23 noviembre, 2021

A su merced.

 

Afirmar que la Sevilla del siglo XVII era una ciudad insegura y violenta no sería nada nuevo a la luz de crónicas y publicaciones sobre el tema, pero comprobar, en cambio, que los homicidios y asesinatos podían alcanzar a un honorable convento con asuntos de caudales de por medio, sería harina de otro costal, casi digna de una novela al estilo de El Nombre de la Rosa; pero como siempre, vayamos por partes. 


Pasear por la Plaza del Museo supone para el viandante descubrir un plácido entorno, enmarcado por la profusa arboleda con magnolios y las jacarandas, los arriates con vegetación de acantos, el monumento a Bartolomé Esteban Murillo y, por supuesto, la portada de piedra de la antigua Casa Grande de la Merced Calzada, que da la bienvenida a los visitantes al magnífico y nunca sufientemente bien valorado Museo de Bellas Artes de Sevilla. La Plaza en sí misma es de "nueva" creación, ya que fue constituida a partir del año 1840 gracias al derribo de buena parte del referido Convento masculino de mercedarios, uno de los más importantes de Sevilla, que había sido fundado en la Edad Media y que fue sede también de las hermandades de penitencia de Pasión y el Museo, además de la del Santo Entierro. Tras la Desamortización de 1835 se decidió derribar la zona correspondiente al noviciado, que estaba en ruinas, para abrir una plaza, del mismo modo que se hizo en Santa Cruz o la Encarnación.


 Poco quedaba del esplendor de tiempos pasados. Parte de las pinturas (muchas de ellas de Zurbarán, Murillo, Pacheco, Alonso Vázquez...) habían sido expoliadas por los franceses en 1810 cuando convirtieron el lugar en cuartel y sus maderas y retablos sirvieron de leña para los soldados napoleónicos, mientras que la iglesia se conservó a duras penas junto con los diferentes patios y claustros y la espectacular escalera diseñada por Juan de Oviedo en 1614. 

La misión de los mercedarios, orden fundada por San Pedro Nolasco en 1219, fue durante años la de servir como intermediarios a la hora de negociar la liberación de aquellos cristianos hechos prisioneros por los musulmanes en la cuenca del Mediterráneo, acudiendo con el rescate pactado dada su condición de religiosos. La labor llegaba al extremo de ofrecerse los propios frailes como rehenes en sustitución de los cautivos y buena prueba de la labor benéfica de esta orden será la participación incluso en el rescate en Argel de Miguel de Cervantes, aunque no debe olvidarse tampoco a la orden de los Hermanos Trinitarios, promotores de la devoción a Jesús Cautivo. 

Francisco de Zurbarán 026.jpg

Como detalle curioso, en esa sevilla de comienzos del XVII, en ese convento de la Merced vivió durante el año 1625 un fraile mercedario llamado Fray Gabriel Téllez aunque quizá lo conozcamos mejor con el seudónimo con el que firmó sus comedias y otras obras: Tirso de Molina, autor del precedente de Don Juan Tenorio con su obra El Burlador de Sevilla y que recaló en nuestra ciudad a modo de destierro acusado de escribir comedias profanas y dar mal ejemplo por la llamada Junta de Reformación del Conde Duque de Olivares que así se expresaba en 1625:

"El escándalo que causa un frayle merçenario que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con Comedias que haçe profanas y de malos incentivos y exemplos. Y por ser caso notorio se acordó que se consulte a S. M. de que el Confessor diga al Nuncio le eche de aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga excomunión mayor latæ sententiæ para que no haga comedias ni otro género de versos profanos. Y esto se haga luego."

Tirso de molina.jpg

En aquel tiempo, los mercedarios proseguían con esa labor casi de ONG encargada de pagar los rescates de los cautivos; para ello, existían las llamadas Arcas de la Redención, nutridas de donativos y limosnas de fieles y biehechores, además de las "alcancías" o huchas colocadas en lugares diversos de la ciudad; ni que decir tiene que el regreso de los redimidos se celebraba con una solemne procesión y ceremonia litúrgica de agradecimiento con "Te Deum" incluido a las plantas de la venerada imagen de la Virgen de la Merced, que ahora recibe culto en el colegio de las mercedarias de la calle San Vicente. 

Allá por 1637, la recaudación y gestión del arca de redención estaba al cargo del padre Vilches, hombre profundamente religioso, sobrio y ascético y cuya respetabilidad le había hecho encargado de gestionar esos importantes fondos. Sin embargo, aquel año el reverendo Vilches denunció ante el Padre Superior del Convento el robo de su celda de 2.000 ducados, destinados a la salvación de cautivos. La acusación sobre el posible autor del robo se dirigió hacia un fraile lego a su servicio que, tras notarse la falta de los caudales, se había evaporado literalmente, por lo que se dedujo que se habría dado a la fuga con el botín; sobra decir que el suceso consternó a la sociedad sevillana de la época, lamentándose por tan desdichado lance, como bien cuenta Chaves y Rey. 


Sin haberse logrado averiguar el paradero ni del lego ni de los ducados, tres años después acudió a la Casa Grande de la Merced de Padre Provincial de la Orden para una "auditoría", y la sorpresa fue mayúscula tal como cuentan unas "efemérides Sevillanas" recuperadas por el antes aludido Chaves Rey:

"El Provincial reconoció faltaba cantidad de dinero considerable de dinero de las arcas de la Redención, en las cuales, por supuesto, debía tener alguna intervención el padre Vilches. El Provincial quiso buscar el dinero en la celda de los religiosos, haciendo escrutinio en ellas; y bien fuese por alguna sospecha, por poco afecto que le tuviese, o por dar ejemplo para que otros no se excusasen, ni lo sintiesen, empezó por la celda del maestro Vilches. En ella se encontró una alhacena tabicada (decían que estaba en la misma pieza donde él dormía), hízola abrir y en ella hallaron los huesos del fraile lego que él había muerto". 

Superada la estupefacción inicial y enmedio de un gran escándalo, ya que la noticia corrió como la pólvora por la ciudad pese a los intentos mercedarios por acallarla con el debido mutismo monacal, el padre Vilches fue apresado por la justicia civil, aunque el proceso fue lento dada la negativa de la comunidad mercedaria a declarar "o por ser política que observaban o por precepto que les había impuesto el prelado", todo lo cual no hizo sino encrementar los dimes y diretes sobre el suceso, aunque finalmente resultó aclarado "que el dinero de las Arcas de la Redención le había sacado el padre Vilches, y gastándolo, y qiue de ello había sido sabedor el religioso lego; y que cautelándose no lo descubriese, lo mató, porque él riñendo con el maestro Vilches lo amenazó"


¿Había recibido el Padre Provincial algún "soplo" sobre el paradero del desdichado lego? ¿Cómo pudo el padre Vilches soportar en silencio la culpa durante tanto tiempo? Y, ¿Qué había pasado con los 2.000 ducados? Finalmente, en septiembre de 1640 el padre Vilches, autor confeso del homicidio y que durante tres años había convivido en su misma celda con el cadáver emparedado de su víctima, fue condenado a reclusión perpetua en el convento, junto con otras penas y penitencias, falleciendo años después, dicen que contrito y más que arrepentido de su fechoría, sin que llegase a saberse en qué gastó una suma de dinero tan importante para aquella época, aunque, siendo sinceros, por aquel entonces la ciudad brindaba no pocos lugares "no caritativos" donde dilapidar fortunas como aquella...

15 noviembre, 2021

Volando voy.


