22 septiembre, 2025

El pintor liberado.

Había nacido en Sevilla, alrededor de 1590. Su padre ejercía el oficio de grabador en cobre y pintor iluminador, de modo que no es de extrañar que sus hijos Francisco y Juan entraran en el taller familiar a edad temprana. Debió tener buena mano ante el caballete desde jovencito, pues en 1616 el gremio de pintores entablará pleito con él por haber aceptado un encargo del convento Casa Grande de San Francisco sin siquiera haberse aún examinado para ingresar en dicha corporación; dicen que se le agrió el carácter tras este encontronazo inicial e inesperado con sus "colegas" de profesión y que aquél empeoró tras nuevas querellas y litigios. Nada se sabe con certeza, pero no es menos interesante mencionar de Francisco de Herrera el Viejo que destacase tanto como para ser elogiado, asumiendo destacados encargos, como criticado por su áspera forma de ser; curiosamente, la calle que lleva su nombre queda muy cerca del Museo de Bellas Artes de Sevilla, de modo que, para variar, vamos a lo que vamos. 

Foto Reyes de Escalona.

Entre las calles Monsalves y San Roque, no lejos del Museo, como decíamos, la calle de Herrera el Viejo pasó a denominarse de este modo en 1875, en sustitución del anterior "Herrera" a secas, puesto en honor al poeta Fernando de Herrera (1534-1597) pero que en aquel referido año recibió una nueva calle en la zona de San Andrés, de ahí la modificación. Estrecha y con no mucho trayecto, fue conocida como "callejón de San Roque" o como una bocacalle que llegaba hasta la llamada Cruz de la Parra (parra que dio nombre tanto a un corral de vecinos como a un horno, muy conocido por la calidad de sus productos panaderos). Se tienen noticias del empedrado de la calle allá por 1619 y de su adoquinado en 1919, siendo primordial el uso residencial de la mayoría de los edificios, aunque no siempre fue así.

Volvamos a Herrera el Viejo. Pintor barroco, destacado grabador, autor de un extenso catálogo de obras de temática religiosa y profana, tuvo en su contra, como decíamos, un "mal pronto" del que fue víctima incluso un joven Diego Velázquez, aprendiz suyo, que pronto preferirá cambiar de maestro y continuar su formación con quien a la postre será su suegro: Francisco Pacheco, con taller en la calle del Puerco, ahora Trajano. En los muros del Museo sevillano cuelga la increíble Apoteosis de San Hermegildo, una creación llena de colorido, movimiento y energía, rompimiento de gloria incluido con la presencia de los grandes personajes de la Sevilla visigoda: San Isidoro, San Leandro, Recaredo y Leovigildo. La pintura fue realizada para el retablo mayor del jesuita colegio de San Hermenegildo, ahora en restauración, junto a la Plaza del Duque, y dio lugar a un singular episodio.

Apoteosis de San Hermenegildo, sobre 1620-1624. Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Sobre 1619, lo cuenta Chaves Rey, el maestro Herrera fue incriminado judicialmente, acusado de fabricación de moneda falsa, lo que podía llevar a severa condena; temeroso de ser apresado y llevado a la Cárcel Real, se acogió a sagrado en el convento de San Hermenegildo, donde pintó el antes referido cuadro. Durante la estancia de la corte del rey Felipe IV en Sevilla en 1624, éste visitó el colegio jesuita y quedó profundamente conmovido por la belleza de la Apoteosis de San Hermenegildo; su majestad, interesada, preguntó por el autor del lienzo, siendo llevado a su presencia el propio Herrera el Viejo, quien humildemente explicó al monarca los pormenores y composición del cuadro, además de su situación de prófugo ante los tribunales. Se dice que Felipe IV, admirado, ordenó sin demora archivar la causa contra el pintor y que quedase libre de toda acusación, ya que, afirmó solemnemente, "quien sabía ejecutar obras como ésa no había menester el oro ni la plata". 

San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco. 1628. Museo del Prado.

