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17 junio, 2024

La calle del Chorro.

Aprovechando la sombra que proporciona sus estrecheces y a una hora en la que no esté masificado por los turistas, en esta ocasión nos desplazamos al barrio de Santa Cruz para indagar sobre el pasado de una calle con nombre peculiar en lo antiguo, ahora dedicada a un íntimo amigo del pintor Murillo y que incluso, se dice, fue testigo algún que otro suceso paranormal; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto: Reyes de Escalona

Entre la plaza de los Venerables y el callejón del Agua, en paralelo a la calle de la Pimienta, la de Justino de Neve toma su nombre del canónigo de la catedral nacido en 1625 y fallecido en 1685; de familia de comerciantes, se caracterizó por ser uno de los grandes mecenas artísticos de su tiempo, prueba de ello es el retrato que le realiza Bartolomé Esteban Murillo en 1665 y que se conserva en tierras británicas, como no podía ser menos. En dicho retrato, podemos contemplarlo con gesto serio y mirada penetrante, sentado en un sillón frailero portando en su mano izquierda un breviario y ante una mesa con tapete verde sobre la que descansan un reloj, una campanilla y un libro, símbolos de su status social. El detalle simpático lo constituye la perrita francesa con lazo rojo, prueba de la fidelidad, cerrando el ángulo inferior derecho de una composición sobria pero llena de vitalidad.

Entre otras obras pías, Justino de Neve, además, fundó el cercano Hospital de Venerables Sacerdotes en 1678 para acoger a presbíteros de edad avanzada y fue uno de los principales impulsores de las obras de mejora y enriquecimiento de la cercana parroquia de Santa María la Blanca, en la que contará de nuevo con la colaboración el aspecto pictórico de Murillo, de quien será vecino (en la actual calle Virgen de la Alegría) y finalmente albacea testamentario, lo que prueba el grado de amistad existente entre ambos.

Foto: Reyes de Escalona

La calle que mencionamos lleva el nombre de Justino de Neve desde 1895, momento en el que pierde su nombre tradicional, el de Calle del Chorro; ¿Por qué este nombre tan peculiar? En 1874, Álvarez Benavides, siguiendo la opinión de un "colega" en estas lides, se pronunciaba en estos términos: 

"Como dejamos indicado, esta calle perteneció a la aljama o barrio de los judíos, y según el señor González de León, su nombre de Chorro se origina por la circunstancia de algún derrame de agua que tuvo procedente de las cañerías que pasando por cerca de este punto se dirigen al Alcázar. No censuramos a los que dieron a esta vía semejante nombre por tan insignificante causa, pero sí a los que han permitido y permiten que continúe, sin embargo de tanto arreglo de nomenclatura".

Corta y estrecha, pavimentada con el característico ladrillo de canto en forma de espiga, alberga viviendas y establecimientos de hostelería, una de las viviendas de esta calle fue conocida durante algún tiempo como "la de Martinito", nombre con el que se llamó a cierto duende que todas las noches vagaba por la calle creando la alarma entre los vecinos por sus trastadas y travesuras. No deja de ser interesante tal asunto, pues, como recordarán los lectores, en la zona de la parroquia de San Andrés hubo otro "Martinito", tal como reflejamos cuando dimos detalles sobre la calle Angostillo; en aquel caso, el legendario geniecillo, según contaban los viejos del lugar, se dedicaba a secuestrar doncellas con la aviesa intención de mantenerlas cautivas en un subterráneo a la espera de que algún caballero quisiera disfrutar de ellas, previo pago al duende, por supuesto. El tema del duende Martín o Martinico aparece con cierta frecuencia dentro del folklore popular español con referencias en zonas castellanas como Mondéjar o Villaluenga de la Sagra o andaluzas, como en las jiennenses localidades de Arjonilla, Porcuna o Quesada, en la granadina de Baza o también en nuestras más cercanas Dos Hermanas o Los Palacios. 

