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28 febrero, 2022

Remedios.

Aunque han existido, y subsisten, monasterios y conventos sevillanos creados en torno al cauce de río Guadalquivir, hubo uno, que por sus especiales características permaneció ligado para siempre al caudaloso Río Grande, aprovechando de él lo mejor y sufriendo, también de él, lo peor. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Históricamente hablando, desde época medieval siempre se ha aludido la existencia de una pequeña ermita dedicada a la Virgen de los Remedios, situada en la orilla trianera, en el extremo sur de la calle Betis, y al lado del llamado "Sitio de las Bandurrias". El nombre tiene su miga, y Manuel Macías en su libro "Triana, el Caserío" de 1982 , lo menciona como lugar ribereño en el que pescadores ponían a secar y reparar sus aparejos, denominados de este modo. Igualmente, junto a las Bandurrias estarían los molinos de pólvora de Matías de Bolaños y Damián Pérez, establecimiento no exentos de riesgo como prueban las explosiones acaecidas en 1579 y sobre todo la de 1613, que causó enormes daños (incluso en las vidrieras catedralicias) e innumerables víctimas mortales. Todavía en 1807 pervivía el sitio de las Bandurrias, ya que un edicto municipal prohibe ese año la venta allí de sábalos, sabogas y machuelos, debiéndose llevar todo el pescado a la pescadería mayor.

Sin embargo, el gremio de historiadores no se pone de acuerdo: para Alonso Morgado fue un tal Fray Pedro quien en 1540 habría fundado la ermita, con la idea de permanecer en ella aislado del mundanal mundo, aunque la devoción que poco a poco alcanzó la pintura de la Virgen de los Remedios hizo que aquella zona poco tuviera de silenciosa; por su parte, Ortiz de Zúñiga afirma que la fundación habría sido anterior, sobre 1526, gracias al mecenazgo de un canónigo de la catedral hispalense de nombre Martín Guasco.

Vista del Convento de los Remedios en el siglo XVI, con el número 4

Junto al Convento, en la actual calle de Juan Sebastián Elcano, habría estado también el Puerto de las Mulas, del que partirá el 10 de agosto de 1519 la expedición de Magallanes y al que rendirá fin de travesía la Nao Victoria comandada por Elcano el 8 de septiembre de 1521, tal como recuerda una placa de mármol situada en la fachada lateral del edificio del que hablamos el 12 de octubre de 1929.
 
Finalmente, un discípulo de Santa Teresa de Ávila, Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, conseguirá en 1574 la posesión de la ermita para la orden carmelita descalza, fundación obtenida del cardenal Cristóbal de Rojas y Sandoval. A la antigua ermita se le añadió por tanto un monasterio, que pronto adquirió fama por su santidad y por su huerta, regada por el cercano río que también se cobraba su particular tributo, pues como ha recogido la investigadora Noemi Cinelli:

"Las inundaciones frecuentes y la humedad del entorno destrozaban la cosecha y no favorecían las condiciones de salud de los frailes y con las muchas venidas del río se inunda todo lo interior de él las veces que sale de madre se ha hecho su habitación tan enferma de que muchos años a esta parte lo está casi toda la comunidad todos los veranos, y mueren muchos."

Testimonio del daño de la meteorología en el convento de los Remedios lo tenemos en sendas crónicas de Justino Matute, quien describe así dos accidentados sucesos, en 1603: 

"Pasado el verano se inició el otoño con tormentas, y fue tan furiosa la del día 20 de octubre, que el huracán arrancó algunos remates de la crestería del templo metropolitano, derribando muchos árboles en el Aljarafe y una campana de la torre del convento de los Remedios en el barrio de Triana, con muerte instantánea del fraile que la tañía (...) Los religiosos carmelitas descalzos, del convento de los Remedios, situado en el otro extremo del arrabal, fuertemente combatido por el viento y rodeado por las aguas que destruyeron la cerca, viendo próxima su muerte, pidieron socorro tocando la campana; y a pesar de ser dificilísimo y arriesgado atravesar el río para auxiliarlos, el Asistente fletó un barco tripulado por veinticuatro ágiles y valiente remeros, que recogieron y salvaron a los religiosos, trasladándolos al colegio del Ángel de la Guarda, de su misma Órden."

Catástrofes así hicieron que el convento fuera finalmente trasladado a una zona ribereña un poco más elevada, aunque las obras se demoraron hasta 1700, año en el que tiene lugar la bendición del nuevo templo con la bendición del arzobispo Jaime de Palafox.


