31 julio, 2023

Al aparato.

En estos tiempos, en los que el teléfono móvil ha entrado a formar parte plenamente de nuestras vidas, cuando muchos casi no podemos vivir sin él para estar conectados en el ámbito laboral, familiar o lúdico, nos vendría bien que nos acercásemos a ver cómo era eso de las telecomunicaciones en Sevilla hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes. 

Es de sobras conocido que, allá por el siglo XIX, el italiano Antonio Meucci y el escocés Graham Bell rivalizaron por la autoría de la invención del teléfono, pues aunque al primero se le otorga el honor de ser el creador de esta forma de comunicación a la que llamó "teletrófono", al segundo le cupo la posibilidad de comercializarla, enriquecerse y llevarse los honores. Meucci, allá por 1849 usó hilos de cobre con dos auriculares para poder lograr algo tan increíble como transportar el sonido desde su oficina hasta el dormitorio de su esposa, enferma crónica  y  Graham Bell, por su parte,  logró la primera conexión telefónica entre dos habitaciones, llamando a su ayudante Thomas A. Watson a través de un rudimentario auricular con estas palabras que han pasado a la posteridad: "Señor Watson, venga aquí, necesito que me ayude", patentado el teléfono en 1876.

Graham Bell, al aparato.

El invento telefónico se fue extendiendo por toda Europa y Norteamérica entre el siglo XIX y el XX, síntoma de los avances en lo tecnológico. Como curiosidad, el abogado y aristócrata Rodrigo Sánchez-Arjona (1841-1915), hombre culto e interesado por los últimos descubrimientos científicos que se producían en su época,  (tanto que en su pueblo natal extremeño de Fregenal de la Sierra llegó a ser apodado como "El Brujo" por sus ocurrencias y artilugios) logró por su cuenta la primera llamada telefónica en el ámbito rural en España y una de las primeras a larga distancia en Europa. No contento con eso, en diciembre de 1880 (sólo cuatro años después de la patente de Graham Bell) consiguió la primera comunicación entre su residencia de Fregenal de la Sierra y Sevilla, utilizando para ello la línea telegráfica. Aquello constituyó todo un sorprendente logro, pues hasta la central de telégrafos, entonces en la calle Sierpes, llegaron las voces del propio Sánchez-Arjona y la de su hija pequeña, que incluso cantó una petenera "en directo", tal como se encargó de investigar a fondo José Manuel Holgado Brenes en su libro "¡Aquí Sevilla... Oiga Fregenal!", editado en 2011.

En el caso de Sevilla, la concesión estatal de los servicios telefónicos estuvo en manos privadas, pues se sabe que en la Guía de Sevilla de Gómez Zarzuela de 1885, figura un tal Ramón García Camba, con domicilio en la calle Rábida 6, actual Marqués de Paradas, dedicado al negocio de los teléfonos. Hay que decir que el coste del servicio no parecía barato, ya que abonarse a una línea dentro de una red urbana costaba quinientas pesetas de entonces al año si se quería el servicio de ocho de la mañana a diez de la noche y seiscientas pesetas anuales si se deseaba servicio veinticuatro horas (lo de las tarifas planas, las permanencias y las portabilidades llegó mucho después, como podemos imaginar). 

Templete para cableado aéreo. Calle Carlos Cañal. Principios del siglo XX.

 En 1921, Sevilla contaba con 1.240 teléfonos y en 1924 la CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España), con el apoyo tecnológico de la estadounidense ITT (International Telephone & Telegraph) se pondrá al frente del monopolio telefónico en nuestra ciudad, aprovechando para ello una central en la calle  Albareda (ahora calle Carlos Cañal, casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y otra en Triana de bastante antigüedad en cuanto a su centralita. El cableado era aéreo, esto es, se sustentaba en altura mediante postes y templetes que databan de 1897.

Figura fundamental al frente de las clavijas de las centralitas fueron las operadoras telefonistas, conocidas como "las chicas de cable", personal femenino contratado con sueldos muy bajos pese a que su labor, llena de estrés y sinsabores, las obligaba a ser la voz amable del sistema y a soportar, todo hay que decirlo, comentarios de todo tipo sobre su labor, su presunta apariencia o su voz. Como prueba, en el diario El Liberal de agosto de 1925 se hacían eco de la "Revista Telefónica Española", comentando un artículo:

"La información relativa al teléfono en Sevilla es verdaderamente sugestiva e interesante, por los datos y detalles que con respecto al servicio contiene, y sobre todo por la publicación de los retratos de las señoritas telefonistas Ofelia Hidalgo Rodríguez, Angelita Loza y Rosario Ossorio Manzano, a las que si  los abonados viesen sus caras no había uno que se quejase de que no le ponían la comunicación pedida."


Nos situamos ya en los "felices años veinte", en los que la ciudad se volcó con los preparativos de la Exposición Iberoamericana, inaugurada, tras varios aplazamientos, en 1929. Fruto del "imparable" progreso tecnológico ese mismo año también quedó inaugurada la nueva central telefónica de Sevilla, propiedad de la Compañía Telefónica Nacional y que supuso el soterramiento del cableado y la supresión de los numerosos "templetes" antes mencionados, que afeaban azoteas y calles. 

Construcción del Edificio de Telefónica. Plaza Nueva. 1926-1928.

El edificio de Telefónica, situado en la esquina de la Plaza Nueva más próxima a la Avenida, fue diseñado por el arquitecto Juan Talavera Heredia (1880-1960), pieza clave, junto con Aníbal González, en el desarrollo del llamado estilo Regionalista, de ahí que éste de Telefónica posea detalles decorativos neobarrocos que proceden de la ornamentación de templos sevillanos como San Luis de los Franceses o la Magdalena, destacando el uso de la cerámica, el ladrillo tallado o la forja como elementos configuradores de dicho estilo. Además, el uso cromático de la piedra y el ladrillo y el homenaje a la giralda con el remate de la esquina a manera de mirador con varios cuerpos serán una de sus señas de identidad. 

La solemne inauguración de la nueva construcción tuvo lugar el 12 de octubre de 1929, cinco meses después de la apertura de la Exposición Iberoamericana y tuvo todos los componentes de un suceso de altura, como veremos. 

Autoridades en la inauguración del Edificio de Telefónica.

Eran las once y media de la mañana cuando el alcalde de Sevilla, Nicolás Díaz Molero, el gobernador civil y el Director de la Compañía Nacional Telefónica, señor Berenguer, recibían y cumplimentaban a las puertas del nuevo edificio al infante Don Carlos de Borbón, bisabuelo del actual rey de España, para pasar a continuación al interior, a la segunda planta. Allí, el vicario del arzobispado, Don Jerónimo Armario bendijo los nuevos equipos y centralitas a lo que siguió el consabido turno de discursos laudatorios, en los que se mencionó que la nueva central telefónica automática tenía capacidad para 6.000 líneas ampliables a 10.000; a las doce y cuarto del mediodía Don Carlos de Borbón, en presencia de todas las autoridades invitadas al acto, accionaba la palanca que ponía en funcionamiento el sistema, a lo que siguió una salva de aplausos. Detalles de aquella inauguración de postín: aparte del complejo y moderno sistema de centralitas, el flamante edificio contaba con un área de descanso y comedor para las operadoras, así como una zona de atención al público en la planta baja.


