Gentilmente invitados, anduvimos no ha mucho por entre castaños, nogales, quejigos, olivos y demás especies vegetales propias de elevadas alturas (orilleras, cornicabras, madroños, escobones y madreselvas), toda vez, que fue la Sierra de Aracena meta de nuestros pasos, rodeada de riscos y peñas que poco tienen que ver con nuestra amada y llana Sevilla.
Caminando por vericuetos y senderos angostos y llenos de maleza, aunque haya que añadir, empero, que hízose camino amable por excelente compañía e inmejorables camaradas, llevándonos extraordinaria impresión de aquellos predios, verdeantes por recientes lluvias y en medio de extraordinaria y soleada jornada, plena de puro aire carente de maléfica contaminación.
Todo lo cuál no hizo sino rememorar en nuestros sentidos cierto peregrinar por tierras norteñas en pos de tumba del Apóstol, y a fe que hemos de retornar a tierras jacobeas, que hay mucho que agradecer e implorar a fin de llegar a buen puerto.
Dimos con devotos retablos y capillas para protección y devociones de labriegos, sencillamente adornadas y no exentas de flores y cera.
Incluso hubimos fortuna de hallar porcinas bestias de las que, cuentan, aprovechánse hasta andares, si bien pétreo vallado impidiónos apropiarnos de algún de aquellos benditos animales, tan sabrosos en chacínica forma que no alcanzamos a comprender que mal hay en ellos para que infieles no los ingieran.
Por no hablar de original coso taurino en villa de Corteconcepción, de reducido aforo pero singular encanto.
Regresando de tal jornada incluso podríamos haber enviado algún documento o misiva, pues como se ve existe servicio de postas bien atendido pese a inaccesible terreno.