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17 julio, 2023

La calle del Diablo.


En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos, (siempre por la "sombrita"), hacia la feligresía de Santa María la Blanca, donde nos encontraremos con una calle con nombres distintos a lo largo de su historia y que fue testigo de inusuales sucesos; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre San José y Fabiola, a la altura de la iglesia que fue primero templo mercedario y ahora sede de la prelatura del Opus Dei, la actual calle Farnesio es un muy buen ejemplo de calle estrecha y peatonal, recuerdo quizá de aquel entramado urbano que conformó la Judería sevillana y lugar privilegiado para apreciar la belleza de la cúpula de la cercana parroquia de Santa Cruz. En uno de sus lados conserva varias casas-patio del siglo XVIII, los números del 6 al 12, varias de ellas integradas en un pequeño hotel de los denominados "con encanto", mientras que en el contrario existe un edificio moderno con gran patio, quizá recuerdo de algún corral de vecinos extinguido en esa misma zona. Ortiz de Zúñiga en sus Anales de 1677 cuenta que a esta calle daba un pasadizo procedente de las cocinas del antiguo palacio de Samuel Leví, posteriormente de los Marqueses de los Ríos y actual Casa Fabiola propiedad del Ayuntamiento y sede de la Colección Bellver.

Desde 1840 fue rotulada como Farnesio, en honor al militar Alejandro Farnesio (1545-1592), Duque de Parma, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria, con quien mantuvo una gran amistad; héroe en la batalla de Lepanto, obtuvo éxitos militares en Países Bajos, siendo designado gobernador en Flandes siempre bajo la bandera de la corona española. Farnesio probablemente nunca estuvo en Sevilla, pues no aparece en las relaciones del séquito que acompañó a Felipe II en su única visita a Sevilla en 1570, pero en cualquier caso, el nombre quedó ahí hasta nuestros días, aunque en épocas anteriores se llamó a esta vía como calle de San José, de San Antonio, o incluso, calle del Diablo. ¿A qué se debe este nombre tan infernal?

Lo contaba uno de nuestros habituales cronistas, el escritor sevillano Manuel Chaves Rey allá por 1894, mencionando que el origen de tal denominación arrancaba, según él, de las celebraciones del Carnaval de 1548, fiestas que eran usadas por no pocos para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, como veremos. El caso es que, unidos en envalentonada cuadrilla, un grupo de cuatro jóvenes "de licenciosas costumbres" dedicaron la jornada a no pocas tropelías, hiriendo a tres personas e incluso saqueando un bodegón, marchándose, bien aliñados de mosto y aguardientes hacia la zona del convento de Madre de Dios; allí, pese a lo avanzado de la noche, en un callejón casi a oscuras, encontraron de frente a un anciano que acompañaba a una joven damisela. 

Sin pensárselo un segundo, uno de los excitados jóvenes se aproximó a la muchacha y sin previo aviso, tirándole fuertemente del manto que cubría su rostro, le estampó un sonoro beso entre las ebrias carcajadas del resto; el anciano, su padre por más señas, ciego de ira por tamaño desacato, intentó hacerles frente, pero quedó al final inmovilizado tras el breve forcejeo que siguió a continuación y que concluyó, a la postre, con la lógica victoria de los malvados asaltantes, prestos ya a la fechoría; pero de pronto, todo cambió de manera inesperada, pues uno de los asaltantes, vivamente impresionado por la belleza de la desvalida muchacha, en aquellos momento desmayada por la impresión, decidió defenderla a capa y espada de la lujuria de los demás, iniciándose un sangriento duelo del que salieron malparados y heridos dos de los contrincantes y el tercero, desarmado, prefirió poner pies en polvorosa antes que encontrar una muerte segura, adentrándose en el intrincado laberinto de callejas de San Bartolomé.

Agotado y sudoroso de dar mandobles y estocadas, el joven caballero se disponía a acercarse a la hermosa joven cuando, bruscamente, un aterrador escalofrío sacudió su espinazo. Una extraña presencia cuyos ojos "brillaban con luz fosforescente y en su rostro se dibujaba una mueca espantosa" se aproximaba a sus espaldas blandiendo un acero. El metálico eco de los lances y el entrechocar de las espadas se prolongó durante unos breves segundos, pues el joven caballero cayó mortalmente herido a las primera de cambio por un certero giro de muñeca de aquel ser espectral y terrorífico. 

Amaneció en aquella solitaria calleja. Los primeros viandantes encontraron yaciendo en el suelo los cuerpos de la muchacha y su padre, quienes poco a poco se recuperaron de su más que agitada noche, narrando a todos sus cuitas, pero, ¿y el cuerpo del galán? Fue como si se lo hubiera tragado la tierra, o mejor, como si se lo hubiera llevado el diablo, victorioso tras aquel lance de espadas. Nunca pudo hallarse el cuerpo. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que aquel trance era cosa demoníaca y muchos se persignaban musitando jaculatorias y oraciones.

Para conjurar tan maléfica presencia, los vecinos acordaron con determinación colocar una pequeña hornacina y en su interior una imagen de San Antonio, un santo que se las tuvo que ver con el Maligno en varias ocasiones saliendo siempre victorioso del trance. Siempre iluminada por dos humildes farolillos de aceite y que a la vez, alumbraban la calle, durante años fue prudentemente evitada por muchos, por el miedo tanto al demonio como a los amigos de lo ajeno, ya que era perfecto escenario para andanzas de este tipo. 

Por cierto, no fue aquel el único suceso macabro acaecido en la antigua calle de San Antonio o Farnesio, ya que el diario sevillano La Andalucía, allá por 1897, recogía en su edición del 4 de junio la siguiente noticia: 

"En el hueco de la puerta de la casa número seis, sita en la calle Farnesio, encontró anteanoche el guardia nocturno un bote de grandes dimensiones conteniendo un feto. Al momento dio cuenta del extraño hallazgo al comandante de la guardia municipal señor Mazuelos y al brigada señor Orellana, avisándose al juzgado de guardia, que dispuso que fuera llevado el frasco al departamento anatómico".

Como curiosidad, andando los años, en el siglo XIX tuvo su sede en esta calle la Imprenta "El Obrero de Nazaret", de cuyas planchas salieron numerosos títulos, entre ellos algunas de las primeras obras de Juan Francisco Muñoz y Pavón, y en la esquina con la calle Fabiola puede hallarse un edificio de estilo regionalista diseñado en 1931 por el arquitecto Francisco Pérez Bergali (1898-1973) para Antonio Barrio Romero, con fachada a la propia calle Farnesio y donde el propio arquitecto tuvo su estudio; por cierto, que Pérez Bergali también fue Hermano Mayor de la Hermandad de la O, precisamente en la etapa en que tiene lugar el tristemente famoso accidente de su paso de palio con un tranvía en 1943, pero esa, esa ya es otra historia.