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15 agosto, 2022

La calle de los costales.

En esta ocasión, pleno agosto, vamos a buscar la "sombrita" al abrigo de una calle poco transitada y que formó parte de uno de los conventos masculinos más importantes de su tiempo; pero como siempre, vayamos por partes. 

A finales del siglo XVII, el arzobispo Palafox y Cardona, impulsor de la devoción a Santa Rosalía en Sevilla, promovió la implantación en nuestra ciudad del Oratorio de San Felipe Neri, congregación creada en el XVI por este santo nacido en Florencia y fallecido en Roma en 1595; el carisma de esta peculiar orden, carente de votos ni de organigrama, excepto la caridad mutua entre sus componentes, se basaba en la oración y la predicación, con la particularidad de que cada convento era independiente de los demás, sosteniéndose con sus propios fondos. 

A comienzos del XVIII, tras bendecirse su iglesia en 1698 por el arcediano de Niebla, Francisco Lelio Levanto,  ya estaba radicado el Oratorio en Sevilla. Para ello, contaron con el apoyo de Josefa Antonia de Alverro, quien donó unas casas de su propiedad en la calle Costales, en la feligresía de Santa Catalina; como curiosidad, esta calle, actual de San Felipe, recibía este nombre porque al parecer en ella se alquilaban los costales necesarios para el transporte del grano que se almacenaba en la cercana Alhóndiga. La nueva sede de los filipense fue puesta bajo la protección de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores.

La actual vía, que arranca en Doña María Coronel y finaliza en Almirante Apodaca, sería, pues, testigo de la llegada de los filipenses a Sevilla, encabezados por el Padre Navascués y del paulatino crecimiento de aquella zona como sede de la congregación, especialmente durante los años como Prepósito (especie de superior o abad) del P. Teodomiro Díaz de la Vega. Sevillano de nacimiento, bautizado en la hispalense parroquia de San Andrés, ingresó en la orden con apenas veinte años, en 1757, y con el tiempo alcanzó fama y popularidad por sus predicaciones, entablando amistad con Fray Diego José de Cádiz y con el también filipense Antonio Sánchez Santa María, fundador del Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz. 

Otro filipense, el P. Cayetano Fernández, lo describió como "de estatura prócer, de complexión robusta y carácter enérgico, al mismo tiempo que atractivo y amable, el P. Vega ganaba para Dios las voluntades, imponiéndose irresistiblemente por la admirable fuerza de su fogosa palabra". Fruto de su ingente labor al frente del oratorio (donde se realizarán obras de mejora en capilla y sacristía por más de medio millón de reales) será lograr que el propio Carlos IV colocase al Oratorio bajo Patronato Regio y el enriquecimiento de la iglesia con diversas pinturas y enseres, y lo que es más importante, conseguir gran difusión de los ejercicios espirituales que allí se celebraban, como contaba el escritor José María Blanco White: 

Este sacerdote estaba dotado de grandes cualidades, pero su extraordinaria influencia sobre los demás se debía particularmente a un profundo conocimiento de la humanidad, una gran confianza en sí mismo y una tosca aunque apasionada elocuencia que se unía a los más vehementes sentimientos religiosos. No me cabe la menor duda de que era un hombre sincero, pero también estoy convencido de que amaba el poder y sabía conseguirlo usando la técnica más depurada y eficiente. Ningún potentado oriental podría llegar a superar sus dotes de mando, que rendían a los espíritus más resueltos en cuanto entraban bajo su influencia (...) Tenía una voz ronca y nasal, pero en la capilla privada que había preparado para los ejercitantes sabía modular el tono de su voz con sorprendente efectividad. La celebración de la misa le afectaba de tal manera que sus ojos derramaban torrentes de lágrimas especialmente en el momento de la consagración. Quizás algunos pudieran pensar que era un buen actor, pero yo, que lo conocía muy bien, después de haber meditado muchas veces sobre su persona me veo obligado a librarlo sinceramente de este cargo.

El historiador González de León que llegó a conocer el templo filipense, lo describía así: 

En esta calle estaba la casa de este instituto de San Felipe de Neri, o como generalmente es llamado, oratorio; era en estos últimos tiempos el más rico en alhajas y preciosidades de todos los de la ciudad, con riquísimos ornamentos y ropa de sacristía. El templo es una nave bastante larga, pero no muy ancha, con su capilla mayor elevada sobre cuatro grandes arcos, con su cúpula o bóveda redonda. A los pies del templo está el coro alto, fuera del área, porque, para su construcción, tomaron todo lo ancho de la calle y formaron un arco sobre el cual pisa el coro; y por los lados hay pequeñas capillas que las forman arcos sobre columnas de mármol, y encima pisan tribunas cerradas con antepechos de barandas de hierro, cubiertas con canceles laboreados, pintados y dorados.
                                San Felipe (Número 81), en el plano de Olavide de 1771.                                                                              Pueden apreciarse también los conventos de Santa Inés (91), Las Dueñas (84) y de la Paz (98).

