26 junio, 2023

Búcaros.

Presente en muchos hogares sevillanos cuando arrancaban las "calores", su misión era mantener fresco el líquido elemento, a la par que constituir uno de los objetos más entrañables y fascinantes del menaje doméstico, dio nombre a un tren, a algún que otro bar, a un festival flamenco en La Rinconada, a una peña hípica hispalense e incluso está presente hasta en unas famosas sevillanas rocieras; en esta ocasión, en Hispalensia, hablamos de búcaros o botijos; pero como siempre, vayamos por partes. 

¿Quién no ha bebido, casi saboreado, el agua fresca que brota del búcaro? Calmar la sed ha sido siempre una necesidad vital y fisiológica para el ser humano, y el agua un elemento fundamental, casi único, para aliviarla. Desde tiempos prehistóricos, la humanidad ha utilizado la arcilla, roca sedimentaria con propiedades plásticas que al ser humedecida puede ser modelada fácilmente y que junto con la aparición del horno de cocción permitió que se fabricasen  todo tipo de útiles destinados a contener líquidos, como vasijas, tinajas, ollas, orzas, cántaros y demás, sin olvidar otros usos para la arcilla, como soporte para la escritura o como elemento constructivo con el adobe, el tapial o el mismo ladrillo de barro, tan utilizado en nuestras latitudes. 

"Askos" o botijo griego. Siglo IV a. C.

 Sobre el término "búcaro" y su origen hay cierta discusión, ya que algunos autores estiman que procede del latín "butticula" (diminutivo de "tonel") y otro aluden a otra palabra mozárabe en alusión a lo que sería un tipo de tierra arcillosa procedente, al parecer, de determinadas zonas de Portugal y que fue utilizada para la realizar cacharros de barro de cierta calidad. En algunas zonas se emplea el término "botijo" y en 1612 Sebastián de Covarrubias definía en su afamado diccionario que "botija" era un "vaso de tierra ventrudo con la boca y el cuello angosto. Los niños cuando están para llorar hinchan los carrillos y esto se le llama embotijarse"; finalmente, la palabra terminó quedando fijada para definir a un cántaro de barro con asa en su zona superior y con un pitorro y una boca para facilitar la salida y entrada de líquido, convirtiéndose en un utensilio más de las casas y el campo durante los veranos, para conservar fresca el agua. Otras palabras para describir nuestro entrañable y popular búcaro: pipo, pipote, cachucho, piporro, ñañe o pichilín.

El primer búcaro del que se tienen noticias en España fue hallado en una necrópolis perteneciente a la denominada cultura argárica (surgida en Andalucía Oriental y el Levante entre el 2200 y el 1500 antes de Cristo); dicha necrópolis se halla en la localidad murciana de Beniaján, en ella se encontró una pieza muy interesante de once centímetros de largo y que sólo presenta un orificio o boca y el asa colocada en la parte superior. 

Búcaro, ya desaparecido, en el Convento de las Hermanas de la Cruz.

¿Qué tiene de especial el eficiente y ecológico búcaro de barro? Si nos atenemos a principios científicos, el agua almacenada en él se filtra por los poros de la arcilla y al entrar en contacto con el ambiente seco exterior se evapora, produciéndose un enfriamiento del agua que se conserva en el interior. Debido a esa evaporación siempre se les coloca un plato o recipiente en la zona inferior. Aparte de esta función refrescante de los búcaros, es sabido también que había gente que se los comía. Sí, literalmente, se los comía. ¿Por qué? 

Durante los siglos XVI y XVII fue frecuente la "bucarofagia" entre las damas de la alta sociedad española, que buscaban con la ingesta de la arcilla o terra sigillata el provocarse una anemia o clorosis, o lo que es lo mismo, una bajada de glóbulos rojos en la sangre que hiciera palidecer sus mejillas, algo deseado por todas en unos tiempo en los que estar bronceado era cosa de labriegos; aparte, la creencia popular afirmaba que comer este tipo de elementos servía como anticonceptivo e incluso generaba alucinaciones o visiones extraordinarias, lo que trajo de cabeza a no pocos confesores de damas sevillanas, que veían como no pocas de estas mujeres imitaban a las de la corte y manifestaban experimentar visiones relacionadas con la divinidad. Ante esta "adicción" llamada "vicio del barro", los sacerdotes ordenaban como penitencia a las damas abandonar el uso de tales barros, recomendando beber la llamada "agua de acero" para paliar sus síntomas, agua que no era otra cosa que la resultante de sumergir en ella un hierro candente.

Alonso Sánchez Coello. La Duquesa de Béjar. Sobre 1585.

 Francisco de Quevedo, en su obra el Parnaso Español (1648) dedica unos versos a una dama, A "Amarili, que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba  muy al cabo de comérselos": 

Amarili, en tu boca soberana

su tez el barro de carmín colora;

ya de coral mentido se mejor,

ya aprende de tus labios a ser grana.

Al parecer, los búcaros comestibles más apreciados, que eran modelados con arcilla a la que se añadían sustancias perfumadas como el ámbar gris, procedían bien de Jalisco (México) bien de Estremoz (Portugal) por ser los de textura más fina para masticar, aunque, como afirma el Doctor y Dermatólogo Sierra Valentí también se elaboraban en Salvatierra de los Barros (Badajoz) o Talavera de la Reina. En el cuadro de Las Meninas de Diego Velázquez puede apreciarse como la infanta Margarita Teresa de Austria, en el centro de la composición, recibe de manos de la menina María Agustina Sarmiento un pequeño jarrillo de barro en bandeja de plata, ¿Quizá para comérselo tras beber su contenido?

