19 junio, 2023

La Mezquita "De los Osos."

En esta ocasión, y con la venia, vamos a centrarnos en un lugar poco conocido y del que aún subsisten elementos de cierta antigüedad, lo que ha llevado a muchos historiadores a resaltar su importancia, pese a que en la actualidad el edificio en cuestión sea mucho más conocido por algo que las religiosas que lo habitan venden casi a los pies de la Giralda que por otras cuestiones; pero como siempre, vayamos por partes. 

Durante la etapa de dominación musulmana, entre el año 712 y 1248, Sevilla poseyó hasta dos mezquitas mayores, o aljamas. La primera, la de Ibn Adabbás, fue constituida en el año 829 por el Cadí o Juez que impartía justicia por aquel entonces y algunos de sus restos arqueológicos se conservan a tres metros bajo tierra, en la cripta de la Iglesia Colegial del Salvador, sin olvidar la base de la torre que da a la calle Córdoba o los fustes y capiteles semienterrados del patio de los naranjos, que habrían formado parte del Sahn o patio de abluciones de dicha mezquita. A partir de 1172 las autoridades musulmanas, dado que la mezquita Ibn Adabbás se había quedado pequeña, determinaron la construcción de una de mayores dimensiones, y que a la postre será sustituida por la actual Catedral Hispalense.

 
No fueron éstas, evidentemente, las únicas mezquitas existentes. Se sabe, por ejemplo, que la comunidad judía recibirá en 1248 de manos del rey Fernando III un total de tres mezquitas para que se transformen en sinagogas, las actuales parroquias de San Bartolomé, Santa María la Blanca y Santa Cruz (el templo derribado por los franceses en 1814, no el actual de calle Mateos Gago). Aparte, la legislación del hijo del Rey Santo establecía sobre estas mezquitas: "E las mezquitas que debían ser antiguamente deben ser del rey e puédelas él dar a quien quisiere".

No es de extrañar, por tanto que en cada barrio hubiera oratorios o mezquitas de menor entidad, como es el caso, por citar algunas, de las situadas en zonas como San Gil, Santa Marina, San Julián o en el mismo barrio del Salvador, donde el historiador Julio González, gran autoridad en la materia, constató la presencia de hasta nueve antiguas mezquitas de barrio, algunas de ellas convertidas ya en 1411 en tiendas o viviendas. En total, algunas hipótesis, como la planteada por Pablo Roncero, marcan la existencia de noventa y tres mezquitas en la ciudad, de las que sólo un treinta por ciento se destinó al culto católico, mientras que un importante porcentaje, más del sesenta, se dedicó a uso mercantil o comercial. 

Otra de estas mezquitas, enclavada muy cerca de la Mezquita Mayor y próxima al posteriormente conocido como Corral de los Olmos, fue denominada la "De los Osos", sin que se sepa a ciencia cierta el motivo de tal apelativo, cuando menos curioso; en 1910, José Gestoso, a quien recurrimos de nuevo, publicó un breve artículo en el que afirmaba haber investigado el llamado "Libro Blanco", conservado en el Archivo catedralicio, que data de 1411. En él, figura una relación de las mezquitas otorgadas a cristianos durante el Repartimiento posterior a la conquista de la ciudad en 1248 y fruto de esos datos pudo comprobarse también que en ese año de 1411 existían unas casas muy cercanas al lado oriental de la catedral, vivienda habitual del Arcediano de Écija y canónigo catedralicio Fernán Martínez, al que. pese a sus buenas relaciones y elevado nivel intelectual se calificó como "varón de exemplar vida, pero de zelo menos templado que conviniera"; todo ello en relación a sus furibundas predicaciones e instigaciones contra los supuestos males provocados por los judíos del reino, que dieron como resultado el tristemente conocido Asalto a la Judería de Sevilla de 1391.

Pues bien, no deja de ser interesante que años después de este "Pogromo" antisemita, el propio arcediano fundó y dotó en 1404 un hospital bajo el patronato de Santa Marta usando para ello parte de sus casas y adquiriendo otras propiedad del cabildo de la catedral, todo ello mediante un trueque o intercambio, en el que entraron en juego varias casas, una bodega y tres mil maravedíes por la propiedad antes aludida; además, en el documento se afirma que: 

"Otorgamos y conoscemos que vos damos agora e para siempre en troque e en cambio que conosco facemos para el dicho ospital las casas que se siguen conviene saber: la mezquita que disen de los osos iten las casas que dexó Domingo Pérez, etc."

El hospital se benefició del legado testamentario del arcediano de Écija, llegando a suministrar hasta cuarenta o cincuenta comidas diarias a los menesterosos de aquel tiempo; conviene destacar que esta denominada mezquita "De los Osos", quizá fuera la misma, como describió el analista Ortiz de Zúñiga , que la que Alfonso X solicitó a la catedral: "pidió el Rey Don Alfonso X al Arzobispo y Cabildo unas mezquitas de las cuales había dado para morada de los físicos que vinieron de allende e para tenerlos más cerca, porque eran cercanas al Alcázar", o lo que es lo mismo, quizá se tratase de aquellos científicos de todas las ramas que el Rey Sabio congregó en torno suya para hacer de su Corte un lugar para la sabiduría y el entendimiento.

El mismo Gestoso y otros autores han estudiado los escasos restos que se conservan de esta mezquita, constatando que lo que ha sobrevivido se encuentra integrado en los muros del convento de religiosas agustinas de la Encarnación, en la plaza de la Virgen de los Reyes, sobre todo son visibles en el exterior correspondiente a la cabecera de la iglesia, antes de entrar en el callejón que da a la plazuela de Santa Marta; en esos muros se pueden ver varios ángulos que Gestoso atribuyó a "fábrica sarracena" así como varias ventanas ciegas con arcos polilobulados. 

El convento de agustinas, también conocido como el de Santa Marta, se fundó en 1594 en la plaza de la Encarnación, pero tras ser expulsadas de allí durante la invasión francesa en 1819, y con la ayuda del Cardenal Cienfuegos, las monjas recalaron en este antiguo hospital, donde continúan por fortuna haciendo gala del viejo lema de las clausuras, "Ora et Labora",  elaborando las formas para consagrar en las eucaristías de toda la diócesis, dándose la circunstancia de que las sobras, los famosos "recortes", son compra ineludible en su siempre solicitado torno. Como curiosidad, en 1868 el convento acogerá a las religiosas procedentes de otro convento agustino suprimido, el de Nuestra Señora de la Paz de la calle Bustos Tavera. 

Como detalle final, ¿Cuál fue la última mezquita que mantuvo abiertas sus puertas? Es complicado saberlo pero, según investigaciones realizadas en archivos hispalenses, tras las rebelión morisca de las Alpujarras, en 1502 se decretó la expulsión de los mudéjares sevillanos, la mayoría residentes en la morería del Adarvejo, en la zona de San Pedro y Santa Catalina, procediéndose a la incautación de la única mezquita que existía entonces, localizada en la antigua Plaza de Argüelles ahora del Cristo de Burgos. Su expulsión supuso un importante cambio social y económico, y la huella artística dejada por los mudéjares será siempre más que patente en Sevilla, pero esa, esa ya es otra historia.

12 junio, 2023

Rabiando.

En esta ocasión, vamos a tratar una figura concreta, un oficio, por llamarlo de algún modo, que parece que tuvo bastante predicamento en tiempos pasados, que era requerido para evitar "males mayores" y que incluso llegó a estar en nómina de algunos ayuntamientos o cabildos municipales. Pero como siempre, vayamos por partes. 

