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21 agosto, 2023

El Café del Turco.

Estaba en plena calle Sierpes, cuando aquella era calle con vida día y noche. Acogió tertulias apasionadas cuando liberales y absolutistas se llevaban como el perro y el gato. En él trabajó alguien que inspiró un personaje de Don Juan Tenorio e incluso fue escenario de procesiones civiles y foro para conocer de primera mano lo que se cocía en la política española en unos tiempos convulsos, con sucesos violentos para más inri. Hoy, en Hispalensia, tomamos asiento en una buena mesa del Café del Turco. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Estamos en los comienzos del siglo XIX. Ha terminado felizmente la Guerra de Independencia y las tropas napoleónicas son solo mal recuerdo. Sin embargo, la situación política dista mucho de ser pacífica en España. Fernando VII y el absolutismo regresan al país en medio de una crisis económica provocada por los desastres de la guerra y la interrupción del comercio e ingresos fiscales procedentes de América, donde soplan vientos de emancipación. 

José Jiménez Aranda: El Café. 1889.

En ese ambiente apasionado, abundaron los denominados Cafés, a los que tan aficionados eran los sevillanos del siglo XIX, pues no sólo eran establecimientos en los que degustar dicho producto (y otros), sino espacios para la tertulia, la discusión e incluso la polémica o la controversia por cuestiones de todo tipo, desde las taurinas hasta las políticas, pasando por las literarias o religiosas. Podemos decir que hasta había cafés con ideología propia, como es el caso que nos ocupa, el Café de la Cabeza del Turco, en plena calle Sierpes, pues en él tuvieron primeramente su sede los afrancesados durante la dominación napoleónica y, posteriormente, los más extremistas del partido liberal, contrario al absolutismo de Fernando VII ("los negros", como les llamaban sus contrarios "blancos") y debía su nombre, al parecer, a que en su fachada principal, sobre su portada, campeaba pintada la cabeza de un turco. 

Como narró Chaves Rey, en 1820 era su propietario Luis Tolva, patriota, liberal ferviente y admirador del General Riego, líder de la sublevación militar en Las Cabezas de San Juan para reinstaurar el régimen constitucional; prueba de esa devoción es que el 13 de diciembre de 1821 partió de allí una insólita procesión civil presidida por un retrato de Rafael de Riego, desfilando por calles engalanadas enmedio del entusiasmo popular, como contó Luis Montoto. La procesión se repitió veinticuatro horas después, siendo en esta ocasión llevado el retrato en coche descubierto y engalanado. Por cierto, dos años después, los habituales del Café del Turco organizaron una serenata nocturna de violines al propio general Riego, de visita en Sevilla y alojado en la calle de Toqueros, actual Conde de Ibarra. 


 En un abigarrado ambiente lleno de espesas humaredas de tabaco y ecos de discusiones, los exaltados parroquianos debatían sin descanso sobre el candente panorama político, de modo que Tolva ideó para su negocio una especie de "Informativos" mediante la lectura, en alta voz, de la prensa diaria nacional o local, empleando para ello a alguien que con buena voz; hasta llegó a establecer un reglamento, que indicaba la colocación de una silla alta, en la sala del billar, desde la cual se leían los periódicos mientras la concurrencia permanecía en expectante y obligado silencio, aunque se permitía que "concluida la lectura de cada artículo podrá cualquiera hacer las observaciones que guste", eso sí, previo pago de los preceptivos ocho reales mensuales, necesarios para ser "abonado" a estos "informativos". Chaves Rey narró cómo terminaban algunas de estas lecturas:

"El salón de lectura del Turco se veía siempre muy concurrido durante la segunda época constitucional y se dio el caso en ciertas ocasiones, que no estando el público conforme con las ideas de algunos artículos, con toda algazara arrojasen los periódicos a la letrina entre grandes aplausos".

Signo de los tiempos, el fin del Trienio Liberal en 1823 trajo consigo el violento asalto al Café del Turco por una multitud incontrolada (las "turbas realistas") en la mañana del 13 de junio,como puede leerse en las páginas de los Anales de Sevilla de Velázquez y Sánchez: 

"Grupos de aquella plebe devastadora fueron a la fonda y café del Turco a destruir su elegante mobiliario, robar servicio y mantelería, romper un sinnúmero de objetos de china, porcelana, cristal, loza y metales bruñidos, y dar suelta a las canilla de la bodega hasta correr mezclados vinos y licores por la calle de las Sierpes, entre los aullidos de júbilo feroz de aquella horda de caníbales".
José García Ramos (1852-1912): Calle Sierpes.

 Con el paso de los años, trabajó en el Café del Turco un italiano, apellidado Ciutti, que atendió en mesa al dramaturgo José Zorrilla, de paso por Sevilla y quien se inspiró en él para el personaje del mismo nombre en su archiconocido Don Juan Tenorio. En 1844 el propio autor describía así al camarero del Turco

"Era un pillete muy listo que todo se lo encontraba hecho, a quien nunca se encontraba en su sitio al primer llamamiento, y a quien otro camarero iba inmediatamente a buscar fuera del café a una de dos casas de vecindad, en una de las cuales se vendía vino más o menos adulterado, y en otra carne más o menos fresca. Ciutti, a quien hizo célebre mi drama, logró fortuna, según me han dicho, y se volvió a Italia".

El Café de la Cabeza del Turco, permaneció abierto con diversos nombres durante el siglo XIX y parte del XX: el Europeo, (escenario de animados bailes de máscaras allá por 1875), de América o, más recientemente, de Madrid, en cuyos altos estuvo la sede del Sevilla F. C. allá por 1915 y abierto aún en los años noventa del pasado siglo XX como salón de juegos. Tampoco podemos olvidar que el Café del Turco también pasó a ofrecer actuaciones de cante y baile flamenco, uniéndose a la moda de los llamados "cafés cantantes".  En la actualidad el local permanece cerrado a cal y canto desde hace bastante tiempo, sin que haya vuelto a tener uso, pero esa, esa ya es otra historia. 

31 julio, 2023

Al aparato.

En estos tiempos, en los que el teléfono móvil ha entrado a formar parte plenamente de nuestras vidas, cuando muchos casi no podemos vivir sin él para estar conectados en el ámbito laboral, familiar o lúdico, nos vendría bien que nos acercásemos a ver cómo era eso de las telecomunicaciones en Sevilla hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes. 

Es de sobras conocido que, allá por el siglo XIX, el italiano Antonio Meucci y el escocés Graham Bell rivalizaron por la autoría de la invención del teléfono, pues aunque al primero se le otorga el honor de ser el creador de esta forma de comunicación a la que llamó "teletrófono", al segundo le cupo la posibilidad de comercializarla, enriquecerse y llevarse los honores. Meucci, allá por 1849 usó hilos de cobre con dos auriculares para poder lograr algo tan increíble como transportar el sonido desde su oficina hasta el dormitorio de su esposa, enferma crónica  y  Graham Bell, por su parte,  logró la primera conexión telefónica entre dos habitaciones, llamando a su ayudante Thomas A. Watson a través de un rudimentario auricular con estas palabras que han pasado a la posteridad: "Señor Watson, venga aquí, necesito que me ayude", patentado el teléfono en 1876.

