01 agosto, 2022

Control de Aduanas.

La llegada de Colón a América en 1492 supuso no sólo el descubrimiento de todo un continente, sino la posibilidad por parte de la corona castellana, de explotar una incalculable cantidad de recursos que poco a poco fueron llegando a Sevilla: especias, metales preciosos, maderas, etc. Este flujo de riqueza se compensaba con el envío a través del Atlántico de materias primas y objetos de lujo y para controlar y fiscalizar el beneficio de este comercio, las autoridades establecieron la Aduana. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde tiempos del rey Alfonso X el Sabio, allá por el siglo XIII, se decidió establecer un impuesto real que gravase el tránsito de todas las mercancías que entrasen o saliesen del territorio castellano, bien por vía terrestre, bien por vía marítima. Para controlar el cobro de esta tasa se nombró a un grupo de "almojarifes" (término árabe que significa "inspectores") de ahí que tomase el nombre de Almojarifazgo y que se creasen diversas aduanas en las fronteras castellanas.  

En el caso de Sevilla, ésta estuvo situada en diversos lugares a lo largo del siglo XVI, incluyendo unas casas más arriba del Puente de Barcas, cerca del entonces Convento de Santiago de la Espada, ahora sede del colegio de las hermanas mercedarias de la calle San Vicente, hasta que finalmente queda asentada en una de las naves de las Atarazanas, en concreto, en la más próxima al Postigo del Carbón, frontera a la actual calle Santander, durando sus obras diez años y finalizándose en 1587. En la actual Delegación de Hacienda se conserva aún una placa de mármol que recuerda tal efemérides: 



"Año 1587.Reynando Felipe II y siendo Asistente de esta ciudad el Conde de Orgaz, mandó Sevilla a construir esta Aduana, teniendo a su cargo los Almoxarifazfgos de ella. Destruida casi generalmente por un incendio el día 7 de mayo de 1792, se reedificó de cuenta de la Real Hacienda reynando Carlos IV y siendo sucesivamente asistentes de la misma e intendentes de su ejército Don José de Ábalos y el Marqués de Ustáriz." 

El profesor Morales Padrón afirmaba que el distrito aduanero comprendía a la ciudad y su territorio en cinco leguas a la redonda, lo que vendrían a ser unos veinticinco kilómetros, además de otras aduanas menores desde Lorca hasta Cádiz, teniendo jurisdicción sobre otras del Reino de Castilla. Este control fiscal no era completo, pues era frecuente que muchas mercancías no pasasen por la Real Aduana, de modo que la lucha contra el fraude fue siempre uno de los objetivos por parte de la Corona. Como curiosidad, la Aduana era tenida como uno de los mejores lugares para la picaresca sevillana, tal como recuerda un azulejo cervantino situado en la calle Núñez de Balboa, que indica que Rinconete y Cortadillo habrían entrado en la ciudad por la llamada Puerta de los Azacanes o de la Aduana. No es de extrañar, pues,  que Luis Vélez de Guevara en su Diablo Cojuelo tuviese palabras para la Aduana sevillana: 

«La Aduana, tarasca de todas las mercaderías del mundo, con dos bocas, una a la ciudad y otra al río, donde está la Torre del Oro y el muelle, chupadera de cuanto traen amontonados los galeones en los tuétanos de sus camarotes».

Así describía el edificio aduanero el cronista Rodrigo Caro allá por 1634:

 «Una de las cosas más célebres que tiene Sevilla (y se dijera toda España no me engañaré), es el Aduana, edificada en el sitio de las  Atarazanas, que ocupa buena parte de ellas. Su fábrica es muy ancha y alta; la mayor parte de cantería y ladrillo, edificada a modo de un templo con su crucero, toda la bóveda. Aquí vienen a parar todas cuantas mercaderías cosas que vienen a vender a Sevilla, y así está siempre llena de fardos, cajones, tercios y otros géneros de carga, que apenas puede andar por ella, estando las mercaderías unos sobre otras, haciendo grandes y altos cúmulos de ellas»

Por el mismo cronista sabemos que la plantilla de trabajadores habría rondado las 250 personas, formada por cargos de todo tipo, desde el Administrador y los dos Almojarifes, hasta Secretarios, oficiales, escribanos, contadores y selladores, pasando por todo un grupo conformado por subalternos como guardas, marineros, agentes o guardarropas, con un coste salarial anual de más de 50.000 ducados, coste que era asumido por la corona, quien no obstante rentabilizaba este gasto gracias al monopolio sevillano sobre las Indias, que perduró hasta el siglo XVIII. Hay que pensar cómo la llegada de la flota procedente de América suponía todo un acontecimiento para Sevilla, prueba de ello es que repicaban las campanas de la Giralda y Santa Ana en Triana y hasta se disparaban salvas de cañonería desde el montículo del Baratillo anunciando a la ciudad la buena noticia. 


Como edificio, constaba de una larga nave realizada en ladrillo, de gran anchura y altura, con bóveda sostenida por grande pilares, entre los cuales se situaban, como si fuesen capillas, almacenes provistos de rejas y cancelas para servir como almacén de los innumerables artículos y mercancías que allí se atesoraban a la espera de partir a Indias o de abandonar Sevilla. Dato curioso, el edificio contaba con sendas puertas situadas a ambos extremos de la gran nave, una cara al río y otra a la calle Tomás de Ibarra, entonces Plaza de la Aduana y ahora de Indalecio Prieto. 

Músicos militares en la calle Temprado, ante la portada de Poniente de la antigua Aduana.

Como todo lo que rodea a esos siglos de opulencia en la Sevilla Puerta de América, y dada la cercanía del Arenal, la Aduana fue escenario de pleitos, litigios, duelos y hasta lugar de predicación de un viejo conocido de este blog, El Loco Amaro, quien en uno de sus sermones, enfadado porque nadie allí le había dado limosna para el Hospital de los Inocentes, llamó a su personal "mercaderes del templo" y "cornudos judíos", rogando "un avemaría porque se quemen los libros de la Aduana con toda la generación de Eminentes". Hay que añadir que Eminentes era el apellido del entonces Administrador de la Aduana y que éste no tardó en quejarse al superior de Amaro, quedando aquel en reprenderlo. Aceptó la riña de buen grado nuestro personaje, y al día siguiente improvisó un púlpito sobre unos fardos dentro de la misma Aduana, disculpándose por haber llamado judío al señor Eminente aunque, eso sí, diciendo para concluir: "Sé que quien se pica, ajos come", y dicho esto abandonar el edificio con gran dignidad. 

