25 marzo, 2020

Calles para recordar en confinamiento (II)




Aunque ya en cierta ocasión relatábamos pormenores sobre esta vía que nos ocupa, no lo es menos que en aquel momento dejamos en el tintero narrar detalles sobre uno de los edificios más preclaros que adornaron la antigua calle del Carmen, actual de Baños: El Convento Casa Grande del Carmen. Al decir del cronista: 

“Tiene Sevilla y toda su comarca a este real convento en gran aprecio y estimación tanto por la virtud y religiosa observancia que en él han reconocido cuanto por la grande literatura que en sus hijos han admirado, los que en todo tiempo han servido de gran consuelo y alivio al pueblo cristiano”.


Erigido en 1358, gozó de merecida fama por la santidad y bien hacer de sus monjes, carmelitas descalzos, y por ocupar casi una completa manzada dentro del caserío de la collación de San Vicente, por no hablar de los innumerables bienes que atesoró a lo largo de su historia, con obras artísticas singulares y sin igual biblioteca con cuantiosos volúmenes. Obras de Murillo, Alonso Cano y otros artistas ornaban sus muros. 

Baste decir que poseyó huerto propio, dos claustros, espaciosa iglesia, presidida por devota Virgen del Carmen ejecutada en alabastro (ahora en la parroquial de San Lorenzo) y que es tenida por la más antigua imagen de tal advocación que se conserva en nuestra ciudad; con adecuada sacristía, así como amplios dormitorios y celdas, por no hablar del refectorio, que daba a la calle Hondonada, actual de Pascual de Gayangos. 

Tampoco podríamos olvidar que en ese Convento tuvieron su sede insignes cofradías, labrando capillas propias corporaciones como la Quinta Angustia o las Siete Palabras, ésta última fruto de la unión de varias hermandades que radicaron en este enclave y que gozó de adornada capilla junto a la cabecera del templo, cerca de la aludida sacristía. 

Otro tanto sucedió a la Hermandad de la Soledad, considerada entonces como la más rica y devota de todas las hispalenses, tanto por lo fervoroso de sus cultos o las ingentes alhajas de plata, como por la elevada condición social de muchos de sus integrantes, pues formaban parte de la aristocracia local, como Miguel de Mañara o los Bucarelli, y además formar parte de la Soledad era marchamo de limpieza de sangre y de pertenencia a superior estamento social (quede constancia que en nuestros tiempos intentamos pertenecer como cofrades, pero envidias y celos de otros hidalgos dieron al traste con nuestras pretensiones, decidiendo ingresar en otra Cofradía de Viernes Santo, imaginarán vuesas mercedes cuál...) 

La Capilla de la Soledad, estudiada por los doctores Pastor y Cañizares, era de lo mejor de la Ciudad, labrada con más de cuarenta metros de largo ycon magnificente retablo dorado y tallado y ensamblado por Bernardo Simón de Pineda y el no menos insigne Pedró Roldán. Capilla que ocupaba todo un testero del convento y de la que ahora no queda sino un triste solar y una placa de mármolo colacada por su cofradia como recuerdo de su glorioso pasado en tal lugar. 

Mas arribaron los invasores franceses y la Desamortización de Mendizábal en el malhadado siglo XIX, cebándose con los muros carmelitanos, despojándolo de sus bienes y repartiéndolos por pinacotecas de medio mundo como Los Desposorios de la Virgen de Murillo, procedente del Carmen, hoy en The Wallace Collection de Londres. 


A partir de 1841, y hasta 1878, el convento pasó a cuartel, la tropa de infantería sustituyó a la comunidad carmelitana, ocurriéndole lo mismo a la Iglesia y a la casa rectoral. Alojóse allí el Regimiento Granada número XXXIV, de cuya afamada Banda de Música fue director Manuel López Farfán, (autor de marchas cofradieras como "Pasan los campanilleros" o "Estrella Sublime") antes de serlo del Soria 9.


