14 octubre, 2024

Por la calle de enmedio.

Cerca del río, en un arrabal alejado del centro histórico, una calle destaca como vertebradora de un barrio con orígenes humildes que ya ha aparecido por estos lares en alguna ocasión. Ya que vamos a recorrerla sin prisa, aprovecharemos para hacer un poco de historia sobre su ubicación. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Foto Reyes de Escalona. 

Aunque siempre se ha pensado que durante siglos la ciudad se concentró tras el perímetro amurallado de origen almohade, no es menos cierto que algunos núcleos poblacionales se crearon de manera improvisada en el exterior de la primitiva cerca; un caso concreto bien podría ser el producido a comienzos del siglo XVI por todo un barrio de pescadores edificado entre muladares y lavaderos de lana, como bien se indica en el conocido Diccionario de las Calles de Sevilla: Los Humeros, nombre ligado ahora muy mucho a una querida hermandad de gloria que da culto a una devota imagen de la Virgen del Rosario con el Niño Jesús en sus brazos. 

Y, ¿Por qué "Humeros"? Justino Matute, allá por el año 1761 indica que era el barrio de los Humeros de las sardinas, esto es, el lugar donde se ahumaban estos pescados, para así garantizar que fueran comestibles, ya que el humo (en lo que es una técnica de la que se tiene constancia desde el período Neolítico) elimina microbios y retarda el proceso de oxidación de las grasas y la aparición de malos olores, de ahí que las sardinas ahumadas fueran producto de primera necesidad muy demandado. Los primeros permisos concedidos a estos hornos de ahumados datan de fines del siglo XV y en 1504 el cabildo de la ciudad recoge tres peticiones para "levantar casas" de ahumar sardinas, cantidad que se multiplica por dos al año siguiente.

Por supuesto, al sur de las llamadas "Huertas de Colón", como arrabal estaba encorsetado por dos frentes: el río y la muralla, ésta con la Puerta Real como único acceso y con unos horarios que limitaban bastante el tránsito entre el barrio y la ciudad. La zona, con el paso del tiempo quedó muy degradada por la presencia de diversas actividades, unas "legales", como la fabricación de pequeñas embarcaciones y otras no tan "legales" como la concentración de gentes de mal vivir y como amenaza constante las riadas de un Guadalquivir que encontraba en este sector un lugar donde campar a sus anchas cuando se crecía. 

Foto Reyes de Escalona.

Entre 1747 y 1761 y gracias al empeño de su Mayordomo, el maestro botinero Miguel Liñán, se construye (sobre lo había sido el taller de alfarería del genovés de Tomás Pesaro) la antes mencionada capilla dedicada a la Virgen del Rosario, es la época del auge de los rosarios rezados por las calles. El siglo XIX marcará un primer cambio en la omnipresente calle Torneo: la construcción de la estación de Plaza de Armas (que se llevó por delante tres manzanas de calles y algunos corrales de vecinos asentados en ese sector), la llegada de las vías del ferrocarril, que impedirá que el barrio acceda a las orillas del río (era zona de baños en verano), más el derribo de la Puerta Real en 1859, a la que seguirá la progresiva desaparición de la actividad pesquera o "humera" (en relación a los hornos, que conste), dando paso a obreros y trabajadores, muchos de ellos vinculados a la fábrica de cerámica de Pickman en la extinta y cercana Cartuja de las Cuevas. Pese a todo, siguió siendo un barrio popular y lleno de vida, que celebraba Veladas a la Virgen del Rosario y vivía en regulares condiciones de vida, como puede imaginarse. 

Foto Reyes de Escalona.

La Guía de Sevilla y su Provincia de Gómez Zarzuela del año 1865 proporcionaba estos datos sobre el barrio, aparte de nombrar el Estanco de Antonio Caro: 

"Los Humeros. Está situado este barrio junto al sitio donde se alzaba la Puerta Real. En él existía el arsenal de los árabes; tiene dos plazas y cinco calles con 130 edificios. En sus inmediaciones se encuentran la estación de la línea férrea de Córdoba, el campo de Marte, la fábrica de gas y la fundición de los señores Portilla".

De ese callejero en el antiguo arrabal destacan nombres de calles muy vinculados a los oficios de la marinería: Dársena, Barca o la misma Bajeles, ésta última uno de los ejes del barrio. Curiosamente, desde al menos 1665 se ha documentado que se llamaba calle de Enmedio o del Medio, así aparece en el conocido plano del Asistente Olavide de 1771, hasta que en 1859 se le da su nombre actual, en alusión a un tipo de buque o navío con casco de madera y uno o varios palos, relacionado todo ello con la teoría (muy cuestionada) de que en tiempos de la Sevilla musulmana en esta zona habrían estado las atarazanas o astilleros para la fabricación de navíos, algo de lo que no hay constancia documental o arqueológica pero que fue muy del gusto de los cronistas de siglos pasados, como Fermín Arana de Varflora. 

Situada entre la Plaza Blasco de Garay y la calle Locomotora y paralela a la antigua calle de Abajo de los Humeros, actual calle Dársena, la calle Bajeles apenas conserva edificios de cierta antigüedad, sobresaliendo gran parte de viviendas de pisos y alguna que otra casa unifamiliar reformada. 

Foto Reyes de Escalona.

Por cierto, mención especial merece un barrio casi desconocido y casi pegado a los Humeros: el de La Gallega o de Los Gallegos, que habría estado situado entre la desembocadura de la calle San Laureano (extensión de Alfonso XII hacia Torneo) y Marqués de Paradas; como recuerdo, o quizá casualidad, aún pervive en esa esquina un veterano Bar, llamado La Gallega, bastante conocido entre vecinos y punto de reunión para muchos. No lejos de allí, todavía en 1896 se mantenía en pie un enorme árbol de origen americano, un Ombú o Zapote, plantado allí según la tradición por el propio Hernando Colón, recuerdo de tiempos pasados, cuando el hijo del Almirante y Descubridor estableció su residencia en lo que es ahora San Laureano, casi al lado de la Piedra Llorosa. Desgraciadamente, pese a la campaña encabezada por el historiador Joaquín Guichot y otros eruditos, el Zapote u Ombú fue talado en 1902, pero eso, eso ya es harina de otro costal. 

07 octubre, 2024

Para mojar pan.

Olivo solitario,
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente.
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea

Antonio Machado (1875-1939). Nuevas Canciones.

