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20 febrero, 2023

Colchones, tabaco y flagelantes.-

Releer viajas crónicas de la Sevilla del siglo XVII suele deparar, normalmente, toda una lista de efemérides como entradas reales, autos de fe, ejecuciones, arribadas de flotas, pero también alguna que otra reseña que pone de manifiesto que en aquella bulliciosa ciudad llena de contrastes entre ricos y pobres, entre lo hermoso y lo feo, ocurrían hechos, en este caso como los tres que vamos a detallar, que merecían la atención de sus cronistas; pero como siempre, vayamos por partes. 

En primer lugar, imaginemos por un momento que una mañana cualquiera, las fuerzas de seguridad del estado comienzan al transitar por las calles anunciando la obligatoriedad de entregar al gobierno elementos cotidianos y vitales con un fin, supuestamente, humanitario. Es evidente que tal petición dejaría anonadado a más de uno y que la población reaccionaría de modo diverso, pues bien, en el año 1641 la ciudad vivía pendiente de las medidas económicas del entonces Valido del rey Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, y no se hablaba de otra cosa que de la prohibición del uso de coches de caballos salvo para quienes poseyeran licencia para usarlos, pero lo que de verdad sorprendió a los sevillanos en el mes de mayo de aquel año fue la iniciativa llevada a cabo por tres individuos, dos de ellos oficiales de la justicia. Su actividad consistió en recorrer los barrios de San Julián, Santa Lucía o San Román pregonando una orden del Asistente para apropiarse de cuatro mil colchones de la ciudad y enviarlos a Badajoz. Hubo quien lo entregó de manera inocente, otros los donaron de mala gana y no faltó quien a cambio de unas monedas logró evitar la requisa. Como ocurre en estos casos, la noticia se difundió como la pólvora por Sevilla y fue digno de ver como muchos llevaban sus colchones a iglesias y conventos como si, acogiéndolos "a sagrado", fuera la solución para evitar la incautación. 

No tardaron en surgir voces de protesta por lo injusto de la medida y pronto el mismo Asistente, ignorante en principio de lo que se cocía, comenzó concienzuda investigación, comprobando que todo no era sino un timo de proporciones colosales. Detenidos los autores de la monumental estafa, fueron sentenciados a doscientos azotes a recibir en público para contento del pueblo y a practicar el sano deporte de remar en las galeras del rey por seis años, aunque el cabecilla no sobrevivió a los azotes y murió en la propia cárcel real. Los colchones, suponemos, fueron devueltos a sus legítimos propietarios, quienes los recibirían como agua de mayo, sobre todo, sus propias espaldas. 

Habituales consumidores de tabaco, los sevillanos presumían de fumar en todas partes, incluidos los templos, aunque no contaban, allá por 1641, con la actividad desplegada por un feroz opositor al tabaco, miembro, además, del Cabildo Catedralicio: el Arcediano de Écija Fernando de Quesada. Furibundo antitabaco, despedía a aquellos de sus criados que sorprendía fumando, hablaba desde lejos a los fumadores cercanos y evitaba el contacto en público con ellos. (Lo peor sería cuando fue elevado al obispado de Cádiz, un lugar en el que el tabaco formaba parte de las tropas, la gente de la mar y donde el olor y el humo eran omnipresentes). Textos de aquella época afirmaban que:

 "En Sevilla había aumentado tanto la mala costumbre de fumar, que hombres y mujeres, clérigo y laicos, ya sea mientras ejercían sus servicios en el coro o en el altar, o mientras escuchaban la Misa o los oficios divinos, solían al mismo tiempo, y con gran irreverencia, tomar tabaco; y con excrementos fétidos mancillando el altar, y lugares sagrados y pavimentos de las iglesias de esta diócesis. Algunos sacerdotes, al parecer, habían llegado hasta el punto de colocar sus cajas de rapé en el altar mientras celebraban la Eucaristía."

En cualquier caso, en mayo de aquel año el Papa Urbano VIII emitía una Bula Pontificia a instancias del Cabildo de la Catedral Hispalense (y, en especial, del propio Fernando de Quesada) en la que prohibía el consumo de tabaco en el interior de todas las iglesias de la diócesis bajo severa pena de excomunión. 


