30 octubre, 2023

Amores y Amargura. Un pasaje y una calle.

Tras nuestro anterior periplo por la Plaza de los Carros, en plena calle Feria, en esta ocasión no dejamos la zona para acercarnos a una calle con nombre cofradiero, siempre comercial y, de paso, por un pasaje perpendicular a ella que bien podría sonar a nombre romántico; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto Reyes de Escalona. 

Entre la Plaza de Calderón de la Barca y la calle Relator, la Calle Amargura transcurre con un trazado levemente curvo y que se ensancha en la zona más próxima a San Basilio. La primera vez en la que aparece el nombre de Amargura, al menos así lo indican los expertos en "callejeo", es en un documento datado en 1697, en el Plano de Olavide de 1771 se denomina Calle de la Amargura y para más inri, se desconoce el motivo de tan evocador nombre, ¿Tendrá algo que ver con la bella dolorosa de San Juan de la Palma?

Una excavación arqueológica realizada en el número 5 de la calle por Gregorio Manuel Mora Vicente permitió descubrir, en el estrato más antiguo, los restos de un almacén y una necrópolis de la etapa romana de los siglos I-II d. C., aunque luego la zona parece deshabitada hasta ya el siglo XII, en el que se localizó un edificio con patios y pozo central. Por lo que se ve, estamos en un sector con altibajos poblacionales a lo largo de la historia, hasta que ya en torno al XVI esta zona queda fijada urbanísticamente como vía de acceso a la calle Feria para comerciantes y compradores del mercado. 

Que en ella hubo corrales de vecinos lo demuestra un recorte de prensa del Noticiero Sevillano del 10 de marzo de 1897:

"En la casa de vecinos de la calle Amargura número 1, dio comienzo anoche una misión del reverendo padre Mazuelos de la Compañía de Jesús. Los vecinos del barrio llenaban por completo el patio de la casa, escuchando con mucha atención la fácil y elocuente palabra del jesuita"

En la actualidad es peatonal, pero durante años circularon por ella carromatos y carruajes, muchos de ellos cargados con las frutas y verduras procedentes de las huertas de la zona de la Macarena y con destino al conocido Mercado de la Feria, de ahí que hasta 1925 en esta calle se colocasen no pocos vendedores ambulantes de estos productos, generando las protestas vecinales hasta que en ese año fueron integrados con motivo de la ampliación del cercano Mercado de Abastos. Prueba de la venta de productos alimenticios en no muy buenas condiciones higiénicas es este suelto de abril de 1922 en El Liberal:

"Por el Veterinario de servicio en el Barranco han sido decomisados 380 kilos de pescado que no reunían condiciones para el consumo. También han sido decomisados por el veterinario 16 kilos de pescado en la calle Regina y 18 kilos, más una barrica de sardinas, en dos puestos de la calle Amargura".
Indicar, que el Barranco, junto al Puente de Triana, para quienes desconozcan su historia, era entonces Lonja de Pescado, perviviendo su uso hasta 1971, cuando se trasladó a las nuevas naves de Merca Sevilla.

El comercio, el pequeño comercio, es protagonista en esta calle, donde siempre han existido pequeñas tiendas que, además de con sus escaparates, han usado la propia vía para exponer sus mercancías a la vista de los viandantes, a lo que habría que sumar la cantidad de puestecillos que durante años dieron a esta zona carácter popular y pintoresco. Mención especial para "La Única", clásico supermercado de barrio que lleva años vendiendo comestibles y para "La Cigüeña", tienda de confecciones fundada en 1943.

Foto Reyes de Escalona. 

En 1910 se abrió en uno de sus costados, justo enfrente del número 9,  el llamado Pasaje de Amores, que podría tener resonancias románticas, qué duda cabe, que termina en la calle San Basilio, pero que, que lleva este nombre por una razón más prosaica, en honor a Manuel Amores Domínguez, propietario del edificio que, una vez derribado, dio lugar a un solar que permitió abrir este pasaje, techado en su arranque, que carece de edificios significativos o de comercios reseñables, de no ser por la utilidad que plantea en días semanasanteros para callejear evitando el tránsito por Relator, tal como dejó reseñado el profesor y escritor Carlos Colón en sus artículos encabezados con el nombre de este Pasaje como título.

Anuncio en la prensa local. 1913.

Además, este Pasaje tiene cosas en común como los cercanos de Valvanera, Mallol, o González Quijano o los de Vila y Andreu en el barrio de Santa Cruz; como se afirma en la publicación Guía del Paisaje Histórico de Sevilla (2015): 

"Una de las grandes aportaciones a la tipología de la vivienda es el pasaje, que debe entenderse como una evolución más compleja del corral y de la casa de vecinos. Entronca tradición con modernidad saneando los interiores de grandes parcelas por medio del trazado de una  nueva calle interior. Este tipo de construcción garantizaba la intimidad necesaria para la vida colectiva de los usuarios de las viviendas. Diseñadas para las clases populares y el proletariado, se concentraron en el norte de la ciudad."

El cronista Álvarez Benavides en "Explicación del Plano de Sevilla" de 1874, menciona algunos datos sobre la actividad profesional de un señor Amores que probablemente fuera padre o familiar cercado de quien da el nombre al pasaje, al indicar que:

"El único establecimiento notable que se halla en la calle de la Amargura es: Núm 12 (7 antiguo) Almacén de vinos propiedad de D. Manuel Amores y Pérez. Cuenta esta casas más de treinta y seis años establecida, y en ella se halla un gran surtido de la mejor calidad, procedente de las conocidas y reputadas bodegas que dicho señor posee en Villanueva del Ariscal".

Aparte de esta Vinatería de Amores, hay que reseñar un taller de afilar, en el número 10, la sociedad de albañiles que tuvo allí su local y la taberna Casa Bracho, que estaba en la esquina de la calle, y en la que el gremio de panaderos, allá por 1932, fijó su sede en enero tras el cierre de su centro social de la calle Peral 34. 

Diario "El Liberal". 24 de enero de 1932.

Curiosamente, hemos encontrado una reseña periodística que habla de un incendio acaecido en la calle Amargura y gracias a ella hemos conocido un poco mejor qué tipo de tiendas existían en la calle allá por el 5 de enero de 1913, aparte de algunas peculiaridades:

"En las primeras horas de la noche anterior se inició un voraz incendio en una tienda de comestibles establecida en la planta baja de la casa número 13 de la calle Amargura. La finca es propiedad de Don Manuel Amores y la industria de don Agustín Medina. Los primeros en notar el fuego fueron los vecinos de la casa próxima, que vieron que, obstante estar cerrado el establecimiento, por ser domingo, salía gran cantidad de humo por debajo de aquél." 

La crónica destaca, de manera especial, el papel de los serenos, que apenas supieron del incendio, pasaron aviso a la cercana parroquia de Omnium Sanctorum, cuyas campanas tocaron a rebato en señal de fuego, y al poco rato lo hicieron las demás parroquias próximas, siguiendo una costumbre que era entonces más que habitual a fin de avisar a los feligreses de la necesidad de acudir a sofocar las llamas y de prevenirles del peligro, con lo cual, como resultado, casi todo el mundo se echaba a la calle, bien para colaborar en las tareas de extinción, bien para ser meros espectadores del suceso.

