05 junio, 2023

Una duquesa con bula.

Aquella mañana de febrero hacía mucho frío en Sevilla. Corre el año 1511. Los rayos de un sol débil y escurridizo comenzaban a derramarse por las murallas de la Macarena. Un centinela, tiritando desde la altura de las almenas, da la voz de alerta mientras señala al norte: "¡Ya llegan!". Por el camino que va hacia San Jerónimo se divisa ya el colorido de los pendones y gallardetes con las armas de Castilla y Aragón junto con un fuerte contingente armado, seguido de gran cantidad de caballerías, carros y carretas; el rey Fernando II de Aragón y V de Castilla, el Católico, entra en Sevilla con un nutrido séquito y multitud de hombres de armas. 

El largo viaje le ha llevado hacia el sur por las heladas tierras castellanas, cruzando la provincia de Sevilla desde Guadalcanal a su capital pasando por el Pedroso, Cantillana y Alcalá del Río. Soplan vientos de guerra en el Mediterráneo, pues desde unos años antes se está conformando una poderosa flota con la que el monarca pretende invadir Túnez, deseoso de erradicar de allí al enemigo musulmán de una vez por todas y controlar ese complicado sector de la costa norteafricana.  

Viudo tras la muerte de Isabel en 1504, el rey Fernando ha concertado un matrimonio de conveniencia con la joven Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia, a la que le saca treinta y cinco años de edad, él tiene cincuenta y nueve, ella, veintiuno. Con la nueva reina, aficionada a fiestas y a la gastronomía de su tierra natal, acude a tierras hispalenses una destacada aristócrata castellana como dama de compañía, viuda y prima del rey Fernando por más señas; Teresa, que así se llama, acarrea en su voluminoso equipaje, entre baúles y cajas, un preciado cartapacio que contiene, plegado en varias partes, un pergamino muy especial: nada menos que toda una Bula Papal emitida en la misma Roma de los Papas. 

La corte asentará sus reales en Sevilla durante la primavera, el tiempo suficiente para incluso acudir a presenciar la ya célebre, vistosa y multitudinaria procesión del Corpus Christi, de la que se conservan algunos datos para aquel año, como que el Cabildo de la ciudad pagó 24.390 maravedíes por la colocación de  los toldos en las plazas de San Francisco, el Salvador o las Gradas, sin incluir los 1.133 maravedís que costó hacer los hoyos para los postes en las mencionadas zonas. A buen seguro que aquella procesión, con sus danzas, gigantes y Tarasca, tuvo que sorprender  a espectadores tan egregios.

Sin embargo, los vaivenes de la alta política, finalmente, obligarán a Fernando el Católico a desechar la idea de la ansiada conquista tunecina en favor de otros peliagudos asuntos de nivel europeo, de manera que la corte abandonará la ciudad a comienzos del caluroso mes de julio de aquel año. Será la última vez que el soberano aragonés vea Sevilla, pues encontrará la muerte en apenas cinco años.

Pues bien, ¿Quién era esa dama acompañante de la reina que, con el tiempo, acabará mereciendo una plaza con su nombre en Sevilla? ¿Qué texto contenía esa Bula Papal para tener tanto que ver con el Corpus Christi de nuestra ciudad? Como siempre, vayamos por partes. 

Teresa había nacido en 1450 y formaba parte de la más alta y rancia alcurnia castellana, no en vano era la hija del gran almirante de Castilla Alonso Enríquez y de María de Alvarado y Villagrán. Tras la muerte prematura de su madre, vivirá una infancia austera y cargada de prácticas religiosas y devotas junto a su abuela, casará a los veinte años con Gutierre de Cárdenas, Contador de los Reyes Católicos, y colaborará con la reina Isabel la Católica durante la conquista de Granada en ayudar a los heridos en los combates en aquellas tierras. Fallecido su marido en 1503, la duquesa viuda de Maqueda optará de buen grado a consagrar su vida ejerciendo la caridad mediante limosnas, fundaciones de hospitales y conventos, empleando para ello todo su patrimonio, algo que no hizo saltar de alegría precisamente a sus hijos. En la villa de Torrijos, en la provincia de Toledo, donde decidirá establecerse, contará con la ayuda del venerable sacerdote sevillano Fernando de Contreras, llevado allí por Teresa Enríquez al saber de su ingente labor en pro de los desfavorecidos en Sevilla. 

La propagación de la devoción a la Eucaristía será otra de sus grandes metas. Pasaba horas de oración ante el Sagrario y la tradición sostiene que ella misma exprimía las uvas de las que extraía el vino para consagrar en las eucaristías. Conocedora de la existencia de la cofradía del Santísimo Sacramento en Roma conseguirá que, con la ayuda de sus contactos con la orden franciscana, el mismísimo Papa Julio II en 1508 le otorgue una Bula, la denominada Pastoris Aeternis,  que le otorgaba la capacidad de fundar cofradías similares a la romana por donde quiera que fuese, además de numerosos privilegios e indulgencias, siendo denominada por el mismo pontífice como "loca del sacramento y embriagada del vino celestial". 

Así las cosas, Doña Teresa llegará a Sevilla con la corte real durante aquel frío febrero, con la bula "bajo el brazo" y merced a su influencia se fundará a partir de 1511 la Cofradía del Santísimo Sacramento del Sagrario de la Catedral, primera hermandad hispalense fundada para dar culto a la Eucaristía, a la que seguirán otras en diferentes parroquias, como el Salvador, Omnium Sanctorum, San Gil, la Magdalena, San Isidoro, Santiago o San Vicente, extendiéndose como fenómeno devocional a toda la provincia y la región. 


Precisamente a un lado de la parroquia de San Vicente, entre la calle del mismo nombre y la de Miguel del Cid, ya en 1574 existía una plaza que, como no podía ser menos, recibía el nombre de la mencionada iglesia. De modo extraño, en 1868, con la llegada de la Primera República ese título fue sustituido por el de Plaza de los Godos, sin que se sepa el motivo concreto de tal homenaje a este pueblo germano del noroeste de Europa, aunque curiosamente poco después, en 1876, (se ve que a los munícipes sevillanos les gustaban este tipo de denominacione)s, será bautizada, por poco tiempo, eso sí, como Plaza de Gunderico, en alusión al rey de los Vándalos que la tradición vincula con la parroquial de San Vicente, ya que se supone que el citado monarca tuvo la brillante idea de saquear el templo a caballo, siendo atacado (los cronistas no se ponen de acuerdo) bien por un demonio bien por un rayo, en el momento que intentaba violentar la puerta principal, muriendo "ipso facto", o lo que es lo mismo, en el acto.

Durante siglos la plaza, como tantas otras, funcionó como cementerio parroquial, prueba de ello es la cruz que se sitúa en su centro, y que es copia de la original conservada en el interior de la parroquia, original de 1582 y que fue retirada de su emplazamiento inicial en 1839. La cruz tiene en una cara la imagen de Jesús Crucificado y en la otra una imagen de la Virgen María. Las inscripciones del basamento, son dos, la primera tomada del Libro de las Lamentaciones: 

O lo que es lo mismo:

Oh, todos vosotros 
que pasáis por el camino,
prestad atención y mirad 
si hay un dolor semejante 
a mi dolor. 

La segunda es la llamada Bendición de San Antonio, casi un pequeño exorcismo para erradicar las tentaciones del Maligno:

He aquí la cruz del Señor
que padeció por nosotros,
huid enemigos de la salvación.
 
Como detalles curiosos, todavía en 1854 se seguían realizando inhumaciones allí, pese a las quejas de los vecinos por los malos olores y las molestias que ocasionaban los sepultureros y aún se conserva una lápida en la plaza, en el muro de la parroquia, donde se indica que por allí se avisa para administrar los sacramentos a deshoras. En el número 1 de la plaza tuvo su domicilio el profesor Manuel de Paúl Arozarena, fallecido en 1930, eminente botánico y miembro de la Junta Directiva del Ateneo de Sevilla. Además, se sabe que en el siglo XIX radicó allí una conocida Casa de Baños. 
 
Anuncio en 1874.

