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15 mayo, 2023

Por Amor de Dios.

En esta ocasión nos vamos a encaminar hacia una céntrica calle bastante transitada, por la que casi no pasan cofradías, residencia de nobles y pintores, que albergó señeros hospitales, un histórico instituto de enseñanza secundaria y hasta un teatro donde por primera vez se vio danzar el "pecaminoso" baile del kan-kan. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Conocida durante años como la calle de la Pellejería en honor al gremio establecido allí por orden de los Reyes Católicos, en la calle que iba "a la laguna" en alusión al carácter inundable de la actual Alameda de Hércules, la de Amor de Dios se halla entre las calles Javier Lasso de la Vega y Conde de Torrejón, constituyendo toda una especie de transición urbanística desde la zona plenamente céntrica junto a la Plaza de la Campana hasta alcanzar un sector con tantas facetas como la antes aludida Alameda, circunstancia que sirvió, en 1880, para que se crease una línea de tranvías que uniera ambos extremos. En el siglo XVII se sabe que la calle se hallaba ya empedrada y existió en ella el conocido Mesón de la Almeja.

El apelativo de Pellejería duró poco tiempo, tomando el actual del conocido Hospital allí establecido y que ocupaba la manzana comprendida entre las calles Delgado, Trajano y la propia de Amor de Dios. Al decir de los cronistas locales, como González de León, el Hospital "era grande y diáfano, con dilatadas cuadras, suficientes a muy gran número de enfermos, preparadas para invierno y verano" y permaneció en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que fue reunificado junto con otros para conformar el Hospital Central de la Macarena en las Cinco Llagas, siendo demolido finalmente el edificio hacia 1860 y, sobre su espacio, construido un teatro-circo llamado Lope de Rueda, inaugurado el 15 de noviembre de 1868 con un aforo de quinientas localidades y todas las comodidades de aquel tiempo.  

El escritor e historiador Luis Montoto describía el ambiente de dicho lugar de manera "colorista", por decirlo de algún modo: 

"El bullicio que allí acudía era maleante y bullicioso, de ordinario compuesto por estudiantes, criadas de servicio, niños y soldados... Allí donde por ver primera se bailó el bailecito que con el nombre de Kan-Kan nos regalaron los franceses; baile obsceno, como la vieja zarabanda... Las obras que allí se representaban correspondían a las condiciones materiales del escenario, a la índole de las compañías y al carácter del público que, más que gozar de los halagos de la Talia española, iban a pasar un rato de broma y zambra."

A título anecdótico, no fue, al parecer, el único establecimiento popular, pues Álvarez Benavides contaba, allá por 1874, que en ese mismo solar hubo..., bueno, quizá sea mejor que sea él mismo quien lo narre con su peculiar verbo:  

"En ese mismo local estuvo establecido el año 1868 el café titulado Las Flores, servido por camareras de alarmante fisonomía, con el objeto de atraer clientela por medio de tal novedad. Sin embargo, el público no favoreció este café, y no tardó en desaparecer del mapa contribuyente".
Hemos de confesar que nos ha dejado obnubilados lo de "alarmante fisonomía"; alejados los seculares temores a posibles inundaciones por las crecidas del Guadalquivir (un tramo se denominó Pasadera de la Europa por esta razón), posee un pasaje a la calle Trajano en honor a la bordadora Esperanza Elena Caro e incluso una barreduela llamada Nevería hasta 1845 un poco antes de desembocar en la Alameda. Proliferan viviendas modernas, aunque no podemos olvidar el inmueble situado en el número 6 de la calle y que muchos recordarán por haber sido sede de la Cruz Roja; este edificio fue anteriormente propiedad de los marqueses de Nervión e incluso algunos autores sostienen que fue el palacio de los Ortiz de Zúñiga, uno de cuyos miembros, Diego, fue el conocido autor de los Anales de Sevilla, estando sepultado en la cercana parroquia de San Martín. También residiría en la calle, al parecer en el número 14 actual, el pintor Juan de Valdés Leal, cuyo nombre documentó ya el investigador José Gestoso en el padrón de Sevilla de 1665, falleciendo en dicha casa allá por 1690 y sepultado en la parroquial de San Andrés, como recuerda la lápida colocada en una de sus puertas.

Además, casi frente a ese edificio, estuvo el convento de la Concepción, de franciscanas concepcionistas, la misma orden religiosa que cerró hace algún tiempo su último convento en Sevilla, el de la calle Socorro; éste de Amor de Dios, fundado inicialmente en la calle Santa Ana en 1475, desapareció en las desamortizaciones de 1837 y todavía algún fragmento forma parte de la actual sede del Colegio de Notarios que tiene su entrada por calle San Miguel. Como curiosidad, este convento quedó convertido en parada de diligencias, fábrica de tejidos y otros talleres, entre ellos una industria del corcho. 

Por supuesto, merecen la pena dos edificios que se hallan frente a frente casi de manera simbólica. Por un lado, el ahora cerrado Cine Cervantes, construido como teatro en 1873 bajo planos del arquitecto Juan Talavera y de la Vega, autor del Costurero de la Reina y padre del otro Juan Talavera, el gran creador de edificios regionalistas vinculados a la Exposición Iberoamericana de 1929. Inicialmente concebido como Gran Teatro Cervantes, por su escenario pasó lo más granado del panorama dramático de su época, como la gran Margarita Xirgú en 1877, quien actuó en presencia del rey Alfonso XII o con la representación, por supuesto, de comedias de corte popular como las escritas por los hermanos Álvarez Quintero y rivalizando con el Teatro San Fernando; el Cervantes se convertirá en sala de proyecciones cinematográficas en la década de los cincuenta del siglo XX tras la reforma a la que se vio sometida por los arquitectos sevillanos Delgado Roig y Balbotín. Por desgracia, tras la Pandemia, permanece clausurado y sin uso futuro a corto plazo, lo que ha encendido las alarmas por el posible destino de un lugar cargado de historia que ahora cumple ciento cincuenta años. 

Cartelera teatral en 1906.

La calle, allá por los "Felices Años Veinte", supo hacerse un hueco dentro de la vida nocturna de la ciudad, como relató Manuel Ferrand en su obra "Las calles de Sevilla": 

"Durante siglos calle de hospital y de conventos, se desmelenó en llegando los años veinte, cuando la ciudad tenía puerto concurrido y entre señoritos y forasteros gastosos era posible la Sevilla de la noche, pesadilla de biempensantes. El Olimpia, el Variedades, el Barrera, el Maipú y la Pianola mantenía el fuego non sacro del cabaret bullanguero". 
Anuncio publicitario, año 1932.

Por otra parte, ocupando la acera de los pares, en el número 28, se alza el Instituto de Enseñanza Secundaria "San Isidoro"; se constituyó en 1845 y se construyó en parte sobre el solar del desamortizado convento de San Pedro de Alcántara, que aún conserva la capilla de la Venerable Orden Tercera Franciscana, un hermoso ejemplo de iglesia barroca con entrada por la calle Cervantes. El San Isidoro, creado como Instituto Provincial ligado a la Universidad, fue durante años el único Instituto de Bachillerato de Sevilla y, como curiosidad, en él estudió la primera mujer española en conseguir el grado de Bachiller, concretamente en el año 1877; tal logro, reconocido por la Dirección General de Instrucción Pública a instancias del Rector de la Hispalense, fue conseguido por la sevillana Encarnación del Águila Sánchez y dio paso a que en 1882, por citar un curso, hubiese matriculadas otras 17 alumnas, sólo una menos que en el Instituto de Gerona, el que poseía la mayor tasa de matrículas femeninas en aquel entonces.