El incendio alcanzó por momentos gran virulencia, amenazando con propagarse a una barbería y un taller de plancha que en la citada casa tenían establecidos Juan Aguilar y Carmen Cano. Ambos, que se encontraban ausentes, se personaron inmediatamente, sacando a la calle, auxiliados de varios vecinos, todos los muebles, llegando a sufrir un síncope una señora que habitaba en el piso superior, siendo auxiliada por vecinas de la zona.  Pocos minutos después llegaba la brigada de bomberos al mando del capataz señor Espejo, que se dispuso a apagar el incendio, aunque primero la Guardia Civil y la Policía Municipal tuvieron que acordonar la zona para evitar daños en la gran cantidad de personas que se hallaban allí. Poco más se supo de las causas del siniestro, destacando la prensa que las autoridades judiciales carecían de pruebas o indicios y que las pérdidas económicas se estimaban en torno a unas 10.000 pesetas de la época.

Aunque no forme parte de la propia calle, siempre habrá que  mencionar, por su cercanía, la presencia del Palacio de los Marqueses de la Algaba, fundación de la familia Guzmán allá por el siglo XV, corral de vecinos y hasta teatro en sus tiempos y ahora convertido en dependencias municipales y sede del Centro Múdejar, testigo del devenir del barrio a lo largo de los siglos, como el famoso Motín de la Feria de 1652, iniciado en esa misma plaza, pero esa, esa ya es otra historia.

16 octubre, 2023

Plaza de los Carros.

Cementerio, mercado, escenario al paso de cofradías, hoy, en Hispalensia nos vamos a conocer una Plaza muy especial; pero como siempre, vayamos por partes.


En 1304 la plaza de Monte Sión, que éste es su actual apelativo, se llamaba del Caño Quebrado, en alusión a que bajo ella pasaba una de las tuberías que desaguaban en la zona de la Alameda, entonces insalubre laguna; el nombre abarcará, con el tiempo, no sólo a la plaza, sino a calles adyacentes o incluso al barrio, hasta que en 1845 con la reforma municipal de calles y plazas, se decidió rotularla con el de Plaza de los Maldonados, fruto de la presencia en ella de las casas de este linaje sevillano, propietario del Condado del Águila. El palacio, que contaba con vistoso mirador,  fue derribado hace ya algunos años, siendo construido en su lugar un edificio de viviendas denominado "Núcleo Montesión", que ahora acoge en sus bajos un supermercado y las inevitables viviendas turísticas. En 1960 fue llamada Plaza de Monte Sión en honor a la Hermandad del mismo nombre cuya capilla preside la plaza, aunque una parte más alejada mantendrá el de Maldonados. Por cierto, pese a tanto nombre siempre será para muchos la Plaza de los Carros, en recuerdo a una parada de estos vehículos existente en la plaza antiguamente.

"Sevilla", Diario de la Tarde, 17 de octubre de 1961.

El área de la plaza en cuestión ha sido modificada con el paso de los siglos, pues todavía en el siglo XIX presentaba un saliente a la altura de la antigua calle Bancaleros, ahora González Cuadrado, e incluso hay constancia en el siglo XV de que poseyó todo un anillo de soportales rodeándola, lo que ocasionó constantes y molestos pleitos entre los propietarios de esos edificios y la autoridad municipal, hasta que finalmente desaparecieron en el siglo XIX. Quizá esos pintorescos soportales (que eran muy frecuentes en la época en otros lugares como la calle San Jacinto, la Plaza de los Terceros o la propia de San Francisco) servían como refugio para vendedores y tenderos, por lo que no es de extrañar que la Plaza se llamase también en otras etapas también de los Trapos, ¿Por la presencia de ropavejeros?

En época medieval hubo allí importante carnicería con cuatro puestos de venta allá por 1505, que estuvieron funcionando hasta bien entrado el siglo XIX; además un documento datado en 1454 indicaba que era lugar para que en él se colocasen mujeres para vender todo tipo de productos al por menor, las llamadas también "regatonas". Los fabricantes de sayal, tela basta de lana muy empleada en hábitos religiosos, vivían también en la zona, pues en 1714 veintidós de ellos, pertenecientes al gremio, vivían en el Caño Quebrado, al igual que algunos carpinteros. Contó también con botica y barbería, de modo y manera que vino a ser, salvando las distancias, todo un "Centro Comercial" al aire libre.

Empedrada primitivamente, en 1906 fue adoquinada, en torno a 1970 fue asfaltada y hace escasos meses fue reurbanizada de nuevo con bancos, adoquines y árboles, aunque según los vecinos no los suficientes, además de parcialmente peatonalizada, para contento de los establecimientos de hostelería allí enclavados. 


Porque lo que de verdad hace revivir a esta plaza (con permiso de la imprescindible y clásica Taberna Vizcaíno, fundada en 1929), aparte de la tarde del Jueves Santo y la mañana del Viernes, es el popular y conocido mercadillo de El Jueves, que asienta sus reales en ella cada semana y sigue siendo considerado como uno de los mercados callejeros más antiguos de Europa, por lo que no debe extrañar que durante siglos, como hemos comentado, existieran tiendas de objetos antiguos o de segunda mano, así como libros o ropa. El Jueves es día y lugar de tratos, de regateos, de rebuscar, para coleccionistas, curiosos o simples paseantes. Tampoco podemos olvidar la "vida nocturna" que mantuvo la plaza, personalizada en el local Viña Blanca, que pasó de ser bar o taberna a convertirse en cabaret y se mantuvo abierto con actuaciones en directo, bailes y demás hasta finales de los años ochenta.

Anuncio en Prensa. Año 1961.

Algo que durante siglos estuvo más que presente fue el antes aludido colector de aguas que se dirigía a la Alameda, por lo que son más que habituales las quejas del vecindario por los malos olores y por la frecuentes roturas que experimentaba, de ahí lo de Caño Quebrado, encharcando la plaza de aguas nauseabundas que a buen seguro serían foco de infecciones. En 1784, Cándido María Trigueros, autor del libro La Riada escribía así de este sector:

"Una de las más perniciosas resultas de la inundación es el rebosar de los pozos y llenarse la Ciudad de agua filtrada por otros conductos, lo cual no puede dejar de causar los mayores perjuicios en las casas, cuyos cimientos se reblandecen; ya se han resentido muchas sin haber sido inundadas, por la flaqueza que ha causado en éstos la filtración inferior. En algunos barrios, especialmente en la Feria y Caño Quebrado, mana continuamente tanta agua, que puede junta formar un riachuelo."


Como curiosidad, el conocido poeta y cantor de la Inmaculada Miguel Cid, vivió en este Caño Quebrado antes de mudarse a la collación del Salvador e incluso lo hizo presente en alguna de sus composiciones, como ésta en la que alaba el paso de la procesión del Corpus por su casa: 

"Arroyo que habéis manado
de allá de la eterna fuente,
¿Cómo hoy vuestra corriente
Pasa por Caño Quebrado?
Un caño nos quebró Adán
Por do la gracia corrió;
Mas Dios el caño soldó
con un bocado de pan.
Corre el arroyo sagrado
hoy por el caño del suelo
y hoy toda la corte y cielo
está en el Caño Quebrado."

 La Plaza de los Carros quedó retratada en la en su tiempo controvertida novela de Alfonso Grosso El Capirote (1964), ejemplo de texto con denuncia social en pro de los trabajadores que narra la dureza de la vida y las penurias de un jornalero enfermo de tuberculosis que terminará sus días como costalero asalariado:

"Sólo le preocupada ahora su gesto cansino, el sonido de su tos, su voz que había cambiado, y su acento y su trabajo eventual de una semana en las regolas y la tercera en la carga y descarga del muelle, o, peor aún, en nada que consumiera su jornada, sino al quiebro de los chapuces, esperando en la Plaza de los Carros o en la del Pumarejo el cuarto de jornal por ayudar a descargar un motocarro, o desmontar un camión de harina, o arrastrar en el matadero las pieles de las reses y amontonarlas y pesarlas para los contratadores, o auxiliar en el Mercado Central o en la Lonja del Pescado a los subastadores."

