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16 marzo, 2025

Triperas o Triperos.

En esta ocasión, daremos detalles sobre una calle que ha quedado desgraciadamente "absorbida" por otra y que, por ello, es apenas mencionada en las idas y venidas por la ciudad, salvo en los itinerarios cofradieros, eso sí. Sede de instituciones culturales, cafés y tertulias literarias, acogió incluso el domicilio de la primera novia de un conocido poeta sevillano. Pero para variar, vamos a lo que vamos.

Foto Reyes de Escalona.

Entre la confluencia de O´Donnell y hasta Tetuán, se extiende una vía cuyo nombre peculiar era ya conocido en 1485: Triperos, o también, Triperas. Se desconoce exactamente el motivo de tal denominación, debida quizá a la existencia de puestos de venta de casquería, lo cierto es que con tal apelativo aparece en el plano de Olavide de 1771, tras superar una etapa en la que se llamó de San Gregorio, aunque en 1845, buscando quizá un registro más culto, será sustituido por el de un pintor sevillano universalmente conocido: Velázquez. La ubicación de esta calle, a medio camino entre  Tetuán y O`Donnell, hará que pocos la mencionen, peculiaridad ésta que los comercios supieron aprovechar a la hora de hacer publicidad: 

Anuncio en prensa local. 1895.

Medianamente angosta y corta en su trayectoria, hasta fines del XIX se caracterizó por su estrechez, pese a que a lo largo del XVI y XVII fueron frecuentes los derribos y alineamientos de edificios, como el que promovió el Asistente Martín Hernández de Cerón en 1588 para cerrar un rincón casi esquina con la antigua calle de la Muela (ahora, O´Donnell) ya que en él se depositaba gran cantidad de basuras ("ynmundicia"). Enladrillada en 1522, en 1612 fue empedrada, mientras que a mediados del XIX se sabe que estaba pavimentada y en 1889, asfaltada. Casi todos sus edificios mantienen la misma escala y número de pisos, destacando el del número 9 por su estilo modernista y el 11, antigua casa señorial decimonónica con patio interior aunque muy transformada.

Uno de los elementos más significativos de esta calle Triperas fue que a ella daba una de las puertas de acceso a la primera Biblioteca Pública que tuvo Sevilla, en concreto, enclavada en locales anejos al desaparecido Convento de San Acasio perteneciente a la orden de San Agustín, ahora espacio perteneciente al Círculo de Labradores desde 1950 y anterior sede de la Hermandad del Gran Poder. Inaugurada el 6 de octubre de 1749, su horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría, al atardecer de la jornada. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.

Foto Reyes de Escalona.

A todo esto, habría que sumar el hecho de que la calle Velázquez acogió una serie de establecimientos de hostelería que servían tanto para consumir bebidas como para convertirse en espacios para confraternizar, charlar y discutir: los Cafés. Así, uno de los más famosos fue el llamado Café Central, que junto con el América, sirvieron para tertulias literarias o el Nacional, frecuentado por gente del mundo de los negocios. Por citar un ejemplo, el América fue punto de encuentro de miembros de la llamada Generación del 27, participantes en la Revista Mediodía, publicada por estos amantes de la lírica más contemporánea. Joaquín Romero Murube escribía sobre estas reuniones "cafeteras" en su obra "Sevilla en los labios":

"En aquella tertulia, reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de incidencias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpentos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, si que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables".

Por cierto, el Café América fue pionero a la hora de paliar las altas temperaturas del verano hispalense; del mes de julio de 1897 es esta curiosa reseña en El Noticiero Sevillano descubierta por nuestro veterano equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas:

 "A pesar del excesivo calor que se dejó sentir en el día de ayer, pudimos notar que la temperatura en el café América era primaveral, con sus hermosos ventiladores eléctricos, bien repartidos en su extenso local, y al alumbrado que por fin pudo inaugurarse el domingo, ninguno de los numerosos parroquianos que pueden concurrir con frecuencia a dicho establecimiento, tendrá necesidad de sentir los rigores de la canícula que tan molesta es, principalmente en algunos días que no se siente ni la más mínima brisa que refresque nuestros pulmones. Le damos muy de verás al señor Antón la más cumplida enhorabuena por haber sido el primero en implantar en esta localidad los ventiladores eléctricos que tanta ventaja han de reportar a la comodidad y a la higiene."

