21 agosto, 2023

El Café del Turco.

Estaba en plena calle Sierpes, cuando aquella era calle con vida día y noche. Acogió tertulias apasionadas cuando liberales y absolutistas se llevaban como el perro y el gato. En él trabajó alguien que inspiró un personaje de Don Juan Tenorio e incluso fue escenario de procesiones civiles y foro para conocer de primera mano lo que se cocía en la política española en unos tiempos convulsos, con sucesos violentos para más inri. Hoy, en Hispalensia, tomamos asiento en una buena mesa del Café del Turco. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Estamos en los comienzos del siglo XIX. Ha terminado felizmente la Guerra de Independencia y las tropas napoleónicas son solo mal recuerdo. Sin embargo, la situación política dista mucho de ser pacífica en España. Fernando VII y el absolutismo regresan al país en medio de una crisis económica provocada por los desastres de la guerra y la interrupción del comercio e ingresos fiscales procedentes de América, donde soplan vientos de emancipación. 

José Jiménez Aranda: El Café. 1889.

En ese ambiente apasionado, abundaron los denominados Cafés, a los que tan aficionados eran los sevillanos del siglo XIX, pues no sólo eran establecimientos en los que degustar dicho producto (y otros), sino espacios para la tertulia, la discusión e incluso la polémica o la controversia por cuestiones de todo tipo, desde las taurinas hasta las políticas, pasando por las literarias o religiosas. Podemos decir que hasta había cafés con ideología propia, como es el caso que nos ocupa, el Café de la Cabeza del Turco, en plena calle Sierpes, pues en él tuvieron primeramente su sede los afrancesados durante la dominación napoleónica y, posteriormente, los más extremistas del partido liberal, contrario al absolutismo de Fernando VII ("los negros", como les llamaban sus contrarios "blancos") y debía su nombre, al parecer, a que en su fachada principal, sobre su portada, campeaba pintada la cabeza de un turco. 

Como narró Chaves Rey, en 1820 era su propietario Luis Tolva, patriota, liberal ferviente y admirador del General Riego, líder de la sublevación militar en Las Cabezas de San Juan para reinstaurar el régimen constitucional; prueba de esa devoción es que el 13 de diciembre de 1821 partió de allí una insólita procesión civil presidida por un retrato de Rafael de Riego, desfilando por calles engalanadas enmedio del entusiasmo popular, como contó Luis Montoto. La procesión se repitió veinticuatro horas después, siendo en esta ocasión llevado el retrato en coche descubierto y engalanado. Por cierto, dos años después, los habituales del Café del Turco organizaron una serenata nocturna de violines al propio general Riego, de visita en Sevilla y alojado en la calle de Toqueros, actual Conde de Ibarra. 


 En un abigarrado ambiente lleno de espesas humaredas de tabaco y ecos de discusiones, los exaltados parroquianos debatían sin descanso sobre el candente panorama político, de modo que Tolva ideó para su negocio una especie de "Informativos" mediante la lectura, en alta voz, de la prensa diaria nacional o local, empleando para ello a alguien que con buena voz; hasta llegó a establecer un reglamento, que indicaba la colocación de una silla alta, en la sala del billar, desde la cual se leían los periódicos mientras la concurrencia permanecía en expectante y obligado silencio, aunque se permitía que "concluida la lectura de cada artículo podrá cualquiera hacer las observaciones que guste", eso sí, previo pago de los preceptivos ocho reales mensuales, necesarios para ser "abonado" a estos "informativos". Chaves Rey narró cómo terminaban algunas de estas lecturas:

"El salón de lectura del Turco se veía siempre muy concurrido durante la segunda época constitucional y se dio el caso en ciertas ocasiones, que no estando el público conforme con las ideas de algunos artículos, con toda algazara arrojasen los periódicos a la letrina entre grandes aplausos".

Signo de los tiempos, el fin del Trienio Liberal en 1823 trajo consigo el violento asalto al Café del Turco por una multitud incontrolada (las "turbas realistas") en la mañana del 13 de junio,como puede leerse en las páginas de los Anales de Sevilla de Velázquez y Sánchez: 

"Grupos de aquella plebe devastadora fueron a la fonda y café del Turco a destruir su elegante mobiliario, robar servicio y mantelería, romper un sinnúmero de objetos de china, porcelana, cristal, loza y metales bruñidos, y dar suelta a las canilla de la bodega hasta correr mezclados vinos y licores por la calle de las Sierpes, entre los aullidos de júbilo feroz de aquella horda de caníbales".
José García Ramos (1852-1912): Calle Sierpes.

 Con el paso de los años, trabajó en el Café del Turco un italiano, apellidado Ciutti, que atendió en mesa al dramaturgo José Zorrilla, de paso por Sevilla y quien se inspiró en él para el personaje del mismo nombre en su archiconocido Don Juan Tenorio. En 1844 el propio autor describía así al camarero del Turco

"Era un pillete muy listo que todo se lo encontraba hecho, a quien nunca se encontraba en su sitio al primer llamamiento, y a quien otro camarero iba inmediatamente a buscar fuera del café a una de dos casas de vecindad, en una de las cuales se vendía vino más o menos adulterado, y en otra carne más o menos fresca. Ciutti, a quien hizo célebre mi drama, logró fortuna, según me han dicho, y se volvió a Italia".

El Café de la Cabeza del Turco, permaneció abierto con diversos nombres durante el siglo XIX y parte del XX: el Europeo, (escenario de animados bailes de máscaras allá por 1875), de América o, más recientemente, de Madrid, en cuyos altos estuvo la sede del Sevilla F. C. allá por 1915 y abierto aún en los años noventa del pasado siglo XX como salón de juegos. Tampoco podemos olvidar que el Café del Turco también pasó a ofrecer actuaciones de cante y baile flamenco, uniéndose a la moda de los llamados "cafés cantantes".  En la actualidad el local permanece cerrado a cal y canto desde hace bastante tiempo, sin que haya vuelto a tener uso, pero esa, esa ya es otra historia. 

14 agosto, 2023

Agosto de 1873: un robo real.

 " - Dios le guarde, amigo, qué, ¿Se ha enterado de algo de lo de anoche? ¿Qué me puede contar?

- Buenos días nos de Dios; pues mucho no hay que rascar; a ver, que se sepa, eran dos, eso es lo que cuentan los monaguillos, incluso hay quien dice que dejaron alguna prueba de su presencia dentro del recinto, como una colilla y los restos de un puro habano, aunque eso no termino de creérmelo. Emplearon útiles afilados y durante el robo se desprendieron algunas piedras preciosas que quedaron en el suelo. Planeado lo tenían, de eso no hay duda, actuaron con premeditación, nocturnidad y alevosía, como dicen ustedes, ¿No?; es más que seguro que se escondieron tras el cierre, quizá dentro de un armario usado por un capellán enfermo que lleva semanas sin acudir a sus deberes litúrgicos, burlaron la vigilancia y salieron con total impunidad al amanecer tras la apertura para los primeros cultos de la jornada, sin que nadie notase nada extraño.

- Don Juan Manuel, el Capellán Mayor de la Capilla Real, fue puesto de inmediato sobre aviso por Miguel García, el sacristán mayor, de que alguien había forzado las dos cerraduras del camarín de la Virgen y que faltaban... bueno, quede con Dios que ya está llamando a Coro la Giralda y llevo prisa, desconozco más detalles y está a punto de llegar el juez de primera instancia para iniciar las pesquisas. Luego si lo desea nos vemos en Las Escobas y a ver de qué más me entero para relatarle, con un chato de vino por delante, eso sí".-

Ésta bien podría haber sido, por qué no, una probable conversación entre un "repórter" o "plumilla" de hace ciento cincuenta años a la búsqueda de titulares y su fuente anónima, a buen seguro personal de la catedral. ¿Qué ocurrió en la capilla real aquella noche de finales de abril de 1873? ¿Qué sucedió para que hasta la prensa madrileña se hiciera eco? Como siempre, vayamos por partes.

