11 septiembre, 2023

Por San Vicente.

En esta ocasión nos vamos a perder por los vericuetos próximos a la parroquia de San Vicente, en concreto por una calle poco conocida pero con curiosa historia, donde hubo residencia de caritativa joven y que ahora posee nombre de juriconsulto y erudito; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

Entre las calles Jesús de la Vera Cruz y Abad Gordillo, no lejos de donde estuvo el "Palacio Apostólico" de la secta del Palmar de Troya y la plaza del Museo, se encuentra la calle Ricardo de Checa, llamada así desde 1930 en honor al catedrático de Derecho y vicerrector de la Hispalense Ricardo Checa y Sánchez, nacido en Sevilla en diciembre de 1857 y fallecido en 1927. Muy conocido en los ambientes académicos de la ciudad, tesorero del Colegio de Abogados, miembro de la Asociación Sevillana de Caridad, de la Real Academia de Buenas Letras y del Ateneo y experto en derecho mercantil, sin olvidar su relación con los fundadores de la Hermandad de los Estudiantes, ejerció la abogacía como defensor en casos muy conocidos en aquellos tiempos, como el del asesinato y robo a Emilio Benítez, que habría tenido lugar en las cercanía de  Castilleja de la Cuesta el 25 de julio de 1912. A título familiar, su abuelo fue José de Checa y Gijón, coronel de infantería y caballero veinticuatro de Sevilla, vocal de la Junta Suprema contra la dominación napoleónica allá por 1808.

Lo más curioso de esta vía, corta, estrecha, que conserva todavía típicas casas del siglo XIX con dos plantas, cancela y patio interior y que sirve a muchos para cortar camino en fechas semanasanteras es que durante muchos años antes, al menos desde el siglo XVIII, fue llamada Calle de la Dama y que Álvarez Benavides plasmó en sus libros una sabrosa anécdota sobre el origen de tal nombre que no nos resistimos a relatar.

Vivía en dicha calle una joven de gran belleza y corazón, preocupada constantemente por los desvalidos y que era conocida en la feligresía como la Dama de los Pobres, debido a su compromiso caritativo. Nadie que acudía a su puerta salía sin la correspondiente limosna, e incluso la joven colaboraba, dicen, con la propia parroquia de San Vicente atendiendo a personas sin recursos. A los veintiún años contrajo matrimonio con un rico potentado llamado Mateo, que aunque muy poderoso en fortuna no lo era tanto en cultura o saberes. Al poco tiempo de la boda, Mateo comunicó a su amada esposa que había de ausentarse durante unos meses a la corte madrileña por atender sus múltiples negocios y, ni corto ni perezoso, pero sí algo celoso, encargó a una vecina de la calle, con quien mantenía amistad, que semanalmente le escribiese a la capital del reino contándole puntualmente las actividades, idas y venidas y visitas de su esposa durante su ausencia.

La vecina, encantada con la tarea, todo hay que decirlo, creía además poseer dotes de erudición y de escritora de altos vuelos, de modo y manera que, en vez de escribir a Mateo narrando escuetamente que la apacible vida de su mujer a falta de su marido consistía en levantarse al amanecer, pasear, bañarse, dormir la siesta o contemplar las estrellas desde la azotea de su casa, envió elaboradas y artificiosas misivas por correo, indicando con todo lujo de detalles que, por ejemplo:

“Tres horas después almuerza y da un paseo por el jardincito, participando del gratísimo aliento de Eolo. A las dos de la tarde se entrega en brazos de Neptuno, mecida por el cual permanece como media hora. Morfeo se encarga después de transportarla al sueño más tranquilo, dulce y encantador. Generalmente pasa la hora de nueve a diez de la noche contemplando a Júpiter en la azotea.”

La llegada de tales nuevas a Madrid hizo montar en cólera a un indignado Mateo que maldijo durante horas a esos tales Eolo, Neptuno, Morfeo o Júpiter que cortejaban con tanto descaro y sin pudor a su amada esposa; encolerizado y viéndose deshonrado en tan gran modo (como vemos sabía poco de mitología, vientos, aguas, sueños o planetas) tomó una trágica determinación: la de dar fin a su miserable vida lanzándose a las frías aguas del Manzanares, donde a buen seguro habría fallecido desengañado una mañana gris, ahogado de no haber sido salvado in extremis por un avezado nadador que pasaba casualmente por allí. Aún chorreando sus ropas, e igual o más iracundo, decidió empaquetar sus pertenencias por vía de urgencia y partir sin demora hacia Sevilla, con el signo de la venganza entre ceja y ceja, planeando siniestramente balazos, estocadas y puñetazos que dispensar a todos aquellos malandrines de nombres tan extraños que osaban acercarse a su morada con tan perversas intenciones.

La calle de la Dama en el plano de Olavide. 1771.

Durante el viaje de regreso, Mateo, ensimismado en negros pensamientos, siguió rumiando como sería el ansiado ajuste de cuentas, regodeándose en él, pero una vez en Sevilla, y aclarado el contenido de las cartas ante una compungida vecina que no tenía idea de lo fatal que había sido su pretendida erudición postal, finalmente hubo de asumir ante su mujer que todo aquel funesto embrollo era fruto de su ignorancia e incultura, y que la fidelidad de Dama de los Pobres estaba, por supuesto, fuera de toda duda; mas, fue tanta la difusión de la historia de aquel marido celoso e ignorante que finalmente la calle recibió el nombre de la Dama y así se quedó hasta, como decíamos, el año de 1930.

Anécdota verdadera o divertida invención popular para explicar el nombre de una calle, nada se sabe sobre si el celoso Mateo finalmente decidió mejorar su bagaje cultural o si la vecina cotilla optó por dedicarse a otro tipo de escritura menos "mitológica".

Por cierto, en la ciudad de Ávila existe aún otra calle de la Dama, donde un 28 de marzo de 1515 nacía Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, o lo que es lo mismo, Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; pero esa, esa ya es otra historia.

04 septiembre, 2023

A las armas: Lanza, Espada y Flecha.

En esta ocasión, superado el pequeño receso vacacional para nuestro equipo, recuperamos la costumbre de destacar, de vez en cuando, algunas vías hispalenses que por su historia, su forma o sus edificios merezcan la pena; Y en este lunes de septiembre nos vamos a descubrir Lanza, Espada y Flechas; no, nos vamos a combatir en torneo medieval ni a pertrecharnos con tales elementos para lanzarnos a la guerra con mesnadas, antes bien, como diría nuestro amigo Don Alonso de Escalona, son pintorescos nombres de calles sevillanas, desconocidas para muchos y que esconden antiguos nombres, algunos de ellos hasta "peculiares", por no decir otra cosa. Pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

La antigua Calle de la Lanza, entre Santiago e Imperial, en la feligresía de la de Santiago, si no nos equivocamos, podría ser una de las que posee más antiguo nombre, ya que era mencionada como tal a comienzos del siglo XVII, aunque en 1484 era conocida como Traviesa a Santiago. Estrechísima en su tramo medio, apenas caben dos personas a la vez, se ensancha al final, al llegar a la trasera de la parroquia de Santiago, y expertos en la materia consideran que este ensanche bien podría ser motivado por la conversión del antiguo cementerio parroquial en zona de tránsito peatonal; de hecho, en el Diccionario de las Calles de Sevilla se recoge la petición de un sacerdote de dicho templo para conseguir "un poco de sitio que está a las espaldas de la iglesia para faser osario y de que la yglesia tiene necesidad". Justo en esa zona se encuentra el gran portón que es uno de los accesos a un hotel cuya fachada principal da a la antigua plaza de López Pintado, hoy de Jesús de la Redención. 