 Como curiosidad, al poco tiempo, ese mismo año, se editó una obrita titulada "Explicación a la bula en que Nuestro Santo Padre Urbano VIII prohíbe en Sevilla el abuso del tabaco en las iglesias, en sus patios y ámbito", obra del sacerdote jesuita Antonio de Quintanadueñas, quien había sido novicio en la Casa de Probación de San Luis de los Franceses. Lo interesante viene con la "letra menuda", cuando, por ejemplo se supone que sí se podía fumar en las viviendas de los sacristanes, la colecturías, salas de cabildos u oficinas, aunque merece la pena reseñarse que la prohibición afectaba a confesionarios, patios y atrios, con lo cual se pretendía que el humo del tabaco permaneciese lo más alejado posible del territorio sagrado. Eso sí, imaginamos que sacristanes, monaguillos o personal subalterno encontrarían lugar para fumar en el exterior o en las alturas ya que no se podría fumar en sitios como la zona del Patio de los Naranjos, capillas anejas o sus patios o pasillos: 

"Pero sí en los demás, que corre de Gradas, y sentados en ellas mismas, atendiendo siempre que no haya escándalo, que por este será ilícito. En la Torre, esto es, dentro de ella, se puede tomar, como también se ha dicho en el apartado nueve, como también en todas las bóvedas, azoteas, cornisas y demás sitios que se andan por encima de la Iglesia, y son su techo, pues ya caen fuera de ella, y no son destinados para orar y celebrar, y lo mismo se dirá de las bóvedas, sótanos y cualesquieras otras piezas, que estén debajo de la Iglesia, como en ellas no se celebre."


Nuestro jesuita Quintanadueñas cita a su vez al doctor Francisco de Leiva, quien en 1635 había publicado un libro contra el mal uso del tabaco, que contiene textos como éste que transcribimos por su prosa sin tapujos: 

"Repárese en los que toman el tabaco y se verá cuán enfadadosos andan, cuan molestos y descompuestos, con tantos estornudos, imposibles de darles fin descompostura y sin ruido tal, que la cortesía obliga a dejar la presencia del señor que respeta, cuando son porfiados, si no se pueden reprimir y evitar. El escupir, pues, y purgar por las narices, ¿es aseo o limpieza del que lo hace, es lisonja o alabanza del que lo mira? y ¿qué ornato es traer en ellas asido el polvo del tabaco, que parecen tomadas de orín? ¿Todo esto no es asco, no es enfado, no es molestia para los compañeros? Si esto es tan indecente en cualquier lugar, ¿cuanto más lo será en el sagrado, consagrado a Dios, a la oración y sacrificios, donde tal quietud, limpieza y modestia pide Su Majestad; y más o celebrando divinos oficios, y asistiendo a ellos, o donde se celebran?"

No queremos, por último, dejar de mencionar el curioso suceso acaecido en el año 1621, año de malas cosechas, de sequía, de protestas populares y de crisis de subistencias; apenas sofocado un intento de motín popular por la carestía del pan, lo contaba Joaquín Guichot, y dispersados los revoltosos, aquella misma noche franqueaban las puertas de la ciudad, procedentes de Carmona, más de mil quinientos hombres en estado de gran excitación. En esta ocasión no gritaban aquello de "Viva el Rey y muera el mal gobierno", sino "¡Misericordia!, ¡Piedad!", pues se trataba de un numeroso grupo de penitentes, desnudos de cintura para arriba y con sogas al cuello. 

Sucios tras un largo y penoso camino, hambrientos y demacrados, aquellos flagelantes o disciplinantes que caminaban con lentitud lanzando jaculatorias se hacían acompañar del clero y cruces parroquiales de aquella población y de manera ordenada portaban once crucifijos, como si fuera una austera procesión fuera de fechas semanasanteras. ¿Qué motivaba esta gran peregrinación hasta Sevilla? La respuesta la tendríamos en las grandes muestras de dolor y gritos de misericordia con los que aquel grupo desesperado imploraba la piedad divina: imploraban a Dios que enviase la ansiada lluvia a las antes fértiles tierras de la Vega carmonense, ahora resecas por una grave sequía; al llegar a las inmediaciones de la catedral, en medio de la curiosidad general, fueron recibidos por su Cabildo de manera solemne, ya que acudían al primer templo hispalense en rogativas a la venerada imagen de la Virgen de la Antigua.

Tras pasar toda una noche en vigilia de oración en el interior de la catedral, a la mañana siguiente escucharon sermón y misa ante la Virgen de la Antigua, una de las grandes devociones de la época y el propio Cabildo organizó la manera de ofrecerles suculento desayuno con el que reponer fuerzas, acompañándoles procesionalmente hasta el sitio del humilladero de la Cruz del Campo, donde se produjo la despedida de aquella impresionante muestra de piedad popular. Gran cantidad de público salió a presenciar aquel insólito cortejo, observando como aquellos penitentes regresaban a Carmona con los ánimos (y los estómagos) saciados, pero esa, esa ya es otra historia...




19 diciembre, 2022

La Bruja del Postigo.