Graham Bell, al aparato.

El invento telefónico se fue extendiendo por toda Europa y Norteamérica entre el siglo XIX y el XX, síntoma de los avances en lo tecnológico. Como curiosidad, el abogado y aristócrata Rodrigo Sánchez-Arjona (1841-1915), hombre culto e interesado por los últimos descubrimientos científicos que se producían en su época,  (tanto que en su pueblo natal extremeño de Fregenal de la Sierra llegó a ser apodado como "El Brujo" por sus ocurrencias y artilugios) logró por su cuenta la primera llamada telefónica en el ámbito rural en España y una de las primeras a larga distancia en Europa. No contento con eso, en diciembre de 1880 (sólo cuatro años después de la patente de Graham Bell) consiguió la primera comunicación entre su residencia de Fregenal de la Sierra y Sevilla, utilizando para ello la línea telegráfica. Aquello constituyó todo un sorprendente logro, pues hasta la central de telégrafos, entonces en la calle Sierpes, llegaron las voces del propio Sánchez-Arjona y la de su hija pequeña, que incluso cantó una petenera "en directo", tal como se encargó de investigar a fondo José Manuel Holgado Brenes en su libro "¡Aquí Sevilla... Oiga Fregenal!", editado en 2011.

En el caso de Sevilla, la concesión estatal de los servicios telefónicos estuvo en manos privadas, pues se sabe que en la Guía de Sevilla de Gómez Zarzuela de 1885, figura un tal Ramón García Camba, con domicilio en la calle Rábida 6, actual Marqués de Paradas, dedicado al negocio de los teléfonos. Hay que decir que el coste del servicio no parecía barato, ya que abonarse a una línea dentro de una red urbana costaba quinientas pesetas de entonces al año si se quería el servicio de ocho de la mañana a diez de la noche y seiscientas pesetas anuales si se deseaba servicio veinticuatro horas (lo de las tarifas planas, las permanencias y las portabilidades llegó mucho después, como podemos imaginar). 

Templete para cableado aéreo. Calle Carlos Cañal. Principios del siglo XX.

 En 1921, Sevilla contaba con 1.240 teléfonos y en 1924 la CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España), con el apoyo tecnológico de la estadounidense ITT (International Telephone & Telegraph) se pondrá al frente del monopolio telefónico en nuestra ciudad, aprovechando para ello una central en la calle  Albareda (ahora calle Carlos Cañal, casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y otra en Triana de bastante antigüedad en cuanto a su centralita. El cableado era aéreo, esto es, se sustentaba en altura mediante postes y templetes que databan de 1897.

Figura fundamental al frente de las clavijas de las centralitas fueron las operadoras telefonistas, conocidas como "las chicas de cable", personal femenino contratado con sueldos muy bajos pese a que su labor, llena de estrés y sinsabores, las obligaba a ser la voz amable del sistema y a soportar, todo hay que decirlo, comentarios de todo tipo sobre su labor, su presunta apariencia o su voz. Como prueba, en el diario El Liberal de agosto de 1925 se hacían eco de la "Revista Telefónica Española", comentando un artículo:

"La información relativa al teléfono en Sevilla es verdaderamente sugestiva e interesante, por los datos y detalles que con respecto al servicio contiene, y sobre todo por la publicación de los retratos de las señoritas telefonistas Ofelia Hidalgo Rodríguez, Angelita Loza y Rosario Ossorio Manzano, a las que si  los abonados viesen sus caras no había uno que se quejase de que no le ponían la comunicación pedida."


Nos situamos ya en los "felices años veinte", en los que la ciudad se volcó con los preparativos de la Exposición Iberoamericana, inaugurada, tras varios aplazamientos, en 1929. Fruto del "imparable" progreso tecnológico ese mismo año también quedó inaugurada la nueva central telefónica de Sevilla, propiedad de la Compañía Telefónica Nacional y que supuso el soterramiento del cableado y la supresión de los numerosos "templetes" antes mencionados, que afeaban azoteas y calles. 

Construcción del Edificio de Telefónica. Plaza Nueva. 1926-1928.

El edificio de Telefónica, situado en la esquina de la Plaza Nueva más próxima a la Avenida, fue diseñado por el arquitecto Juan Talavera Heredia (1880-1960), pieza clave, junto con Aníbal González, en el desarrollo del llamado estilo Regionalista, de ahí que éste de Telefónica posea detalles decorativos neobarrocos que proceden de la ornamentación de templos sevillanos como San Luis de los Franceses o la Magdalena, destacando el uso de la cerámica, el ladrillo tallado o la forja como elementos configuradores de dicho estilo. Además, el uso cromático de la piedra y el ladrillo y el homenaje a la giralda con el remate de la esquina a manera de mirador con varios cuerpos serán una de sus señas de identidad. 

La solemne inauguración de la nueva construcción tuvo lugar el 12 de octubre de 1929, cinco meses después de la apertura de la Exposición Iberoamericana y tuvo todos los componentes de un suceso de altura, como veremos. 

Autoridades en la inauguración del Edificio de Telefónica.

Eran las once y media de la mañana cuando el alcalde de Sevilla, Nicolás Díaz Molero, el gobernador civil y el Director de la Compañía Nacional Telefónica, señor Berenguer, recibían y cumplimentaban a las puertas del nuevo edificio al infante Don Carlos de Borbón, bisabuelo del actual rey de España, para pasar a continuación al interior, a la segunda planta. Allí, el vicario del arzobispado, Don Jerónimo Armario bendijo los nuevos equipos y centralitas a lo que siguió el consabido turno de discursos laudatorios, en los que se mencionó que la nueva central telefónica automática tenía capacidad para 6.000 líneas ampliables a 10.000; a las doce y cuarto del mediodía Don Carlos de Borbón, en presencia de todas las autoridades invitadas al acto, accionaba la palanca que ponía en funcionamiento el sistema, a lo que siguió una salva de aplausos. Detalles de aquella inauguración de postín: aparte del complejo y moderno sistema de centralitas, el flamante edificio contaba con un área de descanso y comedor para las operadoras, así como una zona de atención al público en la planta baja.


No fue el único acto relacionado con el teléfono en aquella jornada. Por la tarde, las autoridades, a las que acompañaba el dictador y jefe del gobierno general Primo de Rivera visitaron el Pabellón de Telefónica del Parque de María Luisa, donde inauguraron oficialmente la línea telefónica entre España y Argentina. Así lo contaba El Correo de Andalucía en su edición del 13 de octubre:

 "Fueron recibidos por el director de la Compañía Mr. Porotor, el ingeniero director accidental del quinto distrito sñor García Amo y alto personal de la Compañía. Inmediatamente se puso en comunicación Sevilla con Buenos Aires y el presidente dirigió un saludo al ministro del Interior de la Argentina. El ministro del Interior contestó a las palabras del general Primo de Rivera de modo efusivo y lleno de altos sentimientos de compenetración de raza. 

