29 marzo, 2021

Para más Inri

 

En estos días de Semana Santa, en los que entrar a los templos para venerar a los Titulares de las Hermandades se convierte en algo más que una simple visita, serán muchos, muchos los detalles que llamarán a la atención a cualquier persona curiosa o interesada en la multitud de aspectos históricos o artísticos que rodean a las hermandades. 


Un detalle, no por menos sabido, menos conocido, es el conocido y famoso letrero que corona la cruz de Cristo, el llamado "INRI" y que, como veremos en principio, no es más que una cartela con unas siglas. Pero, como siempre, vayamos por partes. 

En tiempos del Imperio Romano, una de las peores condenas que uno podía recibir era la de ser sentenciado a la muerte de cruz, suplicio cruel y hasta casi "refinado", ideado sin duda por una mente nada benévola y que habitualmente se reservaba para los esclavos o para aquellos que habían cometido terribles delitos, como el de la traición. Baste como ejemplo, el de los 6.000 partidarios del temido y famoso esclavo Espartaco, crucificados tras su derrota en el año 71 a.C. y colocados en una escalofriante y macabra fila a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma.

 La cruz como tal, realizada en madera resistente, se componía de dos piezas, la vertical o "patibulum" y la horizontal o "stipes", y eran elementos independientes, de modo que es casi seguro que Jesús cargó con el "stipes" por las calles de Jerusalén, mientras el "patibulum" aguardaba ya clavado quizá en el propio Monte Calvario

El martirio comenzaba incluso antes, cuando el reo, entregado por las autoridades a manos de sus verdugos, era azotado, flagelado, y sometido a todo tipo de humillaciones. Tras el recorrido oficial por las calles, llegados al punto de la crucifixión, el condenado era fijado al madero inicialmente con sogas, que luego eran dolorosamente sustituidas por clavos de forja que de este modo provocaban un dolor insoportable. 

Izado, el condenado debía luchar entre ese dolor y la angustia por morir asfixiado por la caída de su propio peso, de modo que la ejecución podía durar desde horas hasta días, acentuando el sufrimiento la sed o las picaduras de insectos u otros animales, ya que, como podemos imaginar, el cuerpo del inculpado quedaba completamente desnudo a la intemperie. 

Sobre el "patibulum", se clavaba el "titulus", en el que se escribía la sentencia condenatoria. Se trataba de una tablilla cubierta con cal y sobre la que se escribía, en tinta negra o roja, un texto breve, conciso, tampoco era mucho el espacio para escribir, con la causa de la ejecución; según la tradición, en el caso de Jesús, fue escrito en los tres idiomas habituales en aquel momento, griego (la lengua universal entonces), latín (la lengua de los invasores) y arameo (la lengua de los invadidos). "Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum", o lo que es lo mismo "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos". En ocasiones la tablilla o "titulus" era colgada del cuello del condenado durante el camino al patíbulo.

En el Evangelio de San Juan quedó así reflejado el pasaje: 

“Pilato también escribió un letrero y lo puso sobre la cruz. Y estaba escrito: ‘Jesús Nazareno, Rey de los Judíos’. Entonces muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, en latín y en griego. Por eso los principales sacerdotes de los judíos decían a Pilato: No escribas, ‘el Rey de los judíos’; sino que él dijo: ‘Yo soy Rey de los judíos’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, he escrito’. (Jn 19,19-22)

Tras la Pasión, se le perdió la pista al "INRI", quizá alguien lo conservó, quizá acompañó al cuerpo de Jesús a su sepulcro; lo que parece claro es que en el siglo IV se veneraba uno en Jerusalén y así lo narraron peregrinos de aquel entonces como la monja Egeria en el año 383 o más adelante Antonio de Piacenza en el 570; ambos coinciden en la descripción del texto escrito en lo que reseñan como una tabla de madera de nogal. La reliquia habría pasado a recibir culto en Roma, quizá por la piadosa y "arqueológica" intervención de Santa Elena o quizá por San Gregorio Magno, en cualquier caso, fue ocultada y redescubierta en la romana de la Basílica de la Santa Cruz el 1 de febrero de 1492 durante unas obras de restauración auspiciadas por el Cardenal Mendoza. 


