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03 junio, 2024

¿Tarrina o cucurucho?

Con las temperaturas elevadas que están registrando los termómetros locales, y con lo que nos queda sin que el verano meteorológico haya aún comenzado, ¿A quién no le apetece algo frío, dulce y cremoso para refrescar el paladar?; Esta semana, nos vamos a por un helado, no sin antes conocer su pequeña historia y su presencia en nuestra ciudad; pero como siempre, vayamos por partes.

Elaborado con productos lácteos, y enriquecido con azúcar, edulcorantes o miel, puede admitir los más variados sabores, gracias al añadido de chocolates, frutos secos, frutas, galletas y además los consabidos aditivos. Cada día se consumen en el mundo millones de helados en sus más variadas formas: en vasito, en cucurucho, al corte, polos, barquillo, el ineludible "bombón-helado", y de los más variados tipos: artesanos, cremosos, sorbetes, tartas, cremas... pero, ¿Cuál es su origen?

Hay noticias de bebidas o cremas frías elaboradas y enriquecidas a partir de hielo o nieve natural tanto en la China más antigua (con leche de arroz) como en la Persia del 400 antes de Cristo, al igual que es conocido que Alejandro Magno o Nerón tomaban vino o zumos también enfriados con hielo, en el caso del emperador romano, procedente de los cercanos Alpes y mezclado con agua de rosas, miel, frutas y resina. Médicos de aquel tiempo considerarán que el uso del hielo era nocivo para la salud, aunque ello no frenará su difusión. Será finalmente el explorador italiano Marco Polo quien traiga a su tierra varias recetas de helados procedentes del lejano Oriente. De Italia, pasó a Francia, donde comenzó a añadírsele huevo y de ahí, a Inglaterra. El helado comenzó a aparecer en las mesas de la aristocracia como manjar favorito y signo de distinción.

En 1686 un siciliano, Francesco Procopio del Coltelli, que se dedicaba en París a la venta de limonadas y jugos de frutas congelados puso en marcha su propio negocio, el "Café Procope", donde por primera vez se comercializaron helados elaborados en una máquina de su invención que mezclaba leche, crema, mantequilla y huevos, empleando sal para mantener la temperatura de congelación. El resultado final agradó tanto al monarca Luis XIV, que incluso autorizó la fundación del Gremio de Heladeros de París, que pronto contó con más de 200 miembros; dicho café, además, se convirtió en lugar de cita para intelectuales y aristócratas, aún hoy permanece abierto, es considerado el primero de su género y el más antiguo de la ciudad parisina. En 1693, en un recetario publicado en Nápoles por Antonio Latini, apareció por primera vez reseñado el helado de chocolate, antes incluso que otro sabor clásico: el de vainilla.

En el siglo XVIII podemos decir que el helado ya se consumía en casi toda Europa, mientras que la llegada de la industrialización del siglo XIX trajo consigo la aparición de las primeras máquinas para fabricar helados, de patentes estadounidenses y británicas a lo que hay que unir la mejora en las técnicas de conservación frigorífica. Tras la Segunda Guerra Mundial se multiplicó el consumo por el gran público que lo hizo suyo y lo comenzó a adquirir como un alimento más en todo el mundo, producido de manera industrial y también artesana. 


¿Y en nuestra ciudad? Sabemos que en el siglo XIX y coincidiendo con la llegada del verano ya se consumían sorbetes y leches merengadas en muchos cafés, y de agosto de 1858 hemos encontrado un anuncio publicado en el diario La Andalucía que indica: 

"En la Nevería antigua de la Puerta de Triana, establecida en la calle de las Sierpes se sirven sorbetes líquidos fríos y quesitos helados desde las 12 del día".

En julio de 1867 el Café San Fernando, por su parte, anunciaba en las páginas del mismo diario que: 

"El dueño de este establecimiento, a invitación de varios de sus clientes, ha establecido nevería, sirviéndose mantecados y sorbetes bien condimentados, al precio de 2 reales copa con barquillos y 2 reales y medio con bizcochos; horchata y naranja fría, a real y medio".