Fallecida su mujer durante la terrible epidemia de Peste de 1649, trasladado su hijo Herrera el Mozo a Italia (incluso algunos sostienen que huyó de la casa familiar llevándose una elevada suma de dinero), Herrera el Viejo prosiguió con su labor entre colores, lienzos y pinceles, siempre, eso sí, con el sambenito su mal temperamento, de modo que, viudo ya, hasta una hermana suya con quien compartía vivienda prefirió ingresar en un convento antes que continuar conviviendo con él. Trabajó para los franciscanos del colegio de San Buenaventura, entre otros, y se dejó influir por el estilo de Juan de Roelas, siendo considerado uno de los introductores del llamado naturalismo en la pintura hispalense. Desencantado quizá con la ciudad, mudóse a la capital del reino con avanzada edad, y en Madrid, villa y corte, concluirá su vida en la más absoluta pobreza en el año 1654.

Regresamos a la calle que recibió el nombre de nuestro maestro pintor. Álvarez Benavides, en 1871, daba detalles sobre cómo en el número 13 radicaba el Colegio de Nuestra Señora del Amparo:
"Colegio de instrucción primaria para señoritas, bajo la dirección de doña Dolores de los Ríos. En él se inculcan a las alumnas los más rectos principios religiosos y sociales y una esmerada instrucción en lectura, escritura, labores, etc."
Foto Reyes de Escalona.

Pese a esto, dada su condición recoleta y relativamente alejada del bullicio, fue sede de establecimientos relacionados con la prostitución y ello, como es habitual en estos casos, constituyó fuente de problemas de orden público con cierta frecuencia, tal como recogió el diario La Andalucía allá por junio de 1897 en un artículo con la peculiar prosa de aquellas calendas:
"En la calle Herrera el Viejo hubo ayer por la mañana un escándalo terrible. Parece que una "paloma" cambió de nido y las dueñas del palomar que echaron de menos el ave salieron a la calle y armaron tal marimorena que el público que pasaba estuvo entretenido durante dos horas largas.
 
Las frases más obscenas y más asquerosas salieron a relucir y hubo aquello de querer entrar en la casa derribando la cancela y otros excesos. Durante todo el tiempo de la repugnante escena no acertó a pasar por allí ningún guardia, a pesar de estar dicha calle al lado del Museo, sitio donde creemos que hay pareja. 
 
Mentira parece que en una población culta suceda esto. De seguir esta lenidad y este abandono respecto a ciertas industrias que debieran estar relegadas a determinados sitios, las personas honradas tendrán que formar fuerte liga y elegir sus viviendas en las afueras de la capital, toda vez que en la mayoría de las calles del centro hay infinidad de "nidos", cuyas "palomas" no pueden rozarse con las personas decentes".

Se nos quedaba en el tintero; indicando que vivía en la madrileña plazuela de los Herradores, la partida de defunción del maestro Herrera el Viejo se conserva en la parroquia de San Ginés, precisamente el mismo templo en el que contrajo matrimonio Lope de Vega en 1588 o en la que fue enterrado el músico Tomás Luis de Victoria en 1611, pero esa, esa ya es harina de otro costal...

08 septiembre, 2025

La calle de la Sopa.

Finiquitados los descansos estivales, en esta ocasión Hispalensia dirige su mirada hacia la zona de la Anunciación, para intentar dar una visión sobre una calle de las que gustan, estrecha, adoquinada, poco transitada, usada en fechas semanasanteras para acortar recorridos en busca de cofradías y, sobre todo, con su poquito de historia. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Plano de Olavide. 1771. La calle de la Sopa, entre la Casa Profesa de los Jesuitas y la Casa Cuna.