En un mundo como el medieval o el de los siglos XVI o XVII, en el que los perros vagaban por las calles como Pedro por su casa y en el que, además, de transmitir pulgas u otros parásitos, podían enfermar y transmitir la rabia, para la que no había vacuna, era muy corriente que, tras la mordedura de un perro rabioso, la persona mordida pudiera padecer también la hidrofobia, o la rabia. Conocida como enfermedad ya en el año 1224 a. C. en Babilonia, al ser un mal vírico, podía y puede llegar a ser grave para el hombre al generar, entre otras patologías, una grave encefalitis, que podía terminar siendo mortal en su etapa más extrema si no se había tratado convenientemente. A todo esto, al perro rabioso, o "perro malo", se le equiparaba con el mismo Diablo, al creerse que estaba poseído por él, con lo cual la influencia del factor religioso quedaba más que patente.

En aquellos tiempos, para curarla, existían, desde tiempo inmemorial los llamados "Saludadores" (palabra surgida de salud-dadores), especie de curanderos que se suponía gozaban de ciertos poderes o gracia divina que les concedía curar esta enfermedad a personas o animales.  Ahora bien, no todo el mundo podía pertenecer a ese grupo privilegiado de "saludadores", ya que para serlo tenían que darse en la persona una serie de condiciones un tanto especiales, casi extraordinarias, como el ser el séptimo hijo varón de siete hermanos varones, haber nacido en Jueves o Viernes Santo, Nochebuena o el día de la Encarnación, nacer con una cruz en el paladar, haber llorado en el vientre de la madre o ser el mayor de dos hermanos gemelos. 

El saludador se consideraba heredero directo de ciertas santas protectoras contra la rabia, por eso se grababan en alguna parte de su cuerpo símbolos relativos a ellas. Ya en 1538 el teólogo Pedro Ciruelo escribía, con cierta animadversión por cierto, sobre los saludadores en su obra Reprobación de las supersticiones y hechizerías

"Los saludadores, para encubrir la maldad, fingen ellos que son familiares de Santa Catalina o Santa Quiteria y que estas santas le han dado la virtud para sanar de la ravia y, para hazerlo creer a la simple gente, hanse hecho imprimir en alguna parte de su cuerpo la rueda de Santa Catalina o la señal de Santa Quiteria y ansí, con esta fingida santidad, traen a la simple gente engañada tras fe".

No deja de ser curioso, aseguraban poder curar con su aliento y con su saliva, e incluso ser inmunes a la acción del fuego, ya que podían, decían, beber agua hirviendo, caminar sobre una barra de hierro al rojo o meterse en un horno encendido. Además, para tener el "kit" completo, algunos incluso afirmaban tener clarividencia, dotes adivinatorias o un sexto sentido para detectar brujas, por lo que en ocasiones el mismo Santo Oficio recurría a ellos a la hora de hacer sus pesquisas sobre posibles hechiceras.

¿Qué trámites necesitaban para ejercer su oficio? En primer lugar, y esto es interesante, debían ser examinados por el obispo de su diócesis o por el mismo Tribunal de la Inquisición, recibiendo, en el caso de aprobar, una licencia que les permitía ejercer su labor. Se sabe que, en lugares de Galicia o el País Vasco, eran expulsados aquellos que no poseían esas licencias, mientras que en Valencia hubo funcionarios públicos que actuaban como examinadores al poner a prueba a los candidatos exigiéndoles que curasen a perros rabiosos usando su saliva. Si superaban el "test", prestaban juramento y obtenían su permiso por escrito. 

Los ayuntamientos, por tanto, recurrían con mucha frecuencia a los saludadores para que atendieran a vecinos y animales, otorgándoles a cambio cantidades de dinero o trigo, aparte de gastos de caballerías, criados, manutención y alojamiento en caso de que procedieran de otras tierras, o sea, una especie de dietas. 

El profesor Peris Barrio documentó varios casos de saludadores en lugares como Jaén, que en 1630 pagaba 24 reales a uno de ellos, Lagrán (Álava) que abonaba a una saludadora el importe equivalente a dos fanegas y media de trigo al año o en Oyón, también en Álava, donde el saludador era un niño de 14 años llamado José Ruiz y que fue contratado por el pueblo de Barredo, ajustando con su padre, que actuaba como "tutor intermediario", la cantidad anual de 30 reales por ejercer su labor. 

¿Cómo actuaban? Había diferentes modos, unos cortaban pedazos de pan con la boca y, mojados con su saliva, los daban a comer al ganado o a la persona afectada por la hidrofobia; otros, escupían directamente al enfermo o a los alimentos que iba a comer y otros, escupían en una vasija con agua que luego era dada al enfermo. Además, en ocasiones chupaban la herida de la mordedura y luego la escupían. Otros ingredientes frecuentes para curar la rabia eran pelos de los propios animales rabiosos o incluso su propia sangre. El propio Miguel de Cervantes, en su Novela Ejemplar "La Gitanilla", editada en 1613, hacía aparecer a una anciana saludadora con estas palabras: 

"Y acudió luego la abuela de Preciosa a curar al herido, de quien ya le habían dado cuenta. Tomó algunos pelos de los perros, friólos en aceite, y, lavando primero con vino dos mordeduras que tenía en la pierna izquierda, le puso los pelos con aceite en ellas, y encima un poco de romero verde mascado; lióselo muy bien con paños limpios y santiguóle las heridas, y díjole: -Dormid, amigo; que con la ayuda de Dios, no será nada."

Francisco de Quevedo (que los sitúa en el infierno, "condenados por embustidores") o el Padre Feijoó criticarán duramente a estos curanderos, descubriendo sus trucos y trampas, por lo que no es de extrañar que algunos fueran perseguidos y condenados por la Inquisición. Otras, como la famosa Catalina de Cardona,  estuvieron al servicio de Felipe II y sus nobles, pero no es menos cierto que, como "gremio", arrastraba no buena fama; en El Lazarillo de Tormes su protagonista describe a uno de los personajes indicando que "comía como lobo y bebía más que un saludador".

¿Hubo saludadores en Sevilla? Un viejo conocido de estas páginas, el cronista e historiador José Gestoso documentó en 1910 que en noviembre de 1441 los Alcaldes y Escribanos del Cabildo ordenaron al Mayordomo de la ciudad que entregase a Pero Alonso, de oficio saludador, 500 maravedíes   

"Que la dicha ciudad le mandó dar por el afán y trabajo que ha pasado y pasa en curar de las personas que estaban dotadas de rabia en la dicha ciudad y en su tierra los cuales con la ayuda de Dios todos guarecían de que se sigue mucho provecho y bien al común de la dicha ciudad y que tome de él su carta de pago".

Todo esto indicaba lo arraigada que estaba la creencia popular en estos curanderos, algunos de los cuales eran sevillanos, como Pedro Martínez, que realiza una petición por escrito al consistorio en agosto de 1491, como Bartolomé Porras, que en 1534 vivía en la Puerta de Triana o como Antón Sánchez, vecino de Alcalá del Río, el cual se obligó a pagar a Hernando Navarro, de oficio ropero, 48 reales que le debía de un manto que le había comprado allá por marzo de 1560. 