Tras el breve reinado de Amadeo I de Saboya, en febrero de aquel año se había proclamado la I República Española: inestabilidad política y crisis económica iban de la mano; como ha relatado Alfonso Jiménez, el cabildo catedralicio hispalense incluso carecía de los fondos necesarios para  el gran Monumento Eucarístico y éste, insólitamente, quedó sin montar, en una Semana Santa en la que sólo salieron tres cofradías: las Siete Palabras, la Macarena y las Cigarreras. La guerra abierta con los carlistas y los independentistas cubanos y una preocupante y creciente conflictividad social auguraban meses difíciles para la naciente República.  Todo ello se pudo comprobar en nuestra propia ciudad con la proclamación del denominado Cantón de Sevilla, breve intento de federalismo republicano independiente promovido por los llamados "intransigentes" y que funcionó durante los meses de junio y julio de aquel año, hasta que finalmente fue suprimido y reprimido por la fuerzas militares al mando del general Pavía (sí, el de los "soldaditos de bacalao"), quien el 1 de agosto daba por finiquitado el Cantón no sin resistencia armada y destrozos en zonas concretas de la ciudad. 

Joaquín Domínguez Bécquer. Virgen de los Reyes portando la corona sustraida. Siglo XIX.

En un clima de cierta tensión, al amanecer de aquel martes de la primavera de aquel año de 1873 el cabildo de capellanes reales hubo de reunirse con carácter de urgencia ante la gravedad de los hechos acaecidos en la noche anterior, la sacrílega sustracción de varios elementos que formaban parte de la vestimenta de la Virgen de los Reyes, a saber: corona, peto, alhajas varias y una flor de pedrería que solía portar en su mano el Niño Jesús, tal como ha recogido en sus interesantes investigaciones la profesora Teresa Laguna. 

Avisado el Cardenal Arzobispo Luis de la Lastra, la noticia del expolio corrió de boca en boca, congregándose gran cantidad de curiosos en el entorno de la catedral a la búsqueda de las últimas novedades de un caso que había entristecido a la ciudad tanto por el atentado que suponía a su patrona como la pérdida de una parte importante de su patrimonio. Ni que decir tiene que la prensa no tardó en hacerse eco de lo sucedido, planteando, como en el caso del diario La Andalucía algunas incógnitas:

"Lo extraño del suceso es que la gran verja que sirve de puerta de entrada no tenía señales de haber sido forzada. ¿Por dónde entraron los autores del robo? Sin duda se quedarían dentro de la capilla desde el día anterior; y aun siendo así, ¿Por dónde salieron? Cuestiones son éstas que la autoridad se ha encargado de aclarar."

Para mayor abundamiento, el delictivo suceso se propagó hasta la capital del Reino, (perdón, de la República), ya que el diario El Imparcial de Madrid publicaba citando a otro colega sevillano:

"Dice El Español de Sevilla que el jueves se echó de ver que a la imagen de la Virgen de los Reyes de la real capilla de la Catedral le habían robado la corona y el peto, ambas alhajas de oro, plata y piedras preciosas. Sin duda el robo se hizo por el camarín y se supone que los ladrones quedaron escondidos en el templo desde el día anterior. La corona robada es la real de San Fernando, donado por el Santo Rey a la imagen, juntamente con el peto, propiedad que fue de doña Berenguela su madre. Su valor, aparte de su mérito histórico, asciende a unos 30.000 duros".

Dejando aparte que esos 30.000 duros ahora serían unos 900,00 euros, la corona sustraída, llamada de las águilas, pudo haber formado parte de las posesiones de doña Beatriz de Suabia, esposa de  Fernando III el Santo, era una pieza de gran antigüedad, y poseía además una secular tradición que hablaba de una legendaria donación fernandina a la Virgen. 

En respuesta a lo sucedido, el Cabildo de la catedral, anticipándose al devenir político y al gobierno de Madrid, y esperando una inminente incautación de sus bienes, ordenó actualizar los libros de inventario y aumentar la vigilancia de sus dependencias, capillas y estancias, efectuar registros de todos los espacios públicos antes de cada cierre y aumentar el retén de guardia nocturna, con tres peones armados acompañados por perros, bajo supervisión de un clérigo que permanecía de guardia durante la franja de la noche. Todas estas medidas, que pasaron a formar parte de un llamado "plan de seguridad", sirvieron de muy poco un año después, cuando se produjo un nuevo robo, éste también de bastante importancia, en el templo mayor de la ciudad, el del San Antonio de Murillo, que ya tuvo su espacio en estas páginas no hace mucho. 

Por cierto, calmados en parte los ánimos tras los enfrentamientos entre el general Pavía y los cantonalistas, la prensa local destacó en sus páginas que aquel año la procesión del 15 de agosto sería casi una acción de gracias por los malos momentos vividos en la ciudad, que a la Novena a la Virgen de los Reyes seguiría la solemne Octava y que la popular Velada en honor a la Virgen cobraba especial importancia:

"En la Real Capilla se celebrará la octava de su excelsa patrona, según se ha acostumbrado desde la institución de dichas fiestas, no obstante haberle retirado el gobierno desde hace tiempo la asignación que tenía señalada. 

Esta noche y mañana se verificará la popular velada en derredor de nuestro hermoso primer templo; y como los acontecimientos de los dos últimos meses han privado al pueblo sevillano de distracciones de igual clase, es de esperarse que la que nos ocupa se verá extraordinariamente favorecida."

¿Se recuperaron las joyas robadas? Lamentablemente, se les perdió la pista para siempre, sin que se hallase a los culpables o a los inductores del delito; de ahí que fuese necesario encargar una nueva corona para la Virgen de los Reyes, como quedó reflejado en la prensa local, en concreto en el diario El Español del 10 de octubre de aquel fatídico año de 1873, con una reseña que firma el "Inspeccionador de objetos artísticos": 

"Se halla expuesta en la conocida y acreditada platería de D. José Lecaroz, calle Chicarreros núm. 17 una corona de plata sobredorada que ha de sustituir a la que robaron a la imagen de la Virgen de los Reyes. Esta corona ha sido costeada por una señora devota, cuyo nombre no estoy autorizado para manifestar, y se ha construido en el citado establecimiento con arreglo a modelos y dibujos que existen de la que ha desaparecido. Esta nueva obra es en mi juicio un modelo de arte, por lo bien acabada que se halla".

Realizada bajo pautas historicistas, como ha apuntado Teresa Laguna, la llamada corona de Lecaroz consta de ocho módulos repujados enriquecidos con el añadido de pedrería que posteriormente quizá desvirtuase la idea original, la de rendir homenaje a la pieza robada y nunca más hallada, pero esa, esa ya es otra historia.


 

07 agosto, 2023

La calle de los Catalanes

En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos hacia una zona muy transitada de Sevilla, próxima a la calle Sierpes, sede de palacios, colecciones pictóricas, periódicos centenarios y que en su tiempo poseyó una Cruz con una curiosa historia; pero como siempre, vayamos por partes.

Desde la intersección de las calles Méndez Núñez y Carlos Cañal, hasta otra intersección, la existente entre General Polavieja y Almirante Bonifaz, discurre la calle Albareda, aunque hay que destacar que este nombre es relativamente moderno, como veremos. 

Afirma el Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla que, desde al menos el siglo XIV, era conocida esta calle como la de Catalanes, debido probablemente a que tras la conquista de Sevilla por Fernando III el Santo gentes de aquella región se asentasen en este sector de la ciudad, uno de los más comerciales y populosos; además, como recogió Fermín Arana de Varflora, concedió a los catalanes privilegios económicos y hasta el permiso para una carnicerías que todavía seguían funcionando a pleno rendimiento a principios del siglo XVII. El mismo autor, allá por 1804, destaca que en esta calle tenía su sede el Hospital de la Orden Tercera de San Francisco, bajo la advocación de San José,  fundado por Bartolomé de Urbina en 1755 y que habría estado ubicado en el tramo perpendicular a la calle Jaén que da a la Plaza Nueva.

