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11 septiembre, 2023

Por San Vicente.

En esta ocasión nos vamos a perder por los vericuetos próximos a la parroquia de San Vicente, en concreto por una calle poco conocida pero con curiosa historia, donde hubo residencia de caritativa joven y que ahora posee nombre de juriconsulto y erudito; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

Entre las calles Jesús de la Vera Cruz y Abad Gordillo, no lejos de donde estuvo el "Palacio Apostólico" de la secta del Palmar de Troya y la plaza del Museo, se encuentra la calle Ricardo de Checa, llamada así desde 1930 en honor al catedrático de Derecho y vicerrector de la Hispalense Ricardo Checa y Sánchez, nacido en Sevilla en diciembre de 1857 y fallecido en 1927. Muy conocido en los ambientes académicos de la ciudad, tesorero del Colegio de Abogados, miembro de la Asociación Sevillana de Caridad, de la Real Academia de Buenas Letras y del Ateneo y experto en derecho mercantil, sin olvidar su relación con los fundadores de la Hermandad de los Estudiantes, ejerció la abogacía como defensor en casos muy conocidos en aquellos tiempos, como el del asesinato y robo a Emilio Benítez, que habría tenido lugar en las cercanía de  Castilleja de la Cuesta el 25 de julio de 1912. A título familiar, su abuelo fue José de Checa y Gijón, coronel de infantería y caballero veinticuatro de Sevilla, vocal de la Junta Suprema contra la dominación napoleónica allá por 1808.

Lo más curioso de esta vía, corta, estrecha, que conserva todavía típicas casas del siglo XIX con dos plantas, cancela y patio interior y que sirve a muchos para cortar camino en fechas semanasanteras es que durante muchos años antes, al menos desde el siglo XVIII, fue llamada Calle de la Dama y que Álvarez Benavides plasmó en sus libros una sabrosa anécdota sobre el origen de tal nombre que no nos resistimos a relatar.

Vivía en dicha calle una joven de gran belleza y corazón, preocupada constantemente por los desvalidos y que era conocida en la feligresía como la Dama de los Pobres, debido a su compromiso caritativo. Nadie que acudía a su puerta salía sin la correspondiente limosna, e incluso la joven colaboraba, dicen, con la propia parroquia de San Vicente atendiendo a personas sin recursos. A los veintiún años contrajo matrimonio con un rico potentado llamado Mateo, que aunque muy poderoso en fortuna no lo era tanto en cultura o saberes. Al poco tiempo de la boda, Mateo comunicó a su amada esposa que había de ausentarse durante unos meses a la corte madrileña por atender sus múltiples negocios y, ni corto ni perezoso, pero sí algo celoso, encargó a una vecina de la calle, con quien mantenía amistad, que semanalmente le escribiese a la capital del reino contándole puntualmente las actividades, idas y venidas y visitas de su esposa durante su ausencia.

La vecina, encantada con la tarea, todo hay que decirlo, creía además poseer dotes de erudición y de escritora de altos vuelos, de modo y manera que, en vez de escribir a Mateo narrando escuetamente que la apacible vida de su mujer a falta de su marido consistía en levantarse al amanecer, pasear, bañarse, dormir la siesta o contemplar las estrellas desde la azotea de su casa, envió elaboradas y artificiosas misivas por correo, indicando con todo lujo de detalles que, por ejemplo:

“Tres horas después almuerza y da un paseo por el jardincito, participando del gratísimo aliento de Eolo. A las dos de la tarde se entrega en brazos de Neptuno, mecida por el cual permanece como media hora. Morfeo se encarga después de transportarla al sueño más tranquilo, dulce y encantador. Generalmente pasa la hora de nueve a diez de la noche contemplando a Júpiter en la azotea.”

La llegada de tales nuevas a Madrid hizo montar en cólera a un indignado Mateo que maldijo durante horas a esos tales Eolo, Neptuno, Morfeo o Júpiter que cortejaban con tanto descaro y sin pudor a su amada esposa; encolerizado y viéndose deshonrado en tan gran modo (como vemos sabía poco de mitología, vientos, aguas, sueños o planetas) tomó una trágica determinación: la de dar fin a su miserable vida lanzándose a las frías aguas del Manzanares, donde a buen seguro habría fallecido desengañado una mañana gris, ahogado de no haber sido salvado in extremis por un avezado nadador que pasaba casualmente por allí. Aún chorreando sus ropas, e igual o más iracundo, decidió empaquetar sus pertenencias por vía de urgencia y partir sin demora hacia Sevilla, con el signo de la venganza entre ceja y ceja, planeando siniestramente balazos, estocadas y puñetazos que dispensar a todos aquellos malandrines de nombres tan extraños que osaban acercarse a su morada con tan perversas intenciones.

La calle de la Dama en el plano de Olavide. 1771.

Durante el viaje de regreso, Mateo, ensimismado en negros pensamientos, siguió rumiando como sería el ansiado ajuste de cuentas, regodeándose en él, pero una vez en Sevilla, y aclarado el contenido de las cartas ante una compungida vecina que no tenía idea de lo fatal que había sido su pretendida erudición postal, finalmente hubo de asumir ante su mujer que todo aquel funesto embrollo era fruto de su ignorancia e incultura, y que la fidelidad de Dama de los Pobres estaba, por supuesto, fuera de toda duda; mas, fue tanta la difusión de la historia de aquel marido celoso e ignorante que finalmente la calle recibió el nombre de la Dama y así se quedó hasta, como decíamos, el año de 1930.

Anécdota verdadera o divertida invención popular para explicar el nombre de una calle, nada se sabe sobre si el celoso Mateo finalmente decidió mejorar su bagaje cultural o si la vecina cotilla optó por dedicarse a otro tipo de escritura menos "mitológica".

Por cierto, en la ciudad de Ávila existe aún otra calle de la Dama, donde un 28 de marzo de 1515 nacía Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, o lo que es lo mismo, Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; pero esa, esa ya es otra historia.

04 septiembre, 2023

A las armas: Lanza, Espada y Flecha.

En esta ocasión, superado el pequeño receso vacacional para nuestro equipo, recuperamos la costumbre de destacar, de vez en cuando, algunas vías hispalenses que por su historia, su forma o sus edificios merezcan la pena; Y en este lunes de septiembre nos vamos a descubrir Lanza, Espada y Flechas; no, nos vamos a combatir en torneo medieval ni a pertrecharnos con tales elementos para lanzarnos a la guerra con mesnadas, antes bien, como diría nuestro amigo Don Alonso de Escalona, son pintorescos nombres de calles sevillanas, desconocidas para muchos y que esconden antiguos nombres, algunos de ellos hasta "peculiares", por no decir otra cosa. Pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

La antigua Calle de la Lanza, entre Santiago e Imperial, en la feligresía de la de Santiago, si no nos equivocamos, podría ser una de las que posee más antiguo nombre, ya que era mencionada como tal a comienzos del siglo XVII, aunque en 1484 era conocida como Traviesa a Santiago. Estrechísima en su tramo medio, apenas caben dos personas a la vez, se ensancha al final, al llegar a la trasera de la parroquia de Santiago, y expertos en la materia consideran que este ensanche bien podría ser motivado por la conversión del antiguo cementerio parroquial en zona de tránsito peatonal; de hecho, en el Diccionario de las Calles de Sevilla se recoge la petición de un sacerdote de dicho templo para conseguir "un poco de sitio que está a las espaldas de la iglesia para faser osario y de que la yglesia tiene necesidad". Justo en esa zona se encuentra el gran portón que es uno de los accesos a un hotel cuya fachada principal da a la antigua plaza de López Pintado, hoy de Jesús de la Redención. 