La presencia del cuartel provocaba también lógicas pendencias y ruidos, entre las quejas de unos vecinos que además soportaban afligidos también los humos de bodegas y freidurías y en general las molestias del comercio popular allí ubicado, por no mencionar establecimientos de mala nota frecuentes cerca de acuartelamientos...
 

Curioso suceso, fruto quizá de las habladurías locales, fue que una madre tenía la siniestra costumbre de decapitar a sus hijos al nacer, arrojando las cabezas al husillo que transcurría por la calle Baños, y así llegó a matar a siete de ellos. Un día desapareció la madre y posteriormente se pudo ver en la noche cómo los siete niños sin cabezas -las "terneras descabezadas"- la buscaban con denuedo maldiciéndola.


Allá por 1984 el edificio fue adquirido por el Cabildo de la ciudad, con la intención de en él la Gerencia de Urbanismo, idea desechada al poco; al fin, en 1990, el conjunto fue comprado por la Junta de Andalucía, que lo rehabilitó. ​En 2002 pasó a ser la sede del Conservatorio Superior de Música y de la Escuela Superior de Arte Dramático, donde hogaño músicos y actores se forman para deleitarnos con sus interpretaciones.

De no hace muchas fechas son estas imágenes que tomamos antes del pertinaz confinamiento en el que nos hallamos sometidos, lleven con paciencia el enclaustramiento y oren al Creador por el restablecimiento de los enfermos y la salud de todos, en buenas manos de sanitarios.
 











17 marzo, 2020

Calles para recordar en confinamiento (I)

En estos tiempos recios (como decía la Santa de Ávila), no está de más pasear imaginariamente por nuestra urbe y descubrir algo acerca de calles, plazas y adarves. Por tanto, ahí llevan vuesas mercedes reseña sobre una vía por la que a buen seguro habrán deambulado no pocas ocasiones:




Tengan paciencia, amables lectores, en estos días de enclaustramiento, que nosotros, por la parte que nos toca, proseguiremos en nuestro empeño de difundir retazos de nuestra Historia. 

#Yomequedoencasa

14 marzo, 2020

1526: una real boda

Audio emitido en la segunda semana de marzo en «Estilo Sevilla»

Disfrútenlo vuesas mercedes desde sus moradas en estos tiempos recios de cuarentenas y enfermedades, pero sobre todo, tiempos para compartir...

Salud.






03 marzo, 2020

Vía Dolorosa.




Con motivo de la celebración del Via Crucis que anualmente organiza el Consejo de Cofradías, presidido este año por la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Salud de la Hermandad de los Gitanos, aprovechamos el lance para disertar breve y modestamente acerca del origen e historia de esta práctica cuaresmal por excelencia.



24 febrero, 2020

Mercado, Cárcel, Convento...


  

      En esta ocasión, y como está próximo a celebrarse el via crucis cuaresmal del consejo de cofradías, este año presidido por el Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos, vamos a centrarnos en un convento desaparecido y que albergó a esta corporación durante ochenta años. Poco, muy poco ha llegado hasta nosotros de este convento masculino, pues sus bienes fueron incautados, como veremos, y el edificio en parte derribado y en parte transformado, como veremos también. Sin embargo, si cualquier día accedemos al Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, como por ejemplo, para admirar la gran exposición sobre Martínez Montañés, comprobaremos que en dicho museo se cobijan elementos que provienen de este cenobio masculino, nos referimos, en concreto, a los azulejos que adornan su vestíbulo o algún otro elemento que comentaremos. 

     Algún avispado oyente ya sabrá por dónde van en esta ocasión las pesquisas de nuestro numerosísimo equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios; efectivamente, se trata del antiguo Convento del Pópulo, fundado en 1625 en pleno barrio del Arenal. Por un momento, viajemos en el tiempo y acerquémonos a aquel lugar, por aquel entonces bastante peligroso y nada recomendable, extramuros, y que al decir de las crónicas estaba necesitado de “saneamiento” en tres órdenes, urbanístico, humano y espiritual, por estar “sujeto a muchas inquietudes, y asistir de ordinario por el comercio del río mucha gente vagabunda y del mal vivir como se ha experimentado”, donde de ordinario se producían “pendencias y no pocas muertes violentas”. 

