01 mayo, 2023

A las Armas.

No, en esta ocasión no nos vamos a poner en pie de guerra ni tampoco vamos a relatar algún suceso bélico, antes bien, nos centraremos en una calle que recibió este nombre, que fue primera vivienda para una Santa, y que podemos considerar una de las clásicas de nuestras ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 


Alfonso XII, que así se llama la vía que intentaremos pormenorizar en la medida de lo posible, abarca desde su desembocadura junto a la Puerta Real hasta su finalización en la céntrica Plaza del Duque, y debe su nombre, lógicamente, al monarca español que reinó entre los años 1874 y 1885; sin embargo hasta entonces se había llamado de las Armas. ¿El motivo? No está del todo claro, como suele ocurrir, ya que mientras algunos autores como Álvarez Benavides se atreven incluso a centrar su origen en un arsenal de época islámica en la zona antes aludida de los Humeros, González de León alude a que tal término tendría que ver con la entrada por esta calle del victorioso Fernando III de Castilla en 1248 tras conquistar la ciudad, e incluso Santiago Montoto menciona que lo de "Armas" podría tener que ver con la abundancia de blasones y escudos de piedra que decoraban las fachadas de no pocas casas en esta calle, que aún mantiene un interesante contraste entre las grandes casas tradicionales sevillanas con patios con otras más modestas e incluso con edificios de estilo modernista, como veremos. En cualquier caso, el nombre se ha conservado en la cercana Plaza de Armas.

En cualquier caso, desde 1883 fue bautizada con el apelativo de Alfonso XII y así ha llegado hasta nosotros, salvo por el breve periodo de la II República en el que se cambió por "Catorce de Abril" en recuerdo de la fecha de su proclamación. En el siglo XVI fue pavimentada de ladrillo colorado, con las consiguientes quejas de los vecinos que preferían el ladrillo blanco, siendo adoquinada en 1886. Dada su situación topográfica y su proximidad al cauce del río, fue siempre calle propensa a sufrir riadas e inundaciones, como marca todavía un azulejo en la esquina con la calle Bailén, dándose el caso de que incluso el propio ayuntamiento llegó a establecer un servicio de barcas para atender la movilidad de la población en tiempos de riadas. 


Por desgracia, en 1868 desapareció el convento de la Asunción, quedando convertido en club republicano, corral de vecinos para más de trescientas personas y posteriormente en almacén de maderas. Estuvo situado en el frente de la calle que da a la Plaza del Museo, entre las calles San Vicente y Abad Gordillo y su pérdida definitiva, derribado a comienzos de los años 60 del pasado siglo XX, en un tiempo en que el respeto al patrimonio histórico artístico brillaba por su ausencia.

Además, hay que destacar en la calle la presencia de la iglesia de San Gregorio, sede canónica de la Hermandad del Santo Entierro; fundación jesuita en sus orígenes allá por 1592 como seminario para irlandeses, quedó sin uso tras su expulsión,  sirvió como sede también de la Real Academia de Medicina y Cirugía, fundada en 1697 y trasladada allí en 1771, así como del Colegio Médico y el de Farmacéuticos, que aún mantiene su edificio aún en la misma calle, pero más arriba, concretamente en el número 51. Curiosamente, también allí se asentó el Colegio de Sangradores y Dentistas fundado en 1865, la Academia de Buenas Letras y hasta la llamada Sociedad Filosófica de Libres Pensadores; sin duda, un lugar bien aprovechado.

Junto a San Gregorio, en el número 12, el edificio que ha sido sede hasta ahora, desde los años cincuenta, de la Escuela Superior de Estudios Hispanoamericanos; nacida al calor de la huella histórica y documental atesorada por nuestra ciudad,  en estos momentos parece haber sido desmantelada e integrada dentro del organigrama del denominado Instituto de Historia dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación. Posee una inmensa biblioteca con cerca de 84.000 títulos y 100.000 volúmenes cuyo destino esperamos que siga siendo el actual. En este lugar tuvo su redacción el diario El Noticiero Sevillano, que se publicó entre 1893 y 1933. 

Por supuesto, tampoco puede olvidarse la iglesia de San Antonio Abad, de donde sale la Hermandad de El Silencio, templo que es en realidad fruto de la unión de dos edificios y del que hablamos no hace mucho a raíz de un intento de robo con uso de dinamita incluido. En cualquier caso, siempre es de destacar no sólo el papel de la cofradía como mantenedora del templo, sino la presencia en su atrio de la pequeña imagen de San Judas Tadeo, foco de gran devoción popular a lo que colabora la cercanía de unos grandes almacenes muy ingleses; por cierto, en ese atrio se conserva una hermosa cruz de forja que tradicionalmente se había declarado como procedente de la parroquia de San Julián, aunque trabajos recientes realizados por Joaquín Delgado Roig la sitúan como procedente de la casa palacio de la condesa viuda de las Torres de Guadiamar. 