Como decíamos, entre las calles Cuna y Puente y Pellón se encuentra una vía que posee la particularidad carecer prácticamente de circulación rodada. Poseyó varios  nombres a lo largo de los siglos, el mas antiguo el de Tajador, para luego ser llamada Mal Lavado, Almona del Jabón y más adelante, ya en el XVI, de la Sopa, ya que al estar en la parte trasera de la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús (iglesia de la Anunciación incluida) por esa zona precisamente se distribuía tal alimento entre los desfavorecidos del momento, también José Gestoso localizó en esta calle el taller del "Maestro de hacer coches" Francisco Bruno, funcionando allá por 1714; fruto de la presencia jesuita en este sector es la calle Compañía, cercana a ésta que comentamos. Con este peculiar apelativo de La Sopa se mantendrá hasta el año 1864, cuando el consistorio de la ciudad decida darle un nombre tan peculiar que hasta el célebre escritor Antonio Gala, recordando sus años mozos como estudiante recién llegado a Sevilla desde Córdoba, allá por 1950, la recordó en su Cuaderno de la Dama de Otoño:

"Al mercado de la Encarnación, en Sevilla, iba, entre clase y clase de la antigua universidad, a ver las flores. A veces me comía una clase y me alargaba hasta El Jueves. Con un dinero ahorrado me compré una mañana un crucifijo viejo, de ébano y plata. (Lo perdí no sé dónde. Sí sé dónde, pero no te lo digo...) A ver las flores iba. En primavera, toda Sevilla flores. Y un olor a café, que salía del tostadero de la antigua calle Goyeneta. (Nunca supe por qué ese extraño nombre...)".

Para sacar de dudas al gran escritor, indicar que Goyeneta hace alusión a Manuel de Goyeneta, vecino de esta misma calle y fallecido en 1864, año en el que el consistorio hispalense acordó rotular la calle de la Sopa con el apellido de este señor por "consagrar sus días de ejercicio de la piedad más ferviente y de las prácticas más cristianas, como también los relevantes servicios que en circunstancias dificilísimas prestó a este pueblo su no menos esclarecido padre". En honor a la verdad, apenas se conocen pormenores sobre su biografía, salvo que fue hijo del Procurador Mayor de la Ciudad Joaquín de Goyeneta, conocido por su papel durante la invasión napoleónica en Sevilla, sobre todo por la legendaria anécdota con el mariscal Soult tras entrar en Sevilla con sus tropas y solicitar unas exageradas exigencias económicas para sus soldados, alegando tener a sus favor "veinticinco mil bayonetas" a lo que Goyeneta respondió "pues yo tengo veinticinco campanas", en relación a las de la Giralda y su capacidad de convocar a todo el pueblo sevillano contra el invasor con sus repiques; además, Joaquín de Goyeneta ostentó el cargo de Hermano Mayor en la del Gran Poder y mantuvo estrechos vínculos con la cercana ciudad de Dos Hermanas, donde curiosamente existe otra calle con el mismo nombre en honor a esta familia. Perteneciente al estamento militar, sabemos que Manuel de Goyeneta y Clarebout alcanzó el grado de coronel, sirviendo en diversos destinos y regimientos. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Como detalló Álvarez Benavides en 1874, en la calle Goyeneta tuvo lugar un sangriento suceso acaecido en 1867, cuando un agente de la ley solicitó la documentación a un sospechoso:

"El interpelado hace ademán de sacar del bolsillo la cédula de vecindad que le fue exigida por el dicho agente, y con la rapidez del rayo desenvaina un cuchillo y lanza una terrible puñalada a su interlocutor, que se hallaba muy lejos de saber la clase de criminal con el que se trataba. Sin embargo de lo solitario del sitio, una casualidad hizo que fuese perseguido el asesino, debiéndose sin duda su captura a que en la precipitación de su carrera, al intentarse por la calle de la Ballestilla tropezó con un poste, y gravemente contuso y maltratado no tuvo fuerzas para proseguir y se ocultó en un zaguán en el cual fue reducido a prisión.

Identificada la persona resultó ser el célebre ladrón y asesino conocido por el apodo de "Sisí", hombre que por sus crímenes, astucia y audacia se distinguía entre los más perversos de su clase. "Sisí" había recorrido todos los presidios y de todos ellos había encontrado medios de fugarse; su historia es una serie no interrumpida de maldades. El agente falleció en breves momentos a consecuencia de la herida, dejando en la orfandad a su desventurada familia. A las once de la mañana del sábado 31 de agosto de mismo citado año 1867 y a los pocos días de perpetrado este vil asesinato, "Sisí" expiaba sus crímenes sobre un patíbulo levantado en la Plaza de Arjona" (actual Puerta Real).