La gran epidemia de Peste que asoló Sevilla en el inverno y primavera de 1649 ocasionó que, llenas las iglesias de cadáveres, hubiera de recurrirse a las plaza públicas como improvisados cementerios; tal fue el caso del sector de la Plaza de los Carros más cercano a la calle Laurel, donde se colocó como recuerdo una humilde cruz de madera. No tardó en congregarse en torno a ella un grupo de fieles, fundándose una Hermandad para rendirle culto en 1656, quienes costearon una nueva cruz de forja en la que aparecía, y aparece porque se conserva, la inscripción: "IMPLENTA SVNT QUARE CONCINIT FIDELIS CARMINE DICENS, IN NATIONIBUS REGNA VITA A LIGNO DEUS", o lo que es lo mismo: "Se ha cumplido lo que David cantó en verso fiel diciendo, Dios reinó desde la cruz en todas las naciones". Un azulejo, colocado en 2006, recuerda que esta cruz fue, andando los años, el germen de la actual Hermandad de la Soledad de San Buenaventura, y una copia de este emblema, convertido en Cruz de Guía, encabeza a la cofradía cada tarde de Viernes Santo, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona

09 octubre, 2023

El Padre "Verita".

Esta semana, tras el interés despertado por Fran Antonio de Lagama, el fraile bandolero, nos vamos a centrar en otro religioso, pero con perfil diferente. Apuesto y gallardo en su juventud, con un prometedor futuro al decir de las crónicas, viajero y con suficiente formación para alcanzar un nivel de vida bastante alto, prefirió el áspero hábito de franciscano cupuchino, la predicación y el compromiso por los demás; de él se conserva aún una pintura en su convento y toda una colección de documentos históricos de enorme valor para el estudio de la Guerra de Independencia. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Joaquín María Caravallo y de Vera habría nacido en Sevilla el 16 de agosto de 1766, en el seno de una familia de comerciantes. Siguiendo las instrucciones de su devota madre, en 1777 comenzó los estudios en el Colegio de Santo Tomás junto con su hermano Juan, logrando el grado de Licenciado en Filosofía en la Hispalense, pero un súbito e inexplicable cambio de opinión hará que indique a sus padres el deseo de ver mundo y formarse, de manera que el 13 de abril de 1786 embarcará rumbo a México, quizá para conocer el oficio mercantil de su padre. 

Un cronista contemporáneo a él lo describió de este modo: "cuerpo recto, rostro hermoso, tez muy blanca, ojos negros, rasgados en muy buena proporción; nariz y boca sin imperfección, su modo de reír muy gracioso, y en todo el conjunto le hacía muy bien parecido".

Llegado a México, durante su estancia allí comenzó la costumbre de llevar un pormenorizado y concienzudo diario de sus actividades, sin olvidar hasta estadísticas sobre natalidad o mortalidad de la población, algo que le marcaría de por vida. Los ruegos de su madre por la enfermedad paterna desde España harán que regrese, desembarcando en Cádiz el 28 de mayo de 1788, como ha constatado la profesora Freire López. También en la vida de Joaquín habrá otro regreso por aquellos años: el de la vida académica, pues logrará el título de Maestro en Artes por la Universidad de Sevilla, que correspondería al grado de Doctor.

Un incidente, o accidente, la caída desde su enjaezado caballo, mientras participaba en un vistoso desfile con ocasión de la proclamación como rey de Carlos IV, será para él una especie de mística revelación para abandonar una vida de vanidades y lujos y decidir optar por la dura vida religiosa en comunidad. Permanecerá durante cierto tiempo con los filipenses y los cartujos, pero se decidirá finalmente por el Convento de Santa Justa y Rufina, de padres capuchinos, ingresando en la Orden con la oposición de su familia, que veía en él una prometedora carrera como continuador de los negocios familiares.

El 5 de enero de 1790 toma los hábitos y cambia su nombre; desde entonces será fray Salvador Joaquín de Sevilla. Desde el primer momento hará gala de una proverbial humildad y especial devoción a la Virgen María y al sacramento del Bautismo, pero no por ser capuchino abandonará viejas costumbres, ya que llevará por escrito hasta los bautismos celebrados por él (más de siete mil). Ferviente devoto de la Divina Pastora de Capuchinos, se conservan unas coplas suyas dedicadas a ella, cuyo estribillo final dice así:

No te vayas, Madre,
No, dulce Pastora,
Que tu grey se queda
Sin tí, triste y sola.

Estudió Teología en Jerez de la Frontera y a su regreso al convento de capuchinos y dadas sus cualidades oratorias fue ascendido al puesto Predicador, cargo en el que se entregó en cuerpo y alma ya que poco a poco su figura comenzó a hacerse familiar para todos. Velázquez y Sánchez en sus Anales de Sevilla lo describió de este modo: 

"Viéndosele de contínuo en el hogar aristocrático y en el mísero albergue, ministro fiel de una religión de fraternidad entre los hombres. Grave sin afectación y sencillo sin bajeza, excusaba toda conversación en que se aludiera al crédito de sus misiones apostólicas, al cariño filial que le profesaban los admiradores de su mérito, ni a sus antecedentes en la vida social".

No rehuirá el contacto con los enfermos como cuando estalla la epidemia de Fiebre Amarilla de 1800, durante la cual llegó a contagiarse y a partir de la misma su presencia podrá notarse en todas las zonas de la ciudad, pues lo mismo frecuentaba el famoso Puesto de Agua de Tomares, que ya comentamos en cierta ocasión, que acudía a predicar a los Humeros o la Puerta de Córdoba o que podía vérsele por los caminos para atender a enfermos o moribundos ganándose el cariño de muchos y el apelativo de "Padre Verita". 

 
Su otra faceta, la de culto erudito, se vio alimentada al hacerse cargo de la biblioteca del convento capuchino; dotado de una memoria prodigiosa, meticuloso y detallista, ejercía como consejero de sus hermanos frailes cuando acudían a él para solicitarle bibliografía para componer sermones y homilías, orientándoles sobre qué autor o qué obra emplear. Quizá por todo ello, fue también nombrado Procurador de la causa de beatificación de fray Diego José de Cádiz, a quien había tenido la fortuna de conocer, tanto que, curiosamente, el propio Fray Diego pronunció en 1800 un sermón "De acción de gracias a mi seráfico Padre San Francisco, por haberse librado de ahogarse en un pozo de la Cartuja, donde cayó el Padre Fray Salvador Joaquín de Sevilla, conocido vulgaremente por el Padre Verita". Dedicado con pulcritud a recopilar cuantos textos escritos se conservasen de fray Diego, su empeño sirvió para organizar todo el expediente previo para la beatificación. 
 
Igualmente, la invasión francesa de 1808 sirvió al Padre Verita para dar rienda suelta a su faceta como escritor (se ve que tenía tiempo para todo), redactando dos obras, una de ellas en verso, de carácter patriótico contra las tropas napoleónicas, aquellas que terminarían por expoliar los Murillos que colgaban en la iglesia de su convento. Siguiendo con este tema "napoleónico", en el Instituto de Historia y Cultura Militar del Ministerio de Defensa en Madrid, se conserva la llamada "Colección del Fraile", consistente en un conjunto de documentos, periódicos, proclamas, edictos, gacetas, carteles, sermones, y demás escritos de la etapa de la invasión francesa, colección que fue iniciada por Juan, el hermano de Fray Salvador fallecido en 1816 y continuada por él más tarde, llegando finalmente a manos del Ministerio de la Guerra en 1853. En la actualidad, se considera como uno de los fondos documentales más interesantes para conocer la vida cotidiana de la España de la Guerra de Independencia contra Francia.