Igualmente, por las aulas de este Instituto con tanta solera ha pasado una larga lista alumnos reconocidos en muchos ámbitos profesionales, desde Alberto Lista (su primer Director) a Felipe González, pasando por Severo Ochoa, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda, Antonio Domínguez Ortiz, Manuel Machado, Juan Antonio Bardem, Joaquín Romero Murube, Gonzalo Bilbao o los antes mencionados hermanos Serafín y Joaquín álvarez Quintero, entre otros. Además, en su claustro de profesores han figurado Joaquín Guichot, Demetrio de los Ríos o Mario Méndez Bejarano, por citar algunos. 

Y todo ello, además, sin olvidar su magnífica biblioteca, que atesora ejemplares, manuscritos y mapas desde 1515, o su laboratorio histórico que conserva instrumental de antiguos gabinetes ciencias químicas o físicas.

En la actualidad la calle Amor de Dios ha perdido gran parte de sus comercios tradicionales, como estancos, papelerías, floristerías o la conocida Droguería Martín, cuyo local desapareció en 2020 en beneficio de un hotel, pero esa, esa ya es otra historia

01 mayo, 2023

A las Armas.

No, en esta ocasión no nos vamos a poner en pie de guerra ni tampoco vamos a relatar algún suceso bélico, antes bien, nos centraremos en una calle que recibió este nombre, que fue primera vivienda para una Santa, y que podemos considerar una de las clásicas de nuestras ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 


Alfonso XII, que así se llama la vía que intentaremos pormenorizar en la medida de lo posible, abarca desde su desembocadura junto a la Puerta Real hasta su finalización en la céntrica Plaza del Duque, y debe su nombre, lógicamente, al monarca español que reinó entre los años 1874 y 1885; sin embargo hasta entonces se había llamado de las Armas. ¿El motivo? No está del todo claro, como suele ocurrir, ya que mientras algunos autores como Álvarez Benavides se atreven incluso a centrar su origen en un arsenal de época islámica en la zona antes aludida de los Humeros, González de León alude a que tal término tendría que ver con la entrada por esta calle del victorioso Fernando III de Castilla en 1248 tras conquistar la ciudad, e incluso Santiago Montoto menciona que lo de "Armas" podría tener que ver con la abundancia de blasones y escudos de piedra que decoraban las fachadas de no pocas casas en esta calle, que aún mantiene un interesante contraste entre las grandes casas tradicionales sevillanas con patios con otras más modestas e incluso con edificios de estilo modernista, como veremos. En cualquier caso, el nombre se ha conservado en la cercana Plaza de Armas.

En cualquier caso, desde 1883 fue bautizada con el apelativo de Alfonso XII y así ha llegado hasta nosotros, salvo por el breve periodo de la II República en el que se cambió por "Catorce de Abril" en recuerdo de la fecha de su proclamación. En el siglo XVI fue pavimentada de ladrillo colorado, con las consiguientes quejas de los vecinos que preferían el ladrillo blanco, siendo adoquinada en 1886. Dada su situación topográfica y su proximidad al cauce del río, fue siempre calle propensa a sufrir riadas e inundaciones, como marca todavía un azulejo en la esquina con la calle Bailén, dándose el caso de que incluso el propio ayuntamiento llegó a establecer un servicio de barcas para atender la movilidad de la población en tiempos de riadas. 


Por desgracia, en 1868 desapareció el convento de la Asunción, quedando convertido en club republicano, corral de vecinos para más de trescientas personas y posteriormente en almacén de maderas. Estuvo situado en el frente de la calle que da a la Plaza del Museo, entre las calles San Vicente y Abad Gordillo y su pérdida definitiva, derribado a comienzos de los años 60 del pasado siglo XX, en un tiempo en que el respeto al patrimonio histórico artístico brillaba por su ausencia.

Además, hay que destacar en la calle la presencia de la iglesia de San Gregorio, sede canónica de la Hermandad del Santo Entierro; fundación jesuita en sus orígenes allá por 1592 como seminario para irlandeses, quedó sin uso tras su expulsión,  sirvió como sede también de la Real Academia de Medicina y Cirugía, fundada en 1697 y trasladada allí en 1771, así como del Colegio Médico y el de Farmacéuticos, que aún mantiene su edificio aún en la misma calle, pero más arriba, concretamente en el número 51. Curiosamente, también allí se asentó el Colegio de Sangradores y Dentistas fundado en 1865, la Academia de Buenas Letras y hasta la llamada Sociedad Filosófica de Libres Pensadores; sin duda, un lugar bien aprovechado.

Junto a San Gregorio, en el número 12, el edificio que ha sido sede hasta ahora, desde los años cincuenta, de la Escuela Superior de Estudios Hispanoamericanos; nacida al calor de la huella histórica y documental atesorada por nuestra ciudad,  en estos momentos parece haber sido desmantelada e integrada dentro del organigrama del denominado Instituto de Historia dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación. Posee una inmensa biblioteca con cerca de 84.000 títulos y 100.000 volúmenes cuyo destino esperamos que siga siendo el actual. En este lugar tuvo su redacción el diario El Noticiero Sevillano, que se publicó entre 1893 y 1933. 

Por supuesto, tampoco puede olvidarse la iglesia de San Antonio Abad, de donde sale la Hermandad de El Silencio, templo que es en realidad fruto de la unión de dos edificios y del que hablamos no hace mucho a raíz de un intento de robo con uso de dinamita incluido. En cualquier caso, siempre es de destacar no sólo el papel de la cofradía como mantenedora del templo, sino la presencia en su atrio de la pequeña imagen de San Judas Tadeo, foco de gran devoción popular a lo que colabora la cercanía de unos grandes almacenes muy ingleses; por cierto, en ese atrio se conserva una hermosa cruz de forja que tradicionalmente se había declarado como procedente de la parroquia de San Julián, aunque trabajos recientes realizados por Joaquín Delgado Roig la sitúan como procedente de la casa palacio de la condesa viuda de las Torres de Guadiamar. 


Mención aparte merece la extinta Biblioteca Pública, cerrada y en abandono desde hace más de veinte años. Edificio en origen vinculado a la Compañía Sevillana de Electricidad, en 1979 abrió sus puertas, siendo trasladados sus fondos en 1999 la nueva Biblioteca Pública Infanta Elena, situada en el entorno del Parque de María Luisa. Ojalá pronto se le de uso a un edificio cerrado tanto tiempo y en una zona de tanta importancia. 

La calle Alfonso XII fue escenario también de la entrada de un monarca, en concreto de Felipe II en el año 1570; se sabe que, con la idea de dar énfasis al papel de la flota de Indias y del propio río, el rey embarcó en una barcaza a la altura de San Jerónimo, pasando revista a una concentración los  cincuenta navíos bellamente engalanados para la ocasión, a continuación, entró en la ciudad por la entonces llamada Puerta de Goles y de ahí a la calle de las Armas, con destino a su residencia a los Reales Alcázares en medio del regocijo popular y de grandes demostraciones de alegría y respeto hacia el monarca.

Tampoco podemos olvidar que en mayo de 1575 Teresa de Cepeda y Ahumada, la futura Santa Teresa de Jesús, llega a Sevilla con la idea de fundar su décimo primer convento carmelita descalzo y para ello elegirá una humilde vivienda en la calle Armas, incómoda, sin amueblar y carente de alimentos por no contar con dinero, donde asentará una exigua comunidad con seis religiosas. El clima, las gentes y el ambiente de la ciudad harán mella en la mística de Ávila, recia castellana, quien afirmará tajante: "confieso que la gente de esta tierra no es para mí"; a punto estará de marcharse de no ser por la ayuda económica de su hermano Lorenzo, que desembarca en Sevilla procedente de Indias y contribuirá a adquirir una nueva casa en la actual calle Zaragoza, antes de la Pajería.  

