Principios del siglo XVIII. En esta ocasión, nos centraremos en un personaje que buscó mejorar la situación de un grupo desfavorecido de la sociedad de Sevilla, impulsando una institución donde alojarlo y educarlos. Pero como siempre, vamos a lo que vamos.
Había nacido en San Pedro de Piñeres, en la provincia asturiana de Oviedo, allá por mayo de 1687 y tras una etapa en su tierra pastoreando ganado, a comienzos del nuevo siglo se sabe que se ganaba la vida en Sevilla y sus calles vendiendo por sus calles devocionarios y libritos de oraciones. Hombre de fe profunda y buenos sentimientos, se llamaba Toribio de Velasco y, buen observador de su entorno, apreció con dolor cómo era la vida del sinnúmero de niños huérfanos que pululaban por la ciudad hispalense y que día a día la recorrían mendigando por un mendrugo de pan o efectuando pequeños hurtos con los que sobrevivir, haciendo de las calles su casa y de las plazas su refugio nocturno, siempre bajo múltiples amenazas y peligros y con un futuro incierto como delincuentes o condenados.
Decidido a actuar, comenzará por explicar la Doctrina Cristiana a un grupo de estos pillos y ladronzuelos, no sin cosechar rechazos e injurias, hasta que por fin, con el auxilio de algunos benefactores, decide emplear su casucha de la calle Peral, para dar cobijo a un primer puñado de niños a los que saca de su mala vida; pasan las semanas y aquella variopinta "patulea" de granujas y chicuelos ha crecido y obliga a Toribio a dar un paso más. Ha recibido varios donativos de gente caritativa y tras consultar con el párroco de San Martín y el Arzobispo Salcedo alquila una casa de mayor tamaño en la Alameda de Hércules. Es un caluroso 1 de julio de 1725 y dieciocho niños serán los primeros afortunados en ingresar en aquella institución que busca su educación y formación, desde aprender a leer y escribir hasta saber realizar las diversas tareas domésticas, sin perder nunca de vista la oración y la lectura de textos religiosos.
A partir de ahí, la actividad de "Los Toribios" se incrementa de manera enorme hasta recibir centenares de solicitudes de ingreso. La comunidad vive entre rezos y salidas para escuchar misa y para pedir limosna con que mantenerse, y la ciudad, conmovida, se vuelca con aquellos niños decididos a tener un mejor futuro. La férrea disciplina (que no excluía los azotes, nunca más de veinticuatro, eso sí) y los horarios estrictos contribuyen a que exista una rutina diaria, mientras que no tardan en surgir los primeros talleres de diferentes oficios, como por ejemplo, el de zapatería; para ampliar la institución se decide su traslado a la llamada Inquisición Vieja, cerca de San Marcos y allí se convierte en centro benéfico de referencia, recibiendo incluso donativos del mismísimo monarca Felipe V, quien durante su estancia en Sevilla quedará conmovido por la procesión de niños pidiendo limosna con velas encendidas y su fundador a la cabeza portando un cesto donde recoger prendas y dineros. Trescientos ducados, nada menos, pasarán a engrosar las siempre menguadas arcas de los Niños Toribios, como ya eran conocidos allá por 1730.
Sin embargo, la muerte de su fundador en el verano de aquel año será todo un mazazo. Afectado por calenturas, apenas podrá sostener la pluma con la que rubricar su testamento, y tras su fallecimiento, llorado por los ciento cincuenta niños que acogía la vieja casa, será enterrado en el convento de San Pablo, ahora parroquia de la Magdalena, en lo que en otro tiempo se llamó "olor de santidad". La institución fundada por él pasará al Pumarejo en 1802 y pervivirá hasta el siglo XIX con bastantes altibajos, en que pasará a ser gestionada por la Diputación de Sevilla, siendo el germen del llamado Hospicio Provincial que funcionará en la calle San Luis hasta 1973.
La apertura de la exposición "Patrimonio Histórico de la Diputación de Sevilla 1500-1900" en el Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses ha supuesto la recuperación de más de cien piezas procedentes de antiguos hospitales benéficos, entre pintura, escultura, orfebrería y bordado; una de estas piezas es un interesante retrato funerario del hermano Toribio, pintura anónima que lo representa de medio cuerpo, yacente y vestido con el hábito dominico blanco y negro, pese a ser miembro de la Orden Tercera Franciscana. Una inscripción en su parte superior indica: "Retrato del hermano Toribio fundador de la Cassa Hospisio de de muchachos guérfanos y perdidos de Sevilla Murió de edad de 40 años a 23 de agosto de1730, con grande opinión de virtud".
Era costumbre entonces el dejar para la posteridad imágenes de "cuerpo presente" de personas o personajes importantes, de modo que, aparte del valor meramente documental, como apunta Juan Luis Ravé, comisario de la Muestra, presenta el de homenajear al fundador de la institución que hemos comentado, antecedente de los llamados Correccionales. De hecho, todavía a finales del siglo XIX cuando se hablaba de un joven problemático se decía, "Qué bien le vendría estar en los Toribios", pero esa, esa ya es harina de otro costal.