Todavía en 1750, fecha de la redacción del Catastro de Ensenada, se constaba la presencia de un Saludador en la ciudad de Écija, aunque alguno hubo que terminó desterrado de Sevilla, como Juan Martínez Gallego, natural de Santa Comba (La Coruña), de oficio sastre, pero también alquimista y saludador, que fue condenado por la Inquisición en un multitudinario auto de fe celebrado en el interior del convento de San Pablo (actual parroquia de la Magdalena) en 1627, acusado de blasfemias heréticas, como que no debía adorarse imágenes de madera por ser éste material sin vida o que el bautismo existía en el Islam y era buena cosa. Se le ordenó abjurar de sus errores bajo pena de cuatro años de ausencia de Sevilla.

Pasaron los siglos y los saludadores, muchos de los cuales eran simples pícaros embaucadores o parlanchines ingeniosos cargados de estampas y rosarios, siguieron gozando de cierta importancia, basada en la ingenuidad y la ignorancia del pueblo, incluso uno de ellos fue reclamado por el rey Carlos II el Hechizado para que curase un cáncer a la reina madre, sin resultado, por cierto.

 En el XVIII la Iglesia emprendió una campaña en contra de ellos, acusándolos de farsantes y la propia Corona también los persiguió por las mismas causas, sin olvidar el enfrentamiento con los albéitares, o lo que es lo mismo, los veterinarios de entonces; en 1764 un Tratado de Veterinaria los describía así:

"Son estorbo para que el Labrador logre el remedio a tiempo, unos hombres que vagan por el mundo, vendiéndose por virtuosos y santos varones, publicando que el Redentor del Mundo los escogió entre todos los demás para remediadores de infinitas enfermedades; éstos son los que se siguen: Saludadores, gente al fin engañadora y embustera por lo general,  ni más ni menos que los ensalmadores y curanderos, teniendo unos y otros mucha aceptación entre la gente vulgar en particular."

Todavía a finales del XIX, nada menos, había aún 300 saludadores, la mitad mujeres, repartidos en los diferentes barrios de Madrid, de manera que, pese a todo, estos personajes seguían ejerciendo su oficio con absoluta libertad. Incluso el diario sevillano El Liberal en 1903 recogía esta reseña: 

 Los salud-dadores fueron desapareciendo a lo largo del siglo XX, aunque puede que aún en nuestros días queden curanderos y ensalmadores, pero esa, esa ya es otra historia.


05 junio, 2023

Una duquesa con bula.

Aquella mañana de febrero hacía mucho frío en Sevilla. Corre el año 1511. Los rayos de un sol débil y escurridizo comenzaban a derramarse por las murallas de la Macarena. Un centinela, tiritando desde la altura de las almenas, da la voz de alerta mientras señala al norte: "¡Ya llegan!". Por el camino que va hacia San Jerónimo se divisa ya el colorido de los pendones y gallardetes con las armas de Castilla y Aragón junto con un fuerte contingente armado, seguido de gran cantidad de caballerías, carros y carretas; el rey Fernando II de Aragón y V de Castilla, el Católico, entra en Sevilla con un nutrido séquito y multitud de hombres de armas. 

El largo viaje le ha llevado hacia el sur por las heladas tierras castellanas, cruzando la provincia de Sevilla desde Guadalcanal a su capital pasando por el Pedroso, Cantillana y Alcalá del Río. Soplan vientos de guerra en el Mediterráneo, pues desde unos años antes se está conformando una poderosa flota con la que el monarca pretende invadir Túnez, deseoso de erradicar de allí al enemigo musulmán de una vez por todas y controlar ese complicado sector de la costa norteafricana.  

Viudo tras la muerte de Isabel en 1504, el rey Fernando ha concertado un matrimonio de conveniencia con la joven Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia, a la que le saca treinta y cinco años de edad, él tiene cincuenta y nueve, ella, veintiuno. Con la nueva reina, aficionada a fiestas y a la gastronomía de su tierra natal, acude a tierras hispalenses una destacada aristócrata castellana como dama de compañía, viuda y prima del rey Fernando por más señas; Teresa, que así se llama, acarrea en su voluminoso equipaje, entre baúles y cajas, un preciado cartapacio que contiene, plegado en varias partes, un pergamino muy especial: nada menos que toda una Bula Papal emitida en la misma Roma de los Papas. 

La corte asentará sus reales en Sevilla durante la primavera, el tiempo suficiente para incluso acudir a presenciar la ya célebre, vistosa y multitudinaria procesión del Corpus Christi, de la que se conservan algunos datos para aquel año, como que el Cabildo de la ciudad pagó 24.390 maravedíes por la colocación de  los toldos en las plazas de San Francisco, el Salvador o las Gradas, sin incluir los 1.133 maravedís que costó hacer los hoyos para los postes en las mencionadas zonas. A buen seguro que aquella procesión, con sus danzas, gigantes y Tarasca, tuvo que sorprender  a espectadores tan egregios.

Sin embargo, los vaivenes de la alta política, finalmente, obligarán a Fernando el Católico a desechar la idea de la ansiada conquista tunecina en favor de otros peliagudos asuntos de nivel europeo, de manera que la corte abandonará la ciudad a comienzos del caluroso mes de julio de aquel año. Será la última vez que el soberano aragonés vea Sevilla, pues encontrará la muerte en apenas cinco años.

Pues bien, ¿Quién era esa dama acompañante de la reina que, con el tiempo, acabará mereciendo una plaza con su nombre en Sevilla? ¿Qué texto contenía esa Bula Papal para tener tanto que ver con el Corpus Christi de nuestra ciudad? Como siempre, vayamos por partes. 

Teresa había nacido en 1450 y formaba parte de la más alta y rancia alcurnia castellana, no en vano era la hija del gran almirante de Castilla Alonso Enríquez y de María de Alvarado y Villagrán. Tras la muerte prematura de su madre, vivirá una infancia austera y cargada de prácticas religiosas y devotas junto a su abuela, casará a los veinte años con Gutierre de Cárdenas, Contador de los Reyes Católicos, y colaborará con la reina Isabel la Católica durante la conquista de Granada en ayudar a los heridos en los combates en aquellas tierras. Fallecido su marido en 1503, la duquesa viuda de Maqueda optará de buen grado a consagrar su vida ejerciendo la caridad mediante limosnas, fundaciones de hospitales y conventos, empleando para ello todo su patrimonio, algo que no hizo saltar de alegría precisamente a sus hijos. En la villa de Torrijos, en la provincia de Toledo, donde decidirá establecerse, contará con la ayuda del venerable sacerdote sevillano Fernando de Contreras, llevado allí por Teresa Enríquez al saber de su ingente labor en pro de los desfavorecidos en Sevilla. 

La propagación de la devoción a la Eucaristía será otra de sus grandes metas. Pasaba horas de oración ante el Sagrario y la tradición sostiene que ella misma exprimía las uvas de las que extraía el vino para consagrar en las eucaristías. Conocedora de la existencia de la cofradía del Santísimo Sacramento en Roma conseguirá que, con la ayuda de sus contactos con la orden franciscana, el mismísimo Papa Julio II en 1508 le otorgue una Bula, la denominada Pastoris Aeternis,  que le otorgaba la capacidad de fundar cofradías similares a la romana por donde quiera que fuese, además de numerosos privilegios e indulgencias, siendo denominada por el mismo pontífice como "loca del sacramento y embriagada del vino celestial". 

