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25 octubre, 2021

Y la luz (eléctrica) se hizo.

 No cabe duda que a veces, un simple gesto encierra toda una historia detrás, como por ejemplo el simple hecho de accionar cualquier interruptor y conseguir iluminar, como por arte de magia, una habitación, o que funcione todo tipo de electrodomésticos, incluso que puedas leer estas lineas en la pantalla de un ordenador o de un dispositivo móvil. Pero, ¿desde cuándo disponemos de esta "magia" llamada electricidad en Sevilla? Como siempre, vayamos por partes. 


La importancia de la energía generada por la electricidad, presente en la Naturaleza en los rayos de tormenta, en determinados seres vivos que son capaces de generar corrientes eléctricas para defenderse de de depredadores o en algunos minerales con magnetismo, llevó desde la Antigüedad a que muchos científicos elucubrasen sobre su origen y, también, su posible utilidad. Desde el experimento de Tales de Mileto en el 600 a. C., cuando el heleno generó electricidad estática al frotar un fragmento de ámbar ("electros" en griego), pasando por todo un interminable listado de autores clásicos y modernos como Faraday, Ohm, Franklin, Siemens, Westinghouse, Alva Edison, Morse; todos ellos con sus descubrimientos han ido paulatinamente mejorando nuestras vidas.

Como ha analizado el profesor Rufino Madrid, la electricidad presenta varias cualidades, como la de no ser almacenable, la de su uso instantáneo, su limpieza, su fácil transporte, su carácter multifuncional, lo limpio de su consumo o, por contra, lo contaminante de su producción. 

En nuestra ciudad, ya en el siglo XVIII, destacó la labor divulgativa del profesor Benito Navarro de Veas, quien en 1752 publicó la obra "Phísica Eléctrica o compendio en el que se explican los maravillosos fenómenos de la virtud eléctrica". Sin embargo, no será hasta 1850 cuando se constituya en nuestra ciudad la "Escuela Industrial Sevillana", institución que comenzó a incluir en sus planes de estudio una asignatura llamada "Aplicaciones de la electricidad y de la luz", siendo su profesorado firme partidario del empleo eléctrico como nueva forma de iluminación en sustitución del gas, una rivalidad que será constante durante décadas, como veremos.  

Fruto de todo ello es que, tras un intento fallido, finalmente el 23 de marzo de 1860 se colocaron varias lámparas de las llamadas "de arco voltaico" en la azotea del Ayuntamiento, conectadas a una pila Bunsen. El espectáculo contó con la presencia de la banda municipal de música y, una vez "hecha la luz", maravilló a la muchedumbre congregada en la Plaza de San Francisco, asombrada por el invento que, se suponía, abría las puertas a la próspera "modernidad". El Consistorio, convencido tras la exhibición, apoyó económicamente a la Escuela Industrial, con vistas a difundir la nueva tecnología. 

Otra figura clave será Enrique Bonnet Ballester. Murciano de nacimiento y telegrafista de profesión, galardonado en varias ocasiones por sus inventos, trabajó en Cádiz, donde iluminó de forma eléctrica el actual Gran Teatro Falla, para luego intentar proponer, en 1870, la iluminación del Real de la Feria de Abril mediante 500 bujías alimentadas por acumuladores. Como afirma el profesor Madrid Calzada, las presiones por parte de la Compañía de Gas, entonces encargada de tal tarea, desecharon la idea, tasada en 1.200 reales de la época. 

Resulta curioso cómo entonces la iluminación eléctrica se asociaba a ferias y festejos, por la esplendidez y luminosidad proporcionada, como decía la prensa local allá por 1874, testimonio recogido por el antes citado profesor Madrid sobre el efecto de una luz que "acaba iluminando el campo y haciendo bellísimos efectos de claroscuro entre árboles y casetas". No es de extrañar, para más abundamiento, que nunca falte en las Ferias andaluzas la llamada "prueba del alumbrado", prólogo de los días de fiesta.

No obstante, Bonnet no cesó en su empeño, ya que tras participar con éxito en la Exposición Universal de Barcelona de 1889 logró los pertinentes permisos para instalar una central de generación térmica con cuatro calderas y 4 dinamos. Tras fundar en 1890 la sociedad "Fábrica de Electricidad Enrique Bonnet", ubicada en la calle Tarifa en pleno centro de Sevilla, la central brindó energía eléctrica a varias casas y comercios de la calle Sierpes, aunque la "contaminación acústica" fue una baza en su contra, ya que las quejas de los vecinos fueron constantes por el ruido generado vendiéndola a la naciente "Sevillana de Electricidad" en 1902. 