No fue el único acto relacionado con el teléfono en aquella jornada. Por la tarde, las autoridades, a las que acompañaba el dictador y jefe del gobierno general Primo de Rivera visitaron el Pabellón de Telefónica del Parque de María Luisa, donde inauguraron oficialmente la línea telefónica entre España y Argentina. Así lo contaba El Correo de Andalucía en su edición del 13 de octubre:

 "Fueron recibidos por el director de la Compañía Mr. Porotor, el ingeniero director accidental del quinto distrito sñor García Amo y alto personal de la Compañía. Inmediatamente se puso en comunicación Sevilla con Buenos Aires y el presidente dirigió un saludo al ministro del Interior de la Argentina. El ministro del Interior contestó a las palabras del general Primo de Rivera de modo efusivo y lleno de altos sentimientos de compenetración de raza. 

Después hablaron el jefe del gobierno con nuestro embajador en Buenos Aires y el embajador argentino en Madrid con el ministro de Relaciones Exteriores de aquel país. El director de la Exposición habló con el presidente de la Asociación de la Prensa de Buenos Aires."

Este pabellón, obra también de Juan Talavera con su portada que recuerda a la del monasterio de Santa Paula,  por fortuna aún se mantiene en pie, y es sede ahora de Parques y Jardines, prestando un eficiente servicio como central central telefónica, ya que estuvo funcionando como tal hasta 1989.

Pasaron los años. Hace ya cierto tiempo que la "Telefónica de la Plaza Nueva", testigo incluso de tiroteos y disparos de artillería en las primeras horas de la Guerra Civil en julio de 1936, quedó vacía y sin utilidad. Su destino por el momento es incierto, barajándose varios usos entre los que ha figurado la compra por parte de una conocida marca de joyería y, como no podía ser menos, su conversión en hotel, sin que se sepa a ciencia qué va a ser de este edificio en esta época en la que los teléfonos fijos (o "de sobremesa") cada vez tienen menos uso.

Se nos quedaba en el tintero, el antes aludido infante don Carlos falleció en Sevilla el 11 de noviembre de 1949, siendo sepultado muy cerca de la Plaza Nueva, en la cripta que posee la Hermandad Sacramental de Pasión en la Iglesia del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia.

FE DE ERRORES: queda modificado este post con mención especial en él a la figura del fotógrafo e investigador José Manuel Holgado Brenes, a quien olvidamos citar por error involuntario por nuestra parte. 

24 julio, 2023

La del Camello.


Para esta última semana de julio (siempre por la sombrita) hemos decidido acudir a un lugar poco o nada transitado, que pasa desapercibido para muchos, menos para los hermanos de cierta cofradía del Domingo de Ramos, que ahora tiene nombre de capataz, que bien podría marcar arqueológicamente dónde comenzó a fraguarse la historia de Sevilla y que hasta tuvo nombre de camélido, sí de camello; pero como siempre, vayamos por partes. 


Perpendicular a la Cuesta del Rosario, a la derecha si se viene subiendo desde la Plaza del Salvador una vez que se ha pasado la desembocadura de Francos, subsiste allí una pequeña barreduela. De 1665 se conservan referencias en las que se denominaba del Camello a este calleja sin salida que daba a la entonces plaza de la Cruz de San Pedro, desconociéndose el motivo de tal apelativo tan curioso, puede que debido a su trazado curvo y ascendente, de hecho Álvarez Benavides en 1874 indicará: 

"La callejuela sin salida, que como queda dicho, forma el cuarto trayecto, se conocía vulgarmente por Callejuela del Camello, sin duda por la circunstancia de haber comparado la totalidad de la calle con el lomo de aquel animal y ser dicho punto la parte más elevada."

Mantendrá tal nombre hasta bien entrado el siglo XIX, pues en 1845 se conservaba todavía, aunque en 1868 se le dio el nombre que ha llegado hasta 2019: Galindo, en honor al almirante Cristóbal de Eraso y Galindo, nacido en Écija en el siglo XVI, experimentado marino que llegó a estar al mando de la Flota de Indias con el rango de capitán general.

La supresión del tapón urbanístico que sufría desde siglos la Cuesta del Rosario, supuso que quedase como bocacalle a ésta, y en 1932 se acordó sustituir el pavimento en rampa por tramos escalonados, ya que quizá estemos hablando de la calle de Sevilla con mayor pendiente y desnivel; al subir gira hacia su izquierda y se estrecha conforme llega a su final, dando a esta calle las traseras de edificios cuyos frentes dan bien a Cuesta del Rosario, bien a la calle San Isidoro. 


Acotaciones de Collantes de Terán en la calle Galindo. 1944.

Uno de los aspectos más interesantes de esta zona, la más elevada de la ciudad como decíamos, surgió durante las excavaciones arqueológicas realizadas por el profesor Collantes de Terán en la zona que sirvió para construir un edificio con fachadas a Galindo y Cuesta del Rosario, que dieron como resultado hallazgos de bastante importancia como veremos a continuación y que fue, además, la primera estratigrafía como tal realizada en Sevilla, o sea, el primer estudio sobre superposición de capas o estratos de la tierra con la finalidad del análisis de su antigüedad. La investigación dejó claro que la ciudad primitiva se habría alzado sobre un promontorio cercano a un río Guadalquivir que hace más de dos mil años transcurría por un cauce muy distinto al actual, ya que se cree que uno de sus brazos bajaba por la Barqueta hacia la Alameda, Campana, Sierpes y Avenida hacia la Puerta Jerez, lo que explicaría la existencia de un barrio portuario bajo el actual Patio de Banderas.

Tal como ha analizado Manuel Vera Reina, la secuencia histórica de esa excavación de 1944 hablaría de restos situados entre el siglo IV a. C. hasta el siglo XVII d. C., destacando el hallazgo de un nivel más antiguo de etapa turdetana, un pequeño vaso de barro de 10 centímetros de alto con cuatro monedas de plata cartaginesas, dos de ellas con la cabeza de Tanit (equivalente a la diosa fenicia Astarté) en el anverso y dos con la de Asdrúbal (siglo III a. C.) y el descubrimiento también de un edificio de cierta entidad fechado en época posterior, edificio ubicado en una zona de tierra quemada, lo que indica que fue víctima de un incendio; en el nivel 2, ya en tiempos romanos, se hallaron los restos de unas termas del siglo II d. C., conjunto de suma importancia que habría estado formado por una gran sala central a la que se accedía por dos corredores, unida a otras dos más pequeñas, acompañadas de piscinas y fuentes decoradas por los correspondientes mosaicos, más otra zona que sería equivalente a unos vestuarios.

Reconstrucción de las termas con sus mosaicos, por Manuel Vera Reina.

No se privaban de lujos los hispalenses de aquellas fechas, pues las piscinas, aparte de abundante agua, habrían tenido una profusa ornamentación con ricos mármoles, exquisitas incrustaciones de conchas marinas y los antes aludidos mosaicos, (pueden verse aquí) conservados hasta no hace mucho en el sevillano Museo Arqueológico,  y que suponemos que ahora se habrán almacenado convenientemente antes del inicio de las obras de remodelación de dicho museo de la Plaza de América. Realizados con motivos marinos como peces o crustáceos y con el blanco y el negro como colores protagonistas, siguiendo las modas estéticas de los tiempos del hispalense emperador Adriano, los llamados "mosaicos de la Cuesta del Rosario" constituyeron una prueba más de la importancia de esa zona de la ciudad para entender cómo fue la Hispalis romana y su estructura urbana. 

