31 octubre, 2022

Cuando tembló la tierra.

Como alguien quizá recuerde, el 1 de noviembre de 1755 la tierra tembló en Sevilla y en muchas otras zonas de España, registrándose un movimiento sísmico de tremendas proporciones que causó ingentes daños humanos y materiales, siendo el primero que fue estudiado con los medios científicos de la época. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Eran aproximadamente las diez de la mañana de aquel día de Todos los Santos cuando, con epicentro a unos 300 kilómetros de Lisboa en el Océano Atlántico, se produjo el maremoto. Se estima que su intensidad habría oscilado entre los 8,7 y los 9.0 en la escala de magnitud de momento, causando enormes daños en primer lugar por el derrumbe de casas y edificios y después numerosas víctimas por el subsiguiente Tsunami que arrasó ciudades enteras o devastó capitales como Lisboa, víctima además de un sinfín de inundaciones e incendios que se prolongaron durante días. Del mismo modo, Cádiz (que sufrió olas de 20 metros de altura) o Huelva (con derrumbes y desprendimientos de gran calado) fueron víctimas de la virulencia del seísmo. 

Terremoto en Lisboa, pintura de Joao Glama (1708-1792), 1755.

 ¿Qué ocurrió en Sevilla? A juzgar por la documentación solicitada tras el terremoto por la Corona a las ciudades que lo padecieron, la misma víspera o aquella mañana estuvieron llenas de sucesos extraños que sorprendieron a muchos, tal como narran unas peculiares "Anotaciones de unos Matemáticos y Curiosos sobre el terremoto sucedido en 1º de noviembre del año de 1755, a las 10 horas, y 4 minutos de la mañana, en la Ciudad de Sevilla; útil para que trabajen los Físicos, y poderse precaver en lo posible, las gentes y sus edificios.", incluidas en la documentación remitida a la Corte por las autoridades sevillanas:

"La mañana referida de él estaba en calma, y con un calor no regular; el cielo y el Sol de un aspecto triste, y a las siete y media de ella se apareció una niebla de vapores espesa, en figura redonda, la que se fue extendiendo por la que el Sol parecía como Luna pero de mayor magnitud, y con aspecto espantoso; la que se desvaneció a las nueve y media; pero éste quedó del propio modo. No había viento, y el que se conocía era del nordeste, y después del terremoto lo hubo algo fuerte del Nordeste. 

Dicen que se encontró en algunos pozos el agua turbia, y que un hombre del campo, en su lugar, habiendo hallado así que la que temprano sacó del suyo, pronosticó grandes desgracias y fue con su mujer a oir misa, para precaverse.

La misma mañana, temprano, vieron algunos en la Puerta del Arenal asomarse por el husillo de la Laguna grandes ratas, y ratones, y en el colegio de la Compañía haber cogido el taquillero el día antes y el mismo muchas de estas, como muy natural, pues dejaron sus cuevas, y sitios, no pudieron sufrir las exhalaciones que por los poros de la tierra subían y las sofocaban, y aturdidos por la novedad, y del fuego, huían de sus moradas. "

En un claro ejemplo de estudio zoológico previo al sismo, algunos observadores notaron comportamientos extraños en aves, lobos, perros y caballos, como si presintieran lo que iba a ocurrir, mientras que otros afirmaron escuchar el ruido bajo la tierra cinco minutos antes del terremoto. Además, el interesante documento relata cómo grandes edificios oscilaron por la vibración, como por ejemplo la Giralda o cómo también los efectos del sismo se dejaron sentir, y mucho, otras localidades como Coria, Carmona o Bollullos Par del Condado, entonces perteneciente al territorio hispalense.

Es conocida la historia de cómo hubo de suspenderse la solemne misa de Todos los Santos en la Catedral, (se estaban entonando los "Kiries"), debido al pánico de los asistentes ante el cataclismo y de cómo finalmente se concluyó la Eucaristía en el lugar en el que posteriormente se colocó un monumento o templete conmemorativo junto a la trasera del actual Archivo de Indias, con una lápida en acción de gracias por la salvación de la ciudad y sus habitantes. Con la población aún atemorizada por lo ocurrido, aquella misma tarde del 1 de noviembre, se organizó una solemne procesión en acción de gracias presidida por la imagen de la Virgen de la Sede y el Lignum Crucis portado bajo palio, acompañados por todo el clero catedralicio con cera encendida y numerosísima concurrencia de fieles, con la particularidad de que, al estar las calles llenas de escombros, se decidió que el cortejo hiciera devota estación buscando aire libre, a la ermita de San Sebastián, en el Prado del mismo nombre, actual parroquia sede de la Hermandad de la Paz.