En 1988 los trabajos arqueológicos de José Escudero y Manuel Vera en sendos solares de la calle trajeron consigo el hallazgo de restos de época romana e islámica, aunque la cercanía del nivel freático impidió comprobar con exactitud si por esa zona habría estado situada la muralla romana o si en tiempos posteriores el sector habría estado ocupado por un palacio musulmán; en cualquier caso, los restos de cerámica encontrados atestiguaron que la zona habría estado habitada desde tiempos remotos. 

Calle popular y castiza, donde incluso se celebraban típicas cruces de mayo, e incluso sede, allá por 1859, de una molesta y peligrosa fábrica de fósforos y de la Jefatura de la Reserva del Arma de Caballería en torno a 1877, la calle Lanza fue escenario de un conocido atraco a un capitán de esa misma arma de Caballería allá por marzo del año 1900, siéndole sustraido un valioso reloj de oro, aunque se dio el caso que el presunto "caco" , José Naranjo, apodado como "El Chele" y vecino de la calle González Cuadrado, fue posteriormente víctima, a su vez, de un violento ataque por arma blanca por otro "colega" en lides delictivas, todo ello enmedio de una monumental bronca acaecida en la calle Cuna en la que resultó muerto otro correligionario por disparos de arma de fuego, algo de lo que se hizo eco la prensa local, siempre deseosa de sucesos sangrientos de este tipo.

Foto: Reyes de Escalona. 

Menos oscura y hasta divertida resulta la pequeña historia de la calle Espada, entre Enladrillada y Sol, en cuya esquina se encuentra clásica barbería. Pese a su nombre, es corta y angosta, aunque lo interesante en este caso y, como veremos más adelante, es que recibió tal apelativo en sustitución de otro mucho más explícito y hasta carnal; será muchísimo mejor que lo relate el cronista Félix González de León con sus palabras de allá por 1839:

"Calle de la Teta.

Es una pequeña travesía de la calle Enladrillada a la del Sol, en el cuartel D y parroquia de San Román, que se nombra así por una piedra redonda y saliente que está embutida en lo bajo de una de sus paredes, y la gente la llama la Teta".

Como puede apreciarse, el nombre tenía su miga, y a buen seguro que sería motivo de guasa para muchos y de problemas para el vecindario, todo hay que decirlo, de ahí que en 1845 el Ayuntamiento decidiera sustituirlo por el de Espada, sin que se sepa el motivo de nombre tan bélico. Algunos autores afirman que quizá el original apelativo tuviera que ver con la presencia de una antigua estatua femenina de época romana usada como guardacantón en una fachada, quizá la versión femenina del famoso Hombre de Piedra de la zona de San Lorenzo del que ya hablamos en otra ocasión. Por desgracia, la casa que albergaba este mármol romano tan peculiar fue derribada en 1979 y la pieza arqueológica desapareció sin que se sepa a dónde fue a parar. 

Si en 1845 la calle de la Teta pasó a ser la calle de la Espada, ese mismo año otra calle, esta vez en el entorno de San Gil-San Luis, vio como su nombre era modificado en el nomenclátor viario hispalense. Desde San Luis hacia Torreblanca transcurre la calle Orden de Malta, denominada de San Sebastián hasta 1940. En su interior existe una pequeña barreduela sin salida, en la acera de los números impares, que hasta el antes aludido año de 1845 era llamada callejón de Medio Culo. El nombrecito se las trae y no hemos logrado por el momento conocer el motivo de tan escatológica denominación, aunque en algunas crónicas se menciona como Medio Cubo, quizá para salvar un poco la honestidad de dicha barreduela, ahora zona residencial en la zona. 

Como detalle, entre abril y mayo de 1897 dos sucesos relacionados con la misma casa en la calle Flecha llamaron la atención de los redactores de El Noticiero Sevillano, el primero, sobre la situación de extrema pobreza de una familia:

"La guardia municipal ha participado al teniente alcalde del distrito que en la casa número 3 de la calle Flecha había un matrimonio con cinco hijos, todos atacados de una grave enfermedad y en la mayor miseria, sin mas enseres en la habitación que unos trapos, que amontonados en el suelo sirven de cama a toda la familia.

La autoridad municipal ordenó el ingreso en el Hospital Central de la madre y dos de los hijos más pequeños, quedando en la casa el padre y los tres mayores. Estos infelices carecían de toda clase de recursos para atender a la subsistencia y combatir la enfermedad que padecen. Las almas caritativas tienen una ocasión más de ejecutar la mayor de sus virtudes."

El segundo suceso, más violento, ocurrió así según "El Noti":

"Entre vecinas. En la casa número 3 de la calle Flecha cuestionaron dos vecinas, pasando de las palabras a los hechos y resultando Remedios Villaseca Chía con una herida en la cabeza, que fue curada en el Hospital Central. La agresora, Francisca González Lucena, no pudo ser detenida por haber apelado a la fuga, El palo con que causó la herida a su contrincante, fue ocupado por la policía". 

De cualquier modo, no deja de ser curioso y llama la atención cómo los ediles municipales sevillanos, sustituyeron nombres populares de calles por otros carentes de significado, pero esa, esa ya es otra historia. 


07 agosto, 2023

La calle de los Catalanes

En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos hacia una zona muy transitada de Sevilla, próxima a la calle Sierpes, sede de palacios, colecciones pictóricas, periódicos centenarios y que en su tiempo poseyó una Cruz con una curiosa historia; pero como siempre, vayamos por partes.

Desde la intersección de las calles Méndez Núñez y Carlos Cañal, hasta otra intersección, la existente entre General Polavieja y Almirante Bonifaz, discurre la calle Albareda, aunque hay que destacar que este nombre es relativamente moderno, como veremos. 

Afirma el Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla que, desde al menos el siglo XIV, era conocida esta calle como la de Catalanes, debido probablemente a que tras la conquista de Sevilla por Fernando III el Santo gentes de aquella región se asentasen en este sector de la ciudad, uno de los más comerciales y populosos; además, como recogió Fermín Arana de Varflora, concedió a los catalanes privilegios económicos y hasta el permiso para una carnicerías que todavía seguían funcionando a pleno rendimiento a principios del siglo XVII. El mismo autor, allá por 1804, destaca que en esta calle tenía su sede el Hospital de la Orden Tercera de San Francisco, bajo la advocación de San José,  fundado por Bartolomé de Urbina en 1755 y que habría estado ubicado en el tramo perpendicular a la calle Jaén que da a la Plaza Nueva.

Curiosamente en el plano ordenado trazar por el Asistente Pablo de Olavide en 1771 la zona aparece reseñada con el peculiar título de Cruz del Negro, muy relacionada con la esclavitud en Sevilla aunque de una manera muy especial. Corría el siglo XVII y las diferentes cofradías y hermandades de la ciudad rivalizaban en devoción, suntuosidad y solemnidad a la hora de celebrar los cultos dedicados a una de las grandes e históricas devociones de la ciudad: la Inmaculada Concepción. 