Además, la plaza ha visto reducida su superficie por sucesivas ampliaciones de la iglesia de San Vicente, en 1586 para construir la capilla sacramental y la sacristía, en 1761 para ampliar dicha capilla y nuevamente en 1827 por la edificación de otra una nueva capilla. A la postre, en 1919 y siguiendo los ruegos de los feligreses y clero de San Vicente la plaza quedó definitivamente bajo el nombre de nuestra protagonista inicial, Doña Teresa Enríquez, como recuerda un azulejo colocado por las hermandades sacramentales de Sevilla en 1987. 

Declarada Venerable por la Iglesia Católica el pasado 23 de marzo, prosigue aún abierto el proceso de beatificación de alguien fallecido en 1529 y cuyo cuerpo incorrupto se conserva en el monasterio de religiosas concepcionistas de Torrijos, localidad en la que dejó una profunda huella religiosa y arquitectónica pero esa, esa ya es otra historia. 


29 mayo, 2023

Hoyos.

Para esta publicación, o "post", como se suele decir, vamos a recurrir a una calle casi desconocida, con barreduelas ignoradas, un almirante valeroso y un nombre antiguo; pero como siempre, vayamos por partes. 

La calle Almirante Hoyos, entre Vírgenes y Cabeza del Rey Don Pedro, muy próxima a la calle Águilas y a la plaza de la Alfalfa, recibió durante mucho tiempo el nombre de Correo Viejo, debido a que en ella estuvieron las oficinas de este servicio de la Corona a comienzos del siglo XVIII; sin embargo, y como solía pasar en tiempos convulsos, la calle recibió con posterioridad los nombres de Prim, en honor a uno de los generales protagonistas de la Revolución de 1868, y Ocho de Marzo, pero no por el Día de la Mujer Trabajadora, sino por ser, qué cosas, la fecha del decreto gubernamental que ordenaba la disolución del siempre levantisco Cuerpo de Artillería allá por 1873.

Finalmente, en 1875 recibió su nombre definitivo, en honor a Francisco de Hoyos y Larreviedra, marino y astrónomo; nació en el pueblecito burgalés de Araduenda en 1782, figurando ya como guardiamarina en Cádiz en 1800, participando en los combates navales de cabo Finisterre (1805) contra buques británicos, siendo apresado y llevado a Inglaterra. Regresó a España bajo palabra de honor y durante la Guerra de Independencia luchó contra la armada napoleónica en la bahía de Cádiz,  logrando el grado de alférez de navío. Experto en lenguas extranjeras, hombre cosmopolita, durante sus misiones y travesías visitó desde Manila hasta Finlandia, pasando por Argel o Trípoli; en San Petersburgo, como detalle, será incluso condecorado por el Zar.

En 1840, tras estar ostentando el cargo de segundo astrónomo en el Observatorio de la Marina de San Fernando en Cádiz durante doce años, cambiará de destino al pasar a ser Director del sevillano Colegio Naval de San Telmo, una institución pionera en Europa  y piedra angular en la Carrera de Indias, auspiciada por la Corona desde 1682 para la educación en artes naúticas, el mismo donde apenas cinco años después comenzará sus estudios a los once años un chaval del barrio de San Lorenzo llamado Gustavo Adolfo Bécquer.

Durante esa etapa al frente de esta institución académica Hoyos vivirá en una de las casas palacios de la calle del Correo Viejo, el actual número 10 que aún se conserva, quizá el mismo en el que, siglos antes, vivió Doña María Coronel, y donde radicaron las antes aludidas oficinas postales. Durante el famoso bombardeo de la ciudad por el general Van Halen, afecto al regente Espartero, en 1843, el 24 de julio una bomba entró por una de las ventanas dicho edificio, la correspondiente a la zona de cocinas, muriendo en la explosión una criada del citado Almirante de nombre María Montesinos y chilena de nacimiento. Curiosamente el entonces Brigadier, militar de lealtad contrastada, se hallaba fuera de Sevilla al no haber querido reconocer la autoridad de Espartero, presentándose en Cádiz y poniéndose a las órdenes de las legítimas autoridades.

Integrado en la vida intelectual de la ciudad, culto, condecorado y con lo que entonces se decía de "mucho mundo", el distinguido almirante recibió de muy buen el puesto de Académico de la de Buenas Letras, en la que ingresó pronunciando, en 1845, un muy documentado discurso sobre Geografía Griega en tiempos de Homero, una lectura que sorprendió a todos por su enorme nivel de erudición; además, no olvidó a otros colegas suyos, ya que fue el principal impulsor de que el Ayuntamiento de Sevilla dedicase calles a los Almirantes Ulloa (en la zona de Alfonso XII - Monsalves), Valdés (calle desaparecida en la zona de Imagen), Espinosa (entorno de la Plaza de los Carros - Montesión) y Mendoza Ríos (entre Redes y Baños), ilustres marinos hispalenses para quienes Hoyos solicitó se conservasen sus casas natales y escribió sus biografías para que no se olvidase nunca su protagonismo en la Historia. El almirante Hoyos fallecerá en Cádiz (aunque algunos sitúan su muerte en Alhama de Granada) en septiembre de 1854, no sin antes haber sido nombrado Diputado en las Cortes por la ciudad de Sevilla.

Patio en el número 10.

El cronista Álvarez Benavides destacó la calidad y abundancia de las aguas de sendos pozos ubicados en el número 8 de la calle, todo ello sin olvidar que en ella tuvieron su sede en 1697 el Platero Domingo Riquel, una posada allá por 1821 y, en ese mismo siglo XIX, la escuela privada de niños de don Camilo Canalejo, de varias consultas médicas a lo largo de su historia, lo que da idea de la importancia de esta vía.

En otro orden de cosas, en esta calle estuvo a principios del siglo XVIII la imprenta de Francisco de Leefdael, quien tuvo allí sus prensas entre 1701 y 1727, de las que salieron multitud de obras, tanto religiosas y devocionales como teatrales, ya que se especializó en la edición de comedias, algunas clásicas como las de Tirso de Molina o Calderón de la Barca; a su muerte, será su viuda la que regente la imprenta, manteniéndola abierta hasta mediados del siglo XVIII con el nombre de Imprenta Real del Correo Viejo. 

Además, la calle (calificada en su tiempo por González de León como "angosta y corta") posee dos pequeñas barreduelas de bastante antigüedad y que nos recuerdan un tipo de entramado viario próximo a la etapa musulmana, no en vano muy cerca de allí estuvo la antigua judería; situadas en uno de los lados, una de ellas carece de nombre siquiera y se cierra con una cancela, mientras que la otra, de sorprendente y bastante longitud, se denomina Diamela, nombre que alude a un tipo de especie de jazmín y alberga alguna que otra vivienda de bastante antigüedad.

Barreduela de Diamela

Por último, no podemos dejar en el tintero el panel de cerámica sevillana situado en el número 1 de la calle, esquina con Muñoz y Pavón, buen ejemplo de azulejería comercial tradicional, que data de 1926 al haber habido allí una conocida tienda de comestibles y que ha sido restaurado recientemente con el mecenazgo de la propia firma bodeguera; eso sí, la calle, como tantas otras, ha visto cambiada su población, ya que está repleta de los ahora habituales apartamentos turísticos, lejos de las quejas de la prensa de los años 50 que aludía a "un grupo de mozalbetes, algunos bastante talluditos ya, que a casi todas las horas de día "gamberrean", "tirando a gol", ya casi en la confluencia de Vírgenes", pero esa, esa ya es otra historia. 



22 mayo, 2023

Entre pinos y marismas.

En esta ocasión, y aprovechando que se acerca la solemnidad de Pentecostés y con ella la anual romería en honor a la Virgen del Rocío, vamos a dedicar este post a la curiosa descripción realizó de esta festividad rociera un interesante y culto personaje hace más de ciento setenta años, descripción que, además, quedó puesta por escrito en un monumental diccionario; pero como siempre, vayamos por partes.

En mayo de 1806 nacía en Pamplona Pascual Madoz, quien a lo largo de su vida desempeñó un importante papel en la política de su tiempo, siempre bajo el signo del Partido Progresista. Ministro de Hacienda, presidió el Consejo de Ministros y la Junta Provisional que siguió a la caída de Isabel II, será protagonista principal de la llamada Desamortización de 1855, a la que dio su nombre y se hará también muy conocido por ser el responsable del denominado "Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar".

