síndrome de Hansen, una dolencia muy antigua, que trajo consigo la creación de incluso establecimientos sanitarios donde aislar a los pacientes y que tuvo en Sevilla un lugar extramuros dedicado a aquellos, considerado casi el hospital más antiguo de Europa; pero como siempre, vayamos por partes. 

   En un yacimiento arqueológico situado al noroeste de la India, cuya antigüedad se calculó sobre el año 2.500 antes de Cristo, se localizó el enterramiento de un individuo de unos treinta años de edad con indicios de haber padecido lepra, con el añadido de haber sito inhumado en un sector aislado del poblado y entre gruesos muros, lo que nos indica que ya entonces había un miedo constante al contagio y que ello traía consigo la necesidad de separar a los enfermos de este mal del resto de la comunidad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay alusiones a la lepra, considerada como mal divino, ocasionado por los pecados del que la padece, en la Grecia clásica se la llamó elefantiasis y en tiempos de la Roma imperial eran igualmente separados de la comunidad quienes la sufrían. ¿Quién no recuerda las escenas cinematográficas del clásico "Ben Hur", donde la madre y hermana del protagonista, aquejadas de lepra, dan con sus huesos en el llamado Valle de los Leprosos?

    Como se sabe, la lepra es una enfermedad infecciosa producida por un bacilo y que puede afectar tanto a la piel como a los nervios, mucosas o articulaciones, dándose en ocasiones casos severos con desfiguración, deformidad o discapacidad. A ello habría que sumar el carácter contagioso del mal, por lo que quienes lo padecían eran rechazados y evitados, por no hablar del ya aludido carácter de "castigo divino" que se suponía hacía mella en quienes la padecían, lo cual acentuaba aún más el rechazo social.

 

    En algunas zonas de la Europa medieval existió incluso un macabro ritual para marginar a los leprosos, durante el cual el sacerdote echaba tierra sobre sus cabezas como forma de indicar que quedaban sepultados en vida, apartados de todo y de todos, con la oración "Sic mortuus mundo. Vivus iterum Deo", o lo que es lo mismo "Así estás muerto para el mundo, volverás a vivir con Dios". A continuación se le entregaba al leproso una escudilla para comer y la carraca o campanilla que debía hacer sonar a su paso para advertir a los demás de su presencia al igual que se le adjudicaba un lugar alejado para que lo usara como Casa del Leproso, rodeado por una empalizada.

    Para agrupar a los pacientes del llamado "Mal de Lázaro" en alusión al personaje de los Evangelios, surgieron los Lazaretos o Leproserías, a manera de comunidades de vida casi ermitaña, con bienes en común y dura disciplina, en las que los enfermos quedaban marginados de la sociedad; se calcula que llegó a haber veinte mil en toda Europa. No olvidemos que cuidar a los enfermos era una de las obras de misericordia y que dar limosna ayudaba a los fieles a lograr la salvación eterna. El siglo XV supondrá un cambio para los lazaretos españoles, ya que los Reyes Católicos instituirán la figura de los Alcaldes y Protomédicos de la Lepra, quienes sustituirán a la figura del sacerdote a la hora de diagnosticar el mal, sin olvidar cómo la caridad cristiana impulsará el cuidado de estos enfermos mediante instituciones benéficas. 

    ¿Y en Sevilla? Fundado en la segunda mitad del siglo XIII por Alfonso X y engrandecido y mejorado por su bisnieto Alfonso XI, dotándolo con un Administrador Mayor con título de Mayoral con rentas perpetuas y privilegios reales para su funcionamiento, el Hospital de San Lázaro,  se convirtió en uno de los más antiguos de la ciudad, construido en torno a una antigua torre de origen musulmán, la de los Gausines y en el camino Real hacia Córdoba, no lejos del monasterio de San Jerónimo de Buenavista y junto a las denominadas Huerta Grande y Huerta Chica de San Lázaro. En torno a 1564 se colocó incluso allí una cruz de término que marcaba el fin de los límites sevillanos, con proyecto de Hernán Ruiz II y ejecución de Diego Alcaraz y que se trasladó a comienzos del siglo XX a la Plaza de Santa Marta. Los "malatos" eran allí acogidos y recibían morada y comida, con la obligación de permanecer allí internados hasta el momento de su muerte.

Foto: Reyes de Escalona.

    A comienzos del siglo XVII el cronista Luis de Peraza escribía: 

"El mal que se dice de San Lázaro, que es una gafedad de un terrible mal contagioso, los médicos afirman, y aún los canonistas lo sienten en el título del matrimonio en el título de los leprosos que se pega; hay para ellos un tercio de legua fuera de la Puerta de la Macarena de esta Real Ciudad de Sevilla, un solemne hospital de la advocación de San Lázaro donde tienen su compás de casas en que moran maridos y mugeres; tienen huerta y una iglesia de muncha devoción, donde van a tener novenas las gentes de Sevilla en especial en tiempos de tribulación."

    Indicar que cuando se alude a "gafedad" se trata de un término relacionado con la contracción en forma de gancho de los dedos de las manos provocada por la lepra. Prueba de la importancia de San Lázaro dentro del ámbito de las devociones sevillanas fue la fundación de varias cofradías en su sede, como las de San Blas, la propia de San Lázaro, una esclavitud bajo la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza que existía en 1679 y especialmente una que en el siglo XVI dio culto a una devota imagen de Cristo Humillado, el actual de la Humildad y Paciencia y que pasaría a Omnium Sanctorum para fusionarse con la de la Sagrada Cena. 