    Como suponíamos, esta zona de Sevilla, fuera de las murallas, entre las Puertas de Triana y del Arenal, lo que ahora sería más o menos el Paseo de Colón, estaba casi desierta, alejada del bullicio del centro histórico. En este sector, tres padres agustinos recoletos o descalzos serán los fundadores de un convento, en principio modesto y humilde, erigido en honor a Santa Mónica, la madre de San Agustín.

            El nombre del Pópulo será agregado por culpa de un cuadro flotante, una pintura con vocación “marinera”, por así decirlo. No, no te extrañes, Antonio, lo explicamos con más precisión: en una vivienda de la cercana calle Harinas vivía Antonio Pérez, barcelonés de nacimiento por más señas, casado con la sevillana Antonia de Villafañe, ambos fervorosos devotos de la Virgen María en su advocación romana del Pópulo, de ahí que en el portal de su casa estuviera colocado un lienzo con dicha imagen mariana y sus correspondientes candelas que era encendidas puntualmente cada noche para iluminar con fervor dicha pintura y también, por qué no, alumbrar esa zona de la calle.

Cuadro de la Virgen del Pópulo en la Parroquia de la Magdalena y restaurado en 2014
             Justo un año después de la fundación del convento, llegó el llamado “año del diluvio”. Furiosos temporales asolaron la ciudad. Las aguas se desbordaron en el Guadalquivir. Las inundaciones, gravísimas, anegaron todo el Arenal, alcanzando a la propia calle Harinas y amenazando con rebasar el nivel donde estaba la Virgen del Pópulo, cosa que efectivamente sucedió y, oh prodigio, el cuadro se mantuvo flotando sobre las aguas con las dos lamparillas que lo iluminaban encendidas, sin que nunca se agotasen. Así estuvo durante tres días, casi nada, siendo testigos muchos vecinos quienes presenciaron este hecho y lo juzgaron como milagroso. 

            Cuando el peligro pasó y las aguas descendieron, el cuadro fue recogido y se decidió que éste debería estar en una iglesia y no en una casa particular. De este modo, se acordó que la suerte elegiría el lugar sagrado donde debería ubicarse, se prepararon papelitos con nombres de todos los conventos sevillanos y la mano inocente de un niño extrajo tres veces la papeleta con el nombre del convento de los Agustinos Recoletos. Una vez ubicado allí continuaron los milagros que atraerían a muchos devotos al convento y que extenderían su devoción.

Con gran alegría y “gozo espiritual” recibió la comunidad agustiniana la imagen del Pópulo, colocándola en el altar mayor, donde comenzó a ser venerada y a “resplandecer con muchos milagros”. No solo los religiosos sino los devotos de la Virgen María, patrona y protectora del convento y de los sevillanos, plantearon la conveniencia de levantar un nuevo cenobio e iglesia donde pudiese ser venerado el milagroso icono.

En 1637 el cabildo aprobó la ubicación del lugar, frente al río Guadalquivir, en su margen izquierda, y entre la Puerta del Arenal y la de Triana, denominado “de las eneas”, porque allí crecían con abundancia, extramuros de la ciudad, en lugar semidespoblado y vinculado “a gentes de mal vivir”. En torno a la fundación agustina, crecerá, no es de extrañar, el llamado arrabal de la Cestería. 

La construcción no tardó en ponerse en marcha, pues, constando de acceso a través de un porche, con su portería, varios patios o claustros, celdas ubicadas en dos plantas con mayor o menor luminosidad según la zona, enfermería, huerta, en fin, las diferentes dependencias habituales en este tipo de conventos, sin olvidar la amplia sacristía, cocinas, refectorio y demás estancias. De este modo, con el tiempo, el convento del Pópulo llegó a sobresalir por su tamaño entre el caserío de la zona y quedó convertido en noviciado y punto de salida para no pocos misioneros que embarcaban en el cercano puerto rumbo a Indias o el Pacífico, llegando a convivir entre sus muros más de cincuenta religiosos. 

