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26 septiembre, 2022

Bizcochos.

Hace unas semanas, al rememorar la hazaña de Magallanes y Elcano, destacábamos la dureza de la travesía viaje y los constantes problemas de alimentación que ello conllevaba; en esta ocasión, nos vamos a conocer un aspecto importante sobre este tema, ya que, como decían los antiguos, "con el pan no se juega". Pero como siempre, vayamos por partes. 

Tras el Descubrimiento de las Indias por Cristóbal Colón, la corona castellana comprendió que era necesario consolidar aquellas nuevas y desconocidas posesiones, por lo que la Casa de Contratación se convierte en la encargada de organizar, de manera casi improvisada, un básico esquema burocrático para armar las diferentes armadas, valga la redundancia, tanto en la faceta humana como en la de la adquisición de mercancías o víveres, sin olvidar la labor fiscalizadora de todo aquel incipiente trajín que pronto puso rumbo al oeste a través del Atlántico.  


 La labor del obispo Fonseca, mano derecha de la reina Isabel en estos momentos y en esta materia, fue decisiva, al tomar bajo sus órdenes un pequeño ejército de oficiales, escribanos, colonos, pilotos o marinos, y sin olvidar que esas flotas o expediciones zarpaban con animales a bordo, así como con herramientas, aperos de labranza, armamento o vegetales, como aquellos primeros olivos que, procedentes de Olivares marcharán al Nuevo Mundo para ser trasplantados allí. Ni que decir tiene que la ciudad de Sevilla y su entorno, sobre todo la sierra norte y el Aljarafe, serán grandes beneficiarios de este aumento de la demanda de productos agrícolas, como por ejemplo el grano de trigo procedente de localidades como Alcalá del Río, Guadalcanal, Utrera, Alcalá de Guadaira, Gandul o Marchenilla.

Sevilla, pues, se convertirá en un gran mercado agrícola, como ha estudiado la profesora universitaria Carmen Mena, especializado además en la llamada "trilogía mediterránea", esto es, trigo, vid y olivo. 

De entre todos aquellos víveres, el trigo, y en concreto la forma de hornear un tipo de harina, dará pie a la proliferación de un alimento sin el cuál, probablemente, no habrían sobrevivido las tripulaciones que surcaban los océanos. Nos referimos a la llamada "galleta de mar", "pan de galeotes" o bizcocho, pero no entendido como el actual y tierno acabado de repostería, sino que se trataba de un pan sin levadura cuyo nombre, al parecer, proviene de "bis coctus" (cocido dos veces), lo que lo convertía en un alimento muy nutritivo, duradero y carente de humedad, sustitutivo del pan blanco que sería imposible conservar en las alacenas de los navíos por la humedad reinante, además de evitar el uso de hornos a bordo, con el riesgo de incendio que ello conllevaba siempre. 


Para datar el origen histórico del bizcocho podemos remontarnos a los tiempos del rey Alfonso X el Sabio, en cuyas Partidas, cuerpo normativo redactado entre 1256 y 1265 para unificar jurídicamente el reino castellano se hace referencia a él, en el sentido de que se ordenaba estuviera siempre presente entre los víveres que aprovisionasen los navíos de la corona castellana: 

"Et otrosí deben traer mucha vianda, así como vizcocho, que es pan muy ligero de traer porque se cuece dos veces et dura más que otro et non se daña".

El doctor Gregorio Marañón afirmó en su momento que: 

"Se hacía no con harina fina, sino con la harina grosera, completa, con el salvado; era, pues, una especie de pan integral cuya superioridad higiénica y alimenticia, en contra de lo que se creía entonces, está hoy fuera de toda duda".

No es de extrañar, por tanto, que durante décadas el gremio de bizcocheros se constituyera en pieza clave a la hora de aportar este alimento, con toda una organización bastante racionalizada y cuya elaboración era sumamente controlada por inspectores o veedores de la Corona a fin de que no se cometieran fraudes en las medidas, pesos o calidades del bizcocho. Un papel parecido jugará en su momento Miguel de Cervantes allá por tierras ecijanas al ejercer como comisario real de abastos para la Armada Invencible allá por 1588.

