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24 junio, 2024

Procrastinadores por San Lorenzo.

En esta ocasión, aprovechando el letargo provocado por estos días ya veraniegos, en los que todo invita al descanso y la siesta, vamos a centrarnos en una curiosa y excéntrica asociación que existió en Sevilla a comienzos del siglo XIX y que tuvo su sede, al parecer, no lejos de la parroquia de San Lorenzo; pero como siempre, vayamos por partes.

Preguntar ahora en nuestros días por la calle Caldereros nos llevaría de manera inmediata al barrio de Bellavista, a una vía rotulada en 1950 con este nombre y que anteriormente recibió (sin que se sepa por qué) el de Cañavate; sin embargo, en la Sevilla del siglo XVIII tal apelativo correspondería a la actual de Juan Rabadán, llamada así desde 1913 en honor a un condecorado teniente sevillano muerto en la Guerra de África, en concreto en Melilla, el año anterior de 1912. 

Foto Reyes de Escalona.

Lo de Caldereros, como imaginará quien lea estas líneas, tiene que ver con la presencia de dicho oficio y gremio en esta zona concreta de la ciudad, con el detalle de que la cercana y actual de Teodosio era conocida como Calderería, mientras que Caldereros transcurría (y sigue transcurriendo) desde la propia Plaza de San Lorenzo hasta la calle Torneo, aunque no fue éste el único nombre que recibió la calle, antes bien, fue llamada también de la Cabra (debido a un célebre corral de vecinos que llevaba tal nombre). El final de la calle, ya en Torneo, se llamó Bajondillo, nombre que perduró hasta mediados del siglo XIX debido a la existencia de una especie de hueco u hondonada creada en esa zona para la extracción de barro destinado a los alfares que existían en ese sector, destinados a la fabricación y cocción de ladrillos, vasijas o tejas. Todo ello, unido además a su cercanía al río, habría convertido el extremo de la calle en un apartado poco limpio y  maloliente, tal como reflejaba con frecuencia la prensa de la época.

Para la pequeña historia de la calle Caldereros o de Juan Rabadán, destacar que fue sede, concretamente su número 36, de la autodenominada Sociedad de la Posma, que nuestro habitual cronista Álvarez-Benavides supo retratar en cuando a fines y actividades. Antes que nada, conviene referir que la palabra "posma" hace alusión a pesadez, flema, lentitud o pachorra, de manera que una persona "posma" sería entonces alguien flemático, parsimonioso o, como se dice ahora, procrastinador. Luis Montoto, allá por 1888 escribía:

 "Dícese de la persona lenta y pesada en su modo de obrar, si nos atenemos al significado que de la voz posma da la Academia; pero en la persona que es un posma hay algo más que pesadez y lentitud. El posma enoja por su tenacidad, o, como los andaluces decimos, por su chinchorrería. Equivale a ser un pelma o pelmazo."

Tras todo esto, ¿Qué requisitos eran necesarios para ser recibido en  dicha Sociedad como miembro de pleno derecho?

"Para ser individuo de esta corporación, era preciso dirigir una solicitud a la presidencia y someterse luego a infinidad de pruebas marcadas en el reglamento que conformaran los méritos del aspirante, méritos que tenían necesariamente que basarse en la calma, paciencia, pesadez y todas las demás dotes que unidas formaban un "posma" digno, un "posma" reglamentario".

Al modo de club selecto, pertenecía a la Sociedad de la Posma gente de toda condición, y en sus juntas o reuniones se admitían aspirantes, se elegían cargos directivos o se castigaban comportamientos que iban contra la finalidad de la Asociación, o sea, que se penaba el ser demasiado rápido, diligente o expeditivo y se valoraba muy mucho, hasta el extremo, la falta de velocidad o la pereza suprema, por no decir la "sangre gorda". Los primeros años del siglo XIX fueron especialmente fructíferos en ocurrencias y anécdotas protagonizadas por miembros de esta asociación, algunas de ellas probablemente exageradas o inventadas como ésta que no nos resistimos a transcribir, del Noticiero Sevillano del 16 de noviembre de 1898 y recogida por el recordado profesor Alberto Ribelot:

"En una de las tardes del mes de agosto del año 1800, dos sujetos decentemente ataviados y rayando en las 50 navidades, se encontraron en la calle del Barco, vía próxima a la Alameda de Hércules. Después de cambiar un afectuoso saludo, pusiéronse a conversar, dándoles en el rostro los abrasadores rayos del sol del estío.

