12 febrero, 2024

De capa.

Ahora que en estos días de invierno procuramos protegernos del frío con prendas de abrigo como chaquetones, anoraks, parkas o plumíferos, quizá convendría recordar cómo se protegían de las bajas temperaturas nuestros antepasados, sobresaliendo una prenda tradicional e histórica que llegó a servir para diferenciar clases sociales y hasta a cobrar tanta importancia que provocó todo un sangriento motín popular, generó no poca controversia en la universidad sevillana y hasta sirvió como mortaja para un célebre pintor del siglo XX. Pero como siempre, y esta vez bajo la protección de San Martín de Tours, vayamos por partes. 

Desde tiempos antiguos, al parecer, los legionarios romanos cuando estaban en campaña y hasta cierta graduación militar empleaban un tipo de prenda de abrigo reglamentaria llamada "Sagum", consistente en un manto de forma cuadrada tejido de lana, con un diseño que fue tomado, bien de los galos, bien de los griegos; en cualquier caso, el sago (o sayo) se puede considerar el antepasado primitivo de la capa, ya que con el paso de los siglos ésta quedaría convertida en una prenda fundamental en el atavío masculino europeo, sobre todo para determinadas clases sociales o para algunas profesiones. Capuces, tabardos o lobas, abrigaron durante la Edad Media a la población, sin olvidar las ricas capas pluviales usadas por los eclesiásticos (los "caperos"), las capas monásticas, pardas o negras según la orden, o los manteos de los sacerdotes seculares.

Diego Velázquez: Menipo. Museo del Prado.

Definida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua como "Prenda de vestir larga y suelta, sin margas, abierta por delante, que lleva sobre los hombros, por encima del vestido", Carlos Verdú Sancho, abogado valenciano y buen conocedor de la materia, indica que el origen de la llamada capa española bien podría estar en tierras salmantinas, allá por el siglo XV, creada en los telares propiedad de los Duques de Béjar, promotores de toda una "industria" lanera que aprovechaba la excelente materia prima que proporcionaban los rebaños de ovejas de la región. Se sabe que el largo del Siglo de Oro la capa, mejor dicho, su largo, será señal diferenciadora de más o menos linaje, ya que, por ejemplo, la de los labradores iría hasta los pies, la de los artesanos hasta las rodillas y la de los caballeros hasta medio muslo, el llamado "herreruelo", símbolo de nobleza y pieza clave en todo un género teatral de "capa y espada". 

Verdú afirma que el diseño de una buena capa se basaba en un adecuado tejido de paño (de ahí el nombre de "Pañosa"), con esclavina, forro de terciopelo, cuello estrecho abrochado por botones y generoso vuelo o caída, lo que hará que muchos la usasen ("una buena capa todo lo tapa") para ocultar armas bajo ella o para embozarse, cubrirse parte del rostro, en jornadas de gélido frío o, y ahí estaba el problema, para impedir que se les identificase si cometían algún delito o fechoría, para lo cual, además, se complementaba la capa con sombrero (llamado chambergo) de ancha ala que dificultaba la visión completa del rostro de quien lo portaba sobre sus sienes.

Es de sobras conocido que en 1766 el marqués de Esquilache, ministro de Carlos III, puso a la firma del monarca una Real Orden que exigía recortar el largo tanto de las alas de los sombreros como de las capas y que ello dio lugar a una feroz resistencia por parte, no sólo del pueblo madrileño que llegó a asaltar el palacio del propio ministro, sino de otras ciudades españolas. La violencia, saqueos y desórdenes llegaron a tal extremo que a la postre la sublevación quedó apaciguada con la destitución y exilio de Esquilache por parte del rey ("de capa caída", refugiado y atemorizado en Aranjuez) y la supresión de las normas sobre vestimenta, aunque historiadores doctos en el tema han destacado siempre que en realidad el descontento se debió a la carestía de los alimentos y el desabastecimiento por malas cosechas. Como comentamos en otra ocasión, el motín trajo consigo la llamada "pesquisa real", o lo que es lo mismo, una investigación para hallar sus instigadores, recayendo, presuntamente dicha culpa, nunca del todo aclarada, en los Jesuitas, que fueron expulsados un año después, en 1767.

Como curiosidad, años después, un ministro del rey, Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, "capeará el temporal" de la resistencia de la población en esta sensible cuestión de manera muy astuta, al ordenar que los verdugos, por obligación,  usen el chambergo y la capa larga a manera de uniformidad; ¿Que sucederá entonces? Que se dejarán de usar ambos elementos por todos, por miedo a que cualquiera fuera identificado como ejerciente de tan vil oficio. 