Tradicionalmente se ha mantenido que la zona de la Alfalfa-El Salvador, habría configurado en esos años el eje cuyo epicentro sería el Foro, corazón de la ciudad romana; el hallazgo, en el año 2006, en la Plaza de la Pescadería de una cisterna de tiempos del emperador Trajano, utilizada para recibir el agua procedente del acueducto de los caños de Carmona ha supuesto la necesidad de un cierto cambio en la idea de esa Sevilla romana y que ha obligado a poner en cuestión antiguas teorías a lo que hay que unir todo lo descubierto en la plaza de la Encarnación (el actual Antiquarium) o el reciente y desconocido tramo de muralla romana hallado en las obras de un hotel en la Plaza de San Francisco. Como puede apreciarse, aún queda mucho por hacer en el ámbito histórico y arqueológico.

Como podemos comprobar, nos movemos por vericuetos llenos de historia de todas las épocas, sin que debamos olvidar que en esta zona se localizó, en 1488, el denominado Mesón de Castro o un retablo callejero dedicado a la Virgen del Rosario que darían nombre a la Cuesta así llamada e incluso la calle que comentamos fue sede de un corral de vecinos, el llamado Corral del Duende, del cual hemos hallado una curiosa reseña sobre un sangriento suceso acaecido en marzo de 1897 como apareció reflejado en las páginas del diario El Noticiero Sevillano:

"UN HERIDO.

En el corral del Duende, situado en la calle Galindo número 8, se celebraba anoche entre los vecinos una fiesta en la que reinaba la alegría y el orden más completo. Las muchachas del barrio bailaban alegremente a los sones de un pianillo que conducían Manuel Marcos Gil y Emilio Sánchez Barrera, cuando éste último dio un grito y cayó herido.

No se puede precisar el motivo de la agresión, pues ni medió contienda entre los organilleros ni aún se dirigieron palabras de ninguna especie; solamente se sospecha que por disconformidad en el reparto del dinero que por el alquiler del piano debían cobrar, el Marcos, sin previo aviso, dió a su compañero una puñalada. Trasladado a la casa de socorro de la plaza de San Francisco por un guardia municipal y dos serenos, se le apreció por el profesor de guardia D. Eduardo Fernández, una extensa herida en la parte superior del muslo derecho que fue clasificada de pronóstico reservado. Después de practicada la curación fue trasladado al Hospital central en estado relativamente satisfactorio.

El agresor fue detenido. La fiesta, nos parece inútil consignar que quedó interrumpida en medio de la confusión propia de este caso y los sustos y desmayos correspondientes."

Debido a la "movida" juvenil de fines del siglo XX que convirtió al entorno del Salvador/Cuesta del Rosario en zona de ocio descontrolado, se colocó en la calle Galindo una cancela para impedir la entrada, algo similar a lo sucedido con el callejón de Oropesa al inicio de la calle Cuna. Para finalizar, en el año 2019 la calle Galindo vio sustuido su nombre por el de "Capataz Luis León Vázquez" en honor al destacado cofrade del mismo nombre (1939-2020), miembro de las hermandades de la Macarena y del Amor (que tiene por ahora su casa Hermandad al final de la calle que comentamos) y creador de la primera cuadrilla de costaleros no profesionales de la ciudad, allá por mayo de 1972, cuando un grupo de jóvenes sacó procesionalmente el paso de tumbilla de la Virgen de las Aguas del Salvador, pero esa, esa ya es otra historia. 


17 julio, 2023

La calle del Diablo.


En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos, (siempre por la "sombrita"), hacia la feligresía de Santa María la Blanca, donde nos encontraremos con una calle con nombres distintos a lo largo de su historia y que fue testigo de inusuales sucesos; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre San José y Fabiola, a la altura de la iglesia que fue primero templo mercedario y ahora sede de la prelatura del Opus Dei, la actual calle Farnesio es un muy buen ejemplo de calle estrecha y peatonal, recuerdo quizá de aquel entramado urbano que conformó la Judería sevillana y lugar privilegiado para apreciar la belleza de la cúpula de la cercana parroquia de Santa Cruz. En uno de sus lados conserva varias casas-patio del siglo XVIII, los números del 6 al 12, varias de ellas integradas en un pequeño hotel de los denominados "con encanto", mientras que en el contrario existe un edificio moderno con gran patio, quizá recuerdo de algún corral de vecinos extinguido en esa misma zona. Ortiz de Zúñiga en sus Anales de 1677 cuenta que a esta calle daba un pasadizo procedente de las cocinas del antiguo palacio de Samuel Leví, posteriormente de los Marqueses de los Ríos y actual Casa Fabiola propiedad del Ayuntamiento y sede de la Colección Bellver.

Desde 1840 fue rotulada como Farnesio, en honor al militar Alejandro Farnesio (1545-1592), Duque de Parma, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria, con quien mantuvo una gran amistad; héroe en la batalla de Lepanto, obtuvo éxitos militares en Países Bajos, siendo designado gobernador en Flandes siempre bajo la bandera de la corona española. Farnesio probablemente nunca estuvo en Sevilla, pues no aparece en las relaciones del séquito que acompañó a Felipe II en su única visita a Sevilla en 1570, pero en cualquier caso, el nombre quedó ahí hasta nuestros días, aunque en épocas anteriores se llamó a esta vía como calle de San José, de San Antonio, o incluso, calle del Diablo. ¿A qué se debe este nombre tan infernal?

Lo contaba uno de nuestros habituales cronistas, el escritor sevillano Manuel Chaves Rey allá por 1894, mencionando que el origen de tal denominación arrancaba, según él, de las celebraciones del Carnaval de 1548, fiestas que eran usadas por no pocos para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, como veremos. El caso es que, unidos en envalentonada cuadrilla, un grupo de cuatro jóvenes "de licenciosas costumbres" dedicaron la jornada a no pocas tropelías, hiriendo a tres personas e incluso saqueando un bodegón, marchándose, bien aliñados de mosto y aguardientes hacia la zona del convento de Madre de Dios; allí, pese a lo avanzado de la noche, en un callejón casi a oscuras, encontraron de frente a un anciano que acompañaba a una joven damisela. 

Sin pensárselo un segundo, uno de los excitados jóvenes se aproximó a la muchacha y sin previo aviso, tirándole fuertemente del manto que cubría su rostro, le estampó un sonoro beso entre las ebrias carcajadas del resto; el anciano, su padre por más señas, ciego de ira por tamaño desacato, intentó hacerles frente, pero quedó al final inmovilizado tras el breve forcejeo que siguió a continuación y que concluyó, a la postre, con la lógica victoria de los malvados asaltantes, prestos ya a la fechoría; pero de pronto, todo cambió de manera inesperada, pues uno de los asaltantes, vivamente impresionado por la belleza de la desvalida muchacha, en aquellos momento desmayada por la impresión, decidió defenderla a capa y espada de la lujuria de los demás, iniciándose un sangriento duelo del que salieron malparados y heridos dos de los contrincantes y el tercero, desarmado, prefirió poner pies en polvorosa antes que encontrar una muerte segura, adentrándose en el intrincado laberinto de callejas de San Bartolomé.

Agotado y sudoroso de dar mandobles y estocadas, el joven caballero se disponía a acercarse a la hermosa joven cuando, bruscamente, un aterrador escalofrío sacudió su espinazo. Una extraña presencia cuyos ojos "brillaban con luz fosforescente y en su rostro se dibujaba una mueca espantosa" se aproximaba a sus espaldas blandiendo un acero. El metálico eco de los lances y el entrechocar de las espadas se prolongó durante unos breves segundos, pues el joven caballero cayó mortalmente herido a las primera de cambio por un certero giro de muñeca de aquel ser espectral y terrorífico. 