No hace mucho tiempo, en estas mismas páginas, mencionábamos algunos aspectos sobre la importancia capital que tuvo el espacio dedicado a la Aduana, pieza clave en todo el entramado comercial que enviaba o recibía mercancías a través del Atlántico hacia las Indias. En esta ocasión, nos centraremos en una calle muy, muy cercana, que tuvo nombres curiosos y hasta su propia "Bruja"; pero como siempre, vayamos por partes.

La actual calle Tomás de Ibarra, que arranca junto a Almirantazgo y concluye en Adolfo Rodríguez Jurado, muy cerca de la Delegación de Hacienda, recibió varios apelativos a lo largo de su historia. Según Álvarez Benavides, su nombre primitivo fue el de Victoria, debido a su proximidad con el lugar en el que se verificó, según la tradición, el acto de entrega de las llaves de la ciudad a manos de San Fernando por parte del Cadí Axataf en noviembre de 1248. Según el mismo autor, también se la conoció, y no es moco de pavo el nombre, por la calle de los Cuernos; no hay que ser mal pensados, en este caso por la abundancia de artesanos que se dedicabas a la realización de vasijas o vasos para contener aceite, vinagre u otras sustancias, empleando para ello astas de toro, quizá procedentes, por qué no pensarlo, del cercano coso taurino de la Maestranza. 

Sin embargo, durante buena parte de su historia, la calle se llamó del Aceite, por la existencia en ella de no pocos almacenes dedicados a este producto; no hay que olvidar que a pocos metros se halla el Postigo del Aceite, de modo que todo quedaba "en casa", por así decirlo. Sin embargo, en 1868 se modificará de nuevo el nombre de la calle, que pasará a ser el de Aduana, aunque finalmente en 1918 quedará con su denominación actual en honor al político, diputado y senador sevillano hijo del primer conde de Ibarra Tomás de Ibarra González (1847-1916). Ibarra, que llegará a contraer matrimonio hasta en tres ocasiones, se caracterizará por su gran mecenazgo económico en la restauración de varias de las puertas de la Catedral, como la de los Palos o las Campanillas o por pagar de su propio bolsillo la restauración del derribado cimborrio catedralicio en 1881, sin olvidar que ostentó el cargo de Hermano Mayor del Silencio durante diecinueve años, en una etapa de recuperación del esplendor patrimonial y corporativo de la conocida como "Madre y Maestra". 

Detalle interesante, hay que resaltar que toda la hilera de edificios de la acera más próxima al río se fue adosando al lienzo de muralla que arrancaba desde el mencionado Postigo del Aceite en dirección al desaparecido Postigo del Carbón, en  la calle Santander; de hecho, al fondo de algunos edificios pueden apreciarse restos de esas murallas, como parte de sus muros, como el que es visible en el solar del número 14.

Además, una de las casas forma parte de la trasera del cercano Hospital de la Caridad, como lo atestigua un azulejo del siglo XVIII en el que se menciona que es "Postigo de la Santa Caridad para tiempos de arriada", o lo que es lo mismo, un acceso algo más elevado que facilitaba no sólo la evacuación cuando el Guadalquivir anegaba sus orillas con gran peligro para todo el Arenal, sino, por poner un ejemplo, el apresurado traslado de ancianos y enfermos de la Santa Caridad con motivo del pavoroso incendio del 7 de mayo de 1792 ocasionado en la Aduana y que a punto estuvo de arrasar toda la calle durante los cinco días que duró. 

Dentro del caserío de la calle sobre salen los edificios de dos o tres plantas, muchos del XIX y algunos de mérito, como el correspondiente al número 16 de la calle, ideado por el conocido arquitecto Aníbal González y que albergó durante años el Bar el Barril, muy frecuentado por los universitarios de mediados del siglo XX. En la prensa local de finales del XIX y comienzos del XX se registra también la presencia de varias oficinas consignatarias de buques, algo comprensible habida cuenta la cercanía con el puerto.


Por otra parte, las crónicas del XIX aún relataban las peripecias de una famosa anciana que tuvo vivienda en la calle de la Aduana: la llamada "Bruja del Postigo" o Tía Isidora. Impune durante meses, las autoridades francesas, dueñas y señoras de la Sevilla de 1812, intentaron capturarla por sus crímenes y tropelías pero, como por arte de magia, desaparecía de su modesta casucha y luego reaparecía triunfante y burlesca por San Juan de la Palma, por Santa Catalina o por el Muro de los Navarros, lugares más apartados donde disponía de la cobertura de gente fiel y afín a sus intereses sin que la justicia pudiera echarle el guante.