La llegada de la Peste de 1649 afectará profundamente a la comunidad agustina, que se volcará en el socorro espiritual de los contagiados, falleciendo treinta religiosos y cinco sirvientes y dará lugar a un nuevo hecho milagroso, centrado en Fray Luis de San Agustín, natural de Guadalajara, gran devoto de la Virgen del Pópulo y que cuando enfermó dos veces por la epidemia, fue pagado por esta “Divina Señora” con una curación milagrosa, “en premio de su devoción”.

Área ocupada por el Convento del Pópulo según el Plano de Olavide de 1771.
 Construida en ladrillo, la iglesia constaba de planta rectangular, tres naves, crucero con media naranja, techumbre de bovedilla en cuyo encabezado estaba el retablo mayor, y dos capillas laterales. Su piso estaba baldosado de losetas de Génova azules y blancas. Ni que decir tiene que en el altar mayor recibía culto la famosa imagen de la Virgen que daba nombre al convento. La iglesia se dotaba también de una airosa espadaña con campanario. 

Hemos dejado para el final la fachada de la iglesia. ¿recuerdan los oyentes el aspecto de la fachada de la iglesia del Señor San Jorge o, lo que es lo mismo, la Santa Caridad? En efecto, se trata de una fachada decorada con paneles de azulejería y este sería el aspecto que presentaría la del Pópulo, dato contrastado gracias a crónicas de la época y a un grabado de Pedro Tortolero de 1729 que muestra el Arenal durante la triunfal entrada en sevilla del monarca Felipe V.


 La ubicación del convento desde luego no facilitaba las cosas, porque las frecuentes crecidas del río obligaban a realizar constantes obras de reparación, en algunos casos el agua alcanzaba cotas elevadas y la comunidad tenía que tomar la decisión de abandonar momentáneamente los muros del Pópulo, mientras los vecinos acudían a implorar de la Virgen del Pópulo para que las aguas bajasen. 

            La Desamortización de Mendizábal terminó con la vida monástica y con los bienes del Pópulo repartidos por diversas iglesias, como el órgano, que se halla en San Bartolomé o el retablo de Santa Rita o el mismo lienzo de la Virgen del Pópulo, ambos en la parroquial de la Magdalena. El 3 de julio de 1837, 500 presos abandonaban la ruinosa Cárcel Real de la calle Sierpes y eran internados en la nueva Prisión del Pópulo.


En 1843 la iglesia fue derribada, “dejándola hecha solar”, y consultando la necesidad de realizar en despoblado las ejecuciones capitales, se resolvió labrar en el muro zaguero del edificio una espaciosa azotea, en donde se cumplieran las sentencias de muerte en garrote; librando a los reos de ese doloroso tránsito de la cárcel al patíbulo por entre la curiosa multitud, y evitando con esto escenas repugnantes y propias a muchos desórdenes”.

Los paneles de azulejos de la mencionada fachada, por fortuna, han sobrevivido. San Agustín, Santa Clara Montefalco, Santa Mónica o San Gelasio, nos dan la bienvenida al entrar en el Museo de Bellas Artes, ya que terminaron colocados allí tras la Desamortización de Mendizábal, y la Virgen del Pópulo, en azulejos polícromos, preside el llamado patio de los bojes de la mencionada pinacoteca.


Al convento, como vemos, le aguardaba un destino como prisión provincial hasta al menos 1933. Tras sus muros los presos aguardaban cada mañana de Viernes Santo el momento del paso de la Esperanza de Triana tras los barrotes, cuando las saetas y las súplicas llenaban el aire e incluso inspiraron una marcha: “Soleá dame la mano”. Finalmente, la Prisión del Pópulo será historia desde el 14 de septiembre de 1935, cuando todo el edificio quede convertido en un solar y posteriormente en Mercado de Entradores. Pero esa, esa, esa ya es otra historia…

03 febrero, 2020

Va de pozos...