Allí prosigue, siendo venerada en el interior de un valioso relicario en unión de otros objetos relacionados con la Pasión de Cristo, como tres fragmentos del Lignum Crucis, un clavo, dos espinas y hasta parte de la cruz del Buen Ladrón. Como reliquia de indudable interés, en 2002 fue sometida a un análisis con Carbono 14, dando como resultado que podría fecharse entre los siglos X y XI, ¿se trataría de una falsa reliquia? ¿una copia de una más antigua, desaparecida? En cualquier caso, la teóloga y biblista Maria Luisa Rigato, especialista en el tema afirmó:

“Estoy convencida de que es la tabla de Pilato. Mientras no se demuestre que la Sábana Santa es falsa, para mí el Título será absolutamente auténtico. Pienso que el Título estaba junto al cuerpo porque habría sido absurdo dejarlo en el Calvario ya que era la causa de condena. Lo pusieron junto al sepulcro y sigue el mismo destino que la Sábana santa. Insisto, su escritura está hecha conforme a la original de los Evangelios.”

Como dato curioso, veremos el INRI representado en no pocos crucificados de la Semana Santa de Sevilla, incluso con el texto completo en las tres lenguas antes aludidas, pero si nos atenemos a la reliquia romana, el texto se encuentra escrito de derecha a izquierda según la tradición semítica, algo que evidentemente no se cumple en las barrocas representaciones. 


 


22 marzo, 2021

En vela.

 

A fuer de ser sinceros, no cabe duda de que la Cuaresma y la Semana Santa serían inexplicables sin la colaboración necesaria de la cera encendida para iluminar cultos y estaciones de penitencia. Codales, hachones, velas de a libra o de dos libras, velitas para nazarenitos, candelabros o blandones, lamparillas, todas ellas contribuyen con su iluminación a socavar el moderno protagonismo de la luz eléctrica en las cofradías (apenas utilizada salvo en el conocido caso del Nazareno de la Hermandad de la Candelaria durante muchos años hasta 1960). 


En principio, las velas se realizaban con una base de sebo (grasa animal) y ya eran utilizadas por los romanos en torno al siglo V antes de Cristo, incluso era tradición regalar este tipo de elementos en las fiestas llamadas Saturnalias, de las que ya hablamos en una ocasión; sin embargo, hay que destacar que las civilizaciones mediterráneas basaron el lograr luz gracias al uso del aceite de oliva impregnando una mecha (recordemos el pasaje evangélico de las Vírgenes prudentes), mientras que ya en los primeros tiempos del Cristianismo comenzar,on a emplearse velas en la liturgia, incluso con alguna que otra controversia teológica con San Jerónimo como protagonista, al afirmar que era lícito encederlas a plena luz del día frente a otros teólogos que hablaban de la inutilidad de tal acción. 

Se sabe que poco a poco se extendió la costumbre de usar la cera de los panales de las abejas como elemento combustible para cirios y velas, aunque hay que resaltar lo caro del proceso y del resultado final, de modo que sólo los nobles y clérigos podían iluminar sus palacios y templos con ellas. 

 

Andando los siglos, se constituyeron los Gremios de Candeleros, que aglutinaban a los fabricantes de velas, cirios o bujías (también llamadas de este modo). En Sevilla, el gremio se aglutinaba en una zona concreta de la ciudad, en la desembocadura de la calle Villegas con el Salvador y poseía sus propias Ordenanzas, en las que se estipulaba la correcta y poco fraudulenta fabricación de las velas (de cera o sebo), supervisada por dos Veedores, elegidos entre los miembros de la corporación, quienes tenían autoridad para visitar y revisar la producción de los talleres, bien en cualquier momento, bien en fechas concretas como la Cuaresma o el Corpus; como curiosidad, ambos Veedores había de prestar juramento de no decir a nadie, ni siquiera a sus familias, cuándo y qué cererías visitarían, a fin de pillar “in fraganti” a posibles adulteradores o estafadores.



Agrupados en torno a la Hermandad de la Coronación de Espinas, fundada en la Parroquia de San Martín en 1540 para dar culto a una reliquia de la Santa Espina de Jesús, los cereros tomarán carta de naturaleza como cofradía, fusionándose con la Hermandad de la Santa Faz y Nuestra Señora del Valle y dando lugar a la actual Hermandad radicada en la céntrica iglesia de la Anunciación, antigua casa profesa de los jesuitas. 