Curiosamente en el plano ordenado trazar por el Asistente Pablo de Olavide en 1771 la zona aparece reseñada con el peculiar título de Cruz del Negro, muy relacionada con la esclavitud en Sevilla aunque de una manera muy especial. Corría el siglo XVII y las diferentes cofradías y hermandades de la ciudad rivalizaban en devoción, suntuosidad y solemnidad a la hora de celebrar los cultos dedicados a una de las grandes e históricas devociones de la ciudad: la Inmaculada Concepción. 

Crónicas de la época narraban que una de las corporaciones que más se distinguió con sus cultos fue la de los Negros pese a que, dado el carácter humilde de sus componentes, no siempre conseguían los fondos monetarios necesarios para tal propósito, de ahí, llegado el caso y como bien narra el profesor Isidoro Moreno en la historia de esta Hermandad, que dos oficiales de su junta de gobierno, Fernando de Molina y Pedro Francisco Moreno decidieron sacrificarse y poner a la venta su propia libertad al precio de cien pesos cada uno, recorriendo las calles principales de Sevilla pregonando tal "autoventa", ante la mirada de los sorprendidos viandantes que quedaron vivamente impresionados por el desprendido gesto de los cofrades de la Virgen de los Ángeles. 

Llegados a la desembocadura de la calle Catalanes con Colcheros, ahora Tetuán, no lejos de las tapias del convento Casa Grande de San Francisco, se detuvieron y comprobaron que gracias a las limosnas recogidas se habían obtenido ochenta pesos, que sumados a los ciento veinte que como limosna entregó Jerónimo Rodríguez de Morales permitieron al fin celebrar los ansiados cultos con todo el boato y dignidad requeridos, sin que sus vidas terminasen esclavizadas. Como recuerdo, en ese mismo lugar quedó colocada la llamada Cruz del Negro, que se mantuvo allí al parecer hasta el 20 de julio 1836 en que fue retirada por el ayuntamiento a fin de facilitar el tránsito procedente del Convento Casa Grande de San Francisco, entonces convertido en cuartel y al que se le había abierto una nueva puerta por aquel lateral. El nombre, pese a todo se mantuvo, en la conocida Tienda del Negro, taberna que Álvarez Benavides, allá por 1874 llegó a conocer y a describir de esta forma:

"Establecimiento en su clase de los más antiguos en esta ciudad, contando ya con 121 años por lo menos en el mismo punto en que se halla. La puerta principal de esta casa es una verdadera crónica de sus diversos dueños o arrendatarios, pues en sus hojas se hallan toscamente grabados y en caracteres más o menos bien hechos, muchos nombres y apellidos de dichos dueños con las fechas en las que comenzaron a regentar el establecimiento."

 José Gestoso descubrió, gracias a los padrones municipales de aquellos años, que allá por el siglo XVI vivían en la calle Catalanes desde Juan Díaz, de profesión alforjero, hasta Ferrand González, afinador, pasando por el organero Hernando de Piedrahita o un colchero apellidado Maldonado, sin olvidar que en el siglo XIX tuvieron allí su palacio los condes de Castilleja de Guzmán, famoso por acoger fiestas de la altas sociedad sevillana o, periódicos diarios diversos, como La Andalucía, con oficinas en el número 4 de la calle Catalanes o, en el desaparecido número 17, El Correo de Andalucía, fundado por el cardenal Marcelo Spínola en 1899 y cuyo primer número vio la luz el 1 de febrero de aquel año. 

En 1842, una denominada "Noticia de los principales monumentos de Sevilla", especie de guía para visitantes editada por el periódico local El Sevillano, mencionaba que en el número 10 de la calle vivía el señor Aniceto Bravo, al que dicha publicación consideraba poseedor de una de las mejores colecciones pictóricas de Sevilla, con obras de Velázquez, Murillo, Zurbarán, etc., sin menoscabo de pinturas de autores extranjeros. Poco se sabe del posterior destino de la gran colección de Aniceto Bravo, uno de los impulsores del comienzo de las excavaciones en Itálica en 1839 y a quien el viajero Richard Ford llamó "ignorante mercader de tejidos", pero todo parece indicar que fue puesta a la venta por sus herederos, y algunas piezas pasaron a engrosar la llamada Galería de Luis Felipe en el museo del Louvre, aunque otras quedaron en Sevilla.

Curiosamente, doce años antes de la fundación de El Correo, en 1877, como atestigua un azulejo colocado en el número 22, Manuel Sales y Ferré, primer catedrático de Sociología en España, fundaba el denominado "Ateneo y Sociedad de Excursiones", actualmente ubicado en la calle Orfila y que a lo largo de su centenaria historia ha sabido combinar sabiamente, "Docta Casa" la llaman, ideas, mentalidades e ilusión, que para eso son los encargados de organizar anualmente la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla.

Mención especial merece el edificio que se encuentra en la esquina de la calle Albareda con Tetuán, y que ahora es sede de una entidad bancaria sucesora del desaparecido Banco Coca. Construido en 1802, como ha descubierto el investigador Marcos Fernández, posee un patio central arcos y columnas a semejanza de esquemas del siglo XVIII y resulta ser uno de los inmuebles más antiguos de la calle pese a las sucesivas reformas a las que ha sido sometido.

En 1888 finalmente, el Ayuntamiento decidió sustituir el nombre de Catalanes por Albareda, en honor al gaditano José Luis Albareda y Sezde (1828-1897), abogado por la Hispalense, fundador del periódico El Contemporáneo y que llegó a ostentar el puesto de Senador por Sevilla, gobernador civil de Madrid y la cartera de Fomento, siendo uno de los partidarios de Amadeo de Saboya para ocupar el trono español allá por 1871, pero esa, esa ya es otra historia.


31 julio, 2023

Al aparato.

En estos tiempos, en los que el teléfono móvil ha entrado a formar parte plenamente de nuestras vidas, cuando muchos casi no podemos vivir sin él para estar conectados en el ámbito laboral, familiar o lúdico, nos vendría bien que nos acercásemos a ver cómo era eso de las telecomunicaciones en Sevilla hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes. 

Es de sobras conocido que, allá por el siglo XIX, el italiano Antonio Meucci y el escocés Graham Bell rivalizaron por la autoría de la invención del teléfono, pues aunque al primero se le otorga el honor de ser el creador de esta forma de comunicación a la que llamó "teletrófono", al segundo le cupo la posibilidad de comercializarla, enriquecerse y llevarse los honores. Meucci, allá por 1849 usó hilos de cobre con dos auriculares para poder lograr algo tan increíble como transportar el sonido desde su oficina hasta el dormitorio de su esposa, enferma crónica  y  Graham Bell, por su parte,  logró la primera conexión telefónica entre dos habitaciones, llamando a su ayudante Thomas A. Watson a través de un rudimentario auricular con estas palabras que han pasado a la posteridad: "Señor Watson, venga aquí, necesito que me ayude", patentado el teléfono en 1876.

Graham Bell, al aparato.

El invento telefónico se fue extendiendo por toda Europa y Norteamérica entre el siglo XIX y el XX, síntoma de los avances en lo tecnológico. Como curiosidad, el abogado y aristócrata Rodrigo Sánchez-Arjona (1841-1915), hombre culto e interesado por los últimos descubrimientos científicos que se producían en su época,  (tanto que en su pueblo natal extremeño de Fregenal de la Sierra llegó a ser apodado como "El Brujo" por sus ocurrencias y artilugios) logró por su cuenta la primera llamada telefónica en el ámbito rural en España y una de las primeras a larga distancia en Europa. No contento con eso, en diciembre de 1880 (sólo cuatro años después de la patente de Graham Bell) consiguió la primera comunicación entre su residencia de Fregenal de la Sierra y Sevilla, utilizando para ello la línea telegráfica. Aquello constituyó todo un sorprendente logro, pues hasta la central de telégrafos, entonces en la calle Sierpes, llegaron las voces del propio Sánchez-Arjona y la de su hija pequeña, que incluso cantó una petenera "en directo", tal como se encargó de investigar a fondo José Manuel Holgado Brenes en su libro "¡Aquí Sevilla... Oiga Fregenal!", editado en 2011.