Pese a todo, el vínculo entre el monasterio y Triana permaneció inalterable, especialmente con las gentes de la mar, que saludaban al pasar a la Virgen de los Remedios con salvas de artillería o toques de clarines al iniciar o finalizar singladura en sus navíos. Cercano al convento se constató la existencia del corral de vecinos llamado "de los Títeres" sobre el año 1705.

El siglo XVIII será un periodo de cierto esplendor para los carmelitas de los Remedios, ya que ampliarán sus huertas de naranjos y limoneros, que adquirirán cierta fama, llegando a construir "un suntuoso estanque en el medio, que con su noria lo tiene siempre lleno de agua del Guadalquivir por una grande acequia en tan costoso edificio", aunque no por ello se librará de los efectos de la crecidas del río: en 1752 la riada será de tal calibre que la iglesia quedará completamente anegada. La huerta de los Remedios será el terreno sobre el que crecerá el barrio así llamado, a partir de los años cuarenta del pasado siglo XX.

La iglesia aún conserva su portada, muy reformada por Juan Talavera, así como una parte de su arquitectura dieciochesca, aunque se han perdido retablos, claustros y patios por la acción de los tiempos; incluso la venerada imagen de la Virgen de los Remedios fue trasladada a la parroquia de la O, desapareciendo tras ser quemada la parroquia en julio de 1936, aunque algún autor sostiene que la imagen, en piedra, pudo ser alojada en uno de los patios del palacio de la familia Ibarra en la feligresía de San Nicolás.

Sin embargo, el XIX será nefasto, como es de imaginar. A la invasión de tropas francesas, que saquearán el convento en 1810 se sumará la desamortización de 1836, que expulsará a la comunidad carmelita definitivamente de sus dominios, siendo finalmente subastado el edificio en 1869 y quedando en estado de semi abandono, aunque se sabe que pintores sevillanos como Eustaquio Marín o Gonzalo Bilbao usarán sus naves como estudios. Como curiosidad, tras el expolio de las tropas de Bonaparte se ubicarán en los Remedios la imágenes titulares de la desaparecida Hermandad de la Entrada en Jerusalén de Triana, a las que se les pierde la pista conforme pasan las décadas.

Será finalmente el mecenas Rafael González Abreu quien compre finalmente la iglesia conventual y sus dependencias para reformarla y convertirla en sede del Instituto Hispano Cubano de Historia de América, nacido al calor de los fastos de 1929 y que aún funciona como centro de investigación y biblioteca. 

 

Además, una Real Orden del 8 de febrero de 1931 declaró que el edificio fuera considerado Monumento Nacional, habiendo tenido otros usos, como ejemplo, acuartelamiento alemán durante la Guerra Civil, punto de información previo sobre la Expo del 92, Museo de Carruajes (desde 1999) y en la actualidad centro cultural para actos y presentaciones gestionado por un diario local. Ni que decir tiene que el entorno ha cambiado sustancialmente, poco queda de aquel sitio de las Bandurrias o de la famosa Huerta de los Remedios, pues en sus terrenos llegó a haber cines de veranos, talleres del Puerto, fábricas de cerámica e incluso, dato curioso, el llamado canódromo de Triana, luego polideportivo, y añadiéndose a la lista las instalaciones del Círculo de Labradores de 1962 o la urbanización de la propia Plaza de Cuba, llamada durante años "el Campillo" por las gentes del barrio.

La antigua copla trianera lo dejó claro hace muchos, muchos años: 

"Aquellos cuatro puntales

que mantienen a Triana,

San Jacinto, Los Remedios,

La O y "Señá" Santa Ana"

 


31 agosto, 2020

Una primera piedra: entre Sevilla y Triana

Desde los antiguos tiempos del Imperio Romano, se tenía como costumbre dejar constancia física del comienzo de las obras de un edificio importante, para ello, durante una ceremonia mitad civil, mitad religiosa, se colocaba una serie de piedras, entre las que figuraba una especial por ser la primera, a la que se añadía bien una inscripción, bien objetos del momento en su interior como memoria de la ocasión.

La práctica ha llegado hasta nuestros días, de modo que es habitual que cada cierto tiempo, cuando la ocasión o el acontecimiento constructivo, por decirlo de algún modo, lo merezcan, tiene lugar un acto en el que no faltan discursos, música, firmas, actas e incluso bendiciones por parte de la Iglesia.