 

Reseñar también que, en aquellos tiempos, los cirios podían ser amarillos o blancos, siendo los primeros de inferior calidad a los segundos, ya que éstos eran blanqueado al sol tras un segundo proceso de cocción y filitrado que eliminaba impurezas, de modo que eran destinados al culto divino como en la actualidad, por ejemplo, la característica cera blanca desprende un olor agradable y dulzón, inolvidable para quien se ha puesto en la delantera de un paso de palio, ¿Verdad?. Además, se obligaba a los cereros a poner un sello propio en sus velas, a fin de que se reconociera su quehacer, costumbre comercial que mantienen las actuales cererías. 

 

También merece la pena destacar el protagonismo de la cera en las ceremonias litúrgicas de la Catedral hispalense, como la jornada del Viernes Santo, al formar parte del llamado Tenebrario, especie de gran candelero con forma triangular en el que se colocaban quince cubillos para otras tantos cirios encendidos, que eran apagados a medida que concluía el rezo de cada salmo del Oficio de Tinieblas, para quedar a oscuras el templo tras finalizar la salmodia o como el Domingo de Resurreción, con el impresionante cirio pascual que alcanzaba una altura impensable en nuestros días. 


Mientras que las velas de sebo o grasa resultaban asequibles junto con las ya aludidas lámparillas de aceite, la cera de abeja siguió siendo un objeto caro a lo largo de los años, prueba de ello es que en las Reglas de algunas hermandades las multas por mal comportamiento o falta de asistencia a actos y cultos se cobraban en cera, en algunos casos se llegaba a castigar con la cantidad de cuatro libras. Teniendo en cuenta que una libra castellana de entonces era casi medio kilo, imaginamos que abonar una multa así debía ser un quebradero de cabeza para el infractor. 

 

 En el siglo XIX, suprimidos los gremios, la elaboración de cera, que seguía siendo necesaria pese a los avances tecnológicos, comenzó a realizarse de modo menos artesanal, adaptándose a modos casi industriales pero procurando no perder su esencia, recordemos por ejemplo que en 1850 se funda en Sevilla la conocida Cerería del Salvador, que en la actualidad surte a un amplio número de hermandades de la capital, la provincia y la región. 

Por fortuna, las hermandades siguen manteniendo la costumbre de utilizar la cera para sus cultos, con el ritual de su fundición para conformar el bosque luminoso de las candelerías de los palio o para conformar los tramos de nazarenos, además, ¿Quién no ha hecho alguna vez una bola de cera multicolor? 









15 marzo, 2021

Días de reparto.

 

 No cabe duda de que uno de los documentos que más anhela, o anhelaba, adquirir cualquier cofrade en estas fechas es la Papeleta de Sitio, o lo que es lo mismo, el impreso que refleja que el hermano ha abonado la llamada Limosna de Salida o la cuota anual según el caso y que por tanto tiene derecho a acompañar a los Titulares de su Hermandad durante la Estación de Penitencia. La Papeleta, ni que decir tiene, se decora como no podía ser menos con una orla precisa y preciosamente dibujada, imágenes del Cristo o la Virgen de la corporación, el escudo y, por supuesto, tanto el número de antigüedad como hermano como el puesto que ocupará durante el recorrido (cirio, cruz, acólito, insignia, costalero...); incluso no faltan aquellas que vienen acompañadas de un sobre destinado a algún donativo para la Diputación de Caridad o incluso el ruego inevitable de los mayordomos: "¿Va a dejar algo para las flores del Paso?".


 Importante, al dorso de la Papeleta, algo que casi nadie lee: las normas de comportamiento para el hermano nazareno, acólito o costalero, con especial hincapié en la uniformidad del hábito penitencial en cuanto a colores, tamaño del antifaz, colocación de cíngulos o escudos, hebillas o guantes, amén de lo que vendría a ser una especie de "guía" para el buen comportamiento, ya que tampoco quedan en el tintero cuestiones como las prohibiciones de levantarse el antifaz, vagar por las calles antes o después de la cofradía o simplemente realizar actos que desdigan el espíritu penitencial de la misma, por no hablar de la mala imagen que supone para la Hermandad.