En el caso de Sevilla, la concesión estatal de los servicios telefónicos estuvo en manos privadas, pues se sabe que en la Guía de Sevilla de Gómez Zarzuela de 1885, figura un tal Ramón García Camba, con domicilio en la calle Rábida 6, actual Marqués de Paradas, dedicado al negocio de los teléfonos. Hay que decir que el coste del servicio no parecía barato, ya que abonarse a una línea dentro de una red urbana costaba quinientas pesetas de entonces al año si se quería el servicio de ocho de la mañana a diez de la noche y seiscientas pesetas anuales si se deseaba servicio veinticuatro horas (lo de las tarifas planas, las permanencias y las portabilidades llegó mucho después, como podemos imaginar). 

Templete para cableado aéreo. Calle Carlos Cañal. Principios del siglo XX.

 En 1921, Sevilla contaba con 1.240 teléfonos y en 1924 la CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España), con el apoyo tecnológico de la estadounidense ITT (International Telephone & Telegraph) se pondrá al frente del monopolio telefónico en nuestra ciudad, aprovechando para ello una central en la calle  Albareda (ahora calle Carlos Cañal, casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y otra en Triana de bastante antigüedad en cuanto a su centralita. El cableado era aéreo, esto es, se sustentaba en altura mediante postes y templetes que databan de 1897.

Figura fundamental al frente de las clavijas de las centralitas fueron las operadoras telefonistas, conocidas como "las chicas de cable", personal femenino contratado con sueldos muy bajos pese a que su labor, llena de estrés y sinsabores, las obligaba a ser la voz amable del sistema y a soportar, todo hay que decirlo, comentarios de todo tipo sobre su labor, su presunta apariencia o su voz. Como prueba, en el diario El Liberal de agosto de 1925 se hacían eco de la "Revista Telefónica Española", comentando un artículo:

"La información relativa al teléfono en Sevilla es verdaderamente sugestiva e interesante, por los datos y detalles que con respecto al servicio contiene, y sobre todo por la publicación de los retratos de las señoritas telefonistas Ofelia Hidalgo Rodríguez, Angelita Loza y Rosario Ossorio Manzano, a las que si  los abonados viesen sus caras no había uno que se quejase de que no le ponían la comunicación pedida."


Nos situamos ya en los "felices años veinte", en los que la ciudad se volcó con los preparativos de la Exposición Iberoamericana, inaugurada, tras varios aplazamientos, en 1929. Fruto del "imparable" progreso tecnológico ese mismo año también quedó inaugurada la nueva central telefónica de Sevilla, propiedad de la Compañía Telefónica Nacional y que supuso el soterramiento del cableado y la supresión de los numerosos "templetes" antes mencionados, que afeaban azoteas y calles. 

Construcción del Edificio de Telefónica. Plaza Nueva. 1926-1928.

El edificio de Telefónica, situado en la esquina de la Plaza Nueva más próxima a la Avenida, fue diseñado por el arquitecto Juan Talavera Heredia (1880-1960), pieza clave, junto con Aníbal González, en el desarrollo del llamado estilo Regionalista, de ahí que éste de Telefónica posea detalles decorativos neobarrocos que proceden de la ornamentación de templos sevillanos como San Luis de los Franceses o la Magdalena, destacando el uso de la cerámica, el ladrillo tallado o la forja como elementos configuradores de dicho estilo. Además, el uso cromático de la piedra y el ladrillo y el homenaje a la giralda con el remate de la esquina a manera de mirador con varios cuerpos serán una de sus señas de identidad. 

La solemne inauguración de la nueva construcción tuvo lugar el 12 de octubre de 1929, cinco meses después de la apertura de la Exposición Iberoamericana y tuvo todos los componentes de un suceso de altura, como veremos. 

Autoridades en la inauguración del Edificio de Telefónica.

Eran las once y media de la mañana cuando el alcalde de Sevilla, Nicolás Díaz Molero, el gobernador civil y el Director de la Compañía Nacional Telefónica, señor Berenguer, recibían y cumplimentaban a las puertas del nuevo edificio al infante Don Carlos de Borbón, bisabuelo del actual rey de España, para pasar a continuación al interior, a la segunda planta. Allí, el vicario del arzobispado, Don Jerónimo Armario bendijo los nuevos equipos y centralitas a lo que siguió el consabido turno de discursos laudatorios, en los que se mencionó que la nueva central telefónica automática tenía capacidad para 6.000 líneas ampliables a 10.000; a las doce y cuarto del mediodía Don Carlos de Borbón, en presencia de todas las autoridades invitadas al acto, accionaba la palanca que ponía en funcionamiento el sistema, a lo que siguió una salva de aplausos. Detalles de aquella inauguración de postín: aparte del complejo y moderno sistema de centralitas, el flamante edificio contaba con un área de descanso y comedor para las operadoras, así como una zona de atención al público en la planta baja.


No fue el único acto relacionado con el teléfono en aquella jornada. Por la tarde, las autoridades, a las que acompañaba el dictador y jefe del gobierno general Primo de Rivera visitaron el Pabellón de Telefónica del Parque de María Luisa, donde inauguraron oficialmente la línea telefónica entre España y Argentina. Así lo contaba El Correo de Andalucía en su edición del 13 de octubre:

 "Fueron recibidos por el director de la Compañía Mr. Porotor, el ingeniero director accidental del quinto distrito sñor García Amo y alto personal de la Compañía. Inmediatamente se puso en comunicación Sevilla con Buenos Aires y el presidente dirigió un saludo al ministro del Interior de la Argentina. El ministro del Interior contestó a las palabras del general Primo de Rivera de modo efusivo y lleno de altos sentimientos de compenetración de raza. 

Después hablaron el jefe del gobierno con nuestro embajador en Buenos Aires y el embajador argentino en Madrid con el ministro de Relaciones Exteriores de aquel país. El director de la Exposición habló con el presidente de la Asociación de la Prensa de Buenos Aires."

Este pabellón, obra también de Juan Talavera con su portada que recuerda a la del monasterio de Santa Paula,  por fortuna aún se mantiene en pie, y es sede ahora de Parques y Jardines, prestando un eficiente servicio como central central telefónica, ya que estuvo funcionando como tal hasta 1989.

Pasaron los años. Hace ya cierto tiempo que la "Telefónica de la Plaza Nueva", testigo incluso de tiroteos y disparos de artillería en las primeras horas de la Guerra Civil en julio de 1936, quedó vacía y sin utilidad. Su destino por el momento es incierto, barajándose varios usos entre los que ha figurado la compra por parte de una conocida marca de joyería y, como no podía ser menos, su conversión en hotel, sin que se sepa a ciencia qué va a ser de este edificio en esta época en la que los teléfonos fijos (o "de sobremesa") cada vez tienen menos uso.

Se nos quedaba en el tintero, el antes aludido infante don Carlos falleció en Sevilla el 11 de noviembre de 1949, siendo sepultado muy cerca de la Plaza Nueva, en la cripta que posee la Hermandad Sacramental de Pasión en la Iglesia del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia.

FE DE ERRORES: queda modificado este post con mención especial en él a la figura del fotógrafo e investigador José Manuel Holgado Brenes, a quien olvidamos citar por error involuntario por nuestra parte. 

24 julio, 2023

La del Camello.


Para esta última semana de julio (siempre por la sombrita) hemos decidido acudir a un lugar poco o nada transitado, que pasa desapercibido para muchos, menos para los hermanos de cierta cofradía del Domingo de Ramos, que ahora tiene nombre de capataz, que bien podría marcar arqueológicamente dónde comenzó a fraguarse la historia de Sevilla y que hasta tuvo nombre de camélido, sí de camello; pero como siempre, vayamos por partes. 


