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04 mayo, 2025

El primer abril (O mejor, la primera Feria, para entendernos).

En algunas ocasiones, en estas mismas páginas, llegado el mes de abril o de mayo, hemos aprovechado para dar alguna pincelada sobre cómo vivía Sevilla su Feria de Abril antaño, o sobre aspectos concretos de la fiesta, siempre atractiva tanto para lugareños como para foráneos. Estando en plenas vísperas, Lunes de "alumbrao", quizá sea buena idea referir cómo fue la feria de 1847, o lo que es lo mismo, cómo transcurrió la primera feria de abril de la historia. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Todos los historiadores "feriantes" han insistido siempre en el protagonismo del vasco José María Ybarra y del catalán Narciso Bonaplata, ambos concejales del ayuntamiento, a la hora de proponer la idea inicial de feria de ganados, pero también habría que destacar también el papel del entonces alcalde de Sevilla, Alejandro Aguado y Ramos, conde de Montelirios. Buen conocedor al parecer de los complicados hilos de la alta política, recurrirá, como narra Chaves Rey en su obra sobre este asunto, a la influencia del entonces Ministro de Gracia y Justicia, Juan Bravo Murillo, que aunque había nacido en Fregenal de la Sierra, estudió leyes y estableció bufete en nuestra ciudad, hasta que marchó a Madrid para ejercer su cargo de Diputado a Cortes por su ciudad natal, encuadrado en el Partido Moderado. Bravo Murillo, a su vez, influirá en la reina Isabel II para que, por fin, el 5 de marzo de 1847 firme la Real Orden autorizando la celebración de la feria. El escrito, procedente de la corte madrileña, llegó a manos de los munícipes sevillanos en estos términos y firmado por Melchor Ordóñez, finalizaba en estos rimbombantes términos:

"Tengo el mayor placer en apresurarme a noticiar a Vuestra Excelencia la indicada Real gracia y en darle mi más cordial parabién por el feliz éxito que ha tenido el acertado pensamiento de la digna municipalidad que Sevilla se gloria de tener al frente de su administración, pues a cada paso toca nuevas muestras del incansable celo con que se dedica a promover cuanto puede influir a su prosperidad y engrandecimiento."

Aquel año de 1847 no se caracterizó por una buena Semana Santa. La lluvia, siempre inoportuna enemiga de la festividad, propició que sólo salieran las cofradías del Domingo de Ramos y Miércoles Santo, dejando a las demás sin poder realizar sus estaciones de penitencia. Pese al riesgo latente de riadas, el día antes del previsto para el comienzo de la feria, 17 de abril, tuvo lugar la primera exposición de ganados en el ruedo de la plaza de toros de la Real Maestranza, cedida para la ocasión, con varios premios en metálico, a saber: 6.000 reales al mejor caballo, dos premios de 4.000 reales a la mejor yegua y al mejor toro manso y dos de 1.500 reales para tantos otros lotes de carneros, sin olvidar el obsequio de unas espuelas de plata para el mejor jinete. Reunido el jurado, preparada una banda de música y presidido el certamen por miembros de la corporación municipal, el público que abarrotaba el coso maestrante pudo contemplar como saltaban al ruedo tres toros mansos, veinte carneros enteros, cuarenta y dos carneros merinos, un buey y nueve caballos.

Resultó premiado el caballo "Peregrino" tordo y de seis años, propiedad de D. Simón Gibaja, mientras el de mejor toro manso fue para el ganadero D. Buenaventura Galán. Las espuelas de plata fueron a manos del jinete D. Juan García, que había destacado sobremanera en sus ejercicios ecuestres en el anillo maestrante. Por cierto, olvidábamos mencionarlo, el alcalde Conde de Montelirios ocupó el cargo de secretario de la Nueva Sociedad de Fomento de la Cria Caballar, impulsora, al cabo de los años, de las carreras ecuestres en Sevilla.