Este tipo de diccionarios estuvo muy de moda durante los siglos XVIII y XIX, y buscaba acumular y clasificar datos sobre territorios y sus habitantes, en un intento de sistematizar, estructurar y entender mejor la realidad socioeconómica de España y sus propiedades de ultramar. Sobresalen los ejemplos del Diccionario Geográfico de la Real Academia de la Historia, obra de Juan de la Serna de 1750, editado en tres tomos o el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, obra de Sebastián Miñano y Bedoya, publicado entre 1826-1829, entre otros. 

Editado entre 1845 y 1850, el diccionario de Madoz, por su parte, se compone de dieciséis volúmenes, y requirió la colaboración de veinte corresponsales y más de mil colaboradores, quienes con sus averiguaciones, aportaciones y pesquisas fueron engrosando esta magna obra, fuente de consulta para muchos investigadores, ya que en ella aparecen datos sobre cada población y sobre sus monumentos y restos arqueológicos, sin olvidar aspectos puramente económicos, administrativos, educativos, folklóricos o estadísticos a nivel local, aunque se cree, a título anecdótico, que los propios ayuntamientos proporcionaban datos más bajos de los reales a fin de evitar tener que pagar más impuestos o disminuir el reclutamiento militar obligatorio de sus habitantes. 

Gracias al equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas de Hispalensia, capitaneados por Don Alonso de Escalona, hemos descubierto que en el tomo II, publicado en 1845, dicho Diccionario incluye al término municipal de Almonte, dentro del partido judicial de Moguer, ocupando un área de 40 leguas cuadradas, o lo que es lo mismo, más de 93.000 hectáreas, destacando la abundancia de fuentes y abrevaderos, lagunas y pantanos. A tres leguas del municipio, Madoz destaca la ermita dedicada a Nuestra Señora del Rocío, que ocupa "sitio pintoresco y delicioso" en una llanura, camino a Sanlúcar de Barrameda y al margen de la llamada Marisma. Curiosamente, ya en el diccionario de Sebastián Miñano aparece la mención al "célebre santuario"; la descripción de la romería por parte de Madoz, aunque breve, no elude detalles que a buen seguro recordarán a la actual, desde la presencia de las hermandades filiales y su presentación hasta aspectos relativos a la fiesta, tanto popular, como religiosa. Pero, será mucho mejor quizá que permitamos al propio Diccionario referir cómo era el Rocío de aquellos años, mucho antes de la llegada de la multitudes: 

Todos  los  años  en  las  pascuas  de  Pentecostés  se  hace  a ella  una  romería,  que  es  de  las  mas  célebres  de  Andalucía, pues  que  en  ella  se  reúnen  mas  de  seis mil almas de  distintos pueblos  muy  distantes  algunos  de  ellos.  De  muy  antiguo  hay  establecidas hermandades en  La Palma,  Moguer,  Pilas,  Villamanrique, Triana,  Rota y  Almonte,  que  salían  de  sus  respectivos  pueblos para  encontrarse  en  la  víspera  del  día  de  la  Pascua  en  el  Real de  la  fiesta;  iban  formalizando  la  entrada  por  orden  de  antigüedad, precedidos  de  dulzainas  y  atambores,  pasando  por frente  de  la  puerta  principal  de  la  ermita,  y  llevando  cada  uno su  pendón,  al  que  siguen  el  hermano  mayor  y  demás  hermanos y  hermanas  sobre  los  vistosos  carros o  enjaezadas  caballerías en  que habían hecho su  viaje.  No se  ha  entibiado,  sin  embargo, la  devoción  de  estos  habitantes a  la  Virgen,  y  continúan  con  igual fervor,  prestándole  este  tributo  de  adoración  y  de  respeto, siendo  de  admirar  el  que  a  pesar  de  la  concurrencia,  que  después se  entrega  a  toda  clase  de  diversiones,  rara  vez  tiene que  mediar  la  autoridad  para  cortar  las  desavenencias  que  indispensablemente deben  promoverse,  pues  que  todas  cesan  al grito de  "¡Viva  la  Virgen  del  Rocío!";  y  aunque  todos  dejan  en libertad  sus  caballerías  para  que  pasten  en  las  inmediaciones, sin  que  nadie  las  custodie,  no  se  ha  dado  caso  de  un robo.  Cerca  de  esta  ermita  hay  una  fuente  de  aguas  frescas,  ricas e  inagotables. 

Dejando a un lado el cálculo de las personas que acudían a venerar a la Virgen del Rocío en su anual peregrinación y el uso del término "pendón" para aludir a los Simpecados, no deja de ser curioso el pequeño listado de hermandades filiales; figuran en él, aparte de la Hermandad Matriz de Almonte, las de Villamanrique, Pilas, La Palma del Condado (fundadas en el siglo XVII), Moguer (siglo XVIII) y Triana (año 1814), mientras que se echan en falta, por olvido o desconocimiento, las hermandades de Sanlúcar de Barrameda (que data como mínimo del siglo XVII) o la más moderna por aquel entonces, Umbrete, constituida en 1829. Por otra parte, precisamente entre los años en los que se publicó este Diccionario de Madoz, en 1849, tomó carta de naturaleza también otra hermandad que goza ahora de gran solera, la de Coria del Río, amadrinada por la Hermandad Matriz de Almonte y que actualmente ocupa el octavo lugar en el listado de hermandades filiales por antigüedad. Detalle interesante, destaca la presencia de la Hermandad de Rota, una corporación que ya en el siglo XVIII peregrinaba hasta el Rocío subiendo en barcazas por el arroyo de la Canaliega, siendo sus cofrades gentes dedicadas al pastoreo o a la fabricación de carbón y que lamentablemente, dejó de acudir a la romería perdiendo por ello su antigüedad, siendo creada de nuevo en 1978 y ocupando actualmente el puesto número 52 en el listado de filiales de la Matriz Almonteña. 


Merece la pena reseñarse lo que supone para el sorprendido cronista el hecho de que durante esos días de romería, con una gran aglomeración de público, no se registren ni delitos ni incidentes, así como el mencionar que ya por entonces, y como ahora, convivían las facetas religiosa y lúdica, y que ambas coexistían en perfecta armonía, quizá en comparación con otras romerías que terminaron por desaparecer debido a los abusos e incidentes que se producían en ellas, como es el conocido caso de la de Consolación de Utrera, prohibida por Carlos III en 1771 ante los incontrolables desórdenes causados por la multitud que acudía a aquella localidad sevillana.

La mención a la existencia de una fuente de agua cercana a la Ermita quizá sea una alusión al Pocito del Rocío, o lo que es lo mismo, un manantial en forma de lo que, técnicamente, se denomina rezume u "ojo de marisma", fruto del acuífero existente bajo las arenas, y que a la postre quedó conformado como pozo tras las obras realizadas en la propia Ermita tras el terremoto de Lisboa de 1755 con el fin de paliar la escasez de agua potable, sobre todo durante la romería. El pozo, como sabemos, forma parte de la simbología de la Romería e incluso un viejo conocido de estas páginas, el sevillano canónigo de Hinojos Juan Francisco Muñoz y Pabón le dedicó una famosa copla en 1919 y que ha quedado plasmada en azulejería en el brocal de dicho lugar:

"Pocito del Rocío,

¡Siempre manando!

¡Lo mismo que la Virgen:

siempre escuchando!

¡Rocío hermoso!

Cuando la Virgen sale, 

rebosa el Pozo."

Por último, la publicación de este Diccionario de Madoz coincide casi temporalmente con la primera visita al Santuario del Rocío, en el Pentecostés de 1851, de unos personajes que influirán decisivamente en la difusión y crecimiento de la devoción a la Virgen del Rocío: Antonio de Orleans y María Luisa de Borbón, los Duques de Montpensier, recién llegados a Andalucía procedentes de Francia, aunque, todo hay que decirlo, y como ha investigado el historiador Julio Mayo, en esta primera visita sólo acudió el duque, dado el avanzado estado de gestación de su esposa, que esperaba a su segunda hija, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona.



15 mayo, 2023

Por Amor de Dios.

