"Malvaloca". Museo de Bellas Artes de Sevilla |
Desde 2011. Venturas y aflicciones de Don Alonso de Escalona, un sevillano del siglo XVII en la Hispalis del XXI.
10 febrero, 2020
03 febrero, 2020
Va de pozos...
Rebuscando posibles temas para esta sección, nuestro habitual equipo de documentalistas, archiveros y bibliotecarios nos alertó de la inexistencia de una reseña acerca de los diferentes Pozos erigidos en Sevilla en general y pertenecientes a calles o conventos en particular. Comenzaremos, pues, por uno bastante conocido, y que es hasta "Santo":
El
azulejo que preside dicho lugar es bastante elocuente, en él se nos
cuenta que se fundó como Fraternidad Franciscana para mujeres
impedidas en 1666 por las madres beatas de la Orden tercera de San
Francisco Marta de Jesús y Beatriz de la Concepción; y así debió
ser, pues María del Carmen Giménez, profesora del Departamento de
Historia Contemporánea de la Hispalense, cuenta que el día 5 de
enero, víspera de la Festividad de la Epifanía, del año ya
comentado, arribaba a nuestra ciudad la religiosa franciscana Beatriz
Jerónima de la Concepción, comisionada por su superiora para lograr
limosnas con que constituir un Hospital de convalecientes en el
salmantino pueblo de Cabrilla.
Pero
como el hombre propone y Dios dispone, coincidiendo con que religioso
dominico Fray Gonzalo de Morales, confesor de la madre Beatriz,
aconsejó a ésta la creación en Sevilla de otro instituto benéfico
ella misma enfermó, lo que la movió a crear precisamente ese
Hospital para ella misma y otras mujeres desvalidas. No quedó ahí
la cosa, pues la mismísima Superiora, Marta de Jesús Carrillo, no
sólo concedió su beneplácito, sino que viajo ella misma a Sevilla
para ayudar a su compañera en el fin común que ambas se habían
planteado: fundar un Hospital destinado a la asistencia de mujeres
impedidas en cama o ciegas.
Entra
en escena otra mujer, Doña Ana Trujillo, quien determinó proveer el
terreno para el hospital que, al mismo tiempo, hizo donación de tres
camas y de un cuadro que representaba a Cristo resucitado y a San
Francisco y Santa Teresa. Esta primera casa estaba situada en la
calle de la Venera, actual José Gestoso.
Con dichos elementos y la limosna de 50 reales que dio el doctor en Teología Melchor de Escuda, Obispo de Bizerta, se creó esta benéfica institución bajo el título de “Hospital del Santísimo Cristo de los Dolores o del Buen Pastor”. Tres años después, la misma señora Trujillo compró en la plaza del Pozo Santo el sitio en que hoy se alza el Hospital. Fallecida la madre Beatriz, su compañera Marta de Jesús, sola, procuró completar la fundación formando la Comunidad, trazando sus reglas, que fueron aprobadas por el Arzobispo Espínola y activando la terminación de las enfermerías e iglesia. La iglesia fue abierta el 18 de enero de 1682 y bendecida el 4 de febrero de 1686 por el prelado Jaime de Palafox y Cardona.
Con dichos elementos y la limosna de 50 reales que dio el doctor en Teología Melchor de Escuda, Obispo de Bizerta, se creó esta benéfica institución bajo el título de “Hospital del Santísimo Cristo de los Dolores o del Buen Pastor”. Tres años después, la misma señora Trujillo compró en la plaza del Pozo Santo el sitio en que hoy se alza el Hospital. Fallecida la madre Beatriz, su compañera Marta de Jesús, sola, procuró completar la fundación formando la Comunidad, trazando sus reglas, que fueron aprobadas por el Arzobispo Espínola y activando la terminación de las enfermerías e iglesia. La iglesia fue abierta el 18 de enero de 1682 y bendecida el 4 de febrero de 1686 por el prelado Jaime de Palafox y Cardona.
Hasta aquí los comienzos de esta benéfica institución, siempre digna de encomio por su meritoria labor, pero, ¿Por qué el nombre de “Pozo Santo”? ¿Existió un pozo en la zona? ¿Por qué se “canonizó”? Un azulejo, realizado por Luis Maroto de Guzmán en 1916 y colocado en ese año en el zaguán del actual Comedor de San Juan de Dios, en la frontera calle Misericordia, nos recuerda un suceso o leyenda acaecida no se sabe bien cuándo. Luis de Peraza, en su Historia de Sevilla, escrita en torno a 1535-1536 según el profesor Morales Padrón, nos lo cuenta de esta manera, reproduciento por nuestra parte el texto tal cual:
“Otras algunas cosas hai en la real cibdad Sevilla, cuyos nombres, aunque usamos, por no saber las causas dellos, nos ponen admiración, y combidan a nuestros ánimos a que lo preguntemos. Es el primero el Varrio del Pozo Santo, al qual hombres mui antiguos, dignos de fee, llaman así; y preguntándoles yo a algunos dellos la causa, responden, en el tiempo pasado haver allí enmedio de aquella plaza, haver sido un pozo común, del qual se servía en sus necesidades todo aquél varrio, y cayendo un niño en él, súbitamente subió el agua hasta arriba hasta lanzar al niño y ponerlo sin ninguna lisión en tierra. Por esto fue aquel pozo luego aplicado a la confiscación y tapado por que más no se aprovechasen dél en usos profanos, y su nombre de Santo Pozo se ha quedado así.”
Curiosamente,
en 1832, el investigador González de León, al describir la Plaza
del Pozo Santo, también aludía al mencionado hecho milagroso,
ampliado la información:
“En
este sitio estaba una pintura de Nuestra Señora y al pie
un pozo público en el cual por descuido casual cayó un
niño y o el mismo
clamó, ó sus padres lo encomendaron á la Señora en aquella
pintura, y continuando en su oración vieron que las aguas del pozo
subían con el niño hasta llegarlo al brocal donde sus padres lo
recogieron salvo y sano. Esto movió á los cofrades del antigüo é
inmediato hospital de la Misericordia á que llevasen la citada
imágen dentro de su iglesia y la colocasen en su altar mayor
pintando el milagro en el mismo cuadro, y levantando sobre el pozo
una cruz y cercándola de rejas co-mo existe, dejando á la
posteridad el nombre del pozo Santo para eterna memoria del milagro.
Este nombre de Santo se le dió al pozo, y del pozo Santo tomó el
nombre la pla-za, y despues el hospital qjae se fundó en ella. (…) El
sitado pozo está cubierto, y en la octava de la Asunción de Nuestra
Señora lo abren y se veven sus aguas, sin que en la plaza
halla nada mas que observar; la cual es pequeña y está á la salida
de la calle de la Misericordia.”
Nada
se sabe de la pintura que alude González de León, aunque
curiosamente se conserva en la Sacristía de los Cálices de la Catedral un lienzo llamado La Virgen
del Valle o del Pozo Santo, atribuida a Alonso Vázquez en el último
cuarto del siglo XVI.