    El edificio original sufrió diversas modificaciones a lo largo de los tiempos, organizándose en torno a la iglesia y a varios patios, en torno a los cuales, en principio, se habría alineado las diversas casas, cabañas, celdas o aposentos para los enfermos, pajar, tahona, caballeriza, horno, lagar, bodega y casa para los sacerdotes, por no hablar de las extensas huertas que autoabastecían al lugar. La torre octogonal y la fachada principal, de corte clásico, han llegado hasta nosotros, destacando de ésta el estar construida con dos cuerpos siguiendo modelos clásicos. 

    Como estudió Moreno Toral, al frente del Hospital se hallaba el Mayoral, cargo de designación real, normalmente miembro de la nobleza, que era el encargado de administrar y gestionar San Lázaro, siendo ayudado en su tarea por dos Asesores, elegidos por él mismo entre los enfermos, con un salario anual de 500 maravedís; otros puestos eran por ejemplo el de Clavero, encargado de la tesorería, y de contar, por ejemplo, lo recaudado por limosnas en la catedral o demás iglesias sevillanas, siendo los llamados bacinadores los encargados de solicitar esos donativos por todo lo largo y ancho de la provincia. 

    Aparte de estos bacinadores, los propios enfermos, en número de cuatro por día, salían a caballo del hospital y, sin hablar, haciendo sonar unas tablillas, se colocaban en las puertas de los principales templos sevillanos para solicitar donativos para San Lázaro, buscándose que fuesen los más fuertes y sanos, mientras los más enfermos quedaban para trabajar en el propio hospital o en la noria cercana a él, dándose el caso curioso de cómo algunos enfermos llegaron a falsificar cartas de hidalguía o nobleza con la intención de evitar los trabajos manuales, hasta ahí llegaba la picaresca de entonces. 

    Al ingresar en el lazareto, el enfermo debía jurar las Reglas del organismo y declarar los bienes que traía consigo; sin embargo, basta con echar un vistazo a las disposiciones dictadas en 1779 para saber cuáles eran las infracciones más comunes, ya que se castigaban los retrasos, el cante y los gritos, la falta injustificada a misa, los juegos de naipes y menos de noche, así como entrar en la ciudad sin permiso expreso del Mayoral. Por el contrario, se les permitía recibir visitas con cierto control, pasear por las huertas o bañarse en el cercano Guadalquivir, mientras que algunos fabricaban artículos artesanales que vendían a los viajeros. 

    En cuanto al vestuario, era de lo más austero, baste con esta lista de prendas en el caso de los hombres: camisones, calcetas, calzones de pana, paño y cordoncillo, chaquetas, capuchas y capas. Durante años se mantuvo una intensa controversia sobre la concesión de permisos para contraer matrimonio entre enfermos, sin que finalmente quedase una resolución definitiva. En cambio, a la hora de su muerte, el finado podía redactar testamento.

    El Hospital de San Lázaro sobrellevó como pudo las diferentes crisis económicas y sociales de los siglos XVI-XVIII, destacando, como ha estudiado Vilaplana Villajos, la figura del médico ecijano Bonifacio Ximénez Lorite, miembro de la Real Academia de Medicina de Sevilla y que publicó la llamada "Instrucción médico legal sobre la lepra, para servir a los reales hospitales de San Lázaro", en la que se esforzó por distinguir la lepra de otras enfermedades con síntomas similares a fin de evitar el encierro en lazaretos de quienes no padecían del mal de Lázaro. Además, al ser médico desde 1765 del propio hospital, intentó separar a los enfermos según sus posibilidades de curación, esto es, procurando dar un paso más desde los cuidados meramente paliativos hacia un tratamiento que curase la enfermedad. 
 
    Finalmente, al haber ido perdiendo capacidad económica, la gestión de San Lázaro pasó a manos del Estado el siglo XIX; en 1831 el famoso viajero Richard Ford escribía sobre el conjunto tras visitarlo y no recibía halagos en su realista relato:

"El interior es de pena, ya que los fondos de este verdadero lazareto son utilizados por los administradores para su uso personal más que para otra cosa. Aquí se pueden ver casos de elefantiasis, la horrible pierna hinchada, una enfermedad corriente en Berbería, y no rara en Andalucía, que propaga el mismo paciente, que mendiga caridad entre los viajeros, cuyos ojos se sienten sobresaltados y doloridos por lo que al principio parece una inmensa y cancerosa boa constrictor"

    En torno a 1864 será cuando la Diputación Provincial de Sevilla, delegue en la Congregación de San Vicente de Paul, las Hijas de la Caridad, para que lo dirigieran mientras que por aquellos años será José María Ibarra (1878) el mecenas que dotará al Hospital de nuevas oficinas, refectorio, galerías y salas de descanso, merced a una dotación de su propio testamento (142.000 reales, nada menos) administrada por sus herederos; además, ampliará sus servicios, dedicando algunas zonas a enfermos mentales y a tuberculosos y siendo objeto de estudio de un conocido de estas página: el Doctor Hauser.

    Detalle interesante, en 1907 la Diputación Provincial depositará en el  Museo de Bellas Artes de Sevilla la hermosa pila bautismal mudéjar de San Lázaro, realizada en cerámica vidriada trianera y datable como del siglo XV. 

 

    Poco a poco, a medida que el siglo XX vaya avanzando, se reducirán paulatinamente los casos de lepra, por lo que San Lázaro (declarado Monumento Nacional en 1964) irá perdiendo su papel como lazareto, quedando como hospital provincial y finalmente, en 1991, pasará a formar parte del Sistema Andaluz de Salud, con alas dedicadas a salud mental y a cuidados paliativos, estándose a la espera de que comiencen las obras de restauración de la iglesia, desacralizada en 1998, pero esa, esa ya es otra historia.

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