En la tostada de por la mañana, iluminando iglesias y hogares, ungiendo a reyes y sacerdotes, curando enfermedades, sirviendo para reparaciones mecánicas, usado en freidurías y calenterías, objeto ahora casi de lujo, en esta ocasión, nos vamos a probar un buen aceite de oliva y a descubrir, algunas, solo algunas, de sus utilidades a lo largo de la Historia sin perder de vista sus usos tradicionales. Pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Desde el punto de vista de la mitología clásica, el olivo está vinculado a la diosa Atenea o Minerva, quien porta en sus manos una rama de este árbol, ya que, durante una pugna con Poseidón por poner nombre a una nueva ciudad, aquella golpeó una roca con su lanza y brotó un olivo, algo con lo que los habitantes de aquella ciudad podrían alimentarse, poseer iluminación o fabricar perfumes, de ahí que la ciudad en cuestión se llamase, y se llama, Atenas. Símbolo de la paz, aparece en el pico de la Paloma que vuelve al Arca de Noé o en la bandera de las Naciones Unidas. Además, se le relacionó con la victoria y la fecundidad, de hecho los campeones de los Juegos Olímpicos o los esposos romanos, llevaban coronas o guirnaldas de olivo y, por poner un ejemplo, la maza de Hércules estaba fabricada en este material y el olivo silvestre, el acebuche, tenía en el dios Apolo a su protector.

El fruto del olivo, la aceituna, deriva del árbe "Zaitum", y de él se tiene constancia histórica como fruto comestible desde la Edad del Bronce, hace unos cinco o seis mil años, nada menos. Hay referencias arqueológicas en Creta y Egipto, concretamente en la tumba de Ramses III y, por supuesto, en la cultura helénica, como hemos dicho, expandiéndose por todo el Mediterráneo su cultivo con la inestimable colaboración de un pueblo navegante y comerciante: los fenicios. La Provincia Bética (por el Río) se convertirá en uno de los grandes productores de aceite y lo exportará a la metrópoli romana en vasijas y cántaros que incluso, amontonados hasta alcanzar la increíble cifra de 53 millones, conformarán el famoso Monte Testaccio de Roma, en cuyas excavaciones arqueológicas se ha podido comprobar esa procedencia andaluza. Casi se nos olvida, mención especial para las lucernas romanas, pequeños recipientes de barro con imágenes mitológicas, eróticas o decorativas que se llenaban de aceite con una mecha y servían para iluminar y un recuerdo entreñable para las populares y tradicionales "mariposas" de aceite que flotando en este líquido iluminaban a imágenes religiosas en los hogares. 

En el Cristianismo el olivo o el aceite serán sacralizados y honrados de muchas formas,  desde el Monte de los Olivos hasta la unción sagrada ("los Santos Óleos" o "el Santoleo", como decían los antiguos"), pasando por las ramas de olivo del Domingo de Ramos o esos otros olivos que vemos alzarse sobre los grandes Pasos de Misterio en Semana Santa. En relación a la Unción, hay que decir, que en la Antigüedad los guerreros, antes del combate, untaban sus cuerpos con aceite de oliva, a fin de no ponerlo fácil a la hora del "cuerpo a cuerpo" y minimizar los daños por las heridas, de ahí el simbolismo de ungir con aceite sagrado a los monarcas cuando eran coronados, costumbre que ha pervivido entre diversos pueblos como el hebreo o el visigodo y de ahí a las diferentes cortes medievales europeas. Por cierto, la palabra "Cristo" proviene del griego "Christos", que significa "Ungido". En cuanto a las propiedades medicinales del aceite, en la Carta de Santiago se menciona:

"¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor".

El paisaje andaluz en general, y el sevillano en particular, no podría entenderse sin ese verde mar de olivos alineados jalonando las tierras de labranza de la provincia, donde las labores del campo, como el "Verdeo" o cosecha de la aceituna, han dado lugar a celebraciones festivas en pueblos como El Arahal, por no hablar de la existencia de olivos o acebuches de gran antigüedad, presentes desde tiempos históricos en muchas zonas, como los conservados en la aldea de El Rocío (el popular "Acebuchal"), o en ermitas como las de la Virgen de la Oliva en Salteras, patrona de los olivareros, o las de Torrijos o Cuatrovitas, ésta vinculada al gremio del verdeo, y ambas con famosas romerías que coinciden con el fin de la cosecha en el olivar. Por cierto, Miguel de Cervantes, durante su oficio como recaudador, anduvo requisando aceites de Paradas y Écija allá por 1588.

Vincent Van Gogh: Olivos. 

Como ha analizado de manera impagable la profesora Isabel Castro Latorre, la importancia del olivo y el aceite en la cultura religiosa es muy grande, destacando su uso como elemento milagrero o milagroso; por citar sólo un ejemplo, es muy conocido el uso dado por aceites provenientes de lámparas votivas que han servido para alumbrar a imágenes religiosas de gran devoción, como por ejemplo, la Virgen de la Caridad, patrona de Sanlúcar de Barrameda; en este caso incluso se cuenta que se produjo un conocido prodigio: cuando tras un olvido no se encendió la lámpara que la iluminaba en su hornacina, ésta comenzó a rebosar un aceite que pronto fue considerado milagroso y reclamado por enfermos y moribundos. Aún hoy, se entrega a los fieles y devotos con este fin, hemos sido testigos de ello. 

Virgen de la Caridad, Patrona de Sanlúcar de Barrameda.

Otro caso, muy sevillano además, es el del aceite de Sor Ángela de la Cruz, que puede solicitarse en la portería de su convento. El "Aceite de Madre" constituye un precioso ejemplo de religiosidad popular que busca en este elemento la curación de diversos males; para ello, ha de extenderse sobre la zona a sanar trazando varias cruces y recitar una oración, bien a la Santísima Trinidad, bien a la propia Sor Ángela de la Cruz, canonizada, como se sabe, por Juan Pablo II en 2003. Ya lo dice el refrán: "aceite de oliva, todo mal quita".

Como situación opuesta, el aceite hirviendo, además de para freír exquisito pescado, llegó incluso llegar a ser último y doloroso recurso para desfigurarse el rostro, si no, que le pregunten a Doña María Coronel, allá por el siglo XIV que de este fatídico modo consiguió librarse del trance del feroz acoso al que la tenía sometida el rey Pedro I de Castilla, apodado el Cruel o el Justiciero, quien tras el suceso hubo de "tomar el olivo", usando un refrán taurino que alude a saltar la barrera. Aterrado, se quitó de enmedio, vamos. 