Además, para acrecentar el halo de misterio que la rodeaba, se decía que formaba parte de una temida y secreta sociedad delictiva: La Garduña, que operó en Sevilla y toda España durante décadas, una especie de sindicato del crimen a la española en la que, como ya narramos en otro momento, existía toda una estructura piramidal en la que existían rangos y niveles, una enigmática jerga propia (bien conocida por los cervantinos Rinconete y Cortadillo), multitud de nombres en clave y peculiares apelativos como los "punteadores", los "floreadores" o "fuelles", para nombrar a matones, rateros o soplones, sin olvidar a las "sirenas", a quienes la feroz Tía Isidora capitaneaba con férrea mano en su labor como galanas prostitutas y recabadoras de información a un tiempo. Derribada su casa de la calle Aduana, huida finalmente de la ciudad, su rastro se pierde en Granada, donde algunos sostienen que fue capturada y ejecutada por su extenso curriculum delictivo. 

Por último, pecaríamos de olvidadizos si no aludiéramos que en esta calle vivió durante años el popular Francisco Palacios "El Pali", el gran Trovador de Sevilla, autor y cantante de sevillanas inolvidables y fuente inagotable de anécdotas en torno a su persona; pero esa, esa ya es otra historia...

Post Data: aprovechamos para desear a todos unas Felices Pascuas y que el Niño que nos va a nacer colme de bendiciones todos los lectores y oyentes de este humilde Blog. 







14 marzo, 2022

Hermano Mayor.

 

Una de las calles más transitadas en las fechas semanasanteras, sobre todo por servir para cortar camino entre la zona de Plaza Nueva y la Magdalena, es la dedicada a un célebre sevillano, escritor de novela picaresca, y cofrade por más señas, aunque el nombre original de la calle hubo de cambiarse para evitar equívocos groseros; pero como siempre, vayamos por partes.


 

Entre las calles Carlos Cañal (casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y San Pablo, trancurrió, y transcurre, una estrecha y serpenteante callejuela que en su tiempo se denominó con nombres tan peregrinos como Lechera o Nabo, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de ambos topónimos. Lo cierto es que con esos nombres aparece reflejada en los planos de Olavide de 1777, hasta que en 1845 se le concede el nombre de Navas, bien en recuerdo de la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) o bien por "maquillar" de modo amable el vocablo original de la calle, que sin lugar a dudas podría dar lugar a todo tipo de chanzas y guasas, especialmente contra quienes dijeran vivir en una calle con tan poco edificante nombre. 

En cualquier caso, merced a las gestiones del sacerdote y cofrade José Sebastián y Bandarán, en 1915 el nombre de calle de Las Navas será definitivamente sustituido por el actual, dedicado al escritor sevillano Mateo Alemán, quien es conocido literariamente como el autor de la novela picaresca Guzmán de Alfarache, o lo que es lo mismo, uno de los más importantes testimonios (junto los cervantinos Rinconete y Cortadillo) sobre cómo era la vida en los bajos fondos de esa Sevilla del siglo XVI.

Bautizado en la Iglesia Colegial del Salvador en el año 1547, el mismo en el que nace Miguel de Cervantes, era hijo de Hernando Alemán, médico cirujano de la famosa Cárcel Real de Sevilla, y descendiente de una familia con antecedentes judeoconversos. Algunos datos mencionan sus estudios de gramática con Juan de Mal Lara y su graduación como bachiller en Artes y Teología en el colegio de Maese Rodrigo en 1564, la actual universidad hispalense, así como ciertos conocimientos en leyes y derecho.


Acuciado por las deudas tras morir su padre, Mateo Alemán hubo de realizar un infeliz matrimonio de conveniencia para no dar con sus huesos en la cárcel, recorriendo media España ejerciendo el oficio de recaudador y juez visitador, pero de resultas de su agitada vida (tendrá buena relación de amistad con Lope de Vega durante su estancia en Sevilla) y de su mala gestión en negocios propios, permaneció preso en Sevilla durante dos años y medio, tiempo más que suficiente para captar las costumbres y modos de vida de la población reclusa sevillana, algo que le sería muy útil al escribir su novela Guzmán de Alfarache, publicada su primera parte en Madrid en 1599 y que alcanzó gran éxito en España y Europa.

Pese a todo, y pese a proseguir su labor como eficiente funcionario de la Corona, volverá a ser encarcelado a su vuelta de Madrid de nuevo en Sevilla; cansado de la vida en España, decide pasar a Indias, embarcando en 1608 y llegando a México, donde entrará a formar parte del personal del arzobispo García Guerra. La suerte, sin embargo, no le acompañó en sus últimos años de estancia americana, ya que fallecerá en la más absoluta indigencia en 1614.

