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20 enero, 2025

Toribio.

Principios del siglo XVIII. En esta ocasión, nos centraremos en un personaje que buscó mejorar la situación de un grupo desfavorecido de la sociedad de Sevilla, impulsando una institución donde alojarlo y educarlos. Pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

Había nacido en San Pedro de Piñeres, en la provincia asturiana de Oviedo, allá por mayo de 1687 y tras una etapa en su tierra pastoreando ganado, a comienzos del nuevo siglo se sabe que se ganaba la vida en Sevilla y sus calles vendiendo por sus calles devocionarios y libritos de oraciones. Hombre de fe profunda y buenos sentimientos, se llamaba Toribio de Velasco y, buen observador de su entorno, apreció con dolor cómo era la vida del sinnúmero de niños huérfanos que pululaban por la ciudad hispalense y que día a día la recorrían mendigando por un mendrugo de pan o efectuando pequeños hurtos con los que sobrevivir, haciendo de las calles su casa y de las plazas su refugio nocturno, siempre bajo múltiples amenazas y peligros y con un futuro incierto como delincuentes o condenados.

Decidido a actuar, comenzará por explicar la Doctrina Cristiana a un grupo de estos pillos y ladronzuelos, no sin cosechar rechazos e injurias, hasta que por fin, con el auxilio de algunos benefactores, decide emplear su casucha de la calle  Peral, para dar cobijo a un primer puñado de niños a los que saca de su mala vida; pasan las semanas y aquella variopinta "patulea" de granujas y chicuelos ha crecido y obliga a Toribio a dar un paso más. Ha recibido varios donativos de gente caritativa y tras consultar con el párroco de San Martín y el Arzobispo Salcedo alquila una casa de mayor tamaño en la Alameda de Hércules. Es un caluroso 1 de julio de 1725  y dieciocho niños serán los primeros afortunados en ingresar en aquella institución que busca su educación y formación, desde aprender a leer y escribir hasta saber realizar las diversas tareas domésticas, sin perder nunca de vista la oración y la lectura de textos religiosos.

A partir de ahí, la actividad de "Los Toribios" se incrementa de manera enorme hasta recibir centenares de solicitudes de ingreso. La comunidad vive entre rezos y salidas para escuchar misa y para pedir limosna con que mantenerse, y la ciudad, conmovida, se vuelca con aquellos niños decididos a tener un mejor futuro. La férrea disciplina (que no excluía los azotes, nunca más de veinticuatro, eso sí) y los horarios estrictos contribuyen a que exista una rutina diaria, mientras que no tardan en surgir los primeros talleres de diferentes oficios, como por ejemplo, el de zapatería; para ampliar la institución se decide su traslado a la llamada Inquisición Vieja, cerca de San Marcos y allí se convierte en centro benéfico de referencia, recibiendo incluso donativos del mismísimo monarca Felipe V, quien durante su estancia en Sevilla quedará conmovido por la procesión de niños pidiendo limosna con velas encendidas y su fundador a la cabeza portando un cesto donde recoger prendas y dineros. Trescientos ducados, nada menos, pasarán a engrosar las siempre menguadas arcas de los Niños Toribios, como ya eran conocidos allá por 1730.

Sin embargo, la muerte de su fundador en el verano de aquel año será todo un mazazo. Afectado por calenturas, apenas podrá sostener la pluma con la que rubricar su testamento, y tras su fallecimiento, llorado por los ciento cincuenta niños que acogía la vieja casa, será enterrado en el convento de San Pablo, ahora parroquia de la Magdalena, en lo que en otro tiempo se llamó "olor de santidad". La institución fundada por él pasará al Pumarejo en 1802 y pervivirá hasta el siglo XIX con bastantes altibajos, en que pasará a ser gestionada por la Diputación de Sevilla, siendo el germen del llamado Hospicio Provincial que funcionará en la calle San Luis hasta 1973.

La apertura de la exposición "Patrimonio Histórico de la Diputación de Sevilla 1500-1900" en el Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses ha supuesto la recuperación de más de cien piezas procedentes de antiguos hospitales benéficos, entre pintura, escultura, orfebrería y bordado; una de estas piezas es un interesante retrato funerario del hermano Toribio, pintura anónima que lo representa de medio cuerpo, yacente y vestido con el hábito dominico blanco y negro, pese a ser miembro de la Orden Tercera Franciscana. Una inscripción en su parte superior indica: "Retrato del hermano Toribio fundador de la Cassa Hospisio de de muchachos guérfanos y perdidos de Sevilla Murió de edad de 40 años a 23 de agosto de1730, con grande opinión de virtud"

                         

Era costumbre entonces el dejar para la posteridad imágenes de "cuerpo presente" de personas o personajes importantes, de modo que, aparte del valor meramente documental, como apunta Juan Luis Ravé, comisario de la Muestra, presenta el de homenajear al fundador de la institución que hemos comentado, antecedente de los llamados Correccionales. De hecho, todavía a finales del siglo XIX cuando se hablaba de un joven problemático se decía, "Qué bien le vendría estar en los Toribios", pero esa, esa ya es harina de otro costal. 


14 septiembre, 2020

Niños perdidos


 Aunque esto de los “Niños perdidos” suene quizá a personajes menudos de la divertida y clásica película filmada por Walt Disney en 1953, fruto a su vez de la imaginación y creatividad del autor teatral escocés James Matthew Barrie en 1904, no es menos cierto que en la Sevilla del Siglo de Oro existieron otros muchos y menos conocidos “niños perdidos”.