Foto Reyes de Escalona.

Como somos muy de calles y plazas, no podía faltar mencionar que la actual calle Tomás de Ibarra se llamó del Aceite por la abundancia de almacenes de este género que albergó, muchos de ellos dedicados al comercio con ultramar o que existe la calle Aceituno, de la que hablamos en otra ocasión o incluso la calle Alcuceros (actual Córdoba), donde se vendían estos recipientes para contener aceite, pero sin duda, el lector que haya llegado hasta este punto, ya estará recordando el conocido Arco o Postigo del Aceite, en la calle Almirantazgo y que formó parte de las puerta del recinto almohade amurallado. Llamado así, obviamente, por acoger la entrada y salida de aceite hacia el río y reedificado en 1572 por Benvenuto Tortello a instancias del Conde de Barajas, ostenta en su parte superior, en el lateral que da a Correos, para entendernos, un gran relieve con el escudo de armas de Sevilla, obra de Juan Bautista Vázquez el Viejo. Como curiosidad, conserva aún las ranuras en las que se colocaba la tablazón horizontal para evitar la entrada de agua en tiempo de riadas, y también, por supuesto, la preciosa capilla de la Pura y Limpia del Postigo.

Foto Reyes de Escalona.

Seguro que, a estas alturas,  alguien estará echando en falta una alusión a las tradicionales y exquisitas tortas de aceite, tan reconocidas en Castilleja de la Cuesta, pues bien, allá por 1874 Álvarez Benavides las menciona en relación a un antiguo corral donde luego se ubicó el famoso Café Suizo de la calle Sierpes:

"Dichas casas de vecindad, según nuestros informes, formaron antiguamente un establecimiento de beneficencia, y en el horno citado, se hicieron las primeras tortas de aceite que se confeccionaron en Sevilla. Dichas tortas eran por cierto mucho más pequeñas que las actuales."

Terminamos. Se nos queda en el tintero hablar de gordales, manzanillas, partidas, verdes, negras, deshuesadas, "chupadedos", con anchoas, pero esta vez, en vez de con aquello de "eso ya es harina de otro costal", lo hacemos con dicho popular, ya se sabe, "cada mochuelo, a su olivo".

30 septiembre, 2024

Vizcaínos.

Situada en pleno meollo de la ciudad y rodeada de calles importantes y de plazas de relumbrón en pleno centro de Sevilla, la que calle que nos ocupa, en cambio, apenas ha sido reseñada, salvo para algo tan nuestro como el habitual "callejeo" en fechas semanasanteras; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Foto Reyes de Escalona.

Tras la conquista de la ciudad por Fernando III, se cuenta que en esta vía se asentaron importantes caballeros del linaje de los Castro, procedentes de la localidad de Castro Urdiales, de ahí que en principio se denominase de este modo. Situada entre la calle de la Mar y saliendo casi al arquillo de San Francisco, esquina con la calle Génova, o lo que es lo mismo, entre García de Vinuesa y la Avenida de la Constitución, popularmente fue cambiando de denominación ya que, como reseñaba un cronista en ella vivía una importante población de origen vasco que tenían en el comercio del hierro su modo de vida:

"Gran número de vizcaínos que toda la calle ocupado han, y tratan y venden en ella los clavos, herraduras y toda cosa que armas de hierro, lanzas, hachas y hachetes pertenece."

Prueba de la pujanza económica y social de los vizcaínos asentados en Sevilla y de su vinculación con el Barrio de la Mar, fue la adquisición de una capilla, nada menos que en el cercano y próspero Convento de San Francisco (actual Plaza Nueva), donde labraron hermoso retablo barroco encargado a Francisco Dionisio de Ribas y Pedro Roldán en el siglo XVII y que en la actualidad, recientemente restaurado, preside la nave principal de la también cercana parroquia del Sagrario de la Catedral, fundándose la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad para agrupar religiosamente a los miembros de aquella colonia vasca. Nombres como los de Antonio de Eguino, Diego de Zárate o Domingo de Ochandiano destacarán por su labor en la Casa de Contratación, en estrecha relación con Sancho de Matienzo, su primer Tesorero, sin olvidar otros vizcaínos dedicados a las finanzas y la banca, como Domingo de Lizarrayas o Pedro de Morga, o también experimentados pilotos vinculados a las rutas a Indias. Como se ve, la comunidad vasca jugó un papel nada desdeñable y dejó huella tanto en nuestra ciudad como en su historia.  

Poco a poco, el nombre de Vizcaínos se fue imponiendo y así aparece ya en el conocido plano del Asistente Pablo de Olavide, fechado en 1771. Aparte de calle eminentemente mercantil, como decíamos, albergó también a parte del gremio de carpinteros, así como dos hospitales benéficos en época medieval: el de los Caballeros, constituido por gentes de la nobleza que habían combatido en la conquista de la ciudad, y el de los Cargadores, de cuya existencia ya hay datos en torno al año 1479. Tampoco faltaron imprentas de mucha importancia, como las de Francisco Lorenzo de Hermosilla o la de Francisco Garay, ambas con gran predicamento en el siglo XVIII.

En 1590 ya se registran peticiones de sus vecinos para empedrar la calle, lo cual vuelve a solicitarse años después, en 1609. Como curiosidad, en 1882 el Doctor Philip Hauser, de quien ya hablamos en otra ocasión escribía:

"Últimamente se ha hecho un ensayo en la calle Vizcaínos, por el Sr. D. Jorge Welton, de un embaldosado en cubos pequeños de madera sentados sobre asfalto. Esto parece, que reúne varias condiciones favorables, primero, disminuye la trepidación producida por la marcha de los coches, después disminuye el tiro hasta el punto que un caballo arrastra una carga equivalente a las de cuatro sobre un empedrado de piedra. Hace más de dos años que fue construido, y hasta ahora no se ha deteriorado; pero esto no basta para juzgar sobre su duración, pues tanto los cambios de temperatura como de humedad, tienen por efecto de deteriorar las mejores maderas".