En cuanto al certamen ganadero, eso fue todo, pero ¿Qué sucedió en el Prado de San Sebastián? Aunque como feria no podía, de momento, rivalizar con la de Mairena del Alcor, la mejor del momento, lo cierto es que el consistorio se esforzó posibilitar la animación, colocando puestos de artesanos en una entoldada calle San Fernando y más adelante, en el foso de la Fábrica de Tabacos, dos hileras de puestos de avellanas, turrones y alfajores, así como un quiosco para café, refrescos y licores. Más adelante, en el centro ya, se dispuso un estrado para que bandas de música militares amenizaran el lugar y ya cerca de la Enramadilla, tiendas de campaña para buñuelos, pescado frito, menudo y caracoles, regados, eso sí, con buen vino de Sanlúcar de Barrameda o Villanueva del Ariscal, además de aguardientes y anises. En lo que ahora es el comienzo del Paseo de Catalina de Ribera, más puestecillos, esta vez de castañuelas, guitarras, abanicos, juguetes, éstos realizados por artesanos de la Alcaicería o Triana y que se extendían hasta la cercana Puerta de la Carne.


Por todo el resto del Prado de San Sebastián, casi como un enorme campamento bíblico, se extendía todo tipo de ganado, ocupando un importante espacio el dedicado al negocio y trato de diversas especies, lo que, en definitiva, era la esencia de aquella primigenia Feria. Como apunta Chaves Rey, se produjo el cierre de 58 ventas, por importe de 216.522 reales, todo ello para una cabaña allí presente calculada en 9.684 ovejas, 4.289 carneros y borregos, 4.111 cerdos, 418 reses vacunas, 457 cabras, sin contar caballos, mulas o asnos.

Una feria incluso preparada para cualquier incidente de orden público (la manzanilla, ya se sabe...), ya que en la cercano recinto de la Fábrica de Tabacos se instaló un juzgado a cuyo frente tomó posesión un teniente de alcalde y un escribano, contando con el apoyo de las fuerzas de orden público de aquel momento, esto es, la guardia civil y los alguaciles municipales. Parece que no hubo incidentes de consideración, o al menos, no se registraron. 


Como complemento, no faltaron espectáculos teatrales coincidentes con la recién estrenada festividad, representándose obras como "Marido infiel", "Los caballeros de antaño" o "Treinta años o la vida de un jugador", títulos, como se ve, bastante sugerentes para el público, deseoso de drama y comedia tras los días de Cuaresma y por otra parte, la otra cara de la Feria, la taurina, ya se manifestó en aquel primer año, pues el día 18 de abril se lidiaron toros de Taviel de Andrade y de Cúchares para los espadas Juan Lucas Blanco de Sevilla y Manuel Díaz "Lavi" de Cádiz, con sus correspondientes cuadrillas de banderilleros.

¿Hubo "Calle del Infierno? Salvando las lógicas distancias, sí, pero será mejor que nos lo cuente el cronista Joaquín Guichot:

"Habiéndose acomodadas en la calle nueva, en zaguanes de sus casas, joyerías, roperías, despachos de efectos de modas, novedades y exhibiciones; repartiéndose por  los contornos del Prado las máquinas giratorias de caballos y calesas, cosmoramas y el siempre terrible aporreador, Don Cristóbal Polichinela con su inseparable Doña Rosita."

Un inciso: la calle Nueva, es la calle San Fernando, los cosmoramas eran imágenes (paisajes, monumentos...) que podían ser contempladas a través de un vidrio óptico por unos visores, muy en boga en aquellos años y Don Cristóbal Polichinela es un personaje del Guiñol, cascarrabias y adinerado. 

Por lo que puede apreciarse, el recinto ferial, salvo por unas breves lluvias, estuvo lleno los tres días, funcionando hasta las once de la noche, como había establecido la autoridad municipal. La prensa local y nacional alabó en gran medida la celebración de este festejo, baste con leer la reseña que publicó el diario madrileño El Clamor, unos días después de ser clausurada:

"El día 18 del corriente dio principio la celebración de la feria que ha concedido últimamente Su Majestad a la ciudad de Sevilla. Los periódicos de aquella capital vienen describiendo el aspecto y brillante y animado que aquella presentaba desde el primer día. El Diario de aquella capital dice a este propósito, entre otras cosas, lo siguiente:

"La hermosa y recta calle de San Fernando, perfectamente entoldada, y cuya acera derecha está cubierta de portátiles tiendas de todas clases de géneros y efectos, es como si dijéramos el principio o primer término del hermoso panorama que se presenta a la vista del espectador cuando se halla fuera de la puerta del mismo nombre. 