En 1988 los trabajos arqueológicos de José Escudero y Manuel Vera en sendos solares de la calle trajeron consigo el hallazgo de restos de época romana e islámica, aunque la cercanía del nivel freático impidió comprobar con exactitud si por esa zona habría estado situada la muralla romana o si en tiempos posteriores el sector habría estado ocupado por un palacio musulmán; en cualquier caso, los restos de cerámica encontrados atestiguaron que la zona habría estado habitada desde tiempos remotos. 

Calle popular y castiza, donde incluso se celebraban típicas cruces de mayo, e incluso sede, allá por 1859, de una molesta y peligrosa fábrica de fósforos y de la Jefatura de la Reserva del Arma de Caballería en torno a 1877, la calle Lanza fue escenario de un conocido atraco a un capitán de esa misma arma de Caballería allá por marzo del año 1900, siéndole sustraido un valioso reloj de oro, aunque se dio el caso que el presunto "caco" , José Naranjo, apodado como "El Chele" y vecino de la calle González Cuadrado, fue posteriormente víctima, a su vez, de un violento ataque por arma blanca por otro "colega" en lides delictivas, todo ello enmedio de una monumental bronca acaecida en la calle Cuna en la que resultó muerto otro correligionario por disparos de arma de fuego, algo de lo que se hizo eco la prensa local, siempre deseosa de sucesos sangrientos de este tipo.

Foto: Reyes de Escalona. 

Menos oscura y hasta divertida resulta la pequeña historia de la calle Espada, entre Enladrillada y Sol, en cuya esquina se encuentra clásica barbería. Pese a su nombre, es corta y angosta, aunque lo interesante en este caso y, como veremos más adelante, es que recibió tal apelativo en sustitución de otro mucho más explícito y hasta carnal; será muchísimo mejor que lo relate el cronista Félix González de León con sus palabras de allá por 1839:

"Calle de la Teta.

Es una pequeña travesía de la calle Enladrillada a la del Sol, en el cuartel D y parroquia de San Román, que se nombra así por una piedra redonda y saliente que está embutida en lo bajo de una de sus paredes, y la gente la llama la Teta".

Como puede apreciarse, el nombre tenía su miga, y a buen seguro que sería motivo de guasa para muchos y de problemas para el vecindario, todo hay que decirlo, de ahí que en 1845 el Ayuntamiento decidiera sustituirlo por el de Espada, sin que se sepa el motivo de nombre tan bélico. Algunos autores afirman que quizá el original apelativo tuviera que ver con la presencia de una antigua estatua femenina de época romana usada como guardacantón en una fachada, quizá la versión femenina del famoso Hombre de Piedra de la zona de San Lorenzo del que ya hablamos en otra ocasión. Por desgracia, la casa que albergaba este mármol romano tan peculiar fue derribada en 1979 y la pieza arqueológica desapareció sin que se sepa a dónde fue a parar. 

Si en 1845 la calle de la Teta pasó a ser la calle de la Espada, ese mismo año otra calle, esta vez en el entorno de San Gil-San Luis, vio como su nombre era modificado en el nomenclátor viario hispalense. Desde San Luis hacia Torreblanca transcurre la calle Orden de Malta, denominada de San Sebastián hasta 1940. En su interior existe una pequeña barreduela sin salida, en la acera de los números impares, que hasta el antes aludido año de 1845 era llamada callejón de Medio Culo. El nombrecito se las trae y no hemos logrado por el momento conocer el motivo de tan escatológica denominación, aunque en algunas crónicas se menciona como Medio Cubo, quizá para salvar un poco la honestidad de dicha barreduela, ahora zona residencial en la zona. 

Como detalle, entre abril y mayo de 1897 dos sucesos relacionados con la misma casa en la calle Flecha llamaron la atención de los redactores de El Noticiero Sevillano, el primero, sobre la situación de extrema pobreza de una familia:

"La guardia municipal ha participado al teniente alcalde del distrito que en la casa número 3 de la calle Flecha había un matrimonio con cinco hijos, todos atacados de una grave enfermedad y en la mayor miseria, sin mas enseres en la habitación que unos trapos, que amontonados en el suelo sirven de cama a toda la familia.

La autoridad municipal ordenó el ingreso en el Hospital Central de la madre y dos de los hijos más pequeños, quedando en la casa el padre y los tres mayores. Estos infelices carecían de toda clase de recursos para atender a la subsistencia y combatir la enfermedad que padecen. Las almas caritativas tienen una ocasión más de ejecutar la mayor de sus virtudes."

El segundo suceso, más violento, ocurrió así según "El Noti":

"Entre vecinas. En la casa número 3 de la calle Flecha cuestionaron dos vecinas, pasando de las palabras a los hechos y resultando Remedios Villaseca Chía con una herida en la cabeza, que fue curada en el Hospital Central. La agresora, Francisca González Lucena, no pudo ser detenida por haber apelado a la fuga, El palo con que causó la herida a su contrincante, fue ocupado por la policía". 

De cualquier modo, no deja de ser curioso y llama la atención cómo los ediles municipales sevillanos, sustituyeron nombres populares de calles por otros carentes de significado, pero esa, esa ya es otra historia. 


21 agosto, 2023

El Café del Turco.

Estaba en plena calle Sierpes, cuando aquella era calle con vida día y noche. Acogió tertulias apasionadas cuando liberales y absolutistas se llevaban como el perro y el gato. En él trabajó alguien que inspiró un personaje de Don Juan Tenorio e incluso fue escenario de procesiones civiles y foro para conocer de primera mano lo que se cocía en la política española en unos tiempos convulsos, con sucesos violentos para más inri. Hoy, en Hispalensia, tomamos asiento en una buena mesa del Café del Turco. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Estamos en los comienzos del siglo XIX. Ha terminado felizmente la Guerra de Independencia y las tropas napoleónicas son solo mal recuerdo. Sin embargo, la situación política dista mucho de ser pacífica en España. Fernando VII y el absolutismo regresan al país en medio de una crisis económica provocada por los desastres de la guerra y la interrupción del comercio e ingresos fiscales procedentes de América, donde soplan vientos de emancipación. 

José Jiménez Aranda: El Café. 1889.

En ese ambiente apasionado, abundaron los denominados Cafés, a los que tan aficionados eran los sevillanos del siglo XIX, pues no sólo eran establecimientos en los que degustar dicho producto (y otros), sino espacios para la tertulia, la discusión e incluso la polémica o la controversia por cuestiones de todo tipo, desde las taurinas hasta las políticas, pasando por las literarias o religiosas. Podemos decir que hasta había cafés con ideología propia, como es el caso que nos ocupa, el Café de la Cabeza del Turco, en plena calle Sierpes, pues en él tuvieron primeramente su sede los afrancesados durante la dominación napoleónica y, posteriormente, los más extremistas del partido liberal, contrario al absolutismo de Fernando VII ("los negros", como les llamaban sus contrarios "blancos") y debía su nombre, al parecer, a que en su fachada principal, sobre su portada, campeaba pintada la cabeza de un turco. 

