¿Dónde estuvo la única Biblioteca Pública de Sevilla allá por el siglo XVIII? ¿Dónde debía dictar un telegrama un sevillano de finales del XIX? ¿A dónde acudir para recoger una carta certificada o un franquear un paquete postal hasta 1930?
Quien haya accedido a alguna exposición en el patio del Real Círculo de Labradores, ubicado en plena calle Sierpes, habrá notado inmediatamente que no es un patio cualquiera, pues su decoración, barroca hasta la médula, lo convierte en uno de los más hermosos de la ciudad y quizá, de los más desconocidos, sobre todo por los avatares históricos que le ha tocado vivir.
Pero como siempre, vayamos por partes:
Es sabido que la Orden de San Agustín tuvo en la Puerta de Carmona (y aún se conserva en parte) su Casa Grande, con portada de piedra, dependencias, claustro y templo, donde recibió culto durante siglos el famoso Cristo de San Agustín, desaparecido tras la quema de la Parroquia de San Roque en julio de 1936. Aparte de esa gran sede, que acogió obras de gran mérito de Murillo o Valdés Leal, los agustinos crearon un convento aparte en la zona próxima al Humilladero de la Cruz del Campo, con la intención de convertirlo en centro de formación para sus novicios, el Colegio de San Acasio (o Acacio).
A comienzos del XVII, como cuenta doctor López Lorenzo, el colegio funcionaba a pleno rendimiento con el apoyo de doña Leonor de Virués y con fray Agustín Vallejo como primer Rector. En 1621 se constituye la biblioteca del colegio, pero al poco tiempo, apenas doce años después, se decide cambiar la ubicación, motivada quizá por lo inseguro de la zona o porque el edificio se hallaba en pésimas condiciones.
En 1634 ya tenemos a nuestros escolares agustinos situados en su nueva sede, adquirida por 8.740 ducados, en la actual calle Pedro Caravaca, esquina con Sierpes y Velázquez, no era mal sitio. Del primitivo edificio poco se conserva, excepción hecha del magnífico claustro, ahora patio, atribuido desde siempre al arquitecto Leonardo de Figueroa, sobre todo por el diseño basado en pilastras salomónicas, el uso de diseños mixtilíneos y la gran profusión de adornos como florones, mascarones o jarras, recordando no poco a obras similares como la cúpula de la Magdalena, por ejemplo.
Como detalle, entre 1696 y 1703 residió en el colegio de San Acasio la entonces llamada Hermandad el Traspaso, o lo que es lo mismo, la actual del Gran Poder; la cofradía provenía del convento de los Trinitarios Descalzos, en la actual Plaza del Cristo de Burgos, y la estancia en la sede agustina duró bien poco, imaginamos que debido a las escasas dimensiones de la capilla y de su puerta, con lo cual los cofrades del Señor de Sevilla decidieron de cambiar de nuevo de sede, trasladando sus imágenes titulares la Parroquia de San Lorenzo, donde habrían de residir durante más de dos siglos.
En el año 1744 fallece en Madrid el Cardenal Fray Gaspar de Molina y Oviedo, a la edad de sesenta y cinco años. Este hecho, en principio poco relacionado con San Acasio, será de capital importancia al poco tiempo, pues en su testamento dejará un importante legado para el lugar en el que estudió de joven y en el que impartió clases ya en edad adulta: nos referimos a su voluminosa (nunca mejor dicho) biblioteca, conformada por 7.500 libros, muchos de ellos de gran interés y calidad y encuadernados primorosamente. Tras un litigio largo y pesado con sentencia favorable para los intereses hispalenses, los fondos fueron traidos desde Madrid, con la colaboración económica del Cabildo de la Ciudad que aportó 1.000 ducados, pues la intención era hacerlos accesibles a todos los sevillanos "con la condición de que la Provincia y el Colegio se obligasen a labrar, dentro del año de la entrega, pieza competente para colocarla y exponerla al público, para beneficio de los literatos de la ciudad".
El 6 de octubre de 1749 se estrenaba la nueva biblioteca, tras construirse unas salas anejas al colegio con puerta a la calle Triperas (Velázquez); el horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría. Como curiosidad, el toque de Avemaría tenía lugar al atardecer de la jornda. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.
En un principio, se instaló en él la Real Escuela de Nobles Artes, hasta 1850, año en el que se muda al exconvento de la Merced. Desde mediados del XIX, el edificio agustino quedó convertido en la sede del Servicio de Correos y Telégrafos, como ya comentamos en otra ocasión, de esos tiempos es la colocación de la montera de hierro y cristal que cubre y protege el claustro barroco, que aún permanece. Fue muy conocido el buzón instalado en la fachada de la calle Sierpes, acompañado de una cabeza de león que con su aspecto fiero parecía vigilar el destino de la correspondencia depositada. Del mismo modo, y para que sirva como referencia, en 1918 también radicaba en el edificio el Servicio de Teléfonos, que permitía conectar de modo interurbano con: Carmona, Utrera, Sanlúcar la Mayor, El Pedroso, Guadalcanal, la Palma del Condado, Badajoz y Zafra. La tasa era de 0,50 pesetas por tres minutos de conferencia o fracción y 0,25 pesetas por el aviso de conferencia. No olvidemos que existía también la modalidad del Telefonema (un arcaico antepasado del "wuasap", quizá), muy utilizada para comunicaciones con el extranjero.
Por otra parte, los fondos bibliográficos quedaron depositados las Casas Consitoriales para luego pasar, en 1878, a la Universidad de Sevilla, entonces en la calle Laraña. A día de hoy, se conservan en la sede actual de la calle San Fernando unos 1.300 volúmenes de la mencionada biblioteca pública, lo que da idea de la desaparición de gran cantidad de libros, fruto de expolios y pérdidas.
Como se puede ver, un edificio siempre destacable por su historia y por el sorprendente (y barroco) patio que atesora.