Se ve que evitar "las calores" era objetivo primordial a toda costa, prueba de ello es que el propio Café que comentamos tuvo ese mismo año un pleito con otro salón cercano, el Piazza, sobre la queja de este último porque el primero echaba sus toldos para mitigar los rayos solares y le perjudicaba al perder luz en su establecimiento; cosas de otros tiempos.

Por cierto, en el número 8, entre 1854 y 1855 como documentó el también poeta Rafael Montesinos vivió Julia, hija de Antonio Cabrera Cortés y Dolores Rodríguez, quien habría sido la primera novia de Gustavo Adolfo Bécquer cuando cuenta apenas dieciocho años, recordada con nostalgia por el poeta en los últimos años de su vida, mientras que esa joven, primer amor del escritor, se mantuvo soltera toda su vida, muriendo en 1918. No lejos, en el mismo edificio compartieron espacio las oficinas de Prensa Española (diario ABC) y La Teatral, fundada en 1939 y especializada en la venta de entradas para espectáculos taurinos y teatrales, mientras que quedan para el recuerdo comercios tradicionales desgraciadamente desaparecidos, como las Perfumerías Recio o Mabigoa, Alfombras Ýñiguez o la Camisería Redondo. 

Terminamos, pero hablar de esta calle y no aludir a cuestiones gastronómicas sería casi un pecado. Aparte de los desaparecidos cafés, habría que mencionar, sin duda, la presencia, hasta los años 90 del pasado siglo, en el número 8, de la cafetería Viana, antecesora de la cadena de hamburgueserías sevillana "Dulio", que dejó paso en 1999 a la actual Casa del Libro, y por otra parte, la olorosa presencia del cercano bar Blanco Cerrillo, fundado en 1926 en la perpendicular calle de José de Velilla y que tiene como especialidad los boquerones en adobo, cuyo aroma perfuma buena parte de la calle Velázquez para deleite de paseantes locales o foráneos, ignorantes quizá de que recorren una zona peatonal desde 1991 y que se considera la décima calle más cara de España en materia de alquileres comerciales, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

21 agosto, 2023

El Café del Turco.

Estaba en plena calle Sierpes, cuando aquella era calle con vida día y noche. Acogió tertulias apasionadas cuando liberales y absolutistas se llevaban como el perro y el gato. En él trabajó alguien que inspiró un personaje de Don Juan Tenorio e incluso fue escenario de procesiones civiles y foro para conocer de primera mano lo que se cocía en la política española en unos tiempos convulsos, con sucesos violentos para más inri. Hoy, en Hispalensia, tomamos asiento en una buena mesa del Café del Turco. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Estamos en los comienzos del siglo XIX. Ha terminado felizmente la Guerra de Independencia y las tropas napoleónicas son solo mal recuerdo. Sin embargo, la situación política dista mucho de ser pacífica en España. Fernando VII y el absolutismo regresan al país en medio de una crisis económica provocada por los desastres de la guerra y la interrupción del comercio e ingresos fiscales procedentes de América, donde soplan vientos de emancipación. 

José Jiménez Aranda: El Café. 1889.

En ese ambiente apasionado, abundaron los denominados Cafés, a los que tan aficionados eran los sevillanos del siglo XIX, pues no sólo eran establecimientos en los que degustar dicho producto (y otros), sino espacios para la tertulia, la discusión e incluso la polémica o la controversia por cuestiones de todo tipo, desde las taurinas hasta las políticas, pasando por las literarias o religiosas. Podemos decir que hasta había cafés con ideología propia, como es el caso que nos ocupa, el Café de la Cabeza del Turco, en plena calle Sierpes, pues en él tuvieron primeramente su sede los afrancesados durante la dominación napoleónica y, posteriormente, los más extremistas del partido liberal, contrario al absolutismo de Fernando VII ("los negros", como les llamaban sus contrarios "blancos") y debía su nombre, al parecer, a que en su fachada principal, sobre su portada, campeaba pintada la cabeza de un turco. 

