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09 diciembre, 2024

Santas Patronas.

Paralela a la muralla, entre el Arenal y la Magdalena, hoy nos centraremos en una calle en la que incluso nació un cantante admirado y famoso y desconocido por muchos. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Ubicada entre Reyes Católicos y López de Arenas, en el antiguo barrio de la Cestería, inicialmente se llamó de las Vírgenes, en honor al Hospital de las Vírgenes Santa Justa y Rufina, alfareras que murieron como mártires en el año 287 y son patronas de nuestra ciudad. Del referido Hospital subsiste, en el número 48 de la calle un antiguo azulejo del siglo XVIII representando a las Santas Patronas, ya que la tradición popular siempre apuntó a que ambas hermanas habrían vivido en esta zona próxima al río; dicho establecimiento benéfico, además, poseyó hermandad propia, perteneciente al gremio de olleros de Triana. En 1859, para evitar confusiones con el nombre de otra calle, la de Vírgenes junto a San Nicolás, el Cabildo de la Ciudad decidió emplear el de Santas Patronas, que es el que permanece en la actualidad. 

Ese tramo concreto se formó al correr en paralelo al lienzo de muralla que unía las puertas del Arenal y la de Triana, y, de hecho, en algunas de las viviendas de la calle, en la acera de los impares, se conservan no pocos vestigios de esa cerca de origen almohade; poco a poco, a lo largo del siglo XV se fueron adosando casas a dicha muralla y ya en el siglo XVII se constata la presencia de una veintena de ellas, siendo zona un tanto deprimida por su cercanía con la Mancebía (actual zona de Molviedro). Dada su proximidad al puerto, existieron en ella almacenes para diversas mercancías, como cereales y en la parte más próxima al Arenal subsisten algunos modelos de vivienda de cierta antigüedad, aunque la mayoría del caserío es en mayor medida del siglo XIX y del XX.  

Merece la pena reseñar que, como decíamos, en varias viviendas de la calle la muralla, que hace de medianera con la paralela calle Castelar, ha quedado integrada, tal es el caso del número 55 o del número 9, edificio diseñado por Aníbal González entre 1914 y 1915 y que ahora está convertido en alquiler turístico; curiosamente, en las fotos que aparecen en la web de alquiler pueden apreciarse precisamente el detalle del muro visto formando parte de la diferentes habitaciones. 

Aparte del antes aludido hospital benéfico de Santa Justa y Rufina, germen del nombre de la calle, se sabe que desde el siglo XIX y hasta no hace muchos años pervivió una pequeña capilla oratorio dedicada a la Virgen del Rosario, que incluso llegó a poseer su propia asociación para darle culto y un retablo procedente del desaparecido convento de Consolación de la calle Rioja, desaparecido en 1868. La imagen procesionó por última vez en 2009, que sepamos, mientras que un pequeño azulejo, en el número 15 de la calle, la recuerda como devoción en la misma.

Sin embargo, quizá el personaje vinculado a la calle Santas Patronas que más merezca la pena sea uno nacido precisamente en esta calle allá por enero de 1775 y que fue bautizado en la parroquia de la Magdalena como Manuel del Pópulo Rodríguez Aguilar, aunque con posterioridad cambió sus apellidos, pasando a la posteridad como Manuel del Pópulo Vicente García; el llamarse de "El Pópulo" tuvo que ver, sin duda, con la proximidad del convento del mismo nombre, del cual hablamos en otra ocasión. 

A los seis años, Manuel ingresará en el coro de la Catedral de Sevilla, recibiendo allí su primera formación musical; se sabe que hasta los catorce años vivirá en el hogar familiar junto a sus hermanas Rita y María. Eran malos tiempos para la el Teatro y la Ópera en Sevilla debido a constantes prohibiciones de las autoridades civiles y eclesiales, quienes veían en estas diversiones ocasión para que hombres y mujeres compartieran espacio, lo que iba en contra de las normas de decencia y recato de entonces. Sabedor de que en Cádiz las normas eran más relajadas, Manuel marchará allí y debutará en 1792, contrayendo matrimonio en esta ciudad en 1797 con la también cantante Manuela Morales. 

