27 mayo, 2024

Venga de frente: Jueves de Corpus.

Lenta y solemnemente, se prepara la procesión. La ciudad se vuelca en las calles para presenciarla como cada año. El agudo piar de los vencejos acompaña tempranamente al tañir de campanas y campanillas. Huele a hierbas aromáticas esparcidas en las calles del recorrido habitual. Todas las instituciones, todos los gremios, todas las cofradías, todas las órdenes religiosas, todas las parroquias, han acudido a la llamada para acompañar a Jesús Sacramentado por las calles de Sevilla en aquel año de 1631, incluidos unos hombres humildes que pasaban inadvertidos pese a lo necesario de su labor; esta semana, como no podía ser menos, en Hispalensia nos vamos de Corpus y a conocer el papel de "la gente de abajo" hasta con una controversia en torno a él; pero como siempre, vayamos por partes. 

Que la anual procesión del Corpus Christi organizada por el Cabildo de la Catedral de Sevilla era considerada la más importante del año, Fiesta Mayor y motivo de regocijo y devoción para todos es cosa sabida desde siempre, prueba de ello es la presencia de la famosa Tarasca o de los Gigantes, Cabezudos y Mojarrillas, que marchaban al comienzo para animar a los fieles, sin olvidar la conocida como Roca, de la que ya hablamos en alguna ocasión no lejana o las danzas (alguna no exenta de polémica, como la Zarabanda) que al son del tamboril daban plasticidad y movimiento al cortejo.


Cronistas de diversas épocas han hecho coloristas descripciones de un cortejo que estaba diseñado para que en él se lucieran las mejores galas, desde estandartes a ornamentos, desde pasos con santos y reliquias hasta, como colofón, la magnífica Custodia de Arfe, terminada en 1587, con sus casi cuatro metros de altura ("y veintinueve arrobas de peso"), portando el Ostensorio y Viril con la Sagrada Forma Consagrada, en torno a la cual giraba todo el ceremonial litúrgico, equiparable, según algunos al del mismísimo Vaticano: racioneros, capellanes reales, canónigos, arcedianos, dignidades y el propio Ordinario del lugar, el Arzobispo, cerraban la augusta procesión, a la que invitaban, no sin a veces ciertos conflictos protocolarios, al Cabildo de la Ciudad, a la Real Audiencia y al Tribunal del Santo Oficio. 

Protagonista final, digno colofón al cortejo, la Custodia de Arfe, como decíamos, desde tiempo inmemorial se sabe que era portada en una parihuela, aparentemente rodeada por veinticuatro clérigos con revestidos con casullas de gran solemnidad a manera de "manigueteros", aunque en realidad el pesado cometido de llevar dichas andas recaía en un grupo de "mozos", descritos por el Abad Gordillo de este modo: 

"Debido a quien asisten que por su gran peso no la pueden llevar en hombros y así para ayudar a esta carga, están señalados veinticuatro hombres seglares de buenas fuerzas, escogidos entre los de la Gran Compañía que asiste en el río, que vestidos con unas ropas de lienzo colorado van debajo de las andas, y a ciertos puestos se mudan, con que va la Custodia con la decencia debida".


¿Costaleros del puerto o del muelle en pleno siglo XVII? Así lo parece, aunque no es menos cierto que su comportamiento, al parecer, dejaba mucho que desear según algunos, pues un anónimo memorial indica que, contemplando el paso de la Custodia por la actual calle Cuna en aquel jueves de Corpus de 1631: 

"Llegando, pues, el Santísimo Sacramento a la Carpintería, donde le adoré, vi era llevado en hombros de sacerdotes (indecencia notable) y que salieron hombres debajo de la Custodia a tomar en una calleja calor por la boca que a veces sube a la cabeza dando causa que pudiese ser blasfemasen de lo que a cuestas llevaban o jurándole por lo menos y el Santísimo parado aguardándoles, cosa que aun a los reyes humanos no se les permite pasar por respeto alguno, grave tolerancia y digna que se repare en los daños que de ella resultan". 

Este "indignado" espectador, habría manifestado su disgusto por todo lo que narra al propio Arzobispo, pero su queja no tuvo repercusión alguna, por lo que optó por divulgar su escrito por la ciudad y causar cierto revuelo con ello, basándose sesudamente en toda una serie de citas bíblicas del Antiguo Testamento en las que menciona la reverencia con que el Arca de la Alianza era apenas tocada por los hombres dado su poder y que, por tanto, la Custodia, no podía ser llevada por hombres de condición humilde carentes de toda espiritualidad. De hecho, el anónimo (y un tanto presuntuoso, todo hay que decirlo) escritor opina que no es lícito este modo de portar al Santísimo y que la Diócesis debería tomar cartas en el asunto. 

Nuestro buen Abad Gordillo no tardó en ponerse manos a la obra y tomar papel y pluma para dar la debida contestación al mencionado polemista, rebatiendo de manera modélica y teológica todos y cada uno de sus argumentos en otro memorial que insertó en su conocida obra "Religiosas Estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana", donde destaca por ser un profundo conocedor tanto de las cuestiones teológicas y bíblicas como de las interioridades de la procesión del Corpus, ya que, en relación al mal comportamiento de los mozos, afirmó:

"Funda su discurso el dueño del papel en una relación que no es cierta, como decir que los hombres que van debajo del paramento en que va la Santa Custodia salen de allí a beber y tomar calor por la boca y que se les sube a la cabeza de que se ocasionan juramentos y blasfemias, lo cual dejando aparte el lenguaje, no es así, que  los que salen en el lugar de la calle Carpintería que señala, no vuelven a entrar ni se corre con ello el peligro que manifiesta y son otros diferentes que vestidos con hábito decente de unas túnicas de lienzo rojo ceñidas al cuerpo, como los primeros, están esperando allí y se remudan haciendo con mucha modestia y reverencia y así no tiene el acto cosa alguna de que pueda reprenderse. También pasa en silencio, como por toda la distancia de la procesión y en esta se remuda, asisten siempre veinticuatro sacerdotes que se han dicho que la acompañan y hacen demostración que la llevan, asidos a los brazos de sus andas o litera en que va la Custodia".

O sea, que había relevos, que éstos se hacían en calles concretas y que la cuadrilla de costaleros guardaba siempre, al decir del Abad Gordillo, un respetuoso mutismo hasta que dicho relevo se efectuaba. De 1683 y en el archivo catedralicio se conserva un interesante dibujo dado a conocer por el profesor Teodoro Falcón en el que aparecen descritos en italiano los "Faccini che conducono la Custodia col Santísimo Sacramento nella procesione si fà in Siviglia il giorno del Corpus Domini", o lo que es lo mismo "Cargadores que conducen la Custodia con el Santísimo Sacramento en la Procesión que se hace en Sevilla el día del Cuerpo del Señor". El también profesor José Roda Peña analizó el dibujo, probablemente obra Lucas Valdés (hijo de Valdés Leal) y apuntó el uso de pantalones bombachos, calzado con cordones y costales o "ropas" muy anchas, probablemente realizadas con arpillera; además, esta cuadrilla tenía privilegio de poder enterrar a sus miembros en la Catedral, ya que todos pertenecían a la Hermandad de Nuestra Señora de la Granada, con capilla en el Patio de los Naranjos de dicho templo, lo que da idea de cierta capacidad asociativa o gremial. 

Curiosamente, no hay alusiones al encargado de gobernar las andas o las voces de mando que emplearía, pero por grabados y pinturas posteriores sabemos que actuaba como capataz y vestía con prendas acordes a la solemnidad de la procesión, como puede apreciarse en dos ejemplos, primero, en un grabado de 1747 en el que el capataz va mandando el Paso de la Virgen de los Reyes del gremio de Maestros Sastres y figura ataviado con casaca, espada al cinto, calzas y peluca al más puro estilo de aquel tiempo y también en una pintura posterior conservada en el Museo del Prado, obra de Manuel Cabral y Aguado Bejarano, que data de 1857 y donde podemos apreciar a otro capataz, esta vez con calzas, medias y levita con pajarita, posando la mano sobre la visera del Paso de la Custodia en actitud de "tocar el martillo" para iniciar una "chicotá". 