 Afectada por la profunda reforma urbanística que supuso el ensanche de la Avenida a comienzos del siglo XX, carece de edificios de especial importancia, salvo el conocido como de La Adriática, en la esquina de la Avenida (en cuyos bajos estuvo tantos años la confitería Filella), construido entre 1914 y 1922 bajo planos del arquitecto José Espiau Muñoz y con diseño neomudéjar o regionalista, destacando por la vistosidad y cromatismo de la azulejería combinada con mármoles, yeserías, ladrillo o forja y por su cierto parecido con otro edificio del mismo autor, el de la Ciudad de Londres de la Calle Cuna. Como anécdota, indicar que a finales de los años setenta del pasado siglo el edificio perdió su remate en forma de cupulín recubierto de azulejos, y que éste, por fortuna, se recupero en una restauración realizada en 2003, volviendo de este modo a su aspecto original. 

Cuatro personajes, tres históricos y otro anónimo, destacan en la pequeña historia de esta vía.  Como relata Alonso Morgado en su Sevilla Mariana, allá por 1649, año de la Peste en Sevilla, vivía a la altura del número 18 una noble y rica dama, soltera por más señas, devota de una imagen de María Inmaculada a la que oraba con fervor en un pequeño retablo de su casa. Cierta mañana, al acudir María de San Francisco (que así se llamaba la señora) a sus rezos, escuchó una voz proveniente de aquel lugar que le decía: "Llévame a San Francisco, a la Capilla Mayor". Atemorizada, pudo ver al día siguiente que la imagen de la Virgen había bajado sola del retablo y, a la vez, oyó de nuevo: "Llévame a San Francisco, a la Capilla Mayor". Cuentan que el prodigioso suceso se repitió varios días, y en cada ocasión, la imagen fue hallada cada vez más cerca de la puerta de salida de aquella casa sin que, que se sepa, interviniera mano humana en ello. 

Avisada la comunidad franciscana, acudió a llevársela en procesión, siendo entronizada en la capilla mayor y no tardando en recibir innumerables oraciones y donativos de sus fieles, alcanzando fama de milagrosa, lo que no pasó desapercibido a los amigos de los ajeno, pues la venerada imagen sufrió un robo sacrílego que la despojó de sus joyas de oro y plata. El pueblo, pese a ello, afirmó que tal ultraje no afectaría a la Inmaculada, pues "Como es tan  Sevillana, no hace aprecio, ni caso de riquezas", y de ahí nació el llamarla "La Sevillana", siendo considerada una de las imágenes que despertó mayor fervor de su tiempo, atribuida a las gubias de Juan de Mesa. La desaparición del convento de San Francisco en el siglo XIX motivó su traslado al convento de San Buenaventura, allí se la puede encontrar, presidiendo el altar mayor.

Foto Reyes de Escalona.

En el número 13 nació, el 1 de mayo de 1855, Pedro Rodríguez de la Borbolla, considerado como uno de los grandes protagonistas de la política local de fin del XIX y comienzos del XX, quien, desde las filas del Partido Liberal ejerció como nadie como árbitro y cacique. Con ideas republicanas,  llegó a ser Ministro de Instrucción Pública y de Gracia y Justicia, así como Diputado en Cortes por Sevilla, Decano del Colegio de Abogados y Alcalde de su propia ciudad. 

Foto Reyes de Escalona.

Muestra de su influencia entre bastidores fue el apodo de "Don Pedro de las Mercedes" o "El Amo de Sevilla". Fallecerá en 1922 y en sobre su casa natal será colocada una lápida de mármol, que se conserva, en su memoria y en la avenida que lleva su nombre un simple pedestal con esta inscripción:

"ÍNTEGRO Y
CABALLEROSO.
FUE MUCHO
PARA TODOS Y
POCO PARA SÍ".

 Otro personaje, cuyo nombre completo no ha llegado hasta nosotros, será un humilde pordiosero que malvivía en un cuartucho de la calle Vizcaínos y que protagonizó un peculiar episodio.  Álvarez Benavides narra que allá por los años de 1781-1783, solía pedir limosna en la vecina calle de Hernando Colón; arrodillado en la acera con la cabeza descubierta, aguardaba pacientemente y en silencio las monedas que algunas almas caritativas le daban, respondiendo siempre con la misma frase de misterioso agradecimiento "Dios se lo pague y lo libre de malos temporales". Sin embargo, los vecinos comenzaron a echarlo de menos en junio de 1783, por lo que, preocupados, enviaron un sacerdote que lo conocía al lugar de su muy humilde residencia. Sobre una silla, uno de los escasos enseres en su única estancia, estaba depositada una carta con un enigmático mensaje y que decía:

"Mi respetable padre y señor. Bajo un ladrillo de los situados hacia la cabecera de mi cama, encontraréis quinientos ducados, que deseo sean repartidos entre los pobres que tengáis a bien elegir, y Dios pague tanto este favor como la caridad que conmigo habéis tenido. El año de 1780, regresando de las Indias con un único hijo que tengo, sufrimos tan terrible temporal que naufragamos, y en tan supremos instantes ofrecí a Dios que, si salvaba la vida, reuniría de limosna los quinientos ducados que para el fin dicho dejo a vuestra disposición. He cumplido lo que prometí.R. H. J.".

Terminamos. En esta calle también nacerá en 1821 el escritor, dramaturgo y poeta Manuel Fernández y González, uno de los grandes exponentes del folletín por entregas y con una obra extensísima, lo que no impedirá que fallezca en Madrid en 1888 en la más absoluta miseria. Quizá como recompensa, el Ayuntamiento decidirá que sus dos apellidos sustituyan al nombre de Vizcaínos de esta calle, ahora sede de la Casa de Extremadura, institución fundada en 1925 nada menos, pero eso, eso ya es harina de otro costal.


19 septiembre, 2024

Correa.-

"La música compone los ánimos descompuestos
y alivia los trabajos que nacen del espíritu. "
Miguel de Cervantes Saavedra.
 

Perfeccionista e inquieto, irascible y virtuoso del órgano, fue considerado una eminencia en su oficio y arte, y como tal, valorado en todas partes, menos en su ciudad natal, cosa nada infrecuente, por otra parte. Respondió al nombre de Francisco Correa de Arauxo y en esta ocasión desmenuzaremos, brevemente, cómo fue su trayectoria; pero, para variar, vamos a lo que vamos.
 
En septiembre de 1584 es bautizado en la parroquial de San Vicente el hijo de Simón Correa e Isabel de San Juan, al que se le pone por nombre Francisco. El nacimiento se había producido en el conocido como barrio del Bajondillo, la que sería ahora calle de Juan Rabadán, no lejos de San Lorenzo. Maestro botijero, el padre de nuestro protagonista a buen seguro era especialista en tinajas y orzas, con especial mención a las denominadas ollas peruleras, realizadas como envases para el aceite y el vino que se exportaba a América en aquellos años. 
 