El 13 de septiembre de 1830, fallecía "con grande opinión y olor de santidad" el Padre "Verita", a la edad de 64 años y 39 de pertenencia a la orden capuchina siendo multitud de fieles la que acudió a su velatorio y funeral en el convento, aunque Álvarez Benavides afirma que murió en una casa de la calle Francos 26, donde habría vivido durante su enfermedad; desconocemos las causas de su muerte, aunque algunos autores mencionan un fuerte golpe recibido mientras celebraba la Eucaristía en el convento de San Pablo.  Por cierto, el Padre "Verita" pasó a la historia, según sus propias cuentas, por haber regalado más de doscientos mil rosarios, cifra difícil de superar, pero esa, esa ya es otra historia. 

02 octubre, 2023

Cerrajería, o la calle de los "Tiznados".

En esta ocasión nos vamos a dar un paseo por una céntrica calle sevillana, de las de toda la vida, en la que el comercio y los gremios han estado presentes desde siempre, que tuvo hace muchos años el mismo especial protagonismo en Semana Santa que en la actualidad cuando llega el Corpus y su procesión, tradicionalmente entoldada en los calurosos meses de verano (y otoño) y que alberga alguno de los edificios más destacados del estilo regionalista; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre Sierpes y Cuna, casi en la intersección con Rioja, la calle Cerrajería es uno de los puntos urbanos de más actividad en el centro histórico de Sevilla, un trajín comercial que casi podríamos decir ha estado siempre ahí, desde sus orígenes. Un apunte, no confundir esta calle con la plaza de la Cerrajería, donde estaba la famosa cruz que actualmente preside la plaza de Santa Cruz en el barrio del mismo nombre, dicha plaza, de reducido espacio, supondría ahora el arranque de la calle Rioja con Sierpes, donde existe en la actualidad un quiosco.

Foto: Reyes de Escalona. 

Lo curioso es que a mediados del siglo XV recibía el nombre de Arqueros, se dice que por vivir en ella gentes que tenían esa condición, quizá descendientes de los que acompañaron a Fernando III en la conquista de la ciudad allá por 1248, pero ya en pleno siglo XVI tomó la actual denominación de Cerrajería en honor a este gremio; allí moraban no pocos de sus miembros, de hecho, el historiador José Gestoso, tantas veces citado en estas páginas, descubrió nombres como los de Martín de Oña, Agustín Pérez, Diego Rodríguez o Juan de Salas, vecinos todos ellos de la calle en los siglos XVI y XVII y expertos artesanos en realizar llaves, candados o cerraduras. 

Las Ordenanzas del Gremio que se conservan, de 1502, estipulan su organización, cargos, formación y hechura de las obras salidas de los talleres, pero lo verdaderamente interesante es un párrafo en el que las normas son bastante claras en lo referente a la turbia y secreta relación, a  veces, entre cerrajeros y delincuentes, pero será mejor que ellas mismas lo cuenten: 

"Por cuanto muchas veces acaece, que muchas personas van a los maestros cerrajeros y a sus obreros y les llevan las figuras de llaves imprimidas en cera o en masa y les ruegan que les fagan llaves de aquella misma forma, prometiéndoles por ello mucha cantidad de maravedís, lo cual notoriamente paresce que las dichas llaves se mandan facer escondidamente de aquella forma para abrir puertas y cerraduras ajenas y hacer muchos delictos de hurtos y otras cosas muy dañosas y peligrosas; por ende, por evitar los dichos inconvenientes, ordenamos y mandamos que de aquí en adelante ningún oficial  ni obrero del dicho oficio de cerrajero no faga llave alguna a persona que la traiga imprimida en la dicha cera o masa, salvo si no trajese la dicha llave o cerradura para que le sea fecha por aquella y el que lo contrario de lo susodicho fiziere incurra en pena de dos mil maravedís y sean dados cien azotes públicamente por esta ciudad, como persona que da consejo y favor para fazer hurtos y otros delictos".

No fueron los cerrajeros los únicos en residir en esta calle, merece la pena nombrar también, entre los antes aludidos siglos, al armero Alonso Gómez que vivía arrendando la vivienda al Cabildo de la Catedral, al bordador Sebastián Gerónimo Delgado, al latonero Francisco de la Barrera o al cuchillero Juan Alvo. Como se ve, la calle debió ser desde siempre populosa y llena del trajín de carromatos y carruajes, y puede que en esa época fuese cuando recibió el nombre de calle de los Tiznados como recogió Santiago Montoto; ¿Quizá por la actividad de los cerrajeros entre humos y hollines? Entre 1911 y 1938 se denominó Pi y Margall en recuerdo al político y presidente de la I República Española. 

Anuncio en el Diario El Porvenir. Año 1900.

Dada su ubicación, fue escenario de la colocación de arcos triunfales por la canonización de San Fernando en 1630, y también paso de procesiones de Semana Santa, Corpus o extraordinarias, como las que tuvieron lugar por la muerte de Carlos II, por rogativas para la lluvia e incluso en 1880 se colocó un tribunal en la esquina con Sierpes a fin de controlar el tránsito de las cofradías y solventar conflictos horarios entre las mismas, ya que ese punto era entonces el arranque de lo que sería Carrera Oficial y a veces las cosas terminaban "a farolazos", nunca mejor dicho. Si no nos equivocamos, la única cofradía que ha estado pasando por Cerrajería ha sido la del Valle, cuando en siglos pasados eran muchas las que alcanzaban Sierpes por este sector.

El papel de la calle como sede de tiendas y comercios es algo casi paralelo, como hemos visto, a la existencia de la calle. Por poner algunos ejemplos en este sentido, en 1865 y en el número 4, estaba el "Establecimiento de quincalla y otros efectos de utilidad y ornato Las Tres B.B.B.", que se publicitaba afirmando que:

"Las Tres B. B. B. se han distinguido en este ramo, hace mucho tiempo, por la baratura tan reconocida por la totalidad de los compradores. La buena calidad de los géneros y la verdad en los precios han hecho merecer la confianza del público, aumentando su consumo, cada día más importante. Recomendamos este establecimiento por su especialidad, lo mismo al mundo elegante que al más honesto proletario".

Álvarez Benavides narraba cómo abundaban los negocios de ferretería, abanicos, menaje, mármoles, litografía, porcelanas, cristalerías, armerías, mereciendo la pena destacar cómo, allá por 1874 estaba en el número 3 de la calle la "Gran Tintorería a vapor" de Juan Tastét e Hijos, que poseía talleres en la calle Mendigorría y en el número 25 y 27 la Fábrica de Fideos de todas clases propiedad de Don José Galin "el más antiguo de su clase de cuantos se hallan en esta población, pues cuenta ya con más de sesenta años en el mismo punto que hoy existe"

Publicidad en el diario "El Liberal". 1926.

El edificio más llamativo de la calle, esquina con Cuna, es sin duda el construido por José Espiau entre 1912 y 1914 para Luciano S. Vélez, bajo pautas neomudéjares o platerescas. En principio concebido como espacio para viviendas, una reforma posterior lo convirtió en el famoso "Almacén de Tejidos y Novedades Ciudad de Londres", dentro de un estilo regionalista en los que toman protagonismo materiales como el ladrillo, la forja, la azulejería o el mármol y se combinan con ideas procedentes del pasado, con modelos como el Palacio de las Dueñas o los Reales Alcázares. En 2014 fue adquirido por una conocida marca de trajes de novia, que reformó su interior. 

