Hace pocas fechas, hacíamos mención de un desaparecido convento, perteneciente a la orden franciscana y cómo su ubicación, próxima al Guadalquivir, provocó no pocos problemas por las frecuentes crecidas del río; en esta ocasión, no sólo aludiremos a algunos interesantes pormenores sobre dicho convento, sino que nos centraremos en la no menos intrigante historia de uno de sus frailes, aquejado de "Molinismo", mal llamado entonces así allá por el siglo XVII; pero, para variar, vamos a lo que vamos.
El Convento de San Diego fue creado en torno al año 1589, pese a que la presencia de los franciscanos descalzos se ha documentado ya desde la conquista de Sevilla por San Fernando en 1248; aunque primeramente se habían establecido en las proximidades de la Macarena, finalmente el cabildo de la ciudad les otorgó una porción de tierras cercanas a la Puerta de Jerez, no lejos del Prado de San Sebastián, así como una limosna de 3.000 ducados a pagar en tres plazos anuales con la que iniciar el proceso de construcción del nuevo convento, cuya iglesia fue solemnemente bendecida por el Cardenal Rodrigo de Castro en 1592, contando con un retablo mayor (cuyo paradero se desconoce) en el que participaron Gaspar Núñez Delgado y Diego López Bueno más Juan Martínez Montañés, autor al que se atribuye la escultura de San Diego de Alcalá que hoy día se conserva en la iglesia conventual franciscana de San Buenaventura.
La riada de 1783 provocó la mudanza de los frailes al entonces vacío noviciado jesuita de San Luis de los Franceses, donde permanecerían hasta la llegada de las tropas napoleónicas y regresarían tras el fin de la Guerra de Independencia, pero, a la postre, el retorno de los propios jesuitas hará que los franciscanos hayan de buscar nueva sede, toda vez que el primitivo convento había sido convertido en industria de pieles bajo la dirección del británico Nathan Wetherell. Tras el preceptivo pleito con el súbdito de su Graciosa Majestad, éste se avino a compensar a los frailes con cuatro casas y un solar que habían formado parte del llamado hospital de San Antón en la calle de las Armas, actual de Alfonso XII, lo que explica que en el ático de la portada de acceso a dicho recinto se halle una pintura mural de San Diego de Alcalá como recuerdo de la presencia franciscana en aquel lugar y que en el interior del templo se venere a la imagen de la Inmaculada Concepción, Virgen del Alma Mía, procedente de San Diego.
Foto Reyes de Escalona. |
Pasados los años, tras transformar los Duques de Montpensier el palacio de San Telmo como residencia, el antiguo convento de San Diego fue convertido en alojamiento para el personal de servicio de los duques, que usó la iglesia como capilla propia, hasta su posterior derribo en el año 1892 dentro de los planes de creación del actual Parque de María Luisa. En aquel lugar, ahora, se alzan el Casino de la Exposición y el Teatro Lope de Vega, ambos procedentes de la Exposición Iberoamericana de 1929.
Hasta aquí, someramente, la pequeña historia de este convento, por el que dejaron huella un sinfín de monjes (llegó a tener 45 en 1648) y en el que ejerció como Padre Guardián el Beato Fray Juan de San Buenaventura, que alcanzó dicha beatificación en 1728 tras morir como un mártir en Marruecos en 1631. Sin embargo, merece también un espacio otro fraile, pero por otras circunstancia, pues fue condenado por el Santo Oficio, ¿Su nombre? En el mundo, Pedro José Romero, nacido en Villamanrique, en la religión fray Pedro de San José, allá por las postrimerías del siglo XVII.
Chaves y Rey cuenta que Fray Pedro cayó en el error de seguir las enseñanzas del místico aragonés Miguel de Molinos, impulsor del denominado Quietismo, que abogaba por la vida contemplativa llevada al extremo de la pasividad espiritual. Condenadas por heréticas dichas ideas por el Papado, la Inquisición comenzó a sospechar e investigar a nuestro fraile, hasta que finalmente fue apresado y llevado al Castillo de San Jorge, en Triana, para ser sometido a interrogatorios e investigaciones por espacio de tres años.
De ese proceso se pudo saber que Fray Pedro aprovechaba las confesiones para indicar a las mujeres a las que dirigía espiritualmente que no era necesaria la confesión sino "meterse en un rincón y estarse allí en oración, y que esto era bastante para ponerse en gracia de Dios", que el propio Jesucristo le había nombrado su profeta ante el inminente fin del mundo y que por tanto tenía carta blanca para cualquier cosa, sin que pudiera considerarse pecaminosa; además, no sólo sería profeta, sino Pontífice de una nueva iglesia en la que él nombraría "apóstolas" a sus seguidoras, aunque para ello, decía, sería crucificado en la Cruz del Campo, enterrado en Tablada y resucitaría al tercer día para combatir al Anticristo, que según el monje ya había nacido en Babilonia.
Aparte de todo esto, fue acusado de "Solicitación", o lo que es lo mismo, de requerir favores sexuales o solicitar actos deshonestos a sus confesantes femeninas, algo que la Iglesia estaba intentando combatir desde el Concilio de Trento (1545-1563) con la obligatoriedad del uso del confesionario como "barrera" entre el confesor y el penitente. Por ello, la Solicitación era considerada una burla del sacramento de la penitencia y un atentado contra la fe, de ahí que se catalogase como una práctica herética.
No es de extrañar, por tanto y como recogió oportunamente Montero de Espinosa, que el tribunal del Santo Oficio dictaminase en contra del fraile "solicitante" o "solicitador":
"Fallamos que, atento al proceso fulminado contra fray Pedro de san José, que presente está, que le debemos declarar y declaramos por hereje, hipócrita, iluso, infestado del error de los alumbrados y profeta falso y por haberlo sido, mandamos sea sacado de la sala de este Santo Tribunal con sambenito de dos aspas, estando en pie dicho reo siempre, y absuelto, se le quite; y al día siguiente sea llevado a su convento con ministros y secretario de esta causa, y en presencia de toda comunidad, excepto los novicios, se lea todo el dicho proceso y sentencia y que allí se le dé una disciplina circular, y le privamos para siempre de confesar y predicar y que no tenga voto activo ni pasivo, y que salga desterrado por diez años de Sevilla, Jerez y Villamanrique y Madrid y los lugares a éstos ocho leguas en contorno, y que las primeros seis años esté recluso en el convento que le fuese señalado y que allí sea enseñado del confesor que le dieren por director de su conciencia, enseñándole la doctrina cristiana; y que todo el dicho tiempo en los actos de comunidad tenga el último lugar de todos, y por esta nuestra definitiva (sentencia), juzgando benignamente, así lo pronunciamos y mandamos".
Todo ello quedó plasmado en el Auto de Fe celebrado el 10 de julio de 1689; Fray Pedro de San José, días antes, había abjurado de todos sus errores y pedido misericordia, lo que puede que le librase de una muerte cierta, pero no de los azotes sobre su espalda desnuda, proporcionados por todos los hermanos de su comunidad por turnos con la excepción de los novicios (la "disciplina circular" que menciona la sentencia); en cualquier caso, tras la ejecución de su sentencia debió marchar para ser confinado en un monasterio designado al efecto y, como sostienen algunos autores, el monje manriqueño pasó su vida entre grandes muestras de arrepentimiento y dolor; por cierto, la llamada Glorieta de San Diego aún permanece en pie como acceso a la Plaza de España, pero esa, esa ya es harina de otro costal.
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