Otro
apunte con un pozo como protagonista, un suceso narrado por también
por Don Félix González de León: se cuenta que en 1403 ocurrió
célebre milagro que hizo, se supone, la Virgen María a través de
una imagen suya propiedad de una señora natural de Écija. Todo
estriba en que al parecer el hijo de esta ecijana cayó al pozo de su
vivienda en un descuido y las aguas se levantaron hasta el brocal,
echando fuera al niño en presencia, se dice, de innumerables
testigos. Este milagro conmovió tanto a la piadosa mujer que con sus
donatviso fundó un convento de monjas Dominicas con la advocación
del Valle, pensamos que por tratarse de la Virgen patrona de Écija.
Con el tiempo ese Convento del Valle ha quedado ahora convertido en
el Santuario de la Hermandad de los Gitanos, quien conserva junto al
templo, en la zona de la tienda de recuerdos, un brocal de pozo de
bastante antiguedad, ¿Será el pozo que dio origen a la leyenda
milagrosa?
Tampoco podemos olvidar que un tramo de la calle Feria, donde estaban radicados los pertenecientes al Gremio de Carpinteros, se llamó en el siglo XVI Pozo de los Hurones, en alusión a estos animales, criados al parecer para ser utilizados sobre todo para la caza de conejos.
Y por último, un pozo en pleno centro histórico: el del Compás del Antiguo Convento de la Paz, ahora sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja; un pozo del cuál nos cuentan que hasta los años 50 o 60 sirvió para proporcionar agua a los vecinos del patio en tiempos de sequía...
Terminamos, pues, y aprovechamos para dejar un refrán castellano apopiado para estas letras: "Dios te dé salud y gozo y casa con corral y pozo."
Y por último, un pozo en pleno centro histórico: el del Compás del Antiguo Convento de la Paz, ahora sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja; un pozo del cuál nos cuentan que hasta los años 50 o 60 sirvió para proporcionar agua a los vecinos del patio en tiempos de sequía...
Terminamos, pues, y aprovechamos para dejar un refrán castellano apopiado para estas letras: "Dios te dé salud y gozo y casa con corral y pozo."
29 enero, 2020
Dos mujeres para un 30 de enero.
Mañana jueves, día trigésimo del mes primero del año, habrían cumplido años dos figuras femeninas fundamentales para comprender las primeras décadas del siglo XX en Sevilla.
Una, nacida entre algodones, sabrá de
primera mano de una vida repleta de lujos, de sirvientes, propia de
quien proviene de una estirpe real y de alta cuna; María Luisa, que
así se llama, es hija un Rey al que apelaron el Deseado, aunque
luego las cañas se volvieran lanzas y el Séptimo de los
Fernandos fuera un monarca entregado a deshacer la labor de los
liberales y empeñado en hacer regresar el Antiguo Régimen; será
hermana, por tanto, de una reina, Isabel II y, andando los años,
madre de otra.
La otra mujer,
Ángela, llega al mundo 14 años después y lo hace en la plaza de
Santa Lucía, en una casita pequeña, en el seno de una familia
humilde, muy humilde, la del padre cocinero de los trinitarios y la
madre lavandera, la de 14 hermanos de los que sobreviven 6, la de la
familia que lucha a diario por sobrevivir llevándose un trozo de pan
a la boca, reflejo absoluto de las condiciones de vida de aquellos
años complicados para las clases bajas.
María Luisa, el
mismo año que nace Ángela, contraerá matrimonio con un prometedor
miembro de la aristocracia francesa, conspirador y aficionado al buen
vivir: Antonio de Orleans. Obsesionado con la corona española,
acechará constantemente a Isabel II e incluso, tras abandonar París
y residir en Madrid y Sevilla, esperará cosechar fruto de sus cabildeos cuando su cuñada sea derrocada en 1868 por la
Revolución de la Gloriosa.
Por aquellos años,
Ángela es ya una joven zapatera experta en un oficio en el que comenzó
con apenas 14 años, tras el fallecimiento de su padre. En el
taller de Maldonado, donde trabaja, pronto notarán que ni como
aprendiz ni como oficiala es una empleada cualquiera: busca momentos
para la oración, se preocupa por los pobres, como en la epidemia de Cólera y se concentra en penitencias y súplicas. Su maestra, consciente de
la bondad de la joven, la orienta y la pone en contacto con un
sacerdote: el padre Torres Padilla.
En 1870 María Luisa
de Borbón y su esposo ven como sus posibilidades al trono se
esfuman. ¿La razón? En paraje cercano a Leganés, Antonio de
Orleans mata en duelo al infante Don Enrique, de este modo, será
Amadeo de Saboya el elegido para ostentar la corona en unos tiempos
revueltos políticamente hablando, en los que los generales, “los
espadones”, tienen mando y plaza. Malos tiempos para una familia de
estirpe que residirá en el sevillano Palacio de San Telmo, antigua
escuela de navegantes, donde crecerá “como una rosa” (decía la
copla) María de las Mercedes de Orleans y Borbón.
También en 1870,
Ángela Guerrero ha sufrido una decepción. Convencida de su vocación
religiosa, ha decidido ingresar como novicia, pero tanto las Carmelitas Descalzas como las Hijas de la Caridad intentan hacerle
ver que no está hecha ni para el coro o el claustro ni para el
cuidado de los desfavorecidos y las privaciones. No obstante, la
joven sigue pensando por aquel entonces que está llamada a hacer
algo con su vida y la de su prójimo. A partir de ese momento,
animada por el Padre Terres, Ángela se concentra en preparar con
minuciosidad su proyecto, la idea de constituir una comunidad en la
que todo gire en torno a la oración y a la atención a los pobres.
Horarios, limosnas, penitencias, comidas, ajuar, nada queda a la
improvisación. Poco a poco, se acerca el momento.
En 1875 regresa a
España Alfonso XII como rey. La Restauración de la Monarquía
Borbónica sacará a la luz un noviazgo oculto: el de la hija de
María Luisa con el propio rey. Será un matrimonio por amor que
llenará de alegría al país y cimentará la leyenda de una pareja.
Ese mismo año, al fin, Ángela arranca con su proyecto: junto a
otras tres jóvenes compañeras acude al Monasterio de Santa Paula
para consagrarse por entero a una vida de humillación y sacrificio.
Un humilde cuarto alquilado con derecho a cocina en la calle San Luis
será el primer convento de la Compañía de las Hermanas de la Cruz.
La primera jornada transcurre con tanta entrega a los demás que las
cuatro religiosas se olvidan de guisar y duermen sin comer, aunque
felices.
En 1878, con la
Institución en plena expansión, fallecerá el Padre Torres, un duro
golpe para las hermanas de la cruz en general y para Sor Ángela en
particular; también, en ese mismo año, María Luisa de Borbón pasa
de la alegría al llanto: de la boda de su hija con Alfonso XIII a
verla fallecida por el tifus apenas cinco meses después, contando
apenas 18 años. El negro del luto de la corte madrileña casi es
idéntico al negro de los velos de las hermanas de la cruz.
En 1890 fallece el
marido de María Luisa de Borbón, “Don Antonio el Naranjero”,
apodo con que se le conocía en Sevilla habida cuenta que solía
vender los frutos de sus naranjos, cuando la nobleza de la época
solía regalar esas naranjas al pueblo, ¿Un poco tacaño? Quizás.