Después hablaron el jefe del gobierno con nuestro embajador en Buenos Aires y el embajador argentino en Madrid con el ministro de Relaciones Exteriores de aquel país. El director de la Exposición habló con el presidente de la Asociación de la Prensa de Buenos Aires."

Este pabellón, obra también de Juan Talavera con su portada que recuerda a la del monasterio de Santa Paula,  por fortuna aún se mantiene en pie, y es sede ahora de Parques y Jardines, prestando un eficiente servicio como central central telefónica, ya que estuvo funcionando como tal hasta 1989.

Pasaron los años. Hace ya cierto tiempo que la "Telefónica de la Plaza Nueva", testigo incluso de tiroteos y disparos de artillería en las primeras horas de la Guerra Civil en julio de 1936, quedó vacía y sin utilidad. Su destino por el momento es incierto, barajándose varios usos entre los que ha figurado la compra por parte de una conocida marca de joyería y, como no podía ser menos, su conversión en hotel, sin que se sepa a ciencia qué va a ser de este edificio en esta época en la que los teléfonos fijos (o "de sobremesa") cada vez tienen menos uso.

Se nos quedaba en el tintero, el antes aludido infante don Carlos falleció en Sevilla el 11 de noviembre de 1949, siendo sepultado muy cerca de la Plaza Nueva, en la cripta que posee la Hermandad Sacramental de Pasión en la Iglesia del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia.

FE DE ERRORES: queda modificado este post con mención especial en él a la figura del fotógrafo e investigador José Manuel Holgado Brenes, a quien olvidamos citar por error involuntario por nuestra parte. 

22 mayo, 2023

Entre pinos y marismas.

En esta ocasión, y aprovechando que se acerca la solemnidad de Pentecostés y con ella la anual romería en honor a la Virgen del Rocío, vamos a dedicar este post a la curiosa descripción realizó de esta festividad rociera un interesante y culto personaje hace más de ciento setenta años, descripción que, además, quedó puesta por escrito en un monumental diccionario; pero como siempre, vayamos por partes.

En mayo de 1806 nacía en Pamplona Pascual Madoz, quien a lo largo de su vida desempeñó un importante papel en la política de su tiempo, siempre bajo el signo del Partido Progresista. Ministro de Hacienda, presidió el Consejo de Ministros y la Junta Provisional que siguió a la caída de Isabel II, será protagonista principal de la llamada Desamortización de 1855, a la que dio su nombre y se hará también muy conocido por ser el responsable del denominado "Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar".

Este tipo de diccionarios estuvo muy de moda durante los siglos XVIII y XIX, y buscaba acumular y clasificar datos sobre territorios y sus habitantes, en un intento de sistematizar, estructurar y entender mejor la realidad socioeconómica de España y sus propiedades de ultramar. Sobresalen los ejemplos del Diccionario Geográfico de la Real Academia de la Historia, obra de Juan de la Serna de 1750, editado en tres tomos o el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, obra de Sebastián Miñano y Bedoya, publicado entre 1826-1829, entre otros. 

Editado entre 1845 y 1850, el diccionario de Madoz, por su parte, se compone de dieciséis volúmenes, y requirió la colaboración de veinte corresponsales y más de mil colaboradores, quienes con sus averiguaciones, aportaciones y pesquisas fueron engrosando esta magna obra, fuente de consulta para muchos investigadores, ya que en ella aparecen datos sobre cada población y sobre sus monumentos y restos arqueológicos, sin olvidar aspectos puramente económicos, administrativos, educativos, folklóricos o estadísticos a nivel local, aunque se cree, a título anecdótico, que los propios ayuntamientos proporcionaban datos más bajos de los reales a fin de evitar tener que pagar más impuestos o disminuir el reclutamiento militar obligatorio de sus habitantes. 

Gracias al equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas de Hispalensia, capitaneados por Don Alonso de Escalona, hemos descubierto que en el tomo II, publicado en 1845, dicho Diccionario incluye al término municipal de Almonte, dentro del partido judicial de Moguer, ocupando un área de 40 leguas cuadradas, o lo que es lo mismo, más de 93.000 hectáreas, destacando la abundancia de fuentes y abrevaderos, lagunas y pantanos. A tres leguas del municipio, Madoz destaca la ermita dedicada a Nuestra Señora del Rocío, que ocupa "sitio pintoresco y delicioso" en una llanura, camino a Sanlúcar de Barrameda y al margen de la llamada Marisma. Curiosamente, ya en el diccionario de Sebastián Miñano aparece la mención al "célebre santuario"; la descripción de la romería por parte de Madoz, aunque breve, no elude detalles que a buen seguro recordarán a la actual, desde la presencia de las hermandades filiales y su presentación hasta aspectos relativos a la fiesta, tanto popular, como religiosa. Pero, será mucho mejor quizá que permitamos al propio Diccionario referir cómo era el Rocío de aquellos años, mucho antes de la llegada de la multitudes: 

Todos  los  años  en  las  pascuas  de  Pentecostés  se  hace  a ella  una  romería,  que  es  de  las  mas  célebres  de  Andalucía, pues  que  en  ella  se  reúnen  mas  de  seis mil almas de  distintos pueblos  muy  distantes  algunos  de  ellos.  De  muy  antiguo  hay  establecidas hermandades en  La Palma,  Moguer,  Pilas,  Villamanrique, Triana,  Rota y  Almonte,  que  salían  de  sus  respectivos  pueblos para  encontrarse  en  la  víspera  del  día  de  la  Pascua  en  el  Real de  la  fiesta;  iban  formalizando  la  entrada  por  orden  de  antigüedad, precedidos  de  dulzainas  y  atambores,  pasando  por frente  de  la  puerta  principal  de  la  ermita,  y  llevando  cada  uno su  pendón,  al  que  siguen  el  hermano  mayor  y  demás  hermanos y  hermanas  sobre  los  vistosos  carros o  enjaezadas  caballerías en  que habían hecho su  viaje.  No se  ha  entibiado,  sin  embargo, la  devoción  de  estos  habitantes a  la  Virgen,  y  continúan  con  igual fervor,  prestándole  este  tributo  de  adoración  y  de  respeto, siendo  de  admirar  el  que  a  pesar  de  la  concurrencia,  que  después se  entrega  a  toda  clase  de  diversiones,  rara  vez  tiene que  mediar  la  autoridad  para  cortar  las  desavenencias  que  indispensablemente deben  promoverse,  pues  que  todas  cesan  al grito de  "¡Viva  la  Virgen  del  Rocío!";  y  aunque  todos  dejan  en libertad  sus  caballerías  para  que  pasten  en  las  inmediaciones, sin  que  nadie  las  custodie,  no  se  ha  dado  caso  de  un robo.  Cerca  de  esta  ermita  hay  una  fuente  de  aguas  frescas,  ricas e  inagotables. 