Apenas ordenado clérigo, con solo quince años será instituido como organista titular del segundo templo en primacía de la ciudad, la Colegial del Divino Salvador, dónde destacó tanto por su esclarecido talento como por sus arrebatos de ira, pecado harto frecuente entre genios y virtuosos seguidores de la Musa Euterpe (la de la Música, para entendernos).


Sus comienzos quizá fueron un reflejo de lo que sería su trayectoria profesional, pues uno de los candidatos rechazados, un inglés de apellido Picaforte, pleiteó durante cinco años contra el nombramiento. A partir de ahí, los litigios serían su habitual compañero de viaje. Experto compositor, supo como pocos aunar bajoncillos, registros, clarines y tientos de tonos diversos, conjugando todo su saber en sesudo volumen titulado “Facultad Orgánica” que publicó en 1626, considerándose por ello diestro intérprete y lúcido instrumentista, lo que valióle halagos y alabanzas de quienes tuvieron ocasión de acceder a dicho volumen, tanto, que a la postre, años después fue considerado "El Bach español".


Mas como del dicho al hecho dista no poco trecho, quiso la Providencia que cada vez que hubiera vacante de organista en la ciudad o en otro lugar, como las catedrales hispalenses, toledana o malagueña, por citar algunas a las que opositó, nunca pudiera gozar de ellas, continuando en la Colegial del Salvador por espacio de veinticinco años, con enorme fidelidad y por ello logrando la recompensa de que se le premiara con un aumento de 2.500 maravedís y 6 fanegas de trigo.  Las decepciones y la frustración harán que se enfrente al cabildo del Salvador con desavenencia en diversos momentos, uno de ellos al negársele a ejercer como capellán, otro contra la Hermandad Sacramental a cuenta de unos carpinteros y otro, en  fin, por defender a su discípulo y sobrino Juan Arias Macías a quien habían despojado, arbitrariamente según él, de su plaza de cantor; cuentan las crónicas que por este motivo, y otros, la situación se fue agriando paulatinamente, de tal manera que, como cuenta el organista Andrés Cea, el 8 de septiembre de 1630 se produjo un tremendo escándalo en el Salvador, pues Correa planteó una serie de reivindicaciones que incluso acompañó con el lanzamiento de octavillas de protesta (algo en lo que, como se ve, se adelantó a los actuales sindicatos), realizadas de su puño y letra: 
“Se puso de pechos en la tribuna del órgano que cae sobre el coro y en voz alta dijo que le fuesen testigos los presentes como subía a tañer aquella fiesta compulso y apremiado y contra toda su voluntad. Y que, en señal de que así lo hacía, lo manifestaba en un papel que escritas las mismas razones arrojó dentro del coro. Y fue tanto el escándalo que el susodicho causó y lo que el pueblo alborotóse y escandalizase que en gran rato de tiempo no se pudo proseguir con los oficios divinos”.
Foto: Reyes de Escalona. 

El resultado final fue que el iracundo organista terminó dando con sus huesos en la llamada cárcel arzobispal, comenzando nuevo pleito, otro más, por la posesión de las llaves del órgano colegial (se negó a devolverlas) que no haría otra cosa sino precipitar que el cabildo del Salvador removiera cielos y tierra para lograr su propósito de despedir al organista. No hizo falta. El destino o la providencia divina hicieron que finalmente Correa de Arauxo aceptase el nombramiento de organista de la catedral de Jaén, donde durante cinco años, hasta 1640, ejercerá su magisterio, para finalmente lograr ese mismo año la plaza de organista titular de la catedral de Segovia. Allí se asentó de manera definitiva, pese a que le llegaron tentadoras ofertas, al fin, de la anhelada Hispalense, no volvió a cambiar de teclados. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Estimado lector, cuando entres en la iglesia del Salvador comprobarás que sobre airosa tribuna, a los pies del restaurado templo, hállase potente órgano, mas desdichadamente, por el momento sigue sin vida a la espera de una merecida y pronta restauración; no se trata, como algunos piensan del órgano del que tantos años salieron maravillosos registros y melodías compuestos por Correa de Araujo; si todavía pretendes hallar algunos restos de aquel órgano primitivo, tendrás que encaminarte a la cercana iglesia de la Anunciación, en cuyo coro alto, aunque con maquinaria moderna, se conserva, esta vez sí, el órgano que sirvió de piedra angular sobre la que se labró el  prestigio y  la fama de “El Bach español” y que pasó a mejor vida en 1654 en la ciudad de Segovia ocupando, como decíamos, plaza de organista en su Catedral, muriendo en la más absoluta pobreza, tanta, que el propio cabildo de la catedral segoviana asumirá los gastos de su entierro en la propia seo, pero eso, eso es ya harina de otro costal. 

16 septiembre, 2024

"La plaza más triste de Sevilla."


En esta ocasión nos quedamos cerquita de dónde lo dejamos hace apenas una semana, de hecho casi seguimos en el mismo sector de la ciudad, aunque abandonamos cuestiones docentes y didácticas y nos adentramos en una zona muy modificada pero que gozó de cierta importancia y hasta acogió gentes de lo más "peculiar"; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Casi al lado la intersección de la Resolana con la calle Torneo, ahora amplias avenidas llenas de ruido de tráfico, se encuentra la denominada calle de Vib-Arragel, con evidentes resonancias árabes y que recuerda a una de las puertas del recinto amurallado almohade que recorría esta zona, en la actual rotonda de la Barqueta o Plaza Duquesa Cayetana de Alba, perímetro defensivo que más que para proteger a la ciudad de ataques invasores, lo era para defenderla de uno de sus más terribles y tradicionales enemigos a lo largo de la historia: el río Guadalquivir. 

 

Con tal fin, se levantó un muro de elevado porte coronado por varios torreones de vigilancia, al estilo de los que aún subsisten en la Macarena, de ahí que la puerta también fuera denominada de la Almenilla, estando ubicada en lo que ahora sería el arranque de la calle Calatrava en dirección a la Alameda de Hércules. Con el paso de los años, recibió el nombre de "Blanquillo", sin que se sepan las causas y Barqueta, por encontrarse en esa orilla la barca que posibilitaba atravesar el río en dirección a Santiponce. 