Cosas de otros tiempos, en 1857 la calle Armas estuvo en boca de sesudos arqueólogos extranjeros y catedráticos de prestigio quienes anduvieron intentando dar con la tecla para traducir y desentrañar cierta inscripción situada en un edificio de la calle, a todas luces romana para ellos, que presentaba bastantes dificultades por el uso de abreviaturas y términos desconocidos o extraños para la comunidad académica del momento, o al menos así lo narró Álvarez Benavides cuando dio detalles sobre el hallazgo en esta calle. La inscripción decía así:

Y tras arduo trabajo por expertos y peritos en la materia al final se pudo comprobar que lo que decía era lisa y llanamente: 

AQUÍ SE 

VENDEN 

SANGUIJUELAS.

¿Por qué se vendían estos desagradables anélidos en plena calle Armas? Probablemente, alguien se dedicaba a capturarlos, con la idea de sacar algún provecho económico, pues desde antiguo eran muy apreciados en medicina por su capacidad anticoagulante, anestésica, antiinflamatoria y vasodilatadora. 

Sede de negocios varios, destacó por albergar en ella diversas imprentas en a lo largo de los siglos, como por ejemplo la del famoso Fernando Díaz, editor e impresor de obras de Nicolás Monardes o Argote de Molina allá por el siglo XVI y que trasladó sus prensas desde la cercana calle Sierpes hasta la de las Armas, junto a San Antón; del mismo modo, el portugués Francisco de Lira en el XVII, también tuvo su negocio impresor junto al Colegio Inglés, ahora San Gregorio, teniendo en su haber un extenso catálogo bibliográfico con obras de Juan de Jáuregui o de mismo Francisco de Quevedo. Por último, ya en el siglo XVIII fue José de San Román y Codina, hermano del grabador Diego, quien estableció su negocio impresor en esta calle.


La calle, por fortuna y todavía, un buen puñado de edificios de carácter histórico y modernista, como las dos casas diseñadas por Aníbal González para Laureano Montoto en 1905 y que ocupan los números 27 y 29, además de otra en el número 21. Tampoco podemos dejar en el tintero, como hemos mencionado, que subsisten casas señoriales de cierta entidad, como la que ocupa el número 48 de la calle y que perteneció a Andrés Lasso de la Vega, Conde de Casa Galindo, prueba de lo que en el siglo XIX afirmó el viajero romántico Richard Ford, buen conocedor de la ciudad, que no dudaba en recomendar esta vía para aquellos foráneos que deseasen hospedarse en Sevilla tanto en invierno como en verano, pero esa, esa ya es otra historia.

09 enero, 2023

Vidrio.

Tras un breve paréntesis navideño, regresamos con nuevas ganas y, para quienes nos escuchen, estrenando hasta micro que nos han dejado Sus Majestades los Reyes de Oriente. En esta ocasión recorreremos una calle poco transitada, apartada y estrecha, que vió nacer a todo un Santo (y "Seise") de la iglesia, que albergó un taller escultórico, y que fue testigo de un peculiar crimen allá por 1915; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre la calle San Esteban y la Plaza de las Mercedarias, la calle Vidrio constituye un muy buen ejemplo de suma de elementos de diferentes etapas históricas ya que, como veremos, en ella aparecen edificaciones e historias que sirven para darle una impronta especial pese a no hallarse en ella edificios o monumentos de especial interés, aunque quizá sea una de las pocas vías que conserva su nombre, sin modificaciones, desde al menos el año 1483, originado al parecer por un horno de vidrio existente allí. La presencia de este tipo de instalaciones fabriles se constata incluso en 1740, lo cual acentuaría el nombre de la calle. Empedrada ya en 1611, será adoquinada en 1898.

En el siglo XIX se conoce la existencia de un horno de yeso, confirmada además por una excavación arqueológica efectuada en 2005 en el número 16 y que dio como resultado el hallazgo de los restos de una serie de piletas, revocadas con abundante (y aislante) mortero de cal en las que se habría depositado el yeso una vez molido y evitado que sufriera los efectos de la humedad o la lluvia. No es de extrañar todo ello, ya que en la collación o feligresía de San Bartolomé perviven calles con nombres claramente relacionados con gremios o industrias: Tintes, Zurradores o Curtidores, oficios que además solían hallarse alejados del meollo de la ciudad por los malos olores y desechos que generaban.

Por otra parte, merece la pena destacarse que en el número 11 de la calle tuvo su taller el escultor e imaginero Antonio Bidón Villar, aunque en origen su apellido paterno fuera Bidou y como tal lo usó su sobrino el escritor Luis Cernuda; Bidón fue autor de las antiguas imágenes del apostolado del Paso de la Sagrada Cena, ahora en Puente Genil, de la Virgen de la Concepción de la Hermandad de la Trinidad y de una dolorosa (finalmente sustituida por la actual, atribuida a Juan de Astorga) para la Hermandad de los Estudiantes, corporación para la que realizó los cuatro evangelistas de las esquinas del Paso del Cristo de la Buena Muerte. Aparte de otras obras de temática religiosa para la provincia de Huelva, hay que reseñar su importante colaboración artística en diversos edificios de la Exposición Iberoamericana de 1929, como el Pabellón Real, donde trabajó con el arquitecto Aníbal González o el pintor Gustavo Bacarisas. En marzo de 1962 fallecerá en su domicilio de la calle Castelar.  

Bendición de la Virgen de la Angustia. Marzo de 1931.

La calle, como tantas otras, ha sido testigo de multitud de pequeños acontecimientos y detalles cotidianos, como el albergar un colegio de graduados sociales, sedes sindicales en tiempos franquistas, establecimientos hoteleros (ahora apartamentos turísticos) o de hostelería, una de las primeras sedes de la Presidencia de la Junta de Andalucía o del Partido Andalucista, también especial escenario del paso de procesiones de barrio como las de la Virgen de la Alegría o de la Luz, o quejas del vecindario, como la recogida en la prensa local allá por junio de 1910:

"En la calle Vidrio, y frente a los números 18 y 20, se encuentra situada una boca de pozo negro que despide una pestilencia tal que se hace imposible resistir tan malos olores a los que tienen la desgracia de vivir próximo a dicho sitio, pues con la calor propia del mes que ocurre, las materias fecales están fermentando, constituyendo un verdadero foco de infección. Llamanos la atención del teniente de alcalde del distrito sobre este punto, a fin de que, atendiendo a la higiene y a la justa petición de los vecinos, haga que desaparezca foco tan nocivo a la salud pública".

Todo ello por no hablar de un sangriento suceso que dio mucho que hablar en su tiempo, el llamado "crimen del Villarillo", acaecido en la calle Vidrio el 25 de agosto de 1914 y en el que se vieron involucrados José Martínez, apodado "Galvana"  y Antonio Villarán apodado "Villarillo", quien según la prensa de la época "hacía tiempo que sostenía relaciones amorosas ilícitas con Reyes Díaz Hoyos, viviendo maritalmente en la calle Vidrio número 22 de esta capital". La ruptura de la relación por parte de ésta con aquel supuso su traslado a la vivienda de su madre, cuya pareja era el ya mencionado "Galvana", acudiendo ambos a la calle Vidrio a recoger las pertenencias de ella. A las puertas de la misma vivienda se produjo un fuerte enfrentamiento entre los tres, que fue incrementando su tono hasta que... mejor que lo cuente la crónica de El Liberal, firmada curiosamente por "El Abogado Fantasma":

"Galvana" dirigió frases insultantes al procesado Villarillo, como las de chulo y sinvergüenza, y entrando éste en la casa salió a poco armado con un estoque de matar toros, con el que agredió al Martínez, causándole una herida que, penetrándole por la región pectoral izquierda tuvo orificio de salida por el séptimo espacio intercostal derecho, atravesando el arma los órganos de la cavidad, a consecuencia de cuya lesión murió casi instantáneamente".