Así las cosas, Doña Teresa llegará a Sevilla con la corte real durante aquel frío febrero, con la bula "bajo el brazo" y merced a su influencia se fundará a partir de 1511 la Cofradía del Santísimo Sacramento del Sagrario de la Catedral, primera hermandad hispalense fundada para dar culto a la Eucaristía, a la que seguirán otras en diferentes parroquias, como el Salvador, Omnium Sanctorum, San Gil, la Magdalena, San Isidoro, Santiago o San Vicente, extendiéndose como fenómeno devocional a toda la provincia y la región. 


Precisamente a un lado de la parroquia de San Vicente, entre la calle del mismo nombre y la de Miguel del Cid, ya en 1574 existía una plaza que, como no podía ser menos, recibía el nombre de la mencionada iglesia. De modo extraño, en 1868, con la llegada de la Primera República ese título fue sustituido por el de Plaza de los Godos, sin que se sepa el motivo concreto de tal homenaje a este pueblo germano del noroeste de Europa, aunque curiosamente poco después, en 1876, (se ve que a los munícipes sevillanos les gustaban este tipo de denominacione)s, será bautizada, por poco tiempo, eso sí, como Plaza de Gunderico, en alusión al rey de los Vándalos que la tradición vincula con la parroquial de San Vicente, ya que se supone que el citado monarca tuvo la brillante idea de saquear el templo a caballo, siendo atacado (los cronistas no se ponen de acuerdo) bien por un demonio bien por un rayo, en el momento que intentaba violentar la puerta principal, muriendo "ipso facto", o lo que es lo mismo, en el acto.

Durante siglos la plaza, como tantas otras, funcionó como cementerio parroquial, prueba de ello es la cruz que se sitúa en su centro, y que es copia de la original conservada en el interior de la parroquia, original de 1582 y que fue retirada de su emplazamiento inicial en 1839. La cruz tiene en una cara la imagen de Jesús Crucificado y en la otra una imagen de la Virgen María. Las inscripciones del basamento, son dos, la primera tomada del Libro de las Lamentaciones: 

O lo que es lo mismo:

Oh, todos vosotros 
que pasáis por el camino,
prestad atención y mirad 
si hay un dolor semejante 
a mi dolor. 

La segunda es la llamada Bendición de San Antonio, casi un pequeño exorcismo para erradicar las tentaciones del Maligno:

He aquí la cruz del Señor
que padeció por nosotros,
huid enemigos de la salvación.
 
Como detalles curiosos, todavía en 1854 se seguían realizando inhumaciones allí, pese a las quejas de los vecinos por los malos olores y las molestias que ocasionaban los sepultureros y aún se conserva una lápida en la plaza, en el muro de la parroquia, donde se indica que por allí se avisa para administrar los sacramentos a deshoras. En el número 1 de la plaza tuvo su domicilio el profesor Manuel de Paúl Arozarena, fallecido en 1930, eminente botánico y miembro de la Junta Directiva del Ateneo de Sevilla. Además, se sabe que en el siglo XIX radicó allí una conocida Casa de Baños. 
 
Anuncio en 1874.

Además, la plaza ha visto reducida su superficie por sucesivas ampliaciones de la iglesia de San Vicente, en 1586 para construir la capilla sacramental y la sacristía, en 1761 para ampliar dicha capilla y nuevamente en 1827 por la edificación de otra una nueva capilla. A la postre, en 1919 y siguiendo los ruegos de los feligreses y clero de San Vicente la plaza quedó definitivamente bajo el nombre de nuestra protagonista inicial, Doña Teresa Enríquez, como recuerda un azulejo colocado por las hermandades sacramentales de Sevilla en 1987. 

Declarada Venerable por la Iglesia Católica el pasado 23 de marzo, prosigue aún abierto el proceso de beatificación de alguien fallecido en 1529 y cuyo cuerpo incorrupto se conserva en el monasterio de religiosas concepcionistas de Torrijos, localidad en la que dejó una profunda huella religiosa y arquitectónica pero esa, esa ya es otra historia. 


29 mayo, 2023

Hoyos.

Para esta publicación, o "post", como se suele decir, vamos a recurrir a una calle casi desconocida, con barreduelas ignoradas, un almirante valeroso y un nombre antiguo; pero como siempre, vayamos por partes. 

La calle Almirante Hoyos, entre Vírgenes y Cabeza del Rey Don Pedro, muy próxima a la calle Águilas y a la plaza de la Alfalfa, recibió durante mucho tiempo el nombre de Correo Viejo, debido a que en ella estuvieron las oficinas de este servicio de la Corona a comienzos del siglo XVIII; sin embargo, y como solía pasar en tiempos convulsos, la calle recibió con posterioridad los nombres de Prim, en honor a uno de los generales protagonistas de la Revolución de 1868, y Ocho de Marzo, pero no por el Día de la Mujer Trabajadora, sino por ser, qué cosas, la fecha del decreto gubernamental que ordenaba la disolución del siempre levantisco Cuerpo de Artillería allá por 1873.

Finalmente, en 1875 recibió su nombre definitivo, en honor a Francisco de Hoyos y Larreviedra, marino y astrónomo; nació en el pueblecito burgalés de Araduenda en 1782, figurando ya como guardiamarina en Cádiz en 1800, participando en los combates navales de cabo Finisterre (1805) contra buques británicos, siendo apresado y llevado a Inglaterra. Regresó a España bajo palabra de honor y durante la Guerra de Independencia luchó contra la armada napoleónica en la bahía de Cádiz,  logrando el grado de alférez de navío. Experto en lenguas extranjeras, hombre cosmopolita, durante sus misiones y travesías visitó desde Manila hasta Finlandia, pasando por Argel o Trípoli; en San Petersburgo, como detalle, será incluso condecorado por el Zar.

En 1840, tras estar ostentando el cargo de segundo astrónomo en el Observatorio de la Marina de San Fernando en Cádiz durante doce años, cambiará de destino al pasar a ser Director del sevillano Colegio Naval de San Telmo, una institución pionera en Europa  y piedra angular en la Carrera de Indias, auspiciada por la Corona desde 1682 para la educación en artes naúticas, el mismo donde apenas cinco años después comenzará sus estudios a los once años un chaval del barrio de San Lorenzo llamado Gustavo Adolfo Bécquer.

Durante esa etapa al frente de esta institución académica Hoyos vivirá en una de las casas palacios de la calle del Correo Viejo, el actual número 10 que aún se conserva, quizá el mismo en el que, siglos antes, vivió Doña María Coronel, y donde radicaron las antes aludidas oficinas postales. Durante el famoso bombardeo de la ciudad por el general Van Halen, afecto al regente Espartero, en 1843, el 24 de julio una bomba entró por una de las ventanas dicho edificio, la correspondiente a la zona de cocinas, muriendo en la explosión una criada del citado Almirante de nombre María Montesinos y chilena de nacimiento. Curiosamente el entonces Brigadier, militar de lealtad contrastada, se hallaba fuera de Sevilla al no haber querido reconocer la autoridad de Espartero, presentándose en Cádiz y poniéndose a las órdenes de las legítimas autoridades.