Amaneció en aquella solitaria calleja. Los primeros viandantes encontraron yaciendo en el suelo los cuerpos de la muchacha y su padre, quienes poco a poco se recuperaron de su más que agitada noche, narrando a todos sus cuitas, pero, ¿y el cuerpo del galán? Fue como si se lo hubiera tragado la tierra, o mejor, como si se lo hubiera llevado el diablo, victorioso tras aquel lance de espadas. Nunca pudo hallarse el cuerpo. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que aquel trance era cosa demoníaca y muchos se persignaban musitando jaculatorias y oraciones.

Para conjurar tan maléfica presencia, los vecinos acordaron con determinación colocar una pequeña hornacina y en su interior una imagen de San Antonio, un santo que se las tuvo que ver con el Maligno en varias ocasiones saliendo siempre victorioso del trance. Siempre iluminada por dos humildes farolillos de aceite y que a la vez, alumbraban la calle, durante años fue prudentemente evitada por muchos, por el miedo tanto al demonio como a los amigos de lo ajeno, ya que era perfecto escenario para andanzas de este tipo. 

Por cierto, no fue aquel el único suceso macabro acaecido en la antigua calle de San Antonio o Farnesio, ya que el diario sevillano La Andalucía, allá por 1897, recogía en su edición del 4 de junio la siguiente noticia: 

"En el hueco de la puerta de la casa número seis, sita en la calle Farnesio, encontró anteanoche el guardia nocturno un bote de grandes dimensiones conteniendo un feto. Al momento dio cuenta del extraño hallazgo al comandante de la guardia municipal señor Mazuelos y al brigada señor Orellana, avisándose al juzgado de guardia, que dispuso que fuera llevado el frasco al departamento anatómico".

Como curiosidad, andando los años, en el siglo XIX tuvo su sede en esta calle la Imprenta "El Obrero de Nazaret", de cuyas planchas salieron numerosos títulos, entre ellos algunas de las primeras obras de Juan Francisco Muñoz y Pavón, y en la esquina con la calle Fabiola puede hallarse un edificio de estilo regionalista diseñado en 1931 por el arquitecto Francisco Pérez Bergali (1898-1973) para Antonio Barrio Romero, con fachada a la propia calle Farnesio y donde el propio arquitecto tuvo su estudio; por cierto, que Pérez Bergali también fue Hermano Mayor de la Hermandad de la O, precisamente en la etapa en que tiene lugar el tristemente famoso accidente de su paso de palio con un tranvía en 1943, pero esa, esa ya es otra historia.



10 julio, 2023

Por quién doblan las campanas.

Elementos indispensables durante años en las ciudades, no sólo para marcar las horas diarias, sino para comunicar cualquier desgracia o alegría, cualquier peligro o regocijo, una plaza sevillana lleva su nombre, un pueblo de la comarca de la Campiña de Carmona también y por supuesto, su sonido en espadañas y torres va parejo a la vida cotidiana. Hoy, en Hispalensia, hablamos de campanas y su sonido, pero como siempre, vayamos por partes. 

Usadas ya por civilizaciones asiáticas o egipcias en los primeros tiempos, tanto griegos como romanos supieron utilizarlas, llamándolas estos últimos "tintinábula" para el culto a Marte, dios de la Guerra, de ahí que se usasen como instrumento para convocar a las tropas; no falta quien, incluso, afirma que Moisés fundió el Becerro de Oro en una campana con la que convocar al pueblo hebreo y finalmente la iglesia católica comenzó a usarlas en Italia, concretamente en Nola con la figura de San Paulino, quien fue obispo de aquella diócesis entre el 409 y el 431 y es considerado patrón de los campaneros,  al estar dicha ciudad en la región de la Campania, se dice que de ahí puede venir el origen etimológico; a comienzos del siglo VII el polémico Papa Sabiniano decretó que se pusieran campanas en todos los templos para convocar a los fieles, extendiéndose su uso en monasterios y conventos, primero en muros, luego en las torres defensivas de los propios templos, germen de los actuales campanarios. Su influencia creció a pasos agigantados, pasando a convertirse hasta en trofeo de guerra, como sucedió con el caudillo musulmán Almanzor en el año 997, cuando se llevó las campanas de la catedral de Santiago de Compostela a Córdoba para fundirlas y convertirlas en lámparas de aceite pera la mezquita mayor.

Es interesante destacar que las primeras campanas eran de madera, luego de bronce y que cumplían con el papel de "espantar" a los malos espíritus con su sonido y, por supuesto, anunciar todo tipo de acontecimientos tanto laicos como sagrados, de hecho, durante siglos, en muchas campanas se grabó esta inscripción en latín: "Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum. Defunctos ploro, nimbum fugo, festas decoro", o lo que es lo mismo: "Alabo al Dios verdaderos, convoco al pueblo, congrego al clero. Lloro a los difuntos, ahuyendo a las tempestades, adorno las fiestas"


 Se conservan ejemplos de campanas de cierto renombre y antigüedad, como Wamba, de la catedral de Oviedo, que data de 1219 o Caterina, de la catedral de Valencia, de 1305. Templos sintoístas en Japón con sus campanas esféricas llamadas Suzu, hindúes o budistas llamadas en este caso ghanta y que se cuelgan a las entrada de los templos, y también las no menos famosas Big Ben de Londres o la estadounidense Campana de la Libertad, localizada en Filadelfia, símbolo de la Guerra de Independencia.

La conquista de Sevilla por Fernando III el Santo en noviembre de 1248 supuso el regreso de las campanas, pues la colocación de algunas de éstas en el alminar de la mezquita mayor fue uno más de los aspectos a tener en cuenta para cristianizar tal espacio. El terremoto de 1356 requirió reformar el remate de la torre y se le colocó una sencilla espadaña, y en 1373 se tiene noticia, como afirma la profesora y experta Clara Bejarano, de las primeras normas para regular los toques y repiques de campanas, por supuesto con su correspondiente lista de tasas por cada uno de esos toques en función de sus características. En 1533 la torre de la catedral poseía siete campanas, la grande, Santa Marta, San Isidro, Santa Catalina, Santiago, Santa Cruz y la pequeña o de tercia, diferenciándose entre campanas de golpe (que sonaban golpeando su badajo) o esquilas (que giran sobre sí misma para repicar).   

Ángelus, Ánimas, Difuntos, guerra o inundación (rebato), bautizo, parto laborioso, tempestad, sermón, misa, incendio, procesiones, autos de fe, llegadas de flotas de Indias, cada situación o acto extraordinario tenía sus propios tañidos recogidos en códigos con sus correspondientes tañidos, pero también las campanas marcaban las horas ordinarias, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, oración, ánimas, toque de queda (un término que nos es muy familiar por desgracia), repiques todos ellos que daban un matiz sagrado a la horas del día, superando a relojes de sol o mecánicos y que únicamente se suspendían en señal de duelo por la muerte de Cristo entre el Jueves y el Sábado Santo, sustituidos por el sonido sordo y arcaico de la matraca o carraca de madera. 

Tras la profunda reforma de Hernán Ruiz en el remate de la torre, en 1568 el nuevo campanario vio ampliado su espacio con otras tantas nuevas campanas, cada una con su propio nombre, marcando un antes y un después en el paisaje sonoro de la ciudad, como quedó reflejado en la letra popular:

          Veinticinco parroquias 

tiene Sevilla,

Veinticinco campanas,

su Giraldilla.