Dejando a un lado el cálculo de las personas que acudían a venerar a la Virgen del Rocío en su anual peregrinación y el uso del término "pendón" para aludir a los Simpecados, no deja de ser curioso el pequeño listado de hermandades filiales; figuran en él, aparte de la Hermandad Matriz de Almonte, las de Villamanrique, Pilas, La Palma del Condado (fundadas en el siglo XVII), Moguer (siglo XVIII) y Triana (año 1814), mientras que se echan en falta, por olvido o desconocimiento, las hermandades de Sanlúcar de Barrameda (que data como mínimo del siglo XVII) o la más moderna por aquel entonces, Umbrete, constituida en 1829. Por otra parte, precisamente entre los años en los que se publicó este Diccionario de Madoz, en 1849, tomó carta de naturaleza también otra hermandad que goza ahora de gran solera, la de Coria del Río, amadrinada por la Hermandad Matriz de Almonte y que actualmente ocupa el octavo lugar en el listado de hermandades filiales por antigüedad. Detalle interesante, destaca la presencia de la Hermandad de Rota, una corporación que ya en el siglo XVIII peregrinaba hasta el Rocío subiendo en barcazas por el arroyo de la Canaliega, siendo sus cofrades gentes dedicadas al pastoreo o a la fabricación de carbón y que lamentablemente, dejó de acudir a la romería perdiendo por ello su antigüedad, siendo creada de nuevo en 1978 y ocupando actualmente el puesto número 52 en el listado de filiales de la Matriz Almonteña. 


Merece la pena reseñarse lo que supone para el sorprendido cronista el hecho de que durante esos días de romería, con una gran aglomeración de público, no se registren ni delitos ni incidentes, así como el mencionar que ya por entonces, y como ahora, convivían las facetas religiosa y lúdica, y que ambas coexistían en perfecta armonía, quizá en comparación con otras romerías que terminaron por desaparecer debido a los abusos e incidentes que se producían en ellas, como es el conocido caso de la de Consolación de Utrera, prohibida por Carlos III en 1771 ante los incontrolables desórdenes causados por la multitud que acudía a aquella localidad sevillana.

La mención a la existencia de una fuente de agua cercana a la Ermita quizá sea una alusión al Pocito del Rocío, o lo que es lo mismo, un manantial en forma de lo que, técnicamente, se denomina rezume u "ojo de marisma", fruto del acuífero existente bajo las arenas, y que a la postre quedó conformado como pozo tras las obras realizadas en la propia Ermita tras el terremoto de Lisboa de 1755 con el fin de paliar la escasez de agua potable, sobre todo durante la romería. El pozo, como sabemos, forma parte de la simbología de la Romería e incluso un viejo conocido de estas páginas, el sevillano canónigo de Hinojos Juan Francisco Muñoz y Pabón le dedicó una famosa copla en 1919 y que ha quedado plasmada en azulejería en el brocal de dicho lugar:

"Pocito del Rocío,

¡Siempre manando!

¡Lo mismo que la Virgen:

siempre escuchando!

¡Rocío hermoso!

Cuando la Virgen sale, 

rebosa el Pozo."

Por último, la publicación de este Diccionario de Madoz coincide casi temporalmente con la primera visita al Santuario del Rocío, en el Pentecostés de 1851, de unos personajes que influirán decisivamente en la difusión y crecimiento de la devoción a la Virgen del Rocío: Antonio de Orleans y María Luisa de Borbón, los Duques de Montpensier, recién llegados a Andalucía procedentes de Francia, aunque, todo hay que decirlo, y como ha investigado el historiador Julio Mayo, en esta primera visita sólo acudió el duque, dado el avanzado estado de gestación de su esposa, que esperaba a su segunda hija, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona.



31 enero, 2022

Crimen y castigo.

En esta ocasión vamos a recordar un texto que hace algunos años dimos a conocer: se trata de un pasaje de nuestro querido Don Alonso de Escalona, aquel sevillano del siglo XVI que, por extraño sortilegio, regresó a la vida en el XXI. En él, Escalona refleja una historia poco conocida y alusiva a un pequeño e ignorado monumento funerario situado en la actual Basílica de María Auxiliadora de Sevilla, pero como siempre, vayamos por partes y en este caso, escuchemos, o leamos, el testimonio del señor Don Alonso: 
 
"Sepan vuesas mercedes que como buenos viajeros hispalenses que somos, nacidos antaño pero vivendo en lo actual, permanecemos de manera constante, como dijo aquel, divagando por esta ciudad de la Gracia; por ello, no es de extrañar que de vez en cuando trabemos amistad con gentes de la más variopinta procedencia y época, tal como nos ocurrió con cierto "plumilla" (periodista, para entendernos) del siglo XIX, diestro en gacetas, hebdomadarios y crónicas, redactor a tiempo parcial nos dijo del Diario La Andalucía y del Noticiero Sevillano, y ducho en primicias a poder ser de lo más truculento pero ansiadas, vive Dios, por los lectores.

Acodados en mostrador de taberna (como no podía ser de otro modo) platicábamos con él en cierta ocasión sobre cómo aún en la antigua Iglesia de los Trinitarios, actual Basílica Menor dedicada a María Auxiliadora, consérvase un humilde y marmóreo monumento funerario con genuino texto dedicado a un tierno infante que pereció de manera funesta. Para los curiosos, hállase al final de la nave la Epístola (la diestra, la derecha, para entendernos), casi en la cabecera.


Apurando su frasca de mosto, el gacetillero, que se cubría con bombín, lucía poblado y espeso bigote, dedos manchados de tinta y gabán algo raído, nos contó que todo ocurrió un caluroso 1 de agosto del año de 1868, cuando en plena Plaza de la Infanta Isabel (hoy, Plaza Nueva) fue secuestrado el hijo, a la sazón de sólo cuatro años de edad, del señor Antonio Sánchez Torres, antiguo propietario de la llamada Fonda de Madrid, situada en la calle del Naranjo (ahora de Méndez Núñez). El "reporter" nos relató cómo una cuadrilla de facinerosos, encabezada por un sujeto de siniestro apodo y peor caracter (mejor no indagar sobre el particular) pretendía con tal rapto lograr un jugoso rescate, y que a la postre hubo trágico desenlace, no sabiéndose bien si por negarse el padre a abonar susodicho rescate o porque los delicuentes hicieron gala de tremenda maldad. 


Imaginen vuesas mercedes el dolor de padres y familiares, la indignación popular y la imperiosa necesidad de las autoridades por prender a tamaña caterva de pérfidos desalmados. Pues hete aquí que por vericuetos casi casuales, los alguaciles, contábanos el periodista, lograron prender a un individuo que respondía al alias de "El Rubio" que no era otro sino el que hacía llegar anónimas y perversas misivas al padre de la criatura en las que reclamaban pronto desembolso de caudales bajo sanguinarias amenazas de muerte para el raptado.

Interrogado, "El Rubio" delató sin demora a su cómplice, un malnacido apellidado Morillas y apodado "Trepa-Burras" para a continuación indicar dónde se hallaba el pequeño; cruel tardanza, el caso es que el cadáver del infortunado niño apareció el viernes 7 de agosto de aquel 1868 bajo la bóveda que cubría el arroyo Tagarete, en el punto comprendido entre las huertas de "El Tello" y "La Borbolla", no lejos de la  Estación de Cádiz. Las pesquisas dieron su fruto y el autor del infanticidio fue finalmente apresado y puesto a buen recaudo el día 10 de agosto.