Como cofrade, desde los veinte años Mateo Alemán formará parte de la nómina de hermanos de la antigua Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén ("El Silencio"), y ostentará el cargo de Hermano Mayor entre  1574 y 1595. Durante esa etapa, logrará el importante cambio de sede canónica de la cofradía, abandonando en 1579 el llamado Hospital de la Santa Cruz en Jerusalén, o de los Convalecientes, en la actual calle Rioja y adquiriendo la capilla del Santo Crucifijo y parte del Hospital y Casa de San Antonio Abad, en la entonces calle de las Armas, ahora de Alfonso XII. Se estableció un ventajoso convenio con la Orden de Vienne, propietaria hasta entonces, por el cual habría de recibir de la corporación nazarena seis mil maravedíes anuales.

Además, en 1578, Mateo Alemán recibirá el importante encargo de su Hermandad de redactar nuevas Reglas, en las que, además de establecer la celebración de cultos, estación de penitencia, cabildos y demás cuestiones (como la aparición por primera vez del cargo de Hermano Mayor) se hace especial hincapié en la labor caritativa de la corporación, centrada, como no podía ser de otro modo, en la atención a los presos, aunque dando prioridad por este orden: primero a los que lo fueran por deudas y por supuesto con preferencia hacia los miembros de la Hermandad y sus familiares antes que a cualquier otra persona. 

Como curiosidad, por aquellas fechas los hábitos de los nazarenos eran: "túnicas de color morado, que lleguen hasta el suelo, los rostros cubiertos con capirotes bajos; una soga ceñida a la cintura: en el pecho un escudo de cuero u hoja de Milán, pintado en él la Cruz de Jerusalén, y los pies descalzos". La hoja de Milán, aludía a una hoja de lata, mientras que a los hermanos más antiguos o de mayor edad se les permitía el uso de alpargatas. La cofradía salía en la mañana del Viernes Santo y visitaba cinco iglesias, cercanas a su sede. 


 Las Reglas de Mateo Alemán, de las que se conserva una copia de 1642, restaurada en 2002 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, fueron copiadas por otras hermandades, como la de Jesús Nazareno de Utrera y además, durante cierto tiempo, se sostuvo incluso que la cruz de carey que porta Jesús Nazareno en la Madrugada habría sido enviada desde México por el propio Mateo Alemán, algo desmentido luego por la investigación histórica, ya que fue donada a comienzos del siglo XVII por la familia Cervantes, residentes en Nueva España. 

No obstante, ¿Por qué no iba a mantener el contacto con sus hermanos de Sevilla? A buen seguro, Mateo Alemán, allá en tierras indianas, nunca olvidaría los ecos penitenciales de su cofradía cada mañana de Viernes Santo... 

Fotos: Marina de Gades.

24 enero, 2022

La calle de "El Tuerto".

 Si la pasada semana anduvimos por la collación de San Román, hoy le toca el turno a la de San Julián-Santa Marina, pues nos vamos a detener en una calle con diversos detalles que merecen la pena, desde una asociación literaria a un colegio de barrio, e incluso un poeta vinculado a la picaresca; pero como siempre, vayamos por partes. 
 

Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de establecer el origen del nombre de la calle Macasta, del que ya se tienen noticias al menos desde 1426; no falta quien, como Justino Matute, aluda a la posible abreviación del término Malacasta o Malcasta, o incluso Rodrigo Caro, que va mucho más lejos al atribuirle origen griego, nada menos. En el plano de Olavide de 1771 puede apreciarse cómo su trazado era perpendicular a la calle San Luis. 


Consta de dos tramos bien diferenciados, uno corto y estrecho, que arranca desde Ruiz de Gijón, muy cerquita de la calle San Luis, y otro más rectilíneo y ancho, que concluye en San Julián. En este segundo sector tiene su sede la institución literaria "Noches del Baratillo", institución literaria fundada en la calle Galera (barrio del Arenal) en 1950 por el poeta Florencio Quintero y el escritor Manuel Barrios, y que desde entonces se ha mantenido contra viento y marea como bastión para la difusión de la poesía y la literatura, habiendo pasado por varias sedes, como la recordada de Escuelas Pías, hasta recalar finalmente en Macasta donde celebra presentaciones de libros, convoca premios o tertulias o sirve de punto de encuentro para los amantes de la lírica. 

Durante mucho tiempo, este tramo sólo tuvo construcciones en uno de sus lados, mientras que el otro, próximo a Santa Marina, estaba ocupado por huertos que crecieron al calor de la decadencia y despoblación de la zona en lo siglos XVII (a partir de la Peste de 1649) y XVIII. Otros solares, en cambio, quedaron convertidos en vertederos, de ahí las frecuentes quejas de los habitantes de la zona sobre lo insalubre de aquella situación, tan frecuente por otra parte.

