Estando en las fechas en las que nos encontramos, con la "Velá" de Santa Ana de Triana en plena celebración y apogeo, no estaría de más acercarnos a descubrir de qué modo la percibían nuestros antepasados, cómo la disfrutaban y, por qué no, cómo se reflejaba en las publicaciones de hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes.
Promovida su construcción como promesa debida tras un suceso milagroso en favor de su salud ocular por el monarca Alfonso X el Sabio, la Real Parroquia de Santa Ana hunde sus orígenes en el siglo XIII, constituyéndose en lugar de culto a la madre de la Virgen María, en sustitución de la primera iglesia trianera, la capilla del Castillo de San Jorge. De este modo, Santa Ana, cuyas obras comenzaron en 1266, será la primera iglesia cristiana de nueva planta tras la conquista de la ciudad por Fernando III en 1248.
Una de las primeras reseñas periodísticas sobre la "Velá" bien podría datar de julio de 1861, cuando el diario "La Andalucía" publicaba estos párrafos escritos de manera colorista por el "plumilla" del momento:
El puente presentaba un golpe de vista arrollador: su adorno consistía en dos hileras de farolillos de color que corrían en forma de pabellones por cima de las barandas y no pocas banderas y gallardetes. La capilla del Carmen, situada junto a la plaza de abastos estaba también iluminada con vasillos de color; en la parte superior de la torre del reloj se veían dos transparentes y en uno de ellos las armas del municipio. Después de atravesar el puente con mucho trabajo a causa de la multitud de carruajes que por él cruzaban con el eminente peligro de los peatones, llegamos al barrio donde anualmente se celebra con tanta solemnidad el día de Santa Ana; por todas sus calles había bulla y animación, en muchos balcones lucían colgaduras y los patios de las casas en general estaban adornados con gusto; la torre y la azotea de la parroquia estaban también perfectamente iluminadas y desde ellas se dispararon multitud de cohetes.
Manuel Barrón: Vista desde de Sevilla con el puente de Triana. 1862. |
La calle llamada Orilla del Río (Betis, en la actualidad), intransitable; por uno y otro lado se extendía una inmensa hilera de mesas donde estaban colocados con simetría los tradicionales turrones, la avellana verde y tostada, el aterciopelado melocotón y la sonrosada manzana; más allá las buñoleras, y por último, los caballos del Tío Vivo, cada puesto estaba alumbrado por su correspondiente candil y este conjunto de luces se asemejaba de lejos a una serpiente de fuego deslizándose junto a los edificios y cuyos anillos se reflejaban en las tranquilas aguas del Guadalquivir; por entre los dos muros de confites y frutas, no se paseaba, sino se estrujaba y comprimía la muchedumbre, aturdida por los desaforados gritos de los vendedores y respirando una atmósfera asfixiante.
A espaldas de esta calle y en otra algo otra menos concurrida habían sentado sus reales los puestos de juguetes para martirio de los vecinos; volviendo al puente, vimos la música del asilo situada bajo el muro de contención de la rampa, poco después estábamos frente al Pópulo; el calor era insufrible, pero nadie se cuidaba de ello y todos iban a la velada, que llama la atención como nunca por los esfuerzos que el municipio ha hecho para que no se conforme contraste con la de San Juan.
Por su parte, en junio de 1886, el escritor Benito Más y Prats, ecijano por más señas y autor del libro de poemas "Sevilla, Tierra de María Santísima", describía de modo menos periodístico y más "lírico" el ambiente trianero en aquellas jornadas estivales de julio, sobre todo en la zona del propio Puente:
Durante el día y la noche de Santa Ana el expresado sitio se llena de acera a acera, hasta el punto de impedir el paso a los vehículos, que hacen estremecer frecuentemente sus ya cansadas estribaciones. Visto de lejos, aseméjase a aquel estrecho paso del Cinerad, por el que apenas podían caber las almas de los creyentes. La multitud que llega de la ciudad lo cruza en toda su extensión y baja por ancha escalinata a la calle llamada del Betis, en cuyo plano se coloca todo lo necesario para la velada.
El panorama que se ofrece desde el Puente no puede ser más fantástico ni delicioso. Colocadas en ordenada fila las tiendas, puestos, mesillas, aguaduchos, chozas, cafetines y demás instalaciones que constituyen el núcleo del mercado, y viéndose la calle casi a vista de pájaro desde el centro del Puente, preséntase a la derecha Triana, tomada por una ancha franja de luz y dejando en las aguas rojizas reverberaciones; a la izquierda, la Giralda, la Torre del Oro y el muelle cubierto por un tupido bosque de arboladuras; bajo los pies, el río que se rompe con fuerza en los estribos de piedra; y al frente, cerrando los términos, San Telmo y los jardines de las Delicias, cuyo alumbrado, semejante a una larga constelación formada de estrellas que se alejan, va desvaneciéndose poco á poco, hasta ocultarse en un fondo obscuro y diluído, como el de un paisaje al carbón.
Será a partir del siglo XX cuando la "Velá" quede configurada como una de las grandes celebraciones del verano hispalense, con permiso de otras "velás", como las de San Juan de la Palma, las del Carmen en el Salvador o la Alameda o la que se celebraba en torno al 15 de agosto en los aledaños de la catedral al calor de la devoción a la Virgen de los Reyes.
Al parecer, en torno a 1910 es cuando comienza a celebrarse la Cucaña en el cauce del río, que tanta diversión genera, y aunque hemos rebuscado algún dato sobre este pormenor, lo que sí hemos hallado, curiosamente, es una reseña sobre otro aspecto muy ligado a la "Velá", la celebración de tómbolas benéficas, pues en aquel 1910, por ejemplo, se instalaron dos, una de la Hermandad de la O y otra de la Hermandad del Rocío de Triana:
La tómbola que la hermandad de Nuestra Señora del Rocío ha instalado en el barrio de Triana, puede decirse que es este año el clon de la velada. El buen humor y la gracia que han acreditado el populoso barrio entre propios y extraños, es la nota que preside en la tómbola, original en extremo.
Los de menos en ella son los muñecos, mayólicas y demás zarandajas que sirven a estas rifas de atracción para llegar rápidamente y con buen éxito al bolsillo del pagano. Allí hay muchos chirimbolos de esos, pero lo que más atrae las miradas de los curiosos es una especie de arca de Noé, en la que hay animales de distintas especies, tales como asnos, becerros, borregos, gallos y gallinas, chivos, patos, ánsares, palomos, etc., llamando la atención por su buena lámina un becerro bravo donado por el ganadero don José Anastasio Martín.
Por cierto que al ser conducido desde el matadero a la tómbola intentó escaparse varias veces, no lográndolo gracias a los esfuerzos de las cuatro vigorosas personas que lo conducían. No sabemos si habrá causado desperfectos en la tómbola el becerrillo, pero a juzgar por la bravura de que daba muestra, es muy posible que los haya originado. En la tómbola está el músico de la hermandad con el pito y la tambora, dando conciertos a cada paso y derrochando bueno humor. Cuando alguien obtiene un premio, le obsequia con la Marcha Real.
Espacio para la celebración religiosa y para la tradición popular la "Velá" de Santa Ana viene a ser como un oasis festivo a finales del mes de julio, cuando "las calores" aprietan y muchos aguardan ya el deseado y merecido descanso vacacional, pero esa, esa ya es otra historia.