Perpendicular a la Cuesta del Rosario, a la derecha si se viene subiendo desde la Plaza del Salvador una vez que se ha pasado la desembocadura de Francos, subsiste allí una pequeña barreduela. De 1665 se conservan referencias en las que se denominaba del Camello a este calleja sin salida que daba a la entonces plaza de la Cruz de San Pedro, desconociéndose el motivo de tal apelativo tan curioso, puede que debido a su trazado curvo y ascendente, de hecho Álvarez Benavides en 1874 indicará: 

"La callejuela sin salida, que como queda dicho, forma el cuarto trayecto, se conocía vulgarmente por Callejuela del Camello, sin duda por la circunstancia de haber comparado la totalidad de la calle con el lomo de aquel animal y ser dicho punto la parte más elevada."

Mantendrá tal nombre hasta bien entrado el siglo XIX, pues en 1845 se conservaba todavía, aunque en 1868 se le dio el nombre que ha llegado hasta 2019: Galindo, en honor al almirante Cristóbal de Eraso y Galindo, nacido en Écija en el siglo XVI, experimentado marino que llegó a estar al mando de la Flota de Indias con el rango de capitán general.

La supresión del tapón urbanístico que sufría desde siglos la Cuesta del Rosario, supuso que quedase como bocacalle a ésta, y en 1932 se acordó sustituir el pavimento en rampa por tramos escalonados, ya que quizá estemos hablando de la calle de Sevilla con mayor pendiente y desnivel; al subir gira hacia su izquierda y se estrecha conforme llega a su final, dando a esta calle las traseras de edificios cuyos frentes dan bien a Cuesta del Rosario, bien a la calle San Isidoro. 


Acotaciones de Collantes de Terán en la calle Galindo. 1944.

Uno de los aspectos más interesantes de esta zona, la más elevada de la ciudad como decíamos, surgió durante las excavaciones arqueológicas realizadas por el profesor Collantes de Terán en la zona que sirvió para construir un edificio con fachadas a Galindo y Cuesta del Rosario, que dieron como resultado hallazgos de bastante importancia como veremos a continuación y que fue, además, la primera estratigrafía como tal realizada en Sevilla, o sea, el primer estudio sobre superposición de capas o estratos de la tierra con la finalidad del análisis de su antigüedad. La investigación dejó claro que la ciudad primitiva se habría alzado sobre un promontorio cercano a un río Guadalquivir que hace más de dos mil años transcurría por un cauce muy distinto al actual, ya que se cree que uno de sus brazos bajaba por la Barqueta hacia la Alameda, Campana, Sierpes y Avenida hacia la Puerta Jerez, lo que explicaría la existencia de un barrio portuario bajo el actual Patio de Banderas.

Tal como ha analizado Manuel Vera Reina, la secuencia histórica de esa excavación de 1944 hablaría de restos situados entre el siglo IV a. C. hasta el siglo XVII d. C., destacando el hallazgo de un nivel más antiguo de etapa turdetana, un pequeño vaso de barro de 10 centímetros de alto con cuatro monedas de plata cartaginesas, dos de ellas con la cabeza de Tanit (equivalente a la diosa fenicia Astarté) en el anverso y dos con la de Asdrúbal (siglo III a. C.) y el descubrimiento también de un edificio de cierta entidad fechado en época posterior, edificio ubicado en una zona de tierra quemada, lo que indica que fue víctima de un incendio; en el nivel 2, ya en tiempos romanos, se hallaron los restos de unas termas del siglo II d. C., conjunto de suma importancia que habría estado formado por una gran sala central a la que se accedía por dos corredores, unida a otras dos más pequeñas, acompañadas de piscinas y fuentes decoradas por los correspondientes mosaicos, más otra zona que sería equivalente a unos vestuarios.

Reconstrucción de las termas con sus mosaicos, por Manuel Vera Reina.

No se privaban de lujos los hispalenses de aquellas fechas, pues las piscinas, aparte de abundante agua, habrían tenido una profusa ornamentación con ricos mármoles, exquisitas incrustaciones de conchas marinas y los antes aludidos mosaicos, (pueden verse aquí) conservados hasta no hace mucho en el sevillano Museo Arqueológico,  y que suponemos que ahora se habrán almacenado convenientemente antes del inicio de las obras de remodelación de dicho museo de la Plaza de América. Realizados con motivos marinos como peces o crustáceos y con el blanco y el negro como colores protagonistas, siguiendo las modas estéticas de los tiempos del hispalense emperador Adriano, los llamados "mosaicos de la Cuesta del Rosario" constituyeron una prueba más de la importancia de esa zona de la ciudad para entender cómo fue la Hispalis romana y su estructura urbana. 

Tradicionalmente se ha mantenido que la zona de la Alfalfa-El Salvador, habría configurado en esos años el eje cuyo epicentro sería el Foro, corazón de la ciudad romana; el hallazgo, en el año 2006, en la Plaza de la Pescadería de una cisterna de tiempos del emperador Trajano, utilizada para recibir el agua procedente del acueducto de los caños de Carmona ha supuesto la necesidad de un cierto cambio en la idea de esa Sevilla romana y que ha obligado a poner en cuestión antiguas teorías a lo que hay que unir todo lo descubierto en la plaza de la Encarnación (el actual Antiquarium) o el reciente y desconocido tramo de muralla romana hallado en las obras de un hotel en la Plaza de San Francisco. Como puede apreciarse, aún queda mucho por hacer en el ámbito histórico y arqueológico.

Como podemos comprobar, nos movemos por vericuetos llenos de historia de todas las épocas, sin que debamos olvidar que en esta zona se localizó, en 1488, el denominado Mesón de Castro o un retablo callejero dedicado a la Virgen del Rosario que darían nombre a la Cuesta así llamada e incluso la calle que comentamos fue sede de un corral de vecinos, el llamado Corral del Duende, del cual hemos hallado una curiosa reseña sobre un sangriento suceso acaecido en marzo de 1897 como apareció reflejado en las páginas del diario El Noticiero Sevillano:

"UN HERIDO.

En el corral del Duende, situado en la calle Galindo número 8, se celebraba anoche entre los vecinos una fiesta en la que reinaba la alegría y el orden más completo. Las muchachas del barrio bailaban alegremente a los sones de un pianillo que conducían Manuel Marcos Gil y Emilio Sánchez Barrera, cuando éste último dio un grito y cayó herido.

No se puede precisar el motivo de la agresión, pues ni medió contienda entre los organilleros ni aún se dirigieron palabras de ninguna especie; solamente se sospecha que por disconformidad en el reparto del dinero que por el alquiler del piano debían cobrar, el Marcos, sin previo aviso, dió a su compañero una puñalada. Trasladado a la casa de socorro de la plaza de San Francisco por un guardia municipal y dos serenos, se le apreció por el profesor de guardia D. Eduardo Fernández, una extensa herida en la parte superior del muslo derecho que fue clasificada de pronóstico reservado. Después de practicada la curación fue trasladado al Hospital central en estado relativamente satisfactorio.

El agresor fue detenido. La fiesta, nos parece inútil consignar que quedó interrumpida en medio de la confusión propia de este caso y los sustos y desmayos correspondientes."

Debido a la "movida" juvenil de fines del siglo XX que convirtió al entorno del Salvador/Cuesta del Rosario en zona de ocio descontrolado, se colocó en la calle Galindo una cancela para impedir la entrada, algo similar a lo sucedido con el callejón de Oropesa al inicio de la calle Cuna. Para finalizar, en el año 2019 la calle Galindo vio sustuido su nombre por el de "Capataz Luis León Vázquez" en honor al destacado cofrade del mismo nombre (1939-2020), miembro de las hermandades de la Macarena y del Amor (que tiene por ahora su casa Hermandad al final de la calle que comentamos) y creador de la primera cuadrilla de costaleros no profesionales de la ciudad, allá por mayo de 1972, cuando un grupo de jóvenes sacó procesionalmente el paso de tumbilla de la Virgen de las Aguas del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia. 