Mención aparte merece la extinta Biblioteca Pública, cerrada y en abandono desde hace más de veinte años. Edificio en origen vinculado a la Compañía Sevillana de Electricidad, en 1979 abrió sus puertas, siendo trasladados sus fondos en 1999 la nueva Biblioteca Pública Infanta Elena, situada en el entorno del Parque de María Luisa. Ojalá pronto se le de uso a un edificio cerrado tanto tiempo y en una zona de tanta importancia. 

La calle Alfonso XII fue escenario también de la entrada de un monarca, en concreto de Felipe II en el año 1570; se sabe que, con la idea de dar énfasis al papel de la flota de Indias y del propio río, el rey embarcó en una barcaza a la altura de San Jerónimo, pasando revista a una concentración los  cincuenta navíos bellamente engalanados para la ocasión, a continuación, entró en la ciudad por la entonces llamada Puerta de Goles y de ahí a la calle de las Armas, con destino a su residencia a los Reales Alcázares en medio del regocijo popular y de grandes demostraciones de alegría y respeto hacia el monarca.

Tampoco podemos olvidar que en mayo de 1575 Teresa de Cepeda y Ahumada, la futura Santa Teresa de Jesús, llega a Sevilla con la idea de fundar su décimo primer convento carmelita descalzo y para ello elegirá una humilde vivienda en la calle Armas, incómoda, sin amueblar y carente de alimentos por no contar con dinero, donde asentará una exigua comunidad con seis religiosas. El clima, las gentes y el ambiente de la ciudad harán mella en la mística de Ávila, recia castellana, quien afirmará tajante: "confieso que la gente de esta tierra no es para mí"; a punto estará de marcharse de no ser por la ayuda económica de su hermano Lorenzo, que desembarca en Sevilla procedente de Indias y contribuirá a adquirir una nueva casa en la actual calle Zaragoza, antes de la Pajería.  

Cosas de otros tiempos, en 1857 la calle Armas estuvo en boca de sesudos arqueólogos extranjeros y catedráticos de prestigio quienes anduvieron intentando dar con la tecla para traducir y desentrañar cierta inscripción situada en un edificio de la calle, a todas luces romana para ellos, que presentaba bastantes dificultades por el uso de abreviaturas y términos desconocidos o extraños para la comunidad académica del momento, o al menos así lo narró Álvarez Benavides cuando dio detalles sobre el hallazgo en esta calle. La inscripción decía así:

Y tras arduo trabajo por expertos y peritos en la materia al final se pudo comprobar que lo que decía era lisa y llanamente: 

AQUÍ SE 

VENDEN 

SANGUIJUELAS.

¿Por qué se vendían estos desagradables anélidos en plena calle Armas? Probablemente, alguien se dedicaba a capturarlos, con la idea de sacar algún provecho económico, pues desde antiguo eran muy apreciados en medicina por su capacidad anticoagulante, anestésica, antiinflamatoria y vasodilatadora. 

Sede de negocios varios, destacó por albergar en ella diversas imprentas en a lo largo de los siglos, como por ejemplo la del famoso Fernando Díaz, editor e impresor de obras de Nicolás Monardes o Argote de Molina allá por el siglo XVI y que trasladó sus prensas desde la cercana calle Sierpes hasta la de las Armas, junto a San Antón; del mismo modo, el portugués Francisco de Lira en el XVII, también tuvo su negocio impresor junto al Colegio Inglés, ahora San Gregorio, teniendo en su haber un extenso catálogo bibliográfico con obras de Juan de Jáuregui o de mismo Francisco de Quevedo. Por último, ya en el siglo XVIII fue José de San Román y Codina, hermano del grabador Diego, quien estableció su negocio impresor en esta calle.


La calle, por fortuna y todavía, un buen puñado de edificios de carácter histórico y modernista, como las dos casas diseñadas por Aníbal González para Laureano Montoto en 1905 y que ocupan los números 27 y 29, además de otra en el número 21. Tampoco podemos dejar en el tintero, como hemos mencionado, que subsisten casas señoriales de cierta entidad, como la que ocupa el número 48 de la calle y que perteneció a Andrés Lasso de la Vega, Conde de Casa Galindo, prueba de lo que en el siglo XIX afirmó el viajero romántico Richard Ford, buen conocedor de la ciudad, que no dudaba en recomendar esta vía para aquellos foráneos que deseasen hospedarse en Sevilla tanto en invierno como en verano, pero esa, esa ya es otra historia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias. Es un placer descubrir el pasado olvidado y en parte perdido. Recuperarlo en la memoria es lo más parecido a revivirlo. Yo que, como fotógrafo y viajero, auno mis proyectos bajo el nombre de "Terras Antergas Photo" me siento identificado con el vuestro. Perseguir lo "ancestral" (lo que siempre estuvo allí) es especial; sea un bosque, una aldea o la historia de una ciudad. Que nada se olvide. Gracias de corazón.

Anónimo dijo...

Muy interesante. Como también comenta el anónimo portugués.

Manolo Sousa dijo...

Muchas gracias a ambos por vuestros comentarios, nos alegra mucho vuestra opinión.