La tuberculosis se había cebado con parte de los hijos del
matrimonio, de hecho solo unos pocos sobrevivirán al siglo XIX. No
queda nada ya de esa “Corte Chica” de San Telmo, a la que acudía
lo mejor de la sociedad sevillana, junto con pintores, escritores y
demás artistas de la época. La Viuda de Orleans dejará pasar los
años a orillas del Guadalquivir, bien en Sevilla, bien en las
propiedades familiares de Sanlúcar de Barrameda.
Una figura une al
fin a ambas mujeres: el sacerdote José Rodríguez Soto, a la sazón
Capellán Real y Confesor de María Luisa de Borbón. Él será quien
le hable de las Hermanas de la Cruz y de su labor, quedando
profundamente impresionada por el compromiso y el testimonio de las
religiosas. Nace así una vinculación entre San Telmo y la calle
Alcázares, una vinculación que, como veremos, tendrá un epílogo
significativo.
Será en 1897. La
Infanta María Luisa, la hija, hermana y madre de reyes de España,
gran
amiga de la escritora Fernán
Caballero y
de edad ya avanzada, enfermó gravemente en enero de ese
año y
falleció en su palacio sevillano el 2 de febrero, siendo su cadáver
conducido al Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial. Por
expreso deseo suyo no fue embalsamada y fue amortajada descalza con
el hábito de las Hermanas de la Cruz.
Sor
Ángela, tras unos años de profundización en su idea de la humildad
absoluta como forma de vida, abandonará el cargo de Superiora en
1928 y fallecerá, víctima de un embolia cerebral, el 2 de marzo de
1932, constituyendo su muerte todo un acontecimiento de duelo para la
ciudad que unió a gentes de la más variada condición e ideología. Tan es así, que el Ayuntamiento republicano del momento, por unanimidad acordará rotular como "Sor Ángela de la Cruz" la calle en la que se encuentra la Casa Madre de las Hermanas, llamada de Alcázares hasta entonces como dijimos.
No,
no se nos olvida: fruto
de su amor por Sevilla, en 1893 María
Luisa de Borbón donará
a la ciudad los jardines de su Palacio, que con el tiempo se
convertirán en el Parque que llevará su nombre y que se verán
decorados con una estatua suya realizada por Enrique Pérez
Comendador en 1929, aunque la actual es una reproducción en bronce
de la original realizada en pieda que se halla en
Sanlúcar de Barrameda. Representada con mirada triste, porta una
rosa en las manos, símbolo quizá de su hija fallecida
prematuramente...
Hasta
aquí la pequeña historia de dos mujeres que tuvieron a Sevilla como
lugar común y que, desde ámbitos muy diferentes, acabaron
conociéndose y cultivando cierto grado de amistad y admiración.
...o0o...
Post Escriptum: aparte de estas dos preclaras mujeres, cada una en su estilo, el 30 de enero nació en 1970 alguien a quien apreciamos sinceramente y que cumple por tanto, 5 décadas de vida. Felicidades, compadre.
13 enero, 2020
Los Turina y el Señor de Pasión
Han
pasado las Navidades y sin más, por así decirlo, ya estamos de
nuevo metidos en el ciclo de cultos que las hermandades sevillanas
dedican a sus titulares y que tendrá su máxima importancia cuando
lleguemos a la cuaresma. Ya se ha celebrado el Quinario a Jesús del
Gran Poder o el Tríduo, por ejemplo, a Nuestro P. Jesús Descendido
de la Cruz, de la hermandad de la Sagrada Mortaja y en estos días
fríos de enero son muchos los fieles y devotos que acuden a la
Iglesia Colegial del Divino Salvador para venerar a Jesús de la
Pasión durante la anual y solemne Novena que le dedica su Hermandad
en cumplimiento de sus Reglas.
Ya
que hablamos de Pasión, como saben quienes leen estos pliego, se trata de una
portentosa talla salida de las manos del insigne escultor Martínez
Montañés, quien la realizó entre 1610 y 1615, ya que no se ha
encontrado documento alguno al respecto, pero bastan las palabras de
un fraile mercedario, contemporáneo del escultor, que dejó por
escrito que el Nazareno de Pasión «…es obra de aquel insigne
maestro Juan Martínez Montañés, asombro de los siglos presentes y
admiración de los por venir…». Por su parte, el pintor y
tratadista Antonio Palomino, engrandeció aún más la atribución a
Montañés añadiendo según la leyenda que «…el mismo
artífice, cuando sacaban esta sagrada imagen en la Semana Santa,
salía a encontrarla por diferentes calles, diciendo que era
imposible que él hubiese ejecutado tal portento»
Muchos
han sido los adjetivos y alabanzas dedicadas a esta portentosa talla
barroca, llena de unción sagrada y de belleza difícil de superar.
Hace poco la visitábamos en su capilla durante su Besapiés y
quedamos sobrecogidos por la serena mansedumbre de su rostro y la
magnífica talla de manos y pies, por no hablar de la elección de
una túnica bordada, de las que somos partidarios, que dotaban a la
imagen de un halo de majestuosidad impresionante.
Se
cuenta, como anécdota que en cierta ocasión acudió a orar ente el
Señor de Pasión D. Antonio Despuig y Dameto quien ostentó el
Arzobispado de Sevilla de Sevilla entre 1795 y 1799. Tras estar
durante bastante tiempo rezando devotamente ante la Imagen, hizo el
siguiente comentario para sorpresa de quienes le acompañaban: «Le
noto un defecto…»; a lo que
concluyó rotundo: «…le falta respirar».
Tampoco
podemos olvidar un apellido, vinculado a la Hermandad de Pasión, el
de la familia Turina. El más famoso, lógicamente, es Joaquín
Turina Pérez, músico y compositor, autor de obras tan destacables
dentro del llamado nacionalismo musical como: La procesión
del Rocío (1913), Danzas
fantásticas (1919), Sinfonía
sevillana (1920), Canto a
Sevilla (1925) o La oración del torero (1926).
Nos interesa destacar en este caso, ya que
hablamos del Señor de Pasión, que Joaquín Turina fue hermano
activo de la Hermandad y que le dedicó una Misa para Orquesta, una
Marcha Fúnebre, innumerables coplas para los cultos y hasta un
movimiento de su suite para piano “Por las calles de Sevilla” se
titula “ante la Virgen de la Merced”.
Pero en esta ocasión nos vamos a centrar en el “culpable”
de esta predilección del músico hacia su Hermandad, nos referimos a
su propio padre, Joaquín Turina y Areal.
De ascendencia italiana, pasó a la historia de la
pintura sevillana como uno de los últimos continuadores
decimonónicos de las escenas costumbristas, sin que se conozca de
manera precisa ni la mayor parte de su producción ni muchos
pormenores de su biografía, debido a la escasa repercusión de su
obra. Nacido en 1843, en 1882 contraerá matrimonio con Concepción
Pérez, natural de Cantillana (Sevilla), viviendo ya entonces en la
casa familiar de la entonces calle Ballestilla, actual Buiza y
Mensaque, donde en el actual número 8 figuera una placa recordado
que el 9 de diciembre de 1882 sucedió lo que más fama dio al pintor
en toda su vida: el nacimiento de su hijo Joaquín, uno de los
músicos españoles de mayor celebridad de su tiempo.