Crónicas de la época narraban que una de las corporaciones que más se distinguió con sus cultos fue la de los Negros pese a que, dado el carácter humilde de sus componentes, no siempre conseguían los fondos monetarios necesarios para tal propósito, de ahí, llegado el caso y como bien narra el profesor Isidoro Moreno en la historia de esta Hermandad, que dos oficiales de su junta de gobierno, Fernando de Molina y Pedro Francisco Moreno decidieron sacrificarse y poner a la venta su propia libertad al precio de cien pesos cada uno, recorriendo las calles principales de Sevilla pregonando tal "autoventa", ante la mirada de los sorprendidos viandantes que quedaron vivamente impresionados por el desprendido gesto de los cofrades de la Virgen de los Ángeles. 

Llegados a la desembocadura de la calle Catalanes con Colcheros, ahora Tetuán, no lejos de las tapias del convento Casa Grande de San Francisco, se detuvieron y comprobaron que gracias a las limosnas recogidas se habían obtenido ochenta pesos, que sumados a los ciento veinte que como limosna entregó Jerónimo Rodríguez de Morales permitieron al fin celebrar los ansiados cultos con todo el boato y dignidad requeridos, sin que sus vidas terminasen esclavizadas. Como recuerdo, en ese mismo lugar quedó colocada la llamada Cruz del Negro, que se mantuvo allí al parecer hasta el 20 de julio 1836 en que fue retirada por el ayuntamiento a fin de facilitar el tránsito procedente del Convento Casa Grande de San Francisco, entonces convertido en cuartel y al que se le había abierto una nueva puerta por aquel lateral. El nombre, pese a todo se mantuvo, en la conocida Tienda del Negro, taberna que Álvarez Benavides, allá por 1874 llegó a conocer y a describir de esta forma:

"Establecimiento en su clase de los más antiguos en esta ciudad, contando ya con 121 años por lo menos en el mismo punto en que se halla. La puerta principal de esta casa es una verdadera crónica de sus diversos dueños o arrendatarios, pues en sus hojas se hallan toscamente grabados y en caracteres más o menos bien hechos, muchos nombres y apellidos de dichos dueños con las fechas en las que comenzaron a regentar el establecimiento."

 José Gestoso descubrió, gracias a los padrones municipales de aquellos años, que allá por el siglo XVI vivían en la calle Catalanes desde Juan Díaz, de profesión alforjero, hasta Ferrand González, afinador, pasando por el organero Hernando de Piedrahita o un colchero apellidado Maldonado, sin olvidar que en el siglo XIX tuvieron allí su palacio los condes de Castilleja de Guzmán, famoso por acoger fiestas de la altas sociedad sevillana o, periódicos diarios diversos, como La Andalucía, con oficinas en el número 4 de la calle Catalanes o, en el desaparecido número 17, El Correo de Andalucía, fundado por el cardenal Marcelo Spínola en 1899 y cuyo primer número vio la luz el 1 de febrero de aquel año. 

En 1842, una denominada "Noticia de los principales monumentos de Sevilla", especie de guía para visitantes editada por el periódico local El Sevillano, mencionaba que en el número 10 de la calle vivía el señor Aniceto Bravo, al que dicha publicación consideraba poseedor de una de las mejores colecciones pictóricas de Sevilla, con obras de Velázquez, Murillo, Zurbarán, etc., sin menoscabo de pinturas de autores extranjeros. Poco se sabe del posterior destino de la gran colección de Aniceto Bravo, uno de los impulsores del comienzo de las excavaciones en Itálica en 1839 y a quien el viajero Richard Ford llamó "ignorante mercader de tejidos", pero todo parece indicar que fue puesta a la venta por sus herederos, y algunas piezas pasaron a engrosar la llamada Galería de Luis Felipe en el museo del Louvre, aunque otras quedaron en Sevilla.

Curiosamente, doce años antes de la fundación de El Correo, en 1877, como atestigua un azulejo colocado en el número 22, Manuel Sales y Ferré, primer catedrático de Sociología en España, fundaba el denominado "Ateneo y Sociedad de Excursiones", actualmente ubicado en la calle Orfila y que a lo largo de su centenaria historia ha sabido combinar sabiamente, "Docta Casa" la llaman, ideas, mentalidades e ilusión, que para eso son los encargados de organizar anualmente la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla.

Mención especial merece el edificio que se encuentra en la esquina de la calle Albareda con Tetuán, y que ahora es sede de una entidad bancaria sucesora del desaparecido Banco Coca. Construido en 1802, como ha descubierto el investigador Marcos Fernández, posee un patio central arcos y columnas a semejanza de esquemas del siglo XVIII y resulta ser uno de los inmuebles más antiguos de la calle pese a las sucesivas reformas a las que ha sido sometido.

En 1888 finalmente, el Ayuntamiento decidió sustituir el nombre de Catalanes por Albareda, en honor al gaditano José Luis Albareda y Sezde (1828-1897), abogado por la Hispalense, fundador del periódico El Contemporáneo y que llegó a ostentar el puesto de Senador por Sevilla, gobernador civil de Madrid y la cartera de Fomento, siendo uno de los partidarios de Amadeo de Saboya para ocupar el trono español allá por 1871, pero esa, esa ya es otra historia.


24 julio, 2023

La del Camello.


Para esta última semana de julio (siempre por la sombrita) hemos decidido acudir a un lugar poco o nada transitado, que pasa desapercibido para muchos, menos para los hermanos de cierta cofradía del Domingo de Ramos, que ahora tiene nombre de capataz, que bien podría marcar arqueológicamente dónde comenzó a fraguarse la historia de Sevilla y que hasta tuvo nombre de camélido, sí de camello; pero como siempre, vayamos por partes. 


Perpendicular a la Cuesta del Rosario, a la derecha si se viene subiendo desde la Plaza del Salvador una vez que se ha pasado la desembocadura de Francos, subsiste allí una pequeña barreduela. De 1665 se conservan referencias en las que se denominaba del Camello a este calleja sin salida que daba a la entonces plaza de la Cruz de San Pedro, desconociéndose el motivo de tal apelativo tan curioso, puede que debido a su trazado curvo y ascendente, de hecho Álvarez Benavides en 1874 indicará: 

"La callejuela sin salida, que como queda dicho, forma el cuarto trayecto, se conocía vulgarmente por Callejuela del Camello, sin duda por la circunstancia de haber comparado la totalidad de la calle con el lomo de aquel animal y ser dicho punto la parte más elevada."

Mantendrá tal nombre hasta bien entrado el siglo XIX, pues en 1845 se conservaba todavía, aunque en 1868 se le dio el nombre que ha llegado hasta 2019: Galindo, en honor al almirante Cristóbal de Eraso y Galindo, nacido en Écija en el siglo XVI, experimentado marino que llegó a estar al mando de la Flota de Indias con el rango de capitán general.

La supresión del tapón urbanístico que sufría desde siglos la Cuesta del Rosario, supuso que quedase como bocacalle a ésta, y en 1932 se acordó sustituir el pavimento en rampa por tramos escalonados, ya que quizá estemos hablando de la calle de Sevilla con mayor pendiente y desnivel; al subir gira hacia su izquierda y se estrecha conforme llega a su final, dando a esta calle las traseras de edificios cuyos frentes dan bien a Cuesta del Rosario, bien a la calle San Isidoro. 