"Que el trigo que se comprare por cuenta de su Majestad se entregue en la misma especie a los bizcocheros para que lo conviertan en bizcocho, moliéndolos ellos por su cuenta, para que se excusen los fraudes que podría haber moliéndose por la del rey... Que los ministros principales visiten muchas veces por sus personas los hornos y las fábricas, se satisfagan de que se escoja bien el trigo y que no se mezcle con la harina ninguna cosa, ni se amase con agua fría, ni que los hornos se calienten con leña verde, ni se saque de ellos hasta que haya estado el tiempo competente para cocerse y bizcocharse, y que no se le deje corazón, y todo lo demás según la parte y tiempo en que se hiciere se debe prevenir... Y también se ordena que no se embarque sin que primero haya reposado en los pañoles donde se hubiere fabricado veinte o treinta días porque de los contrario recibe mucho daño."

La mayoría de estos bizcocheros estaban establecidos en Triana, aunque en el plano de Olavide de 1771, al que recurrimos como en tantas ocasiones, un tramo de la actual Cuesta del Rosario, cercano a la Costanilla, se llamó "Horno de los Bizcochos". Cientos de miles de quintales de bizcocho sevillano se subieron a bordo de los navíos de la Carrera de Indias durante décadas, aunque a finales del XVII el papel del gremio hispalense comenzó a decaer en favor de artesanos de la Bahía de Cádiz, en una mejor ubicación costera. 

 ¿Qué aspecto o sabor habría tenido dicho bizcocho? Aunque su durabilidad y conservación eran muy altas, lógicamente no ha llegado hasta nosotros ninguno de ellos; bromas aparte, textos de la época narran cómo su correcta conservación dependía del ataque de ratas u hongos, y que era necesario ablandar el bizcocho con agua, aceite o vino a fin de poder hincarle el diente, tal era su dureza, a lo que tampoco contribuía la precaria salud dental de los marinos de aquel tiempo, afectados por el escorbuto que dañaba seriamente sus encías hasta el punto de impedirles masticar alimentos. Pero mejor, dejemos que sea el doctor González, cronista de entonces, quien lo narre, cuidado, sin ahorrarse detalles: 

“La galleta ó bizcocho de mar bien conocida de todos los que navegan, es una pasta de harina de trigo más ú menos depurada, que después de fermentar suficientemente, se deseca y endurece al calor moderado del horno. Su destino es el del pan, por cuya razón puede considerarse corno la base principal de los alimentos en los navíos. Esta sustancia demasiado endurecida, necesita una dentadura completa y firme para ser triturada en términos que faciliten su digestión; cuando se mastica mal, tarda más en digerirse, por lo que no debe usarse, ni es fácil, sin molerla primero, ya en la boca, ya reduciéndola á pasta por medio de algún líquido, por cuya razón está justamente reputado como inútil para la navegación todo individuo que esté despojado de los instrumentos necesarios para masticarla bien (...) Cuando se reblandece la galleta por la humedad, adquiere un gusto más ó menos agrio y un olor fuerte y fastidioso: su textura interior se encuentra deshecha y como entapizada de telillas de arañas: estos son efectos del gorgojo y demás insectos que la penetran y se alojan en sus oquedades interiores... Hemos visto más de una vez al marinero usar sin consecuencia alguna de una galleta que poseía todos los defectos insinuados; de manera que preparada en sopas, nadaban los gusanos é inmundicias que sdesprendían de su interior”.

Dios nos libre de dejar al lector u oyente con mal sabor de boca, como detalle anecdótico, indicar que con el paso de los años este tipo de bizcocho evolucionó hasta convertirse en un acompañamiento habitual a la hora de tapear chacinas o quesos: la popular "regañá". Pero esa, esa ya es otra historia...