Como narró Chaves Rey, en 1820 era su propietario Luis Tolva, patriota, liberal ferviente y admirador del General Riego, líder de la sublevación militar en Las Cabezas de San Juan para reinstaurar el régimen constitucional; prueba de esa devoción es que el 13 de diciembre de 1821 partió de allí una insólita procesión civil presidida por un retrato de Rafael de Riego, desfilando por calles engalanadas enmedio del entusiasmo popular, como contó Luis Montoto. La procesión se repitió veinticuatro horas después, siendo en esta ocasión llevado el retrato en coche descubierto y engalanado. Por cierto, dos años después, los habituales del Café del Turco organizaron una serenata nocturna de violines al propio general Riego, de visita en Sevilla y alojado en la calle de Toqueros, actual Conde de Ibarra. 


 En un abigarrado ambiente lleno de espesas humaredas de tabaco y ecos de discusiones, los exaltados parroquianos debatían sin descanso sobre el candente panorama político, de modo que Tolva ideó para su negocio una especie de "Informativos" mediante la lectura, en alta voz, de la prensa diaria nacional o local, empleando para ello a alguien que con buena voz; hasta llegó a establecer un reglamento, que indicaba la colocación de una silla alta, en la sala del billar, desde la cual se leían los periódicos mientras la concurrencia permanecía en expectante y obligado silencio, aunque se permitía que "concluida la lectura de cada artículo podrá cualquiera hacer las observaciones que guste", eso sí, previo pago de los preceptivos ocho reales mensuales, necesarios para ser "abonado" a estos "informativos". Chaves Rey narró cómo terminaban algunas de estas lecturas:

"El salón de lectura del Turco se veía siempre muy concurrido durante la segunda época constitucional y se dio el caso en ciertas ocasiones, que no estando el público conforme con las ideas de algunos artículos, con toda algazara arrojasen los periódicos a la letrina entre grandes aplausos".

Signo de los tiempos, el fin del Trienio Liberal en 1823 trajo consigo el violento asalto al Café del Turco por una multitud incontrolada (las "turbas realistas") en la mañana del 13 de junio,como puede leerse en las páginas de los Anales de Sevilla de Velázquez y Sánchez: 

"Grupos de aquella plebe devastadora fueron a la fonda y café del Turco a destruir su elegante mobiliario, robar servicio y mantelería, romper un sinnúmero de objetos de china, porcelana, cristal, loza y metales bruñidos, y dar suelta a las canilla de la bodega hasta correr mezclados vinos y licores por la calle de las Sierpes, entre los aullidos de júbilo feroz de aquella horda de caníbales".
José García Ramos (1852-1912): Calle Sierpes.

 Con el paso de los años, trabajó en el Café del Turco un italiano, apellidado Ciutti, que atendió en mesa al dramaturgo José Zorrilla, de paso por Sevilla y quien se inspiró en él para el personaje del mismo nombre en su archiconocido Don Juan Tenorio. En 1844 el propio autor describía así al camarero del Turco

"Era un pillete muy listo que todo se lo encontraba hecho, a quien nunca se encontraba en su sitio al primer llamamiento, y a quien otro camarero iba inmediatamente a buscar fuera del café a una de dos casas de vecindad, en una de las cuales se vendía vino más o menos adulterado, y en otra carne más o menos fresca. Ciutti, a quien hizo célebre mi drama, logró fortuna, según me han dicho, y se volvió a Italia".

El Café de la Cabeza del Turco, permaneció abierto con diversos nombres durante el siglo XIX y parte del XX: el Europeo, (escenario de animados bailes de máscaras allá por 1875), de América o, más recientemente, de Madrid, en cuyos altos estuvo la sede del Sevilla F. C. allá por 1915 y abierto aún en los años noventa del pasado siglo XX como salón de juegos. Tampoco podemos olvidar que el Café del Turco también pasó a ofrecer actuaciones de cante y baile flamenco, uniéndose a la moda de los llamados "cafés cantantes".  En la actualidad el local permanece cerrado a cal y canto desde hace bastante tiempo, sin que haya vuelto a tener uso, pero esa, esa ya es otra historia. 

14 agosto, 2023

Agosto de 1873: un robo real.

 " - Dios le guarde, amigo, qué, ¿Se ha enterado de algo de lo de anoche? ¿Qué me puede contar?

- Buenos días nos de Dios; pues mucho no hay que rascar; a ver, que se sepa, eran dos, eso es lo que cuentan los monaguillos, incluso hay quien dice que dejaron alguna prueba de su presencia dentro del recinto, como una colilla y los restos de un puro habano, aunque eso no termino de creérmelo. Emplearon útiles afilados y durante el robo se desprendieron algunas piedras preciosas que quedaron en el suelo. Planeado lo tenían, de eso no hay duda, actuaron con premeditación, nocturnidad y alevosía, como dicen ustedes, ¿No?; es más que seguro que se escondieron tras el cierre, quizá dentro de un armario usado por un capellán enfermo que lleva semanas sin acudir a sus deberes litúrgicos, burlaron la vigilancia y salieron con total impunidad al amanecer tras la apertura para los primeros cultos de la jornada, sin que nadie notase nada extraño.

- Don Juan Manuel, el Capellán Mayor de la Capilla Real, fue puesto de inmediato sobre aviso por Miguel García, el sacristán mayor, de que alguien había forzado las dos cerraduras del camarín de la Virgen y que faltaban... bueno, quede con Dios que ya está llamando a Coro la Giralda y llevo prisa, desconozco más detalles y está a punto de llegar el juez de primera instancia para iniciar las pesquisas. Luego si lo desea nos vemos en Las Escobas y a ver de qué más me entero para relatarle, con un chato de vino por delante, eso sí".-

Ésta bien podría haber sido, por qué no, una probable conversación entre un "repórter" o "plumilla" de hace ciento cincuenta años a la búsqueda de titulares y su fuente anónima, a buen seguro personal de la catedral. ¿Qué ocurrió en la capilla real aquella noche de finales de abril de 1873? ¿Qué sucedió para que hasta la prensa madrileña se hiciera eco? Como siempre, vayamos por partes.

Tras el breve reinado de Amadeo I de Saboya, en febrero de aquel año se había proclamado la I República Española: inestabilidad política y crisis económica iban de la mano; como ha relatado Alfonso Jiménez, el cabildo catedralicio hispalense incluso carecía de los fondos necesarios para  el gran Monumento Eucarístico y éste, insólitamente, quedó sin montar, en una Semana Santa en la que sólo salieron tres cofradías: las Siete Palabras, la Macarena y las Cigarreras. La guerra abierta con los carlistas y los independentistas cubanos y una preocupante y creciente conflictividad social auguraban meses difíciles para la naciente República.  Todo ello se pudo comprobar en nuestra propia ciudad con la proclamación del denominado Cantón de Sevilla, breve intento de federalismo republicano independiente promovido por los llamados "intransigentes" y que funcionó durante los meses de junio y julio de aquel año, hasta que finalmente fue suprimido y reprimido por la fuerzas militares al mando del general Pavía (sí, el de los "soldaditos de bacalao"), quien el 1 de agosto daba por finiquitado el Cantón no sin resistencia armada y destrozos en zonas concretas de la ciudad. 

Joaquín Domínguez Bécquer. Virgen de los Reyes portando la corona sustraida. Siglo XIX.

En un clima de cierta tensión, al amanecer de aquel martes de la primavera de aquel año de 1873 el cabildo de capellanes reales hubo de reunirse con carácter de urgencia ante la gravedad de los hechos acaecidos en la noche anterior, la sacrílega sustracción de varios elementos que formaban parte de la vestimenta de la Virgen de los Reyes, a saber: corona, peto, alhajas varias y una flor de pedrería que solía portar en su mano el Niño Jesús, tal como ha recogido en sus interesantes investigaciones la profesora Teresa Laguna. 