A ese sector de la calle da una puerta trasera del colegio Huerta de Santa Marina, antiguo colegio Padre Manjón, centro educativo promovido al calor de los años de la Exposición Iberoamericana de 1929 pero cuyas obras se iniciarían ya en tiempos de la II República con Isacio Contreras como Alcalde, para posteriormente quedar abierto en plena Guerra Civil, concretamente en el curso 1937-1938, como ha documentado Jesús Méndez Paguillo, estudioso de la historia de este Centro.

Macasta ha sido siempre calle tradicionalmente popular, en la que llegó a haber, que sepamos, hasta cuatro corrales de vecinos en los números 8, (derribado en 1958), 17 (ganador de un premio como Cruz de Mayo en 1912) 23 y 25, contando en 1920 todavía con una fuente pública que surtía de agua a la población de la zona. Poseyó un horno en el siglo XV y en 1579 se solicitó autorización para abrir otro, lo que da idea de cierta importancia a la hora de la distribución del pan en el sector. En torno a 1599, vivía allí Bartolomé Rodríguez Mata, bordador en oro, como documentó el historiador local José Gestoso, sin olvidar que en esta calle nace, en 1940, el conocido peluquero, escritor y poeta Manolo Melado y que en Macasta poseyó casas el poeta sevillano Alonso Álvarez de Soria, "El Tuerto", alguien escasamente conocido pero cuya biografía bien merece un breve resumen.

Hijo ilegítimo fruto de la relación entre una esclava morisca y un comerciante judeoconverso sevillano, que pese a ello alcanzó el oficio de Jurado en el Cabildo Hispalense, habría nacido en torno al verano de 1573, siendo bautizado, como descubrió Rodríguez Marín, en la parroquia de San Vicente. Reconocido por su progenitor como tal, recibió una cuantiosa herencia que no tardó en dilapidar, y ya en 1595 se tiene constancia de su ingreso en la Cárcel Real, por causas aún no aclaradas, al igual que tampoco ha quedado demostrado su presunto paso a las Indias como soldado, pues si puso pié en esas tierras debió ser por corto espacio de tiempo; a finales del XVI ya se le ve merodeando por Sevilla con "mozos de barrio" y "virotes", donde alcanzará cierta fama por sus sátiras, en las que no dejaba títere sin cabeza y por ser el creador de los llamados "versos de cabo roto", esto es, aquellos cuya última sílaba quedaba suprimida, como estos, de su autoría, dedicados a Lope de Vega: 

Envió Lope de Ve- (ga)

Al señor don Juan de Arguí- (jo)

El libro del Peregrí- (no)

Á que diga si está bué- (no)

Y es tan noble y tan discré- (to)

Que, estando, como está, ma- (lo)

Dice que es otro Garcilá- (so)

En su traza y compostú-; (ra)

Mas luego, entre sí, ¿quien du- (da)

No diga que está bellá-? (co)

 Lo interesante de este modelo de verso es que al parecer viene tomado de la forma de hablar de los bravucones y matones hispalenses de aquel tiempo, sobre todo los trianeros, quienes tomaban esa forma de cortar el final de las palabras como seña de identidad dentro de su particular jerga llena de términos sólo conocidos por los iniciados en el "oficio". Además, el propio Cervantes inmortalizó la figura del poeta sevillano al convertirlo en el Loaysa de su obra "El Celoso Extremeño", el joven enamorado que busca liberar a Leonora de la prisión conyugal a la que está sometida por Filipo de Carrizales, su celosísimo marido. 


 Con todo lo que antecede, con una vida llena de privaciones, juergas, estocadas y amistad con la más variada caterva de los bajos fondos hispalenses, no es de extrañar que al llamado "ruiseñor del hampa" se le fueran la mano y la pluma con unas letrillas impresas dedicadas al entonces Asistente de la ciudad Bernardino de Avellaneda, en las que hizo gala de su más afilada maledicencia con la guinda de adjudicarle el poco agraciado apodo de "Cagalasoga" en alusión a sus numerosas condenas a la horca que dictó. 

 

Perseguido por la justicia, como era habitual en esos trances, se acogió a sagrado en la Parroquia de Santa Ana; creyéndose a salvo, aprovechaba la oscuridad de la noche para salir de manera secreta y continuar con su vida de diversión, hasta que la autoridad, percatada de ello, aprestó a un fornido alguacil que lo detuvo de madrugada en el momento de abandonar el templo trianero. Sentenciado a muerte en cuestión de horas y ejecutado sin más dilación como escarmiento en junio de 1603, un romance de la época testimonió cómo la ciudad lamentó aquella muerte, demasiado rigorista:

Elevada está Sevilla

Toda gente suspensa.