Según la tradición, Vib-Arragel, o también Bib-Arragel, aludiría a la presencia en este sector, de uno de los palacios propiedad de los reyes andalusíes entre los siglo VIII y XI, donde el monarca al-Mutamid de las dinastía Abbadí quizá diera rienda suelta a la hermosa métrica de sus versos y donde, con posterioridad, se levantó el actual Monasterio de San Clemente, fundado por el obispo Don Remondo allá por 1260.

Rodeada por los altos paredones de la muralla y las sobrias tapias del antes aludido monasterio, la plaza, con esquema de terraplén defensivo, fue llamada "la más triste de Sevilla", por su lejanía, su carácter solitario al caer la noche cuando se cerraba su puerta al toque de oraciones, por carecer de apenas ventanas o balcones que dieran a ella y por poseer la fama de ser uno de los primeros lugares por los que el río cobraba fuerza y arriaba la ciudad cuando rebasaba su cauce, pese a los intentos de urbanizarla y mejorar su estructura, perpetuados con una lápida de mármol, al parecer desaparecida, colocada el 14 de marzo de 1629 y que tras el preceptivo encabezamiento con los nombre del Rey Felipe IV y del Asistente Lorenzo de Cárdenas, Conde de la Puebla del Maestre, junto con una retahíla de nombres, cargos y oficios municipales, mencionaba la reedificación y finalizaba con estas curiosas palabras:

"O pues, unos y otros vecinos de la Ciudad, mirando resistidas las rápidas ondas del río, y con tal providencia burlado el portento fatal, antiguamente llorado, y que amenazaba la destrucción por esta parte a la Ciudad, daréis por la seguridad agradecimiento al remediador de tanto mal".

Tampoco podemos dejar en el tintero el intento realizado, ya en 1752 por el marino, ingeniero y naturalista Antonio de Ulloa, que habría tenido como objetivo el crear una serie de malecones que actuaran como parapeto o escollera para salvaguardar la zona de la Barqueta de las aguas del Guadalquivir.

La Barqueta, en el siglo XIX.

Se ve que de nombres no quedó la cosa corta en este caso, ya que a todos los anteriores hay que añadir el de "Patín de las Damas", conformado por una especie de plataforma en la propia cerca amurallada a la que se podía acceder mediante escaleras desde la que podía disfrutarse de excelentes vistas del cauce fluvial y que durante los siglos XVI y XVII fue escenario de fiestas y agasajos, pues Francisco de Borja Palomo narra que el Patín fue reparado tras las terribles inundaciones de 1626:

“Existía también allí de muy antiguo una segunda muralla saliente que fue demolida, levantando y solando de nuevo el grande espacio que llamaban Patín de las Damas, poniéndole dos anchas escalinatas que antes solo tenía una, y dejándolo muy cómodo para que los habitantes de la ciudad tuvieran en las ardorosas noches del estío un sitio ameno y fresco para sus diversiones, que alcanzó gran celebridad hasta muy entrado este siglo XIX, porque allí la gente se reunía con frecuencia para sus bailes y serenatas nocturnas”.

 

Sin embargo, con el paso de las décadas, el "Blanquillo" se fue degradando, sirviendo con el tiempo como refugio de gentes de mal vivir, como maleantes, rufianes, facinerosos o ladrones de baja estofa. Favorecidos, quizá, por este "gremio", que no deseaba la presencia de gente honrada por aquellos lares, surgieron truculentas leyendas y aterradores relatos que habrían hecho hoy las delicias de cualquier televisivo programa de temas paranormales. Nuestro buen cronista Chaves Rey escribía en 1894 sobre el "Blanquillo":

"Los torreones que rodeaban el terraplén servían de albergue a los brujos y a las brujas, a quienes muchos juraban haber visto correr por los aires, atravesar el río sobre las aguas y ejecutar otras muchas habilidades de esa calaña. En  el Blanquillo decíase que un moro descomunal enterró viva a una doncella hija suya que dejó de serlo por cierto caballero cristiano; allí los judíos habían sacrificado muchos chiquillos con gran refinamiento de crueldades; allí aparecieron un día los cadáveres de dos amantes que tuvieron el mal gusto de escoger aquel sitio para sus amorosas expansiones, y allí, en fin, ocurrían todas las noches las más extraordinarias y terribles cosas que pueden imaginarse".

De hecho, otro cronista contemporáneo a Chaves, Manuel Álvarez Benavides aludía en 1874 a cómo, en siglos pasados el lugar estuvo plagado de duendes de todos los tamaños, hechuras y categorías que a medianoche salían a cometer sus tropelías por San Gil y San Lorenzo o de espectros y sombras que causaban terror entre los vecinos del barrio de la Feria. De entre este batiburrillo o revoltijo de criaturas (que poco tenían de sobrenaturales, como decíamos) destacó la figura de la tía Mari-Cangrejo, que vivía en los abandonados y viejos torreones de la plaza de Vib-Arragel; bruja convicta de aspecto nada entrañable, rodeada de calderos y alambiques, dedicaba su tiempo a la elaboración de ungüentos y pociones, a las que las gentes, a pies juntillas, atribuían mágicos poderes, entre ellos el de hacer volar, de manera inverosímil, a la propia creadora de tales potingues. 

El derribo de la muralla en el siglo XIX (la Puerta de la Barqueta lo fue en 1858) y el tendido de la vía del ferrocarril en la calle Torneo cambiarán profundamente la fisonomía de este entorno, pero no será nada comparado con la gran transformación que se verá en el antiguo "Patín de las Damas" o "Blanquillo" en los años previos a la Expo de 1992, pero eso, eso ya es harina de otro costal.

09 septiembre, 2024

La calle del Tocino o el maestro de la Resolana.