Alumno, al parecer desde los nueve años, de la
Escuela de Bellas Artes hispalense, De su producción más temprana
se sabe que pintó obras devocionales y también pinturas de frutas y
de flores.
Siguiendo a Carlos G. Navarro, Técnico de
Conservación de Pintura del Siglo XIX, Museo del Prado, Turina Padre
participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881 con Los
dos extremos, y acudió también a la Exposición de Chicago de 1893
con Desembarco de Colón en Palos a su regreso de América.
Su labor fundamental consistió, durante toda su
vida, en la producción de escenas de carácter costumbrista, tan
arraigadas en Sevilla desde el romanticismo, con fines puramente
comerciales e intenciones meramente decorativas. Se conocen también
algunas otras pinturas teñidas de cierto carácter histórico –La
ronda nocturna encontrando el cadáver de Escobedo o Un episodio de
la sublevación cantonal en 1873– pero sobre todo centradas en
aspectos anecdóticos y superficiales del pasado sevillano, como
Martínez Montañés viendo salir la procesión de Jesús de Pasión
(Sevilla, Hermandad de Pasión).
La pintura, realizada en 1890, está depositada en
la propia Hermandad de Pasión y dedicada por su autor en uno de sus
extremos inferiores. Hay dos claros protagonistas en la escena, la
obra y su autor. Y rodeando a ambos, toda una atmósfera
costumbrista, reflejo de lo que el Abad Gordillo contaba sobre la
cofradía en la calle cuando allá por el siglo XVII salía de la
iglesia del convento casa grande de la Merced:
«salen muy bien compuestos y en mucho número los
hermanos y cofrades de ella, y llevan primero su estandarte blanco
con cruz carmesí y muy bien acompañados de luces. Va siguiendo la
cruz de la parroquia y luego van todos los de la disciplina, seguidos
unos de otros. Y en lo último de ella Nuestro Señor en andas sobre
hombros de cofrades y hermanos de la cofradía con la Santa Cruz
sobre sus hombros y Simón Cirineo que le ayuda.
Son ambas figuras muy proporcionadas a lo que
representan y mueven mucho a devoción. Luego siguen los religiosos
del Monasterio con sus candelas en las manos, y entre ellos, con la
general inadvertencia, unos músicos de canto de órgano, cantando a
voz en cuello las letanías… Luego vienen las santas imágenes de
María Santísima y San Juan Evangelista que la acompaña, con muchas
luces y hachas que llevan los cofrades y hermanos; y después los
clérigos parroquiales por orden y mandado del Pontífice Romano…
Es una de las procesiones lucidas, quietas y
pacíficas, porque como una de las primitivas y antiguas de la
ciudad, no se gobierna del modo que las modernas o nuevas, que hay
más regidores que cofrades, sino sólo con dos alcaldes, uno al
principio de la procesión y otro al fin de ella, con que van
bastantemente gobernados y regidos».
Pero, ¿De qué iglesia sale la cofradía? En 1890 la
Hermandad de Pasión ya radicaba en el Salvador tras un periplo por
varios templos, ¿Es San Miguel, iglesia Mudejar derribada en 1868?
¿O pretende representar la Merced dándole esa apariencia falsamente
mudéjar? Anacrónicamente, Joaquín turina situa como cirineo al
popular “Mirabalcones” que la cofradía poseía desde “sólo”
1841 (vendido en 1951 a la Hermandad de Jesús Nazareno de Aguilar de
la Frontera) al igual que parece reflejar las andas de carey y plata
que se perdieron durante la invasión francesa y que algunos
sostienen que están en el Louvre parisino. Llama la atención el
escaso exorno floral y la exigua iluminación, cuatro faroles,
reflejo quizá de cómo se disponían las andas procesionales en
tiempos de Turina.
Sigue al paso, portado a hombros por cofrades de
penitente con antifaces morados, la comunidad de la Merced, con sus
hábitos blancos, conservados como recuerdo ahora en los manigueteros
del paso de la Virgen de la Merced, comunidad monacal que acompañaba,
por un concierto con la hermandad de 1579, su estación penitencial,
que por aquellas fechas tenía lugar en la madrugada del Viernes
Santo o en la noche del Jueves Santo.
El escultor, ya anciano, es representado sentado
en un sillón frailuno, con las manos entrelazadas en actitud orante,
con la mirada fija en el Nazareno de Pasión, está flanqueado por
un grupo de personajes que abarcan desde la joven doncella acompañada
de su ama hasta un grupo de fieros caballeros de poblados bigotes con
espadas al cinto, golillas y botas altas, descubiertos los sombreros
al paso de la procesión aunque con rostros devotos, quizá
impresionados por el sonido de los latigazos de los flagelantes
descalzos, con sus espaldas ensangrentadas.
23 diciembre, 2019
Una Puerta para nacer.
Teniendo en cuenta las fechas
en las que nos encontramos, hemos decidido en aquesta ocasión que sería bonito dar
pormenores sobre algo que en estos días se visita, se contempla y se
disfruta, tanto por niños, como por mayores: nos referimos a los
tradicionales Nacimientos o Belenes, que se instalan por
instituciones, hermandades, asociaciones o entidades con el fin de
recrear, con mayor o menor fortuna, el entorno de esa Belén de Judea
donde nació Jesús de Nazaret.
Líbrenos Dios hablar de ríos de papel de plata, figuras de animales del
más diverso pelaje o pastores y reyes encaminados al pesebre, aunque
desde luego vaya desde aquí nuestro más sincero homenaje hacia esas
personas que durante los meses previos a la Navidad se desviven en el
montaje de sus Belenes, y que luego los muestran y comparten con
amigos e invitados.
Vamos
a hablar, pues, de uno de los Nacimientos más antiguos de
Sevilla, si no el que más, y que ha dado nombre incluso a una de la
puerta de la catedral hispalense, aunque esa puerta, por la que
entran las cofradías en las jornadas de Semana Santa sea nombrada
con otro nombre.
Pero
vayamos por partes.
A
comienzos del siglo XV, los canónigos de la Catedral, un poco
cansados de mantener en pie la primitiva mezquita mayor musulmana
convertida en primer templo de la ciudad desde 1248, acometieron la
fabulosa tarea de realizar una nueva catedral, tan imponente, que
según se decía entonces, los canónigos formularon una frase que
pasaría a la historia: «Hagamos una iglesia tan hermosa y tan
grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos».
Las
obras, al parecer, arrancaron en 1434 por lo que serían los pies del
templo, esto es, la zona contraria al altar mayor, lo que ahora es el
testero correspondiente la actual Avenida de la Constitución, y
fueron desarrollándose con lentitud, derribando zonas constructivas
de la etapa almohade/cristiana y levantando elementos góticos. La
llamada “piedra postrera” sobre el cimborrio se colocará el 10
de octubre de 1506, aunque los trabajos seguirían. Vamos, que 72 años dieron para mucho.