El traslado de la Casa de Contratación a Cádiz en 1717 supuso un cambio fundamental para Sevilla, no sólo en lo económico, por la pérdida de gran cantidad de transacciones mercantiles que generaban los inevitables beneficios para el fisco, sino en lo poblacional, ya que varios miles de personas, vinculadas a la gestión del comercio con América, cambiaron de residencia aparte de la inevitable pérdida de protagonismo hispalense. 


Durante el siglo XVIII, el edificio de la Real Aduana sufrirá inundaciones que dañarán (algo habitual) mercancías y fardos almacenados allí y hasta los efectos de un tremendo vendaval en 1750 con relámpagos, truenos y lluvia que según Joaquín Guichot "dobló o quebró los cerrojos de la Aduana"; para colmo de males, el 7 de mayo de 1792 se declaró en ella un espantoso incendio que se prolongó durante cinco días, alcanzando las llamas al Hospital de la Caridad que hubo de ser evacuado y sus enfermos y asilados dormir en el cercano parque de artillería; las pérdidas materiales y económicas fueron cuantiosas y el edificio quedó maltrecho.

Trabajos de construcción en la antigua Aduana

Tras algunas reformas y mejoras durante el siglo XIX, la Aduana prosiguió con sus funciones, esta vez enfocadas a productos agrarios, destacando en la prensa local de aquel entonces las frecuentes subastas públicas de bienes decomisados (telas, sedas, algodón, pañuelos y hasta estampas litografiadas), hasta que finalmente se trasladaron las dependencias aduaneras a otro lugar y el vetusto conjunto fue derribado y, según Morales Padrón, parte de sus sillares trasladados al colegio mayor Hernando Colón. Desde los años cuarenta del siglo XX se comenzó el proyecto de ejecución de nuevo edificio, atrasado por la aparición de restos arqueológicos, hasta que en 1953 fue inaugurado el actual, sede de la Delegación de Hacienda bajo planos del arquitecto José Galnares Sagastizábal, de modo que, a la postre, aquella zona de la ciudad ha seguido siendo sede de asuntos fiscales y tributarios a la que acudir, pero esa, esa ya es otra historia...  


24 julio, 2022

Sota, Caballo y Rey.


Que el juego como actividad ha acompañado al hombre desde sus primeros tiempos es un hecho más que comprobado, que jugar a las cartas fue pasatiempo de monarcas y rufianes, de burgueses y monjes, también, y que en en la Sevilla de comienzos del XVI pudo haberse creado la actual baraja española es más que una posibilidad; pero como siempre, vayamos por partes.

Del juego de azar, entendido como aquel en el que no basta con la habilidad del jugador sino también la intervención de la fortuna o la suerte, se tiene constancia ya en los tiempos más antiguos, como en la civilización sumeria en oriente, donde se jugaba con huesecillos animales a manera de dados, elemento éste que cobrará gran importancia en tiempos del imperio romano, baste decir que cuando Julio César cruza el Rubicón pronuncia la famosa frase "Alea iacta est" que significa "la suerte está echada" o mejor "que vuelen altos los dados" en recuerdo a una célebre comedia griega o que en los evangelios se indica que la túnica de Jesús se la jugaron a suertes los soldados romanos que lo custodiaban en el Monte Calvario, quizá usando los dados, muy populares en aquella época.

La aparición de los naipes no está del todo clara, algunos autores sostienen que las cartas habrían surgido en Egipto, otros que en la India y otros, los más, que en la China imperial, y que habría sido Marco Polo tras sus viajes, los musulmanes a través de la península ibérica o los caballeros participantes en la III Cruzada quienes los habrían traído a occidente, sin olvidar que ya entonces los cuatro palos de la baraja eran una cimitarra, una copa, una moneda y un bastón, o sea, espadas, copas, oros y bastos. Por otra parte, la baraja española poseyó tres figuras: el rey, el caballo y la sota, quizá en alusión a tres categorías estamentales. La baraja más antigua que se conserva en España fue datada en Sevilla en torno a 1390.

Caravaggio: Los jugadores de cartas. 1595.

Extendida la afición a los naipes, pronto las autoridades se dieron cuenta del problema de orden público que suponía, sobre todo por la aparición de casas en la que se establecían "tablas" de juego (como casinos, pero en medieval) donde desaprensivos "desplumaban" a no pocos inocentes que terminaban incluso endeudados hasta las cejas. Como ejemplo, en 1480 los Reyes Católicos prohibieron "tableros públicos", algo que volvieron a desautorizar en Granada en 1494. Las diferentes órdenes religiosas fueron muy estrictas en este tema, al considerarlo vicio peligroso, al igual que las órdenes militares y Felipe II, años después, que fijó en treinta ducados la máxima cantidad apostable en dineros, prohibió que se jugase a prendas o a fiado y decretó: 

Mandamos, que todo lo dispuesto por las leyes de estos reinos cerca del juego de los dados, ansí quanto á las penas y aplicación de ellas, como al modo de proceder en ellas ordenado, haya lugar, y se practique y execute en el juego de los naypes que llaman los bueltos, bien así y de la misma forma y manera que si real y verdaderamente el juego de los bueltos fuera juego de dados; y se entienda, y extienda y execute en los juegos que dicen del bolillo y trompico, palo o instrumentos, así de hueso como de madera o cualquier metal.

Se jugaba en muchos sitios y muchos eran los que lo hacían como pasatiempo o como forma de ganar buenos caudales: en las cubiertas de los navíos del rey, en las embarradas trincheras de Flandes, en los lujosos salones cortesanos, en las ventas enmedio de polvorientas veredas, en las almadrabas costeras, en las lejanas Indias, donde se dice que, nada más desembarcar, los marineros que acompañaban a Colón en su primer viaje fabricaron sus propias barajas con hojas de los árboles; a comienzos del XVI un viajero alemán escribía que donde más dinero se disipaba en la España de entonces, excluyendo el que se derrochaba en vestidos, mujeres y caballos, era en los juegos de azar, de hecho cartas, dados, danza y guitarra no podían faltar en cualquier burdel que se preciase de serlo... 