Avisado el Cardenal Arzobispo Luis de la Lastra, la noticia del expolio corrió de boca en boca, congregándose gran cantidad de curiosos en el entorno de la catedral a la búsqueda de las últimas novedades de un caso que había entristecido a la ciudad tanto por el atentado que suponía a su patrona como la pérdida de una parte importante de su patrimonio. Ni que decir tiene que la prensa no tardó en hacerse eco de lo sucedido, planteando, como en el caso del diario La Andalucía algunas incógnitas:

"Lo extraño del suceso es que la gran verja que sirve de puerta de entrada no tenía señales de haber sido forzada. ¿Por dónde entraron los autores del robo? Sin duda se quedarían dentro de la capilla desde el día anterior; y aun siendo así, ¿Por dónde salieron? Cuestiones son éstas que la autoridad se ha encargado de aclarar."

Para mayor abundamiento, el delictivo suceso se propagó hasta la capital del Reino, (perdón, de la República), ya que el diario El Imparcial de Madrid publicaba citando a otro colega sevillano:

"Dice El Español de Sevilla que el jueves se echó de ver que a la imagen de la Virgen de los Reyes de la real capilla de la Catedral le habían robado la corona y el peto, ambas alhajas de oro, plata y piedras preciosas. Sin duda el robo se hizo por el camarín y se supone que los ladrones quedaron escondidos en el templo desde el día anterior. La corona robada es la real de San Fernando, donado por el Santo Rey a la imagen, juntamente con el peto, propiedad que fue de doña Berenguela su madre. Su valor, aparte de su mérito histórico, asciende a unos 30.000 duros".

Dejando aparte que esos 30.000 duros ahora serían unos 900,00 euros, la corona sustraída, llamada de las águilas, pudo haber formado parte de las posesiones de doña Beatriz de Suabia, esposa de  Fernando III el Santo, era una pieza de gran antigüedad, y poseía además una secular tradición que hablaba de una legendaria donación fernandina a la Virgen. 

En respuesta a lo sucedido, el Cabildo de la catedral, anticipándose al devenir político y al gobierno de Madrid, y esperando una inminente incautación de sus bienes, ordenó actualizar los libros de inventario y aumentar la vigilancia de sus dependencias, capillas y estancias, efectuar registros de todos los espacios públicos antes de cada cierre y aumentar el retén de guardia nocturna, con tres peones armados acompañados por perros, bajo supervisión de un clérigo que permanecía de guardia durante la franja de la noche. Todas estas medidas, que pasaron a formar parte de un llamado "plan de seguridad", sirvieron de muy poco un año después, cuando se produjo un nuevo robo, éste también de bastante importancia, en el templo mayor de la ciudad, el del San Antonio de Murillo, que ya tuvo su espacio en estas páginas no hace mucho. 

Por cierto, calmados en parte los ánimos tras los enfrentamientos entre el general Pavía y los cantonalistas, la prensa local destacó en sus páginas que aquel año la procesión del 15 de agosto sería casi una acción de gracias por los malos momentos vividos en la ciudad, que a la Novena a la Virgen de los Reyes seguiría la solemne Octava y que la popular Velada en honor a la Virgen cobraba especial importancia:

"En la Real Capilla se celebrará la octava de su excelsa patrona, según se ha acostumbrado desde la institución de dichas fiestas, no obstante haberle retirado el gobierno desde hace tiempo la asignación que tenía señalada. 

Esta noche y mañana se verificará la popular velada en derredor de nuestro hermoso primer templo; y como los acontecimientos de los dos últimos meses han privado al pueblo sevillano de distracciones de igual clase, es de esperarse que la que nos ocupa se verá extraordinariamente favorecida."

¿Se recuperaron las joyas robadas? Lamentablemente, se les perdió la pista para siempre, sin que se hallase a los culpables o a los inductores del delito; de ahí que fuese necesario encargar una nueva corona para la Virgen de los Reyes, como quedó reflejado en la prensa local, en concreto en el diario El Español del 10 de octubre de aquel fatídico año de 1873, con una reseña que firma el "Inspeccionador de objetos artísticos": 

"Se halla expuesta en la conocida y acreditada platería de D. José Lecaroz, calle Chicarreros núm. 17 una corona de plata sobredorada que ha de sustituir a la que robaron a la imagen de la Virgen de los Reyes. Esta corona ha sido costeada por una señora devota, cuyo nombre no estoy autorizado para manifestar, y se ha construido en el citado establecimiento con arreglo a modelos y dibujos que existen de la que ha desaparecido. Esta nueva obra es en mi juicio un modelo de arte, por lo bien acabada que se halla".

Realizada bajo pautas historicistas, como ha apuntado Teresa Laguna, la llamada corona de Lecaroz consta de ocho módulos repujados enriquecidos con el añadido de pedrería que posteriormente quizá desvirtuase la idea original, la de rendir homenaje a la pieza robada y nunca más hallada, pero esa, esa ya es otra historia.


 

07 agosto, 2023

La calle de los Catalanes

En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos hacia una zona muy transitada de Sevilla, próxima a la calle Sierpes, sede de palacios, colecciones pictóricas, periódicos centenarios y que en su tiempo poseyó una Cruz con una curiosa historia; pero como siempre, vayamos por partes.

Desde la intersección de las calles Méndez Núñez y Carlos Cañal, hasta otra intersección, la existente entre General Polavieja y Almirante Bonifaz, discurre la calle Albareda, aunque hay que destacar que este nombre es relativamente moderno, como veremos. 

Afirma el Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla que, desde al menos el siglo XIV, era conocida esta calle como la de Catalanes, debido probablemente a que tras la conquista de Sevilla por Fernando III el Santo gentes de aquella región se asentasen en este sector de la ciudad, uno de los más comerciales y populosos; además, como recogió Fermín Arana de Varflora, concedió a los catalanes privilegios económicos y hasta el permiso para una carnicerías que todavía seguían funcionando a pleno rendimiento a principios del siglo XVII. El mismo autor, allá por 1804, destaca que en esta calle tenía su sede el Hospital de la Orden Tercera de San Francisco, bajo la advocación de San José,  fundado por Bartolomé de Urbina en 1755 y que habría estado ubicado en el tramo perpendicular a la calle Jaén que da a la Plaza Nueva.

Curiosamente en el plano ordenado trazar por el Asistente Pablo de Olavide en 1771 la zona aparece reseñada con el peculiar título de Cruz del Negro, muy relacionada con la esclavitud en Sevilla aunque de una manera muy especial. Corría el siglo XVII y las diferentes cofradías y hermandades de la ciudad rivalizaban en devoción, suntuosidad y solemnidad a la hora de celebrar los cultos dedicados a una de las grandes e históricas devociones de la ciudad: la Inmaculada Concepción. 

Crónicas de la época narraban que una de las corporaciones que más se distinguió con sus cultos fue la de los Negros pese a que, dado el carácter humilde de sus componentes, no siempre conseguían los fondos monetarios necesarios para tal propósito, de ahí, llegado el caso y como bien narra el profesor Isidoro Moreno en la historia de esta Hermandad, que dos oficiales de su junta de gobierno, Fernando de Molina y Pedro Francisco Moreno decidieron sacrificarse y poner a la venta su propia libertad al precio de cien pesos cada uno, recorriendo las calles principales de Sevilla pregonando tal "autoventa", ante la mirada de los sorprendidos viandantes que quedaron vivamente impresionados por el desprendido gesto de los cofrades de la Virgen de los Ángeles. 