En el siglo XIX la capa corta, junto con el sombrero calañés, el calzón corto, la chaquetilla y la camisa serán piezas ineludibles en el "outfit" (ropaje, por usar un término menos moderno) de cualquier mozo pinturero de la época, copiando modelos impuestos por gentes del mundillo taurino. El uso de estas vestimentas, tan castizas, opuestas a la etiqueta de la época, llegó incluso hasta popularizarse muy mucho entre los universitarios sevillanos, que las empleaban casi como uniforme, aunque dicha costumbre se vio seriamente amenazada: en 1845 se ordenó desde el correspondiente Ministerio del ramo con sede en Madrid que a partir de ese Curso los estudiantes estarían obligados a acudir a clase ataviados con frac o levita y tocados con el correspondiente sombrero de copa (sí, así era la moda masculina entonces).

El Rector de entonces, el letrado Joaquín Pérez Seoane, "haciendo de su capa un sayo", declaró que el uso de la capa andaluza era "cobertura de la incuria y del desaseo", por lo que se apresuró a prohibir tajantemente su uso junto con el del calañés. Sorprendidos, contrariados y heridos en su orgullo, los estudiantes de la Hispalense se congregaron en Asamblea en el Café del Turco, en plena calle Sierpes, y encabezados por el joven poeta Adelardo López de Ayala (originario del sevillano pueblo de Guadalcanal) redactaron una feroz proclama contra las autoridades del Rectorado, que entonces tenía su sede de la calle Laraña (antigua casa profesa jesuita) y hasta allí acordaron acudir en aguerrida manifestación para pegarla en sus muros, provocando disturbios y altercados durante varios días, siendo reprimidos duramente con algunos detenidos por las fuerzas de orden público; López de Ayala, por su parte, tendrá que "tomar capa y sombrero" y marchar a tierras castellanas para seguir con su formación, aunque a la postre la vida no lo trató tan mal, puesto que llegaría a ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados y ostentar la cartera ministerial de Ultramar durante el reinado de Alfonso XII, falleciendo en 1879.

Curiosamente, aparte del consabido uso de la capa en diversos lances o tercios taurinos (ya se sabe, de ahí viene aquello de  "abrirse de capa" en relación a comenzar una tarea complicada), en ese siglo XIX comenzará estilarse la capa como nueva prenda dentro del hábito nazareno de algunas cofradías sevillanas, en sustitución de la tradicional túnica de cola y quizá imitando las capas de las Órdenes Militares, siendo la primera en emplearla la hermandad de la Quinta Angustia, que aún la mantiene, en 1857; su iniciativa será pronto imitada por otras corporaciones como las Tres Caídas de San Isidoro (aunque ahora use esparto y cola), Sagrada Mortaja (en 1865) o la propia de la Macarena, quien las verá modificadas en 1886 por obra y gracia de su entonces mayordomo Juan Manuel Rodríguez Ojeda, usando lana merina, colocándole escudos bordados en oro (otra novedad) y dotando a la prenda de una medida casi circular, lo que ampliará el vuelo de la capa puesta sobre los hombros, con un movimiento lleno de gracia.

José García Ramos: Nazareno, dame un caramelo. 1890.
Del mismo modo, durante ese siglo XIX y también en el XX, personalidades como Mariano José de Larra, Ramón María del Valle Inclán, José de Espronceda, Benito Pérez Galdós, José Zorrilla, Luis Buñuel, o Camilo José Cela, usarán o darán cumplida reseña del uso del capa, sin olvidar que, cosas del destino, pese a que como vestimenta hubiese caído poco a poco en desuso, el pintor Pablo Ruiz Picasso, al fallecer en 1973 será amortajado con una capa española (adquirida en el famoso establecimiento madrileño Seseña, aún en funcionamiento) a la que tenía gran aprecio, al haberle sido regalada por un buen amigo, el matador de toros Luis Miguel Dominguín.

Para casi finalizar, destacar la existencia en España de un buen puñado de Asociaciones de Amigos de la Capa (una de ellas en Sevilla), bajo el patronazgo de San Martín de Tours, soldado y obispo en el siglo IV y que pasó a la historia por la tradición según la cual partió su capa en dos con una espada para compartirla con un mendigo que vestía harapos, siendo su sepultura en la Basílica de Tour uno de los puntos fuertes dentro del peregrinaje por el camino francés hacia Santiago de Compostela.

 Y no, no podemos dejarnos en el tintero que en la literatura bien sea  infantil, juvenil o de terror, la capa ha quedado presente en  buenos ejemplos como "caperucita roja" o la "capa de invisibilidad" de Harry Potter, en los modernos comics, en los que algunos superhéroes como Batman o Superman (con permiso de El Zorro) no pueden entenderse sin los vuelos de sus capas negras o rojas, sobre todo porque es el único objeto que al crearse la ilustración puede dar sensación de viento o para servir como elemento identificador de algunos míticos y poderosos "malos", como el mismísimo Conde Drácula o el temible Darth Vader de La Guerra de las Galaxias, pero esa, esa ya es otra historia. 

 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

MAGNÍFICO MANOLO, COMO SIEMPRE.

Antonio Ferrete González dijo...

Muy interesante, gracias por compartir.

Manolo Sousa dijo...

Muchas gracias a ambos por vuestros comentarios.