Aprovechando que se está celebrando el Centenario del Aeródromo Militar de Tablada, lugar de innumerables recuerdos tanto para los amantes de la aviación como para quienes realizaron allí su Servicio Militar (entre los que nos incluímos), no estaría de más dar a conocer brevemente la figura de un joven aviador francés que ostentó el honor de ser el primero en sobrevolar la Giralda aunque luego la Gran Guerra Europea se interpusiera en su camino. Pero como siempre, vayamos por partes. 
 
 
La llamada Dehesa de Tablada, llanura de unas 356 hectáreas situada en uno de los márgenes del Guadalquivir al sur de la ciudad y zona inundable hasta no hace mucho, ya es mencionada en crónicas antiguas, como la que alude a la batalla que allí tuvo lugar el año 844 entre tropas de Abd al Rahmán II  frente un contingente de invasores vikingos, con resultado favorable para los musulmanes, e incluso en textos posteriores, tras la Conquista de Sevilla por Fernando III el Santo, donde se hace especial hincapié en tratarse de una rica zona de pastos para ganado de todo tipo, visitada incluso por el emperador Carlos V durante su estancia en Sevilla con motivo de su boda con Isabel de Portugal. El uso ganadero y comunal de la dehesa se mantendrá durante buena parte de la historia de Sevilla, incluso en alguna otra ocasión mencionábamos esta zona por formar parte del entramado perteneciente al famoso Matadero de Sevilla.

Con el paso de los siglos, en Tablada llegó a ubicarse el llamado "Quemadero" de la Inquisición (casi no hace falta decir su utilidad), un hipódromo, la sede del Club de Tiro de Pichón (frecuentado por Alfonso XIII), el primer partido de fútbol (marzo de 1890) o el escenario de las correrías nocturnas de los "maletillas", toreros en ciernes, como las protagonizadas por un entonces desconocido Juan Belmonte. Por supuesto, en 1920 comienza a gestarse la construcción del Aeródromo de Tablada, tan importante por su valor histórico, ya que fue base de operaciones militares durante varios conflictos bélicos y lugar de despegue de vuelos como los del "Jesús del Gran Poder".


Pero ¿en qué momento se vieron los primero aeroplanos en Sevilla? Todo parece indicar que fue durante el mes de abril de 1910, cuando Tablada albergó una serie de jornadas aéreas;  Durante esos días, se sucedieron los vuelos a diversas alturas, las pasadas en rasante, los aterrizajes y demás maniobras que hicieron las delicias de los numerosos sevillanos allí congregados, emocionados por la novedad y el indudable riesgo de aquellos artefactos enclenques y poco maniobrables, baste decir que, junto con los toros, las exhibiciones aéreas eran "lo más" en cuanto a riesgo en aquel entonces. 
 
Así lo contaba "El Liberal" en su edición del 10 de abril de aquel ya lejano 1910: 

"Tarde espléndida, como puede soñarla la fantasía del inglés más esplinado de las nieblas de Londres. En las tribunas, regular concurrencia, y en la entarda general algo mayor. En las localidades gratis, en cambio, un gran lleno. Las inmediaciones del aeródromo, los paseos próximos y la orilla opuesta del río cuajadas de gente, en coche y a pie, dispuestas a presenciar, con el menor dispendio posible, las pruebas de esta tarde.

Es ésta una consecuencia de la naturaleza del espectáculo. Su escenario no puede acotarse. 

Inició las pruebas el aviador Kuling, que hizo un vuelo bajo de dos minutos. Siguió Tick que se elevó unos 50 metros dando vuelta y media a la pista, tomando tierra magistralmente. Este aviador, que había quedado vencedor en las pruebas de ayer, ha quedado hoy batiendo el "record" por habérsele inutilizado el aparato a Oleislagers en un vuelo que hizo a continuación.

A causa del calor que se dejaba sentir hoy, se calentaba pronto, según nos dijeron, el motor, haciendo los vuelos difíciles y peligrosos." Un apunte, "esplinado" alude a melancólico. 

Maniobras previas al despegue del Blériot

Sin embargo, será en 1912 cuando el piloto francés afincado en Sevilla Henry Tixier sorprenda a los sevillanos y a las autoridades sin previo aviso: en la mañana del sábado día 26 de octubre, sobre las once, sobrevolará los tejados de la ciudad tras despegar con su aeroplano modelo Blériot desde los terrenos de El Empalme (zona de San Jerónimo), en un hangar constuido junto a la fábrica "La Lucilina". Tal como contaba el periódico Sevilla, diario político de la mañana, 

"Mr. Tixier se elevó a una altura considerable, haciendo lucidas evoluciones con el aeroplano, sobre los campos que rodean a la población, llegando a recorrer toda ella a una altura de 850 metros, según comprobó por el aparato medidor de alturas. Recorrió las inmediaciones del pueblo de Gelves, llamando la atención de los vecinos. Después dirigió su marcha hacia el hipódromo de Tablada, dando varias vueltas sobre el mismo, prosiguiendo el viaje sobre la ciudad realizando evoluciones sobre la catedral. El aeroplano pasó por la plaza de la Constitución, Calle Sierpes, Cerrajería, Sagasta, Tetuán y la Campana. En las azoteas subieron muchas familias para ver al aviador provistos de gemelos y catalejos. Luego, Mr. Tixier evolucionó sobre el mercado de la Encarnación y el barrio de San Roque, emprendiendo el regreso hacia el Empalme donde aterrizó felizmente. 

Mr. Tixier invirtió en su recorrido 20 minutos y frecuentemente arrojaba desde el aparato hojas de papel de diversos colores en las que se leía: "el aviador Tixier saluda a los sevillanos desde las alturas". Ha sido un hermoso espectáculo el que presenciamos ayer mañana"

 

Pero, ¿quién era este valiente piloto para aquellos tiempos? Henry Tixier, como ha investigado  el doctor e investigador Almarza Madrera, tenía entonces 26 años y una prometedora carrera como afamado piloto por toda Francia y España. Autodidacta y emprendedor, él mismo era el encargado de girar la hélice ayudado por el mecánico sevillano Antonio López, poniendo en marcha un motor perfeccionado también por él y que le llevó a surcar los cielos de numerosas ciudades andaluzas como Granada, Écija, Jaén, La Carolina o Córdoba. Muy bien acogido en la Sevilla de la época, era muy metódico en los protocolos de montaje y arranque de su avión, declarando en una ocasión: 

"Con la práctica se llega a manejar el aeroplano lo mismo que un automóvil en carrera, con agilidad en las manos, mucha intuición y, sobre todo, una absoluta sangre fría. La minuciosidad, golpe de vista y decisión rápida son esenciales para la aviación. Muchos descuidan la primera”.
Henry Tixier en 1913

 Supersticioso a la hora de volar y realizar acrobacias, llevaba consigo en la carlinga estampas de imágenes religiosas, medallas e incluso una pata de pollo como amuleto. 

Recorte de prensa sobre una de las exhibiciones aéreas sevillanas de Tixier en 1913

Uno de sus mayores logros, aparte de su frecuente participación en concursos aéreos muy de moda entonces, fue el intento de raid Sevilla-Madrid con una única escala en Ciudad Real; para ello, despegó desde el Empalme en la mañana del lunes 21 de abril de 1913 enmedio de una gran expectación, llevando pintadas en las alas las palabras "Tixier" y "Sevilla", mas hubo de realizar un aterrizaje forzoso en un cortijo próximo a Córdoba por una avería. La ruta estuvo marcada por el frío y las continuas incidencias, de modo que no llegaría, agotado, a Madrid hasta la mañana del 26 de abril, con gran expectación y con la prensa local dando notas casi heroicas de la proeza nunca hecha hasta entonces.