Superada la controversia entre el Abad Gordillo y el anónimo "discutidor", que no pasó meramente del ámbito dialéctico, por decirlo de algún modo, la tradición de que los pasos del Corpus fuesen llevados por costaleros prosiguió con normalidad, conservándose fotografías en las que aparecen conocidos capataces al mando de pasos de hermandades de gloria que acudían a la catedral para participar en la procesión eucarística; uno de los mejores conocedores de la Historia de las hermandades de Gloria sevillana, el recordado historiador Juan Martínez Alcalde destacó que en 1913 participó en la procesión la imagen de Madre de Dios del Rosario, cruzando el puente de Triana en su Paso, mandado por el capataz Francisco Palacios y se conoce también el caso de otro capataz de quien hablábamos nos hace mucho por aquí, Rafael Franco Luque, con la Virgen del Rosario de la Hermandad de la Macarena en 1923.


Hasta 1927, el Paso de la Custodia estuvo a cargo del capataz trianero Eduardo Bejarano (apellido y familia que sigue vinculado todavía a la catedral con la Virgen de los Reyes), pero en el Corpus de 1928, presidido por el entonces Cardenal Eustaquio Illundain (1862-1937) se decidió que la Custodia fuera con ruedas, algo que ha llegado hasta nuestros días. Pese a que ya en los años noventa del pasado siglo XX se recuperó el andar costalero para los demás Pasos, (el Niño Jesús de la Sacramental del Sagrario siempre lo mantuvo) la Custodia permanece llevada sobre una especie chasis con ruedas, algo que muchos quisieran ver sustituido, pero esa, esa ya es otra historia. 

20 mayo, 2024

Becas.

En esta ocasión, nos vamos a descubrir una calle sevillana que albergó escuelas, cines y hasta cruces de mayo en sus buenos tiempos; insertada en el viario próximo a la Alameda, tiene nombre de subvención para realizar investigaciones o estudios, aunque su nombre original tiene que ver con otro detalle del vestuario académico; pero como siempre, vayamos por partes. 


La calle Becas, entre Lumbreras y Jesús del Gran Poder, posee la particularidad de tener forma de "L", y se llamó en el siglo XVII "Callejón de las Becas" en alusión al Colegio de las Becas, fundado en 1598 por Luis García de Bonilla, quien dispuso en sus mandas testamentarias que 207.272 maravedís de su patrimonio se destinasen a apoyar los estudios de jóvenes sin recursos, bajo los auspicios de la Compañía de Jesús. Llamado de San Ambrosio en principio, luego cambió su advocación por el de la Inmaculada Concepción de la Virgen y en el siglo XVII, como ha analizado Antonio Martín Pradas, del Centro de Documentación del IAPH, también se modificó el hábito estudiantil, pasando a ser: "medias lobas de paño morado oscuro y becas de paño encarnado con otras ropas de manga larga, del mismo color de las lobas, para dentro de casa, que fueron todas veinte y las dio liberalmente de sus bienes que hastó más de 500 ducados".
 
 
Hasta 1767, año de la expulsión de los jesuitas, el colegio había seguido funcionando con los lógicos vaivenes; tras aquel fatídico suceso, el edificio (cuya fachada principal da a la antigua calle Palmas, ahora Jesús del Gran Poder) quedó convertido en sede del Tribunal de la Inquisición y posteriormente en acuartelamiento, algo que a la postre provocó la destrucción de parte la estructura al explotar unos barriles de pólvora el 13 de junio de 1823 durante la revuelta popular agitada por los afines al monarca La iglesia permaneció abierta al culto, para cerrarse en 1827, ser derribada y finalmente construirse viviendas en su solar. Hoy la zona está ocupada por la Casa Sacerdotal Santa Clara, gestionada por el Arzobispado, aunque el solar fue durante años, el Cine de Verano Ideal. 

Fundado al parecer en los años Veinte, funcionó hasta 1987 y por su pantalla en "Cinemascope" y por  sus multitudinarias sesiones que comenzaban a las nueve y media de la noche pasaron títulos como "El hombre tranquilo" con John Wayne, "El prisionero de Zenda" con Steward Granger y Deborah Kerr o "La sirena de las aguas verdes", con Jane Rusell, por citar algunos títulos cinematográficos que, por su puesto, iban acompañados con la obligatoria "Selecta Nevería". No sólo de celuloide vivió el Ideal, ya que en verano se celebraban en él veladas de boxeo y lucha libre, entonces muy aclamadas por el respetable.

La zona, pese a todo, volvió a tener utilidad escolar, pues a finales del siglo XIX debió existir algún tipo de Escuela, de la que,  curiosamente, fue alumno el matador de toros Juan Belmonte. Manuel Chaves Nogales, en su soberbia biografía (1935) sobre el apodado "Pasmo de Triana", describe por boca del propio Juan cómo fue su experiencia como escolar entre aquellas paredes:

"Me mandaron a la escuela, como castigo. Era, de verdad, un castigo aquel caserón triste, con aquellas cuadras húmedas y penumbrosas y aquellos maestros malhumorados, en los que no suponíamos ningún humano sentimiento. Se decía que el edificio de la escuela había sido en tiempos una de las prisiones de la Inquisición, y había corrido la voz entre los niños de que en los sótanos se conservaban los aparatos de tortura que usaron los inquisidores. Todo aquello daba a la escuela un aire siniestro. Lo temíamos todo, y cuando traspasábamos aquel portalón sombrío, era como si nos metiésemos en la boca del lobo. Frente al maestro teníamos una actitud hostil y desesperada de alimañas cautivas. El miedo real a la palmeta y un terror difuso a no sé qué terribles torturas inquisitoriales que nos imaginábamos, nos acorralaban ordenadamente en los duros bancos de la escuela. Una vez un maestro se entusiasmó golpeando a un niño. Le tiramos un tintero a la cabeza y nos fuimos.

Yo no fui a la escuela más que desde los cuatro hasta los ocho años. Me enseñaron a leer y escribir dolorosamente, es cierto, pero muy a conciencia. Ésa fue toda mi cultura académica." 

Juan Belmonte nació en 1892, viviendo su infancia entre las calle Feria y Roelas, a espaldas de Hombre de Piedra, de manera que cursó estudios entre 1896 y 1900, lo que haría imposible que lo hiciera en el llamado Grupo Escolar Cervantes, fundado en 1922 aprovechando antiguos dormitorios en  la trasera del Convento de Santa Clara, con un edificio realizado por el arquitecto Juan Talavera que aún permanece en pie tras haber sido sede del CEP o Centro de Formación del Profesorado, Conservatorio Elemental de Música "Macarena" entre 2000 y 2010 y ahora destinado, parece ser, a convertirse en sede un espacio museístico relacionado con la Universidad Hispalense. 

Según la leyenda, en un edificio de esta calle Becas permaneció escondida Doña María Coronel para evitar el acoso del Rey Don Pedro I, antes de finalmente poder ingresar en secreto tras los muros del convento de Santa Clara dentro de las legendarias andanzas de esta dama sevillana que incluso llegó a desfigurarse el rostro con aceite hirviendo y que terminó sus días finalmente en otro convento, el de Santa Inés, fundado por ella misma en 1374, donde está sepultada.  En el número 10, subsiste un edificio de 1910, con fachada en ladrillo visto, obra del conocido arquitecto Aníbal González.

Como toda calle popular que se preciase, llegando mayo, albergó la consabida Cruz de Mayo, aunque algo tardía en cuanto a la fecha de su celebración, al menos eso es lo que hemos constatado y aparece en el diario El Liberal de principios de junio de 1925:

"A beneficio del asilado del Monte Carmelo ha sido instalada esta cruz, en la cual ha puesto toda su buena voluntad el maestro señor Montiel. Sin grandes pretensiones, aquello está bastante bien y seguramente responde a los beneméritos fines para que ha sido instalada. Hay hasta guardarropía. 