Llegados a la desembocadura de la calle Catalanes con Colcheros, ahora Tetuán, no lejos de las tapias del convento Casa Grande de San Francisco, se detuvieron y comprobaron que gracias a las limosnas recogidas se habían obtenido ochenta pesos, que sumados a los ciento veinte que como limosna entregó Jerónimo Rodríguez de Morales permitieron al fin celebrar los ansiados cultos con todo el boato y dignidad requeridos, sin que sus vidas terminasen esclavizadas. Como recuerdo, en ese mismo lugar quedó colocada la llamada Cruz del Negro, que se mantuvo allí al parecer hasta el 20 de julio 1836 en que fue retirada por el ayuntamiento a fin de facilitar el tránsito procedente del Convento Casa Grande de San Francisco, entonces convertido en cuartel y al que se le había abierto una nueva puerta por aquel lateral. El nombre, pese a todo se mantuvo, en la conocida Tienda del Negro, taberna que Álvarez Benavides, allá por 1874 llegó a conocer y a describir de esta forma:

"Establecimiento en su clase de los más antiguos en esta ciudad, contando ya con 121 años por lo menos en el mismo punto en que se halla. La puerta principal de esta casa es una verdadera crónica de sus diversos dueños o arrendatarios, pues en sus hojas se hallan toscamente grabados y en caracteres más o menos bien hechos, muchos nombres y apellidos de dichos dueños con las fechas en las que comenzaron a regentar el establecimiento."

 José Gestoso descubrió, gracias a los padrones municipales de aquellos años, que allá por el siglo XVI vivían en la calle Catalanes desde Juan Díaz, de profesión alforjero, hasta Ferrand González, afinador, pasando por el organero Hernando de Piedrahita o un colchero apellidado Maldonado, sin olvidar que en el siglo XIX tuvieron allí su palacio los condes de Castilleja de Guzmán, famoso por acoger fiestas de la altas sociedad sevillana o, periódicos diarios diversos, como La Andalucía, con oficinas en el número 4 de la calle Catalanes o, en el desaparecido número 17, El Correo de Andalucía, fundado por el cardenal Marcelo Spínola en 1899 y cuyo primer número vio la luz el 1 de febrero de aquel año. 

En 1842, una denominada "Noticia de los principales monumentos de Sevilla", especie de guía para visitantes editada por el periódico local El Sevillano, mencionaba que en el número 10 de la calle vivía el señor Aniceto Bravo, al que dicha publicación consideraba poseedor de una de las mejores colecciones pictóricas de Sevilla, con obras de Velázquez, Murillo, Zurbarán, etc., sin menoscabo de pinturas de autores extranjeros. Poco se sabe del posterior destino de la gran colección de Aniceto Bravo, uno de los impulsores del comienzo de las excavaciones en Itálica en 1839 y a quien el viajero Richard Ford llamó "ignorante mercader de tejidos", pero todo parece indicar que fue puesta a la venta por sus herederos, y algunas piezas pasaron a engrosar la llamada Galería de Luis Felipe en el museo del Louvre, aunque otras quedaron en Sevilla.

Curiosamente, doce años antes de la fundación de El Correo, en 1877, como atestigua un azulejo colocado en el número 22, Manuel Sales y Ferré, primer catedrático de Sociología en España, fundaba el denominado "Ateneo y Sociedad de Excursiones", actualmente ubicado en la calle Orfila y que a lo largo de su centenaria historia ha sabido combinar sabiamente, "Docta Casa" la llaman, ideas, mentalidades e ilusión, que para eso son los encargados de organizar anualmente la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla.

Mención especial merece el edificio que se encuentra en la esquina de la calle Albareda con Tetuán, y que ahora es sede de una entidad bancaria sucesora del desaparecido Banco Coca. Construido en 1802, como ha descubierto el investigador Marcos Fernández, posee un patio central arcos y columnas a semejanza de esquemas del siglo XVIII y resulta ser uno de los inmuebles más antiguos de la calle pese a las sucesivas reformas a las que ha sido sometido.

En 1888 finalmente, el Ayuntamiento decidió sustituir el nombre de Catalanes por Albareda, en honor al gaditano José Luis Albareda y Sezde (1828-1897), abogado por la Hispalense, fundador del periódico El Contemporáneo y que llegó a ostentar el puesto de Senador por Sevilla, gobernador civil de Madrid y la cartera de Fomento, siendo uno de los partidarios de Amadeo de Saboya para ocupar el trono español allá por 1871, pero esa, esa ya es otra historia.


31 julio, 2023

Al aparato.

En estos tiempos, en los que el teléfono móvil ha entrado a formar parte plenamente de nuestras vidas, cuando muchos casi no podemos vivir sin él para estar conectados en el ámbito laboral, familiar o lúdico, nos vendría bien que nos acercásemos a ver cómo era eso de las telecomunicaciones en Sevilla hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes. 

Es de sobras conocido que, allá por el siglo XIX, el italiano Antonio Meucci y el escocés Graham Bell rivalizaron por la autoría de la invención del teléfono, pues aunque al primero se le otorga el honor de ser el creador de esta forma de comunicación a la que llamó "teletrófono", al segundo le cupo la posibilidad de comercializarla, enriquecerse y llevarse los honores. Meucci, allá por 1849 usó hilos de cobre con dos auriculares para poder lograr algo tan increíble como transportar el sonido desde su oficina hasta el dormitorio de su esposa, enferma crónica  y  Graham Bell, por su parte,  logró la primera conexión telefónica entre dos habitaciones, llamando a su ayudante Thomas A. Watson a través de un rudimentario auricular con estas palabras que han pasado a la posteridad: "Señor Watson, venga aquí, necesito que me ayude", patentado el teléfono en 1876.

Graham Bell, al aparato.

El invento telefónico se fue extendiendo por toda Europa y Norteamérica entre el siglo XIX y el XX, síntoma de los avances en lo tecnológico. Como curiosidad, el abogado y aristócrata Rodrigo Sánchez-Arjona (1841-1915), hombre culto e interesado por los últimos descubrimientos científicos que se producían en su época,  (tanto que en su pueblo natal extremeño de Fregenal de la Sierra llegó a ser apodado como "El Brujo" por sus ocurrencias y artilugios) logró por su cuenta la primera llamada telefónica en el ámbito rural en España y una de las primeras a larga distancia en Europa. No contento con eso, en diciembre de 1880 (sólo cuatro años después de la patente de Graham Bell) consiguió la primera comunicación entre su residencia de Fregenal de la Sierra y Sevilla, utilizando para ello la línea telegráfica. Aquello constituyó todo un sorprendente logro, pues hasta la central de telégrafos, entonces en la calle Sierpes, llegaron las voces del propio Sánchez-Arjona y la de su hija pequeña, que incluso cantó una petenera "en directo", tal como se encargó de investigar a fondo José Manuel Holgado Brenes en su libro "¡Aquí Sevilla... Oiga Fregenal!", editado en 2011.