Como narró Chaves Rey, en 1820 era su propietario Luis Tolva, patriota, liberal ferviente y admirador del General Riego, líder de la sublevación militar en Las Cabezas de San Juan para reinstaurar el régimen constitucional; prueba de esa devoción es que el 13 de diciembre de 1821 partió de allí una insólita procesión civil presidida por un retrato de Rafael de Riego, desfilando por calles engalanadas enmedio del entusiasmo popular, como contó Luis Montoto. La procesión se repitió veinticuatro horas después, siendo en esta ocasión llevado el retrato en coche descubierto y engalanado. Por cierto, dos años después, los habituales del Café del Turco organizaron una serenata nocturna de violines al propio general Riego, de visita en Sevilla y alojado en la calle de Toqueros, actual Conde de Ibarra. 


 En un abigarrado ambiente lleno de espesas humaredas de tabaco y ecos de discusiones, los exaltados parroquianos debatían sin descanso sobre el candente panorama político, de modo que Tolva ideó para su negocio una especie de "Informativos" mediante la lectura, en alta voz, de la prensa diaria nacional o local, empleando para ello a alguien que con buena voz; hasta llegó a establecer un reglamento, que indicaba la colocación de una silla alta, en la sala del billar, desde la cual se leían los periódicos mientras la concurrencia permanecía en expectante y obligado silencio, aunque se permitía que "concluida la lectura de cada artículo podrá cualquiera hacer las observaciones que guste", eso sí, previo pago de los preceptivos ocho reales mensuales, necesarios para ser "abonado" a estos "informativos". Chaves Rey narró cómo terminaban algunas de estas lecturas:

"El salón de lectura del Turco se veía siempre muy concurrido durante la segunda época constitucional y se dio el caso en ciertas ocasiones, que no estando el público conforme con las ideas de algunos artículos, con toda algazara arrojasen los periódicos a la letrina entre grandes aplausos".

Signo de los tiempos, el fin del Trienio Liberal en 1823 trajo consigo el violento asalto al Café del Turco por una multitud incontrolada (las "turbas realistas") en la mañana del 13 de junio,como puede leerse en las páginas de los Anales de Sevilla de Velázquez y Sánchez: 

"Grupos de aquella plebe devastadora fueron a la fonda y café del Turco a destruir su elegante mobiliario, robar servicio y mantelería, romper un sinnúmero de objetos de china, porcelana, cristal, loza y metales bruñidos, y dar suelta a las canilla de la bodega hasta correr mezclados vinos y licores por la calle de las Sierpes, entre los aullidos de júbilo feroz de aquella horda de caníbales".
José García Ramos (1852-1912): Calle Sierpes.

 Con el paso de los años, trabajó en el Café del Turco un italiano, apellidado Ciutti, que atendió en mesa al dramaturgo José Zorrilla, de paso por Sevilla y quien se inspiró en él para el personaje del mismo nombre en su archiconocido Don Juan Tenorio. En 1844 el propio autor describía así al camarero del Turco

"Era un pillete muy listo que todo se lo encontraba hecho, a quien nunca se encontraba en su sitio al primer llamamiento, y a quien otro camarero iba inmediatamente a buscar fuera del café a una de dos casas de vecindad, en una de las cuales se vendía vino más o menos adulterado, y en otra carne más o menos fresca. Ciutti, a quien hizo célebre mi drama, logró fortuna, según me han dicho, y se volvió a Italia".

El Café de la Cabeza del Turco, permaneció abierto con diversos nombres durante el siglo XIX y parte del XX: el Europeo, (escenario de animados bailes de máscaras allá por 1875), de América o, más recientemente, de Madrid, en cuyos altos estuvo la sede del Sevilla F. C. allá por 1915 y abierto aún en los años noventa del pasado siglo XX como salón de juegos. Tampoco podemos olvidar que el Café del Turco también pasó a ofrecer actuaciones de cante y baile flamenco, uniéndose a la moda de los llamados "cafés cantantes".  En la actualidad el local permanece cerrado a cal y canto desde hace bastante tiempo, sin que haya vuelto a tener uso, pero esa, esa ya es otra historia. 

12 julio, 2022

Velázquez.

Foto: Reyes de Escalona.

No, en esta ocasión concreta no vamos a tratar sobre la figura del inmortal pintor bautizado en la sevillana parroquia de San Pedro, sino sobre la calle que lleva su nombre, una vía peatonal ahora, siempre llena de público, que tuvo nombres curiosos y albergó un sinfín de establecimientos; pero como siempre, vayamos por partes. 