   

Rebuscando posibles temas para esta sección, nuestro habitual equipo de documentalistas, archiveros y bibliotecarios nos alertó de la inexistencia de una reseña acerca de los diferentes Pozos erigidos en Sevilla en general y pertenecientes a calles o conventos en particular. Comenzaremos, pues, por uno bastante conocido, y que es hasta "Santo":

 

   El azulejo que preside dicho lugar es bastante elocuente, en él se nos cuenta que se fundó como Fraternidad Franciscana para mujeres impedidas en 1666 por las madres beatas de la Orden tercera de San Francisco Marta de Jesús y Beatriz de la Concepción; y así debió ser, pues María del Carmen Giménez, profesora del Departamento de Historia Contemporánea de la Hispalense, cuenta que el día 5 de enero, víspera de la Festividad de la Epifanía, del año ya comentado, arribaba a nuestra ciudad la religiosa franciscana Beatriz Jerónima de la Concepción, comisionada por su superiora para lograr limosnas con que constituir un Hospital de convalecientes en el salmantino pueblo de Cabrilla.


   Pero como el hombre propone y Dios dispone, coincidiendo con que religioso dominico Fray Gonzalo de Morales, confesor de la madre Beatriz, aconsejó a ésta la creación en Sevilla de otro instituto benéfico ella misma enfermó, lo que la movió a crear precisamente ese Hospital para ella misma y otras mujeres desvalidas. No quedó ahí la cosa, pues la mismísima Superiora, Marta de Jesús Carrillo, no sólo concedió su beneplácito, sino que viajo ella misma a Sevilla para ayudar a su compañera en el fin común que ambas se habían planteado: fundar un Hospital destinado a la asistencia de mujeres impedidas en cama o ciegas.

   Entra en escena otra mujer, Doña Ana Trujillo, quien determinó proveer el terreno para el hospital que, al mismo tiempo, hizo donación de tres camas  y de un cuadro que representaba a Cristo resucitado y a San Francisco y Santa Teresa. Esta primera casa estaba situada en la calle de la Venera, actual José Gestoso

   Con dichos elementos y la limosna de 50 reales que dio el doctor en Teología Melchor de Escuda, Obispo de Bizerta, se creó esta benéfica institución bajo el título de “Hospital del Santísimo Cristo de los Dolores o del Buen Pastor”. Tres años después, la misma señora Trujillo compró en la plaza del Pozo Santo el sitio en que hoy se alza el Hospital. Fallecida la madre Beatriz, su compañera Marta de Jesús, sola, procuró completar la fundación formando la Comunidad, trazando sus reglas, que fueron aprobadas por el Arzobispo Espínola y activando la terminación de las enfermerías e iglesia. La iglesia fue abierta el 18 de enero de 1682 y bendecida el 4 de febrero de 1686 por el prelado Jaime de Palafox y Cardona.



   Hasta aquí los comienzos de esta benéfica institución, siempre digna de encomio por su meritoria labor, pero, ¿Por qué el nombre de “Pozo Santo”? ¿Existió un pozo en la zona? ¿Por qué se “canonizó”? Un azulejo, realizado por Luis Maroto de Guzmán en 1916 y colocado en ese año en el zaguán del actual Comedor de San Juan de Dios, en la frontera calle Misericordia, nos recuerda un suceso o leyenda acaecida no se sabe bien cuándo. Luis de Peraza, en su Historia de Sevilla, escrita en torno a 1535-1536 según el profesor Morales Padrón, nos lo cuenta de esta manera, reproduciento por nuestra parte el texto tal cual:

    “Otras algunas cosas hai en la real cibdad Sevilla, cuyos nombres, aunque usamos, por no saber las causas dellos, nos ponen admiración, y combidan a nuestros ánimos a que lo preguntemos. Es el primero el Varrio del Pozo Santo, al qual hombres mui antiguos, dignos de fee, llaman así; y preguntándoles yo a algunos dellos la causa, responden, en el tiempo pasado haver allí enmedio de aquella plaza, haver sido un pozo común, del qual se servía en sus necesidades todo aquél varrio, y cayendo un niño en él, súbitamente subió el agua hasta arriba hasta lanzar al niño y ponerlo sin ninguna lisión en tierra. Por esto fue aquel pozo luego aplicado a la confiscación y tapado por que más no se aprovechasen dél en usos profanos, y su nombre de Santo Pozo se ha quedado así.”