En el caso de Sevilla, la concesión estatal de los servicios telefónicos estuvo en manos privadas, pues se sabe que en la Guía de Sevilla de Gómez Zarzuela de 1885, figura un tal Ramón García Camba, con domicilio en la calle Rábida 6, actual Marqués de Paradas, dedicado al negocio de los teléfonos. Hay que decir que el coste del servicio no parecía barato, ya que abonarse a una línea dentro de una red urbana costaba quinientas pesetas de entonces al año si se quería el servicio de ocho de la mañana a diez de la noche y seiscientas pesetas anuales si se deseaba servicio veinticuatro horas (lo de las tarifas planas, las permanencias y las portabilidades llegó mucho después, como podemos imaginar). 

Templete para cableado aéreo. Calle Carlos Cañal. Principios del siglo XX.

 En 1921, Sevilla contaba con 1.240 teléfonos y en 1924 la CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España), con el apoyo tecnológico de la estadounidense ITT (International Telephone & Telegraph) se pondrá al frente del monopolio telefónico en nuestra ciudad, aprovechando para ello una central en la calle  Albareda (ahora calle Carlos Cañal, casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y otra en Triana de bastante antigüedad en cuanto a su centralita. El cableado era aéreo, esto es, se sustentaba en altura mediante postes y templetes que databan de 1897.

Figura fundamental al frente de las clavijas de las centralitas fueron las operadoras telefonistas, conocidas como "las chicas de cable", personal femenino contratado con sueldos muy bajos pese a que su labor, llena de estrés y sinsabores, las obligaba a ser la voz amable del sistema y a soportar, todo hay que decirlo, comentarios de todo tipo sobre su labor, su presunta apariencia o su voz. Como prueba, en el diario El Liberal de agosto de 1925 se hacían eco de la "Revista Telefónica Española", comentando un artículo:

"La información relativa al teléfono en Sevilla es verdaderamente sugestiva e interesante, por los datos y detalles que con respecto al servicio contiene, y sobre todo por la publicación de los retratos de las señoritas telefonistas Ofelia Hidalgo Rodríguez, Angelita Loza y Rosario Ossorio Manzano, a las que si  los abonados viesen sus caras no había uno que se quejase de que no le ponían la comunicación pedida."


Nos situamos ya en los "felices años veinte", en los que la ciudad se volcó con los preparativos de la Exposición Iberoamericana, inaugurada, tras varios aplazamientos, en 1929. Fruto del "imparable" progreso tecnológico ese mismo año también quedó inaugurada la nueva central telefónica de Sevilla, propiedad de la Compañía Telefónica Nacional y que supuso el soterramiento del cableado y la supresión de los numerosos "templetes" antes mencionados, que afeaban azoteas y calles. 

Construcción del Edificio de Telefónica. Plaza Nueva. 1926-1928.

El edificio de Telefónica, situado en la esquina de la Plaza Nueva más próxima a la Avenida, fue diseñado por el arquitecto Juan Talavera Heredia (1880-1960), pieza clave, junto con Aníbal González, en el desarrollo del llamado estilo Regionalista, de ahí que éste de Telefónica posea detalles decorativos neobarrocos que proceden de la ornamentación de templos sevillanos como San Luis de los Franceses o la Magdalena, destacando el uso de la cerámica, el ladrillo tallado o la forja como elementos configuradores de dicho estilo. Además, el uso cromático de la piedra y el ladrillo y el homenaje a la giralda con el remate de la esquina a manera de mirador con varios cuerpos serán una de sus señas de identidad. 

La solemne inauguración de la nueva construcción tuvo lugar el 12 de octubre de 1929, cinco meses después de la apertura de la Exposición Iberoamericana y tuvo todos los componentes de un suceso de altura, como veremos. 

Autoridades en la inauguración del Edificio de Telefónica.

Eran las once y media de la mañana cuando el alcalde de Sevilla, Nicolás Díaz Molero, el gobernador civil y el Director de la Compañía Nacional Telefónica, señor Berenguer, recibían y cumplimentaban a las puertas del nuevo edificio al infante Don Carlos de Borbón, bisabuelo del actual rey de España, para pasar a continuación al interior, a la segunda planta. Allí, el vicario del arzobispado, Don Jerónimo Armario bendijo los nuevos equipos y centralitas a lo que siguió el consabido turno de discursos laudatorios, en los que se mencionó que la nueva central telefónica automática tenía capacidad para 6.000 líneas ampliables a 10.000; a las doce y cuarto del mediodía Don Carlos de Borbón, en presencia de todas las autoridades invitadas al acto, accionaba la palanca que ponía en funcionamiento el sistema, a lo que siguió una salva de aplausos. Detalles de aquella inauguración de postín: aparte del complejo y moderno sistema de centralitas, el flamante edificio contaba con un área de descanso y comedor para las operadoras, así como una zona de atención al público en la planta baja.


No fue el único acto relacionado con el teléfono en aquella jornada. Por la tarde, las autoridades, a las que acompañaba el dictador y jefe del gobierno general Primo de Rivera visitaron el Pabellón de Telefónica del Parque de María Luisa, donde inauguraron oficialmente la línea telefónica entre España y Argentina. Así lo contaba El Correo de Andalucía en su edición del 13 de octubre:

 "Fueron recibidos por el director de la Compañía Mr. Porotor, el ingeniero director accidental del quinto distrito sñor García Amo y alto personal de la Compañía. Inmediatamente se puso en comunicación Sevilla con Buenos Aires y el presidente dirigió un saludo al ministro del Interior de la Argentina. El ministro del Interior contestó a las palabras del general Primo de Rivera de modo efusivo y lleno de altos sentimientos de compenetración de raza. 

Después hablaron el jefe del gobierno con nuestro embajador en Buenos Aires y el embajador argentino en Madrid con el ministro de Relaciones Exteriores de aquel país. El director de la Exposición habló con el presidente de la Asociación de la Prensa de Buenos Aires."

Este pabellón, obra también de Juan Talavera con su portada que recuerda a la del monasterio de Santa Paula,  por fortuna aún se mantiene en pie, y es sede ahora de Parques y Jardines, prestando un eficiente servicio como central central telefónica, ya que estuvo funcionando como tal hasta 1989.

Pasaron los años. Hace ya cierto tiempo que la "Telefónica de la Plaza Nueva", testigo incluso de tiroteos y disparos de artillería en las primeras horas de la Guerra Civil en julio de 1936, quedó vacía y sin utilidad. Su destino por el momento es incierto, barajándose varios usos entre los que ha figurado la compra por parte de una conocida marca de joyería y, como no podía ser menos, su conversión en hotel, sin que se sepa a ciencia qué va a ser de este edificio en esta época en la que los teléfonos fijos (o "de sobremesa") cada vez tienen menos uso.

Se nos quedaba en el tintero, el antes aludido infante don Carlos falleció en Sevilla el 11 de noviembre de 1949, siendo sepultado muy cerca de la Plaza Nueva, en la cripta que posee la Hermandad Sacramental de Pasión en la Iglesia del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia.

FE DE ERRORES: queda modificado este post con mención especial en él a la figura del fotógrafo e investigador José Manuel Holgado Brenes, a quien olvidamos citar por error involuntario por nuestra parte. 

24 julio, 2023

La del Camello.


Para esta última semana de julio (siempre por la sombrita) hemos decidido acudir a un lugar poco o nada transitado, que pasa desapercibido para muchos, menos para los hermanos de cierta cofradía del Domingo de Ramos, que ahora tiene nombre de capataz, que bien podría marcar arqueológicamente dónde comenzó a fraguarse la historia de Sevilla y que hasta tuvo nombre de camélido, sí de camello; pero como siempre, vayamos por partes. 