Durante el siglo XIX surgen las primeras compañías eléctricas andaluzas, enclavadas en zonas mineras (Río Tinto) o costeras (Málaga o Cádiz), aunque no conviene olvidar otras localidades como Carmona, Antequera, Morón, Úbeda, Alcalá de Guadaira o Jerez de la Frontera. 

Central de la Calle Arjona. 1896.

En 1894 nace la "Sevillana de Electricidad" (ahora integrada en Endesa), como filial entonces de la alemana AEG. Su primera central o "fábrica de luz" (derribada al cabo de los años) se construye en la calle Arjona y se dota de dos máquinas de vapor de 300 caballos y ofrecía corriente continua de 110 voltios a un sector reducido y cercano a dicha central. La Feria de Abril de 1902 fue testigo de cómo ya algunas casetas lucieron, nunca mejor dicho, iluminación eléctrica, lo que supuso toda una tarjeta de presentación a nivel comercial para la firma.  

Anuncio en la prensa local, 1911

Impulso importante para la Sevillana será el primer cliente importante en 1896: la Real Fábrica de Tabacos, nada menos, e igual de reseñable sería conseguir el suministro eléctrico para los Tranvías sevillanos que pasarán de la tracción animal a la nueva modalidad, con el aliciente de que el tendido instalado servirá para que no pocos establecimientos se "enganchen" a este tipo energía. Artífice de todo ello fue el ingeniero alemán de la AEG, luego afincado en San Juan de Aznalfarache, Otto Engelhardt, que a la postre recibió condecoraciones y honores, pero sobre todo, un apodo por parte del pueblo sevillano: "Otto el de los tranvías". Totalmente contrario a las ideas de Hitler, murió fusilado en Sevilla en septiembre de 1936.

Anuncio en la prensa local, 1911

Fruto de esos vientos de cambios será la polémica pugna entre "faroleros" y "eléctricos" o entre "La Catalana" y "La Sevillana" por la primacía en la iluminación pública de la ciudad, victoria conseguida finalmente por la segunda, quien logrará el contrato de alumbrado urbano hispalense en 1905 y además dará comienzo al proceso de implantación de tipos de farolas, especialmente las de fundición de la zona monumental que aún perviven, por no hablar de la construcción de diversas centrales y estaciones eléctricas, como la construida en el Prado de San Sebastián, en terrenos de la familia Luca de Tena, accionistas de la Compañía y actual sede social en Sevilla o como la que pervive aún en la calle Feria, construida con diseño del arquitecto Aníbal González en 1909. 

Foto: María Coronel.

Poco a poco, "La Sevillana" irá implantando el consumo eléctrico en los hogares sevillanos, popularizándose también el uso de determinados electrodomésticos como la radio, tan importante en la historia reciente de Sevilla. Las fachadas de las casas se llenaron de las características "tapas de registro" e incluso surgió un personaje cuya aparición en los corrales de vecinos generaba inquietud: "el tío de los alicates", que acudía a cortar el suministro por falta de pago. 

Apretar un interruptor y encender la luz se convirtió en algo rutinario. Pero esa, esa ya es otra historia...

Central de la Calle Arjona, construida en 1896






10 agosto, 2020

A oscuras.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, nos parece de lo más normal que llegada cierta hora de la tarde, casi como por arte de magia, y de común acuerdo, se enciendan las luces de nuestras calles e iluminen nuestro caminar por plazas y avenidas sin mayor problema. Sin embargo, hace trescientos o cuatrocientos años, salir a la calle de noche, tras el llamado toque de Ánimas o de oraciones, era poco más o menos que cosa de gente brava o valiente, pues por un lado la oscuridad era dueña y señora de Sevilla, excepción hecha de algún farolillo encendido junto a algún retablo o cruz, y por otro eran las nocturnas horas las más apropiadas para fechorías, pendencias y desmanes cometidos por los habituales de la delincuencia, quienes aprovechaban precisamente el cobijo de las sombras para actuar con impunidad habida cuenta la escasa presencia de alguaciles en esas horas. En no pocas ocasiones algún aventurado transeunte que se dirigía a alguna urgencia resultó asaltado o peor aún, herido o acuchillado a manos de maleantes, lo que hizo tomar, al fin, cartas en el asunto a las autoridades locales.