Foto: Reyes de Escalona

Sin embargo, en este caso, los días del duendecillo de la calle del Chorro estaban contados; una noche de allá el año de 1803 un curioso vecino de la calle, harto de habladurías y supersticiones, decidió comprobar por sí mismo la naturaleza de dichas apariciones, de modo que, convenientemente armado con la consabida estaca de acebuche, montó paciente guardia hasta que dio con el presunto duende, al que derribó de un fuerte golpe tras arriesgada persecución por los tejados del barrio, descubriéndose que el tal Martinito no era sino un joven galán desenmascarado que, como en otras ocasiones, aprovechaba esa apariencia para sus citas amorosas. Este final inesperado, el del ente paranormal que es en realidad un mortal que usa su apariencia para cometer ilegalidades de forma anónima, aparece reflejado en el teatro del Siglo de Oro en obras de Calderón de la Barca, siempre atento a recalcar lo racional, como La Dama Duende (1629) o El Galán Fantasma (1637).

Por último, un azulejo recuerda a la entrada de la calle que en esta vía pudo haber nacido otro galán, en este caso, Don Juan Tenorio, glosado por Tirso de Molina y Zorrilla y no lejos de uno de los escenarios de tan famosa obra, la Hostería del Laurel, pero esa, esa ya es otra historia. 

Foto: Reyes de Escalona.

24 octubre, 2022

Malas calles.

Muy modificada, bastante estrecha, oscura y hasta sucia, puede que sea una de las calles más desconocidas de Sevilla, y que incluso no muchos hayan transitado por ella, y eso que según los cronicones de épocas pretéritas llegó a tener hasta su propio duende; Pero como siempre, vayamos por partes. 


La Plaza de Fernando de Herrera, ubicada en las cercanías de la parroquia de San Andrés, es fruto de la demolición de toda una manzana de casas realizada para una reforma urbanística a comienzos de los años setenta del pasado siglo XX. Ese ensanche supuso en principio que la nueva plaza quedase convertida, lisa y llanamente, en vulgar aparcamiento para automóviles para con posterioridad quedar peatonalizada tal como la conocemos hoy en día.

Sin embargo, si nos colocamos junto al bar Santa Marta (no es hacer publicidad) y miramos hacia la calle que se dirige hacia el ábside de la parroquia de San Andrés, esto es, la contraria a García Tassara, comprobaremos que se trata de una vía que cada vez se hace más estrecha, más angosta, de ahí que durante años este tramo, junto con el otro derribado, recibiera el apelativo de Angostillo de San Andrés. 

Ahora mismo es una simple calle de paso, para acortar hacia San Martín o hacia la zona del Pozo Santo, pero entonces era lugar además propicio para echar desperdicios o para incidentes de diversa índole, como reflejaba el diario El Liberal allá por los años de 1905 y 1911, respectivamente en dos breves reseñas que reproducimos por su interés: 

"El Angostillo de San Andrés, en el trozo comprendido entre la plaza de Juan de Herrera y la calle Atienza, es un verdadero foco de infección.

El recipiente urinario allí establecido es depósito de excremento, las aguas fétidas corren por el pavimento y, para que nada falte, aquel lugar está convertido en vaciadero de inmundicias. 

Dos  días hace que existe allí porción de basura que despide un hedor insoportable, lo que demuestra que los empleados de la limpieza pública no se cuidan de pasar por el Angostillo de San Andrés." 

 Otro incidente recogido por la prensa en 1911 nos habla de comportamientos vandálicos en aquella zona, aunque llama la atención el apodo de la víctima: 

"Entretenimientos escolares

En la delegación de vigilancia denunció Antonia Morales, conocida como "La Almejera" que los jóvenes alumnos de un colegio establecido en el Angostillo de San Andrés la emprendieron a pedradas contra su casa, situada en la calle Atienza, destrozándole una jaula que tenía en uno de los balcones, así como también un jarro de agua y otros efectos"

Por añadidura, allá por siglos anteriores, se dice que era minoría la que, especialmente de noche, osaba atravesar el Angostillo, y no sólo por las deplorables condiciones higiénicas de la zona...