Es 30 de mayo, festividad del santo patrón de Sevilla. La ciudad sigue conmocionada, no se habla de otra cosa que del entierro, el día anterior y en el cementerio, precisamente de San Fernando, del joven matador de toros Manuel García, "El Espartero", muerto trágicamente en la madrileña plaza de las Ventas a manos del toro "Perdigón" de la afamada ganadería de Miura. Sin embargo, y pese a todo, es día de fiesta en el barrio. Las nuevas escuelas, patrocinadas y construidas por la Real Maestranza de Caballería han terminado sus obras y acude a su inauguración y bendición por el arzobispo Sanz y Forés lo más granado de la alta sociedad sevillana, amén de las principales autoridades de la ciudad. Don Faustino, el director la escuela, vestido de punta en blanco, procura, junto con los demás maestros, que todo esté en perfecto estado de revista para el acontecimiento. Corre el año 1894 y con la apertura de este colegio en la Resolana (o mejor, "Los Altos Colegios") se inicia una trayectoria educativa a cuyo frente se sitúa un maestro sevillano que hasta bautizará, con merecimiento, una calle con su propio nombre; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Entre las calles Relator y Bécquer se encuentra una antigua calle, que desde, como mínimo, el siglo XV recibió un nombre cuando menos, peculiar: la calle Tocinos. Poco se sabe del origen de este apelativo, lo que es cierto es que en 1845 fue sustituido por el de Paloma, se ve que los munícipes hispalenses no pecaban de originalidad precisamente a la hora de nombrar calles. 

Félix González de León, allá por el año 1839 escribía sobre la calle Tocinos:

"Ignoro su origen, es larga y ancha, pero de muchos solares y malas casas. Pasa desde la calle Honda al muro de puerta de la Macarena. En ella hay una casa en cuya pared está pintado el purgatorio (o retablo de Ánimas) recuerdo continuado de que aquella casa fue hospital, en que se curó y se enterraron muchos cadáveres el año de la Peste de 1649.

Esta calle era más larga, principiaba en la del Peso del Carbón, pero por no tener casas en este primer tercio, y ser escusada, hace algunos años se cubrió con paredes y en la boca que salía a la calle Honda ha labrado un almacén para guardar sus parihuelas la cofradía de la Cena Sacramental".

Plano de Olavide. 1771.

Indicar que al aludir a la calle Honda Don Félix se refiere a Relator, al igual que Peso del Carbón alude a la cercana calle de Peris Mencheta. La Hermandad de la Cena radicó, por su parte, en la cercana parroquia de Omnium Sanctorum desde el siglo XVI hasta 1936, tras ser incendiada su sede el 18 de julio de aquel año. 

Tocinos, Paloma, eran nombres poco apropiados, sin duda, de manera que en 1916, a petición de la Asociación de Maestros de Primera Enseñanza de San Casiano se le cambió a su nombre actual: Faustino Álvarez. Pero, ¿De quién hablamos en este caso?

Como han estudiado las profesoras universitarias Felicidad Loscertales y Rosario Navarro y como queda reflejado en el muy buen resumen histórico de los Altos Colegios realizado por sus propios maestros Luis Medina y Vicente Callejo, Faustino Álvarez y Sáenz habría nacido en Sevilla en 1848, y estudiado Magisterio en la llamada Escuela Normal que por aquel entonces tenía su sede en la calle Alfonso XII, logrando la titulación de Magisterio con apenas veinte años. Su primer destino, con la oposición recién aprobada, fue Castilleja de la Cuesta y de ahí pasó a una escuela en la iglesia de San Esteban y a continuación a la denominada Cuarta Escuela de Párvulos de Sevilla, la que sería y sigue siendo conocida como los "Altos Colegios".

El mismo año de su inauguración (1894) el periodista Torcuato Luca de Tena alababa ya a las Escuelas de la Macarena en las páginas del número 190 de la Revista Blanco y Negro de Madrid:

"De este estímulo entre la Maestranza y el Ayuntamiento, de esta combinación entusiasta entre las personas que a su cargo tomaron la pronta y perfecta realización de una idea generosa y buena, ha salido, como no podía menos de suceder, una obra completa, una obra artística, una obra útil: las Escuelas de la Macarena.

Colocadas en un barrio muy típico, eso sí, pero abandonado y poco favorecido hasta ahora, serán desde hoy fuente de educación y de cultura para la infancia del pueblo sevillano; construidas sin mezquindad y adornadas con todo lujo, la enseñanza se dará en ellas con arreglo a los últimos adelantos de Froebel, Pestaloizi, Spencer, Montesinos y otros ilustres pedagogos; siendo las primeras escuelas que con tal riqueza de detalles se han abierto en España, será muy honrosa y muy larga la gloria de los que en su construcción y arreglo han intervenido."

Práctico en lo didáctico, innovador en lo pedagógico, Faustino Álvarez llegó a publicar una obra, que dedicó a sus hijas, con el título de "Apuntes pedagógicos referentes a la educación de los párvulos en España" y prueba de su trayectoria docente fue ser galardonado con la Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica, condecoración poco frecuente por entonces entre el gremio de educadores. Los Altos Colegios contaron en principio con aulas para párvulos y niños y niñas de hasta 9 años, y pronto consiguieron hacerse un hueco en el corazón de la gente del barrio, además, Faustino Álvarez, en torno a 1899, también promovió la creación de un Aula de Música, dirigida por el maestro José Osuna, que dio pie a la formación de la Banda Infantil de las Escuelas de la Macarena, contando con cuarenta componentes uniformados y que se prodigará durante algunos años en actos y procesiones en Sevilla hasta su desaparición en torno a 1910. 


Predominan en la calle que comentamos las casas de pisos modernos de tres plantas, alguna vivienda del siglo XIX y algún ejemplo de vivienda unifamiliar de una planta, aunque, como en otros barrios, comienza  a dejarse sentir la presencia de apartamentos turísticos. Incardinada en el barrio y feligresía de Omnium Sanctorum, merece la pena destacarse el ambiente de fiesta y devoción que transmitía la tarde de la salida procesional de la Virgen Reina de Todos los Santos, engalanándose fachadas y colocándose gallardetes, colgaduras y focos para iluminar el paso del cortejo, rematado por las hermosas andas de la Virgen con sus oscilantes y altos candelabros. 


Foto Reyes de Escalona.

Como recuerdo permanente de esa vinculación popular queda aún un precioso azulejo, colocado por petición popular, bendecido en 1973 por el cardenal Bueno Monreal situado en una barreduela a la mitad de la calle y que se instaló allí con motivo del XXV aniversario de la Escuela de Liturgia de la Parroquia, llegando a pasar por allí expresamente la procesión en un 4 de noviembre que sería recordado por la inestabilidad meteorológica. Por cierto, debemos y agradecemos estos datos a Joaquín de la Peña, actual Hermano Mayor de la Hermandad de la Reina de Todos los Santos y auténtico depositario de la Historia de aquella querida corporación de la calle Feria. 

Foto: Reyes de Escalona.