En tiempos más recientes, si seguimos a la profesora López Rioja en su libro La Tienda Tradicional Sevillana, destacó el desaparecido establecimiento de comestibles de Los Tres Leones "Mantequería y Ultramarinos Finos", que recordamos haber visitado y que respondía a la razón social "Viuda de A. Gómez y Sainz de la Maza"; dedicada a productos de la sierra, conservas y comestibles, se hizo muy popular por la ingeniosa publicidad en verso (ahora poco saludable) que podía leerse en su escaparate, y que algunos recordarán como "Nadie se pone malo si come chorizo de Cantimpalo" o "La buena alimentación empieza por el morcón".

Del mismo modo, podría recordarse el establecimiento de perfumería, bolsos y géneros de punto "Arancón", en los números 19 y 21, propiedad, al menos en 1992, de Don Nicanor Arancón, quien la habría fundado en 1940 en el lugar en el que con anterioridad existía ya una perfumería llamada "Galíndez". Curiosamente, el domingo 15 de octubre de 1961, tras una misa en la capilla de la Hermandad de Montserrat fueron bendecidos por el obispo auxiliar Monseñor Cirarda los salones del llamado "Centro Catalán", presidido por José María Colomer y situado en la calle Cerrajería y ya para casi terminar, no podemos olvidar que un lateral de la popular confitería Ochoa, fundada hace más de un siglo con el nombre de "Granja Victoria" da a Cerrajería o el no menos famoso y desaparecido salón de juegos recreativos "Las Vegas", ahora convertido en hotel, pero esa, esa ya es otra historia.

Post scriptum: publicado y difundido ya este post, un amable lector nos ha recordado un establecimiento que se fundó en el número 8 (más tarde pasó al 9) de la calle Cerrajería hace ya la friolera de ciento veinticinco años. Era 1898 cuando Domingo Queraltó Horta fundaba el Bazar La Estrella Roja, germen de la conocida ortopedia que aún pervive en nuestros días.

Anuncio en el diario "El Liberal". 1911. 



25 septiembre, 2023

El hábito no hace al monje.

Que la Iglesia de los Terceros, en la calle Sol, fue sede de hermandades como la del Amor o las Cigarreras o que ahora cuida de ella la de la Sagrada Cena es cosa bastante sabida, pero lo que no muchos recuerdan es que formó parte de un antiguo convento franciscano y que uno de sus monjes fue ejecutado en Sevilla en el año 1817 y, además, por muy graves delitos; pero como siempre, vayamos por partes.

Antonio de Lagama y Cosano (o de Legama  o La Grama según algunos textos) habría nacido en 1782 en la localidad de Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba, y en su juventud se habría trasladado a Sevilla para ingresar como novicio en el convento de la Orden Tercera Franciscana, cuya iglesia, titulada de Nuestra Señora de Consolación, es popularmente conocida como la de los Terceros, al igual que la conocida y cercana plaza del mismo nombre en el barrio de Santa Catalina. 

Siendo hermano lego con el nombre de Fray Ignacio, nadie pudo nunca reprobarle malas conductas o comportamientos, antes bien, sus superiores comenzaron a atisbar en él cualidades para ser en el futuro toda una lumbrera de la religión y un bondadoso monje. La ejemplar formación de Antonio proseguía con grandes avances y toda la comunidad franciscana se hacía voces de la fe y devoción con la que asistía a los oficios religiosos y el cariño con que atendía a los menesterosos. Sin embargo, la invasión napoleónica dio al traste con todo: en 1810 el rey José I Bonaparte ordenó la incautación de conventos y monasterios y la expulsión de sus componentes, de modo y manera que los frailes terceros tuvieron que abandonar su sede, fundada en 1602, quedando la comunidad diseminada y cada fraile en destinos de lo más variado. 

Hombre nada apocado, Fray Ignacio volvió a ser Antonio de Lagama y decidió probar fortuna en otro lugar y pronto se asentó en su patria chica de Aguilar, en casa de su madre, donde consiguió ocupación como maestro de primeras letras, logrando en poco tiempo la consideración y el aprecio de los vecinos por su paciencia y carácter pacífico. Allí encontró, en principio, su lugar en el mundo y el modo de ganarse honradamente la vida.

Pasaron los meses. En 1814, Fernando VII, ocupando ya el trono español tras la expulsión de las tropas francesas, decretó la devolución de los bienes incautados por los galos a las órdenes religiosas, por lo que el bueno de Antonio de Lagama, hecho ya a las lecciones de gramática y a una apacible existencia, fue requerido por sus frailes terceros de la calle Sol. Los autores Carlos Olavarrieta y José Antonio Rodríguez, descubrieron un curioso documento firmado por la madre de Fray Antonio, Inés Cosano, implorando al superior franciscano que se le permitiera quedar en su compañía por quedar desamparada, escribiendo el prior al obispado hispalense en estos términos: 

"Fray Ignacio ayuda a sostener a su madre, y aunque por esta razón sería justo concederle que permaneciese en su compañía, me inclino a creer que sería más conveniente que se reúna con su comunidad, porque su conducta y distracciones que tiene en aquel pueblo lo exigen de este modo".

Por tanto, en la primavera de 1815, al menos eso narra Chaves Rey, Antonio acató las órdenes de sus superiores, desempolvó su viejo hábito, se revistió con él, se despidió de su madre y  vecinos y a lomos de una mula emprendió el camino hacia Sevilla no de muy buen grado, todo hay que decirlo, pues este regreso a la vida monástica suponía para él abandonar una vida desahogada y libre. 

No quedó ahí la cosa. A mitad de camino entre la Luisiana y Écija el destino hizo que topase con una de tantas partidas de bandoleros que menudeaban en la región; de malas maneras, fue forzado a descender de su modesta montura y registrado por manos expertas, los crueles bandidos pronto comprobaron que carecía de nada de valor, lo que no le eximió de la correspondiente paliza que le dejó maltrecho y malherido. 

Sin embargo, pese a las magulladuras y la consiguiente humillación, Antonio de Legama experimentó algo en su interior, una especie de cortocircuito mental (¿O quizá algo parecido al famoso "Síndrome de Estocolmo", que hace que el secuestrado termine simpatizando con su secuestrador?), que le hizo de improviso solicitar a los bandoleros el formar parte de su partida, sin saber que, al "echarse al monte" estaba pidiendo ingresar en los llamados Siete Niños de Écija, como ha narrado Felipe del Pino en un interesante artículo.

José Ulloa, "Tragabuches" o "Gitano", torero y bandolero, era el cabecilla del fiero y pintoresco grupo, acompañado de hombres y nombres que en aquellos años aterrorizaban a habitantes de cortijos y aldeas, viajeros y transeúntes de unos caminos inseguros y llenos de peligro. Con él, habrían colaborado, en diferentes etapas, sujetos como Juan Palomo, Luis de Vargas, "Ojitos", Antonio Fuentes "Minos", "Escalera" o "El Cojo", al que hubo que sumar, no sin ciertas reticencias iniciales un nuevo apodo: el de "El Fraile". El traje corto, el calañés y la chaquetilla o marsellés sustituyeron al hábito pardo, el breviario se convirtió en trabuco y la mula en brioso corcel. Por cierto, nunca fueron siete ni eran de Écija, pero las habladurías hicieron de las suyas y la leyenda puso el resto. 