Las firmas del Hermano Mayor o del Mayordomo y Secretario, junto con el sello corporativo, darán la pertinente autencidad al documento, que quedará guardado como oro en paño en casa de nuestro cofrade hasta el día de la salida de la cofradía, cuando sea necesario portarlo para acreditar el derecho a participar en la procesión. Muchos guardan como estimados tesoros las papeletas de sitio de la infancia, otros, las archivan por años, hay quienes, en fin, las conservan a modo de testimonio escrito tras cada Semana Santa.

Ni que decir tiene que las Papeletas de Sitio, junto con la subvención del Consejo de Cofradías, obtenida de la gestión de las sillas de la Carrera Oficial, constituyen una más que importante fuente de ingresos para las hermandades, aunque muchas ya hayan preferido optar por unificar cuota de hermano y papeleta para así garantizar unos ingresos mínimos.  

Pero, ¿Desde cuándo se emplean las papeletas de sitio? A lo largo de la historia de las hermandades, sus escribanos o secretarios procuraban dejar constancia escrita de todo lo que acontecía en su seno, mediante libros de acuerdos o de actas, libros de asientos de hermanos o listas de cofrades que participaban en la anual Estación de Penitencia, listas que servían casi como control de acceso y para evitar, por qué no, la entrada o participación de personas ajenas a la Hermandad el día de la salida procesional, y listas, además, que eran (y son en muchos casos) leídas aún de viva voz por los secretarios en no pocas hermandades minutos antes de que se abran las puertas del templo y salga la Cruz de Guía. La Papeleta de Sitio venía a ser el "salvoconducto" que permitía al hermano integrarse en la cofradía.

Por tanto, aunque hablamos de un documento casi meramente administrativo, posee no poca importancia, por lo que representa a la hora de acreditar no sólo la pertenencia al cortejo penitencial, sino también la antiguedad del hermano a la hora de figurar más próximo al Paso o el derecho a portar tal o cual insignia, de ahí que en nuestros tiempos incluso en muchas papeletas de sitio incluso aparezcan la fotografía del hermano y su número de carnet de identidad a fin de evitar suplantaciones. La Lista de la Cofradía, redactada por el Diputado Mayor, y colgada en un tablón en la Casa Hermandad o en el Templo residencia de la Hermandad, será el resultado final de esos días de reparto de Papeleras de Sitio, casi como un listado de participantes en el que cada año muchos verán como se separan de la Cruz de Guía y se acercan tramo a tramo al Paso.

Pertenecientes al siglo XVIII la Hermandad del Silencio conserva aún añejas papeletas de sitio encabezadas por la Cruz de Jerusalén, en las que se indica que "Nuestro hermano acompaña a Jesús Nazareno en su estación con (y aquí un espacio para indicar si es cirio, insignia o cruz) más la fecha y el nombre del hermano con esmerada caligrafía. Sabemos también, gracias al profesor López Bravo, que en 1850 la Hermandad de Montserrat poseía ya todo un Reglamento para ordenar la Estación de Penitencia, y que en el mismo se ordenaba a los hermanos abonar sus cuotas con antelación al Viernes Santo para así poder obtener la pertinente Papeleta de Sitio; como curiosidad, la cuota en aquel entonces estaba establecida en quince reales de vellón. 

Esta año, las papeletas de sitio ("controles de salida", se llaman en Cádiz) se han vuelto simbólicas, y en muchas hermandades, en un gesto que aplaudimos, su importe servirá para paliar las carencias de las siempre necesitadas Bolsa de Caridad u Obras Asistenciales; esperemos que la próxima Cuaresma, si Dios quiere, volvamos a ver esas largas colas de hermanos aguardando a que mayordomos y secretarios emitan, cuantas más, mejor.




08 marzo, 2021

Sermoneando.

 

En estos días cuaresmales, en los que las convocatorias de cultos de las hermandades, con sus orlas y títulos, con sus escudos y tipografías de gran tamaño, cumplen como cada año con el papel de anunciar Quinarios, Septenarios o Novenas, no falta quien, al darles lectura, examine el nombre del predicador de turno con aire casi inquisitorial, más o menos para darle el visto bueno.