Naipe sevillano de 1647 en el que puede leerse: "con licencia del rey". Museo Fournier.

Sin embargo, de poco sirvieron edictos o pragmáticas de los diferentes monarcas españoles. La irrupción de la imprenta multiplicó la difusión de cartas y naipes e incluso Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611) indicaba que la palabra "Naipe" procedía del taller de impresión de un tal Nicolao Papin, quien "firmaba" sus cartas colocando sus iniciales, que una vez leídas daban como resultado "Na y Pe". No deja de ser curioso que en la calle Sierpes, según Cervantes, estuviera la tienda de naipes de Pierre Papin, por lo que algunos hasta se han atrevido a deducir la paternidad sevillana de la baraja española. Es más, el investigador Rodríguez Marín, llegó a establecer que en 1572, a la luz de un padrón real, un tal Pierre habría vivido entre la Campana y la calle Azofaifo, casi en la misma zona donde ahora está la muy tradicional Papelería Ferrer (no es hacer publicidad, fundada en 1856) que a su vez sigue vendiendo naipes y barajas de todo tipo. 

De cualquier modo, se tiene constancia documental de impresores de naipes en Sevilla, como Andrés de Burgos, naipero vecino de la collación del Salvador que en 1540 se comprometió con el mercader Juan de Castros a suministrarle "56 docenas y media de naipes de torres buenos e de buen papel e de finas colores a vista de oficiales los quales son por razón de 10.576 maravedíes que el Castro había de pagar en su nombre a Juan de Ribesol, mercader genovés" o como Alonso Escribao, que fue muy conocido en su época y que, casado con Catalina Álvarez, tuvo vivienda en la calle de la Sierpe allá por 1556.



Ya que hemos mencionado a Don Miguel de Cervantes, ilustre huésped de la famosa Cárcel Real hispalense, y uno de los mejores conocedores de la realidad de su época, merece la pena reseñar cómo en sus Novelas Ejemplares o sus Entremeses los naipes aparecen como algo cotidiano, en manos de gente de "baja estofa" o pícaros como Rinconete y Cortadillo, habituales merodeadores de casas de juego y gula, y que cuando cruzan a Triana a presentar sus respetos a Monipodio le indican:

Yo -respondió Rinconete- sé un poquito de floreo de Vilhán; entiéndeseme el retén; tengo una buena vista para el humillo; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo, verrugueta y el colmillo; éntrome por la boca de lobo como por mi casa, y atreveríame a hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y a dar un astillazo al más pintado mejor que dos reales prestados.

Las "flores" o "floreo" aludirían a las trampas o fullerías con las obtener una buena mano sin que se notase al barajar, con cartas marcadas o con algo muy parecido al famoso "as en la manga"; Vilhán alude al apellido de un legendario creador de los naipes, oriundo de Barcelona; como se ve, Cervantes dominaba toda la jerga de los fulleros y tahures del Arenal o la Feria, donde junto con los burdeles, en en ellos precisamente, abundaban coimas, mandrachos, palomares o leoneras, aquellos peligrosos garitos, abiertos día y noche, donde en un santiamén era fácil salir sin dinero, sin propiedades y hasta sin vida. Aquellas casas de juego eran, en muchos casos, propiedad de aristócratas quienes delegaban en el garitero la gestión del rentable negocio, concentrado en el juego de tal modo que se tenía todo dispuesto para que los jugadores pudieran hacer sus necesidades en el mismo cuarto de juego. 

En ellos antros proliferaba toda una fauna que resumiremos según su "pelaje":

- "Enganchadores", los que se ocupaban de atraer a los incautos a las mesas de juego.

- "Pedagogos", que ofrecían su consejo y sus malas artes a jugadores tan ricos como ingenuos, al decir de Néstor Luján.

- "Apuntadores", "mirones" o "guiñones", especie de cómplices ayudantes de los tahúres a la hora de saber las cartas que llevaban los rivales.

- Como no, los "prestadores" y "barateros", usureros que daban crédito a quienes veían perder su dinero y deseaban recuperarlo siguiendo en la partida. 

- Por último, y no menos importantes, los "maulladores", los últimos del escalafón garitero, aquellos que se encargaban de los más bajos menesteres, como por ejemplo hasta retirar los cadáveres de manera discreta tras algún altercado.

Se jugaba al rentoy, al faraón, al repáralo, al "hombre" (juego que triunfó en las principales cortes europeas), a las pintas, al andabobos, a la carteta e incluso a una modalidad consistente en no rebasar nunca la cantidad de 21, y que luego pasó a toda Europa (y a Las Vegas) con el nombre de "Black Jack", aunque en general a todos los juegos a carta cubierta se les denominaban "de estocada", sobra decir por qué. Este submundo quedó, como hemos visto, más que plasmado en la literatura picaresca de la época, pero tampoco faltaron libros y escritos censurando moralmente los juegos de azar en general y los naipes en particular por su inmoralidad.

Francisco de Goya: Jugadores de naipes. 1778.

Caso curioso, sobre el solar del antiguo corral de comedias de Doña Elvira se ubicó célebre taberna en el siglo XVII calificada por los cronistas como "oficina de malos resabios", pues a ella "acudían muchos hombres mal entretenidos y ociosos a jugar, y se perdía mucho dinero en él y casi siempre con malos medios y fullerías, siendo este sitio refugio de algunos ladroncillos, que para jugar buscaban dinero por este camino, ocasionándose estos tratos pendencias y disgustos que había cada día, hiriéndose unos a otros, y algunas muertes; teniendo la Justicia bien en que emplear sus diligencias y sacar dineros sin remediar nada." Con el tiempo, ironías del destino, sobre aquel solar se levantó el actual Hospital de Venerables Sacerdotes.