17 julio, 2023

La calle del Diablo.


En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos, (siempre por la "sombrita"), hacia la feligresía de Santa María la Blanca, donde nos encontraremos con una calle con nombres distintos a lo largo de su historia y que fue testigo de inusuales sucesos; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre San José y Fabiola, a la altura de la iglesia que fue primero templo mercedario y ahora sede de la prelatura del Opus Dei, la actual calle Farnesio es un muy buen ejemplo de calle estrecha y peatonal, recuerdo quizá de aquel entramado urbano que conformó la Judería sevillana y lugar privilegiado para apreciar la belleza de la cúpula de la cercana parroquia de Santa Cruz. En uno de sus lados conserva varias casas-patio del siglo XVIII, los números del 6 al 12, varias de ellas integradas en un pequeño hotel de los denominados "con encanto", mientras que en el contrario existe un edificio moderno con gran patio, quizá recuerdo de algún corral de vecinos extinguido en esa misma zona. Ortiz de Zúñiga en sus Anales de 1677 cuenta que a esta calle daba un pasadizo procedente de las cocinas del antiguo palacio de Samuel Leví, posteriormente de los Marqueses de los Ríos y actual Casa Fabiola propiedad del Ayuntamiento y sede de la Colección Bellver.

Desde 1840 fue rotulada como Farnesio, en honor al militar Alejandro Farnesio (1545-1592), Duque de Parma, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria, con quien mantuvo una gran amistad; héroe en la batalla de Lepanto, obtuvo éxitos militares en Países Bajos, siendo designado gobernador en Flandes siempre bajo la bandera de la corona española. Farnesio probablemente nunca estuvo en Sevilla, pues no aparece en las relaciones del séquito que acompañó a Felipe II en su única visita a Sevilla en 1570, pero en cualquier caso, el nombre quedó ahí hasta nuestros días, aunque en épocas anteriores se llamó a esta vía como calle de San José, de San Antonio, o incluso, calle del Diablo. ¿A qué se debe este nombre tan infernal?

Lo contaba uno de nuestros habituales cronistas, el escritor sevillano Manuel Chaves Rey allá por 1894, mencionando que el origen de tal denominación arrancaba, según él, de las celebraciones del Carnaval de 1548, fiestas que eran usadas por no pocos para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, como veremos. El caso es que, unidos en envalentonada cuadrilla, un grupo de cuatro jóvenes "de licenciosas costumbres" dedicaron la jornada a no pocas tropelías, hiriendo a tres personas e incluso saqueando un bodegón, marchándose, bien aliñados de mosto y aguardientes hacia la zona del convento de Madre de Dios; allí, pese a lo avanzado de la noche, en un callejón casi a oscuras, encontraron de frente a un anciano que acompañaba a una joven damisela. 

Sin pensárselo un segundo, uno de los excitados jóvenes se aproximó a la muchacha y sin previo aviso, tirándole fuertemente del manto que cubría su rostro, le estampó un sonoro beso entre las ebrias carcajadas del resto; el anciano, su padre por más señas, ciego de ira por tamaño desacato, intentó hacerles frente, pero quedó al final inmovilizado tras el breve forcejeo que siguió a continuación y que concluyó, a la postre, con la lógica victoria de los malvados asaltantes, prestos ya a la fechoría; pero de pronto, todo cambió de manera inesperada, pues uno de los asaltantes, vivamente impresionado por la belleza de la desvalida muchacha, en aquellos momento desmayada por la impresión, decidió defenderla a capa y espada de la lujuria de los demás, iniciándose un sangriento duelo del que salieron malparados y heridos dos de los contrincantes y el tercero, desarmado, prefirió poner pies en polvorosa antes que encontrar una muerte segura, adentrándose en el intrincado laberinto de callejas de San Bartolomé.

Agotado y sudoroso de dar mandobles y estocadas, el joven caballero se disponía a acercarse a la hermosa joven cuando, bruscamente, un aterrador escalofrío sacudió su espinazo. Una extraña presencia cuyos ojos "brillaban con luz fosforescente y en su rostro se dibujaba una mueca espantosa" se aproximaba a sus espaldas blandiendo un acero. El metálico eco de los lances y el entrechocar de las espadas se prolongó durante unos breves segundos, pues el joven caballero cayó mortalmente herido a las primera de cambio por un certero giro de muñeca de aquel ser espectral y terrorífico. 

Amaneció en aquella solitaria calleja. Los primeros viandantes encontraron yaciendo en el suelo los cuerpos de la muchacha y su padre, quienes poco a poco se recuperaron de su más que agitada noche, narrando a todos sus cuitas, pero, ¿y el cuerpo del galán? Fue como si se lo hubiera tragado la tierra, o mejor, como si se lo hubiera llevado el diablo, victorioso tras aquel lance de espadas. Nunca pudo hallarse el cuerpo. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que aquel trance era cosa demoníaca y muchos se persignaban musitando jaculatorias y oraciones.

Para conjurar tan maléfica presencia, los vecinos acordaron con determinación colocar una pequeña hornacina y en su interior una imagen de San Antonio, un santo que se las tuvo que ver con el Maligno en varias ocasiones saliendo siempre victorioso del trance. Siempre iluminada por dos humildes farolillos de aceite y que a la vez, alumbraban la calle, durante años fue prudentemente evitada por muchos, por el miedo tanto al demonio como a los amigos de lo ajeno, ya que era perfecto escenario para andanzas de este tipo. 

Por cierto, no fue aquel el único suceso macabro acaecido en la antigua calle de San Antonio o Farnesio, ya que el diario sevillano La Andalucía, allá por 1897, recogía en su edición del 4 de junio la siguiente noticia: 

"En el hueco de la puerta de la casa número seis, sita en la calle Farnesio, encontró anteanoche el guardia nocturno un bote de grandes dimensiones conteniendo un feto. Al momento dio cuenta del extraño hallazgo al comandante de la guardia municipal señor Mazuelos y al brigada señor Orellana, avisándose al juzgado de guardia, que dispuso que fuera llevado el frasco al departamento anatómico".

Como curiosidad, andando los años, en el siglo XIX tuvo su sede en esta calle la Imprenta "El Obrero de Nazaret", de cuyas planchas salieron numerosos títulos, entre ellos algunas de las primeras obras de Juan Francisco Muñoz y Pavón, y en la esquina con la calle Fabiola puede hallarse un edificio de estilo regionalista diseñado en 1931 por el arquitecto Francisco Pérez Bergali (1898-1973) para Antonio Barrio Romero, con fachada a la propia calle Farnesio y donde el propio arquitecto tuvo su estudio; por cierto, que Pérez Bergali también fue Hermano Mayor de la Hermandad de la O, precisamente en la etapa en que tiene lugar el tristemente famoso accidente de su paso de palio con un tranvía en 1943, pero esa, esa ya es otra historia.



10 julio, 2023

Por quién doblan las campanas.

Elementos indispensables durante años en las ciudades, no sólo para marcar las horas diarias, sino para comunicar cualquier desgracia o alegría, cualquier peligro o regocijo, una plaza sevillana lleva su nombre, un pueblo de la comarca de la Campiña de Carmona también y por supuesto, su sonido en espadañas y torres va parejo a la vida cotidiana. Hoy, en Hispalensia, hablamos de campanas y su sonido, pero como siempre, vayamos por partes. 