Está claro que si en 1485 hubiésemos preguntado por esta calle, nos habrían dicho que quién era ese Velázquez, lo que sí está claro es que nos habrían indicado, solventada la confusión, que habríamos debido encaminarnos a la calle Triperas, nombre un tanto peculiar y de origen incierto que compartió con el de San Gregorio, por un antiguo hospital gremial allí radicado. 

Su trazado, ahora rectilíneo, fue durante años muy diferente, más estrecho y serpenteante, de manera que a lo largo de los siglos la calle ha experimentado diversos ensanches y transformaciones, como en 1597, cuando se derriba una casa que había invadido el ancho de la vía, o en 1588 cuando se ordena cerrar un rincón donde "de ordinario se echara cantidad de ynmundicias"

Como curiosidad, y como ha descubierto el profesor Roda Peña, en esta calle Triperas vivió el licenciado Juan Jacobo Fernández Soriano, abogado de la Real Audiencia, quien en 1769 legó en testamento al convento de Santa María de la Paz, actual sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, una hermosa pintura de la Virgen de Belén obra de Domingo Martínez en torno a 1740 y que aún se conserva en un retablo junto a la entrada al templo; ¿La razón de tal donativo? Dos hijas del legatario habían profesado como religiosas agustinas en aquel cenobio, de modo que su padre decidió entregar esta obra junto con otras, desgraciadamente en paradero desconocido. 

Foto: Reyes de Escalona.

A comienzos del siglo XIX, Velázquez adopta el aspecto que ha llegado hasta nosotros, aunque su vida nocturna era mucho más intensa, registrándose numerosas quejas de vecinos sobre la existencia de un elevado número de prostíbulos, hasta que en 1859 las autoridades municipales deciden desalojar varias casas y trasladar su actividad a la Alameda de Hércules, puede que aquí arranque la "mala fama" de la Alameda que ha llegado hasta nuestros días. En 1845 recibirá el nombre actual en honor a Diego Velázquez, aunque, justo es de decir, pocos la mencionan con ese apelativo, ya que consideran que es una mera prolongación de Tetuán hasta la Campana, de hecho en prensa local aparecían anuncios como el siguiente intentando aclarar el error: 


En el número 17, allá por 1897 tuvo consulta el Doctor Vicente Díaz, quien se anunciaba en los diarios locales de este modo: 


Dejando a un lado este aspecto, abundaban especialmente los cafés, círculos y establecimientos recreativos de muy diferente carácter, considerados punto de encuentro para tertulias de todo tipo. Sobresalía el Central, adonde acudían escritores como el poeta Benito Mas y Prats o Muñoz San Román, quienes conformaban una tertulia autodenominada "El Parnasuelo"; El América, el Nacional, en el lugar donde estuvo en una etapa el Ateneo y lugar de cita para los jóvenes miembros de la generación del 27, editores de la revista "Mediodía", tal como relataba en su "Sevilla en los labios" Romero Murube: 

"En aquella tertulia reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de incidencias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpentos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, si que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables".

 Habría que destacar la proximidad de la conocida biblioteca del colegio de San Acasio y del Teatro San Fernando, que estuvo en pie en la cercana calle Tetuán entre 1847 y 1973, año de su derribo, y por supuesto toda la vida noctámbula procedente de los cafés cantantes de la plaza de la Campana, de manera que vivir en esta calle en aquellos tiempos no debió ser fácil para quienes tuvieran el sueño ligero. Tampoco podemos olvidar como hasta no hace mucho, en el número 12, estuvo la sede administrativa (hemeroteca incluida) de Prensa Española, o lo que es lo mismo del diario ABC y que aún subsiste allí La Teatral, pequeño establecimiento en el zaguán de ese mismo edificio y que desde 1939 se dedica a la venta de localidades para espectáculos teatrales o taurinos. 

Lugar de paso obligado para las cofradías que vienen del sur de la ciudad o de la zona del Arenal y Triana, convertida ahora en una bulliciosa calle comercial, llena de franquicias y tiendas de ropa, con permiso de la Casa del Libro que ya lleva veinte años allí en el lugar ocupado por la recordada la hamburguesería Dulio, fundada a comienzos de los años ochenta, pero esa, esa ya es otra historia...