Retratados con total verismo por Murillo o por Cervantes (recordemos a Rinconete y Cortadillo, discípulos aventajado de Monipodio con su cofradía de ladrones con casa Hermandad en Triana), estos niños, pícaros, huérfanos, truhanes, hambrientos, enfermos, supervivientes en suma de un tiempo difícil y de contrastes, malvivían de la caridad o de la delincuencia y eran, podría decirse, legión en zonas populosas como el Arenal, las Gradas o el Salvador, por no hablar de cómo pululaban alrededor de templos, casas de gula o prostíbulos, atentos a cualquier iluso al que arrebatarle la bolsa, en un ambiente muy similar al retratado a la inglesa por Dickens en el siglo XIX con Oliver Twist, por ejemplo.


Compadecidos por la desgraciada vida de estos “niños perdidos”, un grupo de sevillanos decidió unirse en Hermandad para paliar, en la medida de lo posible, las carencias existentes para la infancia desfavorecida, de modo que sobre 1589 ya había quedado constituida la Hermandad del Santo Niño Perdido, en alusión al pasaje evangélico en el que Jesús, aún joven, se extravía de sus padres en Jerusalén y es hallado finalmente por éstos mientras discute con los doctores de la ley en el Templo. La corporación, todo hay que decirlo, surge sin el apoyo de las autoridades, sustentándose únicamente con las cuotas de sus hermanos y bienhechores y estableciéndose en la zona de la actual Alameda de Hércules. 



Quedaron nombrados como Alcaldes de la Hermandad Andrés de Losa y Cristóbal Pareja, resultando elegido como administrador el sacerdote José Martín, alquilándose una modesta casa con lo necesario para acoger a niños vagabundos y contratando dos criados y una mujer anciana. Chaves y Rey nos cuenta la labor encomiable de los cofrades del Niño Perdido “andaban por las calles de noche, y si en algún portal o en algún rincón hallábamos algún niño desamparado del trato humano, lo llevábamos a nuestra casa por aquella noche, dándole de cenar y regalándole, y al otro día lo llevábamos a nuestra Casa para que allí se remediase con los demás”. Además, también eran aseados y vestidos con ropas limpias, todo por cuenta de la Hermandad.


Poco a poco, además, se consiguió llevar a la vida honrada a gran número de “mozalbetes raterillos”, a los que se procuraba insertar en la sociedad y lograr un empleo como aprendiz o algún oficio en algún taller, alcanzádose la nada despreciable cifra de seiscientos jóvenes a los que se había sacado de las calles en los primeros años de la Hermandad.


Sin embargo, y sin que se sepan a ciencia cierta los motivos, en 1591 el caballero Veinticuatro Juan Pérez de Guzmán ordenó la confiscación de los escasos bienes de la corporación, personándose en su sede con el acompañamiento de varios alguaciles, quienes trasladaron los cuarenta niños acogidos en la casa a la Casa de la Doctrina, quedando disuelta la asociación y apropiándose el consistorio de ciertas cantidades de trigo, cebada, garbanzos y habas, adquiridas por el administrador para la alimentación de los niños.


Los sorprendidos gestores de la Hermandan, ni que decir tiene, pusieron el grito en el cielo, elevando enérgicas protestas al Cabildo de la ciudad por tamaño despropósito, e iniciando un pleito del que se pueden entrasacar, y esto es lo interesante, algunos párrafos escritos por los propios miembros de la Hermandad, como por ejemplo un texto de 1593 que pinta con todo lujo de detalles la desgraciada existencia de nos pocos infantes en la Sevilla de aquel tiempo: “Andan perdidos por las calles y plazas, y yo, como persona que comenzó esta obra, le deseo remedio, porque veo que andan los niños de siete y ocho años desamparados, rotos y aín encueros por los rincones y poyos de la ciudad, donde se quedan a dormir, que en este tiempo aún los muy bien arropados y abrigados lo pasan con dificultad y trabajo; y la semana de Pascua amaneció muerta de frío una mujer, y así las criaturas tienen mayor peligro”

 

Además, el propio Ayuntamiento, al emitir una especie de informe relativo a la infancia callejera, afirmaba igualmente: “La ciudad, calles y plazas, están llenas de muchachos pequeños que andan perdidos pidiendo limosna y muriéndose de hambre, y quedándose a dormir por los poyos y portales desnudos, casi encueros y expuestos a muchos peligros como se ha visto algunas veces por la experiencia, que han sucedido entro otros pícaros a quien se llegan, y otros amaneciendo muertos del hielo y así mismo se han multiplicado los ladrones porque hay infinitos muchachos que lo son, y los clérigos de San Salvador se quejan de que después de que se quitó la casa de los niños hallan en la iglesia detrás de los retablos muchas bolsas de las que quitan los tales ladrones muchachos”

 


Finalmente, la Hermandad del Niño Perdido pudo proseguir con su benemérita labor, recuperando sus bienes y hacienda; incluso hasta nuestros días ha llegado hasta nosotros una calle, la del Niño Perdido, en la zona de la Alameda, que alude al parecer, a cierta Cruz del Niño Perdido, situada en la llamada Cañaverería, esto es, la vía en la que se situaban los que se dedicaban a la venta de cañas, actual calle Joaquín Costa, donde en el siglo XVIII estuvo el llamado Corral de las Almenas.