Un cronista describió con tintes casi apocalípticos, cómo fue el discurrir de aquella insólita procesión: 

"No puede recordarse este acto, sin que el aliento desfallezca. Si se elevaba la vista, se veían rajas, y separadas piedras que no solo recordaban el castigo, sino pronosticaban dificultades, cuando no imposibilidades al remedio. Si se inclinaba, el pavimento se atendía poblado de fragmentos, que explicaban el superior destrozo."


Los efectos en Sevilla, como ha estudiado el profesor Campese Gallego, se tradujeron en un 3% de las casas de la ciudad derrumbadas y otro 45% dañadas de tal modo que hubieron de ser apuntaladas. Se suspendió por ello el tránsito de carruajes por las calles para evitar que las vibraciones perjudícanse aún más a los edificios. En templos como el del Salvador, por poner un ejemplo, las grietas, conservadas aún antes de su restauración integral de 2003-2008, llegaron a ser de hasta cinco centímetros de ancho.

Como curiosidad, en la feligresía del Sagrario se arruinaron 14 casas y se dañaron 617, mientras que en Triana ocurrió otro tanto con el hundimiento de 40 casas y el apuntalamiento de 631. Todas las collaciones quedaron en precario, sin distinción por riqueza o localización, lo que indica que el terremoto dañó por igual a todo y a todos. 

Por fortuna, y aquí la ciudad, como hemos visto, hizo voto de gracias a la Divinidad, sólo se registraron nueve fallecimientos, debido quizá a que a esa hora la población se encontraba en las calles o a que hubo tiempo de huir de las viviendas. 

Tras la tempestad, llegó la calma y se hubo de comenzar con las labores de desescombro y reparación de numerosos inmuebles. Para ello, se comisionó al caballero veinticuatro Antonio de Andrade para que, junto con dos maestros de obras, un alguacil y un escribano, como ha recogido Campese Gallego, inspeccionase tanto el exterior como el interior de los edificios, anotando los daños y avisando de la necesidad de desalojar o apuntalar según los mismos. De Andrade se vería, a buen seguro, un tanto desbordado, pues finalmente se comprobó que 5.000 edificios necesitaban reparaciones urgentes, pero escaseaban tanto los materiales (vigas, puntales) como la mano de obra, por no hablar del incremento de precios a la hora de la adquisición de yeso, cal, ladrillo de más elementos. El consistorio organizó una comisión de seguimiento de las reparaciones, que se reunía dos veces en semana, a fin de controlar la evolución de los trabajos, aunque éstos se llevaron a cabo con lentitud, como narraba el Álferez Mayor Miguel Serrano en enero de 1756:

"Hoy se halla esta Ciudad intratable en su piso a causa de haberse quedado todos los fragmentos de ruinas en medio de las calles, a exepción de los que pueden valer, como la teja y el ladrillo, que estos ha habido sitio dentro de las casas para meterlos y no lo hay para la tierra y cascote, ya que se ha descuidado el que los dueños de las casas maltratadas los manden a sacar al campo o los recojan dentro de las casas."

Pese a todo, el tiempo transcurrió. La ciudad recuperó, poco a poco, la normalidad, retirándose escombros, restaurándose edificios y restableciéndose el tráfico rodado por sus principales calles; sin embargo, el terremoto no sólo había sacudido a los edificios hispalenses, sino también a las conciencias de sus habitantes. Como penitencia por sus pecados, causantes, según muchos, de la ira divina, las autoridades eclesiásticas ordenaron penitencias, procesiones, sermones, ayunos y abstinencias, e incluso algo peor: llegó plantearse (sin mucho éxito, todo hay que decirlo) la posibilidad de la prohibición de asistir a espectáculos como el teatro, la ópera o los toros, por ser lugares donde el pecado podía hallarse a sus anchas, pero esa, esa ya es otra historia...

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