En otros establecimientos había incluso música en directo. En agosto de 1897, seguimos con el mismo diario sevillano, se menciona la reapertura del Café Nevería, junto al Puente de Triana:

"Desde el sábado 19 quedó nuevamente abierto al público el CAFÉ NEVERÍA, que en años anteriores se ha venido instalando en este mismo sitio con gran aceptación del público, que en esta época del año, gusta de pasar cómodamente las veladas.

El dueño de este local ofrece al público artículos de superior calidad, tanto en café, como en exquisitos helados que ha el público conoce.

La banda del regimiento de Granada amenizará las veladas tocando de ocho a once las más escogidas piezas de su numeroso repertorio."

 Por su parte, en el Noticiero Sevillano del 2 de agosto de 1909 podemos leer el siguiente suelto: 

"En el Prado de San Sebastián, en la sucursal de la Vaquería Bretona, se sirven los mejores mantecados de Sevilla, leche merengada, cremas, leche helada y helados de todas clases, cervezas, refrescos, etc."

Un habitual cronista de la ciudad que acude a estas páginas, Manuel Chaves y Rey, escribía sobre la Plaza del Salvador durante el verano en 1905, y en su colorista descripción encontraremos alusiones al tema que tratamos: 

"Las noches de estío, esas noches de Julio y Agosto en Sevilla, en que el calor es sofocante, acude un público bastante numeroso al paseo del Salvador en busca de alguna agradable brisa; allí se pasa las horas tranquilamente el desocupado, viendo a los corros de niños que juegan, a la gente joven que pasea, a los viejos que dormitan o a los que toman sorbetes y refrescos en los puestos de agua, siendo aquel, campo muy a propósito para conquistas de niñeras y criadas de servicio que incautamente creen en las promesas de chicucos domingueros y militares sin graduación."
 

Mientras, el famoso establecimiento Pasaje de Oriente, en Sierpes 76 y luego en Albareda 22, ofrecía helados durante todo el año allá por 1912, lo que indica que era un producto muy demandado y apreciado por los sevillanos, y no solo en fechas estivales. Por cierto, el "mantecado" era en realidad una especie de natillas heladas que gozaron de gran aceptación en su tiempo.

Detalle interesante, en 1925 existían establecimientos como Casa Pando, en calle Bailén número 5, esquina a San Pablo que se encargaban de proveer a los heladeros de todo tipo suministros: 

Tras la Guerra Civil, surgirán empresas y fábricas dedicadas a la fabricación de helado, (aunque La Ibense databa de 1892 en Sanlúcar de Barrameda) lo que, como decíamos, popularizará aún más su consumo y proliferará toda una serie de marcas, muchas de ellas parte de nuestra cultura. 


En este sentido, hemos hallado un interesante anuncio de julio de 1944 en La Hoja del Lunes de Sevilla, a una sola página de la marca de helados Frigo, fundada en Barcelona en 1927. En Sevilla, y por aquel tiempo, la distribución de estos helados corría por cuenta de la Cruz del Campo y en dicho anuncio aparecen los locales y establecimientos dónde se podían adquirir. Ni que decir tiene que muchos han desaparecido, como Casa Marciano o Casa Calvillo, en calles Lineros o Sierpes, como la Cervecería La Española en calle Tetuán o Los Candiles en Plaza de San Francisco. Del listado de bares y tiendas sólo perviven, con cambios o modificaciones, el Bar San Juan de la Palma, el Plata, frente a la Puerta de la Macarena, Casa Palacios, en el Porvenir, el Bilindo del Parque de María Luisa o Bodega Puente en la zona de la Puerta de la Carne. 
 
Curiosamente, en el extenso listado comercial no se menciona la llamada "Granja Hernal" o "Salones Hernal", situados en la actual Plaza Nueva esquina con Tetuán y que eran propiedad de la misma familia que regentaba (y regenta) la Confitería La Campana; de dicha cafetería o heladería se sabe que reunía, allá por los años 40 del siglo XX a lo más selecto de la sociedad sevillana y que en sus salones tenían lugar exposiciones, conciertos y bailes, dentro de lo que se permitía en aquella época, de hecho, allí expuso el pintor Romero Ressendi y allí también debutó, en 1941, un cantante de origen cubano que en 1943 contraería matrimonio con una sevillana con la iglesia de San Luis de los Franceses como testigo: Antonio Machín; pero esa, esa ya es otra historia.  
 
