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07 octubre, 2024

Para mojar pan.

Olivo solitario,
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente.
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea

Antonio Machado (1875-1939). Nuevas Canciones.

En la tostada de por la mañana, iluminando iglesias y hogares, ungiendo a reyes y sacerdotes, curando enfermedades, sirviendo para reparaciones mecánicas, usado en freidurías y calenterías, objeto ahora casi de lujo, en esta ocasión, nos vamos a probar un buen aceite de oliva y a descubrir, algunas, solo algunas, de sus utilidades a lo largo de la Historia sin perder de vista sus usos tradicionales. Pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Desde el punto de vista de la mitología clásica, el olivo está vinculado a la diosa Atenea o Minerva, quien porta en sus manos una rama de este árbol, ya que, durante una pugna con Poseidón por poner nombre a una nueva ciudad, aquella golpeó una roca con su lanza y brotó un olivo, algo con lo que los habitantes de aquella ciudad podrían alimentarse, poseer iluminación o fabricar perfumes, de ahí que la ciudad en cuestión se llamase, y se llama, Atenas. Símbolo de la paz, aparece en el pico de la Paloma que vuelve al Arca de Noé o en la bandera de las Naciones Unidas. Además, se le relacionó con la victoria y la fecundidad, de hecho los campeones de los Juegos Olímpicos o los esposos romanos, llevaban coronas o guirnaldas de olivo y, por poner un ejemplo, la maza de Hércules estaba fabricada en este material y el olivo silvestre, el acebuche, tenía en el dios Apolo a su protector.

El fruto del olivo, la aceituna, deriva del árbe "Zaitum", y de él se tiene constancia histórica como fruto comestible desde la Edad del Bronce, hace unos cinco o seis mil años, nada menos. Hay referencias arqueológicas en Creta y Egipto, concretamente en la tumba de Ramses III y, por supuesto, en la cultura helénica, como hemos dicho, expandiéndose por todo el Mediterráneo su cultivo con la inestimable colaboración de un pueblo navegante y comerciante: los fenicios. La Provincia Bética (por el Río) se convertirá en uno de los grandes productores de aceite y lo exportará a la metrópoli romana en vasijas y cántaros que incluso, amontonados hasta alcanzar la increíble cifra de 53 millones, conformarán el famoso Monte Testaccio de Roma, en cuyas excavaciones arqueológicas se ha podido comprobar esa procedencia andaluza. Casi se nos olvida, mención especial para las lucernas romanas, pequeños recipientes de barro con imágenes mitológicas, eróticas o decorativas que se llenaban de aceite con una mecha y servían para iluminar y un recuerdo entreñable para las populares y tradicionales "mariposas" de aceite que flotando en este líquido iluminaban a imágenes religiosas en los hogares. 

En el Cristianismo el olivo o el aceite serán sacralizados y honrados de muchas formas,  desde el Monte de los Olivos hasta la unción sagrada ("los Santos Óleos" o "el Santoleo", como decían los antiguos"), pasando por las ramas de olivo del Domingo de Ramos o esos otros olivos que vemos alzarse sobre los grandes Pasos de Misterio en Semana Santa. En relación a la Unción, hay que decir, que en la Antigüedad los guerreros, antes del combate, untaban sus cuerpos con aceite de oliva, a fin de no ponerlo fácil a la hora del "cuerpo a cuerpo" y minimizar los daños por las heridas, de ahí el simbolismo de ungir con aceite sagrado a los monarcas cuando eran coronados, costumbre que ha pervivido entre diversos pueblos como el hebreo o el visigodo y de ahí a las diferentes cortes medievales europeas. Por cierto, la palabra "Cristo" proviene del griego "Christos", que significa "Ungido". En cuanto a las propiedades medicinales del aceite, en la Carta de Santiago se menciona:

"¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor".

El paisaje andaluz en general, y el sevillano en particular, no podría entenderse sin ese verde mar de olivos alineados jalonando las tierras de labranza de la provincia, donde las labores del campo, como el "Verdeo" o cosecha de la aceituna, han dado lugar a celebraciones festivas en pueblos como El Arahal, por no hablar de la existencia de olivos o acebuches de gran antigüedad, presentes desde tiempos históricos en muchas zonas, como los conservados en la aldea de El Rocío (el popular "Acebuchal"), o en ermitas como las de la Virgen de la Oliva en Salteras, patrona de los olivareros, o las de Torrijos o Cuatrovitas, ésta vinculada al gremio del verdeo, y ambas con famosas romerías que coinciden con el fin de la cosecha en el olivar. Por cierto, Miguel de Cervantes, durante su oficio como recaudador, anduvo requisando aceites de Paradas y Écija allá por 1588.