Durante el posterior proceso judicial, acaecido en noviembre de 1915, la fiscalía acusó al agresor de homicidio, pidiendo para él la pena de catorce años de prisión, mientras que la acusación particular, promovida por la familia de la víctima, elevaba la acusación a asesinato con agravante de alevosía y exigía la pena de cadena perpetua. El abogado defensor, Antonio Filpo, alegó que el acusado había actuado de manera imprudente, presentando del mismo modo varios testigos que refutaron la versión de la acusación; así pues, terminado el proceso, el jurado declaró culpable de homicidio imprudente a "Villarillo", quien finalmente hubo de pasar un año y ocho meses sentenciado "a la sombra", mucho menos de lo que se esperaba gracias a los buenos oficios de su defensa.

Lo que son las cosas, en esa misma humilde casa número 22, una sencilla lápida de mármol recuerda en nuestros días que allí ocurrió otro suceso diametralmente opuesto: el nacimiento de un Santo, el del niño  Manuel González García el 25 de febrero de 1877. Perteneciente a una familia de clase baja, bautizado en la cercana parroquia de San Bartolomé, estudió en el colegio de San Miguel, donde ejerció como niño seise en los solemnes cultos catedralicios en honor a la Eucaristía y María Inmaculada, pasando al Seminario Menor y ordenándose como sacerdote con el entonces Cardenal Spínola en 1901. Un azulejo recuerda sus inicios pastorales en la Parroquia de Palomares del Río, donde ya comenzó a dejar claro su compromiso por lo que el llamaba los "sagrarios abandonados". 

Entre sus destinos pastorales destaca su etapa como Arcipreste de Huelva (a partir de 1905), donde llevó a cabo una importante labor en pro de la educación infantil, o en Málaga, donde además de construir un nuevo seminario diocesano o constituir la orden de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret  logró que Sor Ángela de la Cruz fundase uno de sus primeros conventos a petición suya en 1924. Por último, en 1935 el Papa Pío XI lo nombrará obispo de Palencia, falleciendo en Madrid en 1940 y recibiendo sepultura en la capilla del Sagrario de la catedral palentina. Su proceso de canonización arrancará en 1952, siendo declarado Venerable por sus virtudes cristianas por Juan Pablo II en 1998, honrado como Beato por el mismo Santo Padre en 2001 y como Santo por el Papa Francisco en 2016. Un 16 de octubre aquel niño seise de la calle Vidrio era solemnemente elevado a los altares, pero esa, esa ya es otra historia...

 

26 diciembre, 2022

Conspirando.

Es una calle como otra cualquiera, enclavada en el epicentro del barrio, con el trajín diario de gente que acude a la Plaza o Mercado de la Feria, no lejos de la Cruz Verde, lugar de callejeo para ver procesiones o saborear las tapas de la cercana Bodega Mateo o de la recordada Hermanos Núñez, pero pocos saben que en una de sus casas hubo reuniones y conciliábulos secretos para organizar una revuelta armada que anhelaba dar por finalizada la tiránica dominación francesa, de ahí que la calle lleve el nombre de uno de los cabecillas de la conspiración. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La antigua calle de los Bancaleros, que alcanza desde la Plaza de Monte Sión hasta la parroquia de Omnium Sanctorum, recibía este nombre por estar establecido en ella el gremio del mismo nombre, dedicado a la realización de tapetes o fundas de tela con las que se cubrían los bancos para adornarlos. Durante siglos, dada su cercanía con la Feria, albergó tabernas y bodegas, algunas cerradas tras la sublevación popular de 1652, sin olvidar que durante mucho tiempo figuró en ella una barreduela conocida como la Piedra o Peña horadada, actualmente absorbida por el número 44 de la calle y que quizá sea el origen de un jardín creado por los propios vecinos y que al parecer peligra por haber concedido permiso el ayuntamiento para la construcción de viviendas en él. 

Lo cierto es que en esa calle Bancaleros, allá por 1810, poseía una casa una tal María Morales, quien al caer la noche, acogía las sigilosas reuniones del llamado Santo Congreso Hispalense. ¿De qué o de quiénes se trataba? Hartos de la presencia francesa, que en ese mismo año ya había ejecutado a varios por atentar contra su autoridad, un grupo de sevillanos, encabezados por el escribano, nacido en la calle Águilas, José González Cuadrado, se había propuesto lograr un levantamiento popular que acabase con la presencia gala en Sevilla, estableciendo para ello contacto con la ciudad de Cádiz, aún libre del yugo francés, y con diversas partidas de guerrilleros y guarniciones leales que vagaban por diversas comarcas cercanas a fin de conseguirlo. Los conjurados, que eran bastantes, casi un centenar, procedían de todos los sectores sociales, captados muchos de ellos por Bernardo Palacios Malaver, tirador de oro por más señas que vivía en la calle Palmas, actual de Jesús del Gran Poder.

Nuestro protagonista, que al parecer ya se había señalado en los sucesos de que siguieron al 2 de mayo de 1808, dedicaba tiempo a recorrer audazmente los pueblos limítrofes, o incluso gaditanos u onubenses, disfrazado como recobero, tomando nota de movimientos de tropas enemigas, llevando información a otros correligionarios, pasando consignas, en definitiva, actuando como un auténtico agente secreto de la época. 

Entre viaje y viaje, el plan, aunque con algunos flecos, iba tomando forma. El Santo Congreso Hispalense tenía previsto que cuando las tropas leales se aproximasen a las cercanías de Sevilla, a las doce de la noche aparecería una luz en el segundo cuerpo de la Giralda, acompañada del toque de "al arma" de las campanas de todas la parroquias, llamando al motín popular con el que contaban alcanzar la victoria sobre las tropas nepoleónicas  acantonadas en Sevilla. Para ello, además, contaban con que personal de la Maestranza de Artillería les entregaría armas, municiones y pertrechos tras la reunión que mantuvieron González Cuadrado y Palacios Malaver con Antonio Amaya y Moreno, empleado de dicha Maestranza, en una taberna de la calle Palmas.

A principios de diciembre de 1810 quedó fijado el día de la sublevación, aunque éste sufrió algunos retrasos debido a que algunos de los conjurados, como Joaquín de Tójar, Antonio Muñoz de Ribera, entre otros, aconsejaron contactar con el general Ballestero, que se acercaría hasta las cercanías de Sevilla para intercambiar cartas y documentos en clave a fin de que se manifestase sobre las posibilidades de la insurrección popular y el apoyo militar exterior. 

A la hora de entregar los documentos, los conjurados salieron de la ciudad por parejas para no levantar sospechas, a fin de reunirse en una venta situada en Castilleja de la Cuesta. El plan parecía sencillo, de no ser por la extraña amistad que Palacios mantenía con otro personaje crucial en esta historia: José Avendaño, apodado "Pantalones". Delincuente habitual, indultado por los franceses y persona poco recomendable por sus malos hábitos, era encubierto confidente del jefe de policía afrancesado Miguel Ladrón de Guevara, y fue quien, tras una indiscreción de Palacios, alertó a las autoridades galas de la existencia de una posible conspiración, de modo que a renglón seguido, comenzó un sigiloso seguimiento de los presuntos conspiradores para finalmente instalarse un cuidadoso dispositivo policial que logró detener, en las cercanías de Castilleja, a González Cuadrado y Palacios Malaver, que se hacía acompañar de su esposa, Ana Gutiérrez; fue a ella  a quien le intervinieron documentos cifrados alusivos a la conjuración.

Como curiosidad, en uno de los mensajes se hablaba de "braceros (jornaleros) de Utrera, Carmona y Écija, para segar, trillar y coger mieses, a último del año 1810", o lo que es lo mismo, el texto aludía a la predisposición de guerrilleros de aquellas localidades para acudir a Sevilla en la fecha dispuesta para la sublevación en diciembre de aquel funesto año. El uso de términos agrarios era seña de identidad en las comunicaciones cifradas de aquel grupo, ya que al propio González Cuadrado se le denominaba "Mayoral" dentro del esquema de la organización secreta.