En esta ocasión nos vamos a encaminar hacia una céntrica calle bastante transitada, por la que casi no pasan cofradías, residencia de nobles y pintores, que albergó señeros hospitales, un histórico instituto de enseñanza secundaria y hasta un teatro donde por primera vez se vio danzar el "pecaminoso" baile del kan-kan. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Conocida durante años como la calle de la Pellejería en honor al gremio establecido allí por orden de los Reyes Católicos, en la calle que iba "a la laguna" en alusión al carácter inundable de la actual Alameda de Hércules, la de Amor de Dios se halla entre las calles Javier Lasso de la Vega y Conde de Torrejón, constituyendo toda una especie de transición urbanística desde la zona plenamente céntrica junto a la Plaza de la Campana hasta alcanzar un sector con tantas facetas como la antes aludida Alameda, circunstancia que sirvió, en 1880, para que se crease una línea de tranvías que uniera ambos extremos. En el siglo XVII se sabe que la calle se hallaba ya empedrada y existió en ella el conocido Mesón de la Almeja.

El apelativo de Pellejería duró poco tiempo, tomando el actual del conocido Hospital allí establecido y que ocupaba la manzana comprendida entre las calles Delgado, Trajano y la propia de Amor de Dios. Al decir de los cronistas locales, como González de León, el Hospital "era grande y diáfano, con dilatadas cuadras, suficientes a muy gran número de enfermos, preparadas para invierno y verano" y permaneció en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que fue reunificado junto con otros para conformar el Hospital Central de la Macarena en las Cinco Llagas, siendo demolido finalmente el edificio hacia 1860 y, sobre su espacio, construido un teatro-circo llamado Lope de Rueda, inaugurado el 15 de noviembre de 1868 con un aforo de quinientas localidades y todas las comodidades de aquel tiempo.  

El escritor e historiador Luis Montoto describía el ambiente de dicho lugar de manera "colorista", por decirlo de algún modo: 

"El bullicio que allí acudía era maleante y bullicioso, de ordinario compuesto por estudiantes, criadas de servicio, niños y soldados... Allí donde por ver primera se bailó el bailecito que con el nombre de Kan-Kan nos regalaron los franceses; baile obsceno, como la vieja zarabanda... Las obras que allí se representaban correspondían a las condiciones materiales del escenario, a la índole de las compañías y al carácter del público que, más que gozar de los halagos de la Talia española, iban a pasar un rato de broma y zambra."

A título anecdótico, no fue, al parecer, el único establecimiento popular, pues Álvarez Benavides contaba, allá por 1874, que en ese mismo solar hubo..., bueno, quizá sea mejor que sea él mismo quien lo narre con su peculiar verbo:  

"En ese mismo local estuvo establecido el año 1868 el café titulado Las Flores, servido por camareras de alarmante fisonomía, con el objeto de atraer clientela por medio de tal novedad. Sin embargo, el público no favoreció este café, y no tardó en desaparecer del mapa contribuyente".
Hemos de confesar que nos ha dejado obnubilados lo de "alarmante fisonomía"; alejados los seculares temores a posibles inundaciones por las crecidas del Guadalquivir (un tramo se denominó Pasadera de la Europa por esta razón), posee un pasaje a la calle Trajano en honor a la bordadora Esperanza Elena Caro e incluso una barreduela llamada Nevería hasta 1845 un poco antes de desembocar en la Alameda. Proliferan viviendas modernas, aunque no podemos olvidar el inmueble situado en el número 6 de la calle y que muchos recordarán por haber sido sede de la Cruz Roja; este edificio fue anteriormente propiedad de los marqueses de Nervión e incluso algunos autores sostienen que fue el palacio de los Ortiz de Zúñiga, uno de cuyos miembros, Diego, fue el conocido autor de los Anales de Sevilla, estando sepultado en la cercana parroquia de San Martín. También residiría en la calle, al parecer en el número 14 actual, el pintor Juan de Valdés Leal, cuyo nombre documentó ya el investigador José Gestoso en el padrón de Sevilla de 1665, falleciendo en dicha casa allá por 1690 y sepultado en la parroquial de San Andrés, como recuerda la lápida colocada en una de sus puertas.

Además, casi frente a ese edificio, estuvo el convento de la Concepción, de franciscanas concepcionistas, la misma orden religiosa que cerró hace algún tiempo su último convento en Sevilla, el de la calle Socorro; éste de Amor de Dios, fundado inicialmente en la calle Santa Ana en 1475, desapareció en las desamortizaciones de 1837 y todavía algún fragmento forma parte de la actual sede del Colegio de Notarios que tiene su entrada por calle San Miguel. Como curiosidad, este convento quedó convertido en parada de diligencias, fábrica de tejidos y otros talleres, entre ellos una industria del corcho. 

Por supuesto, merecen la pena dos edificios que se hallan frente a frente casi de manera simbólica. Por un lado, el ahora cerrado Cine Cervantes, construido como teatro en 1873 bajo planos del arquitecto Juan Talavera y de la Vega, autor del Costurero de la Reina y padre del otro Juan Talavera, el gran creador de edificios regionalistas vinculados a la Exposición Iberoamericana de 1929. Inicialmente concebido como Gran Teatro Cervantes, por su escenario pasó lo más granado del panorama dramático de su época, como la gran Margarita Xirgú en 1877, quien actuó en presencia del rey Alfonso XII o con la representación, por supuesto, de comedias de corte popular como las escritas por los hermanos Álvarez Quintero y rivalizando con el Teatro San Fernando; el Cervantes se convertirá en sala de proyecciones cinematográficas en la década de los cincuenta del siglo XX tras la reforma a la que se vio sometida por los arquitectos sevillanos Delgado Roig y Balbotín. Por desgracia, tras la Pandemia, permanece clausurado y sin uso futuro a corto plazo, lo que ha encendido las alarmas por el posible destino de un lugar cargado de historia que ahora cumple ciento cincuenta años. 

Cartelera teatral en 1906.

La calle, allá por los "Felices Años Veinte", supo hacerse un hueco dentro de la vida nocturna de la ciudad, como relató Manuel Ferrand en su obra "Las calles de Sevilla": 

"Durante siglos calle de hospital y de conventos, se desmelenó en llegando los años veinte, cuando la ciudad tenía puerto concurrido y entre señoritos y forasteros gastosos era posible la Sevilla de la noche, pesadilla de biempensantes. El Olimpia, el Variedades, el Barrera, el Maipú y la Pianola mantenía el fuego non sacro del cabaret bullanguero". 
Anuncio publicitario, año 1932.

Por otra parte, ocupando la acera de los pares, en el número 28, se alza el Instituto de Enseñanza Secundaria "San Isidoro"; se constituyó en 1845 y se construyó en parte sobre el solar del desamortizado convento de San Pedro de Alcántara, que aún conserva la capilla de la Venerable Orden Tercera Franciscana, un hermoso ejemplo de iglesia barroca con entrada por la calle Cervantes. El San Isidoro, creado como Instituto Provincial ligado a la Universidad, fue durante años el único Instituto de Bachillerato de Sevilla y, como curiosidad, en él estudió la primera mujer española en conseguir el grado de Bachiller, concretamente en el año 1877; tal logro, reconocido por la Dirección General de Instrucción Pública a instancias del Rector de la Hispalense, fue conseguido por la sevillana Encarnación del Águila Sánchez y dio paso a que en 1882, por citar un curso, hubiese matriculadas otras 17 alumnas, sólo una menos que en el Instituto de Gerona, el que poseía la mayor tasa de matrículas femeninas en aquel entonces.

Igualmente, por las aulas de este Instituto con tanta solera ha pasado una larga lista alumnos reconocidos en muchos ámbitos profesionales, desde Alberto Lista (su primer Director) a Felipe González, pasando por Severo Ochoa, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda, Antonio Domínguez Ortiz, Manuel Machado, Juan Antonio Bardem, Joaquín Romero Murube, Gonzalo Bilbao o los antes mencionados hermanos Serafín y Joaquín álvarez Quintero, entre otros. Además, en su claustro de profesores han figurado Joaquín Guichot, Demetrio de los Ríos o Mario Méndez Bejarano, por citar algunos. 

Y todo ello, además, sin olvidar su magnífica biblioteca, que atesora ejemplares, manuscritos y mapas desde 1515, o su laboratorio histórico que conserva instrumental de antiguos gabinetes ciencias químicas o físicas.