Crónicas y Anales históricos han reseñado puntualmente actos de estas características a lo largo de la historia de nuestra ciudad; la primera piedra de la Catedral se colocó, por ejemplo, en 1403; la de la iglesia de la Anunciación, el 2 de septiembre de 1565; la del monumento a San Fernando de la Plaza Nueva, en marzo de 1877 con Alfonso XII com testigo; la primera piedra de la Basílica de la Esperanza Macarena, el 13 de abril de 1941, con la presidencia del Cardenal Segura; aunque sea otro el material y la temporalidad, pongamos de relieve que cada año, en el barrio  de Los Remedios, se celebra la casi tradicional colocación del primer tubo para la Portada de la Feria de Abril.



En esta ocasión, viajaremos en el tiempo a otro acto solemne de este tipo; pero vayamos por partes...

 

Desde tiempo inmemorial, allá por 1171 con el califa almohade Abu Yacub Yusuf, Sevilla y Triana habían quedado unidas, aunque de modo provisional, por el llamado “Puente de Barcas”, con su tablazón sujeta a entre 10 y 11 barcazas de calado suficiente como para no ser sumergidas por el caudal del Guadalquivir. Como en Sevilla las cosas provisionales se convierten en permanentes (ejemplos hay de sobra en este sentido) todavía en los siglos XVI y XVII se estaban haciendo sesudos estudios para construir al fin un puente permanente realizado en piedra aunque, como ya estarán imaginando los lectores, éste no llegó siquiera a pasar de mero proyecto. 

 

Pasarán todavía un par de siglos hasta que al fin el Cabildo de la Ciudad decida en firme poner en marcha el proyecto de sustituir el siempre necesitado de reparaciones Puente de Barcas, y ya en abril de 1844 quedó refrendada oficialmente la idea de un puente a imitación del famoso de Carrousel de París (hoy desaparecido) con arcos de hierro y dos pilares de fábrica sobre el río. La idea, pergeñada por los ingenieros franceses Fernando Bernadet y Gustavo Steinacher, poco a poco irá tomando cuerpo y ya a comienzos de 1845, con gran asistencia de público y autoridades locales, tiene lugar el complicado traslado del Puente de Barcas al sur de su ubicación sobre el río, junto a la llamada Cruz de la Charanga, para comenzar con las tareas de replanteo y cimentación del nuevo puente.


A los pocos meses, se dispuso, ahora sí, el lugar para solemne ceremonia de colocación de la primera piedra del futuro puente, acto que tuvo lugar a la una de la tarde del 12 de diciembre de 1845.

La ceremonia, nos cuenta José Velázquez y Sánchez en sus Anales, fue debidamente anunciada por el Ayuntamiento en las gacetillas locales con el correspondiente Edicto de la Alcaldía, elevándose una plataforma de tierra con espacio suficiente para albergar un altar provisto de cruz y candeleros de plata, misal con el libro de sagrada preces para la bendición de la piedra y acólitos y monaguillos revestidos para auxiliar al Deán López Cepero, quien ostentó la presidencia litúrgica como máxima eclesiástica al estar vacante la sede hispalense. Además, se ubicaron varias filas de asientos protocolariios con destino a las autoridades y “convite” y en el centro una mesa forrada con el correspondiente paño de damasco granate, escribanía de plata y la cajita de zinc que se ubicaría en la zanja realizada al efecto como recuerdo del acontecimiento. 

 

 

Mientras el referido Deán con su séquito de maestro de ceremonias, diáconos y seises de la catedral se dirigía a la plataforma para bendecir la caja, el secretario del Ayuntamiento, Sr. Vázquez Ponce dio lectura al acta de colocación de la primera piedra, en la que además de la fecha y hora, aparecía una extensa lista de autoridades civiles y militares, autoridades que oyeron en pie dicha proclamación. El texto, decía así:

Deseosos los mismos de consignar para las generaciones futuras, la memoria de este acto tan solemne, acordaron que se extendiese la presente, que firmada asimismo por los concurrentes, es incluida en una caja de plomo, juntamente con el pliego de condiciones de la subasta de la construcción de estepuente, la certificación de la diligencia de remate, y varias monedas corrientes de oro y plata, acuñadas en este año, cuya caja, soldada que sea, se colocará dentro de la citada piedra. En fé de lo cual suscribimos la presente en Sevilla á las orillas del Guadalquivir, siendo las dos de la tarde del citado día doce de Diciembre del año de gracia de mil ochocientos cuarenta y cinco.”


Recitadas las pertinentes oraciones religiosas y ubicada la caja, sellada antes con plomo, jefes, regidores y demás representantes políticos procedieron a echar cada cual una pellada de mezcla con un palaustre de plata, dicen que bellamente cincelado.

