08 enero, 2013

Cuesta.-

Afirman quienes de esto saben que disponémonos a remontar Cuesta de Enero, mas evitaremos hacer mención della, que goza de suficientes detractores, sino a Cuesta del Bacalao, denominación dada a cierta calle hispalense por motivos de sobra conocidos aunque en honor a verdad responda a otro topónimo.

En realidad llámase tal calle “Argote de Molina” en honor de insigne aristócrata, poeta y genealogista nacido en 1548 y que entregó su alma al Creador en 1598, aunque no es menos cierto que recibió también en mis tiempos el nombre de “Marmolejos” en recuerdo de cierto caballero que acudió acompañando al Santo Rey durante la Conquista de la Ciudad allá por la décimo tercera centuria y que otrosí recibió peregrino nombre de “Horno de las Brujas” según algunos por tener residencia en dicha vía gentes de dicha Ciudad de Brujas, según otros por extraordinario suceso acaecido en el siglo XV y que relataremos de seguidas:


Por aquellos lares habitaba en sucia casucha deplorable anciana que basaba su sustento diario en pociones, amuletos, brebajes y filtros, sin olvidar su oficio como echadora de cartas. Desdentada, de escaso aseo y atrabiliario aspecto, tenía la vieja hijo pendenciero y bravucón, más dado a lances de espada, trasegar entre barriles y a juegos de dados que a gozar de digno oficio, estando ambos ajenos a toda devoción y temor de Dios.
Acaeció que cierta noche regresó el antedicho mozo a su hogar tras abundantes libaciones cuando,  hallando atrancada puerta de la vivienda, resolvió, acuciado por Morfeo, echarse a dormitar dentro de un horno que poseía su madre para cocer pan y del que hallaba provecho el vecindario.

A la amanecida siguiente, sin percatarse de presencia de su durmiente retoño, la anciana procedió con toda naturalidad a prender leña para el fogón, sin que tardaran en oírse en toda la calle gritos y lamentos del mozo que sin poder salir padecía tremendos sufrimientos por humo y llamas, no faltando entre vecindario quien intentara echar mano para sacarlo de tan horrendo suplicio y quien incluso aludiera a castigo divino por las prácticas esotéricas de su señora madre.

Desesperada por ver a su retoño pasto del fuego, acudió en socorro de ambos cierto fraile franciscano de nombre Fray Diego de Alcalá quien tras percatarse de la magnitud de la tragedia que se avecinaba tomó apresurado camino y acudió a la Catedral para ante la milagrosa imagen de la Virgen de la Antigua rezar un par de salves en fervorosa rogativa. Y cuentan que no fue sino concluir la segunda cuando milagrosamente cesaron las llamas y pudo salir, algo chamuscado, eso sí, mozo del interior del horno.
No quedó ahí la cosa, pues la bruja determinó abandonar mal camino y entrar en buena senda cristiana, mientras que su hijo retiróse a un cenobio franciscano en tierras granadinas, del que llegó a ser, andando años, Prior.

Quede constancia, por tanto, de cómo esta Cuesta que tanto nos place, y aún más a cofrades, encierra portentosa historia que poco tiene que ver con marmolejos o bacalaos.


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