Perpendicular a la Cuesta del Rosario, a la derecha si se viene subiendo desde la Plaza del Salvador una vez que se ha pasado la desembocadura de Francos, subsiste allí una pequeña barreduela. De 1665 se conservan referencias en las que se denominaba del Camello a este calleja sin salida que daba a la entonces plaza de la Cruz de San Pedro, desconociéndose el motivo de tal apelativo tan curioso, puede que debido a su trazado curvo y ascendente, de hecho Álvarez Benavides en 1874 indicará: 

"La callejuela sin salida, que como queda dicho, forma el cuarto trayecto, se conocía vulgarmente por Callejuela del Camello, sin duda por la circunstancia de haber comparado la totalidad de la calle con el lomo de aquel animal y ser dicho punto la parte más elevada."

Mantendrá tal nombre hasta bien entrado el siglo XIX, pues en 1845 se conservaba todavía, aunque en 1868 se le dio el nombre que ha llegado hasta 2019: Galindo, en honor al almirante Cristóbal de Eraso y Galindo, nacido en Écija en el siglo XVI, experimentado marino que llegó a estar al mando de la Flota de Indias con el rango de capitán general.

La supresión del tapón urbanístico que sufría desde siglos la Cuesta del Rosario, supuso que quedase como bocacalle a ésta, y en 1932 se acordó sustituir el pavimento en rampa por tramos escalonados, ya que quizá estemos hablando de la calle de Sevilla con mayor pendiente y desnivel; al subir gira hacia su izquierda y se estrecha conforme llega a su final, dando a esta calle las traseras de edificios cuyos frentes dan bien a Cuesta del Rosario, bien a la calle San Isidoro. 


Acotaciones de Collantes de Terán en la calle Galindo. 1944.

Uno de los aspectos más interesantes de esta zona, la más elevada de la ciudad como decíamos, surgió durante las excavaciones arqueológicas realizadas por el profesor Collantes de Terán en la zona que sirvió para construir un edificio con fachadas a Galindo y Cuesta del Rosario, que dieron como resultado hallazgos de bastante importancia como veremos a continuación y que fue, además, la primera estratigrafía como tal realizada en Sevilla, o sea, el primer estudio sobre superposición de capas o estratos de la tierra con la finalidad del análisis de su antigüedad. La investigación dejó claro que la ciudad primitiva se habría alzado sobre un promontorio cercano a un río Guadalquivir que hace más de dos mil años transcurría por un cauce muy distinto al actual, ya que se cree que uno de sus brazos bajaba por la Barqueta hacia la Alameda, Campana, Sierpes y Avenida hacia la Puerta Jerez, lo que explicaría la existencia de un barrio portuario bajo el actual Patio de Banderas.

Tal como ha analizado Manuel Vera Reina, la secuencia histórica de esa excavación de 1944 hablaría de restos situados entre el siglo IV a. C. hasta el siglo XVII d. C., destacando el hallazgo de un nivel más antiguo de etapa turdetana, un pequeño vaso de barro de 10 centímetros de alto con cuatro monedas de plata cartaginesas, dos de ellas con la cabeza de Tanit (equivalente a la diosa fenicia Astarté) en el anverso y dos con la de Asdrúbal (siglo III a. C.) y el descubrimiento también de un edificio de cierta entidad fechado en época posterior, edificio ubicado en una zona de tierra quemada, lo que indica que fue víctima de un incendio; en el nivel 2, ya en tiempos romanos, se hallaron los restos de unas termas del siglo II d. C., conjunto de suma importancia que habría estado formado por una gran sala central a la que se accedía por dos corredores, unida a otras dos más pequeñas, acompañadas de piscinas y fuentes decoradas por los correspondientes mosaicos, más otra zona que sería equivalente a unos vestuarios.

Reconstrucción de las termas con sus mosaicos, por Manuel Vera Reina.

No se privaban de lujos los hispalenses de aquellas fechas, pues las piscinas, aparte de abundante agua, habrían tenido una profusa ornamentación con ricos mármoles, exquisitas incrustaciones de conchas marinas y los antes aludidos mosaicos, (pueden verse aquí) conservados hasta no hace mucho en el sevillano Museo Arqueológico,  y que suponemos que ahora se habrán almacenado convenientemente antes del inicio de las obras de remodelación de dicho museo de la Plaza de América. Realizados con motivos marinos como peces o crustáceos y con el blanco y el negro como colores protagonistas, siguiendo las modas estéticas de los tiempos del hispalense emperador Adriano, los llamados "mosaicos de la Cuesta del Rosario" constituyeron una prueba más de la importancia de esa zona de la ciudad para entender cómo fue la Hispalis romana y su estructura urbana. 

Tradicionalmente se ha mantenido que la zona de la Alfalfa-El Salvador, habría configurado en esos años el eje cuyo epicentro sería el Foro, corazón de la ciudad romana; el hallazgo, en el año 2006, en la Plaza de la Pescadería de una cisterna de tiempos del emperador Trajano, utilizada para recibir el agua procedente del acueducto de los caños de Carmona ha supuesto la necesidad de un cierto cambio en la idea de esa Sevilla romana y que ha obligado a poner en cuestión antiguas teorías a lo que hay que unir todo lo descubierto en la plaza de la Encarnación (el actual Antiquarium) o el reciente y desconocido tramo de muralla romana hallado en las obras de un hotel en la Plaza de San Francisco. Como puede apreciarse, aún queda mucho por hacer en el ámbito histórico y arqueológico.

Como podemos comprobar, nos movemos por vericuetos llenos de historia de todas las épocas, sin que debamos olvidar que en esta zona se localizó, en 1488, el denominado Mesón de Castro o un retablo callejero dedicado a la Virgen del Rosario que darían nombre a la Cuesta así llamada e incluso la calle que comentamos fue sede de un corral de vecinos, el llamado Corral del Duende, del cual hemos hallado una curiosa reseña sobre un sangriento suceso acaecido en marzo de 1897 como apareció reflejado en las páginas del diario El Noticiero Sevillano:

"UN HERIDO.

En el corral del Duende, situado en la calle Galindo número 8, se celebraba anoche entre los vecinos una fiesta en la que reinaba la alegría y el orden más completo. Las muchachas del barrio bailaban alegremente a los sones de un pianillo que conducían Manuel Marcos Gil y Emilio Sánchez Barrera, cuando éste último dio un grito y cayó herido.

No se puede precisar el motivo de la agresión, pues ni medió contienda entre los organilleros ni aún se dirigieron palabras de ninguna especie; solamente se sospecha que por disconformidad en el reparto del dinero que por el alquiler del piano debían cobrar, el Marcos, sin previo aviso, dió a su compañero una puñalada. Trasladado a la casa de socorro de la plaza de San Francisco por un guardia municipal y dos serenos, se le apreció por el profesor de guardia D. Eduardo Fernández, una extensa herida en la parte superior del muslo derecho que fue clasificada de pronóstico reservado. Después de practicada la curación fue trasladado al Hospital central en estado relativamente satisfactorio.

El agresor fue detenido. La fiesta, nos parece inútil consignar que quedó interrumpida en medio de la confusión propia de este caso y los sustos y desmayos correspondientes."