A lo largo de los siglos, los naipes sobrevivieron a prohibiciones y anatemas, y hasta su fabricación fue sujeta a tasa o arbitrio por la corona española entre el XVIII y el XIX, compartiendo predilección por parte de los españoles junto con las nacientes loterías nacionales, y eso que Carlos III reguló en 1771 los juegos de cartas, estableciendo en un real de vellón el importe máximo a jugar y penas de prisión y multas para los garitos clandestinos; en Sevilla se mantuvieron varios talleres o fábricas, con permiso de Don Heraclio Fournier, como la denominada El Carmen, que en 1879 radicaba en la calle Aire número 4, propiedad de Telesforo Antón, u otra situada en la céntrica calle Gallegos (actual Sagasta) que despachaba naipes de todas las fábricas de España, establecimiento propiedad entonces de Don Rafael Baldaraque. 

A comienzos del siglo XX la aparición de los "casinos" como lugar de esparcimiento para las clases altas marcó un antes y un después, las prohibiciones cayeron como un castillo de naipes, pero esa, esa ya es otra historia...


18 julio, 2022

Salinas.

 



Aunque el título de este post, Salinas, quizá nos recuerde a aquellos lugares costeros donde se trabaja para la extracción de la valiosa sal de las aguas marinas, en esta ocasión daremos pormenores sobre alguien que fue sepultado en un convento cercano a la calle de este nombre, ubicada entre Azafrán y Muro de los Navarros, justo detrás de cierta imprenta regentada por buenos amigos de esta página; pero como siempre, vayamos por partes. 

En diciembre de 1559 nacía en Sevilla, el hijo del Señor de Bobadilla y de su esposa Mariana de Castro, burgalesa de nacimiento, ambos pertenecientes a antiguos linajes nobiliarios. Juan, que con ese nombre recibirá las aguas bautismales, apenas conocerá a su madre, fallecida prematuramente, tras lo cual su padre decidirá trasladar a toda la familia a la riojana ciudad de Logroño, donde estudiará humanidades para pasar en 1576 a Salamanca (cánones y leyes, aunque la poesía ocupó sus días) y a su universidad, donde bien podría haber coincidido con el poeta Luis de Góngora; un viaje a Italia, con estancias en Roma y Florencia le permitió visitar allí a su hermano Alonso, que gestionaba negocios familiares. Por cierto que de Roma se llevó una fuerte impresión mientras aguardaba una posible prebenda eclesiástica, sobre todo por el tren de vida de la curia romana, del que posiblemente participó al quedar plasmado en sus poemas, y que le valió para entrenar su ingenio con composiciones satíricas que serán santo y seña a lo largo de su vida. 

Sor Francisca Dorotea y Juan de Salinas. S. XVII.

Conseguido un puesto de canónigo al fin para la catedral de Segovia, poco hubo de ejercer tal cargo eclesiástico, ya que un año después, en 1588, fallecía su padre y fue designado responsable de administrar su rico patrimonio, por lo que fijó definitivamente su residencia en su ciudad natal de Sevilla. Además, en 1601 recibió el nombramiento de administrador del Hospital de las Bubas, o de San Cosme y San Damián, situado entonces en la collación de Santiago, al que se entregó en cuerpo y alma. Por añadidura, ostentó el de capellán del ahora desaparecido convento de Nuestra Señora de los Reyes, siendo confesor y director espiritual de la Madre Sor Francisca Dorotea, su superiora, quien murió en olor de santidad y cuya biografía redactó en busca de una beatificación que no llegó a producirse.

Portada del exconvento de Ntra. Sra. de los Reyes. Calle Santiago. 

Su faceta como poeta le acompañará durante toda su vida, convirtiéndose en una especie de cronista local satírico, pues sus letrillas y epigramas tratarán sobre lo divino y lo humano, lo anecdótico y lo cómico, siempre  utilizando el doble sentido, el juego de palabras tan característico de nuestra forma de hablar y relacionarnos, incluso llegó a publicar unos irónicos "Ejercicios de San Ignacio" que poco tenían que ver con los ejercicios propuestos por el fundador de la Compañía de Jesús.

Tampoco puede quedar en el tintero que Salinas fue asiduo asistente de tertulias o "academias" literarias donde se rivalizó en cuestiones de lírica humorística; Junto a otros "tocayos" suyos, formó un interesante círculo de ingeniosos literatos de gran calidad, entre los que destacan su propio sobrino, Juan de Jáuregui, Juan de Robles, Juan de Arguijo o Juan de la Sal, dedicados a glosar las excelencias de la Sevilla del Imperio, alabar a María como Concebida Sin Pecado Original o, por ende, lanzar originales dardos en forma de poemas o cartas contra la secta de los Alumbrados, que tuvo en jaque a la Inquisición Hispalense durante algunos años, sin contar con que Salinas se movía como pez en el agua en los cenáculos aristocráticos y mercantiles de su época dada su condición y su red de contactos. Baste como ejemplo que fue padrino de bautismo del que luego sería historiador Diego Ortiz de Zúñiga. 

Sin menoscabo de sus poemas de tinte religioso, fue sobre todo Poeta de lo anecdótico, al decir de otro poeta, Rafal Laffón, ya que dejó ágiles versos dedicados a todo tipo de circunstancias cotidianas, como cuando al convento antes aludido le fueron incautados unos lenguados que fueron a parar a las cocinas de algún alto cargo del Santo Oficio: 

Unos pocos de lenguados
Que traía a mi convento.
Cual reos vi en un jumento
Llevaban aprisionados;
Yo, por excusar enfados,
al que la prisión obró
Dije: ¿cómo se atrevió.
Que nunca tal prisión vi?
Contra deslenguados, sí,
Mas contra lenguados. no.

También tuvo palabras para compañeros presbíteros poco aseados y egoístas, como la compuesta hacia (o mejor, contra) un "clérigo viejo y puerco que tenía una mula y no la prestaba a nadie": 

Cierto abad de Cantillana
tan viejo como guardoso
(dejo aparte lo asqueroso
que eso lo dirá la sotana)
su mulilla rabicana
jamás la quiso prestar
certificando a la par
con evidencias notorias
en sí dos contradictorias
no dar mula y muladar.
Indicar que "guardoso" es sinónimo de tacaño, que "rabicana" significaba que la mula tenía pelos blancos en su cola, y que "muladar" aludía a vertedero. 