Aunque los sermones, de otro tipo eso sí, tuvieron su hueco en este blog en su momento, merece la pena comentar que durante siglos, fueron seguidos con tremenda atención, especialmente los cuaresmales, no en vano, el clero buscaba enseñar (“docere”), deleitar (“delectare”) y conmover (“movere”) a los fieles con sus palabras, adoctrinando sus almas en un momento en el que, tras el Concilio de Trento, la Iglesia había comprobado que la fe de muchos era simple práctica de ritos sin apenas formación. Eso sí, los predicadores basaban sus pláticas en la necesidad de conversión frente a los vicios mundanos, atacando prácticamente desde la moda de la época hasta determinadas costumbres, pasando por los Siete Pecados Capitales, con el telón de fondo de la constante amenaza con las penas del infierno y la condenación eterna.

Para la prédica, el sacerdote debía prepararse adecuadamente, redactando un esquema o quizá un texto completo, pero no quedaba ahí la cosa, pues existía una auténtica escuela de aprendizaje en la que se enseñaba lo relativo a cómo transmitir el mensaje a los oyentes, con especial hincapié en la gesticulación o en la forma de dirigirse a los fieles, a veces teatral y a veces serena, con giros de voz inesperados o cambios en el registro para atraer la atención en momentos concretos.

Dentro de la Liturgia de las cofradías, aparte del rezo del Rosario, la exposición del Santísimo Sacramento o la Liturgia de la Palabra, sin olvidar los hermosos textos de novenas, quinarios o septenarios, juega un papel fundamental la presencia del sacerdote que cada noche preside la eucaristía y que, una vez proclamado el Evangelio, y tras saludar a los participantes con la lectura del Título completo de la Hermandad (algo que, no sabemos por qué, gusta sobremanera a los hermanos) comenzará la plática, la predicación o, como decían los antiguos, la homilía.

Jesuitas, agustinos, franciscanos o dominicos (llamada Orden de Predicadores, queda todo dicho), expertos en oratoria, retórica o elocuencia, eran requeridos por las hermandades para los sermones cuaresmales, en los que los cofrades, congregados en torno a sus veneradas imágenes titulares expuestas en altares de culto montados expresamente para la ocasión, con un ceremonial litúrgico de ciriales, sacristanes, incesarios y dalmáticas se predisponían y se predisponen espiritualmente a celebrar los Días Santos.

Sin embargo, uno de los sermones más esperados y conocidos en la Cuaresma sevillana ni tenía lugar en un templo ni era organizado por Hermandad o Cofradía alguna, basta echar un vistazo, por ejemplo, a la escueta reseña aparecida en la prensa local del 6 de abril de 1897:


“Como anualmente sucede, anteayer se predicó en el Patio de los Naranjos el sermón de la Doctrina. En vez del P. Fray Diego de Valencia, que salió para Jerez con objeto de predicar un Tríduo, dirigió su palabra a los fieles el P. Vicario de Capuchinos, Fray Cándido de Monreal.

A la derecha del púlpito había colocado un dosel de terciopelo, bajo el cual hallábase el arzobispo Sr. Spínola. Los niños del Hospicio y del Asilo ocuparon los bancos dispuestos frente al púlpito. La concurrencia fue muy numerosa. La procesión de los niños fue presidida por el capellán del Hospicio y los diputados provinciales Sres. García Galindo y Vidal”.

 


El Sermón de la Doctrina, cuyo origen se pierde siglos atrás y se celebraba bien el Domingo de Pasión, bien el Viernes de Dolores hasta los años 50 del pasado siglo XX, era, como decíamos una ocasión más para aleccionar a grandes y pequeños en plena Cuaresma, y para ello se contaba con un lugar más que apropiado, un escenario casi teatralizado y, lo que es más importante, el peso de la tradición, pues en el púlpito, aún conservado, pueden aún casi escucharse las voces antiguas de predicadores y santos como Vicente Ferrer, Francisco de Borja, Juan de Ávila o el Venerable Padre Contreras, todos ellos seguidos casi como auténticos “influencers” (valga el término actual) por una legión de admiradores que literalmente se bebían sus homilías con auténtico placer. 

 

José Jiménez Aranda (1837 - 1903): Sermón en el Patio de los Naranjos. 1879.