Acotaciones de Collantes de Terán en la calle Galindo. 1944.

Uno de los aspectos más interesantes de esta zona, la más elevada de la ciudad como decíamos, surgió durante las excavaciones arqueológicas realizadas por el profesor Collantes de Terán en la zona que sirvió para construir un edificio con fachadas a Galindo y Cuesta del Rosario, que dieron como resultado hallazgos de bastante importancia como veremos a continuación y que fue, además, la primera estratigrafía como tal realizada en Sevilla, o sea, el primer estudio sobre superposición de capas o estratos de la tierra con la finalidad del análisis de su antigüedad. La investigación dejó claro que la ciudad primitiva se habría alzado sobre un promontorio cercano a un río Guadalquivir que hace más de dos mil años transcurría por un cauce muy distinto al actual, ya que se cree que uno de sus brazos bajaba por la Barqueta hacia la Alameda, Campana, Sierpes y Avenida hacia la Puerta Jerez, lo que explicaría la existencia de un barrio portuario bajo el actual Patio de Banderas.

Tal como ha analizado Manuel Vera Reina, la secuencia histórica de esa excavación de 1944 hablaría de restos situados entre el siglo IV a. C. hasta el siglo XVII d. C., destacando el hallazgo de un nivel más antiguo de etapa turdetana, un pequeño vaso de barro de 10 centímetros de alto con cuatro monedas de plata cartaginesas, dos de ellas con la cabeza de Tanit (equivalente a la diosa fenicia Astarté) en el anverso y dos con la de Asdrúbal (siglo III a. C.) y el descubrimiento también de un edificio de cierta entidad fechado en época posterior, edificio ubicado en una zona de tierra quemada, lo que indica que fue víctima de un incendio; en el nivel 2, ya en tiempos romanos, se hallaron los restos de unas termas del siglo II d. C., conjunto de suma importancia que habría estado formado por una gran sala central a la que se accedía por dos corredores, unida a otras dos más pequeñas, acompañadas de piscinas y fuentes decoradas por los correspondientes mosaicos, más otra zona que sería equivalente a unos vestuarios.

Reconstrucción de las termas con sus mosaicos, por Manuel Vera Reina.

No se privaban de lujos los hispalenses de aquellas fechas, pues las piscinas, aparte de abundante agua, habrían tenido una profusa ornamentación con ricos mármoles, exquisitas incrustaciones de conchas marinas y los antes aludidos mosaicos, (pueden verse aquí) conservados hasta no hace mucho en el sevillano Museo Arqueológico,  y que suponemos que ahora se habrán almacenado convenientemente antes del inicio de las obras de remodelación de dicho museo de la Plaza de América. Realizados con motivos marinos como peces o crustáceos y con el blanco y el negro como colores protagonistas, siguiendo las modas estéticas de los tiempos del hispalense emperador Adriano, los llamados "mosaicos de la Cuesta del Rosario" constituyeron una prueba más de la importancia de esa zona de la ciudad para entender cómo fue la Hispalis romana y su estructura urbana. 

Tradicionalmente se ha mantenido que la zona de la Alfalfa-El Salvador, habría configurado en esos años el eje cuyo epicentro sería el Foro, corazón de la ciudad romana; el hallazgo, en el año 2006, en la Plaza de la Pescadería de una cisterna de tiempos del emperador Trajano, utilizada para recibir el agua procedente del acueducto de los caños de Carmona ha supuesto la necesidad de un cierto cambio en la idea de esa Sevilla romana y que ha obligado a poner en cuestión antiguas teorías a lo que hay que unir todo lo descubierto en la plaza de la Encarnación (el actual Antiquarium) o el reciente y desconocido tramo de muralla romana hallado en las obras de un hotel en la Plaza de San Francisco. Como puede apreciarse, aún queda mucho por hacer en el ámbito histórico y arqueológico.

Como podemos comprobar, nos movemos por vericuetos llenos de historia de todas las épocas, sin que debamos olvidar que en esta zona se localizó, en 1488, el denominado Mesón de Castro o un retablo callejero dedicado a la Virgen del Rosario que darían nombre a la Cuesta así llamada e incluso la calle que comentamos fue sede de un corral de vecinos, el llamado Corral del Duende, del cual hemos hallado una curiosa reseña sobre un sangriento suceso acaecido en marzo de 1897 como apareció reflejado en las páginas del diario El Noticiero Sevillano:

"UN HERIDO.

En el corral del Duende, situado en la calle Galindo número 8, se celebraba anoche entre los vecinos una fiesta en la que reinaba la alegría y el orden más completo. Las muchachas del barrio bailaban alegremente a los sones de un pianillo que conducían Manuel Marcos Gil y Emilio Sánchez Barrera, cuando éste último dio un grito y cayó herido.

No se puede precisar el motivo de la agresión, pues ni medió contienda entre los organilleros ni aún se dirigieron palabras de ninguna especie; solamente se sospecha que por disconformidad en el reparto del dinero que por el alquiler del piano debían cobrar, el Marcos, sin previo aviso, dió a su compañero una puñalada. Trasladado a la casa de socorro de la plaza de San Francisco por un guardia municipal y dos serenos, se le apreció por el profesor de guardia D. Eduardo Fernández, una extensa herida en la parte superior del muslo derecho que fue clasificada de pronóstico reservado. Después de practicada la curación fue trasladado al Hospital central en estado relativamente satisfactorio.

El agresor fue detenido. La fiesta, nos parece inútil consignar que quedó interrumpida en medio de la confusión propia de este caso y los sustos y desmayos correspondientes."

Debido a la "movida" juvenil de fines del siglo XX que convirtió al entorno del Salvador/Cuesta del Rosario en zona de ocio descontrolado, se colocó en la calle Galindo una cancela para impedir la entrada, algo similar a lo sucedido con el callejón de Oropesa al inicio de la calle Cuna. Para finalizar, en el año 2019 la calle Galindo vio sustuido su nombre por el de "Capataz Luis León Vázquez" en honor al destacado cofrade del mismo nombre (1939-2020), miembro de las hermandades de la Macarena y del Amor (que tiene por ahora su casa Hermandad al final de la calle que comentamos) y creador de la primera cuadrilla de costaleros no profesionales de la ciudad, allá por mayo de 1972, cuando un grupo de jóvenes sacó procesionalmente el paso de tumbilla de la Virgen de las Aguas del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia. 


17 julio, 2023

La calle del Diablo.


En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos, (siempre por la "sombrita"), hacia la feligresía de Santa María la Blanca, donde nos encontraremos con una calle con nombres distintos a lo largo de su historia y que fue testigo de inusuales sucesos; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre San José y Fabiola, a la altura de la iglesia que fue primero templo mercedario y ahora sede de la prelatura del Opus Dei, la actual calle Farnesio es un muy buen ejemplo de calle estrecha y peatonal, recuerdo quizá de aquel entramado urbano que conformó la Judería sevillana y lugar privilegiado para apreciar la belleza de la cúpula de la cercana parroquia de Santa Cruz. En uno de sus lados conserva varias casas-patio del siglo XVIII, los números del 6 al 12, varias de ellas integradas en un pequeño hotel de los denominados "con encanto", mientras que en el contrario existe un edificio moderno con gran patio, quizá recuerdo de algún corral de vecinos extinguido en esa misma zona. Ortiz de Zúñiga en sus Anales de 1677 cuenta que a esta calle daba un pasadizo procedente de las cocinas del antiguo palacio de Samuel Leví, posteriormente de los Marqueses de los Ríos y actual Casa Fabiola propiedad del Ayuntamiento y sede de la Colección Bellver.