Usadas ya por civilizaciones asiáticas o egipcias en los primeros tiempos, tanto griegos como romanos supieron utilizarlas, llamándolas estos últimos "tintinábula" para el culto a Marte, dios de la Guerra, de ahí que se usasen como instrumento para convocar a las tropas; no falta quien, incluso, afirma que Moisés fundió el Becerro de Oro en una campana con la que convocar al pueblo hebreo y finalmente la iglesia católica comenzó a usarlas en Italia, concretamente en Nola con la figura de San Paulino, quien fue obispo de aquella diócesis entre el 409 y el 431 y es considerado patrón de los campaneros,  al estar dicha ciudad en la región de la Campania, se dice que de ahí puede venir el origen etimológico; a comienzos del siglo VII el polémico Papa Sabiniano decretó que se pusieran campanas en todos los templos para convocar a los fieles, extendiéndose su uso en monasterios y conventos, primero en muros, luego en las torres defensivas de los propios templos, germen de los actuales campanarios. Su influencia creció a pasos agigantados, pasando a convertirse hasta en trofeo de guerra, como sucedió con el caudillo musulmán Almanzor en el año 997, cuando se llevó las campanas de la catedral de Santiago de Compostela a Córdoba para fundirlas y convertirlas en lámparas de aceite pera la mezquita mayor.

Es interesante destacar que las primeras campanas eran de madera, luego de bronce y que cumplían con el papel de "espantar" a los malos espíritus con su sonido y, por supuesto, anunciar todo tipo de acontecimientos tanto laicos como sagrados, de hecho, durante siglos, en muchas campanas se grabó esta inscripción en latín: "Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum. Defunctos ploro, nimbum fugo, festas decoro", o lo que es lo mismo: "Alabo al Dios verdaderos, convoco al pueblo, congrego al clero. Lloro a los difuntos, ahuyendo a las tempestades, adorno las fiestas"


 Se conservan ejemplos de campanas de cierto renombre y antigüedad, como Wamba, de la catedral de Oviedo, que data de 1219 o Caterina, de la catedral de Valencia, de 1305. Templos sintoístas en Japón con sus campanas esféricas llamadas Suzu, hindúes o budistas llamadas en este caso ghanta y que se cuelgan a las entrada de los templos, y también las no menos famosas Big Ben de Londres o la estadounidense Campana de la Libertad, localizada en Filadelfia, símbolo de la Guerra de Independencia.

La conquista de Sevilla por Fernando III el Santo en noviembre de 1248 supuso el regreso de las campanas, pues la colocación de algunas de éstas en el alminar de la mezquita mayor fue uno más de los aspectos a tener en cuenta para cristianizar tal espacio. El terremoto de 1356 requirió reformar el remate de la torre y se le colocó una sencilla espadaña, y en 1373 se tiene noticia, como afirma la profesora y experta Clara Bejarano, de las primeras normas para regular los toques y repiques de campanas, por supuesto con su correspondiente lista de tasas por cada uno de esos toques en función de sus características. En 1533 la torre de la catedral poseía siete campanas, la grande, Santa Marta, San Isidro, Santa Catalina, Santiago, Santa Cruz y la pequeña o de tercia, diferenciándose entre campanas de golpe (que sonaban golpeando su badajo) o esquilas (que giran sobre sí misma para repicar).   

Ángelus, Ánimas, Difuntos, guerra o inundación (rebato), bautizo, parto laborioso, tempestad, sermón, misa, incendio, procesiones, autos de fe, llegadas de flotas de Indias, cada situación o acto extraordinario tenía sus propios tañidos recogidos en códigos con sus correspondientes tañidos, pero también las campanas marcaban las horas ordinarias, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, oración, ánimas, toque de queda (un término que nos es muy familiar por desgracia), repiques todos ellos que daban un matiz sagrado a la horas del día, superando a relojes de sol o mecánicos y que únicamente se suspendían en señal de duelo por la muerte de Cristo entre el Jueves y el Sábado Santo, sustituidos por el sonido sordo y arcaico de la matraca o carraca de madera. 

Tras la profunda reforma de Hernán Ruiz en el remate de la torre, en 1568 el nuevo campanario vio ampliado su espacio con otras tantas nuevas campanas, cada una con su propio nombre, marcando un antes y un después en el paisaje sonoro de la ciudad, como quedó reflejado en la letra popular:

          Veinticinco parroquias 

tiene Sevilla,

Veinticinco campanas,

su Giraldilla.

En la Edad Moderna, el toque de queda, por ejemplo, marcaba el cierre de las puertas de Sevilla, en torno a las nueve de la noche en invierno, y a las diez en verano. Todos estos tañidos estaban regulados, menos el de "emergencia" que quedaba bajo la responsabilidad del propio campanero; en 1713, unas ordenanzas de la Orden Franciscana en Sevilla estipulaban para él que su cometido era: 

"Cuidar de las campanas, el acuñarlas y untar los ejes, y cuando la campana estuviere empinada no la deje suelta, ni en tiempo de nieves la toque, sin quitar primero la que le hubiere caído". 

La profesora Clara Bejarano estima que en los mejores tiempos de Sevilla, allá por los siglos XVI y XVII llegó a haber ochenta campanarios y ciento setenta campanas. El paisaje urbano, tanto el visual, como el sonoro quedaba marcado por la presencia de torres y espadañas y por el sonido de repiques y tañidos, por no hablar cierto orgullo de cada feligresía por sus campanas o por el significativo hecho de que si un templo era abandonado sus campanas eran descolgadas, enmudecidas, sin esa vida que comenzaron a vivir, humanizadas, en el momento de su bautismo cuando se les otorgó su nombre. Detalle curioso, la campana principal del Convento Casa Grande del Carmen (fundado hacia 1358), en la calle Baños, realizada por el campanero alemán Distrik y que según la tradición podía escucharse en pueblos del Aljarafe situados a dos leguas de distancia, fue retirada por los franceses durante la invasión napoleónica y llevada, según relata Álvarez Benavides a Dublín para presidir un reloj en una torre, regresando a Sevilla tras gestiones de las autoridades españolas y, tras la Desamortización de Mendizábal de 1837, llevada de nuevo al mismo emplazamiento irlandés.

A un nivel más doméstico, las campanas, sobre todo en conventos y monasterios, ejercían como "mensajería" que se difundía por claustros y coros, ya que cada monja tenía su propio toque con el que ser avisada, costumbre que se mantiene y que aún hoy es visible en, por ejemplo, la Hermandad de la Santa Caridad, en uno de cuyos patios se conserva un peculiar cartel con los diferentes indicativos, desde la única campanada para el Hermano Mayor, hasta un repique y cuatro campanadas para los enfermeros, pasando por toques especiales para médicos, silleros o faroleros, sin olvidar que con un repique, una campanada y otro repique se anunciaban las visitas extraordinarias de miembros de la familiar real, prelados o autoridades. 

En Sevilla podemos encontrar la más que conocida Plaza de la Campana, llamada así porque en ella estuvieron durante un tiempo los almacenes del servicio contra incendios del Cabildo de Sevilla, con su correspondiente Campana de Fuego, que se tocaba en casos de emergencia. Trasladada posteriormente a la torre campanario de la Iglesia del Salvador, allí continúa, al cuidado de una familia, descendientes de Antonio Mendoza González, el mítico "Hombre Mosca" que ya va por la quinta generación de campaneros que vive en la torre del primitivo alminar musulmán, ahora torre cristiana escenario de los volteos y repiques a mano, pues se trata de la única torre sevillana aún sin automatizar.

Por cierto, aparte de la ya referida plaza de La Campana, en Sevilla existieron calles con nombres tan sonoros como Campanario de San Julián, actual plaza de las Moravias, Campanas de los Descalzos, actual Descalzos o Campanas de San Leandro, ahora calle Zamudio, o Campanario, a secas, ahora calle Enladrillada en la feligresía de San Román, sin olvidar que en 1974 se nominó como Campaneros a una de las calles de la recién creada barriada de Pino Montano, y que todavía, en la calle Feria, se conservaba ¿o se conserva? una campana como reclamo comercial, pero esa, esa ya es otra historia.




03 julio, 2023

Dormitorios.