Todavía en 1843 el viajero francés Théophile Gautier escribía sorprendido en su Viaje por España en relación a los búcaros:

"Se colocan siete u ocho sobre el mármol de los veladores y se les llena de agua, en tanto que, sentado en un sofá, se espera que se produzca su efecto y con ello el placer que recogidamente se saborea. Los búcaros rezuman al cabo de un tiempo, cuando el agua, traspasando la arcilla oscurecida esparce un perfume que se parece al del yeso mojado o al de una cueva húmeda, cerrada desde hace mucho tiempo. La transpiración de los búcaros es tal, que después de una hora se evapora la mitad del agua, quedando la que se conserva en el cacharro tan fría como el hielo, con un sabor desagradable a cisterna. Sin embargo, gusta mucho a los aficionados. Nos satisfechas con beber el agua y aspirar el perfume, muchas personas se llevan a la boca trocitos de búcaro, los convierten en polvo y acaban por tragárselos". 
Joaquín Sorolla: El Botijo. 1904.

Durante los siglos XIX y XX se llamó "Tren Botijo" al ferrocarril que desde Madrid trazaba una ruta que finalizaba en la costa mediterránea, concretamente en Alicante, durante la cual los viajeros llevaban todo tipo de viandas y bebidas, como por ejemplo el agua en búcaros, de ahí el sobrenombre. Hubo otros trenes de este tipo con diferentes rutas y en todos ellos el carácter popular de sus usuarios y las altas temperaturas veraniegas durante los viajes conformaron un modo muy concreto de recorrer la geografía española sobre dos raíles. En 1902 los autores teatrales del momento, los hermanos Álvarez Quintero, estrenaron una pequeña obrita con música de Ruperto Chapí que se tituló "Abanicos y panderetas o ¡A Sevilla en El Botijo", mientras que el sevillano diario El Liberal del 10 de abril de 1910 publicaba un suelto que podría ser un lejanísimo antecedente del actual AVE Madrid-Sevilla: 

LLEGADA DEL "BOTIJO"

A las once y media de la mañana llegó a la estación de la plaza de Armas el tren botijo de Feria. En este tren venían unos quinientos pasajeros, de segunda y tercera clase. Hablamos con algunos de ellos y nos manifestaron que el viaje lo habían efectuado sin incidente alguno, reinando durante todo el camino entre los viajeros de ambos sexos la mayor alegría. 

Gran parte de aquéllos son aficionados a los toros, que han venido a conocer la ciudad y ver nuestras renombradas corridas. Deseamos que su estancia en Sevilla les sea grata a los simpáticos botijistas madrileños.

Ya en el siglo XX fue muy popular en Sevilla la figura del Botijero, vendedor ambulante ayudado por un borriquillo que vendía todo tipo de objetos de loza, incluyendo los blancos búcaros traídos desde Lebrija o los de cerámica roja, procedentes de La Rambla, en Córdoba. Dentro del ámbito de los tradicionales pregones callejeros voceados por vendedores, el de "¡Botellas y búcaros finos de la Rambla!" ocupaba un lugar destacado.

Botijeros en la Plaza de la Virgen de los Reyes. 1961.

La música popular, como no podía ser menos, ha dedicado al búcaro coplas como la compuesta por Rafael de León en un pasodoble para Estrellita Castro en 1941 o como el grupo Los del Guadalquivir con aquella letra de sevillanas de 1983 cuyo estribillo decía:

"Por eso dame el búcaro, 

que me muero de sed, 

apretújalo, no se vaya a romper".

Incluso hay que mencionar el uso del búcaro como arma de ataque, como sucedió en plena plaza de la Campana en junio de 1933. A eso del mediodía el banderillero Gabriel Vázquez entraba en el Café París en busca del mozo de espadas del diestro Laínez. La crónica periodística lo contaba así: 

"Cruzaron breves palabras y el mozo de estoques se levantó, tratando de agredir a con un búcaro a su contrincante, quien le había dirigido graves insultos. El banderillero lo desafió a la calle; salió el mozo, y en puerta lo agredió con una navaja, causándole dos heridas."

El mozo de espadas, malherido, pero que sobrevivió, vivía en la calle Alcázares, fue atacado al parecer por antiguos resentimientos, ya que el subalterno lo acusaba de haber prescindido de sus servicios en la cuadrilla del matador sin mediar explicación alguna.

Había, y hay, búcaros "de verano" y "de invierno", éstos últimos realizados en cerámica vidriada o esmaltada en los que no se produce el enfriamiento del agua, y por supuesto, tanto unos como otros, "preparados" convenientemente para que no supiesen a barro al estrenarse, dejándolos unos días llenos de agua "ligada" con un poco de anís o aguardiente que dejaba cierto regusto que encantaba a muchos. Por cierto, y ya para terminar, aunque el búcaro parece una especie en vías de extinción en hogares y bares con la presencia de frigoríficos y agua embotellada,  aún sobrevive en algunos lugares que merecería la pena reseñar y también es destacable que ya no resulta fácil encontrar dónde lo vendan, pero esa, esa ya es otra historia.

Búcaro de invierno. Barro vidriado

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