Tampoco faltaron los "piropos" hacia miembros de órdenes monásticas, como en una cuarteta dedicada "A un fraile mentiroso y falto de dientes":

Vuestra dentadura poca
dice vuestra mucha edad
y es la primera verdad
que se ha visto en vuestra boca. 

Sería más que prolijo comentar y destacar su prolífica (y divertida, por qué no decirlo) obra, a la que invitamos a leer a quienes siguen estas páginas, sin perder de vista que su vida fue calificada por sus biógrafos como "arreglada y ejemplar, con gran fama de virtuoso". Como colofón, indicar que Juan de Salinas falleció  a los 83 años de edad el 5 de enero de 1643, siendo sepultado en el convento de Nuestra Señora de los Reyes con el acompañamiento de un nutrido cortejo de nobles y clérigos de la feligresía de Santa Catalina . Dejemos, a modo de epitafio, que sean los versos del propio Salinas los que despidan estas líneas:

No te amargues en lo fuerte
de tan duras exhortaciones;
que en su rigor te dispones
para más dichosa muerte,
pues llegando a empobrecerte,
no habrá en las horas postreras
ricas prendas lisonjeras
de que con dolor te acuerdes,
turbando con lo que pierdes
el gozo de lo que esperas. 

12 julio, 2022

Velázquez.

Foto: Reyes de Escalona.

No, en esta ocasión concreta no vamos a tratar sobre la figura del inmortal pintor bautizado en la sevillana parroquia de San Pedro, sino sobre la calle que lleva su nombre, una vía peatonal ahora, siempre llena de público, que tuvo nombres curiosos y albergó un sinfín de establecimientos; pero como siempre, vayamos por partes. 

Está claro que si en 1485 hubiésemos preguntado por esta calle, nos habrían dicho que quién era ese Velázquez, lo que sí está claro es que nos habrían indicado, solventada la confusión, que habríamos debido encaminarnos a la calle Triperas, nombre un tanto peculiar y de origen incierto que compartió con el de San Gregorio, por un antiguo hospital gremial allí radicado. 

Su trazado, ahora rectilíneo, fue durante años muy diferente, más estrecho y serpenteante, de manera que a lo largo de los siglos la calle ha experimentado diversos ensanches y transformaciones, como en 1597, cuando se derriba una casa que había invadido el ancho de la vía, o en 1588 cuando se ordena cerrar un rincón donde "de ordinario se echara cantidad de ynmundicias"

Como curiosidad, y como ha descubierto el profesor Roda Peña, en esta calle Triperas vivió el licenciado Juan Jacobo Fernández Soriano, abogado de la Real Audiencia, quien en 1769 legó en testamento al convento de Santa María de la Paz, actual sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, una hermosa pintura de la Virgen de Belén obra de Domingo Martínez en torno a 1740 y que aún se conserva en un retablo junto a la entrada al templo; ¿La razón de tal donativo? Dos hijas del legatario habían profesado como religiosas agustinas en aquel cenobio, de modo que su padre decidió entregar esta obra junto con otras, desgraciadamente en paradero desconocido. 

Foto: Reyes de Escalona.

A comienzos del siglo XIX, Velázquez adopta el aspecto que ha llegado hasta nosotros, aunque su vida nocturna era mucho más intensa, registrándose numerosas quejas de vecinos sobre la existencia de un elevado número de prostíbulos, hasta que en 1859 las autoridades municipales deciden desalojar varias casas y trasladar su actividad a la Alameda de Hércules, puede que aquí arranque la "mala fama" de la Alameda que ha llegado hasta nuestros días. En 1845 recibirá el nombre actual en honor a Diego Velázquez, aunque, justo es de decir, pocos la mencionan con ese apelativo, ya que consideran que es una mera prolongación de Tetuán hasta la Campana, de hecho en prensa local aparecían anuncios como el siguiente intentando aclarar el error: 


En el número 17, allá por 1897 tuvo consulta el Doctor Vicente Díaz, quien se anunciaba en los diarios locales de este modo: 


Dejando a un lado este aspecto, abundaban especialmente los cafés, círculos y establecimientos recreativos de muy diferente carácter, considerados punto de encuentro para tertulias de todo tipo. Sobresalía el Central, adonde acudían escritores como el poeta Benito Mas y Prats o Muñoz San Román, quienes conformaban una tertulia autodenominada "El Parnasuelo"; El América, el Nacional, en el lugar donde estuvo en una etapa el Ateneo y lugar de cita para los jóvenes miembros de la generación del 27, editores de la revista "Mediodía", tal como relataba en su "Sevilla en los labios" Romero Murube: 

"En aquella tertulia reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de incidencias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpentos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, si que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables".

 Habría que destacar la proximidad de la conocida biblioteca del colegio de San Acasio y del Teatro San Fernando, que estuvo en pie en la cercana calle Tetuán entre 1847 y 1973, año de su derribo, y por supuesto toda la vida noctámbula procedente de los cafés cantantes de la plaza de la Campana, de manera que vivir en esta calle en aquellos tiempos no debió ser fácil para quienes tuvieran el sueño ligero. Tampoco podemos olvidar como hasta no hace mucho, en el número 12, estuvo la sede administrativa (hemeroteca incluida) de Prensa Española, o lo que es lo mismo del diario ABC y que aún subsiste allí La Teatral, pequeño establecimiento en el zaguán de ese mismo edificio y que desde 1939 se dedica a la venta de localidades para espectáculos teatrales o taurinos. 

Lugar de paso obligado para las cofradías que vienen del sur de la ciudad o de la zona del Arenal y Triana, convertida ahora en una bulliciosa calle comercial, llena de franquicias y tiendas de ropa, con permiso de la Casa del Libro que ya lleva veinte años allí en el lugar ocupado por la recordada la hamburguesería Dulio, fundada a comienzos de los años ochenta, pero esa, esa ya es otra historia... 