A los acordes de una pequeña orquesta de guitarras y bandurrias, el elemento joven baila sin cesar. Sin duda debe asistir allí cierta prevención contra los "castigadores", porque en la pared hay un gran letrero que dice: "Cuidado con las madres". Ya lo sabéis, niños: ¡mucho cuidado!.

Entre las simpáticas cruceras que acuden a calle Becas recordamos a Carolina y Pascuala Segovia, Rosario Rodríguez, Amparo y Carmen López, Pepita Muñoz, Pepita Ramírez, Natividad Pérez, Encarnación López, Enriqueta Jiménez, Rosalía Guerrero, Salud Valencia, Matilde Jiménez, Amparo y Rosario Teniente, Lola Macía, Dolores Muñoz, Pastora Escamilla y otras muchas."


Por supuesto, hay que mencionar que a esta calle Becas da el acceso al Espacio Santa Clara, propiedad del Ayuntamiento y sala de exposiciones, que además incluye el claustro y refectorio del mencionado cenobio, que permaneció abierto hasta 1998, sin olvidar la Torre de Don Fadrique, pero esa, esa ya es otra historia. 


 

13 mayo, 2024

Visiones rocieras.

Ahora que se acerca la anual romería a la aldea del Rocío, donde se venera la imagen del mismo nombre, cuando en muchos pueblos y ciudades la hermandades se aprestan a comenzar la peregrinación hacia la Virgen por caminos y veredas, no estaría de más brindar varias visiones escritas desde diferentes prismas para un mismo acontecimiento, separadas por los años y que pretendieron, en su momento, "dar con la tecla" de lo que de religioso y profano rodea a una de las celebraciones festivas más importantes de Andalucía; pero como siempre, vayamos por partes.

Uno de los textos que traemos a colación data del año 1882 y está escrito por un serio y sesudo cronista e historiador sevillano, muchas veces presente en estas páginas: José Gestoso y Pérez (1852-1917). Publicado como artículo en el número 1.013 de la barcelonesa revista La Ilustración, lleva por título La Romería del Rocío y busca, de manera resumida, explicar sucintamente el desarrollo de la peregrinación hasta la aldea almonteña, sin olvidar sus orígenes históricos o el desarrollo del camino por parte de las hermandades existentes en aquel entonces desde sus respectivas poblaciones de origen, pintando un cuadro colorista y lleno vida:

"La fiesta del Rocío tiene lugar el segundo día de Pascua de Pentecostés, que se celebra en los meses de mayo ó junio, y esta circunstancia sola es de por sí bastante para quitar bríos a los más valientes de espíritu y de cuerpo, si consideran el sofocante calor de los campos andaluces en aquellos días, en los cuales apenas si los pájaros se atreven a cruzar los abrasadores arenales que en circuito de varias leguas rodean el santuario, inmensas llanuras que nada tienen que envidiar a las de África, ni por su pobre y salvaje vegetación, ni por su límpido cielo, ni por su caliginosa temperatura.

Dista el santuario unas tres leguas de la villa de Almonte, y es por demás pintoresco el espectáculo que ofrecen aquellos llanos cuando por una y otra parte comienzan a descubrirse las numerosas cabalgatas de las Hermandades del Rocío que acuden desde Villamanrique, Pilas, La Palma, Moquer, Sanlúcar de Barrameda, Umbrete, y la más rica de todas, la de Triana en Sevilla.

Carros y jinetes preceden en alegre comitiva a la carreta que conduce el estandarte ó simpecado de las respectivas hermandades, en la cual llama la atención la yunta de bueyes que la arrastra, por sus enormes frontiles piramidales bordados de mil colores y enriquecidos con menudas piezas de espejillos, los cuales deslumbran los ojos al ser heridos por el sol, y con sus pretales de seda y sus anchas cinchas bordadas de oro y enriquecidas de grandes borlas y flecos.

Durante el largo camino que tienen que seguir cada una de estas cabalgatas, hacen parada ante las puertas de las ventas; en ellas llénanse las vacías botas con el dorado zumo de la manzanilla ó del vinillo de la hoja, repónense los cestos de provisiones, y de nuevo continúan la marcha entre el estruendo de las palmas y de los cantos flamencos, pasando la noche acampados al aire libre bajo las copas de los olivos ó bien en los pueblecitos del tránsito."

Alcanzar el Rocío tras el duro camino tiene desde tiempos antiguos una hermosa recompensa para las hermandades: su presentación ante la Virgen y la Hermandad Matriz de Almonte, como mandan los cánones; al día siguiente, domingo de Pentecostés, muy temprano, será la Misa Solemne de Pontifical y tras ella, con cada hermandad asentada ya en su campamento o casa, llega la hora de comer, beber, bailar, disfrutar y, por qué no, descansar. Así lo expresaba, en 1918, Pedro A. Morgado (1888-1962) en su impagable serie de artículos publicados en El Correo de Andalucía, que agrupó en un libro titulado La Romería del Rocío y que se detiene, nunca mejor dicho, a trazar de manera poética un aspecto cotidiano, pero no menos importante:

"La siesta, en el Rocío, es cansancio y es polvo y es sol... Un sol pegajoso que se filtra, picante, pertinaz por los verdinegros ramones de eucaliptus que forman sombrajo, en la portada... Un polvo blanco-sucio que da a las cosas vaguedad de lejanía; que diluye los objetos en una especie de luz, densa y lechosa, restando limpidez brillante a las perspectivas, y puro relieve a los contornos, haciendo de un solo color blanco-terrizo los innúmeros matices del Real...

¡Un cansancio!... En esta plúmbea siesta dominguera, después del almuerzo opíparo, todo el ajetreo de las jornadas peregrinas, se sube a los ojos; enturbia las mentes; se hace pereza lánguida. Y hay como un alto, inverosímil, en el vocerío; muchos romeros duermen... Algunos tamboriles tenaces pumpunean aún... Pero su lejano rumor, monocorde y profundo, es un nuevo incentivo para la dejadez y la galbana.

Hay baile en el compás... Y en el sopor del sueño y de fatiga que envuelve unos instantes a la aldea, únicamente el Santuario -dulce faro divino del amor y de la fe- sigue lleno, ruidoso, encendido; con sus luces y con sus flores; con sus plegarias y con sus coplas... ¡En el mágico oasis de la devoción y de la algazara, hay un lapso fugaz -la blanca y fatigosa calina del domingo romero- en que el cansancio rinde al regocijo!... ¡Pero constantemente -con constancia de lámpara votiva- el fervor, vigilante y amoroso, vela y ora!..."

 

Damos un salto en el tiempo. Nos vamos al año 1958, un año muy especial para los rocieros, porque supone la apertura de la todavía primitiva carretera pedriza que une Almonte y El Rocío, que traerá consigo el cada vez mayor aumento de peregrinos y la explosión del fenómeno rociero, que se expandirá no sólo más allá de Andalucía, sino de España. Por aquella romería de finales de los cincuenta deambulará, mágicamente sorprendido y excitado por la belleza y la emoción un ciudadano inglés (aunque de origen maltés) que pese a llevar mucho tiempo viviendo en España, se verá absorbido por el torbellino de devoción y fiesta que tiene lugar en la aldea, sin intentar sortearlo, antes bien, metiéndose de lleno y de buen grado en él, pese a contar ya con sesenta y cuatro años de edad. 



En una carta dirigida a su buen amigo Ralph Partridge, misiva investigada y desmenuzada con gran criterio por los catedráticos Michael D. Murphy y Juan Carlos González Faraco, el hispanista Gerald Brenan (1894-1987), autor de, entre otras obras, El Laberinto Español (1943), da detalles sobre su particular viaje en Pentecostés a las marismas almonteñas, unos días que para él fueron toda una revelación vital que nunca olvidaría:

"Querido Ralph,

Y ahora debo realmente sentarme y escribirte mis impresiones sobre la Romería de la Virgen del Rocío, en la que he pasado cuatro de los más felices y deliciosos días de mi vida.