Como
buena catedral, necesitaba puertas (“postigos”) de acceso, y por
tanto no es de extrañar que en el plano original, reencontrada una
copia suya en el convento de bidaurreta en Oñate (Guipúzcoa),
aparecieran. El edificio proyectado, aún sin cuantificar sus
dimensiones, era colosal: 5 naves con 32 pilares exentos, 22 unidos a
estribos, 4 pilastras, 9 puertas y un total de 20 capillas laterales,
se da la curiosidad de que la catedral de Sevilla y la de México son
las dos únicas en el mundo que poseen dos puertas en sus cabeceras.
Y
ya que hablamos de puertas... como ven, corremos el riesgo
de siempre, el de irnos por las ramas y no centrar el tema. Lo
retomamos, pues, si les parece.
Mencionábamos
la fachada del lado Este de la catedral en la que destacan las
portadas del Bautismo y de la Asunción, puerta ésta que solo se
abre en ocasiones excepcionales, como la llegada de un nuevo prelado
a la sede hispalense. La tercera puerta, la que nos interesa, se
sitúa en el extremo más próximo a la Puerta de Jerez, casi en la
esquina con la calle Fray Ceferino González, muy cerca, por tanto,
de la antigua Lonja de Mercaderes o actual Archivo de Indias.
Desde
siempre se la ha llamado “de San Miguel”, pero ¿por qué?
Pues porque enfrente, se hallaba el llamado Colegio de San Miguel,
propiedad de la Catedral y en el que estudiaban los niños (unos 40)
que luego pasarían a forma parte del personal subalterno del primer
templo de la ciudad como sacristanes, peones o intregados en la
escolanía o de los propios Seises bajo la supervisión del Maestro
de Capilla. Andando los siglos el colegio desaparecería y se
construiría el moderno edificion de la plaza del cabildo (donde
venden sellos y monedas en las mañanas dominicales), quedando como
recuerdo de aquella antigua etapa la portada de estilo gótico
mudéjar que da a la propia Avenida de la Constitución.
Al
lado de la puerta propiamente dicha, aparece una lápida que indica
que nos encontramos en el “Quartel A, Barrio 1, Manzana 13”,
resto de la organización urbana que realizó allá por 1769 el
Asistente Pablo de Olavide. Y justo delante, seguimos con detalles,
hay en el suelo una inscripción que recuerda que allí arranca ni
más ni menos que el camino jacobeo, el camino para los que
peregrinen desde Sevilla a Santiago de Compostela.
En
la portada del Nacimiento, como pueden imaginar los oyentes, se
desarrolla el comienzo del Nuevo Testamento, escrito por los cuatro
evangelistas, y la difusión del mensaje cristiano junto con los
orígenes de la Iglesia hispánica, representada por el primer obispo de Sevilla, San
Laureano y el mártir San Hermenegildo.
Es
curioso, pero en este caso la parte escultórica más
antigua son los altorrelieves en piedra que rodean los tímpanos y
que se ejecutaron a mediados del siglo XV en sincronía con la
decoración arquitectónica realizada por los entalladores; la
calidad de la piedra dificultó su calidad plástica pero son obras
de bastante interés.
Los
siete profetas y el ángel de la portada del Bautismo fueron
realizados en 1449 y presentan una talla más detallista, más trabajada y unos rasgos formales diferentes a los ángeles de la
portada del Nacimiento. En esta última, seguimos a la profesora
Teresa Laguna, los paños de las figuras son menos angulosos, los
rasgos faciales más inflamados y los cabellos tienen distinto
volumen; responden claramente a la obra de un escultor distinto que
trabajaría inmediatamente después.
¿Un escultor distinto? En 1804 Ceán Bermúdez las atribuyó a Lope Marín, escultor
de la primera mitad del sigloXVI, y su opinión fue compartida por
posteriormente hasta que Francisco Tubino en 1877 hizo una leve
referencia al trabajo de Mercadante de Bretaña. Pocos años después,
un viejo conocido de este programa, José Gestoso, alcanzó a leer
las dos cartelas de los profetas de la portada del Bautismo y señaló
el trabajo de Pedro Millán al cual, por extensión, atribuyó
prácticamente la totalidad de las imágenes de estas dos portadas
occidentales.
Sin
embargo, en 1911, será el eminente historiador granadino Manuel Gómez Moreno quien llame la atención de manera irrefutable sobre el carácter flamenco de dichas esculturas y las relacione con un
sepulcro conservado en la propia catedral: el del Cardenal Cervantes, firmado por Mercadante de Bretaña. Su acertada teoría fue aceptada por otro gran investigador (en este caso nacido en Valverde del Camino)
Diego Angulo y la mantienen todos los historiadores desde entonces.
¿Cómo
llegan las formas artísticas flamencas a Sevilla? Se constatan, poco
a poco, a partir del segundo tercio del siglo XV, y en escultura está
relacionada documentalmente con la llegada de Lorenzo Mercadante de
Bretaña para realizar, a requerimiento del Cabildo, el sepulcro de
Don Juan de Cervantes, cardenal de Ostia y uno de los prelados más
influyentes de este período, que fue arzobispo de esta diócesis
desde 1449 hasta su fallecimiento. La
figura del cardenal y la importancia del encargo hicieron necesaria
la presencia en esta ciudad de un escultor de reconocido prestigio, y
cuatro meses más tarde «Maestre Lorenço, mercader imaginero»
llegó a Sevilla y percibió seiscientos maravedíes por su viaje
desde Francia; a finales de 1454 tenía casi concluida la escultura
yacente del prelado y había realizado para la Catedral una escultura
en alabastro de la Virgen. En el sepulcro, tallado en alabastro entre
1454 y 1458 para la capilla de San Hermenegildo, contrastó con
acusado realismo los rasgos del prelado con la riqueza plástica de
sus vestiduras litúrgicas y en el túmulo confirió un tratamiento
flamenco no sólo a las imágenes sino incluso a los ciervos de los
escudos; es la única obra que firmó y por su calidad destaca entre
la escultura funeraria contemporánea.
Tenemos,
pues, Antonio, a un escultor de primera linea como Mercadante y un
material quizá no tan manejable o noble como el barro, pero el
resultado constituye una escena fundamental para entender la
Natividad en Sevilla.
En
el centro, figura central, está el Niño, dejado sobre las pajas, y
sobre él un coro de ángeles que cantan gozosos su nacimiento. Las
figuras de la Virgen y San José, vestidos de traje de época del
artista, están en actitud de adoración, con manos orantes. Detrás de la Virgen surgen las cabezas del buey y la mula,
asomadas desde el establo para completar el misterio. Y detrás de
San José, una pastora con regalos para el recién nacido. Sobre las
figuras, unos tejadillos góticos ponen un signo de acogida y
recogimiento a la escena. A los dos lados, unos pastores que reciben
con gozo el anuncio del ángel, en un relieve menos marcados, y una
vista de Belén, esto alarga la escena central hacia dentro, dándole
una mayor profundidad.