El director Faustino Álvarez fallece el 18  de abril de 1910 tras toda una vida entregada entre pupitres y pizarras y dejando un legado indudable en cuanto a compromiso y entrega con su alumnado; a título de curiosidad, exactamente entre esos mismos pupitres comenzará su formación como músico, tocando el bombardino, un niño del barrio de apenas once años llamado Manuel Pérez Tejera, quien, con los años, formará su propia Banda, la conocida y admirada del "Maestro Tejera", vinculada a la Virgen de Todos los Santos desde hace décadas, pero eso, eso ya es harina de otro costal. 

Recorte de "El Noticiario Sevillano" del 30 de mayo de 1894 en el que comparten espacio el entierro de "El Espartero" y la inauguración de los Altos Colegios



02 septiembre, 2024

Entre el Caballo y el Costurero.

En este recién estrenado mes de septiembre de 2024, zarpamos para nueva travesía con Hispalensia, esta vez con un recuerdo especial para el amigo Antonio Bejarano, con quien hasta no hace mucho hemos tenido la suerte y el privilegio de colaborar, y al que deseamos la mejor de las suertes en todos sus proyectos. Siguiendo sabios consejos, proseguiremos como hasta ahora, acudiendo a la cita de los lunes para que, quienes lo deseen, puedan atesorar, semanalmente, un poquito de Sevilla. 

Avenida llena de tráfico, especialmente cuando llega la Feria de Abril, contrasta el ir y venir de automóviles, viandantes y muchos, muchos turistas, con la belleza de la arboleda que la rodea y la prestancia de sus diferentes edificios, sin contar con que, como muchos ya habrán adivinado, tanto esta avenida como el frondoso parque que se halla a su vera llevan el nombre de una mujer fundamental para entender este sector de la ciudad, testigo sobre todo del paso del tiempo en los siglos XIX y XX; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Entre la Glorieta de San Diego y la de los Marineros Voluntarios, o lo que es lo mismo, entre el popular "Caballo del Cid" y el "Costurero de la Reina", la Avenida de María Luisa toma el nombre de Su Alteza Real Doña María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón, hermana de la Reina Isabel II, esposa de Antonio de Orleans, Duque de Montpensier y madre de María de las Mercedes, esposa de Alfonso XII. Aunque nacida en la corte madrileña allá por enero de 1832, muy joven marchará a Francia tras su matrimonio con el Duque de Montpensier (eterno conspirador y frustrado rey de Ecuador y España) con el que tendrá nueve hijos, entre ellos la mencionada María de las Mercedes, fallecida con apenas dieciocho años y cuya historia de amor con el monarca español pasó a la cultura popular y de ahí a la copla y el cine.

El matrimonio Orleans-Borbón se traslada precipitadamente a España tras la proclamación de la Segunda República Francesa en 1848, estableciéndose en Sevilla a la postre, creando en el adquirido Palacio de San Telmo la conocida como "Corte Chica", hacia la que supieron atraer a lo más destacado de las élites andaluzas y de los literatos y artistas hispalenses de aquel momento. La influencia de la pareja en la ciudad, que apodará al Duque de Montpensier como Don Antonio "El Naranjero" por sus extensas propiedades agrarias de cítricos, o la se hará sentir de muchas formas, pero cobrará especial importancia tras la muerte de éste en 1890, cuando el consistorio sevillano le solicite a María Luisa de Borbón una serie de terrenos anexos al Palacio de San Telmo para abrir una avenida que uniera la actual de Menéndez Pelayo con los Jardines de las Delicias, lugar habitual de diversión para muchos. 


Un año después, la Duquesa viuda accedió y se iniciaron los trabajos de apertura, consistentes sobre todo en la demolición de diversas construcciones correspondientes al personal de servicio de los Montpensier, sin olvidar de la creación del Parque de María Luisa con sus 34 hectáreas de superficie, a uno de los lados de la nueva vía, inicialmente creado en principio como jardín por el propio Antonio de Orleans auxiliado por el paisajista Claudio Boutelou y en 1912 reformado por el francés Jean Claude Forestier con vistas a la Exposición Iberoamericana. Con una anchura inicial de 27 metros, curiosamente nunca fue adoquinada, pese a que con ella se tenía la idea de unir el Puerto con la estación de ferrocarril de Cádiz.


A lo largo de la propia Avenida de María Luisa se levantan diversos edificios vinculados a la gran cita de 1929, como el Casino de la Exposición, el Teatro Lope de Vega, o pabellones como los de Perú salido de los planos del arquitecto Manuel Piqueras Cotolí (ahora Casa de la Ciencia) y Estados Unidos, diseñado por el norteamericano William Templeton Johnson en 1928 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga), sin olvidar el denominado Costurero de la Reina, y que fue construido por orden del Duque de Montpensier bajo planos de Juan Talavera y de la Vega, padre del también arquitecto Juan Talavera y Heredia. Viendo la fecha de realización, es fácil deducir que la leyenda del pequeño y coqueto edificio, al parecer el primero en estilo neomudéjar en Sevilla, al que acudía María de las Mercedes para sus labores de costura y para ser cortejada por el futuro rey Alfonso no deja de ser una más de las leyendas populares que tanto gustan en nuestra ciudad y que, por mucho que queden desmentidas, sean prácticamente imposibles de diluir. 



Fallecida en Sevilla en 1897, el recuerdo de María Luisa de Borbón quedó, como hemos dicho, en el Parque que lleva su nombre, y en una bonita escultura de cuerpo entero colocada en la Glorieta de los Lotos, no lejos de la avenida que comentamos. Rodeada de pérgolas y de una variada vegetación que comprende un plátano de sombras, jazmines o bignonias, la efigie, que fue inicialmente realizada en piedra por el escultor Enrique Pérez Comendador en 1929 y colocada en otra ubicación diferente, muestra a una María Luisa en edad avanzada, en actitud pensativa, mirada perdida, libro en su regazo y una rosa en su mano derecha, quizá en alusión simbólica a su hija fallecida María de las Mercedes. 

Sin embargo, la actual imagen está realizada en bronce, sustituyendo a la primera, la cual pasó a los almacenes municipales para ser donada a la ciudad de Sanlúcar de Barrameda en 1972, colocándose en la plaza de los Cisnes y, finalmente, concluir su periplo en el primitivo palacio sanluqueño de los Montpensier, ahora sede municipal, donde todavía permanece como testigo de un tiempo pasado de esplendores, pero, mejor, dejémoslo ahí para otra ocasión.