A la derecha un hermoso café, y a la izquierda, bajo también cómodos toldos, una larga y interrumpida hilera de tiendas y puestos están como circundando el pintoresco y dilatado prado de San Sebastián, sobre cuya verde alfombra se destacan mil pintorescas tiendas, dando con ellas y la multitud que las rodea, la idea exacta de un numeroso campamento. 

Toda Sevilla vive estos días en los alrededores de la feria. Las bellezas de Sevilla, abandonando estos días las encantadoras riberas del Guadalquivir, van a ella a ostentar sus gracias, llevando en pos de sí, como es natural, a todo lo que encierra esta rica población."

Sin farolillos ni gallardetes o cadenetas, la primera Feria se volcó en la cuestión ganadera, pues no será hasta unos años más adelante cuando se instalen las primeras casetas sobre 1853-1854, pertenecientes al al Ayuntamiento, Casino Militar y a los Duques de Montpensier. Y en 1863 debutó en la Feria el Circo Price, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 



18 noviembre, 2024

Por el Prado.

Uno de los espacios más amplios de la ciudad, y de los que más variedad de usos ha tenido, es aquel que sirvió desde necrópolis-cementerio hasta campo de fútbol, pasando por cine de verano, lugar de ejecuciones inquisitoriales o real de feria de ganados. El lector avispado ya sabrá de por dónde "van los tiros", así que, para variar, vamos a lo que vamos.

La fundación de Sevilla, allá por el siglo VIII a. C., tuvo lugar con toda seguridad en la zona más elevada, una suave colina cuya cima ahora estaría conformada por los barrios de la Alfalfa y Santa Cruz, y con posterioridad, se extendería enmarcada en los cauces del Guadalquivir, el Tamarguillo y el Tagarete. Al sur, ocupando una extensa llanura, se situaría una enorme franja de tierra llana que con el tiempo, donada a la ciudad por Alfonso X en el siglo XIII, fue dedicada a pastos para el ganado del pueblo, y que con el tiempo, allá por el siglo XV, recibió el nombre de Prado de San Sebastián por la existencia de una ermita dedicada a dicho santo, ahora convertida en parroquia y sede de la Hermandad de la Paz, donde aún recibe culto una imagen de Nuestra Señora del Prado, realizada en madera tallada y policromada en el último cuarto del siglo XVI.

Richard Ford: Cementerio de San Sebastián. 1832.

 Lo que en principio era un apacible e inundable terreno, sometido a las crecidas del río y a las caprichosas riadas del Tagarete, ahora canalizado bajo tierra, poco a poco fue perdiendo terreno por la cesión su uso. Así, sin olvidar su empleo como cementerio en tiempos de epidemias, el llamado Prado de San Sebastián vio mermado su espacio primeramente a finales del siglo XVI con el establecimiento del convento franciscano de San Diego, que ahora estaría ubicado sobre los terrenos que ocupa el Casino de la Exposición; más adelante, nos situamos ya en el XVII, la ciudad concedió suelo para la construcción de la Escuela Naútica de San Telmo, cuyo edificio (posterior, del XVIII) fue residencia de los Duques de Montpensier, Seminario Diocesano y ahora, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía. 

El Prado en el Plano de Olavide (1771), el número 175 corresponde al Quemadero de la Inquisición.