Pasados los meses fue la Plaza de Armas testigo del ajusticiamiento del autor material de tan execrable acto, mientras que su compañero de andanzas fue obligado a presenciar la ejecución, tras la cual fue enviado a cumplir cadena perpetua dictada por la Real Audiencia. 

Dábase así por cerrado el llamado "Crimen del Correo" o "Crimen de la Plaza Nueva" que tanta expectación como congoja despertó en la población, que mantuvo en vilo a no pocos sevillanos y del que ahora queda sencillo mausoleo con los restos de la inocente víctima.  


Apuró el vaso en sorbo rápido nuestro contertulio, soltó un par de monedas que tintinearon sobre el mármol del mostrador y con un "quede usted con Dios" abandonó la tasca, dejándonos sumidos en tristes meditaciones..."

Foto: Reyes de Escalona.


Post Scriptum: Para quienes deseen mayores detalles sobre antedicho secuestro e infanticidio, Maese Álvarez-Benavides lo relata en sus "Curiosidades Sevillanas", publicadas entre 1898 y 1899 y reeditadas con prólogo del inolvidable Alberto Ribelot allá por 2005.

12 julio, 2021

Manolito.

 

Desde prácticamente siempre, nuestra ciudad ha generado toda una serie de tipos o personajes muy concretos, a medio camino entre lo entrañable y lo picaresco; en alguna ocasión ya ha paseado por estas páginas el Loco Amaro, sin que pueda olvidarse al casi bufonesco "Bizco Pardal" o soslayarse la figura simpática y bonachona de "Antoñito Procesiones", las rondas nocturnas sorteando automóviles de "Vicente el del Canasto" o más recientemente la pareja formada por Juan Joya y Antonio Rivero, o lo que es lo mismo, el "Risitas" y el "Peíto" que tanta fama mediática alcanzaron con Jesús Quintero en sus programas televisivos. 

A caballo entre el siglo XVIII y el XIX, vivió en Sevilla otro individuo digno de haber aparecido estelarmente en los actuales medios de comunicación por su capacidad para el relato y la exageración. El Deán López Cepero y también Manuel Chaves Rey han dejado detalles sobre la curiosa biografía de Manuel Gázquez, o mejor dicho, Manolito Gázquez, que fue como mejor se le conoció y como se hizo popular en su época. 

 
Había nacido a mediados del siglo XVIII y tenido una infancia difícil y llena de penurias, con muchas privaciones. Tras no pocas vicisitudes, logró establecer su propio negocio, una tienda de lámparas de aceite hechas de cobre ("velones") realizadas por él mismo de manera artesanal, situada en la entonces calle Gallegos, actual Sagasta. Del mismo modo, contrajó matrimonio con Teresa, una joven de menor edad que la suya no exenta de gracia y belleza al decir de sus contemporáneos. Su tienda y taller no tardó en convertirse en punto de reunión para tertulias y charlas para clientes y parroquianos, donde Gázquez era protagonista por sus opiniones y chanzas, siempre cercanas al embuste o la onomatopeya, pero siempre también eludiendo temas obscenos o escabrosos, todo hay que decirlo.

Manolito era de baja estatura, grueso y mofletudo, y tras su rostro siempre amable y sonriente se dejaba ver en parte su carácter, como veremos. Pero a mayor abundamiento, demos voz al Deán López Cepero, que lo trató durante años, para que lo describa con su fina prosa: 

"Gázquez conservó siempre cabal su dentadura, vivos los ojos y más agraciado el semblante de lo que sus años permitían, porque era tal su robustez y grosura, que las arrugas no habían podido desfigurarle, y así es que mientras no hablaba, lejos de excitar el ridículo tenía un aspecto a todas luces venerable. Era graciosamente balbuciente, aunque sin tartamudear, pero no hallando su fantasía, por falta de instrucción, medios de expresar lo que concebía, ni manera de referir las cosas maravillosas que se figuraba, adquirió fama de embustero, siendo así que nada era más ajeno a su carácter que la mentira."

Aficionado fiel a los toros, apoyó fervientemente como partidario al diestro Pepe Illo, de quien fue amigo personal y a quien llamaba "Señor Pepe"; se cuenta que incluso intentaba aconsejarle a grandes voces durante la lidia desde su localidad en el tendido, sin que sepamos a ciencia cierta si el matador seguía las recomendaciones, o si sufría las consabidas "broncas" por cómo había hecho tal o cual suerte en el ruedo.

Igualmente, como buen sevillano de su tiempo, era gran devoto de los Rosarios Públicos, tan en boga en aquellos años, en los que tomaba parte con especial protagonismo, dado su virtuosismo con el fagot o piporro, aunque Manolito, con su peculiar pronunciación lo llamaba "Pimpoddo". Haciendo alarde de su capacidad como músico, circulaba esta anécdota, contada presumiblemente por él mismo y fruto de su inagotable imaginación: 

"En cierta ocasión -dijo-, quise pasmar a Roma y al Padre Santo. Para ello entré en da iglesia de San Pedro un día del Santo Patrón el primer Apóstol. Allí estaba el Papa y dos cardenales, y ciento cincuenta y cinco obispos, y toda la cristiandad. Tocaban veinte órganos y muchos instrumentos, y más de mil pitos y flautas, y entonaban el Pange linguae dos mil y cincuenta voces. Llega don Manolito con su casaca (iba yo de corto) y me pongo detrás de una columna que hay a la entrada por Oriente, así conforme se entra a mano derecha, y cuando más bullicio había, meto un "pimpoddazo" y toda aquella algazara calló y la iglesia hizo bum, bum a este lado y al otro como para caerse. A poco siguió la función, creyendo el Consistorio que el terremoto había pasado, y entonces meto otro "pimpoddazo" de mis mayúsculos, y la gente se asusta, y el Papa dijo al punto: «O el templo se viene abajo, o Manolito Gázquez está en Roma tocando el pimporro.» Salieron a buscarme, pero yo tenía que hacer, y me vine a Sevilla para ir al rosario."

José Rico Cejudo (1864-1939): Preparando el Rosario. 1922.

Como comentábamos no hace mucho, frecuentó el famoso Puesto de Aguas de Tomares, situado al pie del Puente de Barcas frente a Triana; analfabeto como era (aunque afirmaba que si supiera leer sería más sabio que Séneca) promovía la lectura "comunitaria" de la madrileña Gaceta, abonando una moneda como lo demás oyentes a un "lector", gracias a lo cual se convirtió en todo un analista de las estrategias y tácticas de Napoleón, invicto entonces en los diferentes campos de batalla europeos. Detalle a tener en cuenta, en aquellos años primeros del XIX llegaban a Sevilla desde Madrid únicamente cinco ejemplares del citado "rotativo". 