Tampoco eludía el contacto con sus numerosos admiradores, para los que siempre estaba disponible a la hora de explicar el funcionamiento de su aeroplano o dar detalles de su funcionamiento, lo que hizo que adquiriese mayor popularidad. El modelo Blériot que pilotaba tenía una longitud de 7.85 metros y una envergadura de 9,90 metros, alcanzando una velocidad máxima de 65 km/h., indudablemente se trataba de un modelo muy alejado los diseños posteriores, con la potencia y manejabilidad lógica de las aeronaves primigenias.

El estallido de la Primera Guerra Mundial le obligó a regresar a su país e ingresar en una escuadrilla de aeroplanos del ejército, dejando de lado su idea de crear una escuela de vuelo en Sevilla. Por desgracia, con tan solo 30 años de edad Tixier se estrellará con su aparato el 5 de septiembre de 1917 en circunstancias no aclaradas del todo, ya que parece que realizaba un vuelo de prueba llevando como copiloto a su propio padre.  La aviación perdía pues a uno de sus mejores exponentes, a quien aguardaba quizá un prometedor futuro. 

Para saber más: Henri Tixier, un aviador francés en Andalucía.


 



08 noviembre, 2021

"Cambalaches" del XVIII.

 Allá por el siglo XVIII, si alguien deseaba, por poner un ejemplo, anunciar la venta de unos muebles, contratar un criado o informar de la pérdida de algún objeto de valor, lo usual era recurrir a los servicios de alguno de los habituales pregoneros que cobraban por anunciar avisos y demás informaciones de viva voz y en lugares concurridos, a fin de lograr la máxima difusión de la "noticia". 

Sin embargo, en la tarde del viernes 14 de abril de 1758 había bastante ajetreo en la puerta de la imprenta de José Navarro y Armijo, situada en la entonces llamada calle Génova, actual Avenida de la Constitución; de las prensas del establecimiento salían los primeros ejemplares del "Hebdomadario Útil Sevillano", una publicación semanal, como su nombre indica, que durante unos años sirvió para informar y dar servicio público a los sevillanos de la época cuando las rotativas y las mesas de redacción eran algo impensable. Curiosamente no fue la primera, ya que en el siglo XVII, entre 1661 y 1667, se publicó la Gazeta Nueva de Sevilla, bajo los auspicios del impresor Juan Gómez de Blas. 

 Al precio de dos cuartos, se vendía en la propia imprenta y en una librería de la calle Alcaicería, por no hablar de cómo los ciegos, vendedores habituales de la llamada "literatura de cordel", al colgar los pliegos de ese modo, también pusieron de su parte a la hora de la distribución de ejemplares de esta edición sevillana cuyo editor desconocemos pero que a buen seguro tomó como modelo otros títulos publicados en Madrid, como el llamado Diario Noticioso, Curioso, Erudito y comercial público y económico cuya cabeza visible era Francisco Mariano Nipho.


 Tal como ha reseñado la profesora María del Carmen Montoya Rodríguez, el Hebdomadario surge para cubrir una serie de necesidades y se enfoca a todos los públicos (que supieran leer, claro está), editándose todos los viernes y martes, aunque finalmente parece que sólo vería la luz la edición de los viernes. Cada número, editado en dos columnas en tamaño cuarto y cuatro páginas, comenzaba con algún tipo de enseñanza o artículo de carácter religioso, aunque no faltaron artículos como el dedicado al Monumento Eucarístico de la Catedral de Sevilla, más crónicas o anuncios de actos sociales o fiestas populares, sucesos variados y hasta noticias escabrosas y moralizantes, así como un grupo de secciones fijas que merece la pena reseñemos aunque de manera escueta:

La de "ventas y compras", donde tenían cabida todo tipo de artículos, desde simples cancelas hasta fincas enteras, pasando por vajillas, muebles, armas, vestuario, ganado y objetos artísticos como esculturas, pinturas o retablos; quizá esta parte nos recuerde, por qué no, al conocido "Cambalache" o a cualquier página de internet dedicada a compra venta. 


 Otro apartado importante era el de las "Pérdidas", donde se reflejaban las denuncias de ciudadanos que afirmaban haber extraviado algún objeto importante, pongamos por caso este anuncio de abril de 1759, como puede deducirse, el suceso tuvo lugar entre la calle Córdoba y la de Álvarez Quintero: 
 
"El día siete del corriente, desde los Alcuceros a la Cruz de los Polaineros, se perdió una bolsa de estambre de colores, dentro incluía 96 reales en plata y en cobre, 20 cuartos; a la restitución acúdase a Don Pedro Rodríguez, cirujano Plaza de Nuestro Señor San Salvador y se le dará su hallazgo".

Veamos estos otros dos de agosto del mismo año: 

"El viernes por la mañana, tres del corriente, viniendo de fuera un religioso, se le perdió una caja, dentro Anteojos, con armadura de plata, y correspondiendo sus grados a su vista, solicita su restitución, acudiendo al Padre Sacristán del Convento del Señor San Joseph, quien dará el hallazgo".

 "Domingo 22 del pasado mes, estando un sujeto en la calle de las Armas viendo pasar la procesión de Nuestra Señora del Carmen, perdió o echó de menos de su bolsillo una caja llena de tabaco dicha de China, blanca, con flores encarnadas, su fábrica cuadrada, a modo de canastillo, con cerco y charnela de plata; a su restitución se acudirá al Padre Cura de la parroquial de San Martín, por cuya mano se ofrecen dar dos pesos por su hallazgo, sin más pregunta en el asunto". 

Llaman la atención las detalladas descripciones de los objetos perdidos así como el término "restitución" indicado en el caso de que se devolviera el objeto con la posible recompensa o gratificación. 


 Igualmente, y ya que hablamos de "Restituciones", podemos poner un ejemplo de 1759 también: 

"Martes 8 del corriente, el Campanillero que toca para el Rosario de Nuestra Señora de la Antigua, al sitio de la Puerta del Perdón, se encontró un Rosario engarzado en plata, con otras circunstancias de estimación y valor, que solo pretende se las participe a su dueño para su entrego". 

En este caso, curiosamente, se obviaban detalles "ex profeso" a fin de evitar que apareciesen falsos propietarios y lograr que el auténtico dueño diese pormenores para hacerse merecedor de la devolución. 

Además, el aspecto religioso se plasmaba en las convocatorias de cultos y actos religiosos (Novenas, Octavas, Rosarios, procesiones) y en la publicación del Santoral cada número.Tampoco se descuidaban asuntos económicos o financieros, con los precios del grano, la carne y otros productos, así como los navíos llegados a puerto con su carga y pasaje.  

La sección "Habilidad" sería el equivalente al ofrecimiento de servicios u oficios, de modo que artesanos publicitaban su actividad, como en el caso de este tapicero publicado en noviembre de 1759:

"Al sitio de la Alfalfa, pasada la Pastelería, vive Bonifacio de Toledo, quien hace presente al público poderle servir en componer alfombras, tapicerías y labrar de todo primor de junco; une al viejo el nuevo sin distinción a la vista"

"A la Fuente Italiana, o Casa de las Salchichas, debajo de los portales, enfrente de la Punta del Diamante, asiste un italiano próximamente llegado que tiene la habilidad de trabajar y hacer colchones a todo primor, como consta en diferentes casas en esta ciudad, que ha lucido su aplicación."

Para no cansar mucho más, no nos resistimos a mencionar un último apartado, el correspondiente a "Amos y Criados", donde podían leerse avisos como estos: 

"Se necesita un Joven que sepa escribir medianamente para un Escritorio y en sus vacantes ha de acompañar a su Ama cuando lo permita la ocasión, no se le escasea el salario siempre que su aplicación y trabajo en la pluma se lo merezca; acúdase a las Oficinas de la Real Casa de Contratación, donde hallarán razón."

