Casi al lado la intersección de la Resolana con la calle Torneo, ahora amplias avenidas llenas de ruido de tráfico, se encuentra la denominada calle de Vib-Arragel, con evidentes resonancias árabes y que recuerda a una de las puertas del recinto amurallado almohade que recorría esta zona, en la actual rotonda de la Barqueta o Plaza Duquesa Cayetana de Alba, perímetro defensivo que más que para proteger a la ciudad de ataques invasores, lo era para defenderla de uno de sus más terribles y tradicionales enemigos a lo largo de la historia: el río Guadalquivir.
Con tal fin, se levantó un muro de elevado porte coronado por varios torreones de vigilancia, al estilo de los que aún subsisten en la Macarena, de ahí que la puerta también fuera denominada de la Almenilla, estando ubicada en lo que ahora sería el arranque de la calle Calatrava en dirección a la Alameda de Hércules. Con el paso de los años, recibió el nombre de "Blanquillo", sin que se sepan las causas y Barqueta, por encontrarse en esa orilla la barca que posibilitaba atravesar el río en dirección a Santiponce.
Según la tradición, Vib-Arragel, o también Bib-Arragel, aludiría a la presencia en este sector, de uno de los palacios propiedad de los reyes andalusíes entre los siglo VIII y XI, donde el monarca al-Mutamid de las dinastía Abbadí quizá diera rienda suelta a la hermosa métrica de sus versos y donde, con posterioridad, se levantó el actual Monasterio de San Clemente, fundado por el obispo Don Remondo allá por 1260.
Rodeada por los altos paredones de la muralla y las sobrias tapias del antes aludido monasterio, la plaza, con esquema de terraplén defensivo, fue llamada "la más triste de Sevilla", por su lejanía, su carácter solitario al caer la noche cuando se cerraba su puerta al toque de oraciones, por carecer de apenas ventanas o balcones que dieran a ella y por poseer la fama de ser uno de los primeros lugares por los que el río cobraba fuerza y arriaba la ciudad cuando rebasaba su cauce, pese a los intentos de urbanizarla y mejorar su estructura, perpetuados con una lápida de mármol, al parecer desaparecida, colocada el 14 de marzo de 1629 y que tras el preceptivo encabezamiento con los nombre del Rey Felipe IV y del Asistente Lorenzo de Cárdenas, Conde de la Puebla del Maestre, junto con una retahíla de nombres, cargos y oficios municipales, mencionaba la reedificación y finalizaba con estas curiosas palabras:
"O pues, unos y otros vecinos de la Ciudad, mirando resistidas las rápidas ondas del río, y con tal providencia burlado el portento fatal, antiguamente llorado, y que amenazaba la destrucción por esta parte a la Ciudad, daréis por la seguridad agradecimiento al remediador de tanto mal".
Tampoco podemos dejar en el tintero el intento realizado, ya en 1752 por el marino, ingeniero y naturalista Antonio de Ulloa, que habría tenido como objetivo el crear una serie de malecones que actuaran como parapeto o escollera para salvaguardar la zona de la Barqueta de las aguas del Guadalquivir.
La Barqueta, en el siglo XIX. |
Se ve que de nombres no quedó la cosa corta en este caso, ya que a todos los anteriores hay que añadir el de "Patín de las Damas", conformado por una especie de plataforma en la propia cerca amurallada a la que se podía acceder mediante escaleras desde la que podía disfrutarse de excelentes vistas del cauce fluvial y que durante los siglos XVI y XVII fue escenario de fiestas y agasajos, pues Francisco de Borja Palomo narra que el Patín fue reparado tras las terribles inundaciones de 1626:
“Existía también allí de muy antiguo una segunda muralla saliente que fue demolida, levantando y solando de nuevo el grande espacio que llamaban Patín de las Damas, poniéndole dos anchas escalinatas que antes solo tenía una, y dejándolo muy cómodo para que los habitantes de la ciudad tuvieran en las ardorosas noches del estío un sitio ameno y fresco para sus diversiones, que alcanzó gran celebridad hasta muy entrado este siglo XIX, porque allí la gente se reunía con frecuencia para sus bailes y serenatas nocturnas”.
Sin embargo, con el paso de las décadas, el "Blanquillo" se fue degradando, sirviendo con el tiempo como refugio de gentes de mal vivir, como maleantes, rufianes, facinerosos o ladrones de baja estofa. Favorecidos, quizá, por este "gremio", que no deseaba la presencia de gente honrada por aquellos lares, surgieron truculentas leyendas y aterradores relatos que habrían hecho hoy las delicias de cualquier televisivo programa de temas paranormales. Nuestro buen cronista Chaves Rey escribía en 1894 sobre el "Blanquillo":
"Los torreones que rodeaban el terraplén servían de albergue a los brujos y a las brujas, a quienes muchos juraban haber visto correr por los aires, atravesar el río sobre las aguas y ejecutar otras muchas habilidades de esa calaña. En el Blanquillo decíase que un moro descomunal enterró viva a una doncella hija suya que dejó de serlo por cierto caballero cristiano; allí los judíos habían sacrificado muchos chiquillos con gran refinamiento de crueldades; allí aparecieron un día los cadáveres de dos amantes que tuvieron el mal gusto de escoger aquel sitio para sus amorosas expansiones, y allí, en fin, ocurrían todas las noches las más extraordinarias y terribles cosas que pueden imaginarse".
De hecho, otro cronista contemporáneo a Chaves, Manuel Álvarez Benavides aludía en 1874 a cómo, en siglos pasados el lugar estuvo plagado de duendes de todos los tamaños, hechuras y categorías que a medianoche salían a cometer sus tropelías por San Gil y San Lorenzo o de espectros y sombras que causaban terror entre los vecinos del barrio de la Feria. De entre este batiburrillo o revoltijo de criaturas (que poco tenían de sobrenaturales, como decíamos) destacó la figura de la tía Mari-Cangrejo, que vivía en los abandonados y viejos torreones de la plaza de Vib-Arragel; bruja convicta de aspecto nada entrañable, rodeada de calderos y alambiques, dedicaba su tiempo a la elaboración de ungüentos y pociones, a las que las gentes, a pies juntillas, atribuían mágicos poderes, entre ellos el de hacer volar, de manera inverosímil, a la propia creadora de tales potingues.
El derribo de la muralla en el siglo XIX (la Puerta de la Barqueta lo fue en 1858) y el tendido de la vía del ferrocarril en la calle Torneo cambiarán profundamente la fisonomía de este entorno, pero no será nada comparado con la gran transformación que se verá en el antiguo "Patín de las Damas" o "Blanquillo" en los años previos a la Expo de 1992, pero eso, eso ya es harina de otro costal.
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