Como cuenta Chaves Rey con su particular prosa, era una vía estrecha y tortuosa, delimitada por los altos muros de San Andrés y por los sombríos paredones del hospital del Pozo Santo, con algunas casas ruinosas de aspecto lamentable, un palacio abandonado por sus dueños al ser condenados como herejes por el Tribunal del Santo Oficio y un modesto retablo callejero dedicado la Inmaculada Concepción donde únicamente alumbraba una débil lamparilla de aceite, costeada por los vecinos de la zona.

Las gentes del barrio contaban que la presencia sacra de aquel retablo no era obstáculo para que traviesos duendes y siniestros demonios campasen a sus anchas en aquel Angostillo. Circulaban historias y relatos terroríficos de brujas y endemoniados, relatos que se contaban al calor de la lumbre y que narraban cómo durante las noches sin luna transitaban pálidos "espectros" de ojos fosforescentes, que solían asaltar ferozmente a los incautos transeúntes para quitarles sus pertenencias de manera violenta, llegando al asesinato si la aterrorizada víctima se resistía.

Durante décadas, fue famoso el duende "Martinito", que nunca pudo ser visto o capturado, pero del que todos se hacían voces, destacando su tamaño minúsculo en contraposición con su capacidad para cometer fechorías de todo tipo, especializándose, contaban, en seducir jóvenes doncellas en edad de merecer, a las que mantenía cautivas en su oscuro palacio subterráneo, del que las permitía salir para entregarlas a los caballeros enamorados que a cambio debían entregar la salvación de su alma. Con el paso de los años, el duende "celestino" se esfumó tan rápidamente como apareció, dejando un reguero de leyendas y relatos orales que por desgracia apenas han llegado hasta nosotros, muy similares a los de sus "colegas" Narilargo y Rascarrabias, "okupas" de la Torre Blanca de la Macarena. 

Por si fuera poco, el retablo de la Inmaculada era testigo también de riñas y pendencias en las que salían a relucir los aceros, amaneciendo la calle en ocasiones con el cadáver de algún infeliz duelista atravesado por certeras estocadas. 

Cuenta la leyenda que, al anochecer, cuando las campanas de San Andrés tocaban a oración, se reunía un grupo de varios individuos que llegaban de manera escalonada a una de aquellas miserables casuchas, embozados con sus capas y con sombreros de ancha ala para evitar ser reconocidos. Absolutamente nadie de la feligresía sabía para qué se reunían y cuáles eran sus propósitos, pues al salir al amanecer, del mismo modo, de uno en uno y en completo y siniestro anonimato, nadie osaba acercarse a ellos por miedo a las consecuencias; el caso es que aquellas extrañas reuniones mantenían en vilo al vecindario, intrigado y atemorizado. 

Todo era un absoluto misterio hasta que un joven del barrio, bien por curiosidad, bien por demostrar su propia valentía ante sus convecinos, se propuse colarse en la casa sin ser visto. De manera sigilosa, aprovechando la oscuridad, penetró en el inmueble sin hallar impedimento alguno. Una vez dentro, lo único que pudo escuchar fueron los lamentos y lloros de una mujer, pero en ese justo momento, cuando se disponía a investigar qué ocurría, fue capturado, amarrado y vendados sus ojos, notando cómo un grupo de manos fuertes cargaban con él a cuestas. Aterrorizado, el joven perdió el conocimiento, volviendo en sí sin saberse el tiempo transcurrido y hallándose a considerable distancia del Angostillo de San Andrés, pues quienes dieron con él, dicen que con la razón perdida, los encontraron, ni más ni menos, que en el lejanoCampo de los Mártires, o lo que es lo mismo, en la zona de la actual estación de ferrocarril de Santa Justa. 

¿Reuniones políticas secretas? ¿Prácticas delictivas? ¿Rituales extraños? Los documentos de aquellas calendas poco o nada contaron tras aquel incidente, pero todo ello acrecentó la leyenda negra de una calle poco recomendable para transitar, y que ahora es testigo del trajín de taxis y turistas provenientes de los establecimientos hoteleros cercanos, pero esa, esa ya es otra historia...