Transcurrieron horas y horas, llegó la noche, sonaron las doce, tocó el alba y ya el crepúsculo matutino del siguiente día se dibujaba en el horizonte cuando unos de los interlocutores dijo a su amigo:

-Con que, adiós paisano; en otra ocasión hablaremos más despacio. Voy corriendo a ver qué novedad ocurre en casa, pues ayer encontrándome en el despacho de don Cosme, el presidente de la sociedad, recibí un aviso urgentísimo participándome se había declarado un incendio en mi domicilio y aun ignoro las causas del siniestro y el incremento que haya tomado ya a esta hora.

-Vaya, pues que no sea cosa de cuidado-contestó el segundo "posma" alargándole la mano. Yo también voy deprisa, pues salí de casa con el doble objeto de sacarme una muela cuyos dolores me atormentan, y de camino, avisar a la comadre, pues dejé a mi señora en estado de dar a luz el noveno de mis queridos vástagos. 

-Está muy bien, compañero,  celebraré por mi parte que haya ocurrido ninguna novedad contraria al parto y desde luego me ofrezco a ser padrino de la criatura, si ésta, cuando usted llegue  a su casa, no hubiera recibido ya el agua del bautismo.

Y así diciendo, separáronse al fin después de trece horas de conversación."

Caminar lentamente por calles encharcadas hasta calarse los huesos en días lluviosos, sufrir por arrancar hojas del calendario, quizá no dar cuerda a los relojes o leer periódicos hasta que dejasen de tener actualidad por el paso de las semanas, eran señas de identidad de un buen "posma", por no hablar de responder cartas con meses de retraso o felicitar las Pascuas en junio, intentar sacar papeletas de sitio en septiembre o, es un poner, vestirse de gala para el Corpus en noviembre; en definitiva, se trataba de una filosofía que pretendía dejar que la vida pasase lenta y parsimoniosamente, lo que se llamó más tarde "el dolce far niente" o belleza de no hacer nada, algo que incluso ha llegado a la gastronomía con el conocido concepto de "slow food". El "estrés" no iba con los de la Posma, qué duda cabe.

Las noticias sobre la Sociedad de la Posma tienen quizá su primitivo origen en un texto burlesco, obra del gaditano Francisco Miconi y Cifuentes (1735-1811), segundo Marqués de Méritos, apodado "serenísimo y quietísimo señor", quien llegó a cartearse con el compositor Franz Joseph Haydn, texto en el que él mismo se autodenomina coronel del Regimiento de la Posma y  propone cómo realizar el viaje de Cádiz a Sevilla en el "corto" tiempo de "solo" un año. 

Foto Reyes de Escalona.

Por desgracia, a medida que avanza el siglo XIX se van diluyendo las noticias sobre la Posma, ¿Se "dejarían ir" hasta el punto de abandonar su cometido? ¿Llevaría la grandiosa pereza de sus componentes a quedar en estado latente "in saecula saeculorum"? Quien sabe, quizá al modo de alguna sociedades esotéricas o secretas, siguen ocultos aguardando su momento, a lo mejor en la misma calle Juan Rabadán, en su centenaria Bodeguita, fundada en 1864, para retomar su actividad tras décadas de "descanso", aunque ¿No es menos cierto que todos conocemos a algún buen candidato para engrosar las filas de tan preclara asociación?; pero esa, esa ya es otra historia...