"Cierto sujeto hábil en la administración de Sacristía, e inteligente en toda instrucción en la música, con todo arreglo a sus preceptos y voz correspondiente, pretende colocación en esta Ciudad donde pueda ejercitar su habilidad, para lo cual se dará noticia en la Imprenta".

"Cierta doncella de labor, su edad veinte y ocho años, que al presente se halla fuera de esta ciudad, pretende su acomodo, y dice tener la habilidad de coser de primor, así a la española, francesa e inglesa, planchear, bordar en blanco y otras clases, se acudirá por razón donde éste se imprime". 

El Hebdomadario, al que incluso le salió un imitador satírico "El Embromario", se publicó durante algunos años más, aunque se le pierde la pista sobre 1767, quizá al ser poco rentable al decir de su impresor. Su lugar será ocupado por otras publicaciones, como El Correo de Sevilla (1781) o el Diario Histórico y Político de Sevilla (1792), pero esa, esa ya es otra historia..

01 noviembre, 2021

Un sevillano en Alaska.


Aunque poco conocida, la biografía del marino y explorador sevillano Esteban José Martínez y Martínez de la Sierra, nacido en Sevilla en 1742, supone adentrarnos en una época en la que aún quedaba mucho por explorar por parte de la corona española, en concreto en la zona de la costa noroeste de América, sector canadiense correspondiente a la actual Vancouver y a la isla del mismo nombre; pero como siempre, vayamos por partes. 

Durante todo el siglo XVIII la monarquía española hubo afrontar diversos problemas políticos, siendo uno de ellos la creciente rivalidad comercial con Inglaterra. Así, el Atlántico y el Pacífico fueron escenario de constantes altercados entre buques mercantes y militares, con la consabida presencia de corsarios y bucaneros que generarían no pocos problemas a las rutas y convoys españoles que volvían o regresaban a la península ibérica. En este sentido, hay que destacar cómo también entran en escena otras nacionalidades, como la rusa, ya que a medida que avanza la centuria se comprobó que expediciones auspiciadas por los zares fueron poco a poco ocupando territorio español entonces, buscando sobre todo el comercio de pieles con los indígenas de la zona que reseñamos al comienzo. 

Bautizado en la parroquia de Santiago, como estudió en su momento la profesora Borrego Plá, los padres de Esteban carecían de abolengo y tampoco eran sevillanos, ya que su padre, Martín, era cántabro y su madre, Antonia, era de la localidad onubense de Manzanilla. Huérfano con apenas 6 años de edad, su madre procuró entonces que Esteban obtuviera la mejor educación posible, de modo que en 1750 logra el ingreso de su hijo en el prestigioso Real Colegio Seminario de San Telmo, centro especializado en enseñanzas náuticas establecido en la actual sede la Presidencia de la Junta de Andalucía. 

El joven Esteban resultó admitido tras afirmar varios testigos que, por supuesto, era cristiano bautizado y criado en la fe católica, sin ningún expediente abierto por el Santo Oficio, como descubrió la investigadora antes citada; a la hora de acceder a la escuela naútica "contaba ocho años de edad y era blanco, pelo, cejas y pestañas rubias, ojos pardos tiernos y menudo de facciones", así que pronto se vio vestido con el uniforme escolar que constaba de "casaca de paño azul, collarín y vuelta encarnada con golpe azul, chupa, calzón y medias del mismo color". El plan de estudios comprendía muchas y variadas asignaturas, como geometría, cosmografía, navegación, geografía e incluso nociones de artillería o construcción de pequeños navíos, sin olvidar la formación en prácticas con frecuentes viajes embarcados en buques de la corona.

De esto modo, Esteban José Martínez surcó los mares por primera vez en 1762 como grumete en el "Príncipe Lorenzo" en expedición a los Mares del Sur. Sin que se sepan los motivos, el joven marino hizo gala desde muy pronto de un fuerte carácter, prueba de ello es que no llegó a finalizar sus estudios naúticos al considerar que eran inútiles para él y al ser designado para un empleo inferior a su categoría de "pilotín" o ayudante de piloto. 


 Expulsado de San Telmo, su figura parece diluirse un tanto desde el punto de vista histórico, en años en los que se supone prosiguió navegando y adquiriendo experiencia, aunque se tiene constancia de su matrimonio en la Parroquia del Sagrario de Sevilla el 10 de septiembre de 1770 con Gertrudis González. En 1773 lo tenemos ostentando el cargo de segundo piloto en la costa californiana, a la par que irá ascendiendo en el escalafón por méritos propios. Como base de operaciones, el puerto de San Blas, en la costa oeste mexicana, punto de partida para aquellos intrépidos exploradores que ponían rumbo al frío norte, como el oficial Juan Francisco de la Bodega y Quadra, quien sorteando los fuertes vientos y el intenso oleaje alcanzó latitudes desconocidas entonces.

Nuestro sevillano protagonista, aparte de realizar diversas exploraciones en territorio poco poblado de California, efectuó varias travesías por la actual Alaska, estando presente en sucesivas expediciones con las que aprovisionar diferentes enclaves como San Diego (donde dejaron al misionero Fray Junípero Serra), Monterrey, San Francisco, etc.  o "presidios" mucho más al norte. Siguiendo instrucciones del Virrey de México, Bernardo de Gálvez, quien a su vez hacía lo propio de órdenes de Carlos III, se organizaron varias exploraciones costeras tras detectarse la sorprendente presencia de enclaves rusos al norte, de modo que a Esteban José Martínez le tocó en suerte capitanear  la fragata "Princesa", dotada con 89 hombres y poner proa hacia Alaska.

Durante la travesía, demostrando ser un hombre de la Ilustración, Martínez dejó por escrito sus impresiones al contemplar paisajes, fauna o tribus, así describía en su Diario uno de sus encuentros con las gentes de aquellos lejanos lugares: 

"En todo el resto de la tarde se juntaron veinte y una canoas que según conté había en todas como ciento cincuenta indios, todos corpulentos y robustos, aún los de mayor edad, dos canoas llenas de mujeres (...) bien parecidas, traían en la boca una tablilla que parecía labio de una concha pintada, el labio de abajo lo tenían agujereado donde se afirman la tablilla, cosa muy fea, traían sus manillas o plomo y también cobre y muchos anillos. En una canoa grande de catorce o quince codos venía uno, representando ser el Rey o Capitán, con veinte y dos indios con música de pandero y sonaja, bailando, y gritando todos, este señor Rey se pagó de mi gorra encarnada, se la di, y me regaló un manto que traía puesto, también noté en sus canoas algunas planchitas de hierro y algunos otros instrumentos de piedra, pero lo que me causó novedad fue verles media bayoneta y a otro un trozo de espada hecha cuchillo, también les vi una cuchara de palo y recogí dos flechas primorosas".

Martínez, a la par, comprobó efectivamente las intenciones rusas de poblar esa costa e incluso de llegar a la isla de Nutca (frente a la actual Vancouver en la Columbia Británica de Canadá), todo ello gracias al contacto amistoso establecido con un navegante ruso apellidado Zaikov y dedicado a comerciar con las tribus de la zona para conseguir las apreciadas pieles de lobo o nutria. Sin embargo, habida cuenta la rivalidad con otros oficiales de su propia flotilla, la expedición le valió un proceso judicial por exceso de disciplina para con las tripulaciones del cual salió indemne, y en diciembre de 1788 nuestro paisano partía de nuevo hacia las heladas tierras del norte con la orden de reclamar todo aquel territorio en nombre del Rey de España, fundando además el Fuerte de San Miguel en Nutca. Se cuenta que las provisiones ni eran tan abundantes ni tan frescas como parecía y que el aguardiente, junto con las prendas de abrigo, fue eficaz recurso para paliar temperaturas muy por debajo de los cero grados centígrados.