 


El público, muy numeroso en aquella mañana templada de diciembre, se agolpaba en los muelles y orillas de Sevilla y Triana, sin olvidar las numerosas falúas, lanchas y demás embarcaciones, llenas de curiosos espectadores que navegaban sobre el río, contándose con los sones musicales de la Banda del Regimiento de Artillería.



Para finalizar, como no podía ser menos en jornada tan gozosa, los ingenieros Bernadet y Steinacher invitaron a las autoridades firmantes a un “suntuoso refresco” preparado en la caseta del arsenal, donde se brindó por el buen término de las obras, recibiendo el maestro del puente de barcas el obsequio de dos onzas de oro por el alcalde de la ciudad y el referido palaustre de plata como recuerdo de aquella mañana de diciembre en la que, nunca mejor dicho, comenzaron a ponerse los cimientos del futuro Puente de Isabel II, o mejor, del Puente de Triana… 

 


 

07 julio, 2013

Calle del Rey



 Aunque hora llamada Betis por símil con el nombre romano del llamado Río Grande por los musulmanes y Guadalquivir por nosotros ahora, no deja de ser llamativo que tal vía, que mide 618 metros, tuviera como nombre, allá por el siglo XV el de “Calle del Rey” y ello se debiera a singular suceso que tomando prestada la crónica de Maese Macías relataremos a continuación:

Corriendo los años de 1359, el monarca castellano Don Pedro I (Cruel o Justiciero, tómese el apodo que más plazca al lector) se había apropiado de ciertas rentas que legítimamente pertenecían a la Iglesia, de modo que el prelado, celoso de sus privilegios, resolvió enviarle al rey el oportuno requerimiento notarial para que restituyera las cantidades de las que se había apropiado.

Conocedor el Notario de cómo se las gastaba Don Pedro, iracundo y de genio vivo como era, resolvió aprovechar que cierto día éste paseaba a caballo por la orilla del río que daba a Sevilla para, desde una embarcación que se había proveído, reclamar de viva voz las antedichas rentas. Mas como el soberano daba la callada por respuesta ignorando la reclamación, envalentonado el Notario, comenzó a lanzarle anatemas e improperios, seguro de que tales agravios no llegarían a los reales oídos. 

 Craso error, pues Don Pedro, montó en cólera (que no era el nombre de su caballo), espoleó a su cabalgadura y lanzóse al Guadalquivir para dar escarmiento al lenguaraz, quien pudo escapar merced a los remos de su barca y a que la rápida corriente fluvial arrastró al rey, y de no ser por su caballo, habría perdido la vida, alcanzando, algo maltrecho, la orilla del río que ahora llamamos Betis. 


24 abril, 2013

Valladares

Entre las trianeras calles de San Jacinto y Fabié, se encuentra un callejón poco transitado, y durante mucho tiempo sin salida, que alberga en su interior una entrañable muestra de devoción a la Reina de las Marismas; pero como siempre, vayamos por partes.

Desde el Altozano, y tomando por la antes referida San Jacinto, bastará con tomar la primera calle a la izquierda, encontrarnos con la calle Valladares. En 1665, ya aparecía con el nombre de Balladares, al parecer en honor a un vecino de Aznalcóllar que en el siglo XVI se estableció como ollero en esa zona. Hay que tener en cuenta que el gremio de olleros y ceramistas tuvo carta de naturaleza en Triana

 Tuvo este antiguo callejón nombres tan curiosos como “Del Turco” o “Pastelería”, hasta que por los años de 1868 (siguiendo siempre a trianeros cronistas como Manuel Macías) tomó el nombre por Juan de Valladares, natural de Aznalcázar y que vivió entre los años de 1533-1615; personaje dedicado al oficio de ollero (hogaño, ceramista) y cuya fama al parecer radicó en su labor artesana, proseguida por su hijo Hernando, autor, por ejemplo de azulejos que decoraron no pocos cenobios y templos hispalenses y hasta peruanos.

 Sin embargo, y con todo, lo que más nos ha llamado la atención es la presencia de monumento a la imagen de la Virgen del Rocío en tan recoleto lugar (ahora que se acerca su fervorosa Romería en almonteñas tierras), costeado el dicho por grupo de fieles devotos en 1997, aunque la escultura fuera ejecutada antes, en 1973, por el catedrático Francisco Maireles, piadoso rociero y cofrade de quien se guarda gran memoria en esta ciudad y en otras como Sanlúcar de Barrameda.

 
Quede constancia de tan recóndita calleja en pleno corazón trianero, invitando a quien desee descubrirla que lo haga sin demora.