Esta figura de la pastora, escribe el padre jesuita García Gutiérrez, es de lo más interesante del arte gótico, en que ya se manifiestan abiertamente los sentimientos al exterior: la pastora ríe de alegría, mientras mira a la escena de la Sagrada Familia. La risa abierta aparece algunas veces como un gesto de la maestría a que ha llegado la escultura gótica. Igual puede verse en el rostro del Profeta Daniel, en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. Esta manifestación abierta de los sentimientos indica una alta perfección en el arte, que con más facilidad, y anterior en el tiempo, muestra la pena que el gozo de la escultura.
Terminamos nuestro pliego navideño, no sin antes desear a quienes lo leyeran unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nos colme de bendiciones.
02 diciembre, 2019
Arjona, el Asistente.
Audio emitido en la mañana del lunes 2 de diciembre en el programa "Estilo Sevilla".
Hoy, 2 de diciembre, nos vamos a centrar en un personaje histórico vinculado a nuestra ciudad, aunque naciera en la villa ducal de Osuna, donde se conserva aún el palacio de su familia, convertido ahora en oficina de turismo; si el lunes pasado nos movimos en los límites de los siglo XVI y XVII, en esta ocasión lo haremos a caballo entre el XVIII y el XIX, especialmente en este último, y turbulento, siglo.
Si decimos que fue nuestro personaje quien prohibió a los sevillanos tener cerdos en sus casas o que regasen las macetas durante el día (prohibición que aún hoy sigue vigente bajo multa de 120,00 € según las ordenanzas municipales), quizá sea difícultosa su identificación, de modo que será mejor que desvelemos su identidad:
José Manuel Arjona y Cubas, Asistente de Sevilla, hoy habría celebrado su cumpleaños, ya que nació tal día como hoy en 1781, de familia oriunda de Comares, en Málaga, y con antecedentes nobiliarios, ocupando su padre en el momento de su nacimiento el puesto de Corregidor ursaonés.
Formado en leyes en las universidades de Osuna y Sevilla, muy joven alcanzará el puesto de magistrado en Extremadura. Allí vivirá la guerra de independencia y de allí saldrá ascendido hacia la corte del recién repuesto Fernando VII, quien lo nombrará sucesivamente y en pocos años Alcalde de Casa y Corte, Fiscal del Supremos Consejo del Almirantazgo y Corregidor de Madrid, ya en 1817, donde realizará una encomiable labor instalando alumbrado de gas, adecentando calles y plazas e incluso un nuevo teatro.
El trienio liberal supondrá un parón en su carrera, pero el regreso Fernando VII al trono supondrá de nuevo situarse en la carrera de ascensos, desde Superintendente General de Vigilancia Pública para luego acceder al Ministerio del Consejo de la Cámara Real hasta finalmente ser nombrado en abril de 1825 Asistente de Sevilla e Intendente del Ejército de Andalucía. ¿Cuáles eran sus funciones? Prácticamente resolver todos los asuntos municipales, ser juez de primera instancia en lo civil y en lo criminal y ostentar el rango de Mariscal de Campo. Todo ello era una carga de trabajo importante, pero tenía sus recompensas: residir en los Reales Alcázares.
Ambicioso como buen hijo de su época, afrancesado hasta la médula, era también de carácter esforzado y emprendedor, con iniciativas siempre buscando el bien de los ciudadanos, por lo que supo rodearse de un eficiente equipo de colaboradores, como Melchor Cano, de quien hablaremos más adelante. Además, contó con factores a su favor tales como la positiva situación económica que siguió a la Guerra de Independencia, sus magnificas y fluidas relaciones con la corte madrileña; todo ello se sumó para lograr una serie de reformas que modificaron no poco a la Sevilla de la época.
Como bien afirma el profesor Ramírez Olid, una de las mayores preocupaciones era la política de abastos, esto es, el suministro de alimentos para la población y las condiciones de su vento en lo referente a precios, higiene, pesas y medidas, y haciendo especial hincapié en la necesidad de concentrar los puntos de venta dispersos en mercados habilitados expresamente para ello. Para ello, Arjona creará los mercados de la Feria, Triana y la Encarnación, proyectado este último por Cano sobre el solar del derribado convento agustino de ese nombre, víctima de la piqueta durante la ocupación francesa.
Cano se ocupará de todos los detalles, El interior del primitivo mercado estaba organizado en tres amplias calles, con galerías cubiertas, a ambos lados de las cuales se situaban los puestos ordenados según los artículos de venta: pan , frutas y hortalizas, carne fresca y chacina, pescado.... y en su centro, donde se ubicaban los puestos de venta más efímera se situaba una fuente mármol (la que está en la actualidad en la Plaza) rodeada de los cuatro árboles que aún hoy se conservan.
Al enorme recinto, con 430 placeros, algo más que una plaza de abastos al uso, se accedía por ocho puertas, tres en cada lado largo (que coincidía con las antiguas calles del Correo y del Aire); y una puerta en cada lado menor, esto es, a la calle Dados (actual Puente y Pellón) y a Regina.
Sevilla, tras varias epidemias, era una ciudad insalubre, falta de higene, sucia. A la falta de un servicio de limpieza diario (Lipasam era algo impensable en aquellos tiempos), había que unir la inexistencia de una conciencia cívica sobre vertidos en la calle de las más variadas sustancias, por decirlo en plan fino, Antonio…
En 1828 Arjona presentará un Reglamento de Policía Urbana en el que se tratarán de ordenar los más elementos aspectos de la vida cotidiana con el fin de facilitar la convivencia de los sevillanos. No es de extrañar que en ese texto se contemplaran aspectos relativos al alumbrado, pavimentación, jardines y especialmente a la limpieza callejera. Siempre se ha dicho, Antonio, que es interesante analizar una lista de prohibiciones, porque de ellas pueden extraerse costumbres, gestos o actos que se ejecutan habitualmente y necesitan ser suprimidos por ir en contra de convivencia.
La profesora María Dolores Antigüedad, al analizar las normas, destaca sorprendentemente prohibiciones como la de tener cerdos en casa, regar las macetas en horario diurno, arrojar cosas por las puertas o ventanas de las viviendas (imagínate, Antonio, qué cosas…), dejar animales muertos en las calles o tener gallinas sueltas por las calles, o que los perros anden sueltos sin bozal bajo pena de fuertes multas, así que, es evidente que todas estas cosas las hacían los sevillanos con total naturalidad, como si tal cosa, aunque lógicamente eran, como se dice ahora, “muy fuertes”…
Al hilo de la cuestión higiénica, Arjona será el primero que se preocupe por el problema grave que constituían las “aguas menores” y “mayores” en la vía pública, vamos, que los sevillanos hacían sus necesidades donde querían sin tener nada en cuenta.
Al hilo de esta cuestión es muy curiosa la historia ocurrida unas décadas antes en la Iglesia Colegial del Salvador, donde, hartos de la suciedad de los muros, sus canónigos decidieron sus bajos con llamas a semejanza del Infierno con la idea de amenazar con la condena eterna a quien osara profanar las paredes del templo; baste decir que un tiempo después los propios canónigos resolvieron suprimir esas pinturas “llameantes” por el poco efecto que causaban entre la población masculina, deseosa de vaciar su vejiga donde fuera, y no por capricho, sino porque en la mayoría de las viviendas no existían retretes, como mucho, pozos negros en los corrales de vecinos y pare usted de contar.
