En esta ocasión, encaminaremos nuestros pasos hacia una calle perteneciente al barrio de Santa Cruz, donde tuvieron morada sacerdotes y toreros y donde la leyenda toma cuerpo gracias a una pequeña semilla; pero como siempre, vayamos por partes.
Desde el siglo XVIII, y probablemente muchos antes, esta calle ya recibía su nombre, inalterado a lo largo del tiempo, aunque con dos significados. Por un lado, la vía se rotularía en honor a un almirante, llamado Díaz Pimienta, combatiente en la famosa batalla de Lepanto (1571), vecino del barrio aunque no de la propia calle, por otro, la tradición popular relató siempre que en ella, allá por tiempos medievales, vivía un comerciante hebreo de especias, quien al perder un valioso cargamento y lamentarse por ello a su vecino cristiano, recibió de éste el consejo de que plantase una diminuta semilla de pimienta y confiase en la bondad divina con la frase "Dios proveerá". Teniendo en cuenta el lento crecimiento de una simiente de este tipo, que puede tardar años en dar fruto, la leyenda narra que a la mañana siguiente no sólo la semilla había germinado, sino que además había crecido hasta convertirse en todo un frondoso arbusto que bien pudo alcanzar los cuatro metros de altura. Sorprendido por el milagro, el comerciante judío decidió pedir el bautismo y abrazar la fe cristiana.
Desde el Callejón del Agua hasta la calle Gloria, la calle Pimienta obedece al habitual modelo de calle estrecha y lógicamente peatonal integrada dentro de la reforma realizada al barrio de Santa Cruz por el político y militar Benigno de la Vega-Inclán, marqués del mismo nombre, que buscó sanearlo y reordenarlo con nueva pavimentación, alumbrado público y restauración de no pocas viviendas a fin de servir como valor añadido a los Reales Alcázares y destinándose en principio a hospederías para visitantes de cierto nivel (vamos, nada nuevo bajo el sol), todo ello en los años previos a la Exposición Iberoamericana de 1929. Uno de los huéspedes de esas casas de la calle Pimienta, en concreto de la número 10, fue el pintor Joaquín Sorolla, quien en 1914 incluso llegó a plasmar en sus lienzos las privilegiadas vistas que poseía sobre la zona de los Alcázares.
Entre los personajes que vivieron en esta calle sobresale la figura del sacerdote José Sebastián y Bandarán, canónigo y capellán real de la Catedral hispalense y miembro activo de la Real Academia de Buenas Letras, a la que accedió en unión del arquitecto Aníbal González en 1917. Aparte de su quehacer como clérigo, muy vinculado la Familiar Real, a la o y a diversas cofradías sevillanas (Pasión, El Silencio) y partícipe de logros como la propiedad de la capilla de los Marineros para la Hermandad de la Esperanza de Triana o la creación del punto de control horario para las hermandades en la plaza de la Campana en 1918, también hay que destacar su papel en el Museo de Bellas Artes, siendo incluso protagonista de un cuadro de Alfonso Grosso en el que aparece junto al mismo pintor. Por último, como miembro de la Comisión de Monumentos, figuró entre los impulsores de la realización del monumento a María Inmaculada erigido en la Plaza del Triunfo.
Eduardo Ybarra Hidalgo, quien lo trató muy de cerca, contaba la anécdota de que cómo en cierta ocasión fue llamado a su domicilio de la calle Pimienta número 6 por el ya anciano sacerdote y una vez allí éste le mostró una vieja caja de tabacos llena de cheques y talones bancarios sin cobrar y procedentes de las numerosas ocasiones en las que predicó u ofició en ceremonias como bodas o bautismos o cultos de hermandades. Gracias a la buena voluntad de los firmantes de los cheques, éstos pudieron ser finalmente cobrados pese al tiempo transcurrido, mientras que con el importe se creó una obra pía con la que la hermana de Don José, Carmen, podría obtener una renta vitalicia tras su fallecimiento, acaecido finalmente en 1972, siendo sepultado en la capilla de los Marineros.
Lo literario tiene también un espacio en la calle, ya que el escritor Alejandro Pérez Lugín situó en ella la vivienda del matador Currito de la Cruz, protagonista de su novela del mismo nombre editada en 1921 y que fue llevada a la gran pantalla en varias ocasiones, como la versión de 1949 con el matador Pepín Martín Vázquez encarnando al protagonista o la última, en 1965, con "El Pireo" como Currito de la Cruz, arropado por un reparto en el que figuraron Soledad Miranda, Arturo Fernández y Paco Rabal. En ambos films merecen la pena los planos y tomas realizadas a las cofradías sevillanas de la época en plena calle y que ahora constituyen un documento visual de primer orden.
Por último, la calle Pimienta ha sido considerada siempre casi como el mejor ejemplo de calle en el barrio de Santa Cruz, ahora quizá convertido casi por desgracia en un decorado para turistas y tiendas de souvenirs, poco que ver con los versos que dejó José María Pemán, pero esa esa ya es otra historia:
Calle de la Pimienta,
Misterio. Silencio. Calma.
La fuente que se lamenta
en toda la calle abierta
como el recuerdo de un alma...
¿Fue una mujer la Pimienta?