04 julio, 2022

Esclavos

 Una calle con nombre peculiar, un cargo nombrado por los Reyes Católicos, una hermandad donde la raza era seña de identidad, una práctica ahora impensable que entonces era moneda corriente, en esta ocasión trataremos sobre un tema poco conocido y que pese a todo siempre es interesante: los esclavos sevillanos. Pero como siempre, vayamos por partes. 

No lejos del bullicio y tráfico de la Puerta Osario, cerca de la parroquia de San Roque y a tiro de piedra de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, existe la calle Conde Negro, llamada así desde el siglo XVI, aunque recibió también el nombre de Santa Cecilia o de las Torres. Antiguo fondo de saco entre la calle Ancha de San Roque y la propia muralla de la ciudad, para entender el nombre de la calle, nos remontaremos a la Sevilla de los siglos XV y XVI, una sevilla en la que cronistas como Luis de Peraza afirmaban: 

"Hay infinita multitud de negras y negros de todas las partes de Etiopía y Guinea, de los cuales nos servimos en Sevilla y son traídos por la vía de Portugal".

Vendidos en las Gradas de la Catedral o en la misma Plaza de San Francisco, tan importante fue la presencia de la población esclava en aquellas calendas, se calcula que alcanzó el 10% del total de los habitantes hispalenses, que a comienzos del siglo XV el Cardenal Gonzalo de Mena y Roelas apoyará la creación de un hospital para gentes desvalidas de raza negra, lo que da idea del gran número, como decíamos, que vivía en la ciudad, fruto del mercado procedente de África y del deseo de nobles y burgueses de poseer esclavos como símbolo de distinción, aunque en el caso de los segundo, cuando arreciaba una crisis económica, eran los primeros en abandonarlos a su suerte, vagando por las calles harapientos y sin recursos. 



La labor del Cardenal Mena, ya se sabe, el también fundador de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, conllevó la fundación de una hermandad, con lo cual sus hermanos quedaban ligados y unidos con vistas a poseer cierto corporativismo que los alejase de la marginalidad, tal como estudió el profesor y antropólogo Isidoro Moreno, autor de una más que interesante historia de la Hermandad de los Negritos. 

Además, poco a poco la comunidad "morena" o "prieta", tal como se la llamaba entonces, se integró en la vida cotidiana con sus propias costumbres y cultura, ya que incluso celebraban los domingos fiestas en  la zona de la Puerta Osario; Ortiz de Zúñiga sostiene que los esclavos negros eran tratados con "gran benignidad", y que se les permitía juntarse para sus fiestas y bailes en días de descanso "con que acudían gustosos y toleraban mejor el cautiverio". Evidentemente, eran fáciles de reconocer por su color de piel y sus ropajes, pero además eran marcados, tatuados, con una "S" y un clavo, a manera de jeroglífico ("Es"-"Clavo") o en otras ocasiones con una flor de lis, una estrella o el nombre de su amo.


¿A qué se dedicaban los esclavos sevillanos? Principalmente, a las tareas domésticas, sobre todo las mujeres, aunque otros eran destinados a ocupar el último escalón de los talleres gremiales, como los del arte de la seda, espartería, fundición o curtidurías, sin olvidar que al ser considerados una mera inversión, en ocasiones eran entregados como garantía en préstamos o hipotecas. No faltaron casos de personajes sevillanos poseedores de esclavos, como el médico Nicolás Monardes o ya en 1678 el caso del pintor Murillo, que donó una esclava de su propiedad como criada para su hija, novicia en un convento sevillano: 

"Otorgo y conozco en favor de la muy reverenda madre Priora y religiosas del convento de la Madre de Dios de esta dicha ciudad que es de la Orden de Santo Domingo, y digo que por cuanto yo tengo y poseo una esclava mía propia nombrada Catalina María de nación berberisca de edad de veinte y cuatro años poco mas o menos, color clara, señalada en frente, nariz y carrillo al uso de Berbería, la cual me pertenece en virtud de los recados que de ellos hay, y por la presente de mi libre y espontanea voluntad y como sabedor que soy de mi derecho y de lo que me conviene hacer, otorgo que doy en donación pura irrevocable que el derecho llama intervivos, al dicho convento de la Madre de Dios, priora y religiosas..."

Para defender a este colectivo, los Reyes Católicos, mediante un documento fechado en la población de Dueñas el 8 de noviembre de 1475, nombraron "Mayoral" a Juan de Valladolid, también de raza negra y Portero de Cámara de los monarcas:

"Mandamos que vos conozcáis de los debates y casamientos y otras cosas que juzgado entre ellos hubiese, é non otro alguno, por cuanto sois persona suficiente para ello, o quien vuestro poder hubiere, y sabéis las leyes y ordenanzas que deben tener, é nos somos informados que sois de linaje noble entre los dichos negros".

Quizá esa alusión al linaje hizo que Juan de Valladolid, que puso su residencia en la entonces llamada calle de Santa Cecilia, hizo que no tardase en ser conocido como el Conde Negro y que en torno a él surgiera una leyenda sobre su buen juicio y capacidad para resolver los asuntos concernientes a su comunidad; incluso Chaves y Rey, al que hemos citado en otras ocasiones, afirmaba en 1894 que la vivienda habría estado en el número 30 de la calle y que Juan de Valladolid presidía todos los domingos los festejos de los esclavos negros hispalenses, colocándose en una tribuna o estrado desde el cual daba las órdenes necesarias para el desarrollo de bailes, danzas o coros.


Cuenta la tradición, pues apenas se conocen datos fidedignos sobre su persona, que fue hombre de gran templanza y calma, que recibía en su casa a los demandantes de algún tipo de pleito o querella, escuchando siempre a los litigantes con detenimiento, a los que solía dirigir una larga arenga, y que, a la postre. condenaba con estricta justicia allí mismo a los que lo merecían. Prueba de su labor es que desde entonces la cofradía de los negros comenzó a participar con todo orden en la procesión del Corpus de la Catedral y que incluso acudió corporativamente en julio de 1474 a recibir a la reina Isabel de Castilla a la Puerta de la Macarena.