Una vez allí, el 5 de mayo de 1789, Martínez hubo de establecer relaciones amistosas con los indios Keleken, mientras que con los portugueses, llegados allí también por razones comerciales, la situación se fue enrareciendo, culminando con la requisa de las mercaderías en nombre del rey español; al poco de emprender los trabajos de fortificación de la isla, arribó a ella un barco de guerra británico, el "Argonaut", cuyo oficial al mando, el capitán James Colnett, comunicó cortésmente que también atracaba allí para actuar como Gobernador en nombre de Su Graciosa Majestad. Tras la sorpresa inicial, de la cortesía entre caballeros se pasó a la discusión sobre jurisdicción y a la postre se desencadenarían los acontecimientos: el capitán inglés fue hecho prisionero tras amagar con desenvainar su espada, su barco resultó confiscado e incluso en la trifulca murió uno de los jefes Keleken, quizá a manos del propio Martínez o de uno de sus subordinados, o puede que fusilado por orden suya. 

En cualquier caso, tras la llegada de nuevas órdenes del Virreinato de México, en vista del conflicto de alta política generado, Nutca hubo de abandonarse provisionalmente el 6 de diciembre de 1789, con la puesta en libertad de los prisioneros ingleses incluida y el disgusto (por no decir enfado) de Esteban José Martínez que vió cómo por las posteriores Convenciones de Nutca los ingleses no sólo recuperaban lo perdido, sino que los españoles abandonaban la zona para siempre.

Desencantado, en 1792 regresó a España, donde le aguardaba su esposa, desempeñando diversas misiones como teniente de fragata en algunas flotas, presentando algunos proyectos a la Corona para afianzar el dominio español en la zona que tan bien conocía, la costa suroeste de la actual Canadá: En 1795 rogó regresar a San Blas, esta vez acompañado de su mujer, donde se estableció en su rancho en Tepic, muy cerca de Jalisco. La muerte le sorprenderá el 28 de octubre de 1798 en el Real Presidio de Loreto, en el actual Estado de Texas, donde sería sepultado. 

Explorador experimentado, piloto de gran valía, áspero en el trato e impaciente por naturaleza, Esteban José Martínez, pasará a la historia por su gran aportación dando a conocer una zona en la que el hielo y las duras condiciones de vida ponían a prueba a quien se atrevía a viajar a aquellas tierras, así como por haber sido el primer español en contactar con ciudadanos rusos en aquellas lejanas latitudes.

25 octubre, 2021

Y la luz (eléctrica) se hizo.

 No cabe duda que a veces, un simple gesto encierra toda una historia detrás, como por ejemplo el simple hecho de accionar cualquier interruptor y conseguir iluminar, como por arte de magia, una habitación, o que funcione todo tipo de electrodomésticos, incluso que puedas leer estas lineas en la pantalla de un ordenador o de un dispositivo móvil. Pero, ¿desde cuándo disponemos de esta "magia" llamada electricidad en Sevilla? Como siempre, vayamos por partes. 


La importancia de la energía generada por la electricidad, presente en la Naturaleza en los rayos de tormenta, en determinados seres vivos que son capaces de generar corrientes eléctricas para defenderse de de depredadores o en algunos minerales con magnetismo, llevó desde la Antigüedad a que muchos científicos elucubrasen sobre su origen y, también, su posible utilidad. Desde el experimento de Tales de Mileto en el 600 a. C., cuando el heleno generó electricidad estática al frotar un fragmento de ámbar ("electros" en griego), pasando por todo un interminable listado de autores clásicos y modernos como Faraday, Ohm, Franklin, Siemens, Westinghouse, Alva Edison, Morse; todos ellos con sus descubrimientos han ido paulatinamente mejorando nuestras vidas.

Como ha analizado el profesor Rufino Madrid, la electricidad presenta varias cualidades, como la de no ser almacenable, la de su uso instantáneo, su limpieza, su fácil transporte, su carácter multifuncional, lo limpio de su consumo o, por contra, lo contaminante de su producción. 

En nuestra ciudad, ya en el siglo XVIII, destacó la labor divulgativa del profesor Benito Navarro de Veas, quien en 1752 publicó la obra "Phísica Eléctrica o compendio en el que se explican los maravillosos fenómenos de la virtud eléctrica". Sin embargo, no será hasta 1850 cuando se constituya en nuestra ciudad la "Escuela Industrial Sevillana", institución que comenzó a incluir en sus planes de estudio una asignatura llamada "Aplicaciones de la electricidad y de la luz", siendo su profesorado firme partidario del empleo eléctrico como nueva forma de iluminación en sustitución del gas, una rivalidad que será constante durante décadas, como veremos.  

Fruto de todo ello es que, tras un intento fallido, finalmente el 23 de marzo de 1860 se colocaron varias lámparas de las llamadas "de arco voltaico" en la azotea del Ayuntamiento, conectadas a una pila Bunsen. El espectáculo contó con la presencia de la banda municipal de música y, una vez "hecha la luz", maravilló a la muchedumbre congregada en la Plaza de San Francisco, asombrada por el invento que, se suponía, abría las puertas a la próspera "modernidad". El Consistorio, convencido tras la exhibición, apoyó económicamente a la Escuela Industrial, con vistas a difundir la nueva tecnología. 

Otra figura clave será Enrique Bonnet Ballester. Murciano de nacimiento y telegrafista de profesión, galardonado en varias ocasiones por sus inventos, trabajó en Cádiz, donde iluminó de forma eléctrica el actual Gran Teatro Falla, para luego intentar proponer, en 1870, la iluminación del Real de la Feria de Abril mediante 500 bujías alimentadas por acumuladores. Como afirma el profesor Madrid Calzada, las presiones por parte de la Compañía de Gas, entonces encargada de tal tarea, desecharon la idea, tasada en 1.200 reales de la época. 

Resulta curioso cómo entonces la iluminación eléctrica se asociaba a ferias y festejos, por la esplendidez y luminosidad proporcionada, como decía la prensa local allá por 1874, testimonio recogido por el antes citado profesor Madrid sobre el efecto de una luz que "acaba iluminando el campo y haciendo bellísimos efectos de claroscuro entre árboles y casetas". No es de extrañar, para más abundamiento, que nunca falte en las Ferias andaluzas la llamada "prueba del alumbrado", prólogo de los días de fiesta.

No obstante, Bonnet no cesó en su empeño, ya que tras participar con éxito en la Exposición Universal de Barcelona de 1889 logró los pertinentes permisos para instalar una central de generación térmica con cuatro calderas y 4 dinamos. Tras fundar en 1890 la sociedad "Fábrica de Electricidad Enrique Bonnet", ubicada en la calle Tarifa en pleno centro de Sevilla, la central brindó energía eléctrica a varias casas y comercios de la calle Sierpes, aunque la "contaminación acústica" fue una baza en su contra, ya que las quejas de los vecinos fueron constantes por el ruido generado vendiéndola a la naciente "Sevillana de Electricidad" en 1902. 

Durante el siglo XIX surgen las primeras compañías eléctricas andaluzas, enclavadas en zonas mineras (Río Tinto) o costeras (Málaga o Cádiz), aunque no conviene olvidar otras localidades como Carmona, Antequera, Morón, Úbeda, Alcalá de Guadaira o Jerez de la Frontera. 

Central de la Calle Arjona. 1896.

