Agora que nuestro gerifaltes devánanse seseras en pro de solución a graue atolladero en que hallámonos sumidos, viene a cuento en grado sumo cierto sucedido que antaño contábase del preclaro monarca Don Pedro el Primero de Castilla, apelado por unos como Cruel y por otros como Justiciero.
Tratábase de adjudicar oficio de Notario en la Corte y presentáronse en Palacio del Alcázar varios e intachables varones, todos ellos de alto linaje y sangre limpia, a fin de lograr tan apetecible encomienda.
El Monarca (que Dios guarde) decidió poner a prueba razón y agudeza de todos ellos colocando a tal fin unas naranjas que flotaban “suo modo” sobre aguas cristalinas de cierto estanque.
Citados ante su augusta presencia, Don Pedro fue inquiriendo a cada cuál sobre cuántos frutos nadaban en agua, dando respuesta dello cada candidato en medio de general extrañeza por el proceder del Rey. Todos, respondieron raudamente a cuestión tan baladí, acertando lógicamente número, pues muy lerdo habría que haber sido para errar tamaño acertijo.
Empero, uno dellos, del noble linaje de los Pineda, no en balde poseyeron capilla propia en patio de la Colegial del Salvador, decidió tomar toronjas y contarlas una a una. Preguntado por el Monarca sobre su parecer, replicó que bien podría haberse tratado de medias naranjas las que flotaran sobre aguas, como de inmediato demostró partiendo en dos con su daga una dellas y dejándola flotar de aquesta manera.
Complació sobremanera aquella ejecutoria tanto al Soberano, que concedió puesto de Notario al dicho Pineda, dejando con palmo de narices a demás peticionarios, carentes de viveza y presteza a hora de hacer disquisición.
Item más, bien deberían, en humilde opinión nuestra, aplicarse tal máxima mandamases de la cosa pública, que aplicándosela quizá comprendieran realidad pese a lo alejados de ella que parescen.