La gran escritora del XIX, Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl de Faber), fallecida en Sevilla en 1877, describió con maestría cómo era aquel Sermón cuaresmal allá por 1863, convirtiendo una celebración litúrgica en un retrato de costumbres y tipos de una época:


Entretanto, la gente se ha ido apiñando alrededor de este púlpito, esclarecido por tantos gloriosos apóstoles; mas sin que vengan los niños del Hospicio, no subirá el orador al púlpito. Fórmanse, mientras, grupos alrededor de la fuente. Cada naranjo se hace el centro de una pequeña tertulia, al propio tiempo que otros pasean solitarios fumando su cigarro. Alguno que otro extranjero va de grupo en grupo mirándolos con extrañeza. Este espectáculo de religión al aire libre, cuando en otros países parece que teme salir de sus templos, les da que pensar. Es cosa aquí tan natural, todos tienen un continente tan sencillo, que no se pensaría que aguardaban una solemnidad, si en las ventanas ogivales de los cuerpos superpuestos de la Giralda, no se viera asomar cabezas que denotan aguardar otra cosa, que no la vista de aquella reunión animada sin bulla, recogida sin afectación.


Pero ya suenan a lo lejos voces infantiles. En el umbral de la puerta del Perdón, aparece una Cruz de plata rodeada de faroles en que arden cirios. «Las gentes abren paso con apresuramiento simpático, y en la estrecha senda que abre se ve entrar de dos en dos a los niños del Hospicio de San Luis, cantando salmos o el Rosario conducidos por sacerdotes, y a las niñas del de Santa Isabel que lo son por Hermanas de la Caridad. Los vestidos de unos y otros son limpios y adecuados, sus semblantes revelan alegría y salud. Estos pobres niños que sólo se encuentran en esta ocasión, se miran con cándida simpatía, pues sienten indefiniblemente que pertenecen a una misma familia, la de los desheredados, recogidos por la caridad.


A medida que se van colocando detrás de las autoridades civiles y eclesiásticas, que son su providencia en este mundo, las gentes enmudecen y se acercan. El cuadro de género (o de costumbres) que antes se presentaba, y que por la originalidad de los trajes, la viveza de los colores, la variedad de actitudes, distraía agradablemente el tiempo de espera, toma al concentrarse otro carácter y se convierte en cuadro religioso, cuya belleza resulta de la unanimidad y de la expresión moral, que es la de una fe serena y segura de sí. Todas las miradas se dirigen al púlpito no se lee sino un solo pensamiento en aquellas descubiertas frentes.


De este modo arrancaba el Sermón de la Doctrina, considerado en aquel entonces como la antesala de una Semana Santa sin besamanos, carteles o pregones...

01 marzo, 2021

Vender humo.

 

Hace apenas una semana, leíamos con satisfacción que finalmente nuestro Ayuntamiento ha concedido la licencia para la venta de incienso a la familia que desde hace años regentaba un puestecillo del mismo en la céntrica calle Córdoba, perfumando con su aroma la calle para satisfacción de muchos, especialmente los cofrades. Vainilla, clavo, romero, resinas, canela, ámbar, ruda, gálbano, estoraque, los ingredientes serían innumerables, pero unidos, conseguirán que, una vez prendido sobre el carbón, desprenda el caraterístico humo y olores tan especiales y que tan buen recuerdo generan.

Pero, ¿Desde cuándo se está utilizando el incienso? ¿Siempre ha sido con fines religiosos? 

Boswellia sacra

 El término en sí mismo procede del latín “incensum”, participio que proviene del verbo “incendere” (casi no hace falta traducirlo); ahora bien, existe también un género de árboles llamado Boswelia cuya resina gomosa, al ser extraída del tronco y secarse se convierte en granos de color amarillento pálido, apenas dos centímetros como mucho de tamaño y forma redondeada; granos que al ser quemados se derriten desprendiendo un olor distintivo. Quizá de esta resina fuera el incienso que ofrecieron los Reyes Magos al Niño Jesús en Belén, símbolo, como ya comentamos en su día, de su identidad divina. Además, la ruta de las caravanas procedente de Oriente sirvió para difundir esta sustancia, a la que muchos atribuyeron propiedades curativas.

Igualmente, se ha constatado la utilización del incienso, tanto en uso profano como religioso, en épocas mucho más antiguas, como testifica el historiador Heródoto en las culturas asirias o babilónicas, con especial mención para el Egipto de los Faraones, ya que en una estela de en torno al 1568 antes de Cristo hallada en la tumba de la reina Hatsesupt se menciona incluso una expedición para buscar árboles de incienso más allá de los confines del Nilo, en el lejano y desconocido País de Punt, al parecer en la actual Somalia, en lo que habría sido una misión comercial de primer orden para traer un elemento tan valorado como caro. Los faraones, en sus desfiles, se hacían acompañar de incensarios para honrar a sus dioses, quienes procesionaban convertidos en estatuas en solemnes y nutridos cortejos. (Nada nuevo, por lo que se ve).