En 1894 nace la "Sevillana de Electricidad" (ahora integrada en Endesa), como filial entonces de la alemana AEG. Su primera central o "fábrica de luz" (derribada al cabo de los años) se construye en la calle Arjona y se dota de dos máquinas de vapor de 300 caballos y ofrecía corriente continua de 110 voltios a un sector reducido y cercano a dicha central. La Feria de Abril de 1902 fue testigo de cómo ya algunas casetas lucieron, nunca mejor dicho, iluminación eléctrica, lo que supuso toda una tarjeta de presentación a nivel comercial para la firma.  

Anuncio en la prensa local, 1911

Impulso importante para la Sevillana será el primer cliente importante en 1896: la Real Fábrica de Tabacos, nada menos, e igual de reseñable sería conseguir el suministro eléctrico para los Tranvías sevillanos que pasarán de la tracción animal a la nueva modalidad, con el aliciente de que el tendido instalado servirá para que no pocos establecimientos se "enganchen" a este tipo energía. Artífice de todo ello fue el ingeniero alemán de la AEG, luego afincado en San Juan de Aznalfarache, Otto Engelhardt, que a la postre recibió condecoraciones y honores, pero sobre todo, un apodo por parte del pueblo sevillano: "Otto el de los tranvías". Totalmente contrario a las ideas de Hitler, murió fusilado en Sevilla en septiembre de 1936.

Anuncio en la prensa local, 1911

Fruto de esos vientos de cambios será la polémica pugna entre "faroleros" y "eléctricos" o entre "La Catalana" y "La Sevillana" por la primacía en la iluminación pública de la ciudad, victoria conseguida finalmente por la segunda, quien logrará el contrato de alumbrado urbano hispalense en 1905 y además dará comienzo al proceso de implantación de tipos de farolas, especialmente las de fundición de la zona monumental que aún perviven, por no hablar de la construcción de diversas centrales y estaciones eléctricas, como la construida en el Prado de San Sebastián, en terrenos de la familia Luca de Tena, accionistas de la Compañía y actual sede social en Sevilla o como la que pervive aún en la calle Feria, construida con diseño del arquitecto Aníbal González en 1909. 

Foto: María Coronel.

Poco a poco, "La Sevillana" irá implantando el consumo eléctrico en los hogares sevillanos, popularizándose también el uso de determinados electrodomésticos como la radio, tan importante en la historia reciente de Sevilla. Las fachadas de las casas se llenaron de las características "tapas de registro" e incluso surgió un personaje cuya aparición en los corrales de vecinos generaba inquietud: "el tío de los alicates", que acudía a cortar el suministro por falta de pago. 

Apretar un interruptor y encender la luz se convirtió en algo rutinario. Pero esa, esa ya es otra historia...

Central de la Calle Arjona, construida en 1896






18 octubre, 2021

A pique.

Lo contaba con gran despliegue de tipografía el diario local "El Noticiero Sevillano" allá por noviembre de 1896, en la madrugada del 7 al 8 se había producido una catástrofe fluvial que impactó a toda la ciudad, sobre todo por la entidad de las personas que habrían fallecido ahogadas en las oscuras aguas del Guadalquivir. Todo comenzó con una actividad cinegética, pero como siempre, vayamos por partes. 

Un grupo de cazadores, deseosos probar su puntería en la zona de la desembocadura del Guadalquivir, decidió alquilar los servicios del pequeño vapor "Aznalfarache", perteneciente a la empresa "Camacho y Compañía" y dedicado a tareas de transporte de mercancías; de este modo, embarcó el grupo en torno a las once y media de la noche con la idea de surcar el río de madrugada y llegar a su destino al amanecer. Al timón se encontraba el Capitán Antonio Martínez, quien llevaba al parecer tres años y medio al mando del navío, contando como tripulantes con un maquinista llamado Joselito, asturiano de nacimiento y vecino de Triana, un fogonero, apellidado Suero, y otro marinero, de nombre José Núñez. La noche se presentaba tranquila y los pasajeros decidieron retirarse a descansar tras la cena con la correspondiente sobremesa. 

Todo se precipitó al llegar a la zona llamada entonces "Callejón o Cabezo de la Mata", de aproximadamente 6 kilómetros de longitud, entre el llamado "Brazo del Este" y el "Canal de la Hambre", con una anchura de unos cien metros, estando más o menos a la altura de Lebrija. El "Aznalfarache" pudo distinguir las luces de otro navío de mayor envergadura que se dirigía directamente hacia él. Se trataba del "Torre del Oro", de la Compañía Sevillana, con 73 metros de eslora y 10 de manga, capitaneado por José Heredia González, el cual regresaba a Sevilla desde Sanlúcar de Barrameda. Pese a las luces de posición, y sin que se supiesen, en principio, las causas, se produjo la brutal colisión, que provocó el casi inmediato hundimiento del pequeño vapor con todo su pasaje y tripulación a bordo, de modo que sólo sobrevivieron el propio capitán del barco y un pasajero, de nombre Juan Fe. La profundidad en aquella zona era de veintidós piés, o lo que es lo mismo, casi siete metros.

Ilustración del pintor José Arpa para la revista "La Ilustración Española"

 Así lo narraba el mencionado periódico en su edición del 8 de noviembre: 

No hay palabras para describir el cuadro. El capitan del Aznalfarache, que es quien nos ha hecho la anterior relación, dijo que vió pasar sobre él aquella mole y se encontró poco después a flor de aguas. Débil y falto de conocimiento a consecuencia de la conmoción, encontró afortunadamente cerca de él una barquilla que en el Aznalfarache llevaban para ir con ella a cobrar las piezas cazadas, y le sirvió de apoyo para sostenerse a flote. Junto a él se encontró a otro naúfrago, el señor Fe, asido a un madero. Ambos señores trabajaron para sostenerse hasta recibir auxilio.

Ilustración de la Revista "La Ilustración Española y Americana"

El capitán del "Torre del Oro", tras salvar a los dos naúfragos y comprobar durante un tiempo prudencial que no se divisaban más supervivientes, puso rumbo a Sevilla. El mismo barco que causó la tragedia fue el encargado de a ambas víctimas junto con la triste noticia a la ciudad, donde en poco tiempo se corrió la voz de la desgracia, sucediendose las escenas de angustia y dolor por el destino de los expedicionarios. Tanto el capitán Martínez como el señor Fe perdieron el conocimiento y tardaron en recuperarse de sus heridas, siendo atendidos médicamente en sus domicilios. 

La prensa local, destacó en sus números siguientes a la tragedia la identidad y personalidad de varios de ellos, entre los que destacaban industriales, empresarios del comercio (propietarios de joyerías, camiserías, sombrererías) funcionarios (del Banco de España, por ejemplo) e incluso el hermano del famoso pintor José Villegas Cordero, Ricardo, también destacado pintor, quien se sumó a la excursión en el último momento. Tampoco merece quedarse en el tintero el nombre del joven Alberto Barrau, miembro de la Directiva (así se decía entonces) de la Hermandad del Valle y cuya muerte a la postre provocó que, impactado por la pérdida, el músico Vicente Gómez Zarzuela compusiera la marcha fúnebre "Virgen del Valle", como investigó José Manuel Delgado allá por 1998. Finalmente, a la hora de hacer recuento, se contabilizaron veintiún fallecidos.

Ricardo Villegas, retrado por su hermano José.

La Comandancia del Puerto y autoridades de la Marina pusieron manos a la obra a fin de rescatar los cuerpos de los infortunados, destacando la labor del ingeniero del Puerto, Luis Moliní como coordinador de la tareas y la del buzo Arroyo, quienes llegaron al lugar del desastre a bordo del remolcador "Destello" una vez fueron localizados los restos del naufragio del "Aznalfarache". Tras sumergirse en las frías aguas, Arroyo pudo alcanzar la zona de la bodega y comprobar que en ella estaban aún los cadáveres de varios de los pasajeros, como si el impacto y hundimiento les hubiese sorprendido durmiendo, mientras que otros cuerpos, al ser sacados a la superficie, mostraban señales de lucha infructuosas por haber intentado alcanzar dicha superficie. 