¿Qué solución buscará el Asistente Arjona? Construir los llamados evacuatorios en los lugares de mayor paso de personas, dotarlos de depósitos de agua y evitar así desagradables situaciones.
Entre 1827 y 1833 abrirá cuatro camposantos, situándolos extramuros, entre ellos el de San Sebastián, ahora frente a la parroquia y otro, por ejemplo en Triana, llamado de San José, en terrenos ahora ocupados por la Torre Pelli, qué cosas…
Mercados, higiene, cementerios, pero Arjona también pasará a la historia por derribar la antigua fábrica de tabacos, y crear la actual plaza del Cristo de Burgos, así como las plazas de doña elvira y de Armas. Tampoco podemos olvidar cómo supo gestar tres espacios en la ciudad que aún hoy, tras más de dos siglos, casi, subsisten:
- Aún admitiendo que la Plaza era perteneciente al ducado de Medina-Sidonia, Arjona recurrió a su Arquitecto Mayor, Melchor Cano, para modificarla, convirtiéndola en uno de los “salones” más concurridos por la alta sociedad sevillana, que acudía allí a pasear, a ver, y a ser vistos. Formado por cuatro calles junto a un salón central, se hallaba decorado con numerosa arboleda y una fuente en su centro.
- Tras proceder al derribo de la muralla almohade que unía la Torre del Oro con la de la Plata, acometió la tarea de embellecer los márgenes del río, se construyen, entre 1826 y 1829, unos jardines en el espacio triangular cuyos extremos eran la Puerta de jerez, la Torre del Oro y el palacio de San Telmo. El terreno fue allanado y aprovechados los arrecifes que desde la citada puerta se dirigfan a la Uni-versidad de Mareantes (palacio de San Telmo, al paseo de la Bella Flor, que discurría junto al río, el que se formará más tarde una vez cubierto el arroyo Tagarete. El salón del Cristina fue inaugurado en la onomástica de la reina. Contaba con pavimento de losas, estanques, fuentes, estatuas, bancos de pie-dra, cuadros de flores, etc. Fue obra de Mel-chor Cano.
- El camino de Bellaflor (o de Bella Flor) pasó a ser en la segunda mitad del XVIII un agradable paseo iniciado por otro asistente: Don Pablo de Olavide. Don José Manuel de Arjona completaría la obra de Ávalos, prolongando el paseo que tendría sus comienzos junto al antiguo Colegio de San Telmo (hoy sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía) para terminar en los alrededores de la venta de Eritaña, aproximadamente donde hoy se encuentra la Glorieta de México.
Estas operaciones llevarían consigo, también, el trazado del denominado Salón de Cristina, en el otro extremo del nuevo paseo, jardines conocidos hoy como los Jardines de Cristina.
Trazados bajo la dirección de Claudio Boutelou, recibieron el nombre de Jardines de las Delicias con el apelativo popular de las “Delicias de Arjona” en referencia al Asistente, iniciándose en 1826 para estar totalmente terminadas las obras en 1829. Los primitivos ajardinamientos anteriores a Arjona se conocerían como las “Delicias viejas”. Las crónicas de la época hacen cumplida referencia a numerosas plantas de origen americano traídas para su plantación en estos nuevos jardines, que fueron vivero con más de 100.000 especies.
¡Vaya labor la del Señor Arjona! Los barrios de la Resolana, del Campo de los Mártires o de San Roque tienen mucho que ver con él, al igual que la construcción de más de 700 viviendas, la pavimentación de un tercio de las calles de Sevilla, el acondicionamiento de los accesos desde la Cruz del Campo o Triana, o finalmente, el comienzo del expediente para la construcción de un puente que sustituyera al puente de barcas: el puente de Triana. Pero esa, esa ya es otra historia….
25 noviembre, 2019
El "Monstruo de la Naturaleza" y Sevilla.
Hoy lunes, 25 de noviembre se cumplen 457 años del nacimiento, allá en el Madrid de los Austrias, del llamado Fénix de los Ingenios o también Monstruo de la Naturaleza (así lo calificó Miguel de Cervantes). Autor de innumerables obras literarias, pasará a la historia por su ingente capacidad para crear piezas teatrales, comedias, con las que se consagrá en una etapa, la barroca, en la que tendrá como antagonistas a escritores de la talla de Calderón de la Barca o Tirso de Molina, en una etapa en la que el teatro barroco se convierte en un auténtico fenómeno de masas, aún contando con la oposición de la jerarquía eclesiástica que veía en los corrales de comedias, auténticos lugares de pecado.
El teatro cobra un tremendo auge, hay rivalidad, pendencias, grupos de espectadores que van a abuchear y reventar los estrenos del autor rival, todo ello mezclado con el estruendoso ambiente de los corrales de comedias, donde por un precio irrisorio se podía, comer, beber, gritar, abuchear, silbar, lanzar objetos y disfrutar del espectáculo (como el fútbol, vamos). La situación será tal, que el Consejo de Castilla habrá de regular los corrales de comedias, mediante un decreto, en el que incluía la presencia de un alguacil, con el objetivo de vigilar que: "...no haya ruidos, ni alborotos, ni escandalos, y que los hombres y mujeres estén apartados, así en los asientos, como en las entradas y salidas, para que no hagan cosas deshonestas y para que no consientan entrar en los baños a persona alguna fuera de los actores."
Mil disculpas, con tanto corral y tanta comedia hemos dejado abandonado a quien hoy habría celebrado su cumpleaños, nada más y nada menos que Don Lope de Vega y Carpio, un genio del siglo de oro español y cuya vida, rodeada de mil andanzas, merece hoy, en su cumpleaños, una modesta reseña.
De familia modesta, hijo de padre bordador y madre de quien poco se conoce, Lope manifestó de niño una gran inteligencia y habilidad para el latín, ya que se sabe que con apenas cinco años lo leía con enorme soltura y que con 12 años era capaz de escribir comedias con singular estilo, lo que se dice un niño prodigio, vamos.
El poeta y músico Vicente Espinel será su maestro y protector, entrando a estudiar en el colegio jesuita madrileño de los teatinos y también en el llamado Colegio de los Manriques de Alcalá de Henares, pero se sabe que no logró título alguno, quizá por que ya en aquellas fechas había entrado en escena, nunca mejor dicho, otra de las grandes pasiones de Lope de Vega y por cuya culpa se vería metido en no pocos sinsabores y desdichas, aunque también en gozos y alegrías: las mujeres. ¡con 18 años ya estaba “amancebado” esto es, conviviendo sin contraer matrimonio canónico con María de Aragón, con quien tendrá su primera hija!
Fino bigote, recortada perilla y aires de galán, apasionado, atribulado, sensible, impetuoso, él mismo parece un personaje sacado de sus propios dramas, todo un seductor con indudable capacidad para el galanteo.
Es evidente que con estos antecedentes no era firme candidato para el sacerdocio, de modo que hubo de buscar fortuna haciendo lo que mejor sabía: escribir.