En la Edad Moderna, el toque de queda, por ejemplo, marcaba el cierre de las puertas de Sevilla, en torno a las nueve de la noche en invierno, y a las diez en verano. Todos estos tañidos estaban regulados, menos el de "emergencia" que quedaba bajo la responsabilidad del propio campanero; en 1713, unas ordenanzas de la Orden Franciscana en Sevilla estipulaban para él que su cometido era: 

"Cuidar de las campanas, el acuñarlas y untar los ejes, y cuando la campana estuviere empinada no la deje suelta, ni en tiempo de nieves la toque, sin quitar primero la que le hubiere caído". 

La profesora Clara Bejarano estima que en los mejores tiempos de Sevilla, allá por los siglos XVI y XVII llegó a haber ochenta campanarios y ciento setenta campanas. El paisaje urbano, tanto el visual, como el sonoro quedaba marcado por la presencia de torres y espadañas y por el sonido de repiques y tañidos, por no hablar cierto orgullo de cada feligresía por sus campanas o por el significativo hecho de que si un templo era abandonado sus campanas eran descolgadas, enmudecidas, sin esa vida que comenzaron a vivir, humanizadas, en el momento de su bautismo cuando se les otorgó su nombre. Detalle curioso, la campana principal del Convento Casa Grande del Carmen (fundado hacia 1358), en la calle Baños, realizada por el campanero alemán Distrik y que según la tradición podía escucharse en pueblos del Aljarafe situados a dos leguas de distancia, fue retirada por los franceses durante la invasión napoleónica y llevada, según relata Álvarez Benavides a Dublín para presidir un reloj en una torre, regresando a Sevilla tras gestiones de las autoridades españolas y, tras la Desamortización de Mendizábal de 1837, llevada de nuevo al mismo emplazamiento irlandés.

A un nivel más doméstico, las campanas, sobre todo en conventos y monasterios, ejercían como "mensajería" que se difundía por claustros y coros, ya que cada monja tenía su propio toque con el que ser avisada, costumbre que se mantiene y que aún hoy es visible en, por ejemplo, la Hermandad de la Santa Caridad, en uno de cuyos patios se conserva un peculiar cartel con los diferentes indicativos, desde la única campanada para el Hermano Mayor, hasta un repique y cuatro campanadas para los enfermeros, pasando por toques especiales para médicos, silleros o faroleros, sin olvidar que con un repique, una campanada y otro repique se anunciaban las visitas extraordinarias de miembros de la familiar real, prelados o autoridades. 

En Sevilla podemos encontrar la más que conocida Plaza de la Campana, llamada así porque en ella estuvieron durante un tiempo los almacenes del servicio contra incendios del Cabildo de Sevilla, con su correspondiente Campana de Fuego, que se tocaba en casos de emergencia. Trasladada posteriormente a la torre campanario de la Iglesia del Salvador, allí continúa, al cuidado de una familia, descendientes de Antonio Mendoza González, el mítico "Hombre Mosca" que ya va por la quinta generación de campaneros que vive en la torre del primitivo alminar musulmán, ahora torre cristiana escenario de los volteos y repiques a mano, pues se trata de la única torre sevillana aún sin automatizar.

Por cierto, aparte de la ya referida plaza de La Campana, en Sevilla existieron calles con nombres tan sonoros como Campanario de San Julián, actual plaza de las Moravias, Campanas de los Descalzos, actual Descalzos o Campanas de San Leandro, ahora calle Zamudio, o Campanario, a secas, ahora calle Enladrillada en la feligresía de San Román, sin olvidar que en 1974 se nominó como Campaneros a una de las calles de la recién creada barriada de Pino Montano, y que todavía, en la calle Feria, se conservaba ¿o se conserva? una campana como reclamo comercial, pero esa, esa ya es otra historia.




03 julio, 2023

Dormitorios.

En estas tórridas noches veraniegas en las que tanto cuesta conciliar el sueño por el calor, cuando el cuerpo cansado reclama dormir, no estaría mal que nos diésemos un imaginario paseo por aquellas calles que fueron lugar de merecido descanso para muchos, y no nos referimos a vías con lujosos hoteles, dignas pensiones o populares posadas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Ciudad conventual, como se ha dado en llamar, Sevilla albergó en su mejor etapa histórica casi cien conventos o monasterios, tanto de órdenes femeninas, muchas de clausura, como masculinas. El concepto de convento como "micro ciudad" quedará claro desde el primer momento siguiendo modelos arquitectónicos traídos de fuera, pues el claustro o patio principal será casi como la plaza mayor a la que darán las "calles" o pasillos que a su vez llevarán a otras dependencias, siempre otorgando el mayor protagonismo al templo. Dentro del entramado de habitaciones o estancias que poseía cualquier monasterio o convento, como la Sala Capitular, la Enfermería o el Refectorio, del que hablamos en su momento, otro lugar, aunque secundario lo constituían los dormitorios para la comunidad. Habitualmente eran comunes, enormes salas corridas apenas divididas con cortinas, en otras ocasiones existían celdas individuales que aunaban austeridad con aislamiento y por supuesto, mención aparte, las habitaciones del prior, superiora, abad o madre general, quien por su cargo poseía estancias quizá algo más destacadas. 

En cualquier caso, los dormitorios conventuales solían situarse en plantas baja (para verano) y altas (para invierno), quizá encima de la zona de cocinas para aprovechar el calor que provenía de las mismas y conectados al claustro y no lejos de la iglesia, ya que era habitual que los monjes o religiosas tuvieran que levantarse, previo toque reglamentario de campana, para rezos a horas nocturnas intempestivas diariamente, como para Laudes o Maitines. El hecho de colocar los dormitorios por encima de otros aposentos tenía que ver, seguramente, con la idea de aislamiento en altura del exterior y el impedir que por esa zona alguien entrase... o saliese, aunque no faltaban fuertes rejas de forja para impedir tal circunstancia.

Despojados de su función, se conservan los antiguos dormitorios del convento de Santa Clara o los de Santa Inés, ambos con la misma función como salas de exposición, o los de Santa Rosalía, utilizados como espacio para celebraciones gestionado por las propias religiosas para allegar fondos a su comunidad. No es de extrañar, por tanto, que en Sevilla se conserve aún hoy una calle con el nombre de Dormitorio, la que va desde la Plaza del Cristo de Burgos hasta Alhóndiga y cuyo origen está en esa estancia perteneciente al convento de Trinitarios Descalzos, del que se conserva por fortuna su torre e iglesia, sede ahora de la Hermandad del Cristo de Burgos. El nombre al menos ya existía en 1728, pero probablemente se utilizase de mucho antes. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Calle con mucha circulación rodada, y que forma un trazado ligeramente curvo, a comienzos del siglo XX estuvo en ella, en el número 6,  la Fundición de Manuel Grosso ya allí al menos en 1860, y de la que salieron piezas para el Palacio de San Telmo o la Catedral; el edificio, puede que ya sin uso,  despertaba denuncias como ésta recogida en el diario El Liberal de diciembre de 1918:

"Se nos quejan los vecinos de la calle Dormitorio de que la fachada de la casa número 6 está convertida en mingitorio público, hasta el extremo de que el rincón lo ponen intransitable los numerosos desaprensivos que allí evacuan sus necesidades. Sería conveniente que por la brigada de desinfección se saneara aquel lugar, que buena falta le hace. También nos dicen que la farola del centro de la calle está apagada desde tiempo inmemorial, y como el pavimento está imposible, los vecinos de la calle Dormitorio viven mejor que quieren".