Corría el año 1732 cuando el Asistente Manuel Torres, junto con su sucesor Rodrigo Caballero Illanes, acometieron las primeras intentonas de dotar de alumbrado público a la ciudad; para ello, ordenaron al vecindario que desde las primeras horas de la noche, hasta las doce, colocase faroles encendidos en sus ventanas, a fin de evitar la oscuridad. Aunque bien intencionada, la idea gozó de escasa aceptación, ya que aparte de contar con la oposición de parte de los sevillanos, fueron muy abundantes los casos en los que las gentes de mal vivir, que veían peligrar sus “hazañas”, se dedicaron a apedrear o robar no pocos faroles, con el consiguiente trastorno, o susto, para sus propietarios.


En 1760, otro Asistente, Ramón Larrumbe, intentó de nuevo poner orden, publicando un bando el 27 de octubre en el que básicamente insistía en la obligación de colocar los faroles en ventanas desde media hora después de las oraciones hasta las once de la noche, bajo pena de dos ducados en una primera vez, cuatro ducados por la segunda y ocho por la tercera; además, y esto es interesante, se ordenaba el cierre a las ocho de la tarde de todos los bodegones, botillerías y tabernas, todo ello en favor del sosiego y seguridad de la ciudad. Por último, añadía: “Que desde las once de la noche en adelante, ningún vecino de cualquier calidad y condición que sea, pueda andar sin luz por las calles, llevándola por sí o por sus criados con linterna, farol, hacha o mechón; pena que al que contravenga, siendo persona distinguida, de seis ducados con la referida aplicación: y al que no sea de esta circunstancia se le tendrá por persona sospechosa, y se le tendrá en la cárcel, para que averiguado su modo de vivir, se le de el destino correspondiente”.


Diez años después un político ilustrado y reformador como Olavide, Asistente a la sazón de Sevilla, encarecía a los sevillanos la importancia de la iluminación: “Habiendo acreditado la experiencia no se había podido evitar que en horas extraordinarias transiten personas sospechosas, pues en fraude de ellas se ha verificado encontrarse sujetos de esta claes despúes de las doce de la noche, con la cautela de llevar luz e ir separados para que no se les pudiese retener por las rondas: considerando su señoría que en semejantes horas nadie sin motio urgente debe estar fuera de sus casas y que el mero hecho de carecer de esta legítima causa le constituye en sospecha”. ¿Resultado? Se ordenó la detención de cuantos vecino fuesen encontrados, como medida más que expeditiva, mediante un nuevo Bando publicado el 22 de octubre de 1772 en el que se establecía que toda personas que se hallase fuera de su casa pasadas las doce de la noche hasta el primer toque del alba y no acreditase estar en la calle por una urgencia, fuera dada por presa hasta que no aclarase su situación.

Al fin, en 1791, el Asistente Ábalos tomó una decisión que marcaría un antes y un despúes en esta cuestión, creando un cuerpo de faroleros o “mozos del alumbrado” quienes estarían al cargo del encendido diario de los faroles vecinales, cobrándosele a los sevillanos un canon por este servicio. Como curiosidad, se pide a estos mozos que “cada uno recorrera su partido de continuo para avivar el farol que se amortigue o encender el que se apague con atraso. Estas maniobras las han de hacer con actividad y prontitud: para ello y que no tenga disculpa, han de ser mirados mientras lo ejecuten con la detención y preferencia debida al público, a quien sirven, de deteniéndose con pretexto alguno a que siga su ruta por las personas más privilegiadas”.


Será otro Asistente, de grato recuerdo para Sevilla y de quien hemos hablado por aquí en otras ocasiones el que organice de modo más o menos definitivo la cuestión del alumbrado público. Hacia 1827, José Manuel de Arjona, estableció la colocación de faroles triangulares sobre pescantes de hierro, con notable éxito; posteriormente, ya en 1839, Sevilla contaba con un millar de faroles con un uevo sistema inaugurado el 13 de agosto de 1836 consistente en los llamados “faroles de reverbero” que seguían usando aceite como combustible, pero con mayor eficacia lumínica al colocárseles unos espejos de latón que reflejaban la luz y que causaron la admiración de la población .

Para concluir, el gran cambio tendrá lugar en torno a 1854, cuando en calles como Armas (actual Alfonso XII), Sierpes o Plazas del Duque o la Campana, se instalen las primeras farolas de gas, que no serán sustituidas por la energía eléctrica hasta 1941. La luz había llegado a las calles de Sevilla, y esta vez para quedarse...