Llevados a prisión, tanto uno como otro rehusaron valientemente delatar a sus colegas durante los intensos interrogatorios, aunque José de Velilla sostiene que Palacios pudo haber culpado a González Cuadrado siguiendo los insistentes ruego de su mujer. De poco sirvió, pues ambos fueron finalmente condenados a la pena capital; sin embargo, en un último intento, el presidente del tribunal alentó a ambos a declarar los nombres de los cómplices de la conspiración a cambio de un indulto del mariscal Soult de manos del Emperador. Cuando el abogado defensor Pablo Pérez Seoanes propuso tal acuerdo a González Cuadrado, éste (según las crónicas de la época) declaró solemnemente:

"No, señor. Que muera González y vivan tantos buenos, que otro día podrán servir a la Patria con más fruto. ¿Quién me asegura de que los franceses que han engañado al rey, y no respetan los tratados que hacen con las naciones, han de cumplir la palabra que dan a un particular? Me horroriza la idea sola de que tantos otros conciudadanos míos puedan sufrir igual suerte por mi causa. González no quiere más vida que morir por su patria."

 El 9 de enero de 1811, a las dos de la tarde, la Plaza de San Francisco fue testigo del ajusticiamiento a garrote vil de ambos conspiradores, siendo fueron sepultados en sus parroquias de San Ildefonso (allí aún se conserva una lápida de mármol en su memoria) y Omnium Sanctorum, entre muestras de dolor e ira contenida de los allí congregados, aunque, la verdad sea dicha, que más de un centenar de implicados en la rebelión pudo suspirar tranquilo al saberse a salvo...

Durante la Guerra de Independencia, pese al fracaso de la conjuración, el Sacro Congreso Hispalense prosiguió con sus actividades encubiertas, con actos de sabotaje y propaganda o con, por ejemplo, el cuidado de los padres de González Cuadrado, en la indigencia tras su muerte. El precio pagado por esas actividades fue alto, ya que además de Palacios y González fueron ejecutados otros de sus miembros, incluso sacerdotes como Juan de la Cuesta o Santiago Albertos. 


Por fin, los franceses salieron definitivamente de Sevilla en el verano de 1812, y un año después, el 19 de agosto de 1813 llegaba el momento de saldar cuentas pendientes: moría en la horca el comisario Miguel Ladrón, siendo colocada su cabeza en un gancho en el camino de Castilleja, en el mismo lugar en el que fueron capturados González Cuadrado y Palacios Malaver, cuyos restos mortales se trasladaron al Patio de los Naranjos de la Catedral para honrar su memoria; incluso en 1893 el escultor José González Jiménez realizó un boceto para un monumento que se habría de colocar en la Plaza de San Francisco, contando con el apoyo del consistorio hispalense, monumento que finalmente no llegó a ver la luz, aunque esa, esa ya es otra historia... 

Ahora que 2022 está próximo a finalizar, aprovechamos para desear un feliz y próspero 2023 a todos los seguidores de este humilde Blog. Mil gracias por estar ahí.

19 diciembre, 2022

La Bruja del Postigo.

No hace mucho tiempo, en estas mismas páginas, mencionábamos algunos aspectos sobre la importancia capital que tuvo el espacio dedicado a la Aduana, pieza clave en todo el entramado comercial que enviaba o recibía mercancías a través del Atlántico hacia las Indias. En esta ocasión, nos centraremos en una calle muy, muy cercana, que tuvo nombres curiosos y hasta su propia "Bruja"; pero como siempre, vayamos por partes.

La actual calle Tomás de Ibarra, que arranca junto a Almirantazgo y concluye en Adolfo Rodríguez Jurado, muy cerca de la Delegación de Hacienda, recibió varios apelativos a lo largo de su historia. Según Álvarez Benavides, su nombre primitivo fue el de Victoria, debido a su proximidad con el lugar en el que se verificó, según la tradición, el acto de entrega de las llaves de la ciudad a manos de San Fernando por parte del Cadí Axataf en noviembre de 1248. Según el mismo autor, también se la conoció, y no es moco de pavo el nombre, por la calle de los Cuernos; no hay que ser mal pensados, en este caso por la abundancia de artesanos que se dedicabas a la realización de vasijas o vasos para contener aceite, vinagre u otras sustancias, empleando para ello astas de toro, quizá procedentes, por qué no pensarlo, del cercano coso taurino de la Maestranza. 

Sin embargo, durante buena parte de su historia, la calle se llamó del Aceite, por la existencia en ella de no pocos almacenes dedicados a este producto; no hay que olvidar que a pocos metros se halla el Postigo del Aceite, de modo que todo quedaba "en casa", por así decirlo. Sin embargo, en 1868 se modificará de nuevo el nombre de la calle, que pasará a ser el de Aduana, aunque finalmente en 1918 quedará con su denominación actual en honor al político, diputado y senador sevillano hijo del primer conde de Ibarra Tomás de Ibarra González (1847-1916). Ibarra, que llegará a contraer matrimonio hasta en tres ocasiones, se caracterizará por su gran mecenazgo económico en la restauración de varias de las puertas de la Catedral, como la de los Palos o las Campanillas o por pagar de su propio bolsillo la restauración del derribado cimborrio catedralicio en 1881, sin olvidar que ostentó el cargo de Hermano Mayor del Silencio durante diecinueve años, en una etapa de recuperación del esplendor patrimonial y corporativo de la conocida como "Madre y Maestra". 

Detalle interesante, hay que resaltar que toda la hilera de edificios de la acera más próxima al río se fue adosando al lienzo de muralla que arrancaba desde el mencionado Postigo del Aceite en dirección al desaparecido Postigo del Carbón, en  la calle Santander; de hecho, al fondo de algunos edificios pueden apreciarse restos de esas murallas, como parte de sus muros, como el que es visible en el solar del número 14.

Además, una de las casas forma parte de la trasera del cercano Hospital de la Caridad, como lo atestigua un azulejo del siglo XVIII en el que se menciona que es "Postigo de la Santa Caridad para tiempos de arriada", o lo que es lo mismo, un acceso algo más elevado que facilitaba no sólo la evacuación cuando el Guadalquivir anegaba sus orillas con gran peligro para todo el Arenal, sino, por poner un ejemplo, el apresurado traslado de ancianos y enfermos de la Santa Caridad con motivo del pavoroso incendio del 7 de mayo de 1792 ocasionado en la Aduana y que a punto estuvo de arrasar toda la calle durante los cinco días que duró. 

Dentro del caserío de la calle sobre salen los edificios de dos o tres plantas, muchos del XIX y algunos de mérito, como el correspondiente al número 16 de la calle, ideado por el conocido arquitecto Aníbal González y que albergó durante años el Bar el Barril, muy frecuentado por los universitarios de mediados del siglo XX. En la prensa local de finales del XIX y comienzos del XX se registra también la presencia de varias oficinas consignatarias de buques, algo comprensible habida cuenta la cercanía con el puerto.


Por otra parte, las crónicas del XIX aún relataban las peripecias de una famosa anciana que tuvo vivienda en la calle de la Aduana: la llamada "Bruja del Postigo" o Tía Isidora. Impune durante meses, las autoridades francesas, dueñas y señoras de la Sevilla de 1812, intentaron capturarla por sus crímenes y tropelías pero, como por arte de magia, desaparecía de su modesta casucha y luego reaparecía triunfante y burlesca por San Juan de la Palma, por Santa Catalina o por el Muro de los Navarros, lugares más apartados donde disponía de la cobertura de gente fiel y afín a sus intereses sin que la justicia pudiera echarle el guante.