Foto: Reyes de Escalona. 

 En su esquina con la plaza del Cristo de Burgos alberga el conocido Bar Coloniales, fundado en 1992 pero que posee antecedentes de una antigua tienda de vinos y comestibles, recuerdo quizá de cuando aquella zona era llamada Vinatería, coincidiendo con el sector de Sales y Ferré, por la presencia de numerosas tabernas (quizá de ahí provinieran las quejas vecinales por "aguas menores" en la calle). 

Sin embargo, hubo otras calles "Dormitorio", hoy desaparecidas o con nombres distintos:

Dormitorio del Carmen, el tramo de la actual Pascual de Gayangos, en el barrio de San Lorenzo, llamada así porque los mencionados dormitorios del convento Casa Grande del Carmen daban a esa zona, de hecho en la actualidad a esa calle da la salida de la Escuela Superior de Arte Dramático, ubicada en ese antiguo e importante convento. Como curiosidad, en esta calle vivió durante un tiempo el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, cuando un tramo de esta calle recibía un nombre peculiar: Espejo. Lo olvidábamos, Pascual de Gayangos, nacido en Sevilla en 1809 fue un destacado historiador, erudito y catedrático de Lengua Árabe en Madrid. 

Si tuviésemos que descubrir la calle Dormitorio de San Pablo tendríamos que acudir al tramo de la calle Bailén pegado a la puerta secundaria de la parroquia de la Magdalena, ya que se tienen noticias del uso de tal nombre desde al menos el siglo XV en alusión a que en esa zona estaban esos aposentos del convento dominico, que posteriormente quedó convertido en parroquia; en el siglo XIX la calle perdió el nombre de Dormitorio por el de la célebre batalla de la Guerra de Independencia, y además una serie de nuevas construcciones dejaron "invisible" el ábside de la iglesia, aunque se mantiene abierta la puerta trasera que da a su sacristía, con la consabida lápida de mármol para solicitar la administración de los últimos sacramentos a deshoras. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Otro de los grandes conventos masculinos, el conocido como Casa Grande de la Merced, poseyó una extensión mucho mayor a la actual, limitada ahora a patios, dependencias e iglesia del Museo de Bellas Artes; se sabe que existió una calle llamada Dormitorio de la Merced, llamada así todavía en el siglo XVII. Quizá a la altura de la calle Cepeda, muy cerca de la capilla de la Hermandad del Museo, sería buena prueba de lo comentado, ya que hay que pensar que la actual plaza del Museo es fruto de la demolición (entre 1840 y 1860) de todo un sector edificado perteneciente a este convento mercedario, escenario de cierto macabro suceso que ya hemos narrado por estas páginas.

El convento de Madre de Dios, recientemente restaurado, posee una hermosa fachada que da a la calle San José, a medio camino entre Santa María la Blanca y San Nicolás; como imaginará el lector, la calle Dormitorio de Madre de Dios se situó en uno de los laterales del claustro,  con ese nombre se mantuvo hasta el siglo XVIII en el que curiosamente pasó a denominarse Soledad en honor a un retablo callejero dedicado a una imagen de la Virgen con esa advocación. Por si alguien quiere visitarlo, aún es posible recorrer dicho claustro, ya que pertenece ahora al Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) y en él se organizan diversas actividades. En esta calle destaca por su belleza el antiguo palacio del caballero Ibarburu, del siglo XVIII, con hermosos patios y monumental escalera con azulejería, en el que desde 1946 se halla situado el Instituto Británico. Por cierto, el nombre de Soledad se sustituyó por el de ahora, Federico Rubio, en 1900 en honor al médico y cirujano fundador de la Escuela de Medicina que ocupó parte del convento de Madre de Dios.

Existió también la calle Dormitorio de los Viejos, que aludía a la presente calle Viejos en la zona entre San Juan de la Palma y San Martín; el nombre se debió a la presencia del edificio del Hospital de San Bernardo, rehabilitado ahora tras muchos años en ruinas, que acoge un Centro de Participación Activa para Mayores y cuya iglesia esa ahora sede de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina. Por cierto, el Hospital de los Viejos, como también se le conoció, fue una residencia de ancianos creada en allá por el siglo XIV, concretamente en 1355, por lo que se considera que fue una de las instituciones geriátricas más antiguas de toda Europa, pero esa, esa ya es otra historia. 


26 junio, 2023

Búcaros.

Presente en muchos hogares sevillanos cuando arrancaban las "calores", su misión era mantener fresco el líquido elemento, a la par que constituir uno de los objetos más entrañables y fascinantes del menaje doméstico, dio nombre a un tren, a algún que otro bar, a un festival flamenco en La Rinconada, a una peña hípica hispalense e incluso está presente hasta en unas famosas sevillanas rocieras; en esta ocasión, en Hispalensia, hablamos de búcaros o botijos; pero como siempre, vayamos por partes. 

¿Quién no ha bebido, casi saboreado, el agua fresca que brota del búcaro? Calmar la sed ha sido siempre una necesidad vital y fisiológica para el ser humano, y el agua un elemento fundamental, casi único, para aliviarla. Desde tiempos prehistóricos, la humanidad ha utilizado la arcilla, roca sedimentaria con propiedades plásticas que al ser humedecida puede ser modelada fácilmente y que junto con la aparición del horno de cocción permitió que se fabricasen  todo tipo de útiles destinados a contener líquidos, como vasijas, tinajas, ollas, orzas, cántaros y demás, sin olvidar otros usos para la arcilla, como soporte para la escritura o como elemento constructivo con el adobe, el tapial o el mismo ladrillo de barro, tan utilizado en nuestras latitudes. 

"Askos" o botijo griego. Siglo IV a. C.

 Sobre el término "búcaro" y su origen hay cierta discusión, ya que algunos autores estiman que procede del latín "butticula" (diminutivo de "tonel") y otro aluden a otra palabra mozárabe en alusión a lo que sería un tipo de tierra arcillosa procedente, al parecer, de determinadas zonas de Portugal y que fue utilizada para la realizar cacharros de barro de cierta calidad. En algunas zonas se emplea el término "botijo" y en 1612 Sebastián de Covarrubias definía en su afamado diccionario que "botija" era un "vaso de tierra ventrudo con la boca y el cuello angosto. Los niños cuando están para llorar hinchan los carrillos y esto se le llama embotijarse"; finalmente, la palabra terminó quedando fijada para definir a un cántaro de barro con asa en su zona superior y con un pitorro y una boca para facilitar la salida y entrada de líquido, convirtiéndose en un utensilio más de las casas y el campo durante los veranos, para conservar fresca el agua. Otras palabras para describir nuestro entrañable y popular búcaro: pipo, pipote, cachucho, piporro, ñañe o pichilín.

El primer búcaro del que se tienen noticias en España fue hallado en una necrópolis perteneciente a la denominada cultura argárica (surgida en Andalucía Oriental y el Levante entre el 2200 y el 1500 antes de Cristo); dicha necrópolis se halla en la localidad murciana de Beniaján, en ella se encontró una pieza muy interesante de once centímetros de largo y que sólo presenta un orificio o boca y el asa colocada en la parte superior. 

Búcaro, ya desaparecido, en el Convento de las Hermanas de la Cruz.