Salimos con los Murchies el sábado por la mañana, llegamos a Sevilla a las cuatro y un par de horas después al Rocío. Imagina un gran llano arenoso, en parte cubierto de pinos piñoneros y eucaliptos, y dando a Las Marismas. Imagina un conjunto desordenado de chozas y casas de una planta repartidas por anchas y arenosas calles y plazas, completamente vacío y desértico excepto durante estos días del año. Y ahora imagina 12.000 hombres, mujeres y niños, 1000 caballos, 300 carretas tiradas por bueyes e incontables mulos y burros. Al moverse por las calles levantan en el aire nubes de polvo y arena. Y por todas partes resuenan palmas, sonido de castañuelas y coplas flamencas.

Llegamos justo cuando se estaba formando la procesión en torno a la ermita de la Virgen. Consistía en un largo desfile de carretas adornadas con flores y ramas o con oropeles de color rosa y verde, en las que se apiñaban, sobre una pila de colchones y cojines, un grupo de niños y niñas, como pajaritos en su nido, tocando las palmas y cantando. Acompañándolas iban algunos jinetes con muchachas a la grupa, vestidas con el traje andaluz al completo. Incluso los curas iban a caballo. Nosotros habíamos acampado con los Murchies y algunos gibraltareños en un pequeño eucaliptal, pero como Katie Murchie estaba de malhumor y Gamel, afónica con un dolor de la garganta, decidieron retirarse pronto, Hetty y yo nos fuimos por nuestra cuenta.
Cada caseta o casa tenía delante una terraza sombreada con ramas, donde bailaban y cantaban las parejas y donde enseguida nos acogieron e invitaron a unos vasos de vino. Bailaban significa, por supuesto, que bailaban flamenco, así que Hetty, que es una soberbia bailarina de jazz, después de que Carmen le diera algunas nociones, se lanzó a bailar una sevillana con mucho entusiasmo. Con su cara ancha de muñeca, sus grandes ojos pintados de rímel y su pelo oscuro fluyendo salvajemente sobre el mantón de seda blanca que llevaba puesto, lucía locamente provocativa y exótica, mientras que yo vestía mi intachable traje blanco de alpaca. ¡Olé! ¡Olé! ¡Qué alegría! Donde quiera que íbamos, estallido de palmas, sones de castañuelas, voces cantando y torbellino de cuerpos. Estábamos aniquilando el tiempo; estábamos ahogándolo en nuestra propia alegría."

Frente a una visión folklórica, hedonista y llena de matices, retrocedemos en el tiempo. Vamos a descubrir cómo era el último acto en la aldea: la procesión de la Virgen en la mañana ya del Lunes de Pentecostés, en este caso también en 1882 pero con la autoría de Manuel Fernández y Ruiz que escribe una reseña en la revista sevillana Sevilla Mariana de aquel año:

"Terminada la Misa solemne, se celebra la Procesión,, acompañada de todas las Hermandades con sus insignias, y guardando su respectivo sitio de antigüedad, en cuyo acto no puede contenerse el entusiasmo religioso de la multitud, que a voz en grito y con el mayor fervor del corazón, repite a cada paso inundada de gozo: “Viva María Santísima del Rocío", y se confunden sus ecos con la contestación de vivas y se aumenta el rumor, la algazara y gritería, y el confuso ruido de los pitos y tamboriles, con las armoniosas sonatas de la música y el repique general de campanas, y todo este maravilloso conjunto, entusiasma los ánimos y conmueve y extasía el corazón.

La sagrada Imagen, recorre un trayecto señalado por los alrededores del Santuario y a las tres de la tarde puede decirse que ya ha regresado de su estación, y en aquel mismo acto los romeros se despiden de la Virgen, y los agradecidos devotos arrasados en lágrimas sus ojos, con los pies descalzos, y actitud humilde, le dan el postrer adiós. Tal vez no ha pasado una hora y ya aquel espacioso campo, queda triste y solitario, sin que se perciba el más leve rumor. La calma y la soledad reemplazan instantáneamente al estrepitoso bullicio, que por espacio de cuarenta y ocho horas ha llenado el desierto de vida y animación. La romería del Rocío ha terminado quieta y pacíficamente."


 No cansamos más al lector. Nuestros mejores deseos para quienes en estas fechas cercanas a Pentecostés puedan encaminarse hacia la Virgen del Rocío. Que Ella haga posible sus ruegos e intenciones y que un año más la Romería sea, espacio para la fe, la devoción y la convivencia, que como decía aquel: "quien lo probó, lo sabe", pero esa, esa ya es otra historia.



06 mayo, 2024

"Rasca-Viejas"

En esta ocasión nos vamos justo de detrás de la parroquia de San Marcos, casi al lado de la Plaza de Santa Isabel, para conocer un poco mejor la pequeña historia de una calle que durante años mantuvo un nombre de lo más peculiar; pero como siempre, vayamos por partes. 


Como decíamos, entre la calle Vergara y la de Lira, la calle Hiniesta es un muy buen ejemplo de cómo el urbanismo de esta zona de Sevilla conserva el prototipo de calle estrecha y sinuosa, fruto del devenir del tiempo. Desde al menos el año 1473, según documentos conservados, mantuvo siempre el mismo nombre, algo que no es nada desdeñable, máxime cuando dicho nombre no deja de tener su peculiaridad: "Raspaviejas", "Rascaviejas" o "Rasca-Viejas", que de tres maneras lo hemos visto escrito. Como es inevitable, surge el interrogante: ¿Por qué se llamó así?. Allá por 1839 el escritor, habitual de estas páginas, Félix González de León añadía su teoría en su "Noticia Histórica de los nombres de las calles de Sevilla":

"Se halla en el cuartel D, y en las parroquias de San Marco y San Julián; no es una, que son varias callejas que todas salen a la parroquia de San Julián entrando por la única entrada de la plaza de San Marcos. El haber habitado esta calle algún tiempo los espaderos y cuchilleros, limpiadores de armas, le dio el nombre de Rasca (o Raspa) Viejas, (como si se dijera espadas viejas). Es una calle con muchas revueltas, callejas sin salidas y otras callejas casi toda de solares, en que hay hermosos jardines que las hacen un tanto divertidas".

La novelista sevillana Cecilia Böhl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero, debió conocer esta última circunstancia, ya que menciona esta calle en su obra "Clemencia, novela de costumbres", cuando uno de sus personajes, Don Galo, realiza un obsequio a la protagonista:

"Abrióse la puerta y apareció D. Galo, resplandeciente de satisfacción, con un enorme ramo de violetas en la mano, el que puesto en tercera posición, doblando el cuerpo y redondeando el codo, presentó a Clemencia.

- Don Galo, exclamó Sir George, esto pertenece a los bellos tiempos de la galantería que hacía milagros. ¿De dónde han salido estas violetas, que hubiese pagado a precio de oro?

- Pues a mí solo me ha costado correr hasta Rasca-Viejas, en donde se halla un jardín en que sabía que las había tempranas.

- Por las cuales os habrá rascado bien el bolsillo una vieja en Rasca-ídem, dijo Paco Guzmán al oído a D. Galo".

Como curiosidad, y por añadir una segunda teoría al nombre primitivo de esta calle, la "Rasca-Vieja" es también la Aliaga o Aulaga, un tipo de arbusto espinoso de flores amarillas, usado como leña para los hornos de cocción y que es involuntario protagonista también en el capítulo LXI del cervantino El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, como base una broma pesada que sufren Don Alonso y Sancho a su llegada a la ciudad de Barcelona, cuando un grupo de chiquillos ata haces de este arbusto a las colas de sus desventurados Rocinante y Rucio, descabalgando a ambos de manera brusca y humillante para regocijo de los bromistas. No deja de ser curioso que cerca de allí haya otras calles con nombre de plantas, como Arrayán, Laurel, Morera o Clavellinas. 