Integrado en la vida intelectual de la ciudad, culto, condecorado y con lo que entonces se decía de "mucho mundo", el distinguido almirante recibió de muy buen el puesto de Académico de la de Buenas Letras, en la que ingresó pronunciando, en 1845, un muy documentado discurso sobre Geografía Griega en tiempos de Homero, una lectura que sorprendió a todos por su enorme nivel de erudición; además, no olvidó a otros colegas suyos, ya que fue el principal impulsor de que el Ayuntamiento de Sevilla dedicase calles a los Almirantes Ulloa (en la zona de Alfonso XII - Monsalves), Valdés (calle desaparecida en la zona de Imagen), Espinosa (entorno de la Plaza de los Carros - Montesión) y Mendoza Ríos (entre Redes y Baños), ilustres marinos hispalenses para quienes Hoyos solicitó se conservasen sus casas natales y escribió sus biografías para que no se olvidase nunca su protagonismo en la Historia. El almirante Hoyos fallecerá en Cádiz (aunque algunos sitúan su muerte en Alhama de Granada) en septiembre de 1854, no sin antes haber sido nombrado Diputado en las Cortes por la ciudad de Sevilla.

Patio en el número 10.

El cronista Álvarez Benavides destacó la calidad y abundancia de las aguas de sendos pozos ubicados en el número 8 de la calle, todo ello sin olvidar que en ella tuvieron su sede en 1697 el Platero Domingo Riquel, una posada allá por 1821 y, en ese mismo siglo XIX, la escuela privada de niños de don Camilo Canalejo, de varias consultas médicas a lo largo de su historia, lo que da idea de la importancia de esta vía.

En otro orden de cosas, en esta calle estuvo a principios del siglo XVIII la imprenta de Francisco de Leefdael, quien tuvo allí sus prensas entre 1701 y 1727, de las que salieron multitud de obras, tanto religiosas y devocionales como teatrales, ya que se especializó en la edición de comedias, algunas clásicas como las de Tirso de Molina o Calderón de la Barca; a su muerte, será su viuda la que regente la imprenta, manteniéndola abierta hasta mediados del siglo XVIII con el nombre de Imprenta Real del Correo Viejo. 

Además, la calle (calificada en su tiempo por González de León como "angosta y corta") posee dos pequeñas barreduelas de bastante antigüedad y que nos recuerdan un tipo de entramado viario próximo a la etapa musulmana, no en vano muy cerca de allí estuvo la antigua judería; situadas en uno de los lados, una de ellas carece de nombre siquiera y se cierra con una cancela, mientras que la otra, de sorprendente y bastante longitud, se denomina Diamela, nombre que alude a un tipo de especie de jazmín y alberga alguna que otra vivienda de bastante antigüedad.

Barreduela de Diamela

Por último, no podemos dejar en el tintero el panel de cerámica sevillana situado en el número 1 de la calle, esquina con Muñoz y Pavón, buen ejemplo de azulejería comercial tradicional, que data de 1926 al haber habido allí una conocida tienda de comestibles y que ha sido restaurado recientemente con el mecenazgo de la propia firma bodeguera; eso sí, la calle, como tantas otras, ha visto cambiada su población, ya que está repleta de los ahora habituales apartamentos turísticos, lejos de las quejas de la prensa de los años 50 que aludía a "un grupo de mozalbetes, algunos bastante talluditos ya, que a casi todas las horas de día "gamberrean", "tirando a gol", ya casi en la confluencia de Vírgenes", pero esa, esa ya es otra historia. 



22 mayo, 2023

Entre pinos y marismas.

En esta ocasión, y aprovechando que se acerca la solemnidad de Pentecostés y con ella la anual romería en honor a la Virgen del Rocío, vamos a dedicar este post a la curiosa descripción realizó de esta festividad rociera un interesante y culto personaje hace más de ciento setenta años, descripción que, además, quedó puesta por escrito en un monumental diccionario; pero como siempre, vayamos por partes.

En mayo de 1806 nacía en Pamplona Pascual Madoz, quien a lo largo de su vida desempeñó un importante papel en la política de su tiempo, siempre bajo el signo del Partido Progresista. Ministro de Hacienda, presidió el Consejo de Ministros y la Junta Provisional que siguió a la caída de Isabel II, será protagonista principal de la llamada Desamortización de 1855, a la que dio su nombre y se hará también muy conocido por ser el responsable del denominado "Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar".

Este tipo de diccionarios estuvo muy de moda durante los siglos XVIII y XIX, y buscaba acumular y clasificar datos sobre territorios y sus habitantes, en un intento de sistematizar, estructurar y entender mejor la realidad socioeconómica de España y sus propiedades de ultramar. Sobresalen los ejemplos del Diccionario Geográfico de la Real Academia de la Historia, obra de Juan de la Serna de 1750, editado en tres tomos o el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, obra de Sebastián Miñano y Bedoya, publicado entre 1826-1829, entre otros. 

Editado entre 1845 y 1850, el diccionario de Madoz, por su parte, se compone de dieciséis volúmenes, y requirió la colaboración de veinte corresponsales y más de mil colaboradores, quienes con sus averiguaciones, aportaciones y pesquisas fueron engrosando esta magna obra, fuente de consulta para muchos investigadores, ya que en ella aparecen datos sobre cada población y sobre sus monumentos y restos arqueológicos, sin olvidar aspectos puramente económicos, administrativos, educativos, folklóricos o estadísticos a nivel local, aunque se cree, a título anecdótico, que los propios ayuntamientos proporcionaban datos más bajos de los reales a fin de evitar tener que pagar más impuestos o disminuir el reclutamiento militar obligatorio de sus habitantes. 

Gracias al equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas de Hispalensia, capitaneados por Don Alonso de Escalona, hemos descubierto que en el tomo II, publicado en 1845, dicho Diccionario incluye al término municipal de Almonte, dentro del partido judicial de Moguer, ocupando un área de 40 leguas cuadradas, o lo que es lo mismo, más de 93.000 hectáreas, destacando la abundancia de fuentes y abrevaderos, lagunas y pantanos. A tres leguas del municipio, Madoz destaca la ermita dedicada a Nuestra Señora del Rocío, que ocupa "sitio pintoresco y delicioso" en una llanura, camino a Sanlúcar de Barrameda y al margen de la llamada Marisma. Curiosamente, ya en el diccionario de Sebastián Miñano aparece la mención al "célebre santuario"; la descripción de la romería por parte de Madoz, aunque breve, no elude detalles que a buen seguro recordarán a la actual, desde la presencia de las hermandades filiales y su presentación hasta aspectos relativos a la fiesta, tanto popular, como religiosa. Pero, será mucho mejor quizá que permitamos al propio Diccionario referir cómo era el Rocío de aquellos años, mucho antes de la llegada de la multitudes: 

Todos  los  años  en  las  pascuas  de  Pentecostés  se  hace  a ella  una  romería,  que  es  de  las  mas  célebres  de  Andalucía, pues  que  en  ella  se  reúnen  mas  de  seis mil almas de  distintos pueblos  muy  distantes  algunos  de  ellos.  De  muy  antiguo  hay  establecidas hermandades en  La Palma,  Moguer,  Pilas,  Villamanrique, Triana,  Rota y  Almonte,  que  salían  de  sus  respectivos  pueblos para  encontrarse  en  la  víspera  del  día  de  la  Pascua  en  el  Real de  la  fiesta;  iban  formalizando  la  entrada  por  orden  de  antigüedad, precedidos  de  dulzainas  y  atambores,  pasando  por frente  de  la  puerta  principal  de  la  ermita,  y  llevando  cada  uno su  pendón,  al  que  siguen  el  hermano  mayor  y  demás  hermanos y  hermanas  sobre  los  vistosos  carros o  enjaezadas  caballerías en  que habían hecho su  viaje.  No se  ha  entibiado,  sin  embargo, la  devoción  de  estos  habitantes a  la  Virgen,  y  continúan  con  igual fervor,  prestándole  este  tributo  de  adoración  y  de  respeto, siendo  de  admirar  el  que  a  pesar  de  la  concurrencia,  que  después se  entrega  a  toda  clase  de  diversiones,  rara  vez  tiene que  mediar  la  autoridad  para  cortar  las  desavenencias  que  indispensablemente deben  promoverse,  pues  que  todas  cesan  al grito de  "¡Viva  la  Virgen  del  Rocío!";  y  aunque  todos  dejan  en libertad  sus  caballerías  para  que  pasten  en  las  inmediaciones, sin  que  nadie  las  custodie,  no  se  ha  dado  caso  de  un robo.  Cerca  de  esta  ermita  hay  una  fuente  de  aguas  frescas,  ricas e  inagotables. 