Atracos, robos, palizas, violaciones, contrabando, asesinatos, todos los delitos habidos y por haber formaron parte del sangriento curriculum de esta cuadrilla, como los sucesos acaecidos en la aldea de Zapata en 1817 o en los baños de Horcajo, donde fue muerto todo aquel que opuso resistencia; retratada e incluso admirada por los viajeros románticos que veían en ella un salvaje instinto por la libertad, las autoridades no cejaron en su empeño de capturar a aquella banda de malhechores enviando escuadras de escopeteros o de "migueletes" para capturar a sus integrantes, pero lo agreste del terreno y la gran capacidad de escapar y ocultarse de la que hacían gala impedían que fuesen arrestados. "El Fraile", por su parte, haciendo oídos sordos a su antigua condición religiosa, consiguió poco a poco hacerse respetar en el grupo, ganarse un sitio e incluso conseguir la admiración de algunos camaradas por su valentía, falta de escrúpulos y escaso miedo a represalias. 

Francisco de Goya: Asalto al coche. 1786.

Sin embargo, la trayectoria delictiva de Antonio de Lagama quedó cercenada en 1817, cuando fue capturado por los escopeteros de caballería en la llamada Huerta de la Alameda, en el término municipal de Aguilar de la Frontera, propiedad de un potentado cordobés que atendía al nombre de Antonio Jordán. Su compañero Pablo Aroca, "Ojitos" tuvo mayor fortuna y puso pies en polvorosa, eludiendo a la justicia. 

Pese a que los vecinos de Aguilar protestaron por la entrada en prisión de su paisano, la Audiencia de Sevilla, que ya había condenado y ejecutado a dos de sus camaradas el 18 de agosto de ese año, lo reclamó para juzgarle y condenarle a muerte. De nada sirvieron las súplicas de los padres Terceros de la calle Sol, pues el 27 de septiembre de 1817 "El Fraile" se vio las caras, es un decir, con el verdugo Andrés Cabezas sobre el patíbulo levantado al efecto en la Plaza de San Francisco, para que éste diera fin a su vida según decía la sentencia: 

"Mandamos que el Fray Antonio de Lagama en consideración de su cualidad y a la súplica del Juez Oficial y Vicario general sufra la pena de muerte en garrote, que se entreguen a los escopeteros de la villa de Aguilar que aprehendieron a Fray Antonio de Lagama los mil ducados ofrecidos".

Por cierto, el profesor Aguilar Piñal cita que el cronista Félix González de León escribió sobre la ejecución del bandolero que comentamos en estos términos:

"Se dio muerte de garrote a Fray Antonio de la Goma, por ladrón y ser de la cuadrilla de los Niños de Écija. Era lego profeso de los Terceros de Sevilla y por más que hizo la Comunidad no pudo libertarle ni hacerle entierro, aunque lo pretendió. Aunque en la sentencia no se expresaba, fue descuartizado".

A título de curiosidad, en la famosa serie televisiva sobre el bandolero "Curro Jiménez", como algún lector ya habrá recordado, aparece el personaje de "El Fraile", interpretado por el actor madrileño Paco Algora, quizá como "homenaje" al fraile que hemos venido comentando, pero esa, esa ya es otra historia.



18 septiembre, 2023

Cinco tenedores.

En la Sevilla de Rinconete y Cortadillo, la de nobles y mendigos, la del Río y la calle de la Feria, la de la belleza y los malos olores, había sitio, qué duda cabe, también para llenar el estómago, lugares para saciar el hambre y para… otras cosas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Dentro del abigarrado ambiente de la Sevilla de los siglos XVI y XVII no existían, evidentemente, los actuales conceptos de restaurante o bar, entendidos como lugares donde almorzar, cenar, o simplemente tapear con una carta por delante y los correspondientes vinos, licores o derivados de la malta y la cebada (cerveza, para entendernos).

A la hora de comer, quien podía, como ha afirmado con especial gracejo nuestro profesor Francisco Núñez Roldán, lo hacía en su propia casa con una dieta variada, basada en potajes, caldos, gazpacho, verduras, algo de pescado y carne (sobre todo carnero, gallina y cerdo) en días de fiesta aquellos que se lo pudieran permitir, como ya comentamos en su momento cuando le tocó el turno a la cocina de conventos y monasterios.

Pese a todo, existían los despachos de vino, tabernas, en los que se servían mostos, aguardientes o vinos traídos sobre todo de la zona del Aljarafe, de la Sierra, Jerez o del Condado de Huelva, ya que la cerveza, antes aludida tenía nula implantación en aquellos años, nada que ver con nuestros días. Estas tabernas vendían vinos para llevar a casa según tarifas y precios establecidos, aunque no faltase, inevitablemente todo un repertorio de trucos y engaños para timar a incautos compradores, como por ejemplo el aguar el vino, algo que las autoridades locales intentaban evitar a toda costa dentro de sus limitaciones.

Diego Velázquez: El Almuerzo. 1617.

A manera de casas de comida, dejs do a un lado a vendedores ambulantes, pero distintas a posadas o mesones por algunos "extras", existían las llamadas Casas de Gula, en clara alusión al pecado capital relacionado con la glotonería; llegó a haber bastantes, sobre todo en el centro histórico de la ciudad y en zonas como la actual calle Álvarez Quintero, entonces llamada Mercaderes, donde hasta comienzos del siglo XX subsistió una establecimiento de este estilo llamado “El Patio de Caifás”, derribado en torno a 1911. 

Con el pan como primer elemento, guisos, empanadas, chacinas, huevos, chicharrones, quesos, vinos y… eran las especialidades en el menú de estas casas de gula, que además, de ser lugares ruidosos, sucios y llenos de humo, poseían sitio, y mucho, para la diversión, la música, el juego con dados o naipes y el sexo, al disponer de cuartos o estancias con camas que podían ser usadas previo pago del correspondiente “donativo”, de ahí que surgiesen las habituales voces críticas por dichas actividades “non sanctas”.

Del mismo modo, banquetes y festines terminaban casi siempre en riñas y pendencias, con vajillas rotas y mesas y banquetas por el suelo, y eso que los dueños de estas casas solían ser gente avezada en estos asuntos por haber sido antes soldados en los Tercios, bravucones o pícaros, aunque las trifulcas eran fuente de molestias para vecinos y parroquianos, por lo que el cabildo de la ciudad decidió poner orden en ellos, como recogió Chaves Rey en uno de sus textos.

Los caballeros Jurados del Municipio, garantes del orden y de la limpieza de la ciudad, además de evitar fraudes y excesos, promovieron en 1629 un edicto municipal, firmado por el entonces Asistente Diego Hurtado de Mendoza, conde de la Corzana, en el que se establecía una serie de normas a fin de meter en cintura a estos establecimientos culinarios, prohibiéndose el acceso a ellos a “mujeres que ganasen por sus personas”, ni solteras ni casadas con maridos ausentes bajo pena de 600 maravedíes, que no se vendiese allí pescado fresco, aves ni caza con pena de dos años de destierro y que no se permitiesen juegos de naipes, con horario de cierre a las ocho en invierno y a las nueve en verano con multa de 400 maravedíes.

Foto: Reyes de Escalona.

Por cierto, sobre el Asistente Diego Hurtado de Mendoza, primer conde de la Corzana decir que propuso al valido del rey Felipe IV, el conde duque de Olivares, la construcción de un puente de piedra que uniese Sevilla y Triana, llegó a ofrecer una recompensa de 20,000 ducados de oro a quien descubriese y denunciase espías de naciones enemigas de España, ya que, como comentamos en otra ocasión, se creía que estos agentes extranjeros se estaban dedicando a esparcir la Peste por los territorios de la península, e incluso se atrevió a dar normas sobre las túnicas de los nazarenos.