Uno de los elementos más interesantes (y menos agradables) que conformaban aquel primitivo Prado de San Sebastián fue el denominado Quemadero de la Inquisición, y que el antes mencionado profesor Aguilar sitúa en la zona en la que actualmente se halla el monumento ecuestre del Cid Campeador (El Caballo, para entendernos, configurado entre 1927 y 1929). Utilizado por la Inquisición para ejecutar sentencias, constaba al parecer de un tablado de treinta varas de anchura por dos de altura, con un hueco central para encender la hoguera, sostenido por cuatro columnas empotradas en postes de ladrillo y campeando sobre ellas cuatro estatuas de barro cocido; ironías del Destino, según el poeta sevillano del XVI Alonso de Fuentes, el artífice que lo construyó fue el primero que en él se quemó, por descubrirse sus ocultas creencias judías.  

Monumento a El Cid, Casino de la Exposición y, al fondo Pabellón de Chile.

Aunque no es menos cierto que aquel espacio fue durante años zona de asueto y jolgorio para el pueblo, el hecho de que allí culminasen los autos de fe del Santo Oficio, como el celebrado el 13 de abril de 1660, en el que fueron quemadas vivas siete personas, confería a aquella zona un aire ciertamente amenazador; la multitud congregada para la macabra ceremonia que comentábamos fue tan numerosa en aquella ocasión que, como cuenta el ineludible Antonio Domínguez Ortiz, las autoridades hubieron de indemnizar a un labrador por haber pisoteado sus sembrados y cerrar las puertas de la ciudad para mantener el orden ante la enorme afluencia de gente, ordenándose incluso a los vecinos encender luces en balcones y ventanas por aquello de la "seguridad ciudadana".

Richard Ford: Prado de Sebastián. Detalle. 1832.

Sin uso ya a finales del XVIII, pues a la Beata Dolores le cabe el triste honor de ser la última en ser pasto de las llamas tras morir ahorcada en agosto de 1781, todavía el 26 de abril de 1814 fue empleado, quizá por última vez, para quemar un pelele que representaba a Napoleón Bonaparte, burla ejecutada por vecinos de la calle Tintores. Ataviado con tricornio y banda plateada, el monigote llegó al lugar llevado sobre un asno tras pasear por las calles principales de la ciudad y recibir todo tipo de improperios. Una vez allí, fue tiroteado quemado y sus "restos mortales" arrojados al Tagarete, entre "Mueras" a Napoleón y gritos de júbilo.

No podemos olvidar tampoco que el Prado (a secas, como lo llamamos los sevillanos) era encrucijada de caminos: los que partían desde Sevilla hacia San Bernardo, Utrera y Dos Hermanas, incluso en 1775 se abrió una ancha calzada que conectaba el Prado con la Fundición de Artillería y San Juan de los Teatinos, a orillas del Guadaira. Por aquel entonces, lo afirma el catedrático Aguilar Piñal, el Prado ocupaba cincuenta fanegas, o lo que es lo mismo, unas treinta y cuatro hectáreas (ahora serían siete) y prosiguió modificando su aspecto; uno de los más significativos edificios será la Fábrica de Tabacos, cuyos cimientos comenzaron a colocarse en 1728 y su inauguración en 1757 interpuso el soberbio edificio entre San Diego y el Tagarete, pero en el siglo XIX un suceso cambiará para siempre el uso del Prado: la creación de la Feria de Ganados, germen de la Feria de abril.

Efectivamente, la iniciativa de los industriales Bonaplata e Ibarra de 1847, aprobada por el Ayuntamiento, culminará con la transformación de buena parte del espacio para la colocación de casetas, quioscos y atracciones de feria, sin olvidar detalles como la iluminación o la instalación de la famosa Pasarela, de la que hablamos en otro momento. Curiosamente, la caseta del Círculo Mercantil, una estructura metálica de carácter permanente que aún se conserva en una Bodega en las afueras de Bollullos Par del Condado, servirá de vestuarios a los jugadores del Sevilla F. C. cuando el club celebre allí sus encuentros futbolísticos entre 1913 y 1918. A todo ello habrá que añadir y destacar, sin duda, la aparición del ferrocarril en Sevilla con construcción de la cercana Estación de Cádiz o San Bernardo en 1902, la Exposición Iberoamericana de 1929, que configurará uno de los extremos de Prado con la Plaza de España y el propio pabellón de Portugal, o la ejecución de una serie de viviendas de carácter municipal entre 1938-1944 que vendrá unida a la nueva Estación de Autobuses, según planos del arquitecto Rodrigo Medina Benjumea. 