Publicidad del año 1943.

 

23 enero, 2023

Aquel invierno del ochenta y tantos.

Ahora que en estos días la meteorología y los sucesos, como es tristemente habitual, tienen tanto protagonismo en los medios de comunicación, los sevillanos de finales de 1884 y comienzos de 1885 pudieron contar a sus nietos haber sido testigos privilegiados de varios fenómenos extraordinarios, alguno de ellos con funestas consecuencias e incluso reseñados en la prensa local con bastante eco social; pero como siempre, vayamos por partes.

Fue un invierno especialmente crudo y lluvioso, y comenzó con un buen susto para los habitantes de la ciudad. Eran las nueve menos diez minutos de la noche del jueves 25 de diciembre de 1884, según las crónicas periodísticas, mientras una densa niebla envolvía a la ciudad, cuando un terremoto se dejó sentir,  sin que aparentemente se notase vibración sísmica alguna en sus calles, aunque sí en las casas, produciéndose la oscilación de lámparas y demás objetos colgantes e incluso la caída a la calle de cristales procedentes de ventanales y cierros. En una carbonería situada entonces en la Plaza del Pozo Santo se desprendió un techo, amén de otros incidentes de menor entidad, sin que hubiera que lamentar desgracias personales. Por abundar un poco en el tema, ¿Cómo se notó aquel temblor de tierra en los cafés, entonces tan populares o en el teatro? El periódico La Andalucía lo narraba así:

"En los cafés, y principalmente en el Suizo la concurrencia, que era muy numerosa, abandonó los locales y se dirigió precipitadamente y con gran confusión a la calle: los aparatos del alumbrado oscilaban vertiginosamente. Los camareros tuvieron no pequeñas pérdidas, pues la mayoría de los concurrentes se marcharon sin abonar los gastos que habían hecho."

Un apunte, el café Suizo estaba en la calle Sierpes, en lo que después fue teatro Imperial y ahora librería. En el teatro San Fernando, entonces en la calle Tetuán, se cantaba en esos momentos el final del primer acto de la ópera "Un Ballo in Maschera", de Giuseppe Verdi, cuando de repente comenzó a sentirse el temblor de tierra, con mayor relevancia en las zonas altas del patio de butacas o el "Paraíso"; en medio de la conmoción general y ante el temor a la caída de la gran lámpara central, los cantantes dejaron de interpretar su repertorio y enmudeció la orquesta, aunque extrañamente nadie llegó a moverse de sus asientos. Superados los primeros minutos de inquietud, la función prosiguió con gran éxito para el tenor ovetense Lorenzo Abruñedo, una de las grandes figuras de la lírica del momento. 

La torre de la Giralda, afectada ese mismo año por un rayo caído sobre su cara meridional el 25 de abril, también notó los efectos del seísmo, aunque quizá las mayores consecuencias fueron a parar al cimborrio de la propia catedral, muy perjudicado ya por ciertos daños estructurales anteriores y que en por aquel entonces estaban siendo estudiados y tratados; de poco sirvió, ya que, como se sabe, el 1 de agosto de 1888 se produciría su derrumbamiento.

Por desgracia, los efectos de este terremoto de diciembre se dejaron sentir, y mucho, en otras provincias andaluzas como Málaga y Granada, con daños bastante destacables y cuantiosas pérdidas económicas y patrimoniales, contándose para ello con el auxilio del gobierno de la nación en la persona del rey Alfonso XII y el Consejo de Ministros, quienes dispusieron ayudas monetarias para paliar los destrozos y también una suscripción de donativos encabezada por el propio monarca con 300.000 pesetas o el Papa León XIII con 40.000 y una larga lista de instituciones públicas y privadas, personalidades, autoridades y particulares. 