En la actualidad la calle Amor de Dios ha perdido gran parte de sus comercios tradicionales, como estancos, papelerías, floristerías o la conocida Droguería Martín, cuyo local desapareció en 2020 en beneficio de un hotel, pero esa, esa ya es otra historia

01 mayo, 2023

A las Armas.

No, en esta ocasión no nos vamos a poner en pie de guerra ni tampoco vamos a relatar algún suceso bélico, antes bien, nos centraremos en una calle que recibió este nombre, que fue primera vivienda para una Santa, y que podemos considerar una de las clásicas de nuestras ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 


Alfonso XII, que así se llama la vía que intentaremos pormenorizar en la medida de lo posible, abarca desde su desembocadura junto a la Puerta Real hasta su finalización en la céntrica Plaza del Duque, y debe su nombre, lógicamente, al monarca español que reinó entre los años 1874 y 1885; sin embargo hasta entonces se había llamado de las Armas. ¿El motivo? No está del todo claro, como suele ocurrir, ya que mientras algunos autores como Álvarez Benavides se atreven incluso a centrar su origen en un arsenal de época islámica en la zona antes aludida de los Humeros, González de León alude a que tal término tendría que ver con la entrada por esta calle del victorioso Fernando III de Castilla en 1248 tras conquistar la ciudad, e incluso Santiago Montoto menciona que lo de "Armas" podría tener que ver con la abundancia de blasones y escudos de piedra que decoraban las fachadas de no pocas casas en esta calle, que aún mantiene un interesante contraste entre las grandes casas tradicionales sevillanas con patios con otras más modestas e incluso con edificios de estilo modernista, como veremos. En cualquier caso, el nombre se ha conservado en la cercana Plaza de Armas.

En cualquier caso, desde 1883 fue bautizada con el apelativo de Alfonso XII y así ha llegado hasta nosotros, salvo por el breve periodo de la II República en el que se cambió por "Catorce de Abril" en recuerdo de la fecha de su proclamación. En el siglo XVI fue pavimentada de ladrillo colorado, con las consiguientes quejas de los vecinos que preferían el ladrillo blanco, siendo adoquinada en 1886. Dada su situación topográfica y su proximidad al cauce del río, fue siempre calle propensa a sufrir riadas e inundaciones, como marca todavía un azulejo en la esquina con la calle Bailén, dándose el caso de que incluso el propio ayuntamiento llegó a establecer un servicio de barcas para atender la movilidad de la población en tiempos de riadas. 


Por desgracia, en 1868 desapareció el convento de la Asunción, quedando convertido en club republicano, corral de vecinos para más de trescientas personas y posteriormente en almacén de maderas. Estuvo situado en el frente de la calle que da a la Plaza del Museo, entre las calles San Vicente y Abad Gordillo y su pérdida definitiva, derribado a comienzos de los años 60 del pasado siglo XX, en un tiempo en que el respeto al patrimonio histórico artístico brillaba por su ausencia.

Además, hay que destacar en la calle la presencia de la iglesia de San Gregorio, sede canónica de la Hermandad del Santo Entierro; fundación jesuita en sus orígenes allá por 1592 como seminario para irlandeses, quedó sin uso tras su expulsión,  sirvió como sede también de la Real Academia de Medicina y Cirugía, fundada en 1697 y trasladada allí en 1771, así como del Colegio Médico y el de Farmacéuticos, que aún mantiene su edificio aún en la misma calle, pero más arriba, concretamente en el número 51. Curiosamente, también allí se asentó el Colegio de Sangradores y Dentistas fundado en 1865, la Academia de Buenas Letras y hasta la llamada Sociedad Filosófica de Libres Pensadores; sin duda, un lugar bien aprovechado.

Junto a San Gregorio, en el número 12, el edificio que ha sido sede hasta ahora, desde los años cincuenta, de la Escuela Superior de Estudios Hispanoamericanos; nacida al calor de la huella histórica y documental atesorada por nuestra ciudad,  en estos momentos parece haber sido desmantelada e integrada dentro del organigrama del denominado Instituto de Historia dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación. Posee una inmensa biblioteca con cerca de 84.000 títulos y 100.000 volúmenes cuyo destino esperamos que siga siendo el actual. En este lugar tuvo su redacción el diario El Noticiero Sevillano, que se publicó entre 1893 y 1933. 

Por supuesto, tampoco puede olvidarse la iglesia de San Antonio Abad, de donde sale la Hermandad de El Silencio, templo que es en realidad fruto de la unión de dos edificios y del que hablamos no hace mucho a raíz de un intento de robo con uso de dinamita incluido. En cualquier caso, siempre es de destacar no sólo el papel de la cofradía como mantenedora del templo, sino la presencia en su atrio de la pequeña imagen de San Judas Tadeo, foco de gran devoción popular a lo que colabora la cercanía de unos grandes almacenes muy ingleses; por cierto, en ese atrio se conserva una hermosa cruz de forja que tradicionalmente se había declarado como procedente de la parroquia de San Julián, aunque trabajos recientes realizados por Joaquín Delgado Roig la sitúan como procedente de la casa palacio de la condesa viuda de las Torres de Guadiamar. 


Mención aparte merece la extinta Biblioteca Pública, cerrada y en abandono desde hace más de veinte años. Edificio en origen vinculado a la Compañía Sevillana de Electricidad, en 1979 abrió sus puertas, siendo trasladados sus fondos en 1999 la nueva Biblioteca Pública Infanta Elena, situada en el entorno del Parque de María Luisa. Ojalá pronto se le de uso a un edificio cerrado tanto tiempo y en una zona de tanta importancia. 

La calle Alfonso XII fue escenario también de la entrada de un monarca, en concreto de Felipe II en el año 1570; se sabe que, con la idea de dar énfasis al papel de la flota de Indias y del propio río, el rey embarcó en una barcaza a la altura de San Jerónimo, pasando revista a una concentración los  cincuenta navíos bellamente engalanados para la ocasión, a continuación, entró en la ciudad por la entonces llamada Puerta de Goles y de ahí a la calle de las Armas, con destino a su residencia a los Reales Alcázares en medio del regocijo popular y de grandes demostraciones de alegría y respeto hacia el monarca.

Tampoco podemos olvidar que en mayo de 1575 Teresa de Cepeda y Ahumada, la futura Santa Teresa de Jesús, llega a Sevilla con la idea de fundar su décimo primer convento carmelita descalzo y para ello elegirá una humilde vivienda en la calle Armas, incómoda, sin amueblar y carente de alimentos por no contar con dinero, donde asentará una exigua comunidad con seis religiosas. El clima, las gentes y el ambiente de la ciudad harán mella en la mística de Ávila, recia castellana, quien afirmará tajante: "confieso que la gente de esta tierra no es para mí"; a punto estará de marcharse de no ser por la ayuda económica de su hermano Lorenzo, que desembarca en Sevilla procedente de Indias y contribuirá a adquirir una nueva casa en la actual calle Zaragoza, antes de la Pajería.  

Cosas de otros tiempos, en 1857 la calle Armas estuvo en boca de sesudos arqueólogos extranjeros y catedráticos de prestigio quienes anduvieron intentando dar con la tecla para traducir y desentrañar cierta inscripción situada en un edificio de la calle, a todas luces romana para ellos, que presentaba bastantes dificultades por el uso de abreviaturas y términos desconocidos o extraños para la comunidad académica del momento, o al menos así lo narró Álvarez Benavides cuando dio detalles sobre el hallazgo en esta calle. La inscripción decía así:

Y tras arduo trabajo por expertos y peritos en la materia al final se pudo comprobar que lo que decía era lisa y llanamente: 

AQUÍ SE 

VENDEN 

SANGUIJUELAS.

¿Por qué se vendían estos desagradables anélidos en plena calle Armas? Probablemente, alguien se dedicaba a capturarlos, con la idea de sacar algún provecho económico, pues desde antiguo eran muy apreciados en medicina por su capacidad anticoagulante, anestésica, antiinflamatoria y vasodilatadora. 