Vincent Van Gogh: Olivos. 

Como ha analizado de manera impagable la profesora Isabel Castro Latorre, la importancia del olivo y el aceite en la cultura religiosa es muy grande, destacando su uso como elemento milagrero o milagroso; por citar sólo un ejemplo, es muy conocido el uso dado por aceites provenientes de lámparas votivas que han servido para alumbrar a imágenes religiosas de gran devoción, como por ejemplo, la Virgen de la Caridad, patrona de Sanlúcar de Barrameda; en este caso incluso se cuenta que se produjo un conocido prodigio: cuando tras un olvido no se encendió la lámpara que la iluminaba en su hornacina, ésta comenzó a rebosar un aceite que pronto fue considerado milagroso y reclamado por enfermos y moribundos. Aún hoy, se entrega a los fieles y devotos con este fin, hemos sido testigos de ello. 

Virgen de la Caridad, Patrona de Sanlúcar de Barrameda.

Otro caso, muy sevillano además, es el del aceite de Sor Ángela de la Cruz, que puede solicitarse en la portería de su convento. El "Aceite de Madre" constituye un precioso ejemplo de religiosidad popular que busca en este elemento la curación de diversos males; para ello, ha de extenderse sobre la zona a sanar trazando varias cruces y recitar una oración, bien a la Santísima Trinidad, bien a la propia Sor Ángela de la Cruz, canonizada, como se sabe, por Juan Pablo II en 2003. Ya lo dice el refrán: "aceite de oliva, todo mal quita".

Como situación opuesta, el aceite hirviendo, además de para freír exquisito pescado, llegó incluso llegar a ser último y doloroso recurso para desfigurarse el rostro, si no, que le pregunten a Doña María Coronel, allá por el siglo XIV que de este fatídico modo consiguió librarse del trance del feroz acoso al que la tenía sometida el rey Pedro I de Castilla, apodado el Cruel o el Justiciero, quien tras el suceso hubo de "tomar el olivo", usando un refrán taurino que alude a saltar la barrera. Aterrado, se quitó de enmedio, vamos. 

Foto Reyes de Escalona.

Como somos muy de calles y plazas, no podía faltar mencionar que la actual calle Tomás de Ibarra se llamó del Aceite por la abundancia de almacenes de este género que albergó, muchos de ellos dedicados al comercio con ultramar o que existe la calle Aceituno, de la que hablamos en otra ocasión o incluso la calle Alcuceros (actual Córdoba), donde se vendían estos recipientes para contener aceite, pero sin duda, el lector que haya llegado hasta este punto, ya estará recordando el conocido Arco o Postigo del Aceite, en la calle Almirantazgo y que formó parte de las puerta del recinto almohade amurallado. Llamado así, obviamente, por acoger la entrada y salida de aceite hacia el río y reedificado en 1572 por Benvenuto Tortello a instancias del Conde de Barajas, ostenta en su parte superior, en el lateral que da a Correos, para entendernos, un gran relieve con el escudo de armas de Sevilla, obra de Juan Bautista Vázquez el Viejo. Como curiosidad, conserva aún las ranuras en las que se colocaba la tablazón horizontal para evitar la entrada de agua en tiempo de riadas, y también, por supuesto, la preciosa capilla de la Pura y Limpia del Postigo.

Foto Reyes de Escalona.

Seguro que, a estas alturas,  alguien estará echando en falta una alusión a las tradicionales y exquisitas tortas de aceite, tan reconocidas en Castilleja de la Cuesta, pues bien, allá por 1874 Álvarez Benavides las menciona en relación a un antiguo corral donde luego se ubicó el famoso Café Suizo de la calle Sierpes:

"Dichas casas de vecindad, según nuestros informes, formaron antiguamente un establecimiento de beneficencia, y en el horno citado, se hicieron las primeras tortas de aceite que se confeccionaron en Sevilla. Dichas tortas eran por cierto mucho más pequeñas que las actuales."

Terminamos. Se nos queda en el tintero hablar de gordales, manzanillas, partidas, verdes, negras, deshuesadas, "chupadedos", con anchoas, pero esta vez, en vez de con aquello de "eso ya es harina de otro costal", lo hacemos con dicho popular, ya se sabe, "cada mochuelo, a su olivo".