El Conde Negro debió fallecer en torno a los comienzos del siglo XVI, siendo sucedido quizá por Juan de Castilla en torno a 1504, autodenominado "rey de los negros", como apunta Isidoro Moreno, quien ha analizado también la existencia de otra cofradía de negros, esta vez en Triana y que recibió aprobación de sus Reglas en 1584, con la "Sangre de Nuestro Señor Jesucristo" como advocación titular. Tuvo sede en la Ermita del Rosario, al final de la calle Castilla, en el barrio de Portugalete, denominado así porque en él radicaban parte de los negros traídos de Portugal. 

Recuerdo de aquellos tiempos, ahí quedó la calle Conde Negro, cercana a la Capilla de la Hermandad de los Negros que más adelante dio no poco que hablar al darse el caso de cómo algunos de sus hermanos llegaron a ofrecerse a la venta como esclavos para costear los cultos de su cofradía, pero esa, esa ya es otra historia... 


27 junio, 2022

Leprosos.

   No cabe duda de que si hubo una enfermedad que "eliminaba" socialmente a quienes la padecían fue el ahora conocido como Síndrome de Hansen, una dolencia muy antigua, que trajo consigo la creación de incluso establecimientos sanitarios donde aislar a los pacientes y que tuvo en Sevilla un lugar extramuros dedicado a aquellos, considerado casi el hospital más antiguo de Europa; pero como siempre, vayamos por partes. 

   En un yacimiento arqueológico situado al noroeste de la India, cuya antigüedad se calculó sobre el año 2.500 antes de Cristo, se localizó el enterramiento de un individuo de unos treinta años de edad con indicios de haber padecido lepra, con el añadido de haber sito inhumado en un sector aislado del poblado y entre gruesos muros, lo que nos indica que ya entonces había un miedo constante al contagio y que ello traía consigo la necesidad de separar a los enfermos de este mal del resto de la comunidad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay alusiones a la lepra, considerada como mal divino, ocasionado por los pecados del que la padece, en la Grecia clásica se la llamó elefantiasis y en tiempos de la Roma imperial eran igualmente separados de la comunidad quienes la sufrían. ¿Quién no recuerda las escenas cinematográficas del clásico "Ben Hur", donde la madre y hermana del protagonista, aquejadas de lepra, dan con sus huesos en el llamado Valle de los Leprosos?

    Como se sabe, la lepra es una enfermedad infecciosa producida por un bacilo y que puede afectar tanto a la piel como a los nervios, mucosas o articulaciones, dándose en ocasiones casos severos con desfiguración, deformidad o discapacidad. A ello habría que sumar el carácter contagioso del mal, por lo que quienes lo padecían eran rechazados y evitados, por no hablar del ya aludido carácter de "castigo divino" que se suponía hacía mella en quienes la padecían, lo cual acentuaba aún más el rechazo social.

 

    En algunas zonas de la Europa medieval existió incluso un macabro ritual para marginar a los leprosos, durante el cual el sacerdote echaba tierra sobre sus cabezas como forma de indicar que quedaban sepultados en vida, apartados de todo y de todos, con la oración "Sic mortuus mundo. Vivus iterum Deo", o lo que es lo mismo "Así estás muerto para el mundo, volverás a vivir con Dios". A continuación se le entregaba al leproso una escudilla para comer y la carraca o campanilla que debía hacer sonar a su paso para advertir a los demás de su presencia al igual que se le adjudicaba un lugar alejado para que lo usara como Casa del Leproso, rodeado por una empalizada.

    Para agrupar a los pacientes del llamado "Mal de Lázaro" en alusión al personaje de los Evangelios, surgieron los Lazaretos o Leproserías, a manera de comunidades de vida casi ermitaña, con bienes en común y dura disciplina, en las que los enfermos quedaban marginados de la sociedad; se calcula que llegó a haber veinte mil en toda Europa. No olvidemos que cuidar a los enfermos era una de las obras de misericordia y que dar limosna ayudaba a los fieles a lograr la salvación eterna. El siglo XV supondrá un cambio para los lazaretos españoles, ya que los Reyes Católicos instituirán la figura de los Alcaldes y Protomédicos de la Lepra, quienes sustituirán a la figura del sacerdote a la hora de diagnosticar el mal, sin olvidar cómo la caridad cristiana impulsará el cuidado de estos enfermos mediante instituciones benéficas. 

    ¿Y en Sevilla? Fundado en la segunda mitad del siglo XIII por Alfonso X y engrandecido y mejorado por su bisnieto Alfonso XI, dotándolo con un Administrador Mayor con título de Mayoral con rentas perpetuas y privilegios reales para su funcionamiento, el Hospital de San Lázaro,  se convirtió en uno de los más antiguos de la ciudad, construido en torno a una antigua torre de origen musulmán, la de los Gausines y en el camino Real hacia Córdoba, no lejos del monasterio de San Jerónimo de Buenavista y junto a las denominadas Huerta Grande y Huerta Chica de San Lázaro. En torno a 1564 se colocó incluso allí una cruz de término que marcaba el fin de los límites sevillanos, con proyecto de Hernán Ruiz II y ejecución de Diego Alcaraz y que se trasladó a comienzos del siglo XX a la Plaza de Santa Marta. Los "malatos" eran allí acogidos y recibían morada y comida, con la obligación de permanecer allí internados hasta el momento de su muerte.

Foto: Reyes de Escalona.

    A comienzos del siglo XVII el cronista Luis de Peraza escribía: 

"El mal que se dice de San Lázaro, que es una gafedad de un terrible mal contagioso, los médicos afirman, y aún los canonistas lo sienten en el título del matrimonio en el título de los leprosos que se pega; hay para ellos un tercio de legua fuera de la Puerta de la Macarena de esta Real Ciudad de Sevilla, un solemne hospital de la advocación de San Lázaro donde tienen su compás de casas en que moran maridos y mugeres; tienen huerta y una iglesia de muncha devoción, donde van a tener novenas las gentes de Sevilla en especial en tiempos de tribulación."