Sede de negocios varios, destacó por albergar en ella diversas imprentas en a lo largo de los siglos, como por ejemplo la del famoso Fernando Díaz, editor e impresor de obras de Nicolás Monardes o Argote de Molina allá por el siglo XVI y que trasladó sus prensas desde la cercana calle Sierpes hasta la de las Armas, junto a San Antón; del mismo modo, el portugués Francisco de Lira en el XVII, también tuvo su negocio impresor junto al Colegio Inglés, ahora San Gregorio, teniendo en su haber un extenso catálogo bibliográfico con obras de Juan de Jáuregui o de mismo Francisco de Quevedo. Por último, ya en el siglo XVIII fue José de San Román y Codina, hermano del grabador Diego, quien estableció su negocio impresor en esta calle.


La calle, por fortuna y todavía, un buen puñado de edificios de carácter histórico y modernista, como las dos casas diseñadas por Aníbal González para Laureano Montoto en 1905 y que ocupan los números 27 y 29, además de otra en el número 21. Tampoco podemos dejar en el tintero, como hemos mencionado, que subsisten casas señoriales de cierta entidad, como la que ocupa el número 48 de la calle y que perteneció a Andrés Lasso de la Vega, Conde de Casa Galindo, prueba de lo que en el siglo XIX afirmó el viajero romántico Richard Ford, buen conocedor de la ciudad, que no dudaba en recomendar esta vía para aquellos foráneos que deseasen hospedarse en Sevilla tanto en invierno como en verano, pero esa, esa ya es otra historia.

24 abril, 2023

La Feria de "El Tío Clarín".

Con la Feria de Abril ya en plena efervescencia y con el Real de los Remedios cumpliendo sus bodas de oro como escenario para la misma, en esta ocasión vamos a fijarnos en otra Feria, la de años pretéritos y en cierta y poco conocida visión satírica de la misma. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Componente habitual dentro de la prensa española del siglo XIX fueron las revistas cómicas o satíricas, en las que con ironía, sarcasmo y humor (no siempre del bueno) todo era susceptible de crítica, siempre con permiso de la censura gubernamental o de la tolerancia de las principales instituciones eclesiásticas o laicas, que de todo había. El catálogo de publicaciones de este tipo en nuestra ciudad fue más que extenso, y de ello hay buena muestra en las hemerotecas; algunas revistas apenas sobrevivían una docena de números debido a la gran competencia existente, mientras otras, en cambio, lograron dejar cierta huella y legado, como es el caso de la publicación editada por Luis Mariani y Jiménez, impresa en las máquinas de Eduardo Hidalgo y Compañía  y que durante un tiempo gozó de cierto predicamento y fama.


 "El Tío Clarín", que así se llamó la revista, nació en enero de 1864 y editó su último número en 1868, coincidiendo prácticamente con los últimos años del reinado de Isabel II, momento en el que las posturas políticas estaban más que radicalizadas y publicándose todos los lunes con cuatro páginas en tamaño folio. En su primer número, a modo de declaración de intenciones, proclamaba con rotundidad, no exenta de gracejo:

"Este periódico, compuesto de sustancias salitrosas y epigramáticas, es un antídoto infalible contra la melancolía; destruye los malos humores y fortifica aun los espíritus más pobres y apocados. En una palabra: 

Es una panacea universal.

Es un elixir de larga vida.

Es un sánalo todo, con el que todo triste o afligido logrará saltar de gozo, disfrutar de la salud del pícaro y hacerse perdurable.

¡Qué ganga! ¡Y todo por cuatro míseros reales!

De lo que se deduce que el que no se suscriba al Tío Clarín, será un cicatero consumado.

¡Cuatro reales! ¡Qué miseria! ¡Ni el costo del papel!

Durante el año, los redactores del Tío Clarín (entre los que se encontraban nombres conocidos como los de Carlos Santigosa, Joaquín Guichot, José de Velilla, Luis Montoto o Amador de los Ríos, entre otros) ponían el foco en asuntos relativos a la ciudad, como su limpieza, el orden público, asuntos nacionales o extranjeros, reformas urbanas o cuestiones municipales, como por ejemplo cierta denuncia sobre el mal endémico de la indigencia y el papel del llamado Asilo de Mendicidad de San Fernando, protagonista de una caricatura en la que sus administradores no salían muy bien parados; esto conllevó una fulminante denuncia por parte de la institución contra el propio Luis Mariani, que se saldó finalmente, como ha estudiado la profesora de la Hispalense María Eugenia Gutiérrez, con el pago de una multa de 4.000 reales. 

Ni que decir tiene, cuando llegaban las fiestas principales como la Semana Santa o la Feria, no se escatimaba papel y tinta a la hora de ensalzar o criticar este o aquel acontecimiento, siempre de la mano de la sorna o de la guasa. Curiosamente, ahora que estamos en días de Feria, en el ejemplar correspondiente al 25 de abril de 1864, se publicó este poema laudatorio no falto de gracia y cargado de detalles sobre cómo era esa casi incipiente Feria de Ganados del XIX, lograda por Ybarra y Bonaplata en 1846.

Fuera de la Puerta Nueva
y en un espacioso prado, 
que nombre de un mártir lleva, 
las tiendas Sevilla eleva 
de su célebre mercado.
No es posible describir 
todo su golpe de vista, 
ni menos de convenir 
que es la del Guadalquivir 
la Feria primera en lista.
Salvo algunas omisiones 
a que les paso la mano, 
y pequeñas variaciones, 
tal es de la Feria el plano 
según mis observaciones.

A la izquierda, bien repletos, 
hay puestos en evidencia 
dos almacenes completos 
de variados objetos, 
que rifa Beneficencia.
Un poco mas apartado, 
los puestos que a los chicuelos 
de numerario abreviado, 
ponen el rostro apurado 
y producen tantos duelos.
Y paralelos a estos, 
abriendo apetito y gana,
miles de miles de puestos 
de turrones y avellanas 
con banderolas compuestos.
Sigue el Casino después 
con su casa de madera,
de qué se yo cuantos pies, 
que mejor que casa, es 
toda una ciudad entera.
Da a la derecha principio 
exornada con primores, 
la casa del Municipio, 
que no ha perdonado ripio 
en gravedad y colores.
El Círculo mercantil 
y tienda de Artillería
van en pos, con otras mil, 
si una gallarda y gentil 
es otra mas todavía.
Y en hileras colocados 
vestidos de mil maneras, 
los puestos de buñoleras 
de tal ambiente cercados
que abren las ganas de veras.
No brilla la argentería 
en su modesto interior, 
ni muebles de gran valía, 
pero en cambio, que es mejor, 
están limpias a porfía.
Carretelas elegantes 
y magníficos corceles
de figuras arrogantes, 
cruzan el Real constantes
con damas y con donceles.
No es posible describir 
todo su golpe de vista, 
ni menos de convenir 
que es la del Guadalquivir 
la Feria primera en lista.
La Feria de Sevilla. Joaquín Domínguez Bécquer. 1867.
 
Al año siguiente, el 24 de abril, el mismo semanario realizaba, por el contrario, otro análisis sobre el recinto y la fiesta, que incidía especialmente en los contrastes y diferencias provocadas por el nivel social de quien acudía al Prado de San Sebastián y que bien podría por ser actual de no ser por la prosa empleada:
Ha pasado la Feria, dejando en pos de sí gratos recuerdos a unos, amargos desengaños a otros, muy buenos cuartos ganados a bastantes, y no pocos perdidos a muchísimos. Gratos recuerdos, a los que deben a la fortuna una posición cómoda, y tienen la posibilidad de satisfacer todos sus caprichos. Para estos son las carretelas, las tiendas cómodamente preparadas, las comidas de fonda, los bailes, los conciertos, y todo cuanto el hombre ha inventado para halagar la vanidad y los sentidos.
 
Amargos desengaños, para los desahuciados por la suerte, de quienes todo el mundo huye como de un apestado. Para estos son los desaires de sus semejantes, y los esquinazos de sus amigos; los pisotones de los caballos, las miradas altaneras, las repostadas de los vendedores, el alfajor de afrecho (hecho de cáscaras de grano) y obleas de las serranas, los fuegos artificiales y la música del Asilo. 