Dejando a un lado el cálculo de las personas que acudían a venerar a la Virgen del Rocío en su anual peregrinación y el uso del término "pendón" para aludir a los Simpecados, no deja de ser curioso el pequeño listado de hermandades filiales; figuran en él, aparte de la Hermandad Matriz de Almonte, las de Villamanrique, Pilas, La Palma del Condado (fundadas en el siglo XVII), Moguer (siglo XVIII) y Triana (año 1814), mientras que se echan en falta, por olvido o desconocimiento, las hermandades de Sanlúcar de Barrameda (que data como mínimo del siglo XVII) o la más moderna por aquel entonces, Umbrete, constituida en 1829. Por otra parte, precisamente entre los años en los que se publicó este Diccionario de Madoz, en 1849, tomó carta de naturaleza también otra hermandad que goza ahora de gran solera, la de Coria del Río, amadrinada por la Hermandad Matriz de Almonte y que actualmente ocupa el octavo lugar en el listado de hermandades filiales por antigüedad. Detalle interesante, destaca la presencia de la Hermandad de Rota, una corporación que ya en el siglo XVIII peregrinaba hasta el Rocío subiendo en barcazas por el arroyo de la Canaliega, siendo sus cofrades gentes dedicadas al pastoreo o a la fabricación de carbón y que lamentablemente, dejó de acudir a la romería perdiendo por ello su antigüedad, siendo creada de nuevo en 1978 y ocupando actualmente el puesto número 52 en el listado de filiales de la Matriz Almonteña. 


Merece la pena reseñarse lo que supone para el sorprendido cronista el hecho de que durante esos días de romería, con una gran aglomeración de público, no se registren ni delitos ni incidentes, así como el mencionar que ya por entonces, y como ahora, convivían las facetas religiosa y lúdica, y que ambas coexistían en perfecta armonía, quizá en comparación con otras romerías que terminaron por desaparecer debido a los abusos e incidentes que se producían en ellas, como es el conocido caso de la de Consolación de Utrera, prohibida por Carlos III en 1771 ante los incontrolables desórdenes causados por la multitud que acudía a aquella localidad sevillana.

La mención a la existencia de una fuente de agua cercana a la Ermita quizá sea una alusión al Pocito del Rocío, o lo que es lo mismo, un manantial en forma de lo que, técnicamente, se denomina rezume u "ojo de marisma", fruto del acuífero existente bajo las arenas, y que a la postre quedó conformado como pozo tras las obras realizadas en la propia Ermita tras el terremoto de Lisboa de 1755 con el fin de paliar la escasez de agua potable, sobre todo durante la romería. El pozo, como sabemos, forma parte de la simbología de la Romería e incluso un viejo conocido de estas páginas, el sevillano canónigo de Hinojos Juan Francisco Muñoz y Pabón le dedicó una famosa copla en 1919 y que ha quedado plasmada en azulejería en el brocal de dicho lugar:

"Pocito del Rocío,

¡Siempre manando!

¡Lo mismo que la Virgen:

siempre escuchando!

¡Rocío hermoso!

Cuando la Virgen sale, 

rebosa el Pozo."

Por último, la publicación de este Diccionario de Madoz coincide casi temporalmente con la primera visita al Santuario del Rocío, en el Pentecostés de 1851, de unos personajes que influirán decisivamente en la difusión y crecimiento de la devoción a la Virgen del Rocío: Antonio de Orleans y María Luisa de Borbón, los Duques de Montpensier, recién llegados a Andalucía procedentes de Francia, aunque, todo hay que decirlo, y como ha investigado el historiador Julio Mayo, en esta primera visita sólo acudió el duque, dado el avanzado estado de gestación de su esposa, que esperaba a su segunda hija, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona.



15 mayo, 2023

Por Amor de Dios.

En esta ocasión nos vamos a encaminar hacia una céntrica calle bastante transitada, por la que casi no pasan cofradías, residencia de nobles y pintores, que albergó señeros hospitales, un histórico instituto de enseñanza secundaria y hasta un teatro donde por primera vez se vio danzar el "pecaminoso" baile del kan-kan. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Conocida durante años como la calle de la Pellejería en honor al gremio establecido allí por orden de los Reyes Católicos, en la calle que iba "a la laguna" en alusión al carácter inundable de la actual Alameda de Hércules, la de Amor de Dios se halla entre las calles Javier Lasso de la Vega y Conde de Torrejón, constituyendo toda una especie de transición urbanística desde la zona plenamente céntrica junto a la Plaza de la Campana hasta alcanzar un sector con tantas facetas como la antes aludida Alameda, circunstancia que sirvió, en 1880, para que se crease una línea de tranvías que uniera ambos extremos. En el siglo XVII se sabe que la calle se hallaba ya empedrada y existió en ella el conocido Mesón de la Almeja.

El apelativo de Pellejería duró poco tiempo, tomando el actual del conocido Hospital allí establecido y que ocupaba la manzana comprendida entre las calles Delgado, Trajano y la propia de Amor de Dios. Al decir de los cronistas locales, como González de León, el Hospital "era grande y diáfano, con dilatadas cuadras, suficientes a muy gran número de enfermos, preparadas para invierno y verano" y permaneció en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que fue reunificado junto con otros para conformar el Hospital Central de la Macarena en las Cinco Llagas, siendo demolido finalmente el edificio hacia 1860 y, sobre su espacio, construido un teatro-circo llamado Lope de Rueda, inaugurado el 15 de noviembre de 1868 con un aforo de quinientas localidades y todas las comodidades de aquel tiempo.  

El escritor e historiador Luis Montoto describía el ambiente de dicho lugar de manera "colorista", por decirlo de algún modo: 

"El bullicio que allí acudía era maleante y bullicioso, de ordinario compuesto por estudiantes, criadas de servicio, niños y soldados... Allí donde por ver primera se bailó el bailecito que con el nombre de Kan-Kan nos regalaron los franceses; baile obsceno, como la vieja zarabanda... Las obras que allí se representaban correspondían a las condiciones materiales del escenario, a la índole de las compañías y al carácter del público que, más que gozar de los halagos de la Talia española, iban a pasar un rato de broma y zambra."