 Sobra decir que en aquella “Roma triunfante en ánimo y grandeza” que fue la Sevilla del Siglo de Oro, la implantación aquellas severas normas apenas tuvo efecto en las casas de gula de calles como Tintores (actual Joaquín Guichot, donde continúa la actividad hostelera), Pajería (ahora, calle Zaragoza, junto al Compás de la Laguna o Molviedro, epicentro de la prostitución hispalense) o la Alhóndiga (no lejos de El Tremendo, ya se sabe), y que, como relataba Chaves Rey, no faltó algún dueño de este tipo de casas como uno llamado Román Vizcaíno (apellido muy tabernero, no hay duda) quien con aires de fanfarrón se vanagloriaba y jactaba ante todo aquel que quisiera escucharle, de hacer oídos sordos a tales ordenanzas y bandos alegando estar a salvo de toda sanción o castigo.

Con lo que no contaba Román era que una de esas noches en las que la animación y jolgorio en su local eran tan ruidosos como abundantes, ya fuera del horario de cierre, todo hay que decirlo, el mismísimo Asistente con sus alguaciles a la zaga llamó a sus puertas con furia y con la indudable intención de constatar las irregularidades y desacatos y dar oportuno castigo. Maese Vizcaíno, siempre zalamero con los poderosos y lisonjero con las autoridades, le salió al paso con sus mejores excusas y palabras, intentando quitar hierro al asunto y subsanar el entuerto, más he aquí que Don Diego el Asistente contempló asombrado y boquiabierto cómo dos de los clientes que más disfrutaban de manjares, vinos y excelente compañía femenina eran, ni más ni menos, que ¡Dos de los caballeros Jurados que más le habían insistido en proponer normas para las casas de gula!.

Ignoramos cómo terminó la tragicómica escena, digna de comedia de Lope de Rueda o Mateo Alemán, y si el bueno de Román Vizcaíno sufrió alguna represalia, pero lo cierto es que al año siguiente, 1630, los dos mismos Jurados firmaban un escrito en el que solicitaban con vehemencia al Asistente el cierre de todas las casas de gula por los excesos que en ellas se cometían, pero esa, esa ya es otra historia.

11 septiembre, 2023

Por San Vicente.

En esta ocasión nos vamos a perder por los vericuetos próximos a la parroquia de San Vicente, en concreto por una calle poco conocida pero con curiosa historia, donde hubo residencia de caritativa joven y que ahora posee nombre de juriconsulto y erudito; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

Entre las calles Jesús de la Vera Cruz y Abad Gordillo, no lejos de donde estuvo el "Palacio Apostólico" de la secta del Palmar de Troya y la plaza del Museo, se encuentra la calle Ricardo de Checa, llamada así desde 1930 en honor al catedrático de Derecho y vicerrector de la Hispalense Ricardo Checa y Sánchez, nacido en Sevilla en diciembre de 1857 y fallecido en 1927. Muy conocido en los ambientes académicos de la ciudad, tesorero del Colegio de Abogados, miembro de la Asociación Sevillana de Caridad, de la Real Academia de Buenas Letras y del Ateneo y experto en derecho mercantil, sin olvidar su relación con los fundadores de la Hermandad de los Estudiantes, ejerció la abogacía como defensor en casos muy conocidos en aquellos tiempos, como el del asesinato y robo a Emilio Benítez, que habría tenido lugar en las cercanía de  Castilleja de la Cuesta el 25 de julio de 1912. A título familiar, su abuelo fue José de Checa y Gijón, coronel de infantería y caballero veinticuatro de Sevilla, vocal de la Junta Suprema contra la dominación napoleónica allá por 1808.

Lo más curioso de esta vía, corta, estrecha, que conserva todavía típicas casas del siglo XIX con dos plantas, cancela y patio interior y que sirve a muchos para cortar camino en fechas semanasanteras es que durante muchos años antes, al menos desde el siglo XVIII, fue llamada Calle de la Dama y que Álvarez Benavides plasmó en sus libros una sabrosa anécdota sobre el origen de tal nombre que no nos resistimos a relatar.

Vivía en dicha calle una joven de gran belleza y corazón, preocupada constantemente por los desvalidos y que era conocida en la feligresía como la Dama de los Pobres, debido a su compromiso caritativo. Nadie que acudía a su puerta salía sin la correspondiente limosna, e incluso la joven colaboraba, dicen, con la propia parroquia de San Vicente atendiendo a personas sin recursos. A los veintiún años contrajo matrimonio con un rico potentado llamado Mateo, que aunque muy poderoso en fortuna no lo era tanto en cultura o saberes. Al poco tiempo de la boda, Mateo comunicó a su amada esposa que había de ausentarse durante unos meses a la corte madrileña por atender sus múltiples negocios y, ni corto ni perezoso, pero sí algo celoso, encargó a una vecina de la calle, con quien mantenía amistad, que semanalmente le escribiese a la capital del reino contándole puntualmente las actividades, idas y venidas y visitas de su esposa durante su ausencia.

La vecina, encantada con la tarea, todo hay que decirlo, creía además poseer dotes de erudición y de escritora de altos vuelos, de modo y manera que, en vez de escribir a Mateo narrando escuetamente que la apacible vida de su mujer a falta de su marido consistía en levantarse al amanecer, pasear, bañarse, dormir la siesta o contemplar las estrellas desde la azotea de su casa, envió elaboradas y artificiosas misivas por correo, indicando con todo lujo de detalles que, por ejemplo:

“Tres horas después almuerza y da un paseo por el jardincito, participando del gratísimo aliento de Eolo. A las dos de la tarde se entrega en brazos de Neptuno, mecida por el cual permanece como media hora. Morfeo se encarga después de transportarla al sueño más tranquilo, dulce y encantador. Generalmente pasa la hora de nueve a diez de la noche contemplando a Júpiter en la azotea.”

La llegada de tales nuevas a Madrid hizo montar en cólera a un indignado Mateo que maldijo durante horas a esos tales Eolo, Neptuno, Morfeo o Júpiter que cortejaban con tanto descaro y sin pudor a su amada esposa; encolerizado y viéndose deshonrado en tan gran modo (como vemos sabía poco de mitología, vientos, aguas, sueños o planetas) tomó una trágica determinación: la de dar fin a su miserable vida lanzándose a las frías aguas del Manzanares, donde a buen seguro habría fallecido desengañado una mañana gris, ahogado de no haber sido salvado in extremis por un avezado nadador que pasaba casualmente por allí. Aún chorreando sus ropas, e igual o más iracundo, decidió empaquetar sus pertenencias por vía de urgencia y partir sin demora hacia Sevilla, con el signo de la venganza entre ceja y ceja, planeando siniestramente balazos, estocadas y puñetazos que dispensar a todos aquellos malandrines de nombres tan extraños que osaban acercarse a su morada con tan perversas intenciones.

La calle de la Dama en el plano de Olavide. 1771.

Durante el viaje de regreso, Mateo, ensimismado en negros pensamientos, siguió rumiando como sería el ansiado ajuste de cuentas, regodeándose en él, pero una vez en Sevilla, y aclarado el contenido de las cartas ante una compungida vecina que no tenía idea de lo fatal que había sido su pretendida erudición postal, finalmente hubo de asumir ante su mujer que todo aquel funesto embrollo era fruto de su ignorancia e incultura, y que la fidelidad de Dama de los Pobres estaba, por supuesto, fuera de toda duda; mas, fue tanta la difusión de la historia de aquel marido celoso e ignorante que finalmente la calle recibió el nombre de la Dama y así se quedó hasta, como decíamos, el año de 1930.

