18 julio, 2022

Salinas.

 



Aunque el título de este post, Salinas, quizá nos recuerde a aquellos lugares costeros donde se trabaja para la extracción de la valiosa sal de las aguas marinas, en esta ocasión daremos pormenores sobre alguien que fue sepultado en un convento cercano a la calle de este nombre, ubicada entre Azafrán y Muro de los Navarros, justo detrás de cierta imprenta regentada por buenos amigos de esta página; pero como siempre, vayamos por partes. 

En diciembre de 1559 nacía en Sevilla, el hijo del Señor de Bobadilla y de su esposa Mariana de Castro, burgalesa de nacimiento, ambos pertenecientes a antiguos linajes nobiliarios. Juan, que con ese nombre recibirá las aguas bautismales, apenas conocerá a su madre, fallecida prematuramente, tras lo cual su padre decidirá trasladar a toda la familia a la riojana ciudad de Logroño, donde estudiará humanidades para pasar en 1576 a Salamanca (cánones y leyes, aunque la poesía ocupó sus días) y a su universidad, donde bien podría haber coincidido con el poeta Luis de Góngora; un viaje a Italia, con estancias en Roma y Florencia le permitió visitar allí a su hermano Alonso, que gestionaba negocios familiares. Por cierto que de Roma se llevó una fuerte impresión mientras aguardaba una posible prebenda eclesiástica, sobre todo por el tren de vida de la curia romana, del que posiblemente participó al quedar plasmado en sus poemas, y que le valió para entrenar su ingenio con composiciones satíricas que serán santo y seña a lo largo de su vida. 

Sor Francisca Dorotea y Juan de Salinas. S. XVII.

Conseguido un puesto de canónigo al fin para la catedral de Segovia, poco hubo de ejercer tal cargo eclesiástico, ya que un año después, en 1588, fallecía su padre y fue designado responsable de administrar su rico patrimonio, por lo que fijó definitivamente su residencia en su ciudad natal de Sevilla. Además, en 1601 recibió el nombramiento de administrador del Hospital de las Bubas, o de San Cosme y San Damián, situado entonces en la collación de Santiago, al que se entregó en cuerpo y alma. Por añadidura, ostentó el de capellán del ahora desaparecido convento de Nuestra Señora de los Reyes, siendo confesor y director espiritual de la Madre Sor Francisca Dorotea, su superiora, quien murió en olor de santidad y cuya biografía redactó en busca de una beatificación que no llegó a producirse.

Portada del exconvento de Ntra. Sra. de los Reyes. Calle Santiago. 

Su faceta como poeta le acompañará durante toda su vida, convirtiéndose en una especie de cronista local satírico, pues sus letrillas y epigramas tratarán sobre lo divino y lo humano, lo anecdótico y lo cómico, siempre  utilizando el doble sentido, el juego de palabras tan característico de nuestra forma de hablar y relacionarnos, incluso llegó a publicar unos irónicos "Ejercicios de San Ignacio" que poco tenían que ver con los ejercicios propuestos por el fundador de la Compañía de Jesús.

Tampoco puede quedar en el tintero que Salinas fue asiduo asistente de tertulias o "academias" literarias donde se rivalizó en cuestiones de lírica humorística; Junto a otros "tocayos" suyos, formó un interesante círculo de ingeniosos literatos de gran calidad, entre los que destacan su propio sobrino, Juan de Jáuregui, Juan de Robles, Juan de Arguijo o Juan de la Sal, dedicados a glosar las excelencias de la Sevilla del Imperio, alabar a María como Concebida Sin Pecado Original o, por ende, lanzar originales dardos en forma de poemas o cartas contra la secta de los Alumbrados, que tuvo en jaque a la Inquisición Hispalense durante algunos años, sin contar con que Salinas se movía como pez en el agua en los cenáculos aristocráticos y mercantiles de su época dada su condición y su red de contactos. Baste como ejemplo que fue padrino de bautismo del que luego sería historiador Diego Ortiz de Zúñiga. 

Sin menoscabo de sus poemas de tinte religioso, fue sobre todo Poeta de lo anecdótico, al decir de otro poeta, Rafal Laffón, ya que dejó ágiles versos dedicados a todo tipo de circunstancias cotidianas, como cuando al convento antes aludido le fueron incautados unos lenguados que fueron a parar a las cocinas de algún alto cargo del Santo Oficio: 

Unos pocos de lenguados
Que traía a mi convento.
Cual reos vi en un jumento
Llevaban aprisionados;
Yo, por excusar enfados,
al que la prisión obró
Dije: ¿cómo se atrevió.
Que nunca tal prisión vi?
Contra deslenguados, sí,
Mas contra lenguados. no.

También tuvo palabras para compañeros presbíteros poco aseados y egoístas, como la compuesta hacia (o mejor, contra) un "clérigo viejo y puerco que tenía una mula y no la prestaba a nadie": 

Cierto abad de Cantillana
tan viejo como guardoso
(dejo aparte lo asqueroso
que eso lo dirá la sotana)
su mulilla rabicana
jamás la quiso prestar
certificando a la par
con evidencias notorias
en sí dos contradictorias
no dar mula y muladar.
Indicar que "guardoso" es sinónimo de tacaño, que "rabicana" significaba que la mula tenía pelos blancos en su cola, y que "muladar" aludía a vertedero. 

Tampoco faltaron los "piropos" hacia miembros de órdenes monásticas, como en una cuarteta dedicada "A un fraile mentiroso y falto de dientes":

Vuestra dentadura poca
dice vuestra mucha edad
y es la primera verdad
que se ha visto en vuestra boca. 

Sería más que prolijo comentar y destacar su prolífica (y divertida, por qué no decirlo) obra, a la que invitamos a leer a quienes siguen estas páginas, sin perder de vista que su vida fue calificada por sus biógrafos como "arreglada y ejemplar, con gran fama de virtuoso". Como colofón, indicar que Juan de Salinas falleció  a los 83 años de edad el 5 de enero de 1643, siendo sepultado en el convento de Nuestra Señora de los Reyes con el acompañamiento de un nutrido cortejo de nobles y clérigos de la feligresía de Santa Catalina . Dejemos, a modo de epitafio, que sean los versos del propio Salinas los que despidan estas líneas:

No te amargues en lo fuerte
de tan duras exhortaciones;
que en su rigor te dispones
para más dichosa muerte,
pues llegando a empobrecerte,
no habrá en las horas postreras
ricas prendas lisonjeras
de que con dolor te acuerdes,
turbando con lo que pierdes
el gozo de lo que esperas. 

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