"El Noticiero Sevillano", martes 10 de noviembre de 1896.

 Durante aquellos días tristes fue también destacable el comprobar cómo varios amigos de los fallecidos había salvado sus vidas al declinar en el último momento la invitación a la cacería fluvial, al igual que las muestras de pésame de toda la ciudad, comenzando por el Círculo Mercantil que organizó un solemne funeral en la Parroquia del Salvador. Poco a poco se fueron rescatando casi todos los cuerpos del fondo del río y también se iniciaron las pesquisas para dilucidar las causas del siniestro. 

Ilustración del pintor José Arpa para la revista "La Ilustración Española"

Por cierto, en el juicio, consejo de guerra, celebrado con posterioridad y analizado por el investigador y marino Manuel Rodríguez Aguilar, quedó demostrado que el capitán del barco hundido apenas había descansado durante la jornada y que una desgraciada "cabezada", provocada por el sueño, durante un momento de la travesía fue la culpable de la catástrofe. La sentencia, dictada el 21 de junio de 1899 en la ciudad de San Fernando, sede del tribunal, lo condenó a la pena de cuatro meses de arresto mayor, inhabilitación para patronear navíos y pago de una indemnización marcada en 333.000 pesetas a repartir entre los familiares de las veintiún víctimas de la tragedia. Ni que decir tiene que el capitán del otro navío quedó absuelto de los cargos de imprudencia que se le imputaban.

Un año después de la tragedia, todavía el periódico La Andalucía, relataba el hallazgo por parte del Cabo de Carabineros de San Juan de Aznalfarache de cuatro escopetas de caza en la zona del naufragio, lo que da idea de cómo los restos fueron aflorando poco a poco, mudos testigos de un suceso que marcó los años finales del siglo XIX en Sevilla.


11 octubre, 2021

Cuna.

 

Corre el año 1558. El entonces Arzobispo de Sevilla, Fernando Valdés, en unión de Juan de Obando, Vicario General de la Archidiócesis deciden fundar una Hermandad en honor al Patriarca San José y a la advocación de la Virgen del Amparo, dedicada a ayudar y mantener a un sector de la población siempre en riesgo: los niños. 

Así, la nueva Corporación, a semejanza de otras entidades de aquel tiempo,  tenía entre sus cometidos el de salvar de las calles a aquellos recién nacidos que eran abandonados en zonas concretas de la ciudad; la iniciativa no era nueva, ya que se tiene constancia de establecimientos benéficos de este tipo en Italia ya en el siglo VIII. Para entender cómo era la situación en aquella Sevilla del Quinientos baste el desolador documento que sacó a la luz la Doctora Giménez Muñoz, donde se afirmaba que esos niños "expuestos a la inclemencia de los temporales que por el rigor de los fríos en su tierna edad y desabrigo ya por la impiedad de los perros faltos del natural instinto apenas habían abierto los ojos a esta vida cuando se hallaban despojados de ella con su temprana muerte, quedando privados de gozar de Dios para siempre por faltarles el agua del Santo Bautismo muriendo antes de recibirla"

Ni que decir tiene que la mayoría de estos pequeños eran fruto de relaciones extramatrimoniales (en unos tiempos en los que la deshonra suponía un estigma social) o hijos de familias sin recursos que optaban por la dolorosa decisión de abandonarlos a la espera de que algún alma caritativa se apiadase de ellos, de ahí la costumbre de dejarlos en la puerta de monasterios y conventos (¿quién no recuerda la emotiva novela y película de Marcelino Pan y Vino?). 

La nueva Hermandad, nacida al calor de una época en la que la ciudad bullía en actividad y en la que los contrastes sociales era muy fuertes, irá poco a poco alcanzando cierta pujanza. En 1627, con el mecenazgo del Cardenal Diego de Guzmán, tras no pocas vicisitudes se convertirá en una Junta con doce vocales en la que tendrán cabida personajes del estamento eclesiástico y del civil, siempre bajo la presidencia del Prelado de turno que ostentaría el rango de Protector; además, a fines del XVII la Casa Cuna, tras una estancia en la calle Francos, se establecerá en la calle de los Carpinteros o Carpintería, aunque el nombre del gremio poco a poco irá siendo desplazado por el de Cuna, llegando con esta denominación hasta nuestos días. 


Pese a la influencia arzobispal, no tuvo nunca la Casa Cuna una saneada economía, ya que, por ejemplo, durante años son constantes las quejas de los administradores por la falta de recursos con los que alimentar a la numerosa población infantil y con los que pagar los sueldos de las nodrizas o amas de cría encargadas de alimentar a no pocos recién nacidos que eran dejados literalmente en el "Torno", muy similar al existente en los conventos femeninos de clausura y que garantizaba el anonimato de las manos que entregaban al niño a Casa Cuna. En muchas ocasiones los niños venían acompañados de alguna nota o carta con instrucciones sobre su crianza futura, pues quizá fueran de nuevo recogidos, en otras, los niños apenas traían lo puesto y llegaban en pésimas condiciones de salud. 

Richard Ford ya lo recogió en sus escritos de 1830, que la Casa Cuna era "el lugar donde los inocentes son asesinados y los hijos naturales abandonados por sus antinaturales padres, y atendidos en el sentido de que se les mata a hambre lenta.", lo que da idea, por desgracia, de las condiciones de vida allí, con una mortalidad de más del 50%. Prueba de ellos son los libros conservados en el Archivo Provincial y la existencia, en la Parroquia del Salvador, de la llamada Cripta de San Cristóbal; en ella, durante las excavaciones arqueológicas realizadas en la restauración de dicho templo en 2004, se contabilizaron novecientos cuerpos correspondientes a población infantil, enterrados allí debido quizá a episodios de alta mortalidad motivados por epidemias (peste, fiebre amarilla, cólera, sarampión...). Fue sin duda uno de los hallazgos más sorprendentes, e incluso la prensa local de se hizo eco de ellos. 


Un portero montaba guardia durante la noche junto al torno, y en el caso de que se dejase algún niño, prontamente se le entregaba a las religiosas a cargo del establecimiento, cuya Superiora no tardaba en ordenar su higiene, alimentación, inscripción en los correspondientes libros de registro y, por supuesto, su bautismo y otorgarle un nombre, normalmente el del santo del día. Eso sí, el apellido sería el mismo para todos aquellos desafortunados: Expósito, que aún perdura en el catálogo de apellidos españoles.

González de León narra que en el siglo XIX la Casa Cuna se hallaba en el entonces número 13 de la calle del mismo nombre, y que se trataba de un edificio con una fachada sin apenas adornos dignos de mención, excepción hecha de dos lápidas de mármol, una a cada lado de la puerta principal, en una de ellas con la escueta leyenda: 

AQUÍ SE ECHA LA LIMOSNA 

PARA ESTA STA. CASA

Mientras que en el otro lateral figuraba ésta inscripción del Salmo 26 del Antiguo Testamento:

Cuya traducción sería "Porque mi padre y mi madre me desampararon, el Señor me recogió". Ni que decir tiene que el torno antes aludido ocupaba lugar preferente en la fachada de la Casa, que a su vez, como recoge el mismo autor, poseía sala de lactancia, dos salas para "destete" y una enfermería que era atendida gratuitamente por un médico, por no hablar de las demás dependencias y la capilla, reconstruida en 1734 por Diego Antonio Díaz. Como curiosidad, la capilla era presidida por un retablo barroco con una imagen de San José obra de Pedro Duque Cornejo

A los seis años, los niños pasaban al Hospicio, entonces en el actual Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, aunque existía la posibilidad de que fuesen adoptados siempre que los padres "sean de buenas costumbres y tengan medios para sostener al prohijado". En torno a 1874, por poner un ejemplo, había 430 niños en la Casa Cuna, a los que habría que sumar casi 600 más, acogidos en las llamadas "Hijuelas" o sedes de Cazalla, Écija, Morón, Osuna, Utrera y Carmona. 

