En
unos tiempos como los actuales, en las que las llamadas "fake
news", o mejor dicho, los llamados bulos, infundios o patrañas
de toda la vida para entendernos, surgen por todas partes, y más aún
con el auge de las redes sociales, no estaría de más relatar
someramente lo que sucedió en nuestra ciudad allá por el año 1630, cuando la rumorología dio paso la "certeza" y sus consecuencias.

Sevilla seguía siendo Puerto y Puerta de Indias, gozando de una posición envidiable en la península, pero lenta y progresivamente, comenzaba a percibir los primeros síntomas de una crisis económica
proveniente de la propia Corona y su política, con numerosos frentes
abiertos (nos encontramos en plena Guerra de los Treinta Años) y un endeudamiento galopante. A ello había que sumar el
constante temor a la llegada de todo tipo de males o calamidades, y que los índices de pobreza eran alarmantes, que se
producían hambrunas por las malas cosechas y que las desigualdades sociales eran enormes. El panorama no estaba desde luego para lanzar las campanas al vuelo.
En
el otoño de aquel año, se pregonó un Bando Real firmado por el monarca Felipe IV, bando que fue pregonado en los sitios de costumbre despertando la curiosidad de no pocos transeuntes, siempre ávidos de nuevas procedentes de la Corte madrileña. El documento que no hará sino acrecentar un rumor que ya circulaba, dándole, pues, carta de naturaleza:
"Sepan todos que al Rey nuestro señor se le ha dado noticia por
personas celosas del servicio de Dios y el suyo, que algunos enemigos
del género humano tratan de sembrar los polvos que con tan gran
rigor han causado la peste en el estado de Milán y en otros estados
de aliados y amigos desta Corona, y que para este efecto vienen
personas a estos reinos cuyos retratos y señas están en poder de su
Majestad y Gobernador del Consejo."

¿Qué
ocurría en Milán, entonces bajo jurisdicción hispana? En
principio, se trataría de la habitual epidemia de peste, cosa bastante frecuente
por otra parte por desgracia, pero en esta ocasión la situación se enrarece, se
complica; surgen rumores que hablan, murmuraciones, de la presencia de supuestos agentes al servicio de naciones
contrarias a España y que estarían esparciendo la enfermedad, con especial incidencia, para colmo, en el clero; ¿De
qué manera actuaban aquellos "Untori", como fueron denominados? Nos lo cuenta un cronista italiano de la época, que hace suyas las habladurías:
“Para
echarse estos polvos, aderezan unas vejigas, y las ponen a modo de
jeringas, y con ellas los echan a los que pasan por la calle, y luego
quedan apestados y a poco tiempo muertos; y porque esto se encubre
mejor debajo de hábitos largos,de que estos infernales usan, se ha
prohibido que ninguno los traiga sino cortos. Estos ungüentos, y
polvos, también se echan en las pilas del agua bendita, y se dice
que se hacen por arte diabólica.”
Nunca
mejor dicho, la historia tiene todos los ingredientes para
aterrorizar a una más que ya asustada población, en principio, y
luego a todo un país como el nuestro: que espías extranjeros
actuasen como terroristas bacteriológicos en suelo español suponía
no sólo una amenaza, sino un peligro, de modo que se le dio crédito a los rumores, de
ahí la Orden de la Corona, que incluso llegó a atisbar toda una
conjura encabezada por un Grande de España, el Duque de Híjar, que
pretendía derrocar al Rey para
beneficiar a Portugal de quién se dijo era agente doble. Como podemos apreciar, la historia comenzó a alcanzar cotas próximas casi a la histeria colectiva, donde incluso llegaron a darse casos de falsas acusaciones contra presuntos "esparcidores de polvos medionalenses".
En
Sevilla, concretamente, tras el antes aludido Bando Real, el
Cabildo de la Ciudad ordenó el cierre inmediato de todas las
puertas, dejando solo abiertas las del Arenal, Triana, Macarena,
Carmona
y el Postigo del Aceite, colocándose guardias en ellas; a los frailes
Trinitarios se les encomendó custodiar la Puerta del Sol y a los
Mercedarios la Puerta Real. Además, en un intento de control de la población no sevillana, el día 14 de octubre se ordenó que todos aquellos extranjeros residentes en Sevilla se
presentasen y se identificasen ante los llamados Diputados de Puertas,
cargo ostentado por los Caballeros Veinticuatro. La orden se mantuvo en vigor
hasta diciembre, cuando la situación pareció calmarse.
Como hemos visto, se
llegó a decir incluso
que
había foráneos
que echaban esos llamados “Polvos de Milán” en las pilas de agua
bendita de las iglesias (imaginemos los bulos y rumores recorriendo las Gradas, las Plazas del Salvador, la Feria o San Francisco, con la
ferviente religiosidad hispalense como telón de fondo) lo
que llevó hasta a la celebración de una solemne
procesión de rogativas organizada por el Cabildo catedralicio el 11
de octubre de aquel año, teniendo lugar Misa Mayor, predicando el
canónigo Alonso Gómez de Rojas, comulgando todas las autoridades y
estando todo el día expuesto el Santísimo Sacramento en la propia
catedral, todo ello con la idea de aplacar la ira divina o que los "enemigos del género humano" cambiasen sus malignas intenciones.
Aparte
de todas estas medidas, fruto de la confusión y del miedo
existentes, se inició una tremenda polémica, analizada por el profesor Sèbastien Riguet, entre afamados médicos
sevillanos, con
la discusión, lógicamente, centrada en la existencia o no de
aquellos polvos maléficos que tantos quebraderos de cabeza estaban
causando. En un bando aparecerá el doctor Francisco Marvelli de Puebla, quien llegó a
publicar una disertación dedicada al Asistente el Vizconde de la
Corzana, en la que advertía de los perversos efectos del veneno de
Milán, entendido como caso claro de contaminación importada; le secundarán otros doctores sevillanos como Fernando de Solá, mientras que en el otro bando aparecen galenos correspondientes al mismísimo Santo Oficio como Francisco de Figueroa o Diego de Valverde Orozco.

La sesuda controversia duró meses y pasó del terreno científico al teológico, mezclándose ambas facetas con citas de Galeno o San Pablo, sobre todo a la hora de discutir si los "polvos de Milán" perdían sus propiedades al ser esparcidos en las pilas de agua bendecida, aliñado todo con la presencia del Diablo y con el componente añadido del propio desconocimiento médico existente sobre posibles vías de contagio.¡Lo que dieron de sí aquellos rumores procedentes de Milán!
Lentamente, los rumores fueron diluyéndose como la espuma en el mar, aunque poco
podían imaginar aquellos doctores que en 1649, esta vez sí, la Peste asolaría la
ciudad sin necesidad de espías o agentes, con una mortalidad inimaginable y dejando a Sevilla exánime y mermada; pero esa, esa ya es otra historia...