Debido a la "movida" juvenil de fines del siglo XX que convirtió al entorno del Salvador/Cuesta del Rosario en zona de ocio descontrolado, se colocó en la calle Galindo una cancela para impedir la entrada, algo similar a lo sucedido con el callejón de Oropesa al inicio de la calle Cuna. Para finalizar, en el año 2019 la calle Galindo vio sustuido su nombre por el de "Capataz Luis León Vázquez" en honor al destacado cofrade del mismo nombre (1939-2020), miembro de las hermandades de la Macarena y del Amor (que tiene por ahora su casa Hermandad al final de la calle que comentamos) y creador de la primera cuadrilla de costaleros no profesionales de la ciudad, allá por mayo de 1972, cuando un grupo de jóvenes sacó procesionalmente el paso de tumbilla de la Virgen de las Aguas del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia. 


17 julio, 2023

La calle del Diablo.


En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos, (siempre por la "sombrita"), hacia la feligresía de Santa María la Blanca, donde nos encontraremos con una calle con nombres distintos a lo largo de su historia y que fue testigo de inusuales sucesos; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre San José y Fabiola, a la altura de la iglesia que fue primero templo mercedario y ahora sede de la prelatura del Opus Dei, la actual calle Farnesio es un muy buen ejemplo de calle estrecha y peatonal, recuerdo quizá de aquel entramado urbano que conformó la Judería sevillana y lugar privilegiado para apreciar la belleza de la cúpula de la cercana parroquia de Santa Cruz. En uno de sus lados conserva varias casas-patio del siglo XVIII, los números del 6 al 12, varias de ellas integradas en un pequeño hotel de los denominados "con encanto", mientras que en el contrario existe un edificio moderno con gran patio, quizá recuerdo de algún corral de vecinos extinguido en esa misma zona. Ortiz de Zúñiga en sus Anales de 1677 cuenta que a esta calle daba un pasadizo procedente de las cocinas del antiguo palacio de Samuel Leví, posteriormente de los Marqueses de los Ríos y actual Casa Fabiola propiedad del Ayuntamiento y sede de la Colección Bellver.

Desde 1840 fue rotulada como Farnesio, en honor al militar Alejandro Farnesio (1545-1592), Duque de Parma, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria, con quien mantuvo una gran amistad; héroe en la batalla de Lepanto, obtuvo éxitos militares en Países Bajos, siendo designado gobernador en Flandes siempre bajo la bandera de la corona española. Farnesio probablemente nunca estuvo en Sevilla, pues no aparece en las relaciones del séquito que acompañó a Felipe II en su única visita a Sevilla en 1570, pero en cualquier caso, el nombre quedó ahí hasta nuestros días, aunque en épocas anteriores se llamó a esta vía como calle de San José, de San Antonio, o incluso, calle del Diablo. ¿A qué se debe este nombre tan infernal?

Lo contaba uno de nuestros habituales cronistas, el escritor sevillano Manuel Chaves Rey allá por 1894, mencionando que el origen de tal denominación arrancaba, según él, de las celebraciones del Carnaval de 1548, fiestas que eran usadas por no pocos para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, como veremos. El caso es que, unidos en envalentonada cuadrilla, un grupo de cuatro jóvenes "de licenciosas costumbres" dedicaron la jornada a no pocas tropelías, hiriendo a tres personas e incluso saqueando un bodegón, marchándose, bien aliñados de mosto y aguardientes hacia la zona del convento de Madre de Dios; allí, pese a lo avanzado de la noche, en un callejón casi a oscuras, encontraron de frente a un anciano que acompañaba a una joven damisela. 

Sin pensárselo un segundo, uno de los excitados jóvenes se aproximó a la muchacha y sin previo aviso, tirándole fuertemente del manto que cubría su rostro, le estampó un sonoro beso entre las ebrias carcajadas del resto; el anciano, su padre por más señas, ciego de ira por tamaño desacato, intentó hacerles frente, pero quedó al final inmovilizado tras el breve forcejeo que siguió a continuación y que concluyó, a la postre, con la lógica victoria de los malvados asaltantes, prestos ya a la fechoría; pero de pronto, todo cambió de manera inesperada, pues uno de los asaltantes, vivamente impresionado por la belleza de la desvalida muchacha, en aquellos momento desmayada por la impresión, decidió defenderla a capa y espada de la lujuria de los demás, iniciándose un sangriento duelo del que salieron malparados y heridos dos de los contrincantes y el tercero, desarmado, prefirió poner pies en polvorosa antes que encontrar una muerte segura, adentrándose en el intrincado laberinto de callejas de San Bartolomé.

Agotado y sudoroso de dar mandobles y estocadas, el joven caballero se disponía a acercarse a la hermosa joven cuando, bruscamente, un aterrador escalofrío sacudió su espinazo. Una extraña presencia cuyos ojos "brillaban con luz fosforescente y en su rostro se dibujaba una mueca espantosa" se aproximaba a sus espaldas blandiendo un acero. El metálico eco de los lances y el entrechocar de las espadas se prolongó durante unos breves segundos, pues el joven caballero cayó mortalmente herido a las primera de cambio por un certero giro de muñeca de aquel ser espectral y terrorífico. 

Amaneció en aquella solitaria calleja. Los primeros viandantes encontraron yaciendo en el suelo los cuerpos de la muchacha y su padre, quienes poco a poco se recuperaron de su más que agitada noche, narrando a todos sus cuitas, pero, ¿y el cuerpo del galán? Fue como si se lo hubiera tragado la tierra, o mejor, como si se lo hubiera llevado el diablo, victorioso tras aquel lance de espadas. Nunca pudo hallarse el cuerpo. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que aquel trance era cosa demoníaca y muchos se persignaban musitando jaculatorias y oraciones.

Para conjurar tan maléfica presencia, los vecinos acordaron con determinación colocar una pequeña hornacina y en su interior una imagen de San Antonio, un santo que se las tuvo que ver con el Maligno en varias ocasiones saliendo siempre victorioso del trance. Siempre iluminada por dos humildes farolillos de aceite y que a la vez, alumbraban la calle, durante años fue prudentemente evitada por muchos, por el miedo tanto al demonio como a los amigos de lo ajeno, ya que era perfecto escenario para andanzas de este tipo. 

Por cierto, no fue aquel el único suceso macabro acaecido en la antigua calle de San Antonio o Farnesio, ya que el diario sevillano La Andalucía, allá por 1897, recogía en su edición del 4 de junio la siguiente noticia: 

"En el hueco de la puerta de la casa número seis, sita en la calle Farnesio, encontró anteanoche el guardia nocturno un bote de grandes dimensiones conteniendo un feto. Al momento dio cuenta del extraño hallazgo al comandante de la guardia municipal señor Mazuelos y al brigada señor Orellana, avisándose al juzgado de guardia, que dispuso que fuera llevado el frasco al departamento anatómico".

Como curiosidad, andando los años, en el siglo XIX tuvo su sede en esta calle la Imprenta "El Obrero de Nazaret", de cuyas planchas salieron numerosos títulos, entre ellos algunas de las primeras obras de Juan Francisco Muñoz y Pavón, y en la esquina con la calle Fabiola puede hallarse un edificio de estilo regionalista diseñado en 1931 por el arquitecto Francisco Pérez Bergali (1898-1973) para Antonio Barrio Romero, con fachada a la propia calle Farnesio y donde el propio arquitecto tuvo su estudio; por cierto, que Pérez Bergali también fue Hermano Mayor de la Hermandad de la O, precisamente en la etapa en que tiene lugar el tristemente famoso accidente de su paso de palio con un tranvía en 1943, pero esa, esa ya es otra historia.