El éxito como cantante le acompañará en Madrid, Málaga y más adelante por toda Europa, que lo aclamará como uno de los mejores intérpretes del denominado Bel Canto; consagrado como tenor y compositor, entre 1811 y 1816 vivirá en Italia, donde completará sus estudios musicales y estrenará su primera ópera: El Califa de Bagdad,  con la que cosechará un sonado triunfo. Así, un sevillano interpretará a un sevillano, ya que será el encargado de poner voz al conde de Almaviva, uno de los protagonistas de El Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini estrenada en 1818 y que, en principio, supuso un sonoro fracaso.

Aquel chiquillo del barrio de la Cestería podrá presumir de ser el introductor de las óperas de Mozart e italianas en los Estados Unidos y de ser el padre de varios hijos, entre ellos la también célebre cantante  María García "La Malibrán" (1808-1836) o el inventor del laringoscopio, su hijo Manuel (1805-1906). Fallecido en París en 1832, será sepultado en aquella ciudad sin que Sevilla le haya rendido homenaje por una soberbia trayectoria musical en la que incluso incluir la composición de más de cien boleras para guitarra, instrumento del que fue maestro y compositor también.

Dejando a un lado cuestiones musicales y entrando otras, no podríamos dejar de mencionar que en la calle Santa Patronas tienen su estudio los reconocidos arquitectos Cruz y Ortiz ("Los Antonios", en el gremio) autores de proyectos tan importantes como la sevillana estación de trenes de Santa Justa, el estadio Wanda Metropolitano de Madrid o la Facultad de Ciencias de la Educación de la Hispalense; ya que estamos con vecinos de la calle, tan justo es citar el conocido bar Casa Alfonso, fundado en 1971 por Alfonso Pérez y hoy regentado por su hijo Manuel, establecimiento especializado en caracoles "en temporada", como aludir a los talleres de Gráficas San Antonio, imprenta especializada desde hace más de cincuenta años en diseño gráfico e impresión personalizada, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

24 febrero, 2020

Mercado, Cárcel, Convento...


  

      En esta ocasión, y como está próximo a celebrarse el via crucis cuaresmal del consejo de cofradías, este año presidido por el Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos, vamos a centrarnos en un convento desaparecido y que albergó a esta corporación durante ochenta años. Poco, muy poco ha llegado hasta nosotros de este convento masculino, pues sus bienes fueron incautados, como veremos, y el edificio en parte derribado y en parte transformado, como veremos también. Sin embargo, si cualquier día accedemos al Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, como por ejemplo, para admirar la gran exposición sobre Martínez Montañés, comprobaremos que en dicho museo se cobijan elementos que provienen de este cenobio masculino, nos referimos, en concreto, a los azulejos que adornan su vestíbulo o algún otro elemento que comentaremos. 

     Algún avispado oyente ya sabrá por dónde van en esta ocasión las pesquisas de nuestro numerosísimo equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios; efectivamente, se trata del antiguo Convento del Pópulo, fundado en 1625 en pleno barrio del Arenal. Por un momento, viajemos en el tiempo y acerquémonos a aquel lugar, por aquel entonces bastante peligroso y nada recomendable, extramuros, y que al decir de las crónicas estaba necesitado de “saneamiento” en tres órdenes, urbanístico, humano y espiritual, por estar “sujeto a muchas inquietudes, y asistir de ordinario por el comercio del río mucha gente vagabunda y del mal vivir como se ha experimentado”, donde de ordinario se producían “pendencias y no pocas muertes violentas”. 