   Curiosamente, en 1832, el investigador González de León, al describir la Plaza del Pozo Santo, también aludía al mencionado hecho milagroso, ampliado la información:

   “En este sitio estaba una pintura de Nuestra Señora y al pie un pozo público en el cual por descuido casual cayó un niño y o el mismo clamó, ó sus padres lo encomendaron á la Señora en aquella pintura, y continuando en su oración vieron que las aguas del pozo subían con el niño hasta llegarlo al brocal donde sus padres lo recogieron salvo y sano. Esto movió á los cofrades del antigüo é inmediato hospital de la Misericordia á que llevasen la citada imágen dentro de su iglesia y la colocasen en su altar mayor pintando el milagro en el mismo cuadro, y levantando sobre el pozo una cruz y cercándola de rejas co-mo existe, dejando á la posteridad el nombre del pozo Santo para eterna memoria del milagro. Este nombre de Santo se le dió al pozo, y del pozo Santo tomó el nombre la pla-za, y despues el hospital qjae se fundó en ella. (…) El sitado pozo está cubierto, y en la octava de la Asunción de Nuestra Señora lo abren y se veven sus aguas, sin que en la plaza halla nada mas que observar; la cual es pequeña y está á la salida de la calle de la Misericordia.”

 

   Nada se sabe de la pintura que alude González de León, aunque curiosamente se conserva en la Sacristía de los Cálices de la Catedral un lienzo llamado La Virgen del Valle o del Pozo Santo, atribuida a Alonso Vázquez en el último cuarto del siglo XVI.


   Otro apunte con un pozo como protagonista, un suceso narrado por también por Don Félix González de León: se cuenta que en 1403 ocurrió célebre milagro que hizo, se supone, la Virgen María a través de una imagen suya propiedad de una señora natural de Écija. Todo estriba en que al parecer el hijo de esta ecijana cayó al pozo de su vivienda en un descuido y las aguas se levantaron hasta el brocal, echando fuera al niño en presencia, se dice, de innumerables testigos. Este milagro conmovió tanto a la piadosa mujer que con sus donatviso fundó un convento de monjas Dominicas con la advocación del Valle, pensamos que por tratarse de la Virgen patrona de Écija. 

Pozo hallado y expuesto en la Sala de Recuerdos

    Con el tiempo ese Convento del Valle ha quedado ahora convertido en el Santuario de la Hermandad de los Gitanos, quien conserva junto al templo, en la zona de la tienda de recuerdos, un brocal de pozo de bastante antiguedad, ¿Será el pozo que dio origen a la leyenda milagrosa? 



   Tampoco podemos olvidar que un tramo de la calle Feria, donde estaban radicados los pertenecientes al Gremio de Carpinteros, se llamó en el siglo XVI Pozo de los Hurones, en alusión a estos animales, criados al parecer para ser utilizados sobre todo para la caza de conejos. 

   Y por último, un pozo en pleno centro histórico: el del Compás del Antiguo Convento de la Paz, ahora sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja; un pozo del cuál nos cuentan que hasta los años 50 o 60 sirvió para proporcionar agua a los vecinos del patio en tiempos de sequía... 



Terminamos, pues, y aprovechamos para dejar un refrán castellano apopiado para estas letras: "Dios te dé salud y gozo y casa con corral y pozo."


29 enero, 2020

Dos mujeres para un 30 de enero.