Serafín Estébanez Calderón, en sus "Escenas Andaluzas" de 1847, lo retrató como un auténtico "opinador" de su tiempo, ya que eran muchos los que acudían a la antedicha tienda a escucharle valorare los más variados temas de política, toros, religión e incluso esgrima, como cuando en cierta ocasión presumió de evitar mojarse durante un temporal gracias a las estocadas que fue dando por la calle cortando a la propia lluvia. Ni que decir tiene que su fama y sus "historias" sobrepasaron a su propio protagonista, atribuyéndosele chanzas o cuentos que en modo alguno salieron de sus labios, baste decir que en 1855 se publicó la comedia en verso "Manolito Gázquez", obra del dramaturgo Mariano Pina, en la que aparece como protagonista absoluto con sus exageraciones en compañía de su mujer, Teresa y del Tío Fatigas.

Para fortuna, o para desgracia suya, Manolito Gázquez falleció en Sevilla, víctima de una enfermedad pulmonar en abril de 1808, apenas un mes antes de los sucesos del Dos de Mayo de Madrid y del inicio de la Guerra de Independencia contra Francia. A buen seguro, que como patriota convencido habría sido el mejor narrador de la contienda y quizá, quien sabe, uno de sus más gloriosos héroes, eso sí, siempre desde su particular visión de la realidad...

19 abril, 2021

Dos años con Feria.

 

Sería de perogrullo decir algo tan obvio como que debido a esta maldita pandemia llevamos dos años sin que pueda celebrarse la Feria de Abril, algo que sólo ocurrió durante los años de la Guerra Civil, entre 1937 y 1939. Pero, en cambio ¿Cómo fue la Feria durante sus dos primeros años? 

Como es comúnmente sabido, los concejales Narciso Bonaplata y José María Ybarra, catalán y vasco, respectivamente, lograron de la reina Isabel II el permiso para establecer una feria anual de ganados y productos agrícolas en nuestra ciudad, con el loable fin de promover las transacciones comerciales y dar aliciente a labradores y criadores de ganado para mejorar sus productos, a semejanza de otras ferias ya conocidas como las de Mairena del Alcor o Carmona. Se fijaron a tal fin los días 18, 19 y 20 de abril del año 1847 y el llamado Prado de San Sebastián como lugar escogido para la Feria;  en ella, al decir de las crónicas de aquel momento, se movieron 9.684 ovejas, 4.289 carneros o 4.111 cerdos, y para los amantes de las cifras, baste decir que el volumen de negocio ascendió a la nada despreciable cantidad de 316.000 reales. 

Mas no todo fueron cuestiones económicas, pues se entoldó la calle San Fernando, en ella se situaron tiendas de paños, peinetas, joyas e incluso un curioso bazar marroquí, por no hablar de cómo en otra zona cercana se colocaron puestos de quincalla, juguetes de barro y latón, abanicos, y desde la Alcantarilla del Tagarete hasta la Enramadilla asentaron sus reales gitanas que freían buñuelos, y feriantes que ofrecían menudo, pescado frito y caracoles regados por vinos de Sanlúcar de Barrameda y el Aljarafe. Eso sí, las casetas, el paseo de carruajes o el circo tendrían que esperar algunos años para tomar carta de naturaleza en el real. 

Tampoco quedó al margen la Fiesta Nacional, programándose varios festejos taurinos en el coso maestrante, alternando Juan Lucas Blanco, de Sevilla con Manuel Díaz “Lavi”, de Cádiz, lidiando reses de acreditadas ganaderías. La lluvia deslució el final, pero se tomó la decisión, sobre la marcha, de ampliar la feria una jornada más. Al decir de los "plumillas" de la época, recogidas sus crónicas en la prensa local, el experimento resultó un sorprendente éxito, avalado por la gran presencia de sevillanos, aunque no faltaron voces discordantes como suele ocurrir.  

Incluso la prensa de la capital del reino se hizo eco de la actividad en el recinto ferial, como reflejó el diario El Clamor por aquellas fechas para sus lectores madrileños: 

El dia 18 del corriente dió principio la celebración de la feria que ha concedido útimamente S. M. a la ciudad de Sevilla. Los periódicos de aquella capital vienen describiendo el aspecto brillante y animado que aquella presentaba en el primer dia. El Diario de aquella capital dice de este  propósito , entre otras cosas, lo siguiente: «La hermosa y recta calle de San Fernando, perfectamente entoldada, y cuya acera derecha está cubierta de portátiles tiendas de todas clases de géneros y efectos, es como si dijéramos el principio ó primer término del hermoso panorama que se presenta a la vista del observador cuando se halla fuera de la puerta del mismo nombre. A la derecha un hermoso café, y á la izquierda, bajo también de cómodos toldos, una larga y no interrumpida hilera de tiendas y puestos están como circundando el pintoresco y dilatado prado de San Sebastian, sobre cuya verde alfombra se destacan mil pintorescas tiendas, dando con ellas y con la multitud que las rodea, la idea exacta de un numeroso campamento. Toda Sevilla vive estos dias en los alrededores de la feria. Las bellezas de Sevilla, abandonando estos días las encantadoras riberas del Guadalquivir, van a ella a ostentar sus gracias, llevando en pos de si, como es natural, a todo lo que encierra esta rica población.»

 Hasta aquí, todo resulta más o menos conocido, a fin de cuentas, por tratarse del primer año de la Feria de Abril no son escasas las fuentes para consultar datos sobre aquel año; sin embargo, en 1848, la Feria quedó marcada por una coincidencia que quizá sus fundadores no habían tenido en cuenta aquel primer año de debut: las jornadas previstas para que tuviera lugar, los días 20, 21 y 22 de abril, eran Jueves, Viernes y Sábado Santo. La celebración coincidía de pleno con la gran fiesta de la ciudad, la Semana Santa. Ello no amilanó a los organizadores, ya que se decidió (algo impensable en nuestros días) que ambos acontecimientos compartieran semana. ¿De qué manera?

El Sábado de Pasión, víspera del Domingo de Ramos, se inauguró en la Plaza de Toros la exposición de ganado con entrega de premios; el Domingo de Ramos, mientars que por la mañana el Cabildo de la Catedral celebraba su preceptiva Procesión de Palmas, por la tarde hicieron su estación de penitencia con normalidad las hermandades de la Amargura y el Amor, que estrenó los bordados del palio, aunque se dio la circunstancia, reflejada en la prensa local, de que aquel año las hermandades no llevaron acompañamiento musical dados los elevados precios de las diferentes bandas; los actos feriantes prosiguieron como decíamos el Lunes Santo, con un gran incremento en las ventas de ganado caballar o con la celebración de carreras de caballos en el hipódromo situado en la Dehesa de Tablada, todo ello durante los días del Lunes al Miércoles Santo y enmedio de una meteorología no muy favorable, con viento y lloviznas, que no consiguó desanimar a la numerosa concurrencia. Esa misma tarde tenía lugar en la catedral uno de los actos litúrgicos y músicales más importantes de la Semana Mayor: la interpretación del Miserere, compuesto por Hilarión Eslava en 1835 y renovado en 1837.

La Feria finalizó por tanto el Miércoles Santo, con gran éxito, y dejó paso a las celebraciones pasionistas del Jueves y Viernes Santo, que incluyeron, dentro de los "desfiles procesionales", la salida de la Hermandad del Santo Entierro, entonces radicada en la antigua Capilla de la Antigua y Siete Dolores, propiedad en la actualidad de la Hermandad de Montserrat.