Además, para acrecentar el halo de misterio que la rodeaba, se decía que formaba parte de una temida y secreta sociedad delictiva: La Garduña, que operó en Sevilla y toda España durante décadas, una especie de sindicato del crimen a la española en la que, como ya narramos en otro momento, existía toda una estructura piramidal en la que existían rangos y niveles, una enigmática jerga propia (bien conocida por los cervantinos Rinconete y Cortadillo), multitud de nombres en clave y peculiares apelativos como los "punteadores", los "floreadores" o "fuelles", para nombrar a matones, rateros o soplones, sin olvidar a las "sirenas", a quienes la feroz Tía Isidora capitaneaba con férrea mano en su labor como galanas prostitutas y recabadoras de información a un tiempo. Derribada su casa de la calle Aduana, huida finalmente de la ciudad, su rastro se pierde en Granada, donde algunos sostienen que fue capturada y ejecutada por su extenso curriculum delictivo. 

Por último, pecaríamos de olvidadizos si no aludiéramos que en esta calle vivió durante años el popular Francisco Palacios "El Pali", el gran Trovador de Sevilla, autor y cantante de sevillanas inolvidables y fuente inagotable de anécdotas en torno a su persona; pero esa, esa ya es otra historia...

Post Data: aprovechamos para desear a todos unas Felices Pascuas y que el Niño que nos va a nacer colme de bendiciones todos los lectores y oyentes de este humilde Blog. 







07 noviembre, 2022

La calle de la Muela.

En esta ocasión, dentro de nuestros recorridos callejeros por Sevilla, le va a tocar el turno a una vía en la que vivieron escultores y gente poderosa, donde la vida de la ciudad latía en sus cafés y casinos y donde incluso un bandolero famoso se las tuvo con su más tenaz perseguidor, pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde la Plaza de la Magdalena hasta la de la Campana, O´Donnell se denomina así desde 1860 en honor al general Leopoldo O´Donnell, figura militar y política del siglo XIX español, aunque el nombre que más aparece a lo largo de su historia es uno bastante peculiar: calle de la Muela. ¿Por qué? Según el historiador Santiago Montoto, la denominación, de la que se tienen noticias ya desde tiempos medievales, habría tenido que ver con una piedra de amolar, o sea, una piedra para moler el trigo que habría sido colocada como protección en los bajos de la fachada de una de las casas a la entrada de la calle. Además, el otro tramo, hasta llegar a la Magdalena, tomó el nombre de un linaje nobiliario, el de los Martín Cerón o Martín Hernández Cerón, caballeros afincados en Sevilla desde el siglo XV, aunque finalmente será el nombre de la Muela el que se extienda a toda la vía. 

Estrecha e incómoda para viandantes y carruajes, en el siglo XIX experimentó diversos cambios en su fisonomía para hacerla más transitable, sobre todo teniendo en cuenta que fue en su tiempo uno de los lugares de ocio más destacado, debido especialmente a la presencia de diversos establecimientos recreativos y casinos como el Café París, el Centro Liberal Conservador o el Nuevo Casino, conocido popularmente como "La Fiambrera" (luego Bar Flor) que aglutinaba a miembros del partido conservador y que llegó a ser incendiado en agosto de 1932 tras el fallido intento de golpe de estado del genera Sanjurjo durante la II República.

Tampoco faltaron teatros, como el regentado en el XVIII por la actriz Ana Sciomeri o el Teatro Cómico, o Teatro Principal (al que acudieron personajes históricos tan importantes como el general Riego o el mismo Rey Intruso José Bonaparte) y que fue escenario, nunca mejor dicho, de numerosas representaciones, pese a la feroz oposición de la Iglesia, cuyos predicadores incluso pidieron su demolición si la ciudad deseaba librarse de la epidemia de Fiebre Amarilla de 1800, hasta que se decretó su derribo en 1866 para dar paso a un edificio donde tiempo después estuvo el cine Palacio Central, ahora tienda de moda. El final del siglo XIX y el primer tercio del XX fue la época de oro de los llamados "cafés cantantes", algunos de los cuales radicaron en O´Donnell, como el Kursaal; quizá por eso, un monumento recuerda en la calle a Pastora Rojas Monge "Pastora Imperio", bailaora sevillana nacida en la Alfalfa y que tantos triunfos cosechó en esta calle.

Foto: Reyes de Escalona.

Además, se tiene constancia de talleres de imprenta como el de Alonso Rodríguez Gamarra en el siglo XVII o cómo una placa recuerda que en esta antigua calle de la Muela tuvo su vivienda el gran escultor e imaginero Juan Martínez Montañés, quien fallecería en junio de 1649 durante la terrible epidemia de peste que asoló Sevilla en aquel año. Como curiosidad, su viuda, declaró en 1655 que había dado orden de sepultar a su marido en la parroquia de la Magdalena, actualmente desaparecida en la misma plaza; la placa que recuerda este enterramiento ha sido repuesta por el hotel que la retiró durante sus obras de remodelación, aunque ni se ha instalado en el emplazamiento original ni con toda la decoración que poseía, cosas de estos tiempos.

Entre los palacios desaparecidos en la calle destaca el de la familia Concha y Sierra, ahora lugar para un edificio con el pasaje Manuel Alonso Vicedo que desemboca a la calle San Eloy y el ocupado por un ilustre (e ilustrado) vecino: el "Señor del Gran Poder", o mejor dicho, Francisco de Bruna y Ahumada, nacido en Granada en 1719 y que fue apodado así por el pueblo de Sevilla debido a su enorme influencia en la vida política y cultural de la ciudad durante su etapa como Oidor de la Real Audiencia, siendo, por ejemplo uno de los promotores del inicio de las excavaciones arqueológicas en Itálica, junto a Santiponce.

Por si fuera poco, Bruna anduvo empeñado en erradicar la lacra del bandolerismo en la región, muy temida por la inseguridad generada en los caminos,  y que tenía como principal cabecilla al utrerano Diego Corrientes, con quien mantuvo una tremenda rivalidad y algún que otro encuentro desafortunado, como cuando ambos se encontraron frente a frente y Corrientes obligó a Bruna, apuntándole con su arma, a que le abrochara sus borceguíes, afrenta que el Oidor nunca le perdonaría y haría que incrementase su empeño en capturarlo, decidiendo ofrecer recompensas y gratificaciones a quienes dieran señal del paradero del apodado "bandido generoso". Pero mejor, dejemos que sea Álvarez Benavides, allá por 1874, quien narre un incidente de allá por 1780:

"Se cuenta que hallándose pregonado este bandido tan audaz como temerario, y habiéndose ofrecido diez mil reales a la persona que lo entregara a las autoridades, se presentó un hombre en la casa del Sr. de Bruna solicitándole una audiencia de importancia. Entonces vivía en la calle de la Muela, hoy O´Donnell número 29. Admitido que fue, medió entre ambos el diálogo siguiente:

- ¿Es cierto, señor, dijo el recién llegado, que se darán diez mil reales a la persona que consiga entregar al ladrón Diego Corrientes?

- Verdad es, contestó Bruna frunciendo el entrecejo.

- ¿Y si yo lo presentara, no habría dificultad en darme ese dinero?

- ¡Ninguna! ¡En el acto!, afirmó el grave consejero de estado reclinándose sobre su poltrona.

- Pues vengan acá esos cuartos.

- ¡Cómo! ¡Sin entregar al agresor!

- Yo soy Diego Corrientes, exclamó el desconocido, amartillando dos pistolas. Los diez mil reales, ¡Y pronto!

Todo fue obra de cortos momentos; el señor de Bruna puso en manos del forajido los mil escudos, en relumbrantes onzas de Carlos III, y entonces Diego haciéndole un profundo saludo tomó la puerta; montó en un brioso caballo que dejó preparado en la plaza de la Leña, hoy calle de Itálica, y desapareció dejando absorta a la primera autoridad judicial de Sevilla".