Para los padre de familia, cargados de chiquillos, las cárceles del Purgatorio, las calderas del infierno, las atribulaciones, el aperreo y los desgarrones en los bolsillos, de tanto meter y sacar la mano para pagar juguetes y golosinas. 

Por último, el articulista, mezclando ironía, sarcasmo, algo de mordacidad y una pizca de mala baba, todo hay que decirlo, sacará a la luz una especie de proclama-decálogo no exento, como decíamos, de actualidad para una celebración que apenas había llegado a los veinte años de edad pero que comenzaba ya a ver cómo se estaba gestando poco a poco un cambio en su fisonomía, el aumento del protagonismo del aspecto puramente lúdico o festivo frente al estrictamente ganadero o comercial y la necesidad de proteger la fiesta de influencias ajenas a la misma:
 
  1. Volverá a colocarse la caseta del Casino, pues los forasteros la echan de menos, y no debe suprimirse una cosa que tanto abulta y adorna.
  2. Las chozas ó casillas de vinos, aguardientes, etc., se suprimirán por lo ocasionadas que son a camorras, y no servir mas que para la gente pobre y de mal tono.
  3. Las casillas de las personas decentes; esto es, de los que tienen dinero, se colocarán donde a ellos les dé !a gana; pues este año se ha observado, que no teniendo bastante con el terreno que se les alquila, invadían la parte que quedaba para el público, sacando sillas y sentándose a reposar la comida.
  4. Se recomendará con eficacia a los cocheros que atropellen a todo el que se descuide, pues de este modo desaparecerá la mitad del género humano, y la otra mitad irá en coche.
  5. No se permitirá cantar flamenco , ni al uso del país; todos los que deseen ensanchar sus pulmones cantarán al piano la Traviata , El Trovador, ó cualquier cosa parecida, ó aunque no se le parezca, pero que sea propio de una fiesta popular.
  6. No habrá otros asientos que las sillas del Asilo; pero se permitirá al que quiera descansar y no lleve una peseta, que se siente en el suelo.
  7. Habrá fuego, pues aunque este año los ha habido, han sido artificiales, y apenas se han notado.
  8. Se cree innecesaria la colocación de tantas bandas de música que aturden los sentidos: los músicos, vayan con la música a otra parte, que aquí la llevamos sobrada. 
  9. No se dejará entrar ganado de ninguna especie, porque debe suponerse que esto no es feria, sino tres días de expansión para la gente "de monea".
  10. La puerta de S. Fernando no se derribará, porque servirá para colocar porteros que recojan los billetes de entrada, que costarán nada mas que una sofocación y cien mil pisotones a los ignorantes que prefieren que lo estrujen en ella, a entrar por el hueco tan precioso como desahogado con que les brinda el sitio que fue puerta de Jerez.

Como puede apreciarse, el contenido puede recordar ciertamente a lo escrito por Gustavo Adolfo Bécquer apenas cuatro años después en un artículo muy conocido y publicado, sólo un año antes de su muerte en "El Museo UNiversal", artículo lleno de nostalgia por la pérdida de la esencia de la Feria. 

Por cierto, en 1868, tras apenas cuatro años de andadura editorial, "El Tío Clarín" fue cerrado por orden gubernamental, sin que hayamos conseguido saber, a ciencia cierta, los motivos de tal clausura, era el triste destino de este tipo de publicaciones satíricas de vida efímera, aunque esa, esa ya es otra historia...  


17 abril, 2023

Las otras columnas.

Habitualmente, las más conocidas son las que se hallan en el extremo sur, el más próximo a las calles Amor de Dios y Trajano, pero hay otra pareja, de no tanta antigüedad, que bien merecería cierto reconocimiento por su presencia. Pero como siempre, vayamos por partes.

 Son sobradamente conocidos los esfuerzos realizados por el Asistente de Sevilla el Conde de Barajas por desecar y adecentar un inhóspito paraje, convertido muchas veces en maloliente laguna por los vertidos de aguas fluviales tras las crecidas del Guadalquivir, la llamada Laguna de la Feria; la profunda modificación de este sector en el año 1574 conllevó el drenaje del terreno, la canalización de las aguas, colocación de fuentes y plantación de hileras de arbolado, convirtiéndose este espacio en uno de los primeros jardines públicos de Europa y sirviendo de inspiración para otras "Alamedas" como la de San Pablo en Écija (1578), la de los Descalzos en Lima (1611) o la Central en la Ciudad de México (1592).

Como colofón, Francisco Zapata, conde de Barajas, ordenó instalar sendos fustes de columnas de época romana traídos expresamente desde su primitiva ubicación en la calle Mármoles, colocando sobre sus capiteles dos esculturas, realizadas por Diego de Pesquera, representando al fundador legendario de la ciudad, Hércules, y a Julio César como gobernante ejemplar de Hispalis, aunque con ambos personajes se pretendía también homenajear al emperador Carlos I y a su hijo Felipe II. 

En 1764 y tras diversas vicisitudes, la Alameda, se había convertido en el paseo ciudadano de  Sevilla por excelencia, siendo costumbre que su actividad comenzase el día del Corpus y finalizase tras el calor del verano, contándose para ello con un servicio de aguadores que se encargaba de regar diariamente aquel espacio, que a la postre necesitó una restauración a fondo, no en vano habían transcurrido ciento noventa años desde su inauguración. Será el entonces Asistente Ramón de Larumbe y Malli el encargado de acometer un ambicioso plan que pretendía la recuperación del esplendor perdido por el inexorable paso de los siglos.  

Manuel Chaves, allá por 1914, relataba que Larumbe había accedido al cargo apenas dos años antes y que la reforma de la Alameda consistió sobre todo en la plantación de más de mil seiscientos árboles, el aumento del número de los bancos de piedra, la erradicación de matorrales y la colocación de tres nuevas fuentes, allanando el terreno. Además, como guinda del pastel, pensó en levantar dos nuevas columnas que cerrasen el paseo en el extremo norte, el más cercano a la calle Calatrava. 

En junio de 1764 se estaban ya abriendo las zanjas para los basamentos, obra supervisada por el caballero veinticuatro Gregorio de Fuentes, labrando el cantero Diego de Avendaño los fustes y capiteles en piedra, mientras que la ejecución de los dos leones que las rematan corrió por cuenta del escultor Cayetano de Acosta (más que conocido por, por ejemplo, sus dos grandes retablos barrocos de la iglesia del Salvador), leones que, como curiosidad, presentaba coronas y escudos dorados, labor realizada por el maestro José Rodríguez.

Avendaño cobró por su trabajo la cantidad de 17.000 reales, mientras que Acosta recibió 6.000 por las dos esculturas; rodríguez, por su parte, percibió 180. La crónicas recogieron que a estos gastos hubo que añadir los de las lápidas de mármol instaladas al pie de las columnas, así como los jornales de los obreros y materiales diversos como estacas, clavos, espartos, con lo cual el montante de la obra se elevó a la cantidad de 26.261 reales con siete maravedises, importe que fue costeado íntegramente por el consistorio. Las columnas están conformadas por ocho piezas cada una, con menor altura de las colocadas en el siglo XVI; los leones, de estilo barroco, perdieron el dorado de sus coronas con el transcurrir del tiempo.

En una de las basas de las columnas podía leerse una inscripción, hoy lamentablemente desaparecida, pero que ha llegado hasta nosotros transcrita por Chaves Rey: 

"NO8DO.- Reynando en España el católico monarca D. Carlos III y siendo Asistente de esta ciudad el Sr. Don Ramón de Larumbe, del orden de Santiago, del Concejo de S. M., Yntendente general del ejército de los cuatro reynos de Andalucía, y Superintendente general de Rentas, se construyeron estas dos columnas que coronan los leones que sostienen las Reales Armas y las de Sevilla; se hicieron los asientos, alcantarillas y terraplenes, levantaron los pretiles de las zanjas, se pusieron los pilones para el riego, desagües, completó de árboles toda la Alameda. Todo por dirección de dicho Asistente; siendo diputado el Sr. D. Gregorio de Fuentes y Verall, veinticuatro del Ilmo. Cabildo, cuya obra costeó de los Propios y Arbitrios, y se acabó el año 1765."