Desde 1840 fue rotulada como Farnesio, en honor al militar Alejandro Farnesio (1545-1592), Duque de Parma, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria, con quien mantuvo una gran amistad; héroe en la batalla de Lepanto, obtuvo éxitos militares en Países Bajos, siendo designado gobernador en Flandes siempre bajo la bandera de la corona española. Farnesio probablemente nunca estuvo en Sevilla, pues no aparece en las relaciones del séquito que acompañó a Felipe II en su única visita a Sevilla en 1570, pero en cualquier caso, el nombre quedó ahí hasta nuestros días, aunque en épocas anteriores se llamó a esta vía como calle de San José, de San Antonio, o incluso, calle del Diablo. ¿A qué se debe este nombre tan infernal?

Lo contaba uno de nuestros habituales cronistas, el escritor sevillano Manuel Chaves Rey allá por 1894, mencionando que el origen de tal denominación arrancaba, según él, de las celebraciones del Carnaval de 1548, fiestas que eran usadas por no pocos para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, como veremos. El caso es que, unidos en envalentonada cuadrilla, un grupo de cuatro jóvenes "de licenciosas costumbres" dedicaron la jornada a no pocas tropelías, hiriendo a tres personas e incluso saqueando un bodegón, marchándose, bien aliñados de mosto y aguardientes hacia la zona del convento de Madre de Dios; allí, pese a lo avanzado de la noche, en un callejón casi a oscuras, encontraron de frente a un anciano que acompañaba a una joven damisela. 

Sin pensárselo un segundo, uno de los excitados jóvenes se aproximó a la muchacha y sin previo aviso, tirándole fuertemente del manto que cubría su rostro, le estampó un sonoro beso entre las ebrias carcajadas del resto; el anciano, su padre por más señas, ciego de ira por tamaño desacato, intentó hacerles frente, pero quedó al final inmovilizado tras el breve forcejeo que siguió a continuación y que concluyó, a la postre, con la lógica victoria de los malvados asaltantes, prestos ya a la fechoría; pero de pronto, todo cambió de manera inesperada, pues uno de los asaltantes, vivamente impresionado por la belleza de la desvalida muchacha, en aquellos momento desmayada por la impresión, decidió defenderla a capa y espada de la lujuria de los demás, iniciándose un sangriento duelo del que salieron malparados y heridos dos de los contrincantes y el tercero, desarmado, prefirió poner pies en polvorosa antes que encontrar una muerte segura, adentrándose en el intrincado laberinto de callejas de San Bartolomé.

Agotado y sudoroso de dar mandobles y estocadas, el joven caballero se disponía a acercarse a la hermosa joven cuando, bruscamente, un aterrador escalofrío sacudió su espinazo. Una extraña presencia cuyos ojos "brillaban con luz fosforescente y en su rostro se dibujaba una mueca espantosa" se aproximaba a sus espaldas blandiendo un acero. El metálico eco de los lances y el entrechocar de las espadas se prolongó durante unos breves segundos, pues el joven caballero cayó mortalmente herido a las primera de cambio por un certero giro de muñeca de aquel ser espectral y terrorífico. 

Amaneció en aquella solitaria calleja. Los primeros viandantes encontraron yaciendo en el suelo los cuerpos de la muchacha y su padre, quienes poco a poco se recuperaron de su más que agitada noche, narrando a todos sus cuitas, pero, ¿y el cuerpo del galán? Fue como si se lo hubiera tragado la tierra, o mejor, como si se lo hubiera llevado el diablo, victorioso tras aquel lance de espadas. Nunca pudo hallarse el cuerpo. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que aquel trance era cosa demoníaca y muchos se persignaban musitando jaculatorias y oraciones.

Para conjurar tan maléfica presencia, los vecinos acordaron con determinación colocar una pequeña hornacina y en su interior una imagen de San Antonio, un santo que se las tuvo que ver con el Maligno en varias ocasiones saliendo siempre victorioso del trance. Siempre iluminada por dos humildes farolillos de aceite y que a la vez, alumbraban la calle, durante años fue prudentemente evitada por muchos, por el miedo tanto al demonio como a los amigos de lo ajeno, ya que era perfecto escenario para andanzas de este tipo. 

Por cierto, no fue aquel el único suceso macabro acaecido en la antigua calle de San Antonio o Farnesio, ya que el diario sevillano La Andalucía, allá por 1897, recogía en su edición del 4 de junio la siguiente noticia: 

"En el hueco de la puerta de la casa número seis, sita en la calle Farnesio, encontró anteanoche el guardia nocturno un bote de grandes dimensiones conteniendo un feto. Al momento dio cuenta del extraño hallazgo al comandante de la guardia municipal señor Mazuelos y al brigada señor Orellana, avisándose al juzgado de guardia, que dispuso que fuera llevado el frasco al departamento anatómico".

Como curiosidad, andando los años, en el siglo XIX tuvo su sede en esta calle la Imprenta "El Obrero de Nazaret", de cuyas planchas salieron numerosos títulos, entre ellos algunas de las primeras obras de Juan Francisco Muñoz y Pavón, y en la esquina con la calle Fabiola puede hallarse un edificio de estilo regionalista diseñado en 1931 por el arquitecto Francisco Pérez Bergali (1898-1973) para Antonio Barrio Romero, con fachada a la propia calle Farnesio y donde el propio arquitecto tuvo su estudio; por cierto, que Pérez Bergali también fue Hermano Mayor de la Hermandad de la O, precisamente en la etapa en que tiene lugar el tristemente famoso accidente de su paso de palio con un tranvía en 1943, pero esa, esa ya es otra historia.



10 julio, 2023

Por quién doblan las campanas.

Elementos indispensables durante años en las ciudades, no sólo para marcar las horas diarias, sino para comunicar cualquier desgracia o alegría, cualquier peligro o regocijo, una plaza sevillana lleva su nombre, un pueblo de la comarca de la Campiña de Carmona también y por supuesto, su sonido en espadañas y torres va parejo a la vida cotidiana. Hoy, en Hispalensia, hablamos de campanas y su sonido, pero como siempre, vayamos por partes. 

Usadas ya por civilizaciones asiáticas o egipcias en los primeros tiempos, tanto griegos como romanos supieron utilizarlas, llamándolas estos últimos "tintinábula" para el culto a Marte, dios de la Guerra, de ahí que se usasen como instrumento para convocar a las tropas; no falta quien, incluso, afirma que Moisés fundió el Becerro de Oro en una campana con la que convocar al pueblo hebreo y finalmente la iglesia católica comenzó a usarlas en Italia, concretamente en Nola con la figura de San Paulino, quien fue obispo de aquella diócesis entre el 409 y el 431 y es considerado patrón de los campaneros,  al estar dicha ciudad en la región de la Campania, se dice que de ahí puede venir el origen etimológico; a comienzos del siglo VII el polémico Papa Sabiniano decretó que se pusieran campanas en todos los templos para convocar a los fieles, extendiéndose su uso en monasterios y conventos, primero en muros, luego en las torres defensivas de los propios templos, germen de los actuales campanarios. Su influencia creció a pasos agigantados, pasando a convertirse hasta en trofeo de guerra, como sucedió con el caudillo musulmán Almanzor en el año 997, cuando se llevó las campanas de la catedral de Santiago de Compostela a Córdoba para fundirlas y convertirlas en lámparas de aceite pera la mezquita mayor.