 Durante muchos años, fue puerta trasera del edificio de la Universidad (ahora Facultad de Bellas Artes) y por ella se accedía a su Biblioteca; además fue escenario de violentos enfrentamientos estudiantiles durante la II República, como los acontecidos durante una huelga general convocada en marzo de 1933, tal como recogió la crónica del diario El Liberal: 

"Los ánimos se fueron caldeando y pronto surgieron los primeros incidentes, que en los primeros momentos no revistieron importancia, debido al corto número de estudiantes que se hallaba en la Universidad. 

Cuando esto ocurría, una de las puertas que da a la calle Goyeneta fue violentamente abierta, irrumpiendo en el edificio un buen número de elementos extraños, armados de palos y porras, que se dirigieron al patio repartiendo palos, que fueron contestados por los huelguistas y entablándose entonces una verdadera batalla, a consecuencia de la cual resultaron no pocos estudiantes contusos (...) a los pocos momentos de esta lucha, por la puerta de la calle Laraña entraron otros individuos. Entonces sonó un disparo, cundiendo de nuevo la alarma. Sonaron más disparos -doce o catorce, según algunos estudiantes- y ya nadie puede dar detalles de nada. El pánico y la confusión fueron enormes. En el zaguán de la calle Goyeneta y en los corredores del patio pequeño se ven manchas y pequeños regueros de sangre". 

Foto Reyes de Escalona.

Frente a este clima de hostilidad, debido precisamente a la proximidad con la Universidad, la calle Goyeneta fue durante años lugar de jolgorio y juerga, con hostales, pensiones y alguna que otra casa "de mala nota", como se decía entonces, lo cual era fuente constante de conflictos con los vecinos por los altercados a altas horas de la noche, sin que deba quedarse en el tintero la escasez de higiene de la zona por la acumulación de basuras, tal como afirmaba la prensa local hace ahora casi un siglo:

"Se han acercado a nuestra redacción varios vecinos de la calle Cuna, manifestándonos que el abandono en que se encuentra la calle Goyeneta respecto a la limpieza pública, hace que los malos olores que las basuras constantemente depositadas exhalan, les produzcan muchas molestias. Dichos señores nos ruegan llamemos la atención del teniente de alcalde del distrito para que ordene que la limpieza se haga más a menudo y con más escrupulosidad".

Pueden destacarse varios edificios importantes en la calle, el primero, en el número 2, esquina con Puente y Pellón y que junto con el número 17 fueron diseñados por el conocido arquitecto Aníbal González, uno dentro de la pautas del llamado estilo regionalista y otro con un perfil mucho más funcional, alejado de aquella estética. Además, merece la pena reseñar un palacio fechable como del siglo XVIII que ocupa el número 15, que algunos afirman fue residencia de los antedichos Goyeneta, dedicado ahora, signo de los tiempos, a alojamientos turísticos y, por último, el número 11, esquina con la calle Buiza y Mensaque, construido en 1920 para albergar la sede de la conocida marca de cafés Saimaza, fundada por el cántabro Joaquín Sainz de la Maza en 1908. 

Probablemente, el olor del café tostado que tanto atrajo a Antonio Gala en su juventud proviniera de este edificio, bellamente decorado con una serie de azulejos trianeros realizada en los talleres de Mensaque y Rodríguez a finales de la década de los veinte del pasado siglo XX y que afortunadamente quedaron restaurados en 2020 cuando el edificio fue profundamente reformado para albergar, qué remedio, un nuevo establecimiento hostelero, en cuyo interior un azulejo con Nuestra Señora de Valvanuz, patrona del valle pasiego de Carriedo recuerda la procedencia cántabra de los Sainz de la Maza. Por desgracia, nada queda de la trayectoria de esta firma sevillana y cafetera ya que cerró su fábrica de Dos Hermanas en 2014, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

Anuncio en prensa. Año 1929.