Algunos autores sostienen que la manzana central existente entre la antigua RascaViejas y la calle Lira, que vista en un plano es casi un cuadrado perfecto, bien podría haber sido una antigua huerta de las muchas que abundaron en aquel sector. En el año 1845 la calle cambió de nombre, llamándose desde entonces Hiniesta en honor a la imagen de la Virgen del mismo nombre que recibía (y recibe) culto en la cercana parroquia de San Julián y que en torno al año 1480 se sabe que presidía un Hospital en la esquina de Rasca-Viejas con Vergara, como recuerda aún un azulejo colocado en dicho lugar en el año 1949 que menciona el año de 1461 como el de inicio de dicho Hospital. 

Justo enfrente se encuentra la entrada principal al convento de Santa Isabel, fundado en 1490 por Isabel de León para la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, desamortizado en 1835 para ser convertido en cárcel de mujeres o Casas de Arrepentidas, y ocupado desde 1869 por las religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa, una congregación fundada por el soriano Padre García Tejero y encabezada por Madre Dolores Márquez, declarada Venerable por el Papa Benedicto XVI en 2006. Su encomiable labor docente y caritativa se una de las señas de identidad de esta calle.


Con el paso de los años, los jardines y huertos dejaron paso a viviendas de dos o tres plantas, corrales de vecinos, como el de los Muertos (del que no hemos hallado más datos que al parecer estaba en el número 42 de la calle) destacando durante el siglo XIX y parte del XX las constantes quejas del vecindario por el mal olor de los husillos y la grave amenaza para la integridad física que suponían las frecuentes "pedreas" entre niños del barrio, algo que denunciaba el periódico El Español, allá por enero de 1874:

"El domingo fue día magno por los alrededores de San Marcos y Santa Isabel: la calle Hiniesta estuvo convertida en un campo de batalla, poniendo en peligro a los transeúntes, alguno de los cuales recibió una pedrada, y tuvo que dispersas a mogicones a aquellos pequeños combatientes (...) en todo el citado domingo no se vio por los sitios que hemos nombrado más guardia municipal ni agente de orden público que uno que vive por allí cerca, y esto a la hora en que se fue a comer."

La calle Hiniesta, además, fue sede de varias industrias, como una dedicada a la fabricación de gaseosas y con especial mención a la de fabricación de tapones de corcho, una de ellas propiedad de Miguel Fernández en torno a septiembre de 1904, fecha de la que hemos encontrado reseñas en la prensa sobre una huelga de sus obreros, unos ciento veinte (lo que da idea de su tamaño) insatisfechos con la condiciones laborales y opuestos a la instalación de máquinas que realizasen su labor. Del mismo modo, en el número 35 de la misma calle estaba establecida la Asociación de los Trabajadores del Corcho, lo que dice mucho de la importancia de este tipo de instalaciones fabriles en la zona norte de la ciudad.

Como curiosidad, sabemos que existió también en torno a 1898 una carbonería, dato que hemos hallado al registrarse en ella un incendio en enero de ese año, como recogió El Noticiero Sevillano: 

"En una carbonería situada en la casa número 18 de la calle Hiniesta se inició un incendio que pudo alcanzar grandes proporciones a no ser por la oportuna intervención del sereno Manuel Román Núñez y varios vecinos, que consiguieron extinguirlo a los pocos momentos de empezado.

La dueña de la carbonería, Ana Pérez Mallol, en unión de dos niños de corta edad se acostaron dejando encendido el brasero. Este prendió fuego en la ropa de la camilla, comunicándose a las ceras del carbón y amenazando a la parte alta de la casa. 

El expresado sereno observó que salía mucho humo de la carbonería y abriendo la puerta pudo ver que las materias almacenadas en la carbonería eran pasto de las llamas. Sabiendo que en la habitación próxima dormían los niños, entró en ella, consiguiendo sacar a la Ana y a sus dos hijos que completamente dormidos no habían sentido el fuego. Después, en unión de varios vecinos, se consiguió la extinción total de aquél."

Gracias al testimonio del buen amigo Javier Montiel "Séneca de las Sevillanas", criado en esta calle, sabemos que ya en el siglo XX, la calle albergó desde negocios de alimentación hasta una imprenta, pasando por el obrador de confitería de la familia Gavira (ahora establecido en Pilas), el Cine Hiniesta, la Peña "Mi Rocío" o incluso el escultor y taxidermista Jaime Mate, natural de Almadén de la Plata, experto en disecar animales y cuyo local recordamos con cierta impresión en nuestra infancia. Por cierto, ya que mencionamos escultores, el imaginero Juan González García, más conocido como "Juan Ventura", nacido en Lora del Río y discípulo de Francisco Buiza, radicó también en esta calle a principios de los años ochenta del pasado siglo. 

En nuestros días, la antigua calle RascaViejas es, en los días laborables, un continuo trajín de niños con mochilas escolares que se encaminan a sus cercanos centros educativos, con permiso de algún despistado turista arrastrando la inevitable maleta con ruedas, una calle que aguarda año tras año el milagro de cómo los pasos de la Hermandad de la Hiniesta, de regreso a su parroquia, consiguen superar sus estrecheces, como si el tiempo se hubiera detenido, pero esa, esa ya es otra historia.

29 abril, 2024

El Doctor Salvago.

En esta ocasión, nos trasladamos al siglo XVI en nuestra ciudad de Sevilla, para saber de primera mano sobre un sangriento y controvertido suceso que se cerró en falso, protagonizado por un alto personaje con vivienda no lejos de la Catedral; pero como siempre, vayamos por partes. 

Se llamaba Juan Salvago, apellido de origen genovés, del que se tienen noticias ya en 1490 en Sevilla gracias a la actividad mercantil de Pelegrín Salvago, quien gozó de la protección de los Reyes Católicos, y de Esteban Salvago comerciante de aceites y especias en 1501, aunque ignoramos que tipo de parentesco habrían tenido con Juan, al que todo el mundo llamaba Doctor Salvago. Tal apelativo era, al parecer por poseer un doctorado en leyes, además de ostentar un elevado estatus social, con lujosa vivienda propia en la calle Francos, amueblada y decorada con el mejor gusto. Había contraído feliz matrimonio con Doña María Quebrado, hija de Don Antonio Quebrado. En lo profesional, no sabemos mucho de su carrera, pero gracias a la labor de catalogación de los documentos del Mayordomazgo del Cabildo de la Ciudad de allá por 1511, puede entenderse que, como letrado, poseía cargo de cierta importancia en el complejo organigrama municipal, en concreto el de lugarteniente del Alcalde Mayor, conservándose diversos libramientos y pagos en su favor con motivo de varias visitas de inspección a poblaciones vinculadas a Sevilla, como Utrera, Los Molares o Fregenal de la Sierra, a donde se sabe que acudió por ciertos incidentes allí acaecidos y que conllevaron que le confiscase a un vecino de aquella localidad, llamado Fernando de Jara, un rebaño de ovejas.

 

En cualquier caso, la vida del doctor Salvago transcurría del modo más normal y placentero por aquel entonces, hasta que en el verano del año siguiente, 1512, un suceso truncó la felicidad de la que, aparentemente, disfrutaba. Tal como narra, recurrimos de nuevo a él, el cronista Chaves y Rey en un artículo publicado en el diario El Liberal en enero de 1911, en aquella aciaga fecha la esposa del doctor Salvago, paseaba tranquilamente por la calle Torneros, actual de Álvarez Quintero, cuando resultó desgraciada víctima de un feroz ataque a cuchilladas por parte de un individuo que la acometió con tremenda y rápida violencia. Fue sin mediar palabra, y sin intención de robo. La gravedad de las heridas fue tal, que la ilustre dama falleció en la misma calle, sin que nada ni nadie pudiera remediar tan funesto desenlace y ante la estupefacción de cuantos habían contemplado tan espeluznante escena. 

Imagen generada por Inteligencia Artificial (Qué cosas...)