Concurren a la gran plaza

de San Francisco con prisa,

porque hoy lunes en la tarde

dicen que se representa

de Alonso Álvarez el bravo

la lastimosa tragedia.

Para mayor agravio hacia su persona, se le negó cristiana sepultura, ya que sus restos fueron descuartizados y colocados en cuatro puntos cardinales de la ciudad como público escarmiento. Un texto conservado en el Archivo de la Catedral de Sevilla recoge lo sucedido: 

"Murió colgado en el aire, porque un asistente de Sevilla, que era el conde de Castrillo, irritado de que en público burlaba dél, le anduvo a la mira, y por una cosa bien ligera de una cuestión que armó le sacó de la iglesia deSanta Ana y le acusó que llamaba este al asistente por mal nombre Caga la Soga, tomándolo de un hombre pobre"

Por su parte, Quevedo en uno de los capítulos de "El Buscón", ejemplo de novela picaresca donde las haya, relata que en el transcurso de una cena, uno de los comensales habla de este modo:

«Los que las cogieron tristes a las borracheras, lloraron tiernamente al malogrado Alonso Álvarez, apodado el “Tuerto”. ¿Quién es este Alonso Álvarez… que tanto se ha sentido su muerte? –mancebito- dijo el uno- lidiador ahígado, mozo de manos y buen compañero».

El triste final del poeta tuerto quizá le valiera ganar para la posteridad fama de escritor "calavera" que lo mismo componía versos para Lope de Vega que ejercitaba su acero en la collación de Santa Marina, incluso hay quien dice que algunas noches se escuchan los ecos lejanos de letrillas compuestas por él en las callejas cercanas a Macasta, pero esa, esa ya es otra historia...


 



14 junio, 2021

Puñonrostro.

Seguro que muchos, al leer el título de este post, habrán recordado automáticamente la calle de este nombre, situada en la misma Puerta Osario y que sirve de acceso al centro para no poca circulación rodada o transeuntes que buscan el sector de la Encarnación. El nombre siempre llamativo de esta vía nos hace retrotraernos en esta ocasión a finales del siglo XVI, cuando llega a Sevilla Francisco Arias de Bobadilla, Conde de Puñonrostro. Militar aguerrido y protagonista de numerosos lances y combates al frente de los Tercios de su majestad, sobre todo en Milán y Flandes, luchó a la órdenes de Don Álvaro de Bazán y fue arte y parte en el llamado "Milagro de Empel", acaecido durante la batalla librada entre holandeses y españoles entre el 7 y el 8 de diciembre de 1585. 

Gustavo Ferrer Dalmau: El Milagro de Empel. 

 Durante la misma, ante una inminente derrota española y una propuesta enemiga de capitulación, la respuesta de los mandos de los Tercios fue rotunda: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Sitiados en un montecillo, rodeados por el enemigo e inundados por las aguas del río Mosa por la rotura intencionada de sus diques, las exhaustas tropas hispanas encontraron aliento en el hallazgo bajo tierra de una pintura de la Virgen María, a la que se encomendaron con fervor. Aquella noche, las aguas se congelaron, dejando en desventaja a los navíos holandeses que asediaban a los españoles, circunstancia que fue aprovechada por éstos para lograr una victoria tan sorprendente que hizo exclamar al almirante Hohenloe-Neuenstein, de las Provincias Unida, contrincante de Puñonrostro: "Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro". Desde entonces, la Inmaculada Concepción, cuya festividad litúrgica, como sabemos, es el 8 de diciembre, es tenida como Patrona del Arma de Infantería Española. 



Merced a su capacidad de organización y liderazgo, ejercerá también cargos importantes como asesor del Rey, sobre todo en el llamado Consejo de Guerra, en el que se decidían los asuntos relativos a las contiendas y enfrentamientos bélicos que la monarquía española llevaba a cabo por aquel entonces.

Con una impecable hoja de servicios como Maestre de Campo, Arias de Bobadilla es nombrado por Felipe II Asistente de Sevilla en 1597, contando entonces la edad de cincuenta años. Puñonrostro recibe el encargo con la lógica disciplina militar que le caracterizaba, y lo hace además con la encomienda, impopular sin duda, del urgente reclutamiento de tropas para los tercios que combatían por aquel entonces en media Europa y sobre todo para defender la provincia de un posible levantamiento morisco auspiciado por la corona inglesa.

Foto: Reyes de Escalona

Ya en la ciudad, el nuevo regidor se encontrará con los más diversos problemas relacionados con el orden público, afrontándolos desde su mentalidad castrense y haciendo política "manu militari", o lo que es lo mismo "ordeno y mando". 