A título anecdótico, no fue, al parecer, el único establecimiento popular, pues Álvarez Benavides contaba, allá por 1874, que en ese mismo solar hubo..., bueno, quizá sea mejor que sea él mismo quien lo narre con su peculiar verbo:  

"En ese mismo local estuvo establecido el año 1868 el café titulado Las Flores, servido por camareras de alarmante fisonomía, con el objeto de atraer clientela por medio de tal novedad. Sin embargo, el público no favoreció este café, y no tardó en desaparecer del mapa contribuyente".
Hemos de confesar que nos ha dejado obnubilados lo de "alarmante fisonomía"; alejados los seculares temores a posibles inundaciones por las crecidas del Guadalquivir (un tramo se denominó Pasadera de la Europa por esta razón), posee un pasaje a la calle Trajano en honor a la bordadora Esperanza Elena Caro e incluso una barreduela llamada Nevería hasta 1845 un poco antes de desembocar en la Alameda. Proliferan viviendas modernas, aunque no podemos olvidar el inmueble situado en el número 6 de la calle y que muchos recordarán por haber sido sede de la Cruz Roja; este edificio fue anteriormente propiedad de los marqueses de Nervión e incluso algunos autores sostienen que fue el palacio de los Ortiz de Zúñiga, uno de cuyos miembros, Diego, fue el conocido autor de los Anales de Sevilla, estando sepultado en la cercana parroquia de San Martín. También residiría en la calle, al parecer en el número 14 actual, el pintor Juan de Valdés Leal, cuyo nombre documentó ya el investigador José Gestoso en el padrón de Sevilla de 1665, falleciendo en dicha casa allá por 1690 y sepultado en la parroquial de San Andrés, como recuerda la lápida colocada en una de sus puertas.

Además, casi frente a ese edificio, estuvo el convento de la Concepción, de franciscanas concepcionistas, la misma orden religiosa que cerró hace algún tiempo su último convento en Sevilla, el de la calle Socorro; éste de Amor de Dios, fundado inicialmente en la calle Santa Ana en 1475, desapareció en las desamortizaciones de 1837 y todavía algún fragmento forma parte de la actual sede del Colegio de Notarios que tiene su entrada por calle San Miguel. Como curiosidad, este convento quedó convertido en parada de diligencias, fábrica de tejidos y otros talleres, entre ellos una industria del corcho. 

Por supuesto, merecen la pena dos edificios que se hallan frente a frente casi de manera simbólica. Por un lado, el ahora cerrado Cine Cervantes, construido como teatro en 1873 bajo planos del arquitecto Juan Talavera y de la Vega, autor del Costurero de la Reina y padre del otro Juan Talavera, el gran creador de edificios regionalistas vinculados a la Exposición Iberoamericana de 1929. Inicialmente concebido como Gran Teatro Cervantes, por su escenario pasó lo más granado del panorama dramático de su época, como la gran Margarita Xirgú en 1877, quien actuó en presencia del rey Alfonso XII o con la representación, por supuesto, de comedias de corte popular como las escritas por los hermanos Álvarez Quintero y rivalizando con el Teatro San Fernando; el Cervantes se convertirá en sala de proyecciones cinematográficas en la década de los cincuenta del siglo XX tras la reforma a la que se vio sometida por los arquitectos sevillanos Delgado Roig y Balbotín. Por desgracia, tras la Pandemia, permanece clausurado y sin uso futuro a corto plazo, lo que ha encendido las alarmas por el posible destino de un lugar cargado de historia que ahora cumple ciento cincuenta años. 

Cartelera teatral en 1906.

La calle, allá por los "Felices Años Veinte", supo hacerse un hueco dentro de la vida nocturna de la ciudad, como relató Manuel Ferrand en su obra "Las calles de Sevilla": 

"Durante siglos calle de hospital y de conventos, se desmelenó en llegando los años veinte, cuando la ciudad tenía puerto concurrido y entre señoritos y forasteros gastosos era posible la Sevilla de la noche, pesadilla de biempensantes. El Olimpia, el Variedades, el Barrera, el Maipú y la Pianola mantenía el fuego non sacro del cabaret bullanguero". 
Anuncio publicitario, año 1932.

Por otra parte, ocupando la acera de los pares, en el número 28, se alza el Instituto de Enseñanza Secundaria "San Isidoro"; se constituyó en 1845 y se construyó en parte sobre el solar del desamortizado convento de San Pedro de Alcántara, que aún conserva la capilla de la Venerable Orden Tercera Franciscana, un hermoso ejemplo de iglesia barroca con entrada por la calle Cervantes. El San Isidoro, creado como Instituto Provincial ligado a la Universidad, fue durante años el único Instituto de Bachillerato de Sevilla y, como curiosidad, en él estudió la primera mujer española en conseguir el grado de Bachiller, concretamente en el año 1877; tal logro, reconocido por la Dirección General de Instrucción Pública a instancias del Rector de la Hispalense, fue conseguido por la sevillana Encarnación del Águila Sánchez y dio paso a que en 1882, por citar un curso, hubiese matriculadas otras 17 alumnas, sólo una menos que en el Instituto de Gerona, el que poseía la mayor tasa de matrículas femeninas en aquel entonces.

Igualmente, por las aulas de este Instituto con tanta solera ha pasado una larga lista alumnos reconocidos en muchos ámbitos profesionales, desde Alberto Lista (su primer Director) a Felipe González, pasando por Severo Ochoa, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda, Antonio Domínguez Ortiz, Manuel Machado, Juan Antonio Bardem, Joaquín Romero Murube, Gonzalo Bilbao o los antes mencionados hermanos Serafín y Joaquín álvarez Quintero, entre otros. Además, en su claustro de profesores han figurado Joaquín Guichot, Demetrio de los Ríos o Mario Méndez Bejarano, por citar algunos. 

Y todo ello, además, sin olvidar su magnífica biblioteca, que atesora ejemplares, manuscritos y mapas desde 1515, o su laboratorio histórico que conserva instrumental de antiguos gabinetes ciencias químicas o físicas.

En la actualidad la calle Amor de Dios ha perdido gran parte de sus comercios tradicionales, como estancos, papelerías, floristerías o la conocida Droguería Martín, cuyo local desapareció en 2020 en beneficio de un hotel, pero esa, esa ya es otra historia

01 mayo, 2023

A las Armas.

No, en esta ocasión no nos vamos a poner en pie de guerra ni tampoco vamos a relatar algún suceso bélico, antes bien, nos centraremos en una calle que recibió este nombre, que fue primera vivienda para una Santa, y que podemos considerar una de las clásicas de nuestras ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 


Alfonso XII, que así se llama la vía que intentaremos pormenorizar en la medida de lo posible, abarca desde su desembocadura junto a la Puerta Real hasta su finalización en la céntrica Plaza del Duque, y debe su nombre, lógicamente, al monarca español que reinó entre los años 1874 y 1885; sin embargo hasta entonces se había llamado de las Armas. ¿El motivo? No está del todo claro, como suele ocurrir, ya que mientras algunos autores como Álvarez Benavides se atreven incluso a centrar su origen en un arsenal de época islámica en la zona antes aludida de los Humeros, González de León alude a que tal término tendría que ver con la entrada por esta calle del victorioso Fernando III de Castilla en 1248 tras conquistar la ciudad, e incluso Santiago Montoto menciona que lo de "Armas" podría tener que ver con la abundancia de blasones y escudos de piedra que decoraban las fachadas de no pocas casas en esta calle, que aún mantiene un interesante contraste entre las grandes casas tradicionales sevillanas con patios con otras más modestas e incluso con edificios de estilo modernista, como veremos. En cualquier caso, el nombre se ha conservado en la cercana Plaza de Armas.

En cualquier caso, desde 1883 fue bautizada con el apelativo de Alfonso XII y así ha llegado hasta nosotros, salvo por el breve periodo de la II República en el que se cambió por "Catorce de Abril" en recuerdo de la fecha de su proclamación. En el siglo XVI fue pavimentada de ladrillo colorado, con las consiguientes quejas de los vecinos que preferían el ladrillo blanco, siendo adoquinada en 1886. Dada su situación topográfica y su proximidad al cauce del río, fue siempre calle propensa a sufrir riadas e inundaciones, como marca todavía un azulejo en la esquina con la calle Bailén, dándose el caso de que incluso el propio ayuntamiento llegó a establecer un servicio de barcas para atender la movilidad de la población en tiempos de riadas. 