En estas tórridas noches veraniegas en las que tanto cuesta conciliar el sueño por el calor, cuando el cuerpo cansado reclama dormir, no estaría mal que nos diésemos un imaginario paseo por aquellas calles que fueron lugar de merecido descanso para muchos, y no nos referimos a vías con lujosos hoteles, dignas pensiones o populares posadas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Ciudad conventual, como se ha dado en llamar, Sevilla albergó en su mejor etapa histórica casi cien conventos o monasterios, tanto de órdenes femeninas, muchas de clausura, como masculinas. El concepto de convento como "micro ciudad" quedará claro desde el primer momento siguiendo modelos arquitectónicos traídos de fuera, pues el claustro o patio principal será casi como la plaza mayor a la que darán las "calles" o pasillos que a su vez llevarán a otras dependencias, siempre otorgando el mayor protagonismo al templo. Dentro del entramado de habitaciones o estancias que poseía cualquier monasterio o convento, como la Sala Capitular, la Enfermería o el Refectorio, del que hablamos en su momento, otro lugar, aunque secundario lo constituían los dormitorios para la comunidad. Habitualmente eran comunes, enormes salas corridas apenas divididas con cortinas, en otras ocasiones existían celdas individuales que aunaban austeridad con aislamiento y por supuesto, mención aparte, las habitaciones del prior, superiora, abad o madre general, quien por su cargo poseía estancias quizá algo más destacadas. 

En cualquier caso, los dormitorios conventuales solían situarse en plantas baja (para verano) y altas (para invierno), quizá encima de la zona de cocinas para aprovechar el calor que provenía de las mismas y conectados al claustro y no lejos de la iglesia, ya que era habitual que los monjes o religiosas tuvieran que levantarse, previo toque reglamentario de campana, para rezos a horas nocturnas intempestivas diariamente, como para Laudes o Maitines. El hecho de colocar los dormitorios por encima de otros aposentos tenía que ver, seguramente, con la idea de aislamiento en altura del exterior y el impedir que por esa zona alguien entrase... o saliese, aunque no faltaban fuertes rejas de forja para impedir tal circunstancia.

Despojados de su función, se conservan los antiguos dormitorios del convento de Santa Clara o los de Santa Inés, ambos con la misma función como salas de exposición, o los de Santa Rosalía, utilizados como espacio para celebraciones gestionado por las propias religiosas para allegar fondos a su comunidad. No es de extrañar, por tanto, que en Sevilla se conserve aún hoy una calle con el nombre de Dormitorio, la que va desde la Plaza del Cristo de Burgos hasta Alhóndiga y cuyo origen está en esa estancia perteneciente al convento de Trinitarios Descalzos, del que se conserva por fortuna su torre e iglesia, sede ahora de la Hermandad del Cristo de Burgos. El nombre al menos ya existía en 1728, pero probablemente se utilizase de mucho antes. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Calle con mucha circulación rodada, y que forma un trazado ligeramente curvo, a comienzos del siglo XX estuvo en ella, en el número 6,  la Fundición de Manuel Grosso ya allí al menos en 1860, y de la que salieron piezas para el Palacio de San Telmo o la Catedral; el edificio, puede que ya sin uso,  despertaba denuncias como ésta recogida en el diario El Liberal de diciembre de 1918:

"Se nos quejan los vecinos de la calle Dormitorio de que la fachada de la casa número 6 está convertida en mingitorio público, hasta el extremo de que el rincón lo ponen intransitable los numerosos desaprensivos que allí evacuan sus necesidades. Sería conveniente que por la brigada de desinfección se saneara aquel lugar, que buena falta le hace. También nos dicen que la farola del centro de la calle está apagada desde tiempo inmemorial, y como el pavimento está imposible, los vecinos de la calle Dormitorio viven mejor que quieren".

Foto: Reyes de Escalona. 

 En su esquina con la plaza del Cristo de Burgos alberga el conocido Bar Coloniales, fundado en 1992 pero que posee antecedentes de una antigua tienda de vinos y comestibles, recuerdo quizá de cuando aquella zona era llamada Vinatería, coincidiendo con el sector de Sales y Ferré, por la presencia de numerosas tabernas (quizá de ahí provinieran las quejas vecinales por "aguas menores" en la calle). 

Sin embargo, hubo otras calles "Dormitorio", hoy desaparecidas o con nombres distintos:

Dormitorio del Carmen, el tramo de la actual Pascual de Gayangos, en el barrio de San Lorenzo, llamada así porque los mencionados dormitorios del convento Casa Grande del Carmen daban a esa zona, de hecho en la actualidad a esa calle da la salida de la Escuela Superior de Arte Dramático, ubicada en ese antiguo e importante convento. Como curiosidad, en esta calle vivió durante un tiempo el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, cuando un tramo de esta calle recibía un nombre peculiar: Espejo. Lo olvidábamos, Pascual de Gayangos, nacido en Sevilla en 1809 fue un destacado historiador, erudito y catedrático de Lengua Árabe en Madrid. 

Si tuviésemos que descubrir la calle Dormitorio de San Pablo tendríamos que acudir al tramo de la calle Bailén pegado a la puerta secundaria de la parroquia de la Magdalena, ya que se tienen noticias del uso de tal nombre desde al menos el siglo XV en alusión a que en esa zona estaban esos aposentos del convento dominico, que posteriormente quedó convertido en parroquia; en el siglo XIX la calle perdió el nombre de Dormitorio por el de la célebre batalla de la Guerra de Independencia, y además una serie de nuevas construcciones dejaron "invisible" el ábside de la iglesia, aunque se mantiene abierta la puerta trasera que da a su sacristía, con la consabida lápida de mármol para solicitar la administración de los últimos sacramentos a deshoras. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Otro de los grandes conventos masculinos, el conocido como Casa Grande de la Merced, poseyó una extensión mucho mayor a la actual, limitada ahora a patios, dependencias e iglesia del Museo de Bellas Artes; se sabe que existió una calle llamada Dormitorio de la Merced, llamada así todavía en el siglo XVII. Quizá a la altura de la calle Cepeda, muy cerca de la capilla de la Hermandad del Museo, sería buena prueba de lo comentado, ya que hay que pensar que la actual plaza del Museo es fruto de la demolición (entre 1840 y 1860) de todo un sector edificado perteneciente a este convento mercedario, escenario de cierto macabro suceso que ya hemos narrado por estas páginas.

El convento de Madre de Dios, recientemente restaurado, posee una hermosa fachada que da a la calle San José, a medio camino entre Santa María la Blanca y San Nicolás; como imaginará el lector, la calle Dormitorio de Madre de Dios se situó en uno de los laterales del claustro,  con ese nombre se mantuvo hasta el siglo XVIII en el que curiosamente pasó a denominarse Soledad en honor a un retablo callejero dedicado a una imagen de la Virgen con esa advocación. Por si alguien quiere visitarlo, aún es posible recorrer dicho claustro, ya que pertenece ahora al Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) y en él se organizan diversas actividades. En esta calle destaca por su belleza el antiguo palacio del caballero Ibarburu, del siglo XVIII, con hermosos patios y monumental escalera con azulejería, en el que desde 1946 se halla situado el Instituto Británico. Por cierto, el nombre de Soledad se sustituyó por el de ahora, Federico Rubio, en 1900 en honor al médico y cirujano fundador de la Escuela de Medicina que ocupó parte del convento de Madre de Dios.

Existió también la calle Dormitorio de los Viejos, que aludía a la presente calle Viejos en la zona entre San Juan de la Palma y San Martín; el nombre se debió a la presencia del edificio del Hospital de San Bernardo, rehabilitado ahora tras muchos años en ruinas, que acoge un Centro de Participación Activa para Mayores y cuya iglesia esa ahora sede de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina. Por cierto, el Hospital de los Viejos, como también se le conoció, fue una residencia de ancianos creada en allá por el siglo XIV, concretamente en 1355, por lo que se considera que fue una de las instituciones geriátricas más antiguas de toda Europa, pero esa, esa ya es otra historia.