  Mañana jueves, día trigésimo del mes primero del año, habrían cumplido años dos figuras femeninas fundamentales para comprender las primeras décadas del siglo XX en Sevilla. 

   Una, nacida entre algodones, sabrá de primera mano de una vida repleta de lujos, de sirvientes, propia de quien proviene de una estirpe real y de alta cuna; María Luisa, que así se llama, es hija un Rey al que apelaron el Deseado, aunque luego las cañas se volvieran lanzas y el Séptimo de los Fernandos fuera un monarca entregado a deshacer la labor de los liberales y empeñado en hacer regresar el Antiguo Régimen; será hermana, por tanto, de una reina, Isabel II y, andando los años, madre de otra.

   La otra mujer, Ángela, llega al mundo 14 años después y lo hace en la plaza de Santa Lucía, en una casita pequeña, en el seno de una familia humilde, muy humilde, la del padre cocinero de los trinitarios y la madre lavandera, la de 14 hermanos de los que sobreviven 6, la de la familia que lucha a diario por sobrevivir llevándose un trozo de pan a la boca, reflejo absoluto de las condiciones de vida de aquellos años complicados para las clases bajas.

   María Luisa, el mismo año que nace Ángela, contraerá matrimonio con un prometedor miembro de la aristocracia francesa, conspirador y aficionado al buen vivir: Antonio de Orleans. Obsesionado con la corona española, acechará constantemente a Isabel II e incluso, tras abandonar París y residir en Madrid y Sevilla, esperará cosechar fruto de sus cabildeos cuando su cuñada sea derrocada en 1868 por la Revolución de la Gloriosa.


   Por aquellos años, Ángela es ya una joven zapatera experta en un oficio en el que comenzó con apenas 14 años, tras el fallecimiento de su padre. En el taller de Maldonado, donde trabaja, pronto notarán que ni como aprendiz ni como oficiala es una empleada cualquiera: busca momentos para la oración, se preocupa por los pobres, como en la epidemia de Cólera y se concentra en penitencias y súplicas. Su maestra, consciente de la bondad de la joven, la orienta y la pone en contacto con un sacerdote: el padre Torres Padilla.

   En 1870 María Luisa de Borbón y su esposo ven como sus posibilidades al trono se esfuman. ¿La razón? En paraje cercano a Leganés, Antonio de Orleans mata en duelo al infante Don Enrique, de este modo, será Amadeo de Saboya el elegido para ostentar la corona en unos tiempos revueltos políticamente hablando, en los que los generales, “los espadones”, tienen mando y plaza. Malos tiempos para una familia de estirpe que residirá en el sevillano Palacio de San Telmo, antigua escuela de navegantes, donde crecerá “como una rosa” (decía la copla) María de las Mercedes de Orleans y Borbón.

   También en 1870, Ángela Guerrero ha sufrido una decepción. Convencida de su vocación religiosa, ha decidido ingresar como novicia, pero tanto las Carmelitas Descalzas como las Hijas de la Caridad intentan hacerle ver que no está hecha ni para el coro o el claustro ni para el cuidado de los desfavorecidos y las privaciones. No obstante, la joven sigue pensando por aquel entonces que está llamada a hacer algo con su vida y la de su prójimo. A partir de ese momento, animada por el Padre Terres, Ángela se concentra en preparar con minuciosidad su proyecto, la idea de constituir una comunidad en la que todo gire en torno a la oración y a la atención a los pobres. Horarios, limosnas, penitencias, comidas, ajuar, nada queda a la improvisación. Poco a poco, se acerca el momento.

   En 1875 regresa a España Alfonso XII como rey. La Restauración de la Monarquía Borbónica sacará a la luz un noviazgo oculto: el de la hija de María Luisa con el propio rey. Será un matrimonio por amor que llenará de alegría al país y cimentará la leyenda de una pareja. Ese mismo año, al fin, Ángela arranca con su proyecto: junto a otras tres jóvenes compañeras acude al Monasterio de Santa Paula para consagrarse por entero a una vida de humillación y sacrificio. Un humilde cuarto alquilado con derecho a cocina en la calle San Luis será el primer convento de la Compañía de las Hermanas de la Cruz. La primera jornada transcurre con tanta entrega a los demás que las cuatro religiosas se olvidan de guisar y duermen sin comer, aunque felices.