    Indicar que cuando se alude a "gafedad" se trata de un término relacionado con la contracción en forma de gancho de los dedos de las manos provocada por la lepra. Prueba de la importancia de San Lázaro dentro del ámbito de las devociones sevillanas fue la fundación de varias cofradías en su sede, como las de San Blas, la propia de San Lázaro, una esclavitud bajo la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza que existía en 1679 y especialmente una que en el siglo XVI dio culto a una devota imagen de Cristo Humillado, el actual de la Humildad y Paciencia y que pasaría a Omnium Sanctorum para fusionarse con la de la Sagrada Cena. 

    El edificio original sufrió diversas modificaciones a lo largo de los tiempos, organizándose en torno a la iglesia y a varios patios, en torno a los cuales, en principio, se habría alineado las diversas casas, cabañas, celdas o aposentos para los enfermos, pajar, tahona, caballeriza, horno, lagar, bodega y casa para los sacerdotes, por no hablar de las extensas huertas que autoabastecían al lugar. La torre octogonal y la fachada principal, de corte clásico, han llegado hasta nosotros, destacando de ésta el estar construida con dos cuerpos siguiendo modelos clásicos. 

    Como estudió Moreno Toral, al frente del Hospital se hallaba el Mayoral, cargo de designación real, normalmente miembro de la nobleza, que era el encargado de administrar y gestionar San Lázaro, siendo ayudado en su tarea por dos Asesores, elegidos por él mismo entre los enfermos, con un salario anual de 500 maravedís; otros puestos eran por ejemplo el de Clavero, encargado de la tesorería, y de contar, por ejemplo, lo recaudado por limosnas en la catedral o demás iglesias sevillanas, siendo los llamados bacinadores los encargados de solicitar esos donativos por todo lo largo y ancho de la provincia. 

    Aparte de estos bacinadores, los propios enfermos, en número de cuatro por día, salían a caballo del hospital y, sin hablar, haciendo sonar unas tablillas, se colocaban en las puertas de los principales templos sevillanos para solicitar donativos para San Lázaro, buscándose que fuesen los más fuertes y sanos, mientras los más enfermos quedaban para trabajar en el propio hospital o en la noria cercana a él, dándose el caso curioso de cómo algunos enfermos llegaron a falsificar cartas de hidalguía o nobleza con la intención de evitar los trabajos manuales, hasta ahí llegaba la picaresca de entonces. 

    Al ingresar en el lazareto, el enfermo debía jurar las Reglas del organismo y declarar los bienes que traía consigo; sin embargo, basta con echar un vistazo a las disposiciones dictadas en 1779 para saber cuáles eran las infracciones más comunes, ya que se castigaban los retrasos, el cante y los gritos, la falta injustificada a misa, los juegos de naipes y menos de noche, así como entrar en la ciudad sin permiso expreso del Mayoral. Por el contrario, se les permitía recibir visitas con cierto control, pasear por las huertas o bañarse en el cercano Guadalquivir, mientras que algunos fabricaban artículos artesanales que vendían a los viajeros. 

    En cuanto al vestuario, era de lo más austero, baste con esta lista de prendas en el caso de los hombres: camisones, calcetas, calzones de pana, paño y cordoncillo, chaquetas, capuchas y capas. Durante años se mantuvo una intensa controversia sobre la concesión de permisos para contraer matrimonio entre enfermos, sin que finalmente quedase una resolución definitiva. En cambio, a la hora de su muerte, el finado podía redactar testamento.

    El Hospital de San Lázaro sobrellevó como pudo las diferentes crisis económicas y sociales de los siglos XVI-XVIII, destacando, como ha estudiado Vilaplana Villajos, la figura del médico ecijano Bonifacio Ximénez Lorite, miembro de la Real Academia de Medicina de Sevilla y que publicó la llamada "Instrucción médico legal sobre la lepra, para servir a los reales hospitales de San Lázaro", en la que se esforzó por distinguir la lepra de otras enfermedades con síntomas similares a fin de evitar el encierro en lazaretos de quienes no padecían del mal de Lázaro. Además, al ser médico desde 1765 del propio hospital, intentó separar a los enfermos según sus posibilidades de curación, esto es, procurando dar un paso más desde los cuidados meramente paliativos hacia un tratamiento que curase la enfermedad. 
 
    Finalmente, al haber ido perdiendo capacidad económica, la gestión de San Lázaro pasó a manos del Estado el siglo XIX; en 1831 el famoso viajero Richard Ford escribía sobre el conjunto tras visitarlo y no recibía halagos en su realista relato:

"El interior es de pena, ya que los fondos de este verdadero lazareto son utilizados por los administradores para su uso personal más que para otra cosa. Aquí se pueden ver casos de elefantiasis, la horrible pierna hinchada, una enfermedad corriente en Berbería, y no rara en Andalucía, que propaga el mismo paciente, que mendiga caridad entre los viajeros, cuyos ojos se sienten sobresaltados y doloridos por lo que al principio parece una inmensa y cancerosa boa constrictor"

    En torno a 1864 será cuando la Diputación Provincial de Sevilla, delegue en la Congregación de San Vicente de Paul, las Hijas de la Caridad, para que lo dirigieran mientras que por aquellos años será José María Ibarra (1878) el mecenas que dotará al Hospital de nuevas oficinas, refectorio, galerías y salas de descanso, merced a una dotación de su propio testamento (142.000 reales, nada menos) administrada por sus herederos; además, ampliará sus servicios, dedicando algunas zonas a enfermos mentales y a tuberculosos y siendo objeto de estudio de un conocido de estas página: el Doctor Hauser.

    Detalle interesante, en 1907 la Diputación Provincial depositará en el  Museo de Bellas Artes de Sevilla la hermosa pila bautismal mudéjar de San Lázaro, realizada en cerámica vidriada trianera y datable como del siglo XV. 

 

    Poco a poco, a medida que el siglo XX vaya avanzando, se reducirán paulatinamente los casos de lepra, por lo que San Lázaro (declarado Monumento Nacional en 1964) irá perdiendo su papel como lazareto, quedando como hospital provincial y finalmente, en 1991, pasará a formar parte del Sistema Andaluz de Salud, con alas dedicadas a salud mental y a cuidados paliativos, estándose a la espera de que comiencen las obras de restauración de la iglesia, desacralizada en 1998, pero esa, esa ya es otra historia.