¿Qué tiene de especial el eficiente y ecológico búcaro de barro? Si nos atenemos a principios científicos, el agua almacenada en él se filtra por los poros de la arcilla y al entrar en contacto con el ambiente seco exterior se evapora, produciéndose un enfriamiento del agua que se conserva en el interior. Debido a esa evaporación siempre se les coloca un plato o recipiente en la zona inferior. Aparte de esta función refrescante de los búcaros, es sabido también que había gente que se los comía. Sí, literalmente, se los comía. ¿Por qué? 

Durante los siglos XVI y XVII fue frecuente la "bucarofagia" entre las damas de la alta sociedad española, que buscaban con la ingesta de la arcilla o terra sigillata el provocarse una anemia o clorosis, o lo que es lo mismo, una bajada de glóbulos rojos en la sangre que hiciera palidecer sus mejillas, algo deseado por todas en unos tiempo en los que estar bronceado era cosa de labriegos; aparte, la creencia popular afirmaba que comer este tipo de elementos servía como anticonceptivo e incluso generaba alucinaciones o visiones extraordinarias, lo que trajo de cabeza a no pocos confesores de damas sevillanas, que veían como no pocas de estas mujeres imitaban a las de la corte y manifestaban experimentar visiones relacionadas con la divinidad. Ante esta "adicción" llamada "vicio del barro", los sacerdotes ordenaban como penitencia a las damas abandonar el uso de tales barros, recomendando beber la llamada "agua de acero" para paliar sus síntomas, agua que no era otra cosa que la resultante de sumergir en ella un hierro candente.

Alonso Sánchez Coello. La Duquesa de Béjar. Sobre 1585.

 Francisco de Quevedo, en su obra el Parnaso Español (1648) dedica unos versos a una dama, A "Amarili, que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba  muy al cabo de comérselos": 

Amarili, en tu boca soberana

su tez el barro de carmín colora;

ya de coral mentido se mejor,

ya aprende de tus labios a ser grana.

Al parecer, los búcaros comestibles más apreciados, que eran modelados con arcilla a la que se añadían sustancias perfumadas como el ámbar gris, procedían bien de Jalisco (México) bien de Estremoz (Portugal) por ser los de textura más fina para masticar, aunque, como afirma el Doctor y Dermatólogo Sierra Valentí también se elaboraban en Salvatierra de los Barros (Badajoz) o Talavera de la Reina. En el cuadro de Las Meninas de Diego Velázquez puede apreciarse como la infanta Margarita Teresa de Austria, en el centro de la composición, recibe de manos de la menina María Agustina Sarmiento un pequeño jarrillo de barro en bandeja de plata, ¿Quizá para comérselo tras beber su contenido?

Todavía en 1843 el viajero francés Théophile Gautier escribía sorprendido en su Viaje por España en relación a los búcaros:

"Se colocan siete u ocho sobre el mármol de los veladores y se les llena de agua, en tanto que, sentado en un sofá, se espera que se produzca su efecto y con ello el placer que recogidamente se saborea. Los búcaros rezuman al cabo de un tiempo, cuando el agua, traspasando la arcilla oscurecida esparce un perfume que se parece al del yeso mojado o al de una cueva húmeda, cerrada desde hace mucho tiempo. La transpiración de los búcaros es tal, que después de una hora se evapora la mitad del agua, quedando la que se conserva en el cacharro tan fría como el hielo, con un sabor desagradable a cisterna. Sin embargo, gusta mucho a los aficionados. Nos satisfechas con beber el agua y aspirar el perfume, muchas personas se llevan a la boca trocitos de búcaro, los convierten en polvo y acaban por tragárselos". 
Joaquín Sorolla: El Botijo. 1904.

Durante los siglos XIX y XX se llamó "Tren Botijo" al ferrocarril que desde Madrid trazaba una ruta que finalizaba en la costa mediterránea, concretamente en Alicante, durante la cual los viajeros llevaban todo tipo de viandas y bebidas, como por ejemplo el agua en búcaros, de ahí el sobrenombre. Hubo otros trenes de este tipo con diferentes rutas y en todos ellos el carácter popular de sus usuarios y las altas temperaturas veraniegas durante los viajes conformaron un modo muy concreto de recorrer la geografía española sobre dos raíles. En 1902 los autores teatrales del momento, los hermanos Álvarez Quintero, estrenaron una pequeña obrita con música de Ruperto Chapí que se tituló "Abanicos y panderetas o ¡A Sevilla en El Botijo", mientras que el sevillano diario El Liberal del 10 de abril de 1910 publicaba un suelto que podría ser un lejanísimo antecedente del actual AVE Madrid-Sevilla: 

LLEGADA DEL "BOTIJO"

A las once y media de la mañana llegó a la estación de la plaza de Armas el tren botijo de Feria. En este tren venían unos quinientos pasajeros, de segunda y tercera clase. Hablamos con algunos de ellos y nos manifestaron que el viaje lo habían efectuado sin incidente alguno, reinando durante todo el camino entre los viajeros de ambos sexos la mayor alegría. 

Gran parte de aquéllos son aficionados a los toros, que han venido a conocer la ciudad y ver nuestras renombradas corridas. Deseamos que su estancia en Sevilla les sea grata a los simpáticos botijistas madrileños.

Ya en el siglo XX fue muy popular en Sevilla la figura del Botijero, vendedor ambulante ayudado por un borriquillo que vendía todo tipo de objetos de loza, incluyendo los blancos búcaros traídos desde Lebrija o los de cerámica roja, procedentes de La Rambla, en Córdoba. Dentro del ámbito de los tradicionales pregones callejeros voceados por vendedores, el de "¡Botellas y búcaros finos de la Rambla!" ocupaba un lugar destacado.

Botijeros en la Plaza de la Virgen de los Reyes. 1961.

La música popular, como no podía ser menos, ha dedicado al búcaro coplas como la compuesta por Rafael de León en un pasodoble para Estrellita Castro en 1941 o como el grupo Los del Guadalquivir con aquella letra de sevillanas de 1983 cuyo estribillo decía:

"Por eso dame el búcaro, 

que me muero de sed, 

apretújalo, no se vaya a romper".

Incluso hay que mencionar el uso del búcaro como arma de ataque, como sucedió en plena plaza de la Campana en junio de 1933. A eso del mediodía el banderillero Gabriel Vázquez entraba en el Café París en busca del mozo de espadas del diestro Laínez. La crónica periodística lo contaba así: 

"Cruzaron breves palabras y el mozo de estoques se levantó, tratando de agredir a con un búcaro a su contrincante, quien le había dirigido graves insultos. El banderillero lo desafió a la calle; salió el mozo, y en puerta lo agredió con una navaja, causándole dos heridas."

El mozo de espadas, malherido, pero que sobrevivió, vivía en la calle Alcázares, fue atacado al parecer por antiguos resentimientos, ya que el subalterno lo acusaba de haber prescindido de sus servicios en la cuadrilla del matador sin mediar explicación alguna.

Había, y hay, búcaros "de verano" y "de invierno", éstos últimos realizados en cerámica vidriada o esmaltada en los que no se produce el enfriamiento del agua, y por supuesto, tanto unos como otros, "preparados" convenientemente para que no supiesen a barro al estrenarse, dejándolos unos días llenos de agua "ligada" con un poco de anís o aguardiente que dejaba cierto regusto que encantaba a muchos. Por cierto, y ya para terminar, aunque el búcaro parece una especie en vías de extinción en hogares y bares con la presencia de frigoríficos y agua embotellada,  aún sobrevive en algunos lugares que merecería la pena reseñar y también es destacable que ya no resulta fácil encontrar dónde lo vendan, pero esa, esa ya es otra historia.