Por desgracia, en 1868 desapareció el convento de la Asunción, quedando convertido en club republicano, corral de vecinos para más de trescientas personas y posteriormente en almacén de maderas. Estuvo situado en el frente de la calle que da a la Plaza del Museo, entre las calles San Vicente y Abad Gordillo y su pérdida definitiva, derribado a comienzos de los años 60 del pasado siglo XX, en un tiempo en que el respeto al patrimonio histórico artístico brillaba por su ausencia.

Además, hay que destacar en la calle la presencia de la iglesia de San Gregorio, sede canónica de la Hermandad del Santo Entierro; fundación jesuita en sus orígenes allá por 1592 como seminario para irlandeses, quedó sin uso tras su expulsión,  sirvió como sede también de la Real Academia de Medicina y Cirugía, fundada en 1697 y trasladada allí en 1771, así como del Colegio Médico y el de Farmacéuticos, que aún mantiene su edificio aún en la misma calle, pero más arriba, concretamente en el número 51. Curiosamente, también allí se asentó el Colegio de Sangradores y Dentistas fundado en 1865, la Academia de Buenas Letras y hasta la llamada Sociedad Filosófica de Libres Pensadores; sin duda, un lugar bien aprovechado.

Junto a San Gregorio, en el número 12, el edificio que ha sido sede hasta ahora, desde los años cincuenta, de la Escuela Superior de Estudios Hispanoamericanos; nacida al calor de la huella histórica y documental atesorada por nuestra ciudad,  en estos momentos parece haber sido desmantelada e integrada dentro del organigrama del denominado Instituto de Historia dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación. Posee una inmensa biblioteca con cerca de 84.000 títulos y 100.000 volúmenes cuyo destino esperamos que siga siendo el actual. En este lugar tuvo su redacción el diario El Noticiero Sevillano, que se publicó entre 1893 y 1933. 

Por supuesto, tampoco puede olvidarse la iglesia de San Antonio Abad, de donde sale la Hermandad de El Silencio, templo que es en realidad fruto de la unión de dos edificios y del que hablamos no hace mucho a raíz de un intento de robo con uso de dinamita incluido. En cualquier caso, siempre es de destacar no sólo el papel de la cofradía como mantenedora del templo, sino la presencia en su atrio de la pequeña imagen de San Judas Tadeo, foco de gran devoción popular a lo que colabora la cercanía de unos grandes almacenes muy ingleses; por cierto, en ese atrio se conserva una hermosa cruz de forja que tradicionalmente se había declarado como procedente de la parroquia de San Julián, aunque trabajos recientes realizados por Joaquín Delgado Roig la sitúan como procedente de la casa palacio de la condesa viuda de las Torres de Guadiamar. 


Mención aparte merece la extinta Biblioteca Pública, cerrada y en abandono desde hace más de veinte años. Edificio en origen vinculado a la Compañía Sevillana de Electricidad, en 1979 abrió sus puertas, siendo trasladados sus fondos en 1999 la nueva Biblioteca Pública Infanta Elena, situada en el entorno del Parque de María Luisa. Ojalá pronto se le de uso a un edificio cerrado tanto tiempo y en una zona de tanta importancia. 

La calle Alfonso XII fue escenario también de la entrada de un monarca, en concreto de Felipe II en el año 1570; se sabe que, con la idea de dar énfasis al papel de la flota de Indias y del propio río, el rey embarcó en una barcaza a la altura de San Jerónimo, pasando revista a una concentración los  cincuenta navíos bellamente engalanados para la ocasión, a continuación, entró en la ciudad por la entonces llamada Puerta de Goles y de ahí a la calle de las Armas, con destino a su residencia a los Reales Alcázares en medio del regocijo popular y de grandes demostraciones de alegría y respeto hacia el monarca.

Tampoco podemos olvidar que en mayo de 1575 Teresa de Cepeda y Ahumada, la futura Santa Teresa de Jesús, llega a Sevilla con la idea de fundar su décimo primer convento carmelita descalzo y para ello elegirá una humilde vivienda en la calle Armas, incómoda, sin amueblar y carente de alimentos por no contar con dinero, donde asentará una exigua comunidad con seis religiosas. El clima, las gentes y el ambiente de la ciudad harán mella en la mística de Ávila, recia castellana, quien afirmará tajante: "confieso que la gente de esta tierra no es para mí"; a punto estará de marcharse de no ser por la ayuda económica de su hermano Lorenzo, que desembarca en Sevilla procedente de Indias y contribuirá a adquirir una nueva casa en la actual calle Zaragoza, antes de la Pajería.  

Cosas de otros tiempos, en 1857 la calle Armas estuvo en boca de sesudos arqueólogos extranjeros y catedráticos de prestigio quienes anduvieron intentando dar con la tecla para traducir y desentrañar cierta inscripción situada en un edificio de la calle, a todas luces romana para ellos, que presentaba bastantes dificultades por el uso de abreviaturas y términos desconocidos o extraños para la comunidad académica del momento, o al menos así lo narró Álvarez Benavides cuando dio detalles sobre el hallazgo en esta calle. La inscripción decía así:

Y tras arduo trabajo por expertos y peritos en la materia al final se pudo comprobar que lo que decía era lisa y llanamente: 

AQUÍ SE 

VENDEN 

SANGUIJUELAS.

¿Por qué se vendían estos desagradables anélidos en plena calle Armas? Probablemente, alguien se dedicaba a capturarlos, con la idea de sacar algún provecho económico, pues desde antiguo eran muy apreciados en medicina por su capacidad anticoagulante, anestésica, antiinflamatoria y vasodilatadora. 

Sede de negocios varios, destacó por albergar en ella diversas imprentas en a lo largo de los siglos, como por ejemplo la del famoso Fernando Díaz, editor e impresor de obras de Nicolás Monardes o Argote de Molina allá por el siglo XVI y que trasladó sus prensas desde la cercana calle Sierpes hasta la de las Armas, junto a San Antón; del mismo modo, el portugués Francisco de Lira en el XVII, también tuvo su negocio impresor junto al Colegio Inglés, ahora San Gregorio, teniendo en su haber un extenso catálogo bibliográfico con obras de Juan de Jáuregui o de mismo Francisco de Quevedo. Por último, ya en el siglo XVIII fue José de San Román y Codina, hermano del grabador Diego, quien estableció su negocio impresor en esta calle.


La calle, por fortuna y todavía, un buen puñado de edificios de carácter histórico y modernista, como las dos casas diseñadas por Aníbal González para Laureano Montoto en 1905 y que ocupan los números 27 y 29, además de otra en el número 21. Tampoco podemos dejar en el tintero, como hemos mencionado, que subsisten casas señoriales de cierta entidad, como la que ocupa el número 48 de la calle y que perteneció a Andrés Lasso de la Vega, Conde de Casa Galindo, prueba de lo que en el siglo XIX afirmó el viajero romántico Richard Ford, buen conocedor de la ciudad, que no dudaba en recomendar esta vía para aquellos foráneos que deseasen hospedarse en Sevilla tanto en invierno como en verano, pero esa, esa ya es otra historia.