A primera vista, poca expectación despertó en nosotros la contemplación de la edificación, pues ni fachada ni construcción hacía presagiar que en sus entrañas pudiera haber divertimento alguno, mas haciendo de tripas corazón y encomendándonos a Santa Librada, por quien profesamos especial devoción en difíciles trances, resolvimos franquear puertas y aprestarnos a nuestra suerte fuera la que fuese.
Apenas rebasados portones, un mozo indicónos que necesario era abonar de nuestro pecunio cierto estipendio para gozar de lo allí prometido, por lo que hubimos de agitar nuestra exigua bolsa (a la cuarta pregunta por mor de Cuesta que no es del Rosario, precisamente, sino de Enero) y entregar unas monedas a través de cubículo de extraña forma, a cuyo otro lado un escribiente nos entregó carta de pago con menudos número y letras.
Aseméjase el sitio a corrala de comedias, pero en honor a verdad habremos de añadir que mientras en aquella el populacho anda como Pedro por su casa, en este sitio es de obligado cumplimiento que el público tome asiento en mullidos escaños tapizados con lujoso tejido, alineados en orden perfecto y conveniente para poder asistir, sin contrariedades ni molestias, y aún más, comenzó puntualmente la función, lo que no era frecuente antaño. Olvidábamos narrar cómo al fondo, inmaculado, álzase grande y albo lienzo, llamándonos la atención que faltasen foro, bastidores, o siquiera cortinaje con que auxiliar a dramático juego.
Juzgábamos poca la iluminación del recinto cuando esta apagóse de improviso, quedando callada la sala de no ser por masticar de ciertos frutos tostados traídos de Indias, impenitente darle a la sin hueso de algunos, poco dados a guardar silencio ni tan siquiera en su propio responso o al descaro con que otros, metidos en harina, desobedecen el sexto mandamiento. Temimos serio desperfecto en tales lámparas, cuando también de súbito, tras nuestras cabezas surgió poderoso haz de luz que plasmóse sobre el blanco telón, emergiendo, como por arte de conjuro o hechizo, figuras humanas que por sus semblantes asemejábanse a lo real, por lo compuesto de su hechura y por lo aderezado de sus movimientos, componiendo curiosos cuadros y escenas de dramática manera, tratándose, colegimos, de intérpretes sin carne y hueso, lo que dice poco del amo del negocio, pues prefiere a estos autómatas que a honrados comediantes.
Si la aparición de estas figuras conmoviónos no poco, qué decir de su forma y manera de hablar, pues comprobamos se expresaban en lengua ignorada por nosotros, nada inteligible, y sin saber qué decían anduvimos un tiempo, distraídos de la urdimbre de la trama, de no ser por amable camarada de asiento que nos invitó a lectura de ciertos letreros, que no habíamos distinguido, y que tenían virtud de glosolalia, ya que decían en román paladino lo que las dichas figuras proyectadas hablaban en su materna lengua, lo que nos alivió no poco.
Caresció la representación de intermedios, de músicos, de malabares o saltimbanquis, ni de danzas siquiera (aficionados como somos a zarabanda y chacona), sino toda ella representóse larga y tendida y a su fin, tampoco hubo ovaciones o abucheos, sino que tornáronse a encender lámparas, abandonó el público la estancia dejando desperdicios por doquier (en eso poco cambio ha habido, vive Dios) y nosotros quedamos a una vez maravillados y cabizbajos, meditabundos y embriagados. Extraña e intrigante diversión.
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