    Como suponíamos, esta zona de Sevilla, fuera de las murallas, entre las Puertas de Triana y del Arenal, lo que ahora sería más o menos el Paseo de Colón, estaba casi desierta, alejada del bullicio del centro histórico. En este sector, tres padres agustinos recoletos o descalzos serán los fundadores de un convento, en principio modesto y humilde, erigido en honor a Santa Mónica, la madre de San Agustín.

            El nombre del Pópulo será agregado por culpa de un cuadro flotante, una pintura con vocación “marinera”, por así decirlo. No, no te extrañes, Antonio, lo explicamos con más precisión: en una vivienda de la cercana calle Harinas vivía Antonio Pérez, barcelonés de nacimiento por más señas, casado con la sevillana Antonia de Villafañe, ambos fervorosos devotos de la Virgen María en su advocación romana del Pópulo, de ahí que en el portal de su casa estuviera colocado un lienzo con dicha imagen mariana y sus correspondientes candelas que era encendidas puntualmente cada noche para iluminar con fervor dicha pintura y también, por qué no, alumbrar esa zona de la calle.

Cuadro de la Virgen del Pópulo en la Parroquia de la Magdalena y restaurado en 2014
             Justo un año después de la fundación del convento, llegó el llamado “año del diluvio”. Furiosos temporales asolaron la ciudad. Las aguas se desbordaron en el Guadalquivir. Las inundaciones, gravísimas, anegaron todo el Arenal, alcanzando a la propia calle Harinas y amenazando con rebasar el nivel donde estaba la Virgen del Pópulo, cosa que efectivamente sucedió y, oh prodigio, el cuadro se mantuvo flotando sobre las aguas con las dos lamparillas que lo iluminaban encendidas, sin que nunca se agotasen. Así estuvo durante tres días, casi nada, siendo testigos muchos vecinos quienes presenciaron este hecho y lo juzgaron como milagroso. 

            Cuando el peligro pasó y las aguas descendieron, el cuadro fue recogido y se decidió que éste debería estar en una iglesia y no en una casa particular. De este modo, se acordó que la suerte elegiría el lugar sagrado donde debería ubicarse, se prepararon papelitos con nombres de todos los conventos sevillanos y la mano inocente de un niño extrajo tres veces la papeleta con el nombre del convento de los Agustinos Recoletos. Una vez ubicado allí continuaron los milagros que atraerían a muchos devotos al convento y que extenderían su devoción.

Con gran alegría y “gozo espiritual” recibió la comunidad agustiniana la imagen del Pópulo, colocándola en el altar mayor, donde comenzó a ser venerada y a “resplandecer con muchos milagros”. No solo los religiosos sino los devotos de la Virgen María, patrona y protectora del convento y de los sevillanos, plantearon la conveniencia de levantar un nuevo cenobio e iglesia donde pudiese ser venerado el milagroso icono.

En 1637 el cabildo aprobó la ubicación del lugar, frente al río Guadalquivir, en su margen izquierda, y entre la Puerta del Arenal y la de Triana, denominado “de las eneas”, porque allí crecían con abundancia, extramuros de la ciudad, en lugar semidespoblado y vinculado “a gentes de mal vivir”. En torno a la fundación agustina, crecerá, no es de extrañar, el llamado arrabal de la Cestería. 

La construcción no tardó en ponerse en marcha, pues, constando de acceso a través de un porche, con su portería, varios patios o claustros, celdas ubicadas en dos plantas con mayor o menor luminosidad según la zona, enfermería, huerta, en fin, las diferentes dependencias habituales en este tipo de conventos, sin olvidar la amplia sacristía, cocinas, refectorio y demás estancias. De este modo, con el tiempo, el convento del Pópulo llegó a sobresalir por su tamaño entre el caserío de la zona y quedó convertido en noviciado y punto de salida para no pocos misioneros que embarcaban en el cercano puerto rumbo a Indias o el Pacífico, llegando a convivir entre sus muros más de cincuenta religiosos. 