Prosiguió con sus estudios con regular éxito, pero de todas estas ocupaciones le distraían las continuas relaciones amorosas.
Elena Osorio, a la que conoció en 1583, fue su primer gran amor, la «Filis» de sus versos, separada entonces de su marido, el actor Cristóbal Calderón; Lope estuvo cuatro años con ella y pagaba sus favores con comedias para la compañía del padre de su amada, el empresario teatral o autor Jerónimo Velázquez. En 1587 Elena aceptó, por conveniencia, entablar una relación con el noble Francisco Perrenot Granvela, sobrino del poderoso cardenal Granvela. Un despechado Lope de Vega hizo entonces circular contra ella y su familia unos libelos:
Una dama se vende
a quien la quiera.
En almoneda está.
¿Quieren comprarla?
Su padre es quien la vende,
que aunque calla,
su madre la sirvió de pregonera...
Su vida será a partir de entonces un constante ir y venir, lleno de inquietudes y dificultades, pero siempre llevado por el corazón, siempre alentado por el amor a una mujer…
Podríamos seguir con la novelesca vida del autor de Fuenteovejuna, pero en esta mañana de lunes, si te parece Antonio, nos centraremos en su relación con nuestra ciudad, con Sevilla. Presente en sus obras, ahora lo comentaremos, no podemos olvidar que vivió en aquella Sevilla puerto y puerta de Indias, por la que entraban innumerables riquezas y que atraía a gentes de toda condición social y económica en busca de la “aventura americana”.
Estudios como los de García baquero o Serrera contreras ponen de manifiesto que en su niñez, cuando era ya un experto en latines, vivió en nuestra ciudad, en concreto en la casa de su tío Miguel de Carpio, entonces inquisidor de Sevilla, y que tenía su residencia al parecer en el barrio de Triana, lo cual no es de extrañar habida cuenta la proximidad al Castillo de San Jorge, la siniestra fortaleza sede del Santo Oficio. Lope de Vega le dedicará palabras de agradecimiento en la dedicatoria de su comedia La hermosa Ester (1621) : "de noble y santa memoria, en cuya casa pasé algunos de los primeros días de mi vida" y en donde el poeta recuerda con agrado que se crió y que con él "aprendió las primeras letras latinas". Debió ser duro e intransigente en su inquisitorial oficio don Miguel, ya que por entonces era considerado "hombre por quien hoy dicen en Sevilla cuando una cosa está caliente: 'quema como Carpio'".
Como curiosidad, Miguel del Carpio será uno de los inquisidores que investiguen a Teresa de Ávila tras ser denunciada por una dama sevillana que no fue aceptada en la comunidad carmelita descalza, siendo imputada de practicar una doctrina nueva y supersticiosa, llena de embustes y semejante a la de los alumbrados de Extremadura. Los inquisidores investigan sobre el «Libro de la Vida»; están seguros de que contiene engaños muy graves para la fe cristiana. El documento está fechado en Triana, en el castillo de San Jorge, el 23 de enero de 1576. Finalmente, los propios inquisidores comprobarán las patrañas de la dama denunciante y la Santa de Ávila saldrá airosa de un proceso que a punto está de llevarla a las cárceles trianeras.
Como puede atisbarse, vive Dios, de nuevo nos estamos yendo por las ramas...
Ya en el siglo XVII, está completamente comprobado que entre 1600 y 1604 Lope de Vega residirá en Sevilla. ¿Concidió con Cervantes? Quizá, aunque no hay pruebas documentales. Se sabe que por aquel entonces Lope de Vega se hallaba ya casado en segunda nupcias (su primera esposa falleció de sobreparto) con Juana de Guardo, hija de un rico abastecedor de carne madrileño, con quien tendrá tres hijos.
Sin embargo, Juana se encuentra en Madrid, mientras que Lope pasea por las calles hispalenses llevando del brazo a otra mujer, ¿quién? Micaela de Luján.
Actriz de gran belleza, su marido había cruzado el Atlántico y se hallaba por aquel entonces en el Perú, falleciendo allí en 1603.
Ignorando una vez más las convenciones sociales de la época Lope y Micaela vivirán juntos desde 1599, en una vivienda alquilada en la collación de San Vicente. Se sabe que en su iglesia parroquial serán bautizados algunos de los cinco hijos que engendrará la pareja en sus años de relación, en la que Lope convertirá a Micaela en Camila Lucinda o Lucinda y la hará protagonista de encendidos sonetos de amor dedicados a ella y de al menos dos comedias que transcurren en nuestra ciudad: El Arenal de Sevilla, ejemplo claro de comedia de capa y espada, y El ruiseñor de Sevilla.
Trasladada la pareja a Madrid, Lope se verá en la obligación de hacer frente a dos hogares a la vez, ya que su esposa Juana vivía por aquel entonces en Toledo, con lo cual podemos imaginar la situación, Antonio...
En Sevilla, Lope de Vega frecuentará la famosa tertulia literaria del noble y poeta sevillano Juan de Arguijo, cuya casa palacio aún se conserva en la calle del mismo nombre, convertida ahora en el colegio Itálica, junto a la calle Laraña. Arguijo, excelente vihuelista y mecenas, será merecedor de varias dedicatorias de Lope, entre ellas sus Rimas o su comedia “La Hermosura de Angélica”, compuesta en su mayor parte en Sevilla aunque publicada en Madrid.
Además, por no extendernos mucho, hay que dejar constancia de la estrecha relación de amistad que Lope de Vega mantuvo con el escritor Mateo Alemán, autor del pícaro Guzman de Alfarache y que llegó a ser Hermano Mayor de la Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén, el Silencio.
Sevilla, la Sevilla de nobles, pícaros, canónigos, damas, mercaderes, caballeros, mendigos, prostitutas, artesanos, espadachines, matones, religiosas, esa es la Sevilla que pisó Lope de Vega. La de las entradas reales, terremotos, procesiones, riadas, autos de fe, riñas, mercados, epidemias, esa fue también la ciudad que disfrutó y sufrió.
Dos fragmentos sobre el Arenal bastarán para dejar dicho lo que él vió allí en aquellos años felices junto a Micaela de Luján:
Famoso está el Arenal,
¿cuándo lo dejó de ser?
No tiene, a mi parecer,
todo el mundo vista igual.
Cuánta galera y navío
mucho al Betis engrandece.
Otra Sevilla parece
que está fundada en el río.
Eso hay en el Arenal,
¡oh, gran máquina Sevilla!
¿Esto sólo os maravilla?
Es a Babilonia igual.
Pues aguardad una flota
y veréis toda esta arena
de carros de plata llena,
que imaginarlo alborota.
Viudo, al fin de sus días, Lope de Vega experimentó una fuerte crisis existencial que le llevó a ordenarse sacerdote (había sufrido incluso un intento de asesinato) y a cuestionarse una vida hecha para escribir pero necesitada siempre del amor, pero esa, esa ya es otra historia…
18 noviembre, 2019
Un portero de la Real Sociedad
Audio emitido el lunes 18 de noviembre de 2019 en el programa "Estilo
Sevilla" dirigido por Antonio Bejarano, dentro de nuestra Sección
"Hispalensia".
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