Iniciadas las pesquisas por parte de las autoridades, no tardó en ser capturado el agresor, de nombre Juan Montoro, y sometido a interrogatorio, declaró a la justicia que era un criado de la marquesa de Moya, cerciorándose los investigadores de que era persona de carácter agresivo y cruel. Hasta ahí, dentro de la atrocidad del crimen, todo transcurría conforme al proceso; el asombro o la sorpresa llegaron cuando, sometido a tormento, Montoro declaró con gran convencimiento que la muerte de la infeliz señora había sido fruto de una petición realizada a su persona por el propio marido, ahora desconsolado viudo, el mismísimo doctor Salvago, algo a lo que nadie dio crédito habida cuenta la fama y estima que poseía dicho señor en la ciudad, donde era muy bien considerado por sus vecinos. Falta de pruebas, con el único testimonio del asesino y sin indicios de que hubiera un instigador del delito, la causa judicial no fue más allá en sus indagaciones sobre el móvil de aquel crimen o de si hubo más participantes en el mismo, de modo y manera que Juan Montoro, único responsable del homicidio de doña María Quebrado, fue condenado a muerte y el 2 de septiembre, ejecutado públicamente: 

 

“Lo arrastraron y le cortaron la cabeza en la plaza de San Francisco, y ambas manos, y lo descuartizaron; y pusieron la cabeza en la picota y la una mano a la casa de la puerta del doctor Salvago en cal de Francos, y la otra en el lugar donde la mató en la plazuela de los Torneros, y los cuatro cuartos de cada uno a las puertas de la ciudad”.

 

Apenas cumplida la sangrienta condena, antes de que el asunto quedara olvidado, el doctor Salvago se comportó de manera sorprendente, pues malvendió sus propiedades, enajenó sus bienes apresuradamente, y con la misma premura solicitó ingresar como fraile novicio en el sevillano convento de San Jerónimo de Buenavista, fundado en 1414 y en cuya comunidad se hallaba acogido desde el mismo día 2 de septiembre, fecha de la ejecución del asesino de su esposa. Además, desde ese momento, se pierde su rastro en la documentación municipal, como si hubiera decidido cortar de raíz su labor en el consistorio hispalense, ajeno al ejercicio de su puesto como letrado.

Durante su prolongada vida monacal, no reparó en ayunos, abstinencias, oraciones y penitencia, como si hasta el final de sus días buscase purgar un grave pecado, sólo conocido por él y por Dios, falleciendo ya anciano tras una ejemplar trayectoria llena de austeridad y humildad, alejada del poder y los lujos de la vida terrena. En la ciudad siempre quedó cierto resquemor hacia él, cierta duda no resuelta, ¿Fue acaso el inductor de la muerte de su mujer? ¿Debió ser investigado o juzgado por ello?, como solemos decir en esta páginas, "esa, esa ya es otra historia". 

22 abril, 2024

A todo gas.

En esta ocasión, terminadas ya las jornadas festivas en el Real de la Feria, vamos a ocuparnos de un elemento mecánico indispensable siempre para llegar hasta aquel lugar, bueno, y a cualquier otro, una máquina fruto de distintos descubrimientos a lo largo de los siglos, que forma parte de la sociedad moderna con derecho propio y que comenzó a emplearse en Sevilla hace ya casi ciento veinticinco años; pero como siempre, vayamos por partes.

Mencionar apellidos como Benz, Ford o Renault, harán que inevitablemente nos acordemos del automóvil, definido por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como: "vehículo que puede ser guiado para marchar por una vía ordinaria sin necesidad de carriles y lleva un motor, generalmente de combustión interna o eléctrico, que lo propulsa". Históricamente, como decíamos, el automóvil es fruto de la inventiva de países como Alemania, Inglaterra o Francia, en donde a lo largo del siglo XIX se irán perfeccionando sucesivos prototipos que aunque en principio aprovechaban la energía del vapor de agua, llegará un momento en el que se logrará mucha más autonomía y velocidad con la introducción del motor de explosión de gasolina y las ruedas con neumáticos, sin olvidar que a comienzos ya del siglo XX, Richard Ford comenzará la producción en serie de automóviles en Estados Unidos para convertir al coche en un símbolo de progreso y riqueza, de ahí que lo que en principio era una idea conducida por cuatro "iluminados" a los que la gente temía por sus excentricidades, no tardará en convertirse en una necesidad social para muchos. 


 ¿Y en España? Cuentas las antiguas crónicas madrileñas que ya en 1898 los vecinos de Madrid contemplaron atónitos el primer automóvil por sus calles, conducido por el conde de Peñalver, aunque hay que añadir que la  Dirección General de Tráfico conserva en sus archivos la lista de vehículos matriculados a lo largo de los primeros años del siglo XX, y ello nos permite saber que allá por el año 1900, concretamente en octubre y en Palma de Mallorca José Sureda Fuentes (maquinista de la Armada jubilado) recibió la primera matrícula española de la historia con la inscripción PM-1 y que colocó en su modelo marca Clement de origen francés, tipo triciclo y peso estimado de cien kilos. A partir de ahí, la matriculación de vehículos a motor en nuestro país se verá incrementada progresivamente, desde los 268 entre 1901 y 1905 hasta los 24.110 de 1936 a 1939, siempre según los datos de la propia DGT. 

¿Y en Sevilla? al parecer, el primer automóvil que rodó por nuestras tierras no lo hizo en la capital, sino en la localidad de Alcalá del Río, estando al volante el famoso matador de toros Antonio Reverte, entonces en la cumbre de su carrera en la tauromaquia, quien lo habría traído desde la Exposición Universal de París de 1900 y que alcanzaba, dicen, la "increíble" velocidad de 15 Km/hora. En los antes referido archivos de la DGT se menciona, al fin, que en 1905 Vicente Turmo Romera consigue la matrícula SE-1 para su vehículo o turismo Renault. Es el primer automóvil del que se tienen datos. 


Poco se sabe de Vicente Turmo, salvo que era oficial del Cuerpo de Artillería, abogado y propietario, nacido en Carmona y que por aquellos años era considerado todo un "sportman", o sea, un habitual practicante de todo tipo de deportes o actividades al aire libre. En efecto, en la prensa de la época aparece su nombre en eventos relacionados con el Tiro de Pichón, Carreras de Caballos, Monterías o, también hay que decirlo, los palcos de la Plaza de San Francisco para contemplar el paso de las cofradías en Semana Santa, lo que indica que formaba parte de los círculos selectos de la alta sociedad hispalense y no se perdía ni un evento o "sarao".

Como curiosidad, el 5 de abril de 1908 el Diario Sevilla publicaba un suelto con este texto, que nos da idea de cómo los automóviles comenzaban a convertirse en signo de distinción, prueba de ello es que se mencionan los modelos empleados a la hora de que un grupo de aficionados a la cinegética acuda una cacería: 

"Cacería. Ayer verificóse una cacería de avutardas en las Alcantarillas que indiscutiblemente ha sido en la que más piezas se han cobrado desde hace muchos años. Entre los tiradores no iba nadie... ¡casi nadie!: don Manuel Camino, don Clemente Camino, don Vicente Turmo, don Rafael Osborne, don Félix Pérez Machuca, don Manuel Flores, don Carlos M. Mora y don José Piñar, la flor y nata de los tiradores sevillanos. 

Dichos señores salieron en los automóviles Berlit 60 H. P., propiedad de don Vicente Turmo; Renault 30 H.P., de don Rafael Osborne y Berliet 22 H.P. de los señores Camino, a las seis de la mañana, llegando a las Alcantarillas antes de las siete".