La ciudad de Sevilla se volcó también con los damnificados del terremoto, encargándose el Ayuntamiento de recolectar todo tipo de prendas y enseres, así como donaciones económicas, sin olvidar la organización de una fiesta benéfica por parte de una Junta de Damas presidida por la reina Isabel II y que tuvo lugar en los jardines de los Reales Alcázares, aunque el mal tiempo deslució no poco el acto.

No habían terminado los incidentes negativos en aquel extraño invierno de 1885 y eso que parte del Gordo de la Lotería había caído en Brenes. El 11 de enero, se declaró un violento incendio en el llamado Almacén de Maderas del Rey, situado en la confluencia de Marqués de Paradas  y Reyes Católicos, afectando también a dos casas colindantes que fueron pasto de las llamas. Desaparecieron calcinadas grandes cantidades de madera allí depositadas, sufriendo graves daños el edificios, cuantificados en dos millones de reales de los de aquella época y suponiendo todo ello la ruina económica del propietario. Por fortuna, tampoco hubo que lamentar daños personales, aunque sí una espesa humareda y el lógico susto entre el vecindario de aquella zona próxima al Puente de Triana.  

En aquella quincena de enero el crudo invierno se había instalado en toda la península, registrándose temperaturas extremas, como los 19 grados bajo cero de Burgos, los -15º de Valladolid o los -12º de Albacete. Para rematar el cuadro de aquellas semanas tan agitadas, nevó en Sevilla. Efectivamente, la ciudad, atravesando unos días de frío extremo, amaneció el viernes 16 de enero con un blanco manto de nieve cubriendo sus calles y tejados, comprobándose que todavía a las seis y media de la mañana proseguía la nevada y que ésta no cesaría hasta pasadas las once de la mañana. Como es normal, nadie quiso perderse tan eventual acontecimiento meteorológico de modo que fueron muchos los que salieron a las calles o subieron a las azoteas a contemplar la insólita de vista de una ciudad nevada, algo que no ocurría desde hacía veinte años y además con fuerza inusitada, ya que en algunas calles, invisibles sus aceras, la capa de nieve alcanzó considerable espesor. No volvería a nevar en Sevilla hasta el año 1914, quizá como presagio de la inminente Primera Guerra Mundial. 

La prensa local informó de todo ello puntualmente, destacando algunas incidencias:

"Hay que lamentar algunas caídas dadas por los transeúntes; al entrar en la Iglesia de San Miguel una señora se resbaló, cayendo al suelo y resultando, por fortuna, ilesa; en la Campana se cayó también un despensero que caminaba llevando al hombro varios cestos y espuertas con las compras hechas en los mercados de abastos; resultó con ligeras contusiones. No tenemos noticia afortunadamente de que ocurriera ningún otro accidente de consecuencias más graves.

Durante todo el día continuó sintiéndose un frío intensísimo".

Manuel Barrón y Carrillo. Vista del Guadalquivir. 1854.

Pensarán los lectores que con todo esto los sevillanos habrían tenido más que suficiente, pero olvidan un protagonista que tradicionalmente siempre ha hecho de las suyas a lo largo de la historia hispalense: el Guadalquivir. Tras aquel período de lluvias y nieve era inevitable que el río sufriera sus efectos, de este modo, el 2 de febrero ya alcanzaba cinco metros por encima de su nivel habitual, inundando las Vegas de Triana y la Algaba. A las pocas jornadas el agua alcanzó las instalaciones del muelles y amenazó zonas como Triana o el Arenal, aunque por fortuna el tiempo dio tregua suficiente como para que descendiera el nivel y se conjurase el peligro. Como curiosidad, el Ayuntamiento empleó por primera vez dos "bombas centrífugas" con las que achicar agua, colocándolas en el denominado Husillo del Carmen (desembocadura de la calle Goles a Torneo) y en el de la Puerta de Triana

A aquel año 1885 le quedaban aún muchos meses por discurrir, e incluso sería escenario de un motín protagonizado por cigarreras, pero esa, esa ya es otra historia...