Casualidad o no, un par de acontecimientos, cada uno en su vertiente y sin aparente conexión, marcará este año y el siguiente: por un lado, el primer número del Diario El Porvenir, fundado por Antonio de Cisneros, el 4 de marzo de 1848 y por otro, y no menos importante, la llegada a Sevilla de unos ilustres visitantes que a la postre elevarán a nuestra ciudad a la categoría de Corte Chica y que con su mecenazgo y apoyo darán empuje a las fiestas primaverales: los Duques de Montpensier. Pero esa, esa ya es otra historia...


19 octubre, 2020

Isabel II en Itálica.

 Hace escasas fechas, aprovechando este otoño primaveral, acudimos en inmejorable compañía al conjunto monumetal de Itálica; como siempre, disfrutamos muchísimo de los restos romanos, fruto de las excavaciones realizadas allí desde el siglo XIX. A la entrada, como muchos recordarán, se encuentra una lápida de mármol donde aparecen los famosos versos de Rodrigo Caro (sobre 1595) que dan comienzo así:

Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora
Campos de soledad, mustio collado,
Fueron un tiempo Itálica
famosa;

Sin embargo, justo a su izquierda, desapercibida, existe otra lápida en la que se reseña la visita a Itálica de la reina Isabel II el 23 de septiembre de1862. ¿Por qué esa visita? ¿De qué modo se realizó?

 Nuestro habitual equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios acudió en nuestra ayuda, siempre solícitos en todo lo que tenga que ver con la Historia y Sevilla, aunque esta vez los hechos tuvieron lugar en el término municipal de Santiponce; gracias a un texto que se conserva, obra del entonces cronista oficial de la ciudad, sabemos algo más de esa curiosa excursión a tierras poncinas, y lo que es más, nos encontramos con que la carreta de la Hermandad del Rocío de Triana, entonces cercana a cumplir el cincuentenario de su fundación, también se desplazó allí. Pero, vayamos por partes:

Previsto inicialmente para la primavera, circunstancias varias hicieron que finalmente el viaje real se realizase en el otoño de 1862, contándose para ello con la colaboración de todas las autoridades locales y de las diferentes fuerzas sociales, que buscaban con ello impresionar a la monarca y hacerle llegar sus inquietudes y peticiones; igualmente, a ello ayudó la presencia en Sevilla de la hermana de la reina, María Luisa, casada con Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, residentes ambos en el Palacio de San Telmo, en lo que se ha dado en llamar la “corte chica”.

 Creada una comisión al afecto, bajo la presidencia del alcalde García de Vinuesa,se programaron no pocos festejos y actos, incluyendo conciertos, bailes de etiqueta, corridas de toros, fuegos artificiales, representaciones teatrales en el desaparecido Teatro San Fernando, y las lógicas visitas guiadas a los lugares más destacables de la ciudad y sus alrededores, sin olvidar acudir a lo mejorcito de las industrias, ganaderías y establecimientos agrícolas, como veremos. 

 

Como curiosidad, la ciudad obsequió a los monarcas con una carretela enjaezada a la andaluza con sus correspondientes caballos, mozos y conductores, a fin de que sirviera de transporte para tan preclaras personalidades; tampoco se descuidó el propio vestuario, ya que se realizó expresamente un juego de vestidos “regionales”, por llamarlos de algún modo, en los que abundaban los alamares, volantes y demás flecos y madroños.


Finalmente, la comitiva real llegó a Sevilla en la tarde del jueves 18 de septiembre enmedio de un gran gentío y con la ciudad volcada en sus calles, engalanadas con arcos triunfales, mástiles con gallardetes y banderolas, tropa de la guarnición cubriendo la carrera, bandera nacional ondeando en la Giralda y un sin fin de colgaduras y reposteros en los balcones de casas de toda condición; todo ello, en cierta medida, recordaría las entradas reales de otros monarcas en Sevilla a lo largo de su historia, aunque con una diferencia, la llegada de Isabel II se produjo en el más moderno medio de transporte de la época: el tren. Tras la bienvenida protocolaria, los monarcas se trasladaron entre aplausos y vítores a la que sería su residencia: el Palacio de San Telmo.


El programa de visitas fue de lo más extenso y variado y abarcó desde la propia Catedral de Sevilla, lógicamente, hasta el Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas, pasando por Santa Inés, la Santa Caridad, el Museo de Bellas Artes, Santa Ana, la Universidad, la Fábrica de Tabacos, Fundiciones y demás industrias, sin olvidar, la Fábrica de Cerámica de La Cartuja, fundada por Pickman. El 23 de septiembre, día soleado según cuentan las crónicas, tras recorrer el barrio de Triana y la Cartuja, la real comitiva puso rumbo hacia Camas y de ahí a Santiponce, donde la Comisión de Monumentos en unión de la Diputación Provincial habían dispuesto todo para que la reina visitase el yacimiento arqueológico de Itálica, que por aquel entonces ya se estaba excavando.


Quizá el detalle pintoresco no fuera solo la masiva presencia de lugareños del Aljarafe agrupados en sus pueblos, muchos de ellos con letreros identificativos y bandas de música, sino también la “excursión” (así llamada por los cronistas) de la Hermandad del Rocío de Triana con la carreta de su Simpecado, carros, cabalgaduras y demás miembros de la corporación hacia tierras de Santiponce, acampando a la entrada de Itálica como si se tratase de una “pará” de camino rociero de Pentecostés. Además, abundaban los puestos ambulantes, buñoleras, casetas y todo tipo de grupos en los que la animación y el jolgorio se hacían presentes. Se calculó la presencia de unas cinco mil personas en aquellos terrenos, en una jornada a medio camino entre la visita arqueológica y la ruta campestre, por decirlo de alguna manera.


Junto al imponente anfiteatro se dispuso una tienda de campañada a la manera, dicen, romana, con abundancia de alfombras y tapices, estandartes y pendones en terciopelo morado con flecos dorados y letras también doradas con nombres como los de Trajano y Adriano, entre otros. Una nutrida representación de diferentes autoridades y estamentos dio la bienvenida a la reina, quien a continuación oró devotamente ante el Simpecado de Triana, llevado hasta allí por su Hermandad como hemos comentado, mientras que el profesor y erudito hispalense Demetrio de los Ríos fue el encargado de hacer las veces de guía para el séquito de la reina, quien quedó tan impresionada y complacida por los restos hallados que se comprometió a través del Gobierno a seguir financiando las exvacaciones, lo que al parecer se materializó en la subvención de 10.000 reales asignados desde Madrid para proseguir con los trabajos.


La visita concluyó entrada la tarde, tras el pertinente almuerzo, pero mejor dejemos que sea el cronista oficial de la ciudad, José Velázquez y Sánchez, quien narre como nadie la escena del final de aquel día memorable:

Al regresar a la tienda la Corte y el séquito oficial vieron el desfile en procesión de la Hermandad del Rocío, demostrando todos extraordinario placer en aquel episodio clásico de las costumbres de país; tanto más de agradecer su efecto, cuanto que se componía de detalles de otros cuadros, llenos de vida y magia en su conjunto. Cerca de las seis y media se retiraron Sus Majestades sin admitir el refresco, que preparado habían dichas corporaciones y cuerpos científicos a espaldas de la tienda real; reinando en la mesa, que ocuparon después los concurrentes, una franca alegría, excitada por brindis corteses y ocurrencias oportunas”.