A partir del siglo XIX una Junta erigida por el Cabildo de la Ciudad, formada por diversas damas de la alta sociedad, asumió la gestión de la Casa Cuna con notables mejoras, como la construcción de una nueva sede abandonando el vetusto edificio de la calle Cuna y trasladándose en 1917 a la zona de Miraflores, donde el arquitecto Antonio Gómez Millán diseñó un funcional edificio de corte regionalista. Gestionada por la Diputación Provincial de Sevilla durante toda esta etapa y con la ayuda de las Hijas de la Caridad, en 1989 finalmente cesó su actividad, pasando la cuestión social a manos de la Junta de Andalucía. 


La calle, eso sí, conservó el nombre y el recuerdo de aquel establecimiento benéfico, aunque en su lugar, sobre 1925, se construyó uno de los primeros lugares destinados en Sevilla a proyecciones cinematográficas: el Cine Pathé, aún en pie en el número 15 de la calle, pero esa, esa ya es otra historia.

Fotos: María Coronel. 

04 octubre, 2021

Cirugía Mayor.

 

Probablemente, se trata de una de las calles más cortas de Sevilla, entre la Plaza de Menjíbar y Castellar, paralela a Feria, no muy lejos de la Iglesia de San Juan de la Palma. Debe su nombre a un cirujano, Bartolomé Hidalgo de Agüero, quien durante el siglo XVI alcanzó justa fama y cuyo nombre, en aquellos años recios de duelos y estocadas, los espadachines invocaban antes de entrar en liza: "A Dios me encomiento y al Doctor Hidalgo de Agüero". Pero como siempre, vayamos por partes. 

En torno a 1383 habría nacido, probablemente en Lora del Río, Juan de Cervantes y Bocanegra, miembro de un noble linaje y nieto del Almirante de Castilla, nada menos. Llamado a la vocación religiosa, doctorado en Salamanca, intervino en varios Concilios, como el de Siena, tras lo cual fue ascendido al rango de Cardenal en 1426. Prosiguió siempre defendiendo la causa de la primacía papal en otros Concilios como los de Basilea o Maguncia y finalmente, tras pasar por las diócesis de Ávila o Segovia, recaló en la Archidiócesis Hispalense en 1449. 

Establecido ya en Sevilla, tomó parte activa en las obras de la Catedral, aportando importantes sumas de dinero, formó una imponente biblioteca de más de trescientos volúmenes (legada al cabildo hispalense) e incluso fundó 1450 la Cofradía de la Santa Faz en el monasterio franciscano del Valle. Su legado, tras fallecer en 1453, quedó plasmado en dos obras, su impresionante sepulcro catedralicio, realizado por Mercadante de Bretaña y la fundación del llamado Hospital de San Hermenegildo, o lo que es lo mismo, el Hospital del Cardenal o de los Heridos.

Situado a caballo entre la actual calle Francisco Carrión Mejías y la propia de Cardenal Cervantes, el  Hospital no tardó en lograr merecida fama como centro hospitalario especialmente dedicado a cuestiones quirúrgicas, sin descuidar otras áreas; como decíamos, estamos en la violenta Sevilla de bravos, matones y espadachines a sueldo, en la que se prodigaban las pendencias y ajustes de cuentas, de modo que las heridas por arma blanca eran bastante frecuentes. Dotado con una plantilla en la que había doctores, enfermeros, boticarios, barberos, capellanes y todo el personal necesario, en este hospital, con dieciocho años, entrará como "Médico Residente" (por usar un término actual) un joven licenciado en Medicina por la Hispalense, que con rapidez irá absorbiendo todo lo que se hacía en el Hospital, formándose como galeno y cirujano y estudiando cada caso hasta lograr lo que Bartolomé Hidalgo de Agüero, ése era su nombre, llamó la "vía particular". ¿De quien y de qué hablamos?

Hidalgo de Agüero habría nacido en Sevilla en torno a 1537; casado y con cuatro hijos, poco se conoce de su vida, salvo su labor como médico, su aprendizaje y su maestría, ya que dejó numerosos discípulos. Como curiosidad, dato aportado por el doctor Vázquez Medina, en 1575 se le asignó un sueldo anual de 27.000 maravedís, mientras aprendía con los doctores López de la Cueva y Cetina. 

Dado nuestro nuestro poco o nulo conocimiento sobre ciencia médica, recurriremos a la sabiduría del doctor y farmacéutico sevillano Herrera Dávila, estudioso del tema en nuestros días para intentar explicar el método de nuestro cirujano. Tradicionalmente, y así lo aconsejaba la ciencia de aquella época, los cortes y heridas inciso contusas eran tratados en medicina mediante el uso de trepanación o hierros (por supuesto, sin anestesia) o con la aplicación de medicinas húmedas a fin de conseguir la aparición de la llamada "pus loable". Pese a ello, la mortalidad era muy alta para este tipo de traumatismos. 

Por ello, basándose en su dilatada experiencia "de treinta y ocho años", como afirmaba, Hidalgo de Agüero publicará su obra Thesoro de la verdadera cirugía, unos simples pliegos, con 57 consejos que "afijará" en algunas zonas de Sevilla para que todos pudieran leerlos. Dos detalles llamarán la atención de esta obra del cirujano sevillano: el hecho inusual de que utilice la "lengua común" desechando el culto y científico latín y que base sus afirmaciones, quizá por primera vez, en la práctica estadística, ya que para ello llevará cuenta de todos los pacientes atendidos por heridas en el Hospital del Cardenal, de sus heridas y de su evolución, practicando su método de "vía seca", basado en el empleo de la higiene y la sutura.  

Así, como ha investigado Herrera Dávila, en 1583 ingresaron en su Hospital 456 heridos, de los que, una vez tratados por Hidalgo de Agüero, murieron sólo 20, lo que proporciona una mortalidad excepcionalmente baja teniendo en cuenta la época. 

Todo ello da idea de cómo llegó a ser la fama alcanzada por nuestro cirujano, aunque no faltaron voces críticas o envidiosas que pusieron en tela de juicio sus propuestas quirúrgicas, las de los doctores Estrada o Fragoso, con quienes sostuvo un airado debate en el que hubo de intervenir el Cabildo de la Ciudad. Ya se sabe, "nadie es profeta en su tierra".

A lo largo de su extensa y fructífera historia, el Hospital del Cardenal, de los Heridos o de San Hermenegildo, llegará a tener hasta más de ochenta camas,  se transformará en el Asilo Provincial de San Fernando en el siglo XIX, para ser derribado, definitivamente, en 1950. Con la demolición se perderá uno de los edificios más interesantes de aquella zona, formándose de nuevo cuño la actual calle Francisco Carrión Mejías. 

Por su parte, Hidalgo de Agüero morirá en Sevilla en 1597, "pobre, honrado y famoso", como escribirá alguno de sus biógrafos admiradores, siendo sepultado en la parroquia de San Juan de la Palma, como recuerda un azulejo allí situado. Fallecerá, además, contando con el agradecimiento de no pocos heridos salvados por su pericia. Recordemos, fruto de todo ello se hizo popular la expresión, antes de desenvainar la toledana, "A Dios me encomiendo y al Doctor Hidalgo de Agüero".