La llegada de la Peste de 1649 afectará profundamente a la comunidad agustina, que se volcará en el socorro espiritual de los contagiados, falleciendo treinta religiosos y cinco sirvientes y dará lugar a un nuevo hecho milagroso, centrado en Fray Luis de San Agustín, natural de Guadalajara, gran devoto de la Virgen del Pópulo y que cuando enfermó dos veces por la epidemia, fue pagado por esta “Divina Señora” con una curación milagrosa, “en premio de su devoción”.

Área ocupada por el Convento del Pópulo según el Plano de Olavide de 1771.
 Construida en ladrillo, la iglesia constaba de planta rectangular, tres naves, crucero con media naranja, techumbre de bovedilla en cuyo encabezado estaba el retablo mayor, y dos capillas laterales. Su piso estaba baldosado de losetas de Génova azules y blancas. Ni que decir tiene que en el altar mayor recibía culto la famosa imagen de la Virgen que daba nombre al convento. La iglesia se dotaba también de una airosa espadaña con campanario. 

Hemos dejado para el final la fachada de la iglesia. ¿recuerdan los oyentes el aspecto de la fachada de la iglesia del Señor San Jorge o, lo que es lo mismo, la Santa Caridad? En efecto, se trata de una fachada decorada con paneles de azulejería y este sería el aspecto que presentaría la del Pópulo, dato contrastado gracias a crónicas de la época y a un grabado de Pedro Tortolero de 1729 que muestra el Arenal durante la triunfal entrada en sevilla del monarca Felipe V.


 La ubicación del convento desde luego no facilitaba las cosas, porque las frecuentes crecidas del río obligaban a realizar constantes obras de reparación, en algunos casos el agua alcanzaba cotas elevadas y la comunidad tenía que tomar la decisión de abandonar momentáneamente los muros del Pópulo, mientras los vecinos acudían a implorar de la Virgen del Pópulo para que las aguas bajasen. 

            La Desamortización de Mendizábal terminó con la vida monástica y con los bienes del Pópulo repartidos por diversas iglesias, como el órgano, que se halla en San Bartolomé o el retablo de Santa Rita o el mismo lienzo de la Virgen del Pópulo, ambos en la parroquial de la Magdalena. El 3 de julio de 1837, 500 presos abandonaban la ruinosa Cárcel Real de la calle Sierpes y eran internados en la nueva Prisión del Pópulo.


En 1843 la iglesia fue derribada, “dejándola hecha solar”, y consultando la necesidad de realizar en despoblado las ejecuciones capitales, se resolvió labrar en el muro zaguero del edificio una espaciosa azotea, en donde se cumplieran las sentencias de muerte en garrote; librando a los reos de ese doloroso tránsito de la cárcel al patíbulo por entre la curiosa multitud, y evitando con esto escenas repugnantes y propias a muchos desórdenes”.

Los paneles de azulejos de la mencionada fachada, por fortuna, han sobrevivido. San Agustín, Santa Clara Montefalco, Santa Mónica o San Gelasio, nos dan la bienvenida al entrar en el Museo de Bellas Artes, ya que terminaron colocados allí tras la Desamortización de Mendizábal, y la Virgen del Pópulo, en azulejos polícromos, preside el llamado patio de los bojes de la mencionada pinacoteca.


Al convento, como vemos, le aguardaba un destino como prisión provincial hasta al menos 1933. Tras sus muros los presos aguardaban cada mañana de Viernes Santo el momento del paso de la Esperanza de Triana tras los barrotes, cuando las saetas y las súplicas llenaban el aire e incluso inspiraron una marcha: “Soleá dame la mano”. Finalmente, la Prisión del Pópulo será historia desde el 14 de septiembre de 1935, cuando todo el edificio quede convertido en un solar y posteriormente en Mercado de Entradores. Pero esa, esa, esa ya es otra historia…