Los Griegos lo tenían presente en espectáculos, Olimpiadas, banquetes y romanos y judíos, éstos últimos en su Templo de Jerusalén donde se encontraba el llamado “altar del incienso”, lo emplearon con mucha frecuencia en sus ofrendas, como símbolo de veneración a la divinidad, e incluso el historiador Ptolomeo, aludía a sus virtudes terapéuticas como tranquilizante, de modo que, como vemos, quemar incienso ha sido históricamente un gesto ligado a la Humanidad desde hace miles de años, sin olvidar su papel en las culturas asiáticas japonesas y chinas o en la religión budista, donde se vincula a la difusión de los buenos pensamientos e intenciones.

 
Como no podía ser menos, la Iglesia Católica tomó el uso de esta resina con fines litúrgicos, aunque se desconoce en qué momento exacto comenzó a emplearse en las diferentes ceremonias. Se poseen datos sobre cómo ya en el siglo IV la peregrina hispana Egeria comprobó su presencia en la Vigilia de los oficios dominicales en Jerusalén y de cómo en el siglo V se incesaba al obispo en la procesión de entrada al altar y en los cultos del Viernes Santo. El Salmo 142 del Antiguo Testamento no podría expresarlo mejor: Suba mi oración delante de ti como el incienso”

En la Edad Media, en torno al siglo XI, aparecerá en Galicia el gran incensario, el famoso Botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela, aunque en este caso aparte del fin litúrgio también evidentemente se pretendía entonces disipar los malos olores emanados de los desaseados peregrinos que llegaban tras el Camino. Aún hoy pueden contemplarse sus  evoluciones en las misas de los domingos, manejados por los llamados "tiraboleiros".


 Ni que decir tiene que el ritual de la Iglesia Ortodoxa incide en la presencia del incienso a la hora de bendecir sus iconos o en la Católica con el mismo sentido a la Eucaristía, a la cruz, al oficiante del rito y por supuesto a las imágenes sagradas; prueba de la riqueza eclesiástica incluso serán los ricos materiales con los que se realizaran algunos incensarios, como por ejemplo el repujado en oro por el orfebre Antonio Méndez, estrenado en 1791, donado por el comerciante Manuel Paulín de la Barrera y conservado "como oro en paño" (nunca mejor dicho) en la Catedral de Sevilla. 



Por tanto, no es de extrañar la presencia de acólitos turiferarios en los cultos cuaresmales de nuestras hermandades y, por tanto, en las estaciones de penitencia, pensemos que incluso allá por los siglos XVI y XVII, cuando se conforma la Semana Santa Barroca, la escasez de higiene, la suciedad de las calles, la mayoría estrechas y mal pavimentadas, y olores "poco recomendables" serían “conjurados” por el olor del incienso en manos de los consabidos monaguillos. 


 Formando en el cuerpo de ciriales a las órdenes del pertiguero, los incensarios serán pieza clave para la liturgia de la cofradía en la calle, con incluso elementos de gran belleza fruto del esmerado trabajo de diseñadores y orfebres, como es el caso de las navetas para portar el incienso, cuyo nombre deriva de “nave” por ser las primeras realizadas con ese aspecto; de hecho con esa forma es por ejemplo la de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, fruto de la imaginación del pintor y catedrático Francisco Maireles y repujada por Juan Fernández en 1960, con incluso el detalle de aparecer el nombre de "Piedad" en el nombre del navíoa sustentado por querubines. También, merece la pena reseñarse la rica y original naveta que acompaña a la Virgen del Valle, de Manuel Varela en 2002 y que emplea como recipiente una gigantesca caracola adornada con pedrería.
 
 
 
A título anecdótico, no pocas hermandades en la actualidad presumen incluso de poseer sus propias “fórmulas secretas” a la hora de mezclar los diferentes ingredientes para elaborar el incienso, logrando personalizar de este modo el aroma que acompaña a sus Titulares en los cultos o en la Estación de Penitencia.