Desde el primer momento la ciudad, tan suya y tan especial para estas cosas, comparó de inmediato la nueva pareja de columnas con la antigua del siglo XVI, incluso el escritor José Nogales en sus "Notas Sevillanas", contaba que:

"En frente de los Hércules legítimos se alzaron unas columnas enormes, hechas con rodajas de granito, sosteniendo unas caricaturas de leones. El pueblo las despreció. Las despreció sin pensar que unas y otros simbolizan un periodo de nuestra historia. En el pedestal de los Hércules campea el nombre de los Austria. En los opuestos salchichones de granito, el nombre de la casa de Borbón. El pueblo sevillano, en su certero juicio, diría una sublime chirigota si derrumbasen estos leones y lloraría de pena si los Hércules vinieran al suelo."

¿Qué ocurrió con el bueno del Asistente Larumbe? No fue ésta su única intervención para mejorar la ciudad, ya que logró una más racional distribución del agua que brotaba del manantial de la llamada Huerta del Arzobispo hacia fuentes públicas como las de la plaza de San Francisco, la Alfalfa, la Encarnación, la Magdalena, San Lorenzo, Pilatos, Puerta de Triana o Puerta Real entre otras; además, se ocupó del extraño caso de la epidemia mortal que afectó en gran manera a la comunidad perruna sevillana, contando para ello con la ayuda de la Academia de Medicina, como contamos en su momento,  y a título de curiosidad, el 20 de octubre de 1766 ordenó que cada vecino colocase faroles en las fachadas de sus casas durante la noche para forma de mejorar el alumbrado público. Conservador en lo tocante a las diversiones, Larumbe hizo oídos sordos a la Real Orden que decretaba el levantamiento de la prohibición de la representación de obras teatrales en Sevilla, de modo que durante su mandato la dramaturgia anduvo de capa caída. Fallecerá en 1777 y será enterrado en la parroquial de la Magdalena, cuando, signo de los tiempos, su ya sucesor como Asistente, Pablo de Olavide, había comenzado su particular cruzada en favor del regreso del teatro a los escenarios hispalenses, pero esa, esa ya es otra historia...

10 abril, 2023

A tiros.

Ahora que ha finalizado la Semana Santa y que la Pascua de Resurrección toma el relevo dentro del calendario sevillano, con permiso de la inminente Feria de Abril, no estaría de más reseñar una antigua costumbre de esto días, hoy desaparecida, pero llena de tradición. Pero, también, como siempre, vayamos por partes. 

En 1897 Alejandro Guichot (1849-1941), hijo del cronista local Joaquín Guichot, y estudioso del folklore local, reseñó multitud de detalles, costumbres y tradiciones que se mantenían en nuestra ciudad, como tesoro local necesario de conservar. Algunas de estas ceremonias o ritos ha llegado hasta nuestros días, como todo lo que rodea la Semana Santa o celebraciones como las cruces de mayo, romerías o acontecimientos ligados a diversas festividades. Otras, en cambio, se fueron difuminando con el paso de los años, algunas por el cambio de los tiempos, algunas, por apatía popular y otras, simplemente, porque perdieron peso entre el público local.

Es sabido que por aquel entonces, finales del siglo XIX, la Semana Santa constituía ya uno de los pilares fundamentales del calendario de fiestas de la ciudad, y junto a ella, se mantenían ciertas costumbres ligadas a la liturgia catedralicia, como por ejemplo la ceremonia de la Seña que no hace mucho comentamos por estos lares. Otra, estrictamente ligada al pueblo y su manera de entender aquellas jornadas santas vinculadas a la Pasión, Muerte y Resurrección tenían cierto punto de ritual de revancha, represalia o venganza. Además, una de ellas, especialmente, habría que entenderla cuando el Sábado posterior al Viernes Santo no era día penitencial, al contrario, antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II era considerado Sábado de Gloria.

El Viernes Santo, con los retablos cubiertos por velos morados, sin el sonido de las campanas, sustituido por la matraca, el silencio se adueñaba de la ciudad en señal de luto por la muerte del Redentor, incluso con el cierre de los establecimientos comerciales y hosteleros. Sin embargo, a la mañana siguiente todo se enfocaba hacia la Vigilia de Resurrección, con la Giralda preparándose para dar sus mejores repiques de Gloria, seguida de los campanarios de torres y espadañas en alegre sinfonía de bronce. Era curioso ver cómo los niños, forzados a mantener quietud por el duelo sacro, ahora prorrumpían en gritos, tocaban trompetas (como uno que nosotros sabemos) y agitaban campanas y almireces como señal de alegría y del fin de los días fúnebres. 

En muchos barrios hispalenses, como por ejemplo el de San Bernardo, la gente se aprestaba a preparar "Los Judas" o "El Judas", especie de muñeco compuesto de varios fragmentos, al decir de Guichot. Así, el primer trozo de realizaba con paja, y se envolvía con trapos para conformar el torso y cintura de una figura humana, a la que se cosían sendos brazos con manos de trapo y dedos grandes y estirados; en la cintura del monigote se añadía un saco pequeño que indicaba el lugar de las treinta monedas que Judas cobró como pago de su traición. Sobre el cuello de la figura se situaba lo que hacía las veces de la cabeza, realizadas de modo grotesco, reproduciendo de manera esquemática el rostro con líneas verticales u horizontales, sin olvidar bigotes, barba o patillas. 

A la cabeza no le faltaba su sombrero hongo, si era un Judas "señorito" o un ajado sombrero de ala ancha si era un Judas "popular". Tampoco faltaba una faja de color rojo en la cintura que unía las piernas al tronco, con viejos zapatos en sus extremos.  Ni que decir tiene que el aspecto rígido, cómico y casi grosero del Judas servía para ser blanco de todo tipo de chanzas y burlas entre la chiquillería del barrio, deseosa de un motivo para la fiesta y la guasa. 

Son apenas las nueve de la mañana del Sábado de Gloria cuando un pequeño ejército de niños se organiza en formación  y acude a contemplar cómo en casi todos los balcones de las casas del barrio se han colgado los Judas, y cantan en medio de un griterío ensordecedor:

¡Maten al Júas,

Pícaro traidó;

Toquen a gloria

Pá nuestro Ceñó!

Al grupo de niños con palos y cañas se unen jóvenes armados con escopetas. Todos aguardan. Al fin, a las diez de la mañana, se escuchan en la lejanía las campanas de la Giralda repicando a Gloria. Es la señal esperada con anhelo por todos. Los disparos se suceden como una descarga de fusilería con los Judas como objetivo, unos caen de los balcones por acción de la buena puntería, otros son arrancados por la fuerza. En cualquier caso, al caer al suelo, los Judas son literalmente despedazados por la multitud enardecida, mientras los niños se reparten sus despojos como botín de guerra o trofeo de caza.

El cántico ahora cambia en su letra: 

"Er Júas puñetero

Abajo bá caé.

Er Júas berraquero

Abajo bá caé"

Como colofón, una improvisada pira quema todos los restos, como simbólico y purificador ajuste de cuentas contra el traidor más famoso de todos los tiempos, el humo y las llamas lo invaden todo como si con ello se quisiera purificar un espacio o un tiempo. Poco a poco, la multitud ruidosa se diluye hasta el año que viene, dejando un rastro de restos quemados y olor a pólvora.  

Curiosamente, la costumbre de quemar a los Judas es muy frecuente en otras zonas, como en Lisboa o Sicilia, o en sectores de hispanoamérica,  conservándose aún hoy en día en pueblos de la provincia de Sevilla como Coripe, donde se mantiene la costumbre del "fusilamiento" de una figura satírica representando a algún personaje especialmente odiado por el pueblo, como el Coronavirus, Hugo Chávez, Jordi Pujol o Miguel Carcaño, de modo y manera que con ello, al igual que en el XIX, se busca cierta venganza violenta contra aquellos que hacen el mal a juicio de los habitantes de aquella localidad. La figura, realizada de paja, guarda en su interior un recipiente con gasolina que prende rápidamente al recibir el impacto de los disparos. 

Por cierto, este año, como curiosidad, la "víctima" ha sido el piloto de helicóptero de la Dirección General de Tráfico que dio positivo por consumo de estupefacientes tras estrellarse con su aparato, frente al rumor de que el protagonista sería en esta ocasión Vladimir Putin, pero esa, esa ya es otra historia.