Cuando en 1971 se inaugure el conjunto de edificios de los Juzgados poco quedará de aquel extenso Prado lleno de vegetación en tiempos medievales, de hecho, dos años después, la Feria se trasladará a Los Remedios y todo ese amplio espacio tendrá uso de lo más dispar, desde cines de verano hasta parques de atracciones (noria gigante incluida), pasando por efímero escenario de espectáculos musicales (aquellos "Cita en Sevilla" de los ochenta) o los actuales jardines, inaugurados en 1997, por no mencionar el casi "tradicional" Festival de las Naciones o, nos lo dejábamos en el tintero, que en aquel lugar, en 1916, intentó construirse un rascacielos.

Como el pasado siempre está presente, merece la pena destacarse el hecho, investigado por Laura Victoria Mercado Hervás en su tesis doctoral de 2020, de que durante la construcción de la estación de Metro del Prado y durante la preceptiva excavación arqueológica en 2004 aparecieron los restos de una necrópolis de entre mediados del siglos I a. C. hasta el siglo II d. C. con 196 enterramientos en cinco niveles que se ven interrumpidos por una inundación del Tagarete, lo que viene a demostrar la influencia de esta zona en la Hispalis romana, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 








02 mayo, 2022

Pasarela

Que exista en Sevilla una plaza dedicada a Don Juan de Austria, famoso por su victoria en la batalla de Lepanto (1571) pero que nadie la llame así o que una construcción efímera que apenas estuvo en pié veintiséis años sea la que denomine esa zona, es algo digno de estudio tal como han reflejado no pocos estudiosos en cuestiones urbanísticas, pero como siempre, vayamos por partes. 

Durante años, el arroyo Tagarete transcurrió libremente hasta su desembocadura en el Guadalquivir a la altura de la Torre del Oro. Sin embargo, la construcción de la Fábrica de Tabacos, que comenzó su actividad en 1758, obligó a canalizar dicho arroyo y a configurar el entorno, creándose la llamada Puerta de San Fernando o Nueva en el extremo de la calle de nueva creación. 

La creación de la Feria de Ganados en 1846, y su establecimiento en el Prado de San Sebastián, supuso una reutilización de ese espacio, poco utilizado hasta entonces y a partir de ahora epicentro tanto de la actividad de compra-venta ganadera como de la colocación de casetas, puestecillos y demás elementos que poco a poco irán conformando la imagen de la Feria de Abril que hemos conocido a través de representaciones pictóricas o, más adelante, fotografías. 


 A fin de evitar el tránsito de peatones en una zona cruzada por "tráfico intenso" (tranvía, carruajes, cabalgaduras) en lo que sería la antesala de la Feria, el Ayuntamiento decidió encargar al ingeniero Dionisio Pérez Tobía el diseño de una "pasadera" o "pasarela" que salvara con sus veinte metros de altura dicho "tráfico", hablamos del año 1896 y Sevilla, siempre o casi siempre reacia a las novedades no tardó en ponerle el mote de "Pasa Lila" a aquella estructura de hierro fundida entre las calles Torneo y San Vicente (Talleres de Pérez Hermanos) cuyo valor, al decir del catedrático Villar Movellán, fue más pintoresco que utilitario, y que pronto quedó convertida en atalaya o mirador del recinto ferial. Olvidamos mencionarlo, la Puerta Nueva o de San Fernando que mencionábamos al comienzo fue demolida en 1868 al igual que otras tantas puertas y lienzos de muralla.

Archivo Ruiz Vernacci, IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte

Constaba de un pequeño pabellón o templete sobre cuatro puntos de apoyo sobre los que apoyaban otras tantas escalinatas de subida (o bajada) a otras dos plataformas. Como estructura básica, una pareja de arcos dobles, alcanzando una altura total de 20 metros. 