Como recuerdo en mármol de aquel 23 de septiembre de 1862, se erigió una lápida que aún hoy puede verse en el edificio principal que queda a la derecha de la entrada al recinto italicense, mudo (y maltratado, todo hay que decirlo) testigo de cuando una reina de España recorrió las colinas de la antigua ciudad romana fundada por Escipión el Africano en el año 206 antes de Cristo. 

 


31 agosto, 2020

Una primera piedra: entre Sevilla y Triana

Desde los antiguos tiempos del Imperio Romano, se tenía como costumbre dejar constancia física del comienzo de las obras de un edificio importante, para ello, durante una ceremonia mitad civil, mitad religiosa, se colocaba una serie de piedras, entre las que figuraba una especial por ser la primera, a la que se añadía bien una inscripción, bien objetos del momento en su interior como memoria de la ocasión.

La práctica ha llegado hasta nuestros días, de modo que es habitual que cada cierto tiempo, cuando la ocasión o el acontecimiento constructivo, por decirlo de algún modo, lo merezcan, tiene lugar un acto en el que no faltan discursos, música, firmas, actas e incluso bendiciones por parte de la Iglesia.

Crónicas y Anales históricos han reseñado puntualmente actos de estas características a lo largo de la historia de nuestra ciudad; la primera piedra de la Catedral se colocó, por ejemplo, en 1403; la de la iglesia de la Anunciación, el 2 de septiembre de 1565; la del monumento a San Fernando de la Plaza Nueva, en marzo de 1877 con Alfonso XII com testigo; la primera piedra de la Basílica de la Esperanza Macarena, el 13 de abril de 1941, con la presidencia del Cardenal Segura; aunque sea otro el material y la temporalidad, pongamos de relieve que cada año, en el barrio  de Los Remedios, se celebra la casi tradicional colocación del primer tubo para la Portada de la Feria de Abril.



En esta ocasión, viajaremos en el tiempo a otro acto solemne de este tipo; pero vayamos por partes...

 

Desde tiempo inmemorial, allá por 1171 con el califa almohade Abu Yacub Yusuf, Sevilla y Triana habían quedado unidas, aunque de modo provisional, por el llamado “Puente de Barcas”, con su tablazón sujeta a entre 10 y 11 barcazas de calado suficiente como para no ser sumergidas por el caudal del Guadalquivir. Como en Sevilla las cosas provisionales se convierten en permanentes (ejemplos hay de sobra en este sentido) todavía en los siglos XVI y XVII se estaban haciendo sesudos estudios para construir al fin un puente permanente realizado en piedra aunque, como ya estarán imaginando los lectores, éste no llegó siquiera a pasar de mero proyecto. 

 

Pasarán todavía un par de siglos hasta que al fin el Cabildo de la Ciudad decida en firme poner en marcha el proyecto de sustituir el siempre necesitado de reparaciones Puente de Barcas, y ya en abril de 1844 quedó refrendada oficialmente la idea de un puente a imitación del famoso de Carrousel de París (hoy desaparecido) con arcos de hierro y dos pilares de fábrica sobre el río. La idea, pergeñada por los ingenieros franceses Fernando Bernadet y Gustavo Steinacher, poco a poco irá tomando cuerpo y ya a comienzos de 1845, con gran asistencia de público y autoridades locales, tiene lugar el complicado traslado del Puente de Barcas al sur de su ubicación sobre el río, junto a la llamada Cruz de la Charanga, para comenzar con las tareas de replanteo y cimentación del nuevo puente.


A los pocos meses, se dispuso, ahora sí, el lugar para solemne ceremonia de colocación de la primera piedra del futuro puente, acto que tuvo lugar a la una de la tarde del 12 de diciembre de 1845.

La ceremonia, nos cuenta José Velázquez y Sánchez en sus Anales, fue debidamente anunciada por el Ayuntamiento en las gacetillas locales con el correspondiente Edicto de la Alcaldía, elevándose una plataforma de tierra con espacio suficiente para albergar un altar provisto de cruz y candeleros de plata, misal con el libro de sagrada preces para la bendición de la piedra y acólitos y monaguillos revestidos para auxiliar al Deán López Cepero, quien ostentó la presidencia litúrgica como máxima eclesiástica al estar vacante la sede hispalense. Además, se ubicaron varias filas de asientos protocolariios con destino a las autoridades y “convite” y en el centro una mesa forrada con el correspondiente paño de damasco granate, escribanía de plata y la cajita de zinc que se ubicaría en la zanja realizada al efecto como recuerdo del acontecimiento. 

 

 

Mientras el referido Deán con su séquito de maestro de ceremonias, diáconos y seises de la catedral se dirigía a la plataforma para bendecir la caja, el secretario del Ayuntamiento, Sr. Vázquez Ponce dio lectura al acta de colocación de la primera piedra, en la que además de la fecha y hora, aparecía una extensa lista de autoridades civiles y militares, autoridades que oyeron en pie dicha proclamación. El texto, decía así:

Deseosos los mismos de consignar para las generaciones futuras, la memoria de este acto tan solemne, acordaron que se extendiese la presente, que firmada asimismo por los concurrentes, es incluida en una caja de plomo, juntamente con el pliego de condiciones de la subasta de la construcción de estepuente, la certificación de la diligencia de remate, y varias monedas corrientes de oro y plata, acuñadas en este año, cuya caja, soldada que sea, se colocará dentro de la citada piedra. En fé de lo cual suscribimos la presente en Sevilla á las orillas del Guadalquivir, siendo las dos de la tarde del citado día doce de Diciembre del año de gracia de mil ochocientos cuarenta y cinco.”


Recitadas las pertinentes oraciones religiosas y ubicada la caja, sellada antes con plomo, jefes, regidores y demás representantes políticos procedieron a echar cada cual una pellada de mezcla con un palaustre de plata, dicen que bellamente cincelado.

 


El público, muy numeroso en aquella mañana templada de diciembre, se agolpaba en los muelles y orillas de Sevilla y Triana, sin olvidar las numerosas falúas, lanchas y demás embarcaciones, llenas de curiosos espectadores que navegaban sobre el río, contándose con los sones musicales de la Banda del Regimiento de Artillería.



Para finalizar, como no podía ser menos en jornada tan gozosa, los ingenieros Bernadet y Steinacher invitaron a las autoridades firmantes a un “suntuoso refresco” preparado en la caseta del arsenal, donde se brindó por el buen término de las obras, recibiendo el maestro del puente de barcas el obsequio de dos onzas de oro por el alcalde de la ciudad y el referido palaustre de plata como recuerdo de aquella mañana de diciembre en la que, nunca mejor dicho, comenzaron a ponerse los cimientos del futuro Puente de Isabel II, o mejor, del Puente de Triana…