Búcaro de invierno. Barro vidriado

19 junio, 2023

La Mezquita "De los Osos."

En esta ocasión, y con la venia, vamos a centrarnos en un lugar poco conocido y del que aún subsisten elementos de cierta antigüedad, lo que ha llevado a muchos historiadores a resaltar su importancia, pese a que en la actualidad el edificio en cuestión sea mucho más conocido por algo que las religiosas que lo habitan venden casi a los pies de la Giralda que por otras cuestiones; pero como siempre, vayamos por partes. 

Durante la etapa de dominación musulmana, entre el año 712 y 1248, Sevilla poseyó hasta dos mezquitas mayores, o aljamas. La primera, la de Ibn Adabbás, fue constituida en el año 829 por el Cadí o Juez que impartía justicia por aquel entonces y algunos de sus restos arqueológicos se conservan a tres metros bajo tierra, en la cripta de la Iglesia Colegial del Salvador, sin olvidar la base de la torre que da a la calle Córdoba o los fustes y capiteles semienterrados del patio de los naranjos, que habrían formado parte del Sahn o patio de abluciones de dicha mezquita. A partir de 1172 las autoridades musulmanas, dado que la mezquita Ibn Adabbás se había quedado pequeña, determinaron la construcción de una de mayores dimensiones, y que a la postre será sustituida por la actual Catedral Hispalense.

 
No fueron éstas, evidentemente, las únicas mezquitas existentes. Se sabe, por ejemplo, que la comunidad judía recibirá en 1248 de manos del rey Fernando III un total de tres mezquitas para que se transformen en sinagogas, las actuales parroquias de San Bartolomé, Santa María la Blanca y Santa Cruz (el templo derribado por los franceses en 1814, no el actual de calle Mateos Gago). Aparte, la legislación del hijo del Rey Santo establecía sobre estas mezquitas: "E las mezquitas que debían ser antiguamente deben ser del rey e puédelas él dar a quien quisiere".

No es de extrañar, por tanto que en cada barrio hubiera oratorios o mezquitas de menor entidad, como es el caso, por citar algunas, de las situadas en zonas como San Gil, Santa Marina, San Julián o en el mismo barrio del Salvador, donde el historiador Julio González, gran autoridad en la materia, constató la presencia de hasta nueve antiguas mezquitas de barrio, algunas de ellas convertidas ya en 1411 en tiendas o viviendas. En total, algunas hipótesis, como la planteada por Pablo Roncero, marcan la existencia de noventa y tres mezquitas en la ciudad, de las que sólo un treinta por ciento se destinó al culto católico, mientras que un importante porcentaje, más del sesenta, se dedicó a uso mercantil o comercial. 

Otra de estas mezquitas, enclavada muy cerca de la Mezquita Mayor y próxima al posteriormente conocido como Corral de los Olmos, fue denominada la "De los Osos", sin que se sepa a ciencia cierta el motivo de tal apelativo, cuando menos curioso; en 1910, José Gestoso, a quien recurrimos de nuevo, publicó un breve artículo en el que afirmaba haber investigado el llamado "Libro Blanco", conservado en el Archivo catedralicio, que data de 1411. En él, figura una relación de las mezquitas otorgadas a cristianos durante el Repartimiento posterior a la conquista de la ciudad en 1248 y fruto de esos datos pudo comprobarse también que en ese año de 1411 existían unas casas muy cercanas al lado oriental de la catedral, vivienda habitual del Arcediano de Écija y canónigo catedralicio Fernán Martínez, al que. pese a sus buenas relaciones y elevado nivel intelectual se calificó como "varón de exemplar vida, pero de zelo menos templado que conviniera"; todo ello en relación a sus furibundas predicaciones e instigaciones contra los supuestos males provocados por los judíos del reino, que dieron como resultado el tristemente conocido Asalto a la Judería de Sevilla de 1391.

Pues bien, no deja de ser interesante que años después de este "Pogromo" antisemita, el propio arcediano fundó y dotó en 1404 un hospital bajo el patronato de Santa Marta usando para ello parte de sus casas y adquiriendo otras propiedad del cabildo de la catedral, todo ello mediante un trueque o intercambio, en el que entraron en juego varias casas, una bodega y tres mil maravedíes por la propiedad antes aludida; además, en el documento se afirma que: 

"Otorgamos y conoscemos que vos damos agora e para siempre en troque e en cambio que conosco facemos para el dicho ospital las casas que se siguen conviene saber: la mezquita que disen de los osos iten las casas que dexó Domingo Pérez, etc."

El hospital se benefició del legado testamentario del arcediano de Écija, llegando a suministrar hasta cuarenta o cincuenta comidas diarias a los menesterosos de aquel tiempo; conviene destacar que esta denominada mezquita "De los Osos", quizá fuera la misma, como describió el analista Ortiz de Zúñiga , que la que Alfonso X solicitó a la catedral: "pidió el Rey Don Alfonso X al Arzobispo y Cabildo unas mezquitas de las cuales había dado para morada de los físicos que vinieron de allende e para tenerlos más cerca, porque eran cercanas al Alcázar", o lo que es lo mismo, quizá se tratase de aquellos científicos de todas las ramas que el Rey Sabio congregó en torno suya para hacer de su Corte un lugar para la sabiduría y el entendimiento.

El mismo Gestoso y otros autores han estudiado los escasos restos que se conservan de esta mezquita, constatando que lo que ha sobrevivido se encuentra integrado en los muros del convento de religiosas agustinas de la Encarnación, en la plaza de la Virgen de los Reyes, sobre todo son visibles en el exterior correspondiente a la cabecera de la iglesia, antes de entrar en el callejón que da a la plazuela de Santa Marta; en esos muros se pueden ver varios ángulos que Gestoso atribuyó a "fábrica sarracena" así como varias ventanas ciegas con arcos polilobulados. 

El convento de agustinas, también conocido como el de Santa Marta, se fundó en 1594 en la plaza de la Encarnación, pero tras ser expulsadas de allí durante la invasión francesa en 1819, y con la ayuda del Cardenal Cienfuegos, las monjas recalaron en este antiguo hospital, donde continúan por fortuna haciendo gala del viejo lema de las clausuras, "Ora et Labora",  elaborando las formas para consagrar en las eucaristías de toda la diócesis, dándose la circunstancia de que las sobras, los famosos "recortes", son compra ineludible en su siempre solicitado torno. Como curiosidad, en 1868 el convento acogerá a las religiosas procedentes de otro convento agustino suprimido, el de Nuestra Señora de la Paz de la calle Bustos Tavera. 

Como detalle final, ¿Cuál fue la última mezquita que mantuvo abiertas sus puertas? Es complicado saberlo pero, según investigaciones realizadas en archivos hispalenses, tras las rebelión morisca de las Alpujarras, en 1502 se decretó la expulsión de los mudéjares sevillanos, la mayoría residentes en la morería del Adarvejo, en la zona de San Pedro y Santa Catalina, procediéndose a la incautación de la única mezquita que existía entonces, localizada en la antigua Plaza de Argüelles ahora del Cristo de Burgos. Su expulsión supuso un importante cambio social y económico, y la huella artística dejada por los mudéjares será siempre más que patente en Sevilla, pero esa, esa ya es otra historia.