Anécdota verdadera o divertida invención popular para explicar el nombre de una calle, nada se sabe sobre si el celoso Mateo finalmente decidió mejorar su bagaje cultural o si la vecina cotilla optó por dedicarse a otro tipo de escritura menos "mitológica".

Por cierto, en la ciudad de Ávila existe aún otra calle de la Dama, donde un 28 de marzo de 1515 nacía Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, o lo que es lo mismo, Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; pero esa, esa ya es otra historia.

04 septiembre, 2023

A las armas: Lanza, Espada y Flecha.

En esta ocasión, superado el pequeño receso vacacional para nuestro equipo, recuperamos la costumbre de destacar, de vez en cuando, algunas vías hispalenses que por su historia, su forma o sus edificios merezcan la pena; Y en este lunes de septiembre nos vamos a descubrir Lanza, Espada y Flechas; no, nos vamos a combatir en torneo medieval ni a pertrecharnos con tales elementos para lanzarnos a la guerra con mesnadas, antes bien, como diría nuestro amigo Don Alonso de Escalona, son pintorescos nombres de calles sevillanas, desconocidas para muchos y que esconden antiguos nombres, algunos de ellos hasta "peculiares", por no decir otra cosa. Pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

La antigua Calle de la Lanza, entre Santiago e Imperial, en la feligresía de la de Santiago, si no nos equivocamos, podría ser una de las que posee más antiguo nombre, ya que era mencionada como tal a comienzos del siglo XVII, aunque en 1484 era conocida como Traviesa a Santiago. Estrechísima en su tramo medio, apenas caben dos personas a la vez, se ensancha al final, al llegar a la trasera de la parroquia de Santiago, y expertos en la materia consideran que este ensanche bien podría ser motivado por la conversión del antiguo cementerio parroquial en zona de tránsito peatonal; de hecho, en el Diccionario de las Calles de Sevilla se recoge la petición de un sacerdote de dicho templo para conseguir "un poco de sitio que está a las espaldas de la iglesia para faser osario y de que la yglesia tiene necesidad". Justo en esa zona se encuentra el gran portón que es uno de los accesos a un hotel cuya fachada principal da a la antigua plaza de López Pintado, hoy de Jesús de la Redención. 

En 1988 los trabajos arqueológicos de José Escudero y Manuel Vera en sendos solares de la calle trajeron consigo el hallazgo de restos de época romana e islámica, aunque la cercanía del nivel freático impidió comprobar con exactitud si por esa zona habría estado situada la muralla romana o si en tiempos posteriores el sector habría estado ocupado por un palacio musulmán; en cualquier caso, los restos de cerámica encontrados atestiguaron que la zona habría estado habitada desde tiempos remotos. 

Calle popular y castiza, donde incluso se celebraban típicas cruces de mayo, e incluso sede, allá por 1859, de una molesta y peligrosa fábrica de fósforos y de la Jefatura de la Reserva del Arma de Caballería en torno a 1877, la calle Lanza fue escenario de un conocido atraco a un capitán de esa misma arma de Caballería allá por marzo del año 1900, siéndole sustraido un valioso reloj de oro, aunque se dio el caso que el presunto "caco" , José Naranjo, apodado como "El Chele" y vecino de la calle González Cuadrado, fue posteriormente víctima, a su vez, de un violento ataque por arma blanca por otro "colega" en lides delictivas, todo ello enmedio de una monumental bronca acaecida en la calle Cuna en la que resultó muerto otro correligionario por disparos de arma de fuego, algo de lo que se hizo eco la prensa local, siempre deseosa de sucesos sangrientos de este tipo.

Foto: Reyes de Escalona. 

Menos oscura y hasta divertida resulta la pequeña historia de la calle Espada, entre Enladrillada y Sol, en cuya esquina se encuentra clásica barbería. Pese a su nombre, es corta y angosta, aunque lo interesante en este caso y, como veremos más adelante, es que recibió tal apelativo en sustitución de otro mucho más explícito y hasta carnal; será muchísimo mejor que lo relate el cronista Félix González de León con sus palabras de allá por 1839:

"Calle de la Teta.

Es una pequeña travesía de la calle Enladrillada a la del Sol, en el cuartel D y parroquia de San Román, que se nombra así por una piedra redonda y saliente que está embutida en lo bajo de una de sus paredes, y la gente la llama la Teta".

Como puede apreciarse, el nombre tenía su miga, y a buen seguro que sería motivo de guasa para muchos y de problemas para el vecindario, todo hay que decirlo, de ahí que en 1845 el Ayuntamiento decidiera sustituirlo por el de Espada, sin que se sepa el motivo de nombre tan bélico. Algunos autores afirman que quizá el original apelativo tuviera que ver con la presencia de una antigua estatua femenina de época romana usada como guardacantón en una fachada, quizá la versión femenina del famoso Hombre de Piedra de la zona de San Lorenzo del que ya hablamos en otra ocasión. Por desgracia, la casa que albergaba este mármol romano tan peculiar fue derribada en 1979 y la pieza arqueológica desapareció sin que se sepa a dónde fue a parar. 

Si en 1845 la calle de la Teta pasó a ser la calle de la Espada, ese mismo año otra calle, esta vez en el entorno de San Gil-San Luis, vio como su nombre era modificado en el nomenclátor viario hispalense. Desde San Luis hacia Torreblanca transcurre la calle Orden de Malta, denominada de San Sebastián hasta 1940. En su interior existe una pequeña barreduela sin salida, en la acera de los números impares, que hasta el antes aludido año de 1845 era llamada callejón de Medio Culo. El nombrecito se las trae y no hemos logrado por el momento conocer el motivo de tan escatológica denominación, aunque en algunas crónicas se menciona como Medio Cubo, quizá para salvar un poco la honestidad de dicha barreduela, ahora zona residencial en la zona. 

Como detalle, entre abril y mayo de 1897 dos sucesos relacionados con la misma casa en la calle Flecha llamaron la atención de los redactores de El Noticiero Sevillano, el primero, sobre la situación de extrema pobreza de una familia:

"La guardia municipal ha participado al teniente alcalde del distrito que en la casa número 3 de la calle Flecha había un matrimonio con cinco hijos, todos atacados de una grave enfermedad y en la mayor miseria, sin mas enseres en la habitación que unos trapos, que amontonados en el suelo sirven de cama a toda la familia.

La autoridad municipal ordenó el ingreso en el Hospital Central de la madre y dos de los hijos más pequeños, quedando en la casa el padre y los tres mayores. Estos infelices carecían de toda clase de recursos para atender a la subsistencia y combatir la enfermedad que padecen. Las almas caritativas tienen una ocasión más de ejecutar la mayor de sus virtudes."

El segundo suceso, más violento, ocurrió así según "El Noti":

"Entre vecinas. En la casa número 3 de la calle Flecha cuestionaron dos vecinas, pasando de las palabras a los hechos y resultando Remedios Villaseca Chía con una herida en la cabeza, que fue curada en el Hospital Central. La agresora, Francisca González Lucena, no pudo ser detenida por haber apelado a la fuga, El palo con que causó la herida a su contrincante, fue ocupado por la policía". 

De cualquier modo, no deja de ser curioso y llama la atención cómo los ediles municipales sevillanos, sustituyeron nombres populares de calles por otros carentes de significado, pero esa, esa ya es otra historia.