 Además, la sede de la congregación tenía fachada a la calle Doña María Coronel, en cuyos muros, figuraba un muy buen azulejo (atribuido por José Gestoso a José de las Casas, siglo XVIII) representando a Cristo Caído acompañado del Cirineo camino del Calvario y que por fortuna se conserva en el zaguán de acceso al Museo de Bellas Artes de Sevilla, mientras que el muro meridional de la iglesia era frontero a la calle Costales, que no tardó en llamarse, lógicamente, de San Felipe. Detalle interesante, durante un tiempo el llamado Arquillo de San Felipe, o también las Cuatro Esquinas de San Felipe, encrucijada de las calles Gerona (donde aún seguía en pie el monasterio de Las Dueñas) y Doña María Coronel, fue lugar peligroso y poco recomendable por la gente de mala reputación que allí se congregaba aprovechando su escasa o nula iluminación nocturna.

Foto Reyes Escalona

En su época de mayor esplendor, el oratorio llegó a tener alojamiento para hasta noventa personas, seglares o sacerdotes, que acudían a realizar los célebres y antes aludidos Ejercicios Espirituales, sobre todo a raíz de la expulsión de los jesuitas en 1767. El Padre Díaz de la Vega, a quien tocó vivir en primera persona varios sucesos, como el ajusticiamiento de la Beata Dolores en 1788, a quien acompañó al cadalso, o predicar durante el funeral en Sevilla a Luis XV tras pasar por la guillotina durante la revolución francesa, falleció 1805 y sus honras fúnebres fueron toda una manifestación de duelo; en el más que solemne funeral, que congregó a la flor y nata de la sociedad sevillana del momento, se interpretó el Requiem de Mozart.

Ya que mencionamos la música, destacar que para los filipenses era parte más que importante para la liturgia, de modo que misas y funciones solemnes se armonizaban con la participación de orquestas de cuerda a las que se sumaban incluso instrumentistas aficionados, aunque de una curiosa manera como recordaba de nuevo con su prosa José María Blanco White:

“Por otro lado, la iglesia de San Felipe Neri tenía para mí otra gran atracción: en ella se escuchaba música con tanta frecuencia que con razón San Felipe Neri podría ser considerada como la Ópera religiosa de Sevilla. Los buenos padres del Oratorio habían ideado un ingenioso plan para que la música no les costara dinero. Para ello cultivaban la amistad de los mejores músicos profesionales de la ciudad y recompensaban sus servicios dándoles por un lado ayuda espiritual y por otro prestigio mundano. Como también había en nuestra ciudad buen número de aficionados, cuya cooperación gratuita pudiera dar más fuerza a la orquesta, los Padres habían preparado un lugar en la iglesia, oculto por una celosía, donde los caballeros aficionados podían unirse a la orquesta sin ser vistos del público. La buena sociedad sevillana, en vez de considerar degradante este servicio, los consideraba al contrario  como un excelente acto de devoción."

 

Demolición de 1868. Al fondo el convento de Santa Inés.

Aparte de los reseñados desperfectos de 1843 por Van Halen, el año 1868 será crítico para el Oratorio. Poco podría pensar el joven sacerdote y futuro cardenal Marcelo Spínola,  quien habría celebrado allí su primera misa en 1864, que al cabo de un año, en 1865, un incendio dañaría el templo filipense, y que cuatro años después, como decimos, las autoridades de la llamada "Revolución Gloriosa" iban a decretar no sólo la incautación de todos los bienes filipenses, sino incluso la demolición total del edificio e iglesia. Todo ello se realizó en cuestión de días en los meses de septiembre y octubre de aquel fatídico año de vaivenes políticos, prueba de la premura de los trabajos fue que no dio tiempo a trasladar a la cercana parroquia de San Pedro a la totalidad de difuntos sepultados en las bóvedas de San Felipe, perdiéndose al parecer los restos mortales del afamado P. Vega.

A través de sucesivos inventarios y artículos, como los de Roda Peña, Jordán Fernández o Martínez Lara, se puede comprobar la triste disgregación de parte de los bienes filipenses; algunos pudieron ser recuperados por la propia congregación tras su restablecimiento en Sevilla, en la ex iglesia carmelita de San Alberto, como la propia imagen de la Virgen de los Dolores o Santa Rosalía y Santa María Magdalena, ambas de Pedro Duque Cornejo, otros, sin embargo, se conservan en lugares a donde los llevó la fortuna, como es el caso de un San Felipe Neri del mismo autor, ahora en el convento de Santa Isabel, sendos canceles de madera recibidos por las hermandades de Montserrat o El Silencio, o del órgano, importante pieza del siglo XVIII que fue trasladada a la parroquia de la O junto con otros enseres de San Felipe. 

Foto Reyes Escalona
 

En 1878, el nuevo Prepósito filipense, P. García Tejero (cuya figura merecería un artículo aparte) redactó una petición al arzobispado con la intención de recuperar tanto el órgano como cinco lámparas, alegando el pleno derecho y propiedad de las mismas; tras un decreto arzobispal en el que se ordenaba la devolución, en la mañana del 8 de febrero de aquel año, todo estaba preparado para el desmontaje y posterior traslado del órgano, mas, con lo que no contaba nadie es con que: "habiéndose presentado muchos hermanos de Nuestra Señora de la O, han impedido su entrega, alegando que ellos son los únicos propietarios de esta iglesia y de todo lo contenido en ella. No ha habido desorden ni palabras descompuestas. Lo que me apresuro a ponerlo en conocimiento de V. S. para que me de sus órdenes superiores". Allí quedó el órgano a la postre, sobreviviendo incluso a la quema de la parroquia de julio de 1936, y pendiente de una restauración, pero esa, esa ya es otra historia...