Un inciso, aclaremos que las siglas "H.P." aluden al término inglés "Horse Power" o "Caballo de Fuerza", medida empleada para indicar la potencia de un motor, equivalente casi al "Caballo de Vapor" (C. V.) y como puede apreciarse, Vicente Turmo tuvo, al menos, dos automóviles por aquellos años, se ve que era aficionado a la "velocidad". A todo ello hay que sumar un detalle: la Reglamentación que obligaba a los automovilistas a matricular sus vehículos sentó poco o nada bien entre este colectivo, que pensaba, no sin razón, que estas matriculaciones tenían una finalidad eminentemente fiscal para con el Estado, de ahí la tardanza de muchos en realizar el trámite burocrático. Ese mismo año 1905, el de la matrícula SE-1, unos meses antes, en febrero, se había fundado el Automóvil Club de Andalucía, al que Alfonso XIII concedería el título de Real poco tiempo después, tal como consignó la prensa sevillana allá por febrero de aquel año:

"Para el mes de abril proyecta el Real Automóvil Club de Andalucía una expedición a Madrid, con objeto de entregar a Su Majestad el Rey, el nombramiento de Socio Honorario de tan distinguida Sociedad"

En unos tiempos en los que los caminos estaban, por supuesto, sin asfaltar, en los que semáforos o señales de tráfico eran algo impensable y en los que el propio suministro de gasolina era complicado, estos primeros coches, rudimentarios y primitivos, fueron el prólogo a todo lo que vendría después y que, aún hoy, ha hecho del automóvil un elemento cotidiano e indispensable en nuestra sociedad, con sus pros y sus contras. En marzo de 1915, el rey Alfonso XIII y su familia utilizarán automóviles para desplazarse por Sevilla durante su visita a la ciudad, con lo cual quedaba claro su apoyo hacia este medio de transporte.

Prueba de la creciente importancia de este vehículo será el progresivo aumento de su presencia publicitaria en prensa y cartelería, destacando cómo en 1924 se instala un precioso azulejo en la calle Tetuán dedicado a promocionar la marca de automóviles "Studebaker" y realizado por Enrique Orce Mármol, artista vinculado a la Fábrica Viuda e Hijos de Manuel Ramos Rejano; de manera divertida y durante años, se dijo que iba en contramano, por aparecer orientado hacia la Plaza Nueva, desde donde venía el tráfico rodado durante un tiempo, antes de la peatonalización de la calle Tetuán en el año 1991.


Por cierto, un apunte para finalizar, entre los integrantes del mencionado Club Automovilista sevillano estaban los más fervientes aficionados a la utilización del automóvil como medio de transporte y diversión, industriales, ganaderos y propietarios agrícolas, destacando la figura de Carlos Piñar Pickman (1886-1972) como Subsecretario y fundador. Piñar será presidente del Sevilla F. C. entre 1921 y 1924, logrando el club tres campeonatos de Andalucía durante su mandato, pero esa, esa ya es otra historia.

15 abril, 2024

"Azituno".

Con un nombre peculiar, en esta ocasión, nos vamos a la zona cercana a Santa Lucía y la Ronda para descubrir una calle que aunque aparentemente no acoge ni edificios ni historias dignas de ser contadas, merece su hueco en este humilde blog, sobre todo porque no debe su  nombre a acontecimiento o personaje que lo mereciera; pero como siempre, vayamos por partes. 

En lo que fue una zona de huertas, arrancando desde Santa Lucía y terminando en el ruidoso trajín del tráfico de la Ronda de Capuchinos, en el siglo XIX zona aún amurallada, casi enfrente de la Avenida de Miraflores, la Calle Aceituno conserva su curioso nombre desde al menos 1665, aunque el conocido plano del Asistente Olavide (1771) aparece con el nombre de "Azituno" ¿Quizá se debiera ese nombre a la presencia en la zona de un olivo? ¿Es acaso apellido?

Se sabe de la existencia de molinos de aceite en esta zona, uno de ellos incluso propiedad del Cabildo de la Catedral de Sevilla, y también de las constantes quejas del vecindario por los malos olores provocados por el alpechín que salía de dichos molinos y era vertido en las proximidades de la cercana Puerta de Córdoba, algo que costaría entender en nuestros días. Además, calle actual no termina propia y directamente en la Ronda, sino en otra vía, hoy casi desconocida, llamada Corinto, y que en origen ahora estaría ocupada en parte por la actual Plaza del Giraldillo, espacio privado de una serie de bloques construidos en los años setenta del pasado siglo XX y cuyos laterales dan a Aceituno, San Hermenegildo y la Ronda de Capuchinos, sin olvidar que otro lateral da directamente al cercano Colegio Sor Ángela de la Cruz.

Sobre "Aceituno", acude en nuestra ayuda el clásico cronista sevillano Manuel Álvarez-Benavides, quien relataba en 1874 esta original teoría sobre el apelativo de esta calle:

"En época lejana hubo un  largo periodo de tiempo en el cual todas las noches se dejaba escuchar en esta calle un ruido acompasado y extraño, que traía, como si dijésemos en ascuas, a toda la vecindad. Se hablaba de que había encantamentos; dábase por cierta la existencia de un fantasma tan alto como la copa de un pino; muchos afirmaron haber visto salir llamas infernales de cierto punto de la calle, y que grandes columnas de humo formando espirales, eclipsaban el fulgor de las estrellas después de la una de la noche, y por último, las erróneas creencias y vulgares preocupaciones dieron gran longitud al radio del círculo de la superstición.

Las autoridades se encargaron por último de averiguar este asunto, sacando por resultado, que una fábrica de monedas falsas regenteada por un tal Andrés del Aceituno, era lo que ocasionaba el pánico de todos aquellos contornos. La justicia puso a buen recaudo a los laboriosos artistas que halló en aquella reprobada ocupación, los fantasmas terminaron, los asombros concluyeron, y desde entonces se dió a esta calle el nombre del Aceituno en memoria del criminal que por mucho tiempo explotó tanto los bolsillos cuanto la credulidad del público."

 Como se ve, de ser cierta esta teoría, estaríamos ante el peculiar caso de una calle que lleva el nombre de un delincuente detenido en ella, a lo que habría que añadir que a lo largo de su historia fue siempre una vía con un caserío de escaso valor y empobrecido, no hay que olvidar que estaríamos en una de las zonas más humildes del sector norte de Sevilla a lo largo de su historia, víctima de la escasez de recursos, las epidemias y la riadas. 

Quizá fruto de su ubicación, la calle fue escenario de diversos crímenes a lo largo de la historia, como el ocurrido en una fábrica de hielo establecida allí allá por mayo de 1911 y que se saldó con la muerte a puñaladas del encargado de dicho establecimiento, Manuel Martín Reyes, de cuarenta y tres años, a manos de un empleado del mismo llamado Diego González Muñoz, de profesión carrero, con domicilio en la calle Pureza. La prensa del momento se hizo especial eco del suceso, destacando la mala relación que existía entre ambos y la afición a la bebida del segundo, que fue detenido al poco de cometer el homicidio en las inmediaciones de la cercana calle Sol. 

Con el paso de los años, la zona se caracterizó por la presencia de diversas naves con función industrial, una maderera, por ejemplo, y por el profundo cambio urbanístico ocurrido a partir de 1963, tras la riada del Tamarguillo que afectó especialmente a esta zona y provocó la expropiación por parte de las autoridades de la mayoría de los corrales de vecinos ubicados en aquel sector, con el consiguiente desalojo hacia otras zonas urbanas y el desarraigo para muchos. Como curiosidad, sólo quedó en pie en la Ronda de Capuchinos el edificio en el que siguió abierta, durante un tiempo, la famosa cervecería Baturones (o "Baturrones"). Reedificado con viviendas de mayor nivel, poco queda de ese barrio populoso y empobrecido, tan lleno de contrastes, sólo quedan como edificios más antiguos la antigua parroquia de Santa Lucía, el colegio y beaterio de la Santísima Trinidad o la pequeña casa en la que nació Sor Ángela de la Cruz, cuidada con esmero por sus Hijas, pero esa, esa ya es otra historia.

08 abril, 2024

La calle de la Encomienda, el Adobo y un poeta en la Feria.

En esta ocasión, retomamos la costumbre de recorrer las calles de Sevilla, y, como atraídos por un poderoso aroma que se propaga por toda la zona, vamos a descubrir una vía que lleva el nombre, a su vez, de un poeta sevillano que en alguna ocasión recordó la Feria de Abril de su época; pero como siempre,vayamos por partes.