Es interesante destacar que las primeras campanas eran de madera, luego de bronce y que cumplían con el papel de "espantar" a los malos espíritus con su sonido y, por supuesto, anunciar todo tipo de acontecimientos tanto laicos como sagrados, de hecho, durante siglos, en muchas campanas se grabó esta inscripción en latín: "Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum. Defunctos ploro, nimbum fugo, festas decoro", o lo que es lo mismo: "Alabo al Dios verdaderos, convoco al pueblo, congrego al clero. Lloro a los difuntos, ahuyendo a las tempestades, adorno las fiestas"


 Se conservan ejemplos de campanas de cierto renombre y antigüedad, como Wamba, de la catedral de Oviedo, que data de 1219 o Caterina, de la catedral de Valencia, de 1305. Templos sintoístas en Japón con sus campanas esféricas llamadas Suzu, hindúes o budistas llamadas en este caso ghanta y que se cuelgan a las entrada de los templos, y también las no menos famosas Big Ben de Londres o la estadounidense Campana de la Libertad, localizada en Filadelfia, símbolo de la Guerra de Independencia.

La conquista de Sevilla por Fernando III el Santo en noviembre de 1248 supuso el regreso de las campanas, pues la colocación de algunas de éstas en el alminar de la mezquita mayor fue uno más de los aspectos a tener en cuenta para cristianizar tal espacio. El terremoto de 1356 requirió reformar el remate de la torre y se le colocó una sencilla espadaña, y en 1373 se tiene noticia, como afirma la profesora y experta Clara Bejarano, de las primeras normas para regular los toques y repiques de campanas, por supuesto con su correspondiente lista de tasas por cada uno de esos toques en función de sus características. En 1533 la torre de la catedral poseía siete campanas, la grande, Santa Marta, San Isidro, Santa Catalina, Santiago, Santa Cruz y la pequeña o de tercia, diferenciándose entre campanas de golpe (que sonaban golpeando su badajo) o esquilas (que giran sobre sí misma para repicar).   

Ángelus, Ánimas, Difuntos, guerra o inundación (rebato), bautizo, parto laborioso, tempestad, sermón, misa, incendio, procesiones, autos de fe, llegadas de flotas de Indias, cada situación o acto extraordinario tenía sus propios tañidos recogidos en códigos con sus correspondientes tañidos, pero también las campanas marcaban las horas ordinarias, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, oración, ánimas, toque de queda (un término que nos es muy familiar por desgracia), repiques todos ellos que daban un matiz sagrado a la horas del día, superando a relojes de sol o mecánicos y que únicamente se suspendían en señal de duelo por la muerte de Cristo entre el Jueves y el Sábado Santo, sustituidos por el sonido sordo y arcaico de la matraca o carraca de madera. 

Tras la profunda reforma de Hernán Ruiz en el remate de la torre, en 1568 el nuevo campanario vio ampliado su espacio con otras tantas nuevas campanas, cada una con su propio nombre, marcando un antes y un después en el paisaje sonoro de la ciudad, como quedó reflejado en la letra popular:

          Veinticinco parroquias 

tiene Sevilla,

Veinticinco campanas,

su Giraldilla.

En la Edad Moderna, el toque de queda, por ejemplo, marcaba el cierre de las puertas de Sevilla, en torno a las nueve de la noche en invierno, y a las diez en verano. Todos estos tañidos estaban regulados, menos el de "emergencia" que quedaba bajo la responsabilidad del propio campanero; en 1713, unas ordenanzas de la Orden Franciscana en Sevilla estipulaban para él que su cometido era: 

"Cuidar de las campanas, el acuñarlas y untar los ejes, y cuando la campana estuviere empinada no la deje suelta, ni en tiempo de nieves la toque, sin quitar primero la que le hubiere caído". 

La profesora Clara Bejarano estima que en los mejores tiempos de Sevilla, allá por los siglos XVI y XVII llegó a haber ochenta campanarios y ciento setenta campanas. El paisaje urbano, tanto el visual, como el sonoro quedaba marcado por la presencia de torres y espadañas y por el sonido de repiques y tañidos, por no hablar cierto orgullo de cada feligresía por sus campanas o por el significativo hecho de que si un templo era abandonado sus campanas eran descolgadas, enmudecidas, sin esa vida que comenzaron a vivir, humanizadas, en el momento de su bautismo cuando se les otorgó su nombre. Detalle curioso, la campana principal del Convento Casa Grande del Carmen (fundado hacia 1358), en la calle Baños, realizada por el campanero alemán Distrik y que según la tradición podía escucharse en pueblos del Aljarafe situados a dos leguas de distancia, fue retirada por los franceses durante la invasión napoleónica y llevada, según relata Álvarez Benavides a Dublín para presidir un reloj en una torre, regresando a Sevilla tras gestiones de las autoridades españolas y, tras la Desamortización de Mendizábal de 1837, llevada de nuevo al mismo emplazamiento irlandés.

A un nivel más doméstico, las campanas, sobre todo en conventos y monasterios, ejercían como "mensajería" que se difundía por claustros y coros, ya que cada monja tenía su propio toque con el que ser avisada, costumbre que se mantiene y que aún hoy es visible en, por ejemplo, la Hermandad de la Santa Caridad, en uno de cuyos patios se conserva un peculiar cartel con los diferentes indicativos, desde la única campanada para el Hermano Mayor, hasta un repique y cuatro campanadas para los enfermeros, pasando por toques especiales para médicos, silleros o faroleros, sin olvidar que con un repique, una campanada y otro repique se anunciaban las visitas extraordinarias de miembros de la familiar real, prelados o autoridades. 

En Sevilla podemos encontrar la más que conocida Plaza de la Campana, llamada así porque en ella estuvieron durante un tiempo los almacenes del servicio contra incendios del Cabildo de Sevilla, con su correspondiente Campana de Fuego, que se tocaba en casos de emergencia. Trasladada posteriormente a la torre campanario de la Iglesia del Salvador, allí continúa, al cuidado de una familia, descendientes de Antonio Mendoza González, el mítico "Hombre Mosca" que ya va por la quinta generación de campaneros que vive en la torre del primitivo alminar musulmán, ahora torre cristiana escenario de los volteos y repiques a mano, pues se trata de la única torre sevillana aún sin automatizar.

Por cierto, aparte de la ya referida plaza de La Campana, en Sevilla existieron calles con nombres tan sonoros como Campanario de San Julián, actual plaza de las Moravias, Campanas de los Descalzos, actual Descalzos o Campanas de San Leandro, ahora calle Zamudio, o Campanario, a secas, ahora calle Enladrillada en la feligresía de San Román, sin olvidar que en 1974 se nominó como Campaneros a una de las calles de la recién creada barriada de Pino Montano, y que todavía, en la calle Feria, se conservaba ¿o se conserva? una campana como reclamo comercial, pero esa, esa ya es otra historia.




03 julio, 2023

Dormitorios.