Fruto de ello serán por ejemplo algunas disposiciones, como la del 29 de abril de 1597, cuando decretó concentrar en el Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas a todos los mendigos y pordioseros de Sevilla. El historiador trianero Francisco de Ariño lo contaba así en 1873: "fue el mayor teatro que jamás se ha visto, porque había más de dos mil pobres, unos sanos y otros viejos, y otros cojos y llagados, y mugeres infinitas, que se cubrió todo el campo y los patios del hospital y a las dos de la tarde fue su señoría acompañado de mucha justicia y con él muchos médicos y entraron en el hospital". A quienes se les consideró lo "suficientemente" pobres o ancianos, se le entregaron unas tablillas con cintas blancas donde decía "licencia para pedir", mientras que a los "no aptos" les ordenó que buscasen ocupación o trabajo en el plazo de tres días, bajo pena de cien azotes, nada menos. 

Del mismo modo autoritario centró sus esfuerzos en erradicar a los llamados "regatones", quienes revendían o especulaban con productos alimenticios de primera necesidad por encima de los precios establecidos y ajenos al control fiscal del cabildo de la ciudad, generando no pocos problemas y trifulcas; a buen seguro que quienes hayan visto la serie televisiva "La Peste", en su segunda temporada, reconocerán que la situación provocada en Sevilla por la la escasez de abastos, carestía y prácticas casi mafiosas tiene mucho que ver con esto que relatamos, incluyendo el perfil del Asistente Pontecorvo, encarnado en la ficción por el actor toledano Federico Aguado y que recuerda no poco a nuestro Puñonrostro. 

A mayor abundamiento, llegaron a circular coplillas populares en su honor, como éstas que transcribió Ariño: 

Eso si, cuerpo de Dios,
Bien haya el nuevo asistente,
Pues hace guardar la tasa
A toda suerte de gente.

A todos nos hace iguales.
Pues que no siendo jueces.
Nos hace comer barato 
Como el oidor y el regente.

Todo el mundo es veinte y cuatro. 
No hay quien no sea teniente.
Que todos somos justicia
Por los nuevos aranceles.

 A modo de anécdotas sobre cómo era el carácter de Arias de Bobadilla, baste comentar que en cierta ocasión prendieron a un pastelero por vender huevos al Cardenal Rodrigo de Castro, ¿El motivo? Al ser un artículo de lujo en aquella época, su precio estaba tasado en 5 maravedíes la unidad, y en este caso el Asistente comprobó, gracias al testimonio del repostero, que el Tesorero de Su Eminencia los había adquirido a 16, lo cual iba en contra de las disposiciones del cabildo y conllevaba pena de azotes; la intervención del propio Cardenal salvó al pastelero de la pena, aunque aquel hubo de entregar una limosna de cincuenta ducados para los pobre de la cárcel siguiendo la "sugerencia" de Puñonrostro. 

Igualmente, es muy conocido el episodio en el que, durante una ronda nocturna por tabernas y mesones, inquirió a una joven sobre su procedencia y motivos de trabajar en tan difícil lugar, a lo que la moza contestó que se hallaba allí para mantener a su hijo pequeño, fruto de una relación ilícita con cierto canónigo de la catedral que luego se desentendió de ambos pese a sus promesas iniciales; citado dicho canónigo ante la presencia del Asistente, Puñonrostro se encaró con el estupefacto y atemorizado eclesiástico, que esperaba cualquier cosa menos un lance como aquel, obligándole a entregarle a la joven la cantidad de cien ducados prometida bajo pena de perder la cabalgadura con la que se había desplazado hasta la residencia del regidor.

Tampoco descuidó el Asistente asuntos como la limpieza de las calles, emitiendo un Bando el 20 de agosto de 1597 por el que condenaba a multa de 20 maravedís y diez días de cárcel a todo aquel que arrojase aguas sucias por las ventanas, y si el infractor fuera esclavo y su amo no quisiera abonar la multa, que se le propinasen cincuenta azotes. 

Hasta incluso decidió, tal era su poder, sobre el vestir de las gentes, como cuando ordenó que todos los sevillanos vistieran de luto tras la muerte de Felipe II en septiembre de 1598; las crónicas cuentan que "hubo tanta falta de bayetas que subieron á 18 reales la vara, y no se hallaba, y para Inquisición, Audiencia, y Cabildo y Contratación de Indias se gastaron 48 piezas de paño muy fino, porque hasta los criados y escribanos públicos y toda la justicia y sus caballos y mulas hubo luto, que fué la mayor grandeza que jamás los nacidos han visto.

Finalmente, en 1599, para alegría de muchos y tristeza de otros tantos, Puñonrostro abandonó Sevilla en dirección a la capital madrileña, donde aún prestaría notables servicios a la corona, falleciendo en 1610.