   En 1878, con la Institución en plena expansión, fallecerá el Padre Torres, un duro golpe para las hermanas de la cruz en general y para Sor Ángela en particular; también, en ese mismo año, María Luisa de Borbón pasa de la alegría al llanto: de la boda de su hija con Alfonso XIII a verla fallecida por el tifus apenas cinco meses después, contando apenas 18 años. El negro del luto de la corte madrileña casi es idéntico al negro de los velos de las hermanas de la cruz.

   En 1890 fallece el marido de María Luisa de Borbón, “Don Antonio el Naranjero”, apodo con que se le conocía en Sevilla habida cuenta que solía vender los frutos de sus naranjos, cuando la nobleza de la época solía regalar esas naranjas al pueblo, ¿Un poco tacaño? Quizás. La tuberculosis se había cebado con parte de los hijos del matrimonio, de hecho solo unos pocos sobrevivirán al siglo XIX. No queda nada ya de esa “Corte Chica” de San Telmo, a la que acudía lo mejor de la sociedad sevillana, junto con pintores, escritores y demás artistas de la época. La Viuda de Orleans dejará pasar los años a orillas del Guadalquivir, bien en Sevilla, bien en las propiedades familiares de Sanlúcar de Barrameda.

   Una figura une al fin a ambas mujeres: el sacerdote José Rodríguez Soto, a la sazón Capellán Real y Confesor de María Luisa de Borbón. Él será quien le hable de las Hermanas de la Cruz y de su labor, quedando profundamente impresionada por el compromiso y el testimonio de las religiosas. Nace así una vinculación entre San Telmo y la calle Alcázares, una vinculación que, como veremos, tendrá un epílogo significativo.

   Será en 1897. La Infanta María Luisa, la hija, hermana y madre de reyes de España, gran amiga de la escritora Fernán Caballero y de edad ya avanzada, enfermó gravemente en enero de ese año y falleció en su palacio sevillano el 2 de febrero, siendo su cadáver conducido al Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial. Por expreso deseo suyo no fue embalsamada y fue amortajada descalza con el hábito de las Hermanas de la Cruz.

   Sor Ángela, tras unos años de profundización en su idea de la humildad absoluta como forma de vida, abandonará el cargo de Superiora en 1928 y fallecerá, víctima de un embolia cerebral, el 2 de marzo de 1932, constituyendo su muerte todo un acontecimiento de duelo para la ciudad que unió a gentes de la más variada condición e ideología. Tan es así, que el Ayuntamiento republicano del momento, por unanimidad acordará rotular como "Sor Ángela de la Cruz" la calle en la que se encuentra la Casa Madre de las Hermanas, llamada de Alcázares hasta entonces como dijimos. 


  No, no se nos olvida: fruto de su amor por Sevilla, en 1893 María Luisa de Borbón donará a la ciudad los jardines de su Palacio, que con el tiempo se convertirán en el Parque que llevará su nombre y que se verán decorados con una estatua suya realizada por Enrique Pérez Comendador en 1929, aunque la actual es una reproducción en bronce de la original realizada en pieda que se halla en Sanlúcar de Barrameda. Representada con mirada triste, porta una rosa en las manos, símbolo quizá de su hija fallecida prematuramente... 

 
   Hasta aquí la pequeña historia de dos mujeres que tuvieron a Sevilla como lugar común y que, desde ámbitos muy diferentes, acabaron conociéndose y cultivando cierto grado de amistad y admiración. 

...o0o...

   Post Escriptum: aparte de estas dos preclaras mujeres, cada una en su estilo, el 30 de enero nació en 1970 alguien a quien apreciamos sinceramente y que cumple por tanto, 5 décadas de vida. Felicidades, compadre.