En estas tórridas noches veraniegas en las que tanto cuesta conciliar el sueño por el calor, cuando el cuerpo cansado reclama dormir, no estaría mal que nos diésemos un imaginario paseo por aquellas calles que fueron lugar de merecido descanso para muchos, y no nos referimos a vías con lujosos hoteles, dignas pensiones o populares posadas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Ciudad conventual, como se ha dado en llamar, Sevilla albergó en su mejor etapa histórica casi cien conventos o monasterios, tanto de órdenes femeninas, muchas de clausura, como masculinas. El concepto de convento como "micro ciudad" quedará claro desde el primer momento siguiendo modelos arquitectónicos traídos de fuera, pues el claustro o patio principal será casi como la plaza mayor a la que darán las "calles" o pasillos que a su vez llevarán a otras dependencias, siempre otorgando el mayor protagonismo al templo. Dentro del entramado de habitaciones o estancias que poseía cualquier monasterio o convento, como la Sala Capitular, la Enfermería o el Refectorio, del que hablamos en su momento, otro lugar, aunque secundario lo constituían los dormitorios para la comunidad. Habitualmente eran comunes, enormes salas corridas apenas divididas con cortinas, en otras ocasiones existían celdas individuales que aunaban austeridad con aislamiento y por supuesto, mención aparte, las habitaciones del prior, superiora, abad o madre general, quien por su cargo poseía estancias quizá algo más destacadas. 

En cualquier caso, los dormitorios conventuales solían situarse en plantas baja (para verano) y altas (para invierno), quizá encima de la zona de cocinas para aprovechar el calor que provenía de las mismas y conectados al claustro y no lejos de la iglesia, ya que era habitual que los monjes o religiosas tuvieran que levantarse, previo toque reglamentario de campana, para rezos a horas nocturnas intempestivas diariamente, como para Laudes o Maitines. El hecho de colocar los dormitorios por encima de otros aposentos tenía que ver, seguramente, con la idea de aislamiento en altura del exterior y el impedir que por esa zona alguien entrase... o saliese, aunque no faltaban fuertes rejas de forja para impedir tal circunstancia.

Despojados de su función, se conservan los antiguos dormitorios del convento de Santa Clara o los de Santa Inés, ambos con la misma función como salas de exposición, o los de Santa Rosalía, utilizados como espacio para celebraciones gestionado por las propias religiosas para allegar fondos a su comunidad. No es de extrañar, por tanto, que en Sevilla se conserve aún hoy una calle con el nombre de Dormitorio, la que va desde la Plaza del Cristo de Burgos hasta Alhóndiga y cuyo origen está en esa estancia perteneciente al convento de Trinitarios Descalzos, del que se conserva por fortuna su torre e iglesia, sede ahora de la Hermandad del Cristo de Burgos. El nombre al menos ya existía en 1728, pero probablemente se utilizase de mucho antes. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Calle con mucha circulación rodada, y que forma un trazado ligeramente curvo, a comienzos del siglo XX estuvo en ella, en el número 6,  la Fundición de Manuel Grosso ya allí al menos en 1860, y de la que salieron piezas para el Palacio de San Telmo o la Catedral; el edificio, puede que ya sin uso,  despertaba denuncias como ésta recogida en el diario El Liberal de diciembre de 1918:

"Se nos quejan los vecinos de la calle Dormitorio de que la fachada de la casa número 6 está convertida en mingitorio público, hasta el extremo de que el rincón lo ponen intransitable los numerosos desaprensivos que allí evacuan sus necesidades. Sería conveniente que por la brigada de desinfección se saneara aquel lugar, que buena falta le hace. También nos dicen que la farola del centro de la calle está apagada desde tiempo inmemorial, y como el pavimento está imposible, los vecinos de la calle Dormitorio viven mejor que quieren".

Foto: Reyes de Escalona. 

 En su esquina con la plaza del Cristo de Burgos alberga el conocido Bar Coloniales, fundado en 1992 pero que posee antecedentes de una antigua tienda de vinos y comestibles, recuerdo quizá de cuando aquella zona era llamada Vinatería, coincidiendo con el sector de Sales y Ferré, por la presencia de numerosas tabernas (quizá de ahí provinieran las quejas vecinales por "aguas menores" en la calle). 

Sin embargo, hubo otras calles "Dormitorio", hoy desaparecidas o con nombres distintos:

Dormitorio del Carmen, el tramo de la actual Pascual de Gayangos, en el barrio de San Lorenzo, llamada así porque los mencionados dormitorios del convento Casa Grande del Carmen daban a esa zona, de hecho en la actualidad a esa calle da la salida de la Escuela Superior de Arte Dramático, ubicada en ese antiguo e importante convento. Como curiosidad, en esta calle vivió durante un tiempo el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, cuando un tramo de esta calle recibía un nombre peculiar: Espejo. Lo olvidábamos, Pascual de Gayangos, nacido en Sevilla en 1809 fue un destacado historiador, erudito y catedrático de Lengua Árabe en Madrid. 

Si tuviésemos que descubrir la calle Dormitorio de San Pablo tendríamos que acudir al tramo de la calle Bailén pegado a la puerta secundaria de la parroquia de la Magdalena, ya que se tienen noticias del uso de tal nombre desde al menos el siglo XV en alusión a que en esa zona estaban esos aposentos del convento dominico, que posteriormente quedó convertido en parroquia; en el siglo XIX la calle perdió el nombre de Dormitorio por el de la célebre batalla de la Guerra de Independencia, y además una serie de nuevas construcciones dejaron "invisible" el ábside de la iglesia, aunque se mantiene abierta la puerta trasera que da a su sacristía, con la consabida lápida de mármol para solicitar la administración de los últimos sacramentos a deshoras. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Otro de los grandes conventos masculinos, el conocido como Casa Grande de la Merced, poseyó una extensión mucho mayor a la actual, limitada ahora a patios, dependencias e iglesia del Museo de Bellas Artes; se sabe que existió una calle llamada Dormitorio de la Merced, llamada así todavía en el siglo XVII. Quizá a la altura de la calle Cepeda, muy cerca de la capilla de la Hermandad del Museo, sería buena prueba de lo comentado, ya que hay que pensar que la actual plaza del Museo es fruto de la demolición (entre 1840 y 1860) de todo un sector edificado perteneciente a este convento mercedario, escenario de cierto macabro suceso que ya hemos narrado por estas páginas.

El convento de Madre de Dios, recientemente restaurado, posee una hermosa fachada que da a la calle San José, a medio camino entre Santa María la Blanca y San Nicolás; como imaginará el lector, la calle Dormitorio de Madre de Dios se situó en uno de los laterales del claustro,  con ese nombre se mantuvo hasta el siglo XVIII en el que curiosamente pasó a denominarse Soledad en honor a un retablo callejero dedicado a una imagen de la Virgen con esa advocación. Por si alguien quiere visitarlo, aún es posible recorrer dicho claustro, ya que pertenece ahora al Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) y en él se organizan diversas actividades. En esta calle destaca por su belleza el antiguo palacio del caballero Ibarburu, del siglo XVIII, con hermosos patios y monumental escalera con azulejería, en el que desde 1946 se halla situado el Instituto Británico. Por cierto, el nombre de Soledad se sustituyó por el de ahora, Federico Rubio, en 1900 en honor al médico y cirujano fundador de la Escuela de Medicina que ocupó parte del convento de Madre de Dios.