Aquella calurosa Feria de 1896, en la que el ambiente no fue el esperado en cuanto a ventas ganaderas debido a la "pertinaz sequía" que asolaba los campos andaluces y a la deriva que estaba tomando el conflicto bélico en la isla de Cuba, en la que el domingo llegaron a celebrarse varias misas para los propios feriantes en la cercana Ermita (ahora Parroquia) de San Sebastián y en la que la autoridad municipal prohibió severamente la celebración de rifas o sorteos no autorizados en el real, supuso por tanto la "puesta de largo" o debut de la Pasarela. Así lo reflejaba el Noticiero Sevillano en su edición del 18 de abril: 

En la feria no hubo esta mañana excesiva concurrencia. El paseo de carruajes, es el que estuvo animado. En cambio había poca gente a pie y de ésta fué muy escasa la que se decidía á subir y bajar algunos centenares de escalones de la pasadera, para atravesar de uno á otro lado del arrecife central. La pasadera se ha utilizado hoy como punto de vista, y nada más. Hay que convenir, sin embargo, en que el panorama que desde arriba se presencia es hermoso y nuevo. Merece verse.
Con el tiempo, la Pasarela quedó erigida en portada permanente para la Feria de Abril, iluminándose con farolillos, globos de gas o "arcos voltaicos" y sirviendo como antecedente, claro está, de las actuales y efímeras portadas de feria. Puede que, igual que ahora no es extraño eso de "quedar en la Portada", en aquel entonces los sevillanos hicieran lo mismo, pero en la Pasarela. Incluso sirvió con fines religiosos el día antes de la Feria de 1898, ¿Quizá como desagravio por los excesos que se suponía se iban a cometer en el Real?, en cualquier caso, dejemos mejor que sea un informador de la prensa local quien narre cómo se organizó aquel acto: 
 
Cediendo a excitaciones (sic) de personas piadosas de esta capital, la comisión de Ferias y Festejos ha acordado que una subcomisión, compuesta por los señores Pérez López, Lemus y Herrera, gestione cerca del capitán general de Andalucía la autorización para que se celebre una misa de campaña, que, en este caso, oirían las tropas de la guarnición el día antes del primero de feria de Abril.
 
El altar se instalará en la primera planta de la Pasarela, exornada convenientemente con plantas, flores, trofeos, banderas y gallardetes. Se colocarán tribunas para las autoridades e invitados. El desfile se efectuará por delante de las casetas de la feria. La subcomisión tiene el propósito de que este acto religioso resulte con todo el mayor esplendor posible. 

 

Una leyenda urbana sostiene que la escasa vida de la Pasarela se debió, en parte, a las quejas de la población femenina sevillana, que alegaba que los hombres aprovechaban la subida de aquella por las escaleras para disfrutar de la vista de sus tobillos, aunque hubo ciertos intentos, sin éxito ni autorizados finalmente, de colocar colgaduras con anuncios publicitarios para evitar tan "impúdicas" vistas. Tampoco se libró la Pasarela de ser escenario para robos, como el reseñado por el Noticiero Sevillano en la Feria del año 1900:
 
En la pasarela se cometió anoche un hurto, del que fue víctima la distinguida señora doña María Conrado. Se encontraba ésta en la primera plataforma, cuando se le acercó un ratero, que le sustrajo del bolsillo un portamonedas conteniendo varias monedas de plata de a cinco pesetas. El adorador de Caco huyó después tranquilamente. 

 

 Algunos autores afirman que adolecía de problemas estructurales que obligaron a su desmontaje entre 1920 y 1921, subastándose como chatarra los más de 80.000 kilos de hierro por algo más de 45.000 pesetas de la época. Desaparecida como antesala de la Feria, como anécdota, en los años 1970, 1974 y 1986 la imagen de la suprimida Pasarela fue elegida como modelo para la portada de la Feria y la zona, ahora llena de tráfico rodado y contaminación como decíamos al comienzo, aún conserva ese nombre, como si se resistiera a abandonar del todo el Prado de San Sebastián...