Entre la calle Velázquez (no con confundir con Tetuán) y la Plaza de la Magdalena, la calle José de Velilla llama poderosamente la atención, sobre todo a mediodía o por la noche, por el especiado sabor y no menos potente olor del adobo, ya se sabe, esa salsa que sirve para sazonar y conservar alimentos realizada con una base de vinagre, pimentón, orégano, ajo, sal y otras especias y que tiene un papel más que protagonista en los tradicionales boquerones fritos que se sirven como manjar en el no menos conocido establecimiento fundado en 1926 por José Blanco Cerrillo, constituyendo toda una seña de identidad para esta calle, llena ahora en nuestros días, curiosamente, de bares, establecimientos de belleza femenina y una reconocida clínica dental.

Al menos desde el siglo XVII, la calle recibió el nombre de la Encomienda, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de tal nombre, tan vinculado al sistema feudal medieval y a las órdenes militares de aquel tiempo, sin olvidar su relación con la forma de gestionar las propiedades en el Nuevo Mundo tras la llegada de los españoles. Durante años la prensa local del XIX y comienzos del XX registrará las constantes quejas del vecindario por los más que habituales escándalos provocados por ser zona de proliferación del "oficio más antiguo del mundo" y en 1914 tomará su actual nombre, en honor al escritor José de Velilla, quien nació en diciembre de 1847 y vivió durante un tiempo no lejos de allí, en la calle Manteros, actual General Polavieja. 

Velilla, historiador y abogado, triunfará a la temprana edad de diecisiete años con su primer drama, titulado Don Jaime el desdichado, arrancando ahí una importante trayectoria literaria que sabrá compaginar con su labor como procurador de tribunales y con el cuidado de su infortunada hermana Mercedes, reconocida poeta injustamente tratada por la sociedad de su tiempo. Miembro de la Real Academia de Buenas Letras y del propio Ateneo de Sevilla, hará gala siempre de sus combativas ideas, avanzadas y reformistas, y en unión de otros intelectuales sevillanos como Federico de Castro o Antonio Machado y Núñez (padre de Antonio y Manuel), liderará la lucha por el progreso de la ciudad. Sus inquietudes como escritor le llevarán al terreno lírico e incluso al satírico, colaborando con publicaciones de este tipo como El Tío Clarín, dejando huella por su certero y ácido estilo para caricaturizar escenas de la vida cotidiana, siendo incluso víctima de alguna denuncia mal intencionada. 

La Aurora, El Gran Mundo, El Liceo Sevillano, El Baluarte o El Alabardero serán espacios en los que publicará sus escritos, e incluso será requerido por publicaciones de "Despeñaperros para arriba", como La Correspondencia de España o Blanco y Negro, ésta última fundada en 1891 por el sevillano Torcuato Luca de Tena. Precisamente de esta afamada revista madrileña hemos recuperado unos interesantes textos de nuestro autor, ilustrados maravillosamente por el pintor José García Ramos, textos que buscan describir de la manera más colorista posible una de las fiestas de nuestra ciudad que ahora se aproxima: la Feria de Abril. 


Como es sabido, los concejales Narciso Bonaplata y José María Ybarra, catalán y vasco, respectivamente, lograron de la reina Isabel II el permiso para establecer una feria anual de ganados y productos agrícolas en nuestra ciudad, con el fin de promover las transacciones comerciales y dar aliciente a labradores y criadores de ganado para mejorar sus productos, a semejanza de otras ferias ya conocidas como las de Mairena del Alcor o Carmona. Se fijaron a tal fin los días 18, 19 y 20 de abril del año 1847 (el mismo año, curiosamente, del nacimiento de José de Velilla) y el llamado Prado de San Sebastián como lugar escogido para la Feria;  en ella, al decir de las crónicas de aquel momento, se movieron 9.684 ovejas, 4.289 carneros o 4.111 cerdos, y para los amantes de las cifras, baste decir que el volumen de negocio ascendió a la nada despreciable cantidad de 316.000 reales. 


Pasados los primeros años, en 1891 y como decíamos, José de Velilla publica un precioso artículo en Blanco y Negro, donde ya venía colaborando habitualmente con textos relativos siempre a nuestra ciudad y costumbres. Asentada y convertida también ya en una de las principales fiestas de la primavera sevillana (con permiso de la Semana Santa), Velilla analiza en su artículo la más que palpable evolución desde una mera feria ganadera hacia otro tipo de feria, eso sí, sin que aún se hubiera levantado la famosa Pasarela.

En primer lugar, destaca el aspecto del Real:

"Llegó el 18 de Abril, y desde por la mañana innumerable gentío acude al Real de la feria, yendo unos a pie, otros en ómnibus, tranvías y carruajes de todas hechuras y edades. Gallardos jinetes y bellísimas majas pasan al trote de sus caballos, con vistosos jaeces y paramentos, recordando los arreos que para cabalgar usaban los árabes. La movediza "ciudad de los tres días", formada por tiendas de lona listada de blanco y azul, con apariencias de campamento, y por artísticas casetas de madera labrada, que parecen trabajos de una grandiosa marquetería, ocupa el prado de San Sebastián, y los gallardetes, las banderas y las músicas alegran la vista y el oído."

A continuación, sin olvidar resaltar previamente la importancia de la feria ganadera, realiza una colorista descripción del bullicioso ambiente y la animación reinante en aquel lugar levantado para la celebración: 

"A un lado están los puestos de juguetes, encanto de los niños, cuyos ojos no se cansan de admirar, ni sus bocas de pedir; otro, los panoramas, los teatros mecánicos y las barracas de los saltimbanquis, los cuales producen ruido ensordecedor con las ingratas músicas de sus destemplados instrumentos; más allá, el titiritero que se traga una espada, arroja por-la boca cintas de colores y come estopa llameante; acullá, los caballitos llamados tíos vivos, cuya marcha giratoria y vertiginosa acompañan el tamboril y el pito; aquí, las fieras domesticadas ; allí, las figuras de cera y los polichinelas, con la desenfadada y picaresca Rosita y el aporreador Don Cristóbal; y en último término, los cafés y restaurantes (hay que españolizar la palabra), los establecimientos de bebidas, las tiendas donde se guisa menudo y caracoles, según reza el letrero, y las alegres y limpias buñolerías, adornadas con percales de tonos chillones..."

Tampoco olvida en el artículo, magníficamente ilustrado por José García Ramos, que las tardes están destinadas a los festejos taurinos en el coso maestrante, donde intervienen los más destacados diestros del escalafón, pero que, en cuanto se pone el sol, al atardecer, en la Feria:

"Las tiendas de los círculos, casinos y sociedades, y cada casilla , se convierten en salones de baile: suenan orquestas, pianos y guitarras, el repiqueteo de las castañuelas o palillos y el palmoteo clásico; los cantadores y los aficionados al cante más ó menos hondo lanzan sus interminables jipíos, y las apuestas jóvenes bailan las sevillanas y las manchegas con la sal y el ángel que sólo se hallan en esta tierra de María Santísima. En los instantes de descanso apúranse cañas de pálida Manzanilla y de oloroso y dorado Jerez, la alegría sube de punto (...) El cuadro es magnífico, e imposible bosquejarlo. La esplendidez y la generosidad andaluza, que son un vicio de la raza, exceden á toda ponderación en esas fiestas; pero Andalucía es la tierra del pipiripero, y así es el andaluz, aun en las clases humildes y trabajadoras: gasta hoy sin mirar el mañana, con rumbo de príncipe, aunque al día siguiente cante con melancólica filosofía:

Cuatro puertas tiene abiertas
el que no tiene dinero: 
la cárcel y el hospital, 
la iglesia y el cementerio."

José de Velilla morirá en agosto de 1904, sin saber que la ciudad le dedicará una calle no lejos del lugar donde vio la luz, sustituyendo la Encomienda por su nombre, una calle cuyo olor a adobo bien habría merecido un poema de los de su estilo, pero esa, esa ya es otra historia.