Existió también la calle Dormitorio de los Viejos, que aludía a la presente calle Viejos en la zona entre San Juan de la Palma y San Martín; el nombre se debió a la presencia del edificio del Hospital de San Bernardo, rehabilitado ahora tras muchos años en ruinas, que acoge un Centro de Participación Activa para Mayores y cuya iglesia esa ahora sede de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina. Por cierto, el Hospital de los Viejos, como también se le conoció, fue una residencia de ancianos creada en allá por el siglo XIV, concretamente en 1355, por lo que se considera que fue una de las instituciones geriátricas más antiguas de toda Europa, pero esa, esa ya es otra historia. 


29 mayo, 2023

Hoyos.

Para esta publicación, o "post", como se suele decir, vamos a recurrir a una calle casi desconocida, con barreduelas ignoradas, un almirante valeroso y un nombre antiguo; pero como siempre, vayamos por partes. 

La calle Almirante Hoyos, entre Vírgenes y Cabeza del Rey Don Pedro, muy próxima a la calle Águilas y a la plaza de la Alfalfa, recibió durante mucho tiempo el nombre de Correo Viejo, debido a que en ella estuvieron las oficinas de este servicio de la Corona a comienzos del siglo XVIII; sin embargo, y como solía pasar en tiempos convulsos, la calle recibió con posterioridad los nombres de Prim, en honor a uno de los generales protagonistas de la Revolución de 1868, y Ocho de Marzo, pero no por el Día de la Mujer Trabajadora, sino por ser, qué cosas, la fecha del decreto gubernamental que ordenaba la disolución del siempre levantisco Cuerpo de Artillería allá por 1873.

Finalmente, en 1875 recibió su nombre definitivo, en honor a Francisco de Hoyos y Larreviedra, marino y astrónomo; nació en el pueblecito burgalés de Araduenda en 1782, figurando ya como guardiamarina en Cádiz en 1800, participando en los combates navales de cabo Finisterre (1805) contra buques británicos, siendo apresado y llevado a Inglaterra. Regresó a España bajo palabra de honor y durante la Guerra de Independencia luchó contra la armada napoleónica en la bahía de Cádiz,  logrando el grado de alférez de navío. Experto en lenguas extranjeras, hombre cosmopolita, durante sus misiones y travesías visitó desde Manila hasta Finlandia, pasando por Argel o Trípoli; en San Petersburgo, como detalle, será incluso condecorado por el Zar.

En 1840, tras estar ostentando el cargo de segundo astrónomo en el Observatorio de la Marina de San Fernando en Cádiz durante doce años, cambiará de destino al pasar a ser Director del sevillano Colegio Naval de San Telmo, una institución pionera en Europa  y piedra angular en la Carrera de Indias, auspiciada por la Corona desde 1682 para la educación en artes naúticas, el mismo donde apenas cinco años después comenzará sus estudios a los once años un chaval del barrio de San Lorenzo llamado Gustavo Adolfo Bécquer.

Durante esa etapa al frente de esta institución académica Hoyos vivirá en una de las casas palacios de la calle del Correo Viejo, el actual número 10 que aún se conserva, quizá el mismo en el que, siglos antes, vivió Doña María Coronel, y donde radicaron las antes aludidas oficinas postales. Durante el famoso bombardeo de la ciudad por el general Van Halen, afecto al regente Espartero, en 1843, el 24 de julio una bomba entró por una de las ventanas dicho edificio, la correspondiente a la zona de cocinas, muriendo en la explosión una criada del citado Almirante de nombre María Montesinos y chilena de nacimiento. Curiosamente el entonces Brigadier, militar de lealtad contrastada, se hallaba fuera de Sevilla al no haber querido reconocer la autoridad de Espartero, presentándose en Cádiz y poniéndose a las órdenes de las legítimas autoridades.

Integrado en la vida intelectual de la ciudad, culto, condecorado y con lo que entonces se decía de "mucho mundo", el distinguido almirante recibió de muy buen el puesto de Académico de la de Buenas Letras, en la que ingresó pronunciando, en 1845, un muy documentado discurso sobre Geografía Griega en tiempos de Homero, una lectura que sorprendió a todos por su enorme nivel de erudición; además, no olvidó a otros colegas suyos, ya que fue el principal impulsor de que el Ayuntamiento de Sevilla dedicase calles a los Almirantes Ulloa (en la zona de Alfonso XII - Monsalves), Valdés (calle desaparecida en la zona de Imagen), Espinosa (entorno de la Plaza de los Carros - Montesión) y Mendoza Ríos (entre Redes y Baños), ilustres marinos hispalenses para quienes Hoyos solicitó se conservasen sus casas natales y escribió sus biografías para que no se olvidase nunca su protagonismo en la Historia. El almirante Hoyos fallecerá en Cádiz (aunque algunos sitúan su muerte en Alhama de Granada) en septiembre de 1854, no sin antes haber sido nombrado Diputado en las Cortes por la ciudad de Sevilla.

Patio en el número 10.

El cronista Álvarez Benavides destacó la calidad y abundancia de las aguas de sendos pozos ubicados en el número 8 de la calle, todo ello sin olvidar que en ella tuvieron su sede en 1697 el Platero Domingo Riquel, una posada allá por 1821 y, en ese mismo siglo XIX, la escuela privada de niños de don Camilo Canalejo, de varias consultas médicas a lo largo de su historia, lo que da idea de la importancia de esta vía.

En otro orden de cosas, en esta calle estuvo a principios del siglo XVIII la imprenta de Francisco de Leefdael, quien tuvo allí sus prensas entre 1701 y 1727, de las que salieron multitud de obras, tanto religiosas y devocionales como teatrales, ya que se especializó en la edición de comedias, algunas clásicas como las de Tirso de Molina o Calderón de la Barca; a su muerte, será su viuda la que regente la imprenta, manteniéndola abierta hasta mediados del siglo XVIII con el nombre de Imprenta Real del Correo Viejo. 

Además, la calle (calificada en su tiempo por González de León como "angosta y corta") posee dos pequeñas barreduelas de bastante antigüedad y que nos recuerdan un tipo de entramado viario próximo a la etapa musulmana, no en vano muy cerca de allí estuvo la antigua judería; situadas en uno de los lados, una de ellas carece de nombre siquiera y se cierra con una cancela, mientras que la otra, de sorprendente y bastante longitud, se denomina Diamela, nombre que alude a un tipo de especie de jazmín y alberga alguna que otra vivienda de bastante antigüedad.

Barreduela de Diamela

Por último, no podemos dejar en el tintero el panel de cerámica sevillana situado en el número 1 de la calle, esquina con Muñoz y Pavón, buen ejemplo de azulejería comercial tradicional, que data de 1926 al haber habido allí una conocida tienda de comestibles y que ha sido restaurado recientemente con el mecenazgo de la propia firma bodeguera; eso sí, la calle, como tantas otras, ha visto cambiada su población, ya que está repleta de los ahora habituales apartamentos turísticos, lejos de las quejas de la prensa de los años 50 que aludía a "un grupo de mozalbetes, algunos bastante talluditos ya, que a casi todas las horas de día "gamberrean", "tirando a gol", ya casi en la confluencia de Vírgenes", pero esa, esa ya es otra historia.