Sofocados llegamos a nuestro hogar no hace ni dos días, cuando tras deambular ociosos por la antigua laguna desecada por el Conde de Barajas, Alameda hoy día, penetramos en cierto pasadizo a fin de cortar camino, pues deseábamos llegar con presteza a cierta taberna donde nos aguardaban.
Pese a nuestra premura, no pudimos por menos que detenernos estupefactos ante extraño artilugio o mecanismo...
Nos recordó cierta figura pétrea que vimos en Roma y que allí es llamada Boca de la Verdad, perdiéndose en la noche de los tiempos su origen, sin duda pagano.
¿Acaso permite el Santo Oficio que la Adivinación, prohibida por nuestra Santa Madre Igleisa, campe a sus anchas en esta ciudad? ¿Quién permite que engendros de esta calaña se adueñen de espíritus inocentes y los lleven por el camino de la perdición? Como comprenderán vuesas mercedes, cautos como somos, en principio rehusamos contribuir a esta obra de la superstición y la superchería con algún real de a ocho, aunque nos descorazonó el lema que campea en la antedicha máquina:
Como quiera que andamos en tiempos cuaresmales en los que el pecado ha de confesarse sin demora, acudiremos a nuestro confesor, pues finalmente caímos en tentación e introdujimos nuestra mano diestra en la susodicha esfinge, mas si esperan les contemos cuál fue la respuesta de la misma habrán de saber que poco sacamos en claro salvo palabrería incomprensible...