Tras ser capturado, Diego Corrientes sería ajusticiado en poco claras circunstancias jurídicas en 1781 en Sevilla, mientras Bruna dedicó también sus esfuerzos en reunir una ingente colección de obras de arte y bibliográficas, como recogió Chaves y Rey del relato de Leandro Fernández de Moratín, entre las que destacaban primeras ediciones, incunables, manuscritos y una larga colección numismática, eso sin mencionar cerámicas, platería o pintura de épocas antiguas. Lo que son las cosas, el sobrenombre de "Señor del Gran Poder" de poco le sirvió cuando hubo de confinarse en el lazareto que le correspondía durante la epidemia de Fiebre Amarilla antes aludida, de hecho, hubo de claudicar ante la Junta de Sanidad creada al efecto aun cuando él pretendía evitar el confinamiento dada su condición de poderoso gobernante. El pueblo llano, siempre rápido y al quite en este tipo de asuntos, sentenció con una copla que corrió de boca en boca en aquel año 1800:

"El Señor del Gran Poder

se ha vuelto de la Humildad;

este milagro lo ha hecho

la Junta de Sanidad."

Mención aparte merece la convivencia en la misma calle de conventos y beaterios de diferentes órdenes religiosas con actividades no tan santas, como reflejaba en 1897, un año antes del ensanche experimentado en un tramo, el diario sevillano La Andalucía: 

"Es verdaderamente escandaloso lo que ocurre en la calle O´Donnell con las mujeres de vida airada (sic). Desde poco después de las nueve comienzan a aparecer, y ya no abandonan aquel lugar de sus recreaciones, hasta que concluyen los teatros.

Especialmente en la esquina de la calle Olavide, hay siempre un montón de estas desdichadas, a las que la autoridad debe hacer retirar, porque constituyen con sus dichos obscenos un lunar feísimo para vía tan concurrida de la ciudad". 

 

Anuncio de 1919.

Espacio tradicional para el comercio de toda la vida, peatonalizada totalmente en 2005, la calle O´Donnell ha visto modificado su perfil comercial con la invasión de nuevas tiendas y franquicias, desapareciendo con los años la famosa Pescadería de Málaga, los Almacenes La Exposición, la Casa Singer de máquinas de coser, los Almacenes Santos (afortunadamente se conserva aún la casa palacio del XVIII), la popular Casa sin Balcones (aún con su reloj detenido en el tiempo), o la Joyería de Félix Pozo, la última en caer, mientras pervive la Farmacia de Gaviño, fundada en 1930 o el bufete Ruiz-Berdejo, últimos supervivientes de un tiempo pasado en el que el comercio tradicional se adueñó de la calle, pero esa, esa ya es otra historia... 

Anuncio de 1961.


 


 


24 octubre, 2022

Malas calles.

Muy modificada, bastante estrecha, oscura y hasta sucia, puede que sea una de las calles más desconocidas de Sevilla, y que incluso no muchos hayan transitado por ella, y eso que según los cronicones de épocas pretéritas llegó a tener hasta su propio duende; Pero como siempre, vayamos por partes. 


La Plaza de Fernando de Herrera, ubicada en las cercanías de la parroquia de San Andrés, es fruto de la demolición de toda una manzana de casas realizada para una reforma urbanística a comienzos de los años setenta del pasado siglo XX. Ese ensanche supuso en principio que la nueva plaza quedase convertida, lisa y llanamente, en vulgar aparcamiento para automóviles para con posterioridad quedar peatonalizada tal como la conocemos hoy en día.

Sin embargo, si nos colocamos junto al bar Santa Marta (no es hacer publicidad) y miramos hacia la calle que se dirige hacia el ábside de la parroquia de San Andrés, esto es, la contraria a García Tassara, comprobaremos que se trata de una vía que cada vez se hace más estrecha, más angosta, de ahí que durante años este tramo, junto con el otro derribado, recibiera el apelativo de Angostillo de San Andrés. 

Ahora mismo es una simple calle de paso, para acortar hacia San Martín o hacia la zona del Pozo Santo, pero entonces era lugar además propicio para echar desperdicios o para incidentes de diversa índole, como reflejaba el diario El Liberal allá por los años de 1905 y 1911, respectivamente en dos breves reseñas que reproducimos por su interés: 

"El Angostillo de San Andrés, en el trozo comprendido entre la plaza de Juan de Herrera y la calle Atienza, es un verdadero foco de infección.

El recipiente urinario allí establecido es depósito de excremento, las aguas fétidas corren por el pavimento y, para que nada falte, aquel lugar está convertido en vaciadero de inmundicias. 

Dos  días hace que existe allí porción de basura que despide un hedor insoportable, lo que demuestra que los empleados de la limpieza pública no se cuidan de pasar por el Angostillo de San Andrés." 

 Otro incidente recogido por la prensa en 1911 nos habla de comportamientos vandálicos en aquella zona, aunque llama la atención el apodo de la víctima: 

"Entretenimientos escolares

En la delegación de vigilancia denunció Antonia Morales, conocida como "La Almejera" que los jóvenes alumnos de un colegio establecido en el Angostillo de San Andrés la emprendieron a pedradas contra su casa, situada en la calle Atienza, destrozándole una jaula que tenía en uno de los balcones, así como también un jarro de agua y otros efectos"

Por añadidura, allá por siglos anteriores, se dice que era minoría la que, especialmente de noche, osaba atravesar el Angostillo, y no sólo por las deplorables condiciones higiénicas de la zona...


Como cuenta Chaves Rey con su particular prosa, era una vía estrecha y tortuosa, delimitada por los altos muros de San Andrés y por los sombríos paredones del hospital del Pozo Santo, con algunas casas ruinosas de aspecto lamentable, un palacio abandonado por sus dueños al ser condenados como herejes por el Tribunal del Santo Oficio y un modesto retablo callejero dedicado la Inmaculada Concepción donde únicamente alumbraba una débil lamparilla de aceite, costeada por los vecinos de la zona.

Las gentes del barrio contaban que la presencia sacra de aquel retablo no era obstáculo para que traviesos duendes y siniestros demonios campasen a sus anchas en aquel Angostillo. Circulaban historias y relatos terroríficos de brujas y endemoniados, relatos que se contaban al calor de la lumbre y que narraban cómo durante las noches sin luna transitaban pálidos "espectros" de ojos fosforescentes, que solían asaltar ferozmente a los incautos transeúntes para quitarles sus pertenencias de manera violenta, llegando al asesinato si la aterrorizada víctima se resistía.

Durante décadas, fue famoso el duende "Martinito", que nunca pudo ser visto o capturado, pero del que todos se hacían voces, destacando su tamaño minúsculo en contraposición con su capacidad para cometer fechorías de todo tipo, especializándose, contaban, en seducir jóvenes doncellas en edad de merecer, a las que mantenía cautivas en su oscuro palacio subterráneo, del que las permitía salir para entregarlas a los caballeros enamorados que a cambio debían entregar la salvación de su alma. Con el paso de los años, el duende "celestino" se esfumó tan rápidamente como apareció, dejando un reguero de leyendas y relatos orales que por desgracia apenas han llegado hasta nosotros, muy similares a los de sus "colegas" Narilargo y Rascarrabias, "okupas" de la Torre Blanca de la Macarena. 

Por si fuera poco, el retablo de la Inmaculada era testigo también de riñas y pendencias en las que salían a relucir los aceros, amaneciendo la calle en ocasiones con el cadáver de algún infeliz duelista atravesado por certeras estocadas. 

Cuenta la leyenda que, al anochecer, cuando las campanas de San Andrés tocaban a oración, se reunía un grupo de varios individuos que llegaban de manera escalonada a una de aquellas miserables casuchas, embozados con sus capas y con sombreros de ancha ala para evitar ser reconocidos. Absolutamente nadie de la feligresía sabía para qué se reunían y cuáles eran sus propósitos, pues al salir al amanecer, del mismo modo, de uno en uno y en completo y siniestro anonimato, nadie osaba acercarse a ellos por miedo a las consecuencias; el caso es que aquellas extrañas reuniones mantenían en vilo al vecindario, intrigado y atemorizado. 

Todo era un absoluto misterio hasta que un joven del barrio, bien por curiosidad, bien por demostrar su propia valentía ante sus convecinos, se propuse colarse en la casa sin ser visto. De manera sigilosa, aprovechando la oscuridad, penetró en el inmueble sin hallar impedimento alguno. Una vez dentro, lo único que pudo escuchar fueron los lamentos y lloros de una mujer, pero en ese justo momento, cuando se disponía a investigar qué ocurría, fue capturado, amarrado y vendados sus ojos, notando cómo un grupo de manos fuertes cargaban con él a cuestas. Aterrorizado, el joven perdió el conocimiento, volviendo en sí sin saberse el tiempo transcurrido y hallándose a considerable distancia del Angostillo de San Andrés, pues quienes dieron con él, dicen que con la razón perdida, los encontraron, ni más ni menos, que en el lejanoCampo de los Mártires, o lo que es lo mismo, en la zona de la actual estación de ferrocarril de Santa Justa. 

¿Reuniones políticas secretas? ¿Prácticas delictivas? ¿Rituales extraños? Los documentos de aquellas calendas poco o nada contaron tras aquel incidente, pero todo ello acrecentó la leyenda negra de una calle poco recomendable para transitar, y que ahora es testigo del trajín de taxis y turistas provenientes de los establecimientos hoteleros cercanos, pero esa, esa ya es otra historia...



03 octubre, 2022

Pimienta (sin sal).


En esta ocasión, encaminaremos nuestros pasos hacia una calle perteneciente al barrio de Santa Cruz, donde tuvieron morada sacerdotes y toreros y donde la leyenda toma cuerpo gracias a una pequeña semilla; pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde el siglo XVIII, y probablemente muchos antes, esta calle ya recibía su nombre, inalterado a lo largo del tiempo, aunque con dos significados. Por un lado, la vía se rotularía en honor a un almirante, llamado Díaz Pimienta, combatiente en la famosa batalla de Lepanto (1571), vecino del barrio aunque no de la propia calle, por otro, la tradición popular relató siempre que en ella, allá por tiempos medievales, vivía un comerciante hebreo de especias, quien al perder un valioso cargamento y lamentarse por ello a su vecino cristiano, recibió de éste el consejo de que plantase una diminuta semilla de pimienta y confiase en la bondad divina con la frase "Dios proveerá". Teniendo en cuenta el lento crecimiento de una simiente de este tipo, que puede tardar años en dar fruto, la leyenda narra que a la mañana siguiente no sólo la semilla había germinado, sino que además había crecido hasta convertirse en todo un frondoso arbusto que bien pudo alcanzar los cuatro metros de altura. Sorprendido por el milagro, el comerciante judío decidió pedir el bautismo y abrazar la fe cristiana. 



Desde el Callejón del Agua hasta la calle Gloria, la calle Pimienta obedece al habitual modelo de calle estrecha y lógicamente peatonal integrada dentro de la reforma realizada al barrio de Santa Cruz por el político y militar Benigno de la Vega-Inclán, marqués del mismo nombre, que buscó sanearlo y reordenarlo con nueva pavimentación, alumbrado público y restauración de no pocas viviendas a fin de servir como valor añadido a los Reales Alcázares y destinándose en principio a hospederías para visitantes de cierto nivel (vamos, nada nuevo bajo el sol), todo ello en los años previos a la Exposición Iberoamericana de 1929. Uno de los huéspedes de esas casas de la calle Pimienta, en concreto de la número 10, fue el pintor Joaquín Sorolla, quien en 1914 incluso llegó a plasmar en sus lienzos las privilegiadas vistas que poseía sobre la zona de los Alcázares.  

Entre los personajes que vivieron en esta calle sobresale la figura del sacerdote José Sebastián y Bandarán, canónigo y capellán real de la Catedral hispalense y miembro activo de la Real Academia de Buenas Letras, a la que accedió en unión del arquitecto Aníbal González en 1917. Aparte de su quehacer como clérigo, muy vinculado la Familiar Real, a la o y a diversas cofradías sevillanas (Pasión, El Silencio) y partícipe de logros como la propiedad de la capilla de los Marineros para la Hermandad de la Esperanza de Triana o la creación del punto de control horario para las hermandades en la plaza de la Campana en 1918, también hay que destacar su papel en el Museo de Bellas Artes, siendo incluso protagonista de un cuadro de Alfonso Grosso en el que aparece junto al mismo pintor. Por último, como miembro de la Comisión de Monumentos, figuró entre los impulsores de la realización del monumento a María Inmaculada erigido en la Plaza del Triunfo. 

Eduardo Ybarra Hidalgo, quien lo trató muy de cerca, contaba la anécdota de que cómo en cierta ocasión fue llamado a su domicilio de la calle Pimienta número 6 por el ya anciano sacerdote y una vez allí éste le mostró una vieja caja de tabacos llena de cheques y talones bancarios sin cobrar y procedentes de las numerosas ocasiones en las que predicó u ofició en ceremonias como bodas o bautismos o cultos de hermandades. Gracias a la buena voluntad de los firmantes de los cheques, éstos pudieron ser finalmente cobrados pese al tiempo transcurrido, mientras que con el importe se creó una obra pía con la que la hermana de Don José, Carmen, podría obtener una renta vitalicia tras su fallecimiento, acaecido finalmente en 1972, siendo sepultado en la capilla de los Marineros. 

Lo literario tiene también un espacio en la calle, ya que  el escritor Alejandro Pérez Lugín situó en ella la vivienda del matador Currito de la Cruz, protagonista de su novela del mismo nombre editada en 1921 y que fue llevada a la gran pantalla en varias ocasiones, como la versión de 1949 con el matador Pepín Martín Vázquez encarnando al protagonista o la última, en 1965, con "El Pireo" como Currito de la Cruz, arropado por un reparto en el que figuraron Soledad Miranda, Arturo Fernández y Paco Rabal. En ambos films merecen la pena los planos y  tomas realizadas a las cofradías sevillanas de la época en plena calle y que ahora constituyen un documento visual de primer orden. 


Como detalle, en 1980 fue pavimentada con el característico ladrillo de canto con forma de espiga. Para finalizar, una placa de azulejos recuerda a un puñado de artistas que en mayor o menor medida han tenido relación con esta calle, como Pilar Mencos, más que consagrada en su labor como creadora de tapices decorativos, o como Pepi (luego afincada en Madrid donde triunfó con su estilo particular) y Lola Sánchez, que frecuentaron el estudio del pintor cordobés afincado en Sevilla José María Labrador, situado en la esquina de Pimienta con el Callejón del Agua, donde recibieron clases a razón de nueve duros por clase; tampoco puede olvidarse a José Luis Mauri, buen amigo de la también pintora Carmen Laffón o el pintor murciano Pedro Serna, nacido en 1944. 

Por último, la calle Pimienta ha sido considerada siempre casi como el mejor ejemplo de calle en el barrio de Santa Cruz, ahora quizá convertido casi por desgracia en un decorado para turistas y tiendas de souvenirs, poco que ver con los versos que dejó José María Pemán, pero esa esa ya es otra historia: 

Calle de la Pimienta,

Misterio. Silencio. Calma.

La fuente que se